Nuevos relatos publicados: 0

Me llaman Cascabel (2)

  • 6
  • 16.556
  • 9,21 (19 Val.)
  • 2

-Sí, tía… entendido… -contesté mientras empezaba a desