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Viagra fem a mi mamá (1-2)

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Al fin tenía edad para trabajar con dieciocho recién cumplidos, y mi mamá ya me presionaba para que consiguiera un empleo formal.

A decir verdad no me molestaba, un poco de dinero extra no le cae mal a nadie, y así podría ayudar a mi madre con los gastos del hogar, que por esos tiempos, era un pequeño departamento citadino.

No tardé mucho en encontrar trabajo de medio tiempo en una popular tienda de entretenimiento para adultos, mejor conocida como “Sex-shop”, a la cual había entrado gracias a la ayuda de un amigo de la escuela, cuyo primo trabajaba ahí.

Claro, como todo adolecente eso me tenía muy contento, más que nada lo tomaba por el mero morbo que conlleva un lugar así, y por toda la popularidad que me daría en la universidad.

El producto milagro

Días pasaban y en el trabajo todo se estaba normalizando, a veces había eventos con mujeres semi-desnudas bailando por ahí, se ponía bien con los amigos, pero fuera de esos días, todo el rato era, más bien simple. Hasta que llegaría un producto, por ese tiempo novedoso, que me cambiaría la vida.

Se trataba de una pastilla, cuyo nombre comercial no mencionaré, pero era bien conocida en las calles como el “V fem” o “Viagra para mujeres.” Había un gran alboroto por el producto, todos en el bajo mundo querían probarlo, y como la tienda en la que trabajaba era de los pocos lugares donde se podía conseguir, eso nos daría una subida en las ventas.

A mí me daba lo mismo, mi salario era fijo y las ventas no me afectaban, aunque me era muy divertido ver a las chicas guapas comprando las tabletas e imaginar cómo se la pasarían al probarlas.

Fue esa misma fantasía la que me motivaría a perpetuar mi cometido, razón también de este relato.

La trampa

Todo inició como una broma, tal como las que nos solíamos hacer todo el tiempo entre mamá y yo. Haciéndose madre desde muy joven y siendo yo su único hijo, siempre he llevado una buena relación con ella.

Recuerdo que por esos días no me dejaba de molestar por no tener novia, a lo que yo me defendía bromeando con que cualquiera de mis amigos podría ser mi padre, haciendo alusión a su joven apariencia de la que siempre era presa de burlas.

Entre chiste y gracia, nos alegrábamos la vida con sustos, historias falsas, llamadas y esas cosas. Pero no fue hasta que conocí aquellas pastillas cuando se me ocurrió jugarle una broma un poco subida de tono. Me habría animado al ver los populares vídeos de tipos que le ponían un par de pastillas en la bebida de su novia y luego se morían de risa mirando los efectos que le provocaba a la pobre incauta, quien se excitaba de la nada.

Era justamente eso lo que planeaba hacer, aunque no planeaba grabarla ni exponerla. Sin poder predecir las terribles consecuencias de mis actos, compre una caja, serían todo, menos baratas. Pero como tenía descuento de empleado, me las pude costear. Así, las escondí y esperé el momento preciso para llevar a cabo mi malvado plan.

Sería un domingo, único día en el que ambos descansaríamos, al menos esa semana. Como pocos días en los que coincidíamos toda la mañana y tarde en casa, nos la pasamos divirtiéndonos, platicando, recordando y viendo series.

Entonces supe que era mi momento. Mientras mirábamos la tv, me acomedí a servirnos una refrescante bebida. Así me dirigí a la cocina, a espaldas de la sala donde esperaba mi madre. Astutamente le serví un vaso y mezclé la pastilla hasta diluirla por completo para que no sospechara nada.

La travesura estaba hecha, ahora solo quedaba esperar. Le di el vaso con el medicamento y me senté en el sofá de junto, mirando atentamente a que le hiciera efecto.

Los minutos pasaban lentos y yo casi no me podía contener la risa, aún no pasaba nada pero era muy divertido. Sin embargo los minutos se hacían horas y los efectos tal como los esperaba, nada más no aparecían. Nada de incontinencias, ni de ganas de follar desmedidamente, ni de risas. Tan solo parecía estar un poco abochornada.

Me desilusionó por completo, y en un principio decidí dejarlo así. Pero ya por la tarde, recién entrada la noche, después de cenar, nos disponíamos a ver una película antes de irnos a dormir. Ella se decidió por darse una ducha, mientras yo proyectaba la película en la pantalla. Justo en ese momento mi madre salía del baño con su tolla envuelta en el cabello y su bata blanca, seguramente desnuda bajo de ella.

