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Anoche soñé contigo ¿Ah, sí? ¿Y qué soñaste? (Parte 1)

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El deseo por tenerte me persigue hasta cuando duermo, el sueño representa lo que anhelo.

El clima no tenía piedad, trataba de perdernos en un congelado abismo, no exagero, simplemente no me gusta el frío. Mi rostro azotado por el viento helado se entumecía pero debo admitir que por dentro ardía, mi ritmo cardíaco iba de menos a más, temía que notaras mi nerviosismo, tomados de la mano entramos a ese lugar con el pretexto de evadir la baja temperatura.

Te quedaste de pie en el lobby que tenía poca iluminación, volteé a verte y tu silueta era golpeada por la luz que invadía la entrada dándote un aspecto divino, como si fueras una figura sacra te adueñabas de mi devoción. Cruce palabras con el encargado y me entregó una llave con el número 207, fui hacia ti, tomé tu mano y fuimos hacia el elevador.

Entramos al elevador y ese espacio reducido hacia que se escucharan mis latidos, creo que los oíste, me miraste y sonreíste de esa manera que me mata, y te acercaste para darme un beso; ese contacto de nuestros labios despertó algo en mis entrañas, una llama se encendió, pero como si fuera una travesura te moviste hacia atrás, mordiste tu labio inferior, volviste a sonreír y el timbre dio el aviso, llegamos al segundo piso.

Tomados de la mano buscamos el 207 en las puertas, los nervios eran tales que se me cayó la llave, y como si fuera una película de comedia americana nos agachamos al mismo tiempo a recogerla, no evitamos el reír. Finalmente abrí la puerta y te cedí el paso, entramos.

La habitación era confortable, te propuse quitar tu calzado, te vendría bien un masaje en los pies, no es que sea un experto pero quería aliviarte el cansancio de la caminata. Comencé a frotar tus pies con ambas manos, se sentían tibios, seguimos conversando, tu voz era la música que ambientaba el lugar; no podía quitarte la vista de encima, el brillo en tus ojos me daba la calma suficiente para apaciguar los nervios, la llama seguía creciendo, el calor interno se intensificaba.

No podía esperar más, mi boca reclamaba la tuya, me acerque para saldar esa deuda que teníamos, nos debíamos una enorme cantidad de besos, era hora de pagar. Me apetecía tanto tu boca, esos labios vestidos del color que sabes que me encanta. Era como si lo hubiésemos hecho por años, nuestras bocas se compaginaban a la perfección, como si se conocieran de vidas pasadas, y las lenguas se frotaban con vehemencia. Me convertiste en Batman cuando lamiste mis labios de esa forma tan lasciva que me provocaba a romper tus ropas, ansiaba tu desnudez, tu piel junto a la mía sin intermediarios. Obviamente no la rompí, hasta en los momentos de delirio conviene conservar cierta pesquisa de cordura.

Tus senos, como armas perfectas, apuntando hacia mí conocieron mis manos, por fin los descubría, ya los había imaginado antes, era inevitable pensar en ellos cada vez que veía una foto tuya. Imagina al ser más sediento sobre la tierra que encuentra de repente un oasis, así me sentía cuando estaba lamiendo tus pezones, no quería dejar de hacerlo, necesitaba saciar esa sed...

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