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Viagra fem a mi mamá (2-2)

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Desde aquel día estaba muy arrepentido y apenado. Realmente me sentía mal por lo que había provocado. Debía haber sido una simple broma, pero se había salido de control, y jamás tendría cara para confesarle a mi madre, que quien la había puesto de esa forma aquella noche, había sido yo. Por lo que no dije nada.

Quería olvidarlo todo, fingir que nunca había pasado, pero mi mamá no me lo permitía. Cada vez que la miraba la recordaba desnuda, tocándose con extremo placer sobre su cama, y masturbándose con ese maldito juguete. Ya nunca pude verla con los mismos ojos.

A ella parecía no importarle, lo tomaba bastante bien y con toda normalidad. Claro, no sospechaba ni un poco que la había espiado durante todo ese momento privado en su habitación. De hecho, se le notaba mucho mejor, ahora se le miraba más feliz, alegre y relajada. Seguro que lo había disfrutado, era algo que necesitaba para ella misma.

Lo sabía porque me lo había confesado, incluso se había tomado su tiempo para escribirme una reseña impresa en papel, de una hoja completa. Me sentí todavía peor. Era en ese momento cuando debía confesarle todo, pero no pude. Se le veía tan feliz y entusiasmada que mejor me decidí por tomarlo de un modo meramente profesional. De alguna manera quería redimir ese oscuro sentimiento de arrepentimiento que cargaba dentro de mí, por lo que le entregué la reseña a mi superior, cual sería completamente anónima, por supuesto, así al menos valoraría el momento y tiempo de mi madre.

Pero no sé, seguía teniendo esa tristeza atorada. No me sentía mal por haberle dado aquellas pastillas. Me sentía terrible por haberla espiado, por haber invadido su intimidad, pero sobre todo porque me había gustado, y demasiado.

Aquel momento tan extremo me había marcado tan profundo que no podía pensar en otra cosa. Las imágenes de mi madre desnuda rodaban en mi mente todo el tiempo, y me excitaba, mucho. Me tocaba en las noches pensando en ella. Me hacía venir dedicándole todo mi placer y al final eso me hacía sentir todavía peor.

La caja

Los días pasaban mientras intentaba dejar mis errores atrás. Las cosas se normalizaban poco a poco en mi trabajo, y mi madre más feliz que nunca con su regalo nuevo. Así hasta que un día llega mi jefe con una gran caja hasta el almacén en donde acomodaba la mercancía antes de iniciar la venta del día.

Se me hizo extraño verlo ahí, pues no es parte de su trabajo. Enseguida me apresuré a ayudarle quitándosela de las manos. -¿Dónde la quiere señor? –Le pregunte abochornado, creyendo que me reprendería por tener que hacer mi trabajo. Pero nada. Me sonrío y me dijo: -Es tuya.

No supe que decir. No estaba seguro si me la estaba regalando o me estaba dando a entender que ahora era mi problema. Creí que serían desperdicios o algo así. Entonces la puse sobre una mesa y la abrí, mientras mi jefe esperaba.

Dentro de la caja había un coctel de productos nuevos; vibradores, dildos, lubricantes y todas esas cosas que vendíamos. Sin pensarlo, sabía que eran cosas que debía registrar, catalogar, etiquetar y clocarlas en el mostrador.

Pero mi jefe tenía otros planes. –Ahora tienes un nuevo trabajo. Me ha encantado tu idea. –Me decía. –He leído la reseña que me has entregado y me pareció tan buena que se la he mostrado también a nuestro proveedor, quien como sabes también es nuestro más importante socio. Lo platicamos en la junta y nos pareció excelente idea hacer pruebas de mercado como la que has realizado. Así podremos posicionar mejor el producto en nuestras tiendas y servirá para desarrollar nuevos productos.

Fue así como me convertí en la presa de mi propio éxito. Aquella broma me había estallado en la cara, y ahora no podía ni salir de ella. No podía negarme a su propuesta, viniendo de la propia voz del gerente. Era como negarme a un acenso, traicionando su confianza además. No habíamos hablado de la paga, pero seguro que debía incluir algún incentivo.

Sin más opciones acepté y le agradecí por la confianza, llevándome aquel cubo de cartón a casa ese mismo día.

Al llegar al complejo, saqué la gran caja del auto y la subí al departamento. Enseguida la coloqué sobre la mesa del comedor mientras mi madre me cuestionaba sobre el contenido, viéndome hacer esfuerzos graciosos desde la cocina.