Entonces quise intentar de nuevo, quizá ahora con otra dosis, y ya más relajada, podría funcionar. Sin nada que perder, le hice un té caliente, diluí las V fem en su taza y le di reproducir a la película en la pantalla de la sala.

No esperaba nada, ya tenía las expectativas muy bajas. Seguro estaba de qué todos esos vídeos eran actuados, y que nunca tendría los efectos tan exagerados. Aun así me conformaría con hacerla sentir incomoda y abochornada antes de confesarle la broma. Al menos eso pensaba.

Sensaciones extrañas

La película iniciaba, yo a un lado de ella. Nos perdíamos en la trama cinematográfica, casi olvidándome de mi propia broma. Cuando la escena cambiaba, pasando de aquellas peleas, disparos y explosiones, ahora apareciendo el personaje principal en la alcoba de una dama.

Y todos sabemos lo que eso significa. El tipo fornido y musculoso se lanzaba en los brazos de la damisela en apuros fundiéndose en un beso apasionado lleno de toqueteos, a medida que se despojaban de sus prendas, el uno al otro.

Ahí volteé a ver a mi madre. La escena erótica era totalmente explicita y muy caliente, si eso no detonaba las reacciones del activo en sus venas, nada más lo haría. Venga que hasta yo me estaba poniendo a plomo sin haber ingerido nada.

Miraba cada cambio en mi madre, y nada. En un momento, su respiración comenzaba a agitarse sutilmente. Pensé que sería todo, ahí estaba mi estúpida broma, solo un tenue sofoco. Pero entonces al regresar la vista, noté cómo comenzaba a sudar, a jadear y a manifestar uno que otro espasmo incontenible.

Sus manos se tornaban inquietas sobando un poco su cuello, como queriendo llegar un poco más abajo hasta su pecho. Sus piernas se movían como traviesas serpientes friccionándose entre ellas, quizá masajeando su entrepierna con sus muslos.

Ahí supe que la diversión estaba por comenzar. Me puse cómodo y observe disimuladamente. Ya se le veía muy nerviosa, casi no podía controlar su respiración, se acariciaba el cabello constantemente, sus manos temblaban ansiosas, inmiscuyéndose traicioneras entre su bata, tocando un poco sus pechos. Y sus pantorrillas no dejaban de menearse, sus pies se empalmaban uno contra el otro y sus piernas se estrechaban con fuerza.

Yo lo estaba disfrutando, conteniendo la risa entre mis labios, imaginándome lo gracioso que sería cuando se lo confesara todo. Pero quería más, era mi momento y la haría sufrir un poco más.

En ese momento la película terminó. Ella se levantó apresurada diciéndome que estaba muy cansada y se iría a dormir. Pero yo bien sabía lo que en realidad quería hacer, seguro que se iría a tocar como tantas ganas tenía, y no se lo permitiría. Aún no.

-Espera. -Le dije.- Mira lo que me acaban de mandar. –Vociferaba agitadamente mientras me acercaba a ella extendiéndole mi móvil para que lo sujetase.

En la pantalla de éste, se reproducía un video explícito de una mujer madura y de muy buen ver masturbándose con un consolador vibrador placenteramente. –Qué asco. ¿Por qué me muestras eso? –Me decía regresándome el teléfono con gesto de desagrado. Pero no se lo recibí. –Es el nuevo producto que han mandado a la tienda. Las chicas aseguran que es toda una maravilla. –Explicaba. -¿Y eso a mí qué? –Me respondía aun mirando el vídeo relamiéndose los labios entre su titilante mandíbula que no dejaba de temblar por la excitación.

-Precisamente de eso se trata. Veras, me han dado uno de estos para escribir una reseña, pero yo pues cómo ¿sabes? –Le describía mi farsa, en la mejor de mis actuaciones, rogando porqué cayera en ella.

-Estás loco tú. –Me negaba tajantemente.– No esperarás que yo… de ninguna manera. –Finalizaba con un pie en su habitación, tras haber votado mi móvil en el sofá. –Me ayudaría mucho para conservar el trabajo, podrían promoverme para supervisor incluso. Es muy importante para mí. No es broma. Por favor. –Insistía, con los cuernos de maldad en la cabeza.

