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Una mansión que acoge infinidad de orgías (3)

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Araceli está a punto de terminar su jornada laboral como segurata en esta mansión de lujuria y sadomaso a raudales.

Hace ya hora y media que despidió al esclavo que le estuvo comiendo la panocha ensangrentada por la menstruación.

Después de pegarse una ducha, ponerse una compresa, su ropa interior y su ropa de calle, está esperando a Jorge que es el segurata que la va a sustituir en su puesto.

Jorge es un hombre de 42 años, 1,90 m de altura y 100 kg de peso. Es el típico chico obsesionado con la vida fitness. Es un armario empotrado. Araceli desea ser, a su vez, empotrada por él. Pero Jorge está muy enamorado de su esposa, con la que se casó recientemente, y de momento no tiene ojos para otras hembras.

Jorge entra en la garita, saluda a Araceli con dos besos y le pregunta qué tal la jornada. Ella le hace un pequeño resumen de lo ocurrido en las habitaciones de la mansión (omitiendo la sesión de sexo que tuvo con el esclavo), y se despide de Jorge deseándole buena jornada.

Araceli antes de abandonar la garita le echó un vistazo al paquete de su compañero, se relamió los labios y se fue, diciendo para sus adentros “Madre mía que hombrón. A ver si se cansa pronto de adorar a su esposa y se fija en mí y me empotra como a una yegua en celo”.

Una vez que Jorge se quedó solo en la garita comenzó a hacer zapping por los monitores para ver qué había de nuevo. Quedó estupefacto cuando en la habitación 9 vio al párroco de su barriada, Don Benedicto. Pero el asombro no quedó ahí. Estaba acompañado por un matrimonio que son vecinos suyos. Rafael y Martirio viven dos pisos por arriba de Jorge. En las reuniones de vecinos se muestran muy estirados y recatados.

En esta habitación, los tres ocupantes estaban aún vestidos cuando el segurata los interceptó haciendo zapping. Don Benedicto es rechoncho y lleva su habitual sotana y está sentado en una butaca. Enfrente de él, de rodillas como si estuvieran en confesión estaba el matrimonio.

Martirio va con un traje pantalón color gris, blusa blanca y el pelo recogido en un moño. Muy sobria, en su estilo, y sin casi maquillaje. Es una mujer de unos 45 años.

Rafael tiene 50 años, es de mediana estatura, con incipiente alopecia y va con pantalón de tergal negro y camisa azul.

Jorge se pregunta qué hacen esos tres carcas mojigatos en esta mansión del desenfreno sexual, y afinó el oído.

–Os he citado en esta mansión, de la que soy su mayor accionista y que todas sus alcobas o celdas están dedicadas a la meditación e introspección, para que me desarrolléis con pelos y señales lo que me contasteis ayer de forma atropellada y precipitada sobre vuestra hija –comentó Don Benedicto, mintiendo en lo de que la mansión es un refugio de paz espiritual.

–Pues verá Don Benedicto –comenzó Martirio– nuestra hija nos hizo una proposición sexual degenerada a no poder más. Nos dijo que haría un sandwich sexual con nosotros si le subíamos la paga semanal y la dejábamos ir en verano con sus amigas a Las Vegas. Estamos consternados. ¿Qué podemos hacer?

--Nosotros habíamos pensado –continuó Rafael– ingresarla en un convento, a ver si se le quita el puterío que se está apoderando de ella.

Don Benedicto se quedó un rato reflexionando. A los pocos minutos, por fin, se decidió a darles su opinión:

–Miren ustedes. No sean ingenuos. En el convento solo conseguirían que la Madre Superiora y el resto de sus compañeras monjas abusaran sexualmente de ella. ¡Menudas son estas! La reclusión en colegios internos, cárceles y conventos solo sirve para exacerbar más, aún si cabe, los instintos sexuales que intentamos reprimir.

–Pero entonces, ¿qué nos aconseja? –preguntó con ansiedad Rafael.

–Que se la follen. Y cuanto antes, mejor.

–¿Pero estoy oyendo correctamente o es una alucinación? –soltó con estupor Martirio.

–Oigan bien lo que les voy a decir. La especie humana sobrevivió y hoy somos casi 8000 millones de personas en el mundo gracias al incesto. Cuando el Ser Supremo se dignó a consentir que dejáramos de ser simples simios para alcanzar la categoría de homo sapiens, los Caín y Abel de turno se acostaron con Eva, su madre, para reproducirse. En varias épocas de la Prehistoria y de la Historia tuvimos que recurrir al incesto para no extinguirnos. El incesto es una ley natural como el matar para alimentarse o el morir para no sobrecargar el planeta. Son leyes emanadas de Dios. La Biblia defiende el incesto. Se narran varios casos, el más conocido es el de Lot y sus dos hijas. El Ser Divino dijo “Creced y multiplicaos”, no puso restricción alguna a esta máxima de su pensamiento. Así que, sin más dilaciones, os aboco a que os folléis a vuestra hija sin ningún tipo de reserva moral ni mojigatería.

–Bueno, nos lo pensaremos –dijo humildemente Martirio.

–No hay nada que pensar. Al César lo que es del César y a la golfa de vuestra hija, mucha polla y coño de sus progenitores y a dejarla preñada. He dicho.

–Muchas gracias Don Benedicto por sus consejos espirituales. Aquí estamos para lo que necesite –dijo ingenuamente Rafael.

–Un momento. Antes de irse deben pagar el diezmo.

–Claro que sí, Don Benedicto. Usted dirá a cuánto asciende.