-¿Qué llevas ahí? -Se me acercó replicando la pregunta. Y ahí sudé en frío. Por una parte quería decirle, pero eso implicaría que ella quizá se prestara a ayudarme y con ello se repetiría todo de nuevo. Pero por otra parte, necesitaba de su ayuda pues yo no podría con todo y no sabría escribir reseña tan buena como la suya. A demás, tarde o temprano se tendría que enterar.

Pensando todo eso en pocos segundos, habría la caja buscando las palabras adecuadas. Así, comencé a sacar los artículos uno a uno, poniéndolos sobre la mesa sin decir nada. Mi madre solo miraba.

Del interior saqué un dildo en forma de pene con base de succión, de unos veinticinco centímetros. Un vibrador clásico, Hitachi, de esos con forma de helado. Bolas chinas. Un plug anal con vibración, muy novedoso en esos días. Un consolador de doble penetración. Lubricantes, preservativos, aceites para masaje, y por último, la estrella de todo el contenido. Un exclusivo anillo vibrador para enfundarlo en la base del pene, lo último en juguetes sexuales.

-¿Te los dieron a guardar? ¿Acaso ya no tienen espacio en el almacén de tu trabajo? –Me preguntaba en tono de burla al casi llenar la mesa con juguetes sexuales. –Me los han dado para probarlos. A mí jefe le ha gustado tanto la reseña que escribiste, que ahora me ha encomendado que promocione estos artículos, a cambio de más reseñas.

-¿Tu jefe? ¿En serio? –Se burlaba de mí, creyendo que fanfarroneaba, ahora que en verdad no lo hacía. Por suerte tenía cómo respaldar mi palabra, pues mi jefe me había dado un documento con el listado del contenido de la caja firmado por ambos al pie de la página. El cual le mostré.

-Huy sí, y como tienes muchas amigas que te ayuden ¿verdad? –Bromeaba humillantemente, haciéndome la vida más difícil. Pero bien sabía que lo hacía para que le rogara, todo era parte de nuestra forma de ser.

-Pues ni modo que te diga a ti. Son juguetes para adulto, no de niño. –Respondía el sarcasmo haciendo alusión a su figura juvenil y baja estatura. –Ja-ja, que gracioso. Entonces ve a pedírselo a tu novia. Hay perdón, no tienes. –Finalizaba, cerrándome la boca.

Lo haría, no tenía duda, sin embargo esa tarde no tomó ningún artículo. No le insistiría, ni un poco, si no quería, ya estaba, no pasaría nada. Ni siquiera estaba seguro de querer hacerlo, después de todo, es mi madre.

Dejé pasar los días y aquella caja seguía esperando en un rincón entre la sala y la cocina, como tentando a quien pasara a su lado. Sin embargo cada vez se le miraba un poco más vacía. Aquel dildo con succión había sido el primero en desaparecer, a las bolas chinas no se les miraba por ningún lado, junto con el vibrador Hitachi en forma de helado.

Sabía que mi madre se pasaba su tiempo libre reconfortándose y divirtiéndose con aquellos artículos, explorando su sexualidad. Pero prefería no pensar mucho en ello, me ponía muy mal; me sentía culpable, como si estuviese haciendo algo indebido. Aunque al mismo tiempo me excitaba muchísimo, imaginarla disfrutando de los productos. En una ocasión la llegué a escuchar en la ducha gimiendo placenteramente y me quedé oyendo todo, hasta que terminó. No me hizo falta mirar, con el cambio de ritmo en sus quejidos pude saber perfectamente lo que hacía dentro.

Se montaba en un consolador, se podía escuchar como vibraba entre el torrente de la regadera, sus gemidos me explicaban cuanto lo estaba gozando, aumentando la intensidad hasta hacerse venir en un profundo grito ahogado de placer.

Ese día, cuando terminó, me encontró en la sala al salir del baño. Escondido su toalla pude ver el vibrador y el dildo con succión. –Quería comprobar si era a prueba de agua. –Me dijo con una sonrisa de total satisfacción y extrema coquetería.

Me tenía vuelto loco. No dormía. Apenas comía. El estrés me estaba matando. No había día en el que no pensara en ella, en los juguetes y en sexo. En su sexo.

