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Una mansión que acoge infinidad de orgías (2)

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Volviendo a la mansión El Edén, donde trabaja Araceli como segurata, seguiremos describiendo lo que ocurre en algunas de sus 61 habitaciones. Para conocer las singularidades arquitectónicas de dicha mansión remito al lector a que lea la primera parte de este relato, en caso de no haberlo hecho antes.

Araceli, después de correrse dos veces viendo en los monitores las guarradas que los inquilinos practican en sus respectivas alcobas, se tomó un pequeño descanso para recuperar fuerzas. El coño le escocía de tanto frotárselo y aunque los orgasmos que le provocaban aquellas escenas eran muy intensos y explosivos, la almeja la tenía al rojo vivo y prefirió echarse una crema hidratante y esperar una media hora antes de volver a la carga.

Mientras comía un bocadillo siguió haciendo zapping por los diferentes monitores. En la habitación 10 observó que se estaba produciendo un gang bang. Diez hombres se iban turnando para penetrar el coño, el culo y la boca de una negrita muy atractiva. Esta tenía el pelo rubio y lo llevaba recogido en varias trencitas. No tenía sobrepeso, pero lucía unas cachas y muslos bien macizos y trabajados a base de sentadillas y zancadas.

Se la zumbaban en todas las posturas posibles: misionero, a cuatro patas, de lado, sentada sobre un maromo a modo de sofá, etc. Hicieron un sándwich con ella en diferentes posiciones (de pie, acostada boca arriba, acostada boca abajo).

Mientras una polla le entraba por el culo, otra por el coño y otra por la boca, ella con cada mano se sujetaba a otras dos. El resto de los cinco chicos se la pelaban, de pie, esperando su turno.

La chica no daba abasto. Con alguna garganta profunda que practicó, no pudo evitar soltar buena cantidad de babas que le salieron como a presión por su boca y narices. Estas se fueron escurriendo por todo su torso, bajándole por las tetas, pezones, vientre y ombligo.

En el fondo de la sala, en una pared, había un chico como castigado. Estaba encadenado a unas argollas.

Después de estar casi una hora zurrándole bien los tres orificios a aquella hembra en celo, los diez chicos decidieron que ya era hora de bañarla en esperma, de practicar un buen bukkake.

Ella se colocó de rodillas en el centro de la sala y los chicos formando un círculo alrededor de ella, se fueron cascando con furia sus rabos. La chica se metía los dedos en la boca, casi el puño, poniendo los ojos en blanco y bizqueando. Quería ponerlos muy cachondos para que se corrieran pronto.

Dos de los chicos empezaron a eyacular, lo hicieron sobre el pelo, la frente y ambos mofletes. Otros tres les siguieron en el turno, llenándole toda la nariz, boca, garganta y cuello de una cantidad ingente de lechada. Un sexto decidió correrse en el interior de su oreja derecha, mientras el séptimo lo hizo en el interior de la oreja izquierda. Los tres últimos decidieron hacer un repaso global y fueron dirigiendo sus chorros de lefa por todas las partes que sus amigos previamente habían regado. Uno de ellos hizo más hincapié en meterle algún chorro por los orificios nasales.

La chica quedó tan impregnada en esperma que su rostro era irreconocible. Su piel color caoba bañada con tanto esperma, hacía un contraste muy morboso y excitante.

Entonces uno de ellos soltó al chico de la esquina y llevándolo casi como custodiado, lo acercó a la chica y le ordenó que la lamiera bien y que se fuera tragando todo lo que ella le fuera escupiendo.

El chico la lamió desde el ombligo hasta el cuello sorbiendo y tragando todas las babas y esperma que la manceba tenía esparcidos, dejándola bien limpita. Después siguió por el pelo, pestañas, mofletes, etc. La chica tenía una buena carga de leche y saliva en su boca y se la escupió con fuerza para que él la tragara, casi sin darle tiempo a saborearla.

De las orejas le iban saliendo unos regueros de semen que el esclavo recogía con su lengua y succionaba. También le lamió las narices metiéndole la lengua por los orificios para recoger los restos de cuajada que pudiera haber. Entonces la chica se sonó varias veces y efectivamente, de su interior salió buena cantidad de esperma mezclado con moco. Todo se lo iba tragando el chaval hasta dejarle la cara como los chorros del oro.

La jaca volvió a escupirle otra vez, un buen lapo de semen y saliva que fue recolectando con su lengua, después de pasarla por todos los rincones de sus dientes, paladar y mucosa. El esclavo hizo unas gárgaras y se lo tragó todo. A la macizorra le hizo tanta gracia que volvió a repetirlo, soltándole otro lapo importante, aunque esta vez llevaba más carga de saliva que de semen.

Araceli decidió telefonear a la susodicha habitación para que le mandaran a aquel mancebo para orinarle en la boca, ya que tenía ganas de vaciar la vejiga, y de camino, para que le comiera con ganas y sin escrúpulos su panocha ensangrentada, pues comenzaba a venirle la regla. Mientras, volvió a zapear y en el sótano (que estaba dedicado al sadomaso), en la habitación -2, se quedó prendada de lo que vio.

Un chico estaba sostenido en el aire, en horizontal, por unas cuerdas atadas a sus brazos y piernas. Detrás de él, una dómina le tenía introducido el puño y parte del brazo derecho en el interior de su culo. Le hincaba el brazo con fuerza, como si quisiera pegarle unos buenos puñetazos en el interior de sus entrañas. El maromo chillaba como un cabrito en el matadero.