–En esta mansión todo se paga en especies. El vil metal lo emponzoña todo. El trueque platónico-comunista es nuestra seña de identidad. El diezmo es el derecho de pernada. Me follaré vuestras bocas y culos y el chumino de Martirio. La igualdad de trato es una máxima para mí.

–Pero esto es inmoral, Don Benedicto. ¡Cómo me exige que le preste a mi esposa y que le ponga el culo! –comentó Rafael.

–Mi lema es “La moral es para los débiles” –sentenció el párroco–. Usted no me presta nada. Es una deuda que tiene que saldar. Las deudas con la Santa Madre Iglesia no se cancelan ni se suprimen per saecula saeculorum amen.

Martirio estaba decidida a convertir su vida en eso, en un martirio. Así que, dócilmente comenzó a desabrocharse la blusa y, poco a poco, a despelotarse.

Don Benedicto se quitó en un santiamén la sotana, quedando como Dios lo trajo al mundo. Se recreaba en su butaca.

Martirio, de rodillas, se acercó al rabo del párroco y se lo fue engullendo por la garganta hasta no dejar más que dos dedos de polla fuera de la comisura de sus labios. Don Benedicto le hizo un gesto a Rafael para que se desprendiera de su ropa ipso facto. Rafael obedeció y una vez desnudo, el cura le indicó lo siguiente:

–Acércate de rodillas, como hizo la puta de tu mujer, y ayúdale a manducar mi morcilla. Es mucha carne para ella sola.

–Por ahí no paso. Una cosa es que se trajine a mi mujer. Pero obligarme a mí a comerle la picha, no. ¡Es lo que me faltaba, vamos! –protestó Rafael haciéndose el digno.

–Si no quieres que por el WhatsApp de la parroquia difunda que vuestra hija os propone hacer un trío, ya te estás bajando al pilón –amenazó con caridad cristiana Don Benedicto.

Ante este argumento tan convincente a Rafael no le quedó más remedio que agacharse y compartir menú con su mujer.

–Estarás contento, mi querido Rafa. En menos de dos minutos te he convertido en cornudo y maricón –comentó Don Benedicto, y soltó unas carcajadas diabólicas.

Don Benedicto tenía los ojos en blanco de lo mucho que estaba gozando con la comida de polla a dos bocas que le estaban practicando Rafael y Martirio. Esta dejaba la verga bien llena de babas para que el cabrón de su marido se las tragara, por no haber sabido defenderla como es debido.

Después de estar casi un cuarto de hora mamándole la polla, dejándosela bien ensalivada, Don Benedicto ordenó a Martirio subirse sobre él y cabalgarlo a ritmo medio. Rafael hacía de mamporreo lamiéndole la raja anal a su esposa, los huevos a su macho ocasional y los cachos de polla y coño que iban quedando a la vista.

–Prepárate que dentro de poco vas a subir tú al potro –le informó el sacerdote a Rafael.

Para sorpresa de Rafael, su mujer estaba jadeando y babeaba, del gusto que le estaba proporcionando su párroco. A los pocos minutos alcanzó un orgasmo tan intenso, que se animó a azuzar a Don Benedicto diciéndole:

–Joder, ¡Qué placer me ha proporcionado, Don Benedicto! Fóllese el trasero de mi esposo sin miramientos. Dele caña de la buena. Córrase en su recto. Lléneselo de su lechecita.

–Eso haré, mi querida cortesana. Ahora bájate del tiovivo y permite que el cornudo y maricón de tu marido me monte.

Rafael se subió a la polla del párroco y colocándose de espaldas al susodicho comenzó a clavarse el falo largo y gordo de su amante.

Rafael era virgen por la puerta de atrás y los gritos que soltaba eran tremendos. El cura y Martirio se tronchaban de risa comprobando lo exageradamente quejica que era aquel improvisado chapero.

Rafael estaba deseando que Don Benedicto se corriera y se lo pedía insistentemente.

–No te queda nada, Culoinquieto. Acabamos de empezar. Todavía tengo que bombearte el ano unos buenos veinte minutos, a tres empellones por segundo, ¡3600 empellones en los 20 minutos que pienso aguantar! Con cada embolada te meteré y sacaré mi rabo casi entero –y se carcajeaba Don Benedicto.

Martirio arengaba al Padre para que le horadara con ganas el culo a su marido, y se unía a las risotadas del sacerdote.

Por fin, el párroco dijo:

–¡Me corro, joder, en el culo de este guarro! ¡Estoy regando su recto e intestino grueso con mis chorros de lefa! ¡Joder, qué gusto me ha dado este ano virgen de esfínter estrecho!

Cuando Rafael se bajó de su peculiar carrusel, a los pocos segundos comenzó a resbalarle por los muslos una cantidad ingente de esperma.

Don Benedicto descolgó el teléfono y llamó a la habitación 8, en donde había siete enanitos con su peculiar Blancanieves practicando una orgía y les invitó a allegarse a la habitación 9 para ampliar la orgía. Luego llamó a la habitación 6, en donde había tres chicas trans con pene y dos chicos trans con vagina montando un trenecito sexual y les sugirió lo mismo, aceptando elles, encantades.

Martirio y Rafael pensaron que a Don Benedicto se le había ido la pinza. ¡16 personas en una orgía! Por lo menos, pensó Martirio, no todas las pollas iban a ser para ella. Los pollazos se irían repartiendo entre diversas bocas, coños y culos. ¡Coños solo cuatro! Y comenzó a preocuparse.

Jorge no pudo evitar desenfundar de la bragueta su pollón y cascársela de lo lindo ante la golfería que tenía delante, en el monitor.

En la próxima reunión de vecinos se les insinuaría, a ver si pescaba algo.

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