Aguas turbias

Habrían pasado un par de semanas cuando se acercaba mi madre a entregarme una carpeta, seguramente con las reseñas de los productos que había probado. No dije nada. No pude bromear, no pude romper el hielo, ya no podía soportarlo más.

Antes de entregar el reporte de mi madre, lo leí, y me toqué. Imaginar cómo los había probado me excitaba mucho. Describía cada detalle explícitamente, sin pudor ni recato. Frases como “Su textura se siente muy real dentro de mi vagina” “tiene el tamaño justo para complacerme” “Se puede dilatar el ano lentamente” o “Sirve muy bien para estimular el clítoris y la vulva al mismo tiempo” me volvían completamente loco.

Como nuestros horarios casi no coincidían, no podía saber cuáles artículos ya había probado, pues lo hacía siempre cuando yo no estaba en casa. La única pista que tenía para saberlo era la caja. Esta vez había desaparecido el consolador de doble penetración. Solo quedaba el anillo, los lubricantes, aceites y el plug anal vibrador.

Semanas después me entregaba otra carpeta más. Leí su resumen, me ha dejado tan caliente con este último que me masturbé un par de veces. “Me dolió un poco, pero al final logré metérmelo por completo, en ambos orificios” escribía. “Me ha hecho correrme intensamente” “La sensación es increíblemente excitante” “Me gustó mucho estimularme por el culito al mismo tiempo” Fantasear todos los días con aquellas frases.

Una pequeña ayuda

Intentaba olvidarme de ello, pero no podía, el departamento se había convertido en una cabina de sexualidad. Me encontraba los juguetes sexuales por todas partes; en el baño, en la sala y en su recamara. Y a ella se le veía muy alegre, risueña. Le gustaba no había duda.

Pero de pronto, un día todo cambió. Simplemente dejó de entusiasmarse. Ya no me entregaba los escritos de sus experiencias. Se veía cabizbaja, cansada, como melancólica o decaída. Creí que se le pasaría, pero las semanas pasaban y su ánimo no realzaba.

Entonces supe que debía actuar, era momento de entrar en acción y darle un pequeño empujón. No quería presionarla, pero el compromiso con mi jefe estaba ahí, y ese mes no había entregado mi reporte.

Primero traté de reanimarla invitándola a cenar, la llevé al cine, al parque, al centro comercial y esas cosas, pero aunque logré alegrarla un poco, aún se mostraba con recelo.

Ya comenzaba a preocuparme, mi futuro laboral estaba en juego, ya no podía dejarlo así nada más después de llegar tan lejos. Mi jefe estaba encantado, los accionistas estaban más accesibles que nunca e incluso ya se negociaban con nuevos socios. Si desistía ahora les quedaría muy mal.

Por lo que me vi obligado a implementar medidas drásticas. Recurriría de nuevo a aquellas pastillas mágicas. Sí, compré más Viagra Fem y me dispuse a dárselo a mamá, ahora por un motivo meramente profesional.

Me sentía terrible, pero en parte sabía que ella también lo necesitaba. La edad ya no era lo mismo, y aquella pequeña ayuda le regresaría de nuevo esa vitalidad y entusiasmo que había perdido.

Convencido con aquel chantaje, le serví un par de pastillas en su té y se lo di a beber. Fue en un viernes, cuando ya descansábamos los dos de una larga semana. Estábamos en las sala, ella sorbía lentamente saboreando su té de frutos, mientras yo aguardada en calma.

Ya no esperaba nada, solo quería que funcionara una última vez para que mi madre probase los artículos faltantes y así cumplir con mi compromiso, entregando los ensayos e intentar salir de ese maldito problema de una vez por todas. Pensaba, cuando mi madre se terminaba su bebida caliente

Enseguida, entré a mi recamara intentando no imaginarme nada pecaminoso antes de dormir. Sin embargo, justo cuando había tomado aquella decisión escucho a mi madre gritándome para que saliera un momento. Armándome de valor, salí de mi habitación para encontrarla en el comedor sumergida en la caja dispuesta sobre la mesa.

-¿Para qué es esto? –Me preguntaba, con los lubricantes y aceites en mano. Enseguida le expliqué un poco lo que decía en el empaque, pues estaba en japonés y pocas palabras en inglés. -¿Entonces sirven para dar masajes? –Cuestionaba de manera sugerente mientras se encaminaba a su habitación, para enseguida salir con su ropa de baño en mano. –No me caería mal un masaje en este momento ¿sabes? –Terminaba de insinuarme antes de meterse a bañar.