Se lo pensó. Titubeaba entre la frontera de la sala y su recamara, analizando qué tanto de lo que le decía era verdad. Ya me conocía. Pero en parte no mentía; de hecho todo era verdad, de vez en cuando nos daban productos para probarlos. Bueno, a veces podía tomar material que sobraban de las campañas comerciales que se filmaban en la tienda, o como en éste caso, la muestra que me había dado mi supervisor para hacerle promoción. De cualquier forma, si llegaba con una reseña bien explicada, pues me daría más mérito.

Corrí a mi recamara y saqué aquel juguete de placer, nuevo y sellado en su caja, aprovechando el momento que sufría mi mamá para dárselo a probar. Sin embargo, al salir a la sala ella ya había entrado a su cuarto. Pero no me rendiría. Me acerqué a su puerta y toqué un poco antes de entrar. Ella estaba preparando su cama.

-¿Qué rayos quieres? –Me preguntaba fingiendo enfado. –Te lo dejo aquí. No digo nada… Si quieres… –Le insinuaba entre graciosos ademanes, al tiempo que le dejaba aquel consolador sobre su buró cerca de la puerta. Enseguida salí de su cuarto, apagando su luz principal, mientras ella terminaba de sumergirse en sus sabanas.

Adrede, había dejado su puerta entre abierta, tan solo lo suficiente para que pareciese que estaba cerrada. Sabía que se pondría bueno. Enseguida apagué el resto de las luces de la casa y me puse cómodo a las afueras de su recámara, espiando por la pequeña rejilla que habría dejado.

Lentamente me acerqué a su puerta, silenciando mis pasos tanto como podía. El departamento estaba en total silencio, solo se escuchaba mi respiración y los fuertes latidos de mi corazón en todo el piso.

De cuclillas me asomé por el delgado espacio que habría entre su puerta y el marco de la misma. Y ahí estaba, podía ver a mi madre recostada bajo la cama, ahora sin su toalla en la cabeza, liberando su larga y morena cabellera ondulada. Iluminada por su luz de su lámpara de noche desde su pequeña mesa a un costado de su cama.

Se le notaba muy ansiosa, hasta temerosa, seguramente se debía estar preguntando qué le sucedía. Era muy divertido, verla así me daba material para burlarme de ella por meses. Pero entonces todo cambió. Pude ver como comenzaba a tocarse, deslizando sus manos con sensualidad por su cuello, hombros y pecho, hasta llegar a sus senos escondidos bajo sus cobijas, acariciándolos con ternura y seducción, sin prisa, gozando de sus caricias y perdiéndose bajo la penumbra de sus parpados cerrados.

Sabía lo que haría. Estaba hecho. La broma había terminado, era tiempo de largarme y esperar al día siguiente para confesarle todo y burlarme de ella. Pero no pude. Simplemente no podía apartarme de ahí. No sé bien explicarlo, era como una fuerza que no me permitía moverme. Era el morbo, el pecado y el placer del voyerismo familiar. Quería verlo todo, verla como se tocaba, ver sus reacciones y sensaciones. De cualquier manera jamás sabría que la estaba espiando, y sí lo hacía, sería demasiado tarde, ese placer nunca me lo podría quitar.

Me puse cómodo y seguí observando. Veía a mi madre excitada como nunca, intentando controlar su respiración mientras sus manos jugaban en sus pechos, bajando traviesas por su vientre hasta su entrepierna, oculta tras los telares de su aposento nocturno.

Seguía tocándose con extremo placer, haciéndose estremecer llena de pasión por aquel potenciador de placer estimulándola en sus venas. Llena de deseo, aclamaba las caricias de sus palmas masajeando todo su cuerpo, expresando ligeros sollozos y quejidos sensuales, gozando completamente del momento, sin saber bien por qué.

Y ahí estaba yo, espiando a mi madre, viendo cómo se masturbaba, estimulada por la droga que yo mismo le había servido. Cuando de pronto, se levantaba de su cama acercándose a la puerta. De inmediato me escondí por un momento para no ser descubierto, estaba muerto de pánico, pero sobre todo, muy, muy excitado.