Alrededor del esclavo había otras tres chicas que se carcajeaban y arengaban a su compañera a que le metiera el brazo hasta el codo por lo menos. Estas chicas también se dedicaban a apagar unas colillas en la espalda del maromo, apretaban con garra, como queriendo introducirlas en el interior de la piel. Después se colocaron en cuclillas sobre una jarra de cristal, por turnos, y comenzaron a orinar. La jarra quedó algo más que mediada. Cogieron una pajita y la colocaron en el interior de la jarra y se la dieron a beber al esclavo.

–Bébetela toda poco a poco. Si no lo haces, te meteremos dos brazos al mismo tiempo en el trasero. Te reventaremos, ¡cabrón! –le dijeron.

Ante esta disyuntiva, al chaval no le quedó otra opción que, entre alarido de dolor y alarido de dolor (por los empellones que se Ama principal le infligía en el trasero), ir sorbiendo por aquella pajita y tragando toda aquella maravillosa cantidad de auténtico oro líquido.

En las tres horas buenas que duró aquella sesión de sadomaso, los ocho puños y brazos de aquellas hembras envalentonadas experimentaron la sensación de palpar y rozar las entrañas de aquel mancebo. El esclavo salió de allí con el vientre bien lleno de orines (pues al final, el recuento fue de tres jarras bien llenas), y con el culo más abierto que la boca del metro. Se marchó encantado.

Araceli observaba todo aquello comiendo pipas y acariciándose los pezones de vez en cuando para intensificar el placer. Estaba sentada sobre la cara del mancebo que había solicitado. Este ya le había proporcionado dos orgasmos y tragaba sin rechistar todos los jugos vaginales mezclados con los efluvios sanguinolentos de la regla, que iba soltando en buenas cantidades ya. El chaval tenía la cara bastante manchada de restos menstruales.

–Traga todo lo que salga de mi cáliz, cariño. Es el Santo Grial. La sangre de la vida mezclada con los jugos del placer. El cordero de Dios que quita el pecado del mundo –le soltaba Araceli con socarronería y desparpajo.

La segurata, mientras seguía con sus faenas intentando alcanzar otros dos orgasmos, decidió ver qué pasaba en el hall, llamado habitación 0.

Como recepcionistas había una pareja vestida a la moda victoriana, como si estuvieran en el siglo XIX. Él llevaba un chaqué con un sombrero de copa y ella, un vestido rococó con vuelo y un sombrero muy elegante.

Mientras atendían a los nuevos inquilinos en el mostrador, el recepcionista agarraba por detrás a la compañera y frotándose bien, simulaba el acto sexual. Luego se sacó la verga de la bragueta, toda tiesa, y subiéndole el vestido a la chica, volvió a frotar su miembro contra su cuerpo. Resulta que la recepcionista iba bien protegida contra penetraciones por traición o por descuido. Debajo del vestido llevaba refajo, pololos y bragas. El chico se tuvo que conformar con magrearse y frotarse contra todas aquellas telas. Como el vestido era tan largo y ancho, el compañero daba el pego de estar follándosela, pero en verdad no era más que una mísera gayola contra sus sayolos.

Ella atendía al público como si nada pasara, mientras su compañero arrimaba cebolleta apretando fuerte su rabo contra las carnes duras de su compañera. Con sus manos le palpaba la cintura y las caderas, pero cuando quiso subir más, se encontró con un corsé que le impidió amasar en condiciones aquellos pechos turgentes. Comenzaba a tener un cosquilleo que le recorría toda la polla anunciándole que en muy poco tiempo, si seguía por ese camino, podría alcanzar un decente orgasmo.

Los envites que el recepcionista le daba a su compañera, hacían que esta, a la hora de escribir el recibo cometiera algún que otro borrón. A los pocos minutos, el chaval por fin, después de frotar y frotar, hizo salir al genio en forma de lechada pegajosa manchando buena parte del refajo y quedándole todo pringoso.

El chico se fue y al poco rato llegó otro recepcionista vestido de la misma manera, para no desentonar con la chica, y sacándose la picha repitió la misma faena que su colega. Le levantó el vestido a la compañera y colocando su miembro entre el refajo y el vestido comenzó a simular una follada. El nabo de este enseguida se humedeció al contacto con los restos de esperma de su predecesor.

Una vez que este acabó, su lugar lo ocupó otro compañero y así a lo largo del resto del día. Aquellas prendas (vestido, refajo, pololos y hasta bragas), al final de la jornada quedaron tan mojadas en semen, que al secarse, aquellas telas quedaron como acartonadas. Al día siguiente se las volvería a poner para que otros chicos siguieran con sus simulacros de folladas.

Araceli tenía la suerte de que, aunque tuviera la regla, eso no fuera un impedimento para seguir teniendo buenos orgasmos. Entre sus dedos y sobre todo, gracias a la boca y lengua de su esclavo, no paraba de enlazar clímax con clímax. Ya ni se molesta en ir al lavabo para orinar, se lo hace encima… o sea, encima de la boca del mancebo.

Él, como buen sirviente, saborea y bebe todos los efluvios que emane el lindo cuerpo de su ama.

Seguiremos contando en sucesivas entregas lo que ocurre en el resto de las habitaciones de esta mansión de las fantasías llamada El Edén.

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