Lluvia de mi madre

Estaba perdido. Justo cuando menos quería estar con ella, me invitaba a acompañarla, y no solo a verla, sino a participar en su momento privado. Quería salir huyendo, pero no podía negarme, sería muy déspota de mi parte, lo veía más como una forma de agradecerle por la ayuda, pagándole con un buen masaje.

Dudaba, estaba sudando y temblando de nervios, caminaba en círculos como fiera encerrada. La espera era insoportable; mis piernas no me soportaban, se me doblaban las rodillas del miedo, mi corazón se agitaba y la boca se me resecaba, cuando mamá salía del baño.

Al verme me sonrió pidiéndome que la acompañara a su cuarto. –Trae los aceites para el masaje. Me dijo, dejándome sin salida. No tenía excusa, y tuve que entrar a su recamara.

Enseguida, mi madre se bajó su bata hasta la cintura y se tumbó sobre su cama, con la espalda descubierta hacía a mí. Nervioso, tomé el aceite para masaje, lo destapé y comencé a frotarlo en su delicada piel suave, aún tibia por el vapor del baño.

Lentamente masajeaba sus hombros, brazos, espalda y cintura. Ella me agradecía relajando su cuerpo y expresando sutiles gemidos a medida que aquellas pastillas surgían efecto.

Mi plan era darle un rápido masaje y largarme cuanto antes para dejarla sola. Pero ella tenía otras ideas. Mientras mis manos aún recorrían su espalda ella sacaba de entre sus piernas un artefacto sujeto a un cable, y de inmediato supe lo que era.

Se trataba del Plug anal con vibración a distancia, por cable, pues aún no se perfeccionaba la tecnología Bluetooth. Y sin decir nada, lo encendió. En seguida todo su culito comenzó a vibrar. No podía creerlo, pero lo comprendía. Sabía que estaba pasando por un momento de extrema excitación que no podía controlar.

Continué masajeando a mi madre, escuchado aquel sutil zumbido del juguete complaciéndola dentro de sus nalgas, jugando con las vibraciones del Plug, aumentándolas y bajando su intensidad por momentos, mientras yo seguía relajándola.

Mis manos temblaban incontrolables, mi corazón latía fuerte y veloz amotinando la sangre en pene, inflamándolo lentamente a pocos centímetros del trasero de mi madre. Mis manos cobraban conciencia propia, deslizándose cada vez más lejos de su espalda, rozando sus suaves nalgas.

Y mamá no decía dada, tan solo se dejaba llevar por los placeres estimulando su cuerpo, en su espalda, glúteos y su cavidad anal con ese juguete sexual dentro de ella. Sabiendo que no se opondría, liberé mis manos, dejándolas ir junto con su goce, deslizándolas bajo su bata, posándolas ahora con todo descaro sobre sus suaves bombones esponjosos, agasajándome sin recato con su dulce colita caliente bajo mis palmas.

Ella lo agradecía, seguro que le gustaba. Lentamente le quitaba su bata, exponiéndola, deleitándome con la imagen de su culito empotrado en el vibrador y su vagina mojada bajo él.

Y mi pene reventó. Lo sentía al cien, también mojado por las eyaculaciones previas involuntarias. Sentía que se me iba el aliento, temblaba con gran ansiedad. No sabía ni que pensar. Mi madre se regocijaba de placer en mis manos y a mí me gustaba mucho verla así. Feliz, relajada, alegre y tremendamente excitada.

Entonces miré el Hitachi sobre su buró de noche; aquel vibrador en forma de helado. Hice una pausa, lo tomé, lo encendí y comencé a recorrerlo por toda su espalda. Ella se conmocionaba soltando pequeños gemidos extremadamente sensuales que me decían lo mucho que le gustaba.

Continuaba recorriendo, sus hombros, su cintura, espalda baja y sus glúteos. Al llegar a ellos, noté como también subía la intensidad de su propio vibrador con el control alambico en su mano derecha. No queriendo quedarme atrás, subí la intensidad del Hitachi y seguí recorriéndolo por sus nalgas, pasando por sus piernas hasta llegar sus pies. Ahí me asombré con la vista de su vagina brillando por sus jugos escurriendo de ella. No podía quitarme esa imagen de la mente, ni la idea de masajearla en ese lugar.