Nunca creí que me fuese a gustar ver a mi propia madre así, pero estaba puesto como fragua, listo para fundir acero, acero tan duro como el falo que se extendía por todos mis pantalones a punto de estallarme, mientras observaba a mi mamá posándose frente a su cama.

Había encendido la luz de su recamara, también había tomado el juguete sexual que le había puesto en su buró. Por suerte no había cerrado su puerta, ahora podía verla con toda nitidez, despojándose de su bata, desnudando todo su cuerpo frente a mí.

Ahí me perdí. Enloquecí con el espectáculo, ver a mi madre así, muerta de excitación y completamente desnuda, hizo que me explotará mi corazón, temblando y sucumbiendo al fin ante la maravillosa escena. Su cabello suelto, sus hermosos senos en forma de gota balanceándose libremente, su coqueta cintura, su tersa piel color nuez, y su vagina velludita, pero elegantemente recordada, postrada en ese magnífico marco de sus gruesas piernas y su femenina cadera.

No le perdía el rastro a cada movimiento ahora que regresaba a su cama, recostándose por encima de sus cobijas en esta ocasión, separado un poco sus piernas para poderse tocar su caliente sexo con una mano y sus endurecidos senos con la otra.

Mientras me zanjaba fuertemente mi lubricado pene completamente endurecido, fuera de mis pantalones deportivos, mi madre continuaba acariciándose con dulce placer; su respiración se agitaba cada vez más, inflamando su tórax, levantando todavía más sus hermosas tetas grandes y firmes como montañas desde mi perspectiva, engalanadas por su par de pezones marrones completamente erectos. Expulsando un pasional gemido, seguido de uno más, mientras su mano la estimulaba como loca entre sus piernas, obligándola a separarlas cada vez un poco más, y al mismo tiempo permitiéndome ver más profundo en medio de ellas.

Sus movimientos se hacían más intensos, se contorsionaba en su cama al borde del orgasmo, gimiendo eróticamente a punto de venirse. Tocándose con erotismo, meneando las caderas de arriba abajo, metiéndose los dedos de su mano profundamente, estimulando su parte más privada, haciendo que sus pechos rebotasen sensualmente en cada vaivén, bailando como preciosas perlas brillantes por el sudor que escurría de ellas.

Y entonces, cuando pensaba que no podría mejorar, me habría las piernas velozmente develándome esa majestuosa vagina madura, completamente lubricada por sus jugos íntimos escurriendo por todos sus labios rosados, inflamados y enrojecidos, completamente estimulados. Siendo ultrajados por sus dedos humedecidos con sus uñas largas sin pintar, masturbando su bien parado clítoris con desdén, provocándose intensos espasmos que la hacían arquearse por el ardor y tortuoso placer de aquellas carisias, gozando más y más, hasta que un instante expresaba un agudo alarido descorazonador, mientras su vagina explotaba entre sus manos, expulsando todo ese acuoso néctar trasparente, entre chapoteos de sus dedos haciéndola venirse intensamente.

Completamente pasmado miraba la estremecedora escena, vinculando el orgasmo de mi madre con el mío, haciéndome eyacular ahí mismo, sin importar manchar todo el piso con el espeso contenido de mi pene hinchado y sonrojado por la brusquedad de mis jaloneos estrujándole.

Justo cuando creía que todo había terminado, mi madre se levantaba y tomaba aquel consolador color lila sacándolo de su empaque. Lo miró un momento, y tras comprobar que tenía carga encendiéndolo y apagándolo enseguida, le dio una muy sensual chupada.

Recorría su lengua por todo lo largo del suave juguete, cubriéndolo con su saliva hasta dejarlo completamente empapado. Enseguida regresó a su cama y se recostó con sus piernas abiertas dobladas frente a ella, y sin más comenzó a introducirlo en su recién eyaculada vagina completamente lubricada, permitiendo que aquel falo de plástico curvo, con una pequeña saliente en su base que sirve para estimular el clítoris, entrase en su nuevo cálido hogar.

Con gran delicia se metía excitantemente el artefacto sexual, produciendo un sonido acuoso al pasar entre sus pliegues vaginales, empapándolo a su paso. Lentamente hasta el fondo de su intimidad, gozando como nunca. Arqueaba su espalda, se perdía en sus caricias, y gemía como cachorrita. En verdad lo estaba disfrutado.