Sabía que no se negaría, estaba demasiado estimulada para poder medirse a esas alturas. Entonces regresé el vibrador por el mismo camino, subiendo desde sus pies, pantorrillas, hasta llegar a su entrepierna y comenzar a inmiscuirme entre sus muslos. Enseguida mi madre separó sus piernas, abriéndole camino al Hitachi para dejarlo llegar tan lejos como quisiese. No desperdiciando la oportunidad, lo acerqué a su vagina húmeda hasta rozarlo sobre sus labios sutilmente. De inmediato soltó un pequeño grito de placer, seguido de un profundo y largo gemido intentándolo resguardar dentro de su boca inútilmente. -¡Haa! Mmmm.

Seguí deslizando el juguete, chapoteando con sus jugos estampados en su vagina, produciendo un sonido acuoso, resonando con las vibraciones del Plug anal haciendo eco dentro de su cuerpo. Pero deseaba más, ambos queríamos más. Entonces tomé el lubricante, lo abrí y lo unté sobre la redonda base del cono vibrador.

Era plan con maña. Sabía que aquel líquido a su vez, tenía un activo estimulante, que sumado al producto en sus venas la haría gozar como nunca en su vida. Posé el lubricado juguete, restregándolo en su vulva, haciéndola estremecerse entre gemidos y contoneos de su cadera, masturbándose a su vez con su toalla debajo, ahora completamente mojada con sus jugos que no dejaban de escurrir lánguidamente, mientras el aceite poco a poco comenzaba a surtir su efecto.

Yo temblaba incontrolablemente, aquello era demasiado intenso para mí, nunca me hubiese imaginado a mi madre de esa forma, y además participar. Era por mí que estaba así, y eso me confundía mucho. Por una parte me sentía mal, pero por otro lado estaba tan excitado como ella; sentía mi pene tan inflamado que me dolía, necesitaba tacarme, masturbarme viendo a mi madre gozando intensamente hasta vaciarme los testículos, aunque fuese solo para desinflarlos un poco.

Ella estaba a punto de venirse, gemía y sollozaba, su respiración estaba incontrolable, subía y bajaba su cintura embarrándose el vibrador en su dilatada y brillante conchita velluda, jugosa y deliciosa. El vibrador no se separaba un segundo de su vagina, haciendo palpitar su clítoris hasta lo más profundo de su ser, obligándose a jadear y regocijarse entre espasmos compulsivos en todo su cuerpo ante el inhumano y cruel orgasmo que se amotinaba en las húmedas cavidades de su acalorada feminidad.

Gemía, vibraba, se conmocionaba, se lubricaba y estimulaba, hasta que finalmente explotó en un doloroso grito que intentaba ahogar dentro de las sabanas de su cama embarrando la cabeza del Hitachi con su cremosa eyaculación profusa que se escurría hasta mojar por completo su toalla bajo su estimulado cuerpo.

La vista era de ensueño, toda esa humedad, esa mezcla de líquidos, el olor, los sonidos, el calor que se había encerrado en la habitación y su enrojecida vagina; sudorosa, estimulada hasta hacerla venirse a chorros.

Pero aún no terminaba, mi madre seguía igual de excitada y deseosa de más placer, yo mismo estaba igual, ya no podía soportarlo más. Entonces me saqué el pene de mis pantaloncillos, estaba ya completamente mojado, lo acerqué a la vagina de mi mamá, y sin poderme contener se la dejé ir con firmeza.

Increíblemente ella no dijo nada, estaba tan perdida en su placer que no pensaba en lo que sucedía. Y me aproveché de ello, se sentía tan bien mi falo dentro de su hirviente y excesivamente mojada vagina madura, entre el sudor de su cuerpo, el lubricante estimulante y su recién orgasmo escurriendo alrededor, que goce como nunca.

Lentamente metía mi tranca por completo hasta llegar las hirvientes profundidades de mi madre, pude sentir la piel caliente de su colita bajo de mí, y mi pene bañándose de sus eyaculaciones. Lo metía y sacaba completamente empapado, cada vez más rápido. Aquel, se deslizaba con toda libertad en tan lubricada cavidad, mientras mis ojos se embellecían con sus redondas nalguitas y su culito abusado por el Plug anal vibrando en el último nivel de su poderío, estimulando a su vez la cabeza mi pene con aquellos terremotos dentro de ella.

Sabía que me vendría en cualquier momento, estaba tan excitado que no podría aguantar mucho. Sentía mi pene demasiado sensible, pulsando a punto de explotar y escupir todo su contenido. Entonces se lo saqué, y ya sin poderme contener, le quité el Plug de su culito y me dejé venir sobre su ano completamente dilatado. Sin perder la prisa, boté los juguetes a un lado y con mi pene todavía eyaculando se lo metí en por su pequeño hoyito haciéndola gozar ahora por un pene de verdad. 

Creo que le dolió un poco, quizá fui demasiado brusco, pero es que estaba tan caliente que no pude contenerme. Y comencé a cogérmela con desenfreno. Ya no medía nada, ahora daba rienda suelta a mis instintos inhumanos y prohibidos ante el incesto, estacándole mi falo enrojecido sin piedad, sacándolo y metiéndolo por completo, una y otra vez, provocando que mis muslos aplaudiesen al estrellarse violentamente en sus nalgas con brusquedad, una tras otra, más y más, mientras mi madre deslizaba su mano derecha por debajo de su cuerpo para masturbarse el clítoris con sus largos dedos, gimiendo como actriz porno, disfrutando y gozando de todo ese placer.

Mientras me la empotraba por el culo, ella me lo restregaba en las piernas, como agradeciéndome por todo ese goce que le provocaba. Cuando aquellos deliciosos ajetreos poco a poco aumentaban, dejándome ensartarle su hoyito más profundo, con sus pliegues anales completamente dilatadas, bailando al menear sus caderas de arriba abajo, masturbándome con sus nalgas, jugando en su coño con sus dedos, estimulándose tan embriagante, hasta que de pronto, me paró la cola para que la penetrase por completo, y así, mientras se masturbaba y me la cogía por el culo, se hacía venir por segunda vez, gritando agudos alaridos, engalanados con los hermosos acordes de sus dedos chapoteando entre los jugos de su vagina eyaculando en sus manos una vez más.

Mi madre gozaba, derrumbándose sobre la cama, derrotada por su segundo orgasmo, con sus brazos y piernas desfalleciendo, incapaces de continuar soportando su cuerpo, dejando mi pene colgando y escurriendo sobre ella. Pero quería más, así que la alcancé agachándome un poco para penetrarla de nuevo en su babeante vagina, sin dejarla rendirse.

-Espera, el anillo. –Me decía, casi sin poder respirar. -¿Qué? –Le preguntaba con la mirada perdida en su trasero, sin dejar de follármela tan delicioso. –Quiero probar el anillo vibrador. –Insistía mi madre intentando apararme.

Tras recobrar la cordura un momento, supe lo que me quería decir. Me estaba pidiendo que me la follara con aquel anillo aún guardado en su empaque, afuera, dentro de la caja. Sin pensármelo, salí a por él, lo abrí con desesperación y me lo puse en mi inflamado pene.

Rápidamente regresé con mi madre y me la encontré boca arriba con las piernas abiertas para mí, totalmente sumisa para que abusara de ella como más me placiera. Me puse encima, le besé un poco sus hermosos y grandes senos, le chupé sus pezones, mamando un poco de ellos como solía hacerlo hacía mucho tiempo, le besé el cuello y lentamente comencé a meterle mi pene, en su empapada vagina, hasta el fondo, para que pudiese disfrutar del anillo enfundado en la base de mi escroto.

Las vibraciones de aquel artículo eran increíbles, estimulando su clítoris y mi pene al mismo tiempo. Era tan placentero que no hacía falta hacer más, era seguro que nos haríamos venir otra vez rápidamente. Sentía mi pene enfundado dentro de los suaves pliegues ardientes de las acuosas cavidades de mi madre, mientras la base de mi escroto temblaba sobre su clítoris haciéndonos gozar como nunca.

Poco a poco, escuchaba los clamores de mamá aumentando su frecuencia y volumen, gimiendo cerca de mi oreja en cada arremetida que le estacaba, fuerte y profundo, mojándola más y más, embarrando mi polla y mis muslos con sus lubricaciones cremosas, haciéndola gozar como nunca, arrebatándole un sensual quejido de pacer en cada estocada. Cuando en un momento mi madre cerraba los ojos, rindiéndose al momento, sometiéndose al placer que le estaba otorgando, yo, mi pene, y aquel anillo entre nuestras partes íntimas. Estiró sus manos, relajo sus piernas doblando un poco sus rodillas y se dejó venir por completo.

Ahí supe que era mi oportunidad, era mi llamado. Entonces anuente mi intensidad, mi prontitud y ferocidad. Descargando toda mi frustración, mis ganas de una mujer, y mi estrés acumulado de tanto tiempo. No pensé en nada más que mi placer, solo quería correrme dentro de ella, sin importarme que fuera mi madre. Ahora me la cogía como si fuera una cualquiera, sin piedad, con desdén y brutalidad inhumana. Mi pene se deslizaba fácilmente con tanta lubricación, entrando profundamente y sacándolo casi por completo antes de regresarlo bruscamente, estrellándolo en lo más recóndito de su abierto coño.

Y así, finalmente sentí como mi escroto sucumbía al vibrante anillo abrazado a él, y al delicioso coño de mi madre restregándose en mi glande. Estallando en un intenso orgasmo, que me estremecía desde mi fastidiado pene hasta cada parte de mi cuerpo, llenándole de leche su ya de por sí calada vagina, vaciando todos mis testículos en ella, desahogándome de tanta ansiedad y deseo en un incontenible espasmo que me obligaba a penetrarla profundamente para eyacular hasta lo más adentro en su intimidad, provocando que el anillo se afianzara fastidioso en su sensible clítoris. Y entonces, mientras mi pene aún convulsionaba dentro de ella, sentí como los músculos de su pelvis se contraían estrujándolo fuertemente, exprimiéndole hasta la última gota, al tiempo que ella eyaculaba protagonizando su propio orgasmo, gimoteando de placer con gran sensualidad, sacudiendo sus caderas como si me estuviese ordeñando el pito con su vagina.

Fue simplemente extremo, muy intenso, desmedidamente placentero, nunca me había venido así, sentía mi pene ardiendo, inflamado y morado, como si le hubiesen puesto una buena paliza. Se me acalambraba el escroto, me dolía, mucho. Y no era para menos, con tremendo follón que le había puesto.

Sin embargo ella quería más, estaba extasiada, fascinaba y encantada. Realmente lo estaba disfrutando y no quería que terminara. Yo estaba completamente satisfecho, pero mi madre, ella estaba drogada con todos esos estimulantes en su cuerpo, haciéndola multiorgásmica. Era como si ya no fuese ella misma, se había convertido en una zorra, en una ninfómana irreconocible, y no podía dejar de follar.

Cuando creí que todo había terminado, mi madre se daba media vuelta poniéndose en cuatro para mí, levantándome todo su culo empapado para que la acoplara de nuevo. Pero yo ya no quería más, ya no podía seguir, estaba vacío y sin fuerzas. Sin embargo debía continuar, era mi penitencia por mi osadía, por esa estúpida broma que nunca debí haber comenzado.

Acerqué mi pene reavivándolo con bruscos ajetreos para evitar que desfalleciese. Realmente me dolía, aquel anillo aun vibraba en la base de mi escroto sobre estimulado, torturándome con la prolongada agonía. En verdad necesitaba esperar un momento antes de continuar, pero no podía, en cambio le deje ir toda mi polla una vez más, deslizándola hasta el fondo y con todo el sufrimiento comencé a metérselo y sacárselo tan fuerte como podía, con las fuerzas que aún me quedaban. Haciendo esfuerzos sobrehumanos.

Ella, ella estaba en otro lugar, perdida en su propia complacencia, concentrada en gozar, sin importarle que fuese con el pene de su hijo, meneándose de adelante hacia atrás para compensar mis decadentes embestidas, restregándome sus nalgas en mis muslos, empujándose con sus manos sobre la cama hasta venirse de nuevo.

Está ves fue pronto, por fortuna. Fue un pequeño y rápido orgasmo, pero igual de intenso, obligándola a sacarse mi falo para terminar de exprimirse su chorreante coño con la mano, mientras yo terminaba de sucumbir al extenuante trabajo, desfalleciendo de espaldas sobre la cama.

Me quité el anillo, lo apagué y lo boté junto a los otros dos artefactos oscilantes en el borde de la cama. Intentaba recuperar el aliento, sentía mi pene adolorido, rosado y fastidiado, sin embargo aún levantado al cien, al tiempo que mi madre termina de venirse a un costado de mi. Mi mente me daba vueltas, tenía sentimientos encontrados, estaba hecho un mar de emociones. Me sentía mareado como si me fuese a desmallar. Me dolía todo, especialmente los músculos de mi entrepierna.

Reflexionaba como presidiario tras las rejas, mirando el techo, arrepintiéndome de mis pecados recién cometidos. Cuando mi madre se daba vuelta a mí. Me sonrió, como siempre lo hace, como si no estuviese pasando nada malo. De alguna manera lo tenía todo controlado. No como yo, que ya no sabía ni quién era.

Entonces se me acercó con una mirada malévola y una sonrisa psicópata, deslizándose hacia abajo, hasta mi polla que ya comenzaba a desinflamarse, aliviándome un poco el sufrimiento. Pero entonces mi madre se lo llevó a la boca y comenzó a chupármela sin piedad, levantándola de nuevo, provocándome de paso la peor tortura sexual que he experimentado en mi vida.

Era el pago que debería de pagar por mi estúpida travesura. Sentía su caliente boca succionándome el falo, llenándolo de sangre nuevamente, mamando con desesperación y extrema crueldad. Quizá ella no lo sabía, pero yo no podía soportarlo un segundo más, aunque no se lo dije. En cambio resistí, incapaz de quitarle su chupete de los labios mientras lo recorría por todo lo largo, morado ya, a punto de explotar o caérseme a pedazos.

Por fin se lo sacó de la boca, se colocó encima de mí y con una sonrisa de oreja a oreja se dejó clavar nuevamente sentada en mis piernas y encastrada por mi pobre y sensible polla.

Era terrible, pero mi madre lo gozaba como nunca, estaba delirando, alegre y extasiada. Me miraba fijamente, con una sincera sonrisa, lo estaba tomando muy bien. O había perdido la cordura o ya nada le importaba. Parecía como si estuviésemos jugando tan solo, como aquellos tiempos en los que peleábamos en la cama haciéndonos cosquillas el uno al otro. Solo que ahora lo que hacíamos era el amor, placer pecaminoso. Incesto.

De alguna forma había logrado tomar mi trampa y estampármela en la cara, o en mi pene, una y otra vez en cada dolorosa sentada, cabalgándome como su juguete, como otro más del cual escribir una reseña, sin importarle lo que yo sintiese, sin importarle nada más que su propio placer. Un placer que no cesaba, potenciado por los activos recorriendo sus venas, sensibilizando hasta sus más íntimas partes, haciéndola perder la cordura, masturbándose con migo, con su propio hijo, como si fuese un artículo más de aquella caja, empalmándose con mi desamparado pene cruelmente, una y otra vez a punta de sentones, penetrándose profundamente sin ficción alguna por todas esas torrenciales secreciones que habían empapado nuestros cuerpos, produciendo un excitante chapuceo en nuestros sexos.

Y me miraba, y me sonreía. Se divertía como infante montada en un juego mecánico, nada le importaba, ni le preocupaba, no había remordimiento en su mirada, solo placer, lujuria y ferocidad, hambre de más, de hacerse venir una y otra vez. Persiguiendo con desesperación que mi pene llegara a su punto de placer dentro de ella, acomodándolo dentro de su escurridiza cavidad para complacerse en donde más le gustaba, meneando las caderas, estampándome sus nalgas, aferrada a mi pecho con ambas manos y sacudiéndome la polla dentro de ella. Y esa maldita sonrisa en su rostro, diablos como lo estaba disfrutando.

Se divertía con mi sufrimiento, con mi hinchado y sobreestimulado pene dentro de ella, aumentando el ritmo de su infame baile caribeño sobre mi tranca, regocijada por toda la mezcla de emociones naturales y artificiales dentro de su cuerpo hasta que finalmente y por última vez, se dejaba venir sobre mí, exprimiendo de su vagina hasta el último rocío de aquel liquido femenino escurriendo de ella al sacarme mi pene, aliviando mi sufrir, y consolándolo con las tibias gotas blanquecinas de su más íntimo placer al caer sobre él, cubriéndolo con su perfumada escancia natural, mientras me gemía sensual y profundamente mente, totalmente satisfecha, como agradeciéndome por aquella estúpida e infantil broma que me habría costado muy caro, y sin embargo lo había disfrutado casi tanto como ella. Así hasta caer completamente exhaustos, casi perdiendo la consciencia, inertes, sin poder hacer más, quedando profundamente dormidos.

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