Y yo, con mi polla recién exprimida, continuo deleitándome con las imágenes explicitas que llegan a mis ojos, conservando mi erección lista para otra zancada. Ahora con mis pantalones hasta los tobillos, aún en cuclillas, cuidándome de no ser descubierto.

Miro como mi madre se saca el consolador y lo enciende, para enseguida regresarlo a su húmeda cueva. Ahora con las vibraciones, el sonido acuoso acentúa lo mojada que estaba. Su vagina brillaba con sus jugos embarrando todo el dildo a su alrededor.

Toda su habitación se había impregnado de su aroma, de su excitación. Olía a sexo. A su sexo completamente empapado, estimulándose tan satisfactoriamente que parecía haberse olvidado que no estaba sola, pues ahora expresaba todo su placer sin pudor ni recato.

Estaba tan excitada que lo disfrutaba abiertamente, gimiendo y sollozando sensualmente, relamiéndose los labios, tocándose todo su cuerpo, penetrándose aquel vibrador con ferocidad, cada vez más rápido y más fuerte. Haciendo esfuerzos sobrehumanos para estimularse velozmente, metiéndose todo el dildo tan profundo como su extensión se lo permitía, llegando hasta la estimulante base que vibraba sobre su clítoris arrancándole un genuino espasmo orgásmico en cada estocada.

Meneaba las caderas con extrema explicites, pujando con rudeza para estrangular el juguete sexual dentro de sus cavidades. Estaba a punto de venirse. Lo sabía. Y yo también quería hacerlo de nuevo. Me dolía por lo sensible que estaba, pero me gustaba tanto que no me importaba sufrir con tal de gozar de ese momento irrepetible en mi vida.

En ese instante mi madre se llevó su nuevo juguete hasta las profundidades de su empapada vagina, haciendo que la base del vibrador se calvara en su clítoris. Y ahí lo dejó un momento, disfrutando de las deliciosas sensaciones que estremecían todo su cuerpo, hasta lo más profundo, arrancándose su inminente orgasmo. Entonces, enmudeció. Endureciendo su mandíbula, apretando los dientes, frunciendo el ceño y el coño, para finalmente dar paso a un potente chorro trasparente que expulsaba desde las profundidades de su más íntima sexualidad, proyectando el dildo fuera de ella, mientras eyaculaba sobre él, gimoteando agitadamente completamente loca de placer, restregando sus dedos de nuevo sobre su rosado clítoris totalmente asomado entre sus mojados pliegues, metiéndose sus dedos medios, haciendo una cuneta con ellos para masturbarse su punto de placer dentro, secretando más y más de sus espesos fluidos que no paraban de escurrir por todos lados, hasta que de pronto, alcanzaba otro orgasmo, eyaculando de nuevo, en menor cantidad pero con más fuerza, expulsando todos sus líquidos casi hasta salirse del borde de la cama.

Y seguía, sus manos no paraban y sus dedos seguían embistiendo y ruborizando con despiadada ferocidad, sus dedos la complacían profundamente entrando y saliendo a velocidades inhumanas, chapoteando en todos sus fluidos, resonando en sus labios rozados. Cuando eyaculaba una vez más, aventando sus chorros de placer con fuerza e intensidad hasta el borde de la cama, para finalmente estallar en un último orgasmo que le escurría como miel por toda su conchita completamente hinchada y enrojecida por el maltrato recibido, babeando todas sus secreciones que manchaban las sabanas de su cama bajo sus nalgas, exhalando un profundo suspiro de total satisfacción, cerrando sus piernas y retorciéndose sobre su cama, sucumbiendo ante la intensidad del momento más excitante de su vida, doblando sus rodillas, cerrando los ojos y endureciendo la mandíbula, intentando resistir tanto placer desmedido.

No podía creer lo que estaba presenciando. Había ido demasiado lejos. Aquella broma se había salido de control. Se habría convertido en una experiencia que marcaría mi vida para siempre. Ver a mi madre en ese estado, desnuda, completamente excitada, y tocándose tan explícita y grotescamente, ahí, justo frente a mis ojos, sin poder parar de venirse una y otra vez, gozando intensamente fue lo más extremo que me ha llegado a pasar jamás. Pero también lo más excitante.

Si te ha gustado el relato, no te pierdas la segunda y última parte, te prometo que será más intensa.

Gracias por llegar hasta aquí.

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Te deseo Felices Fantasías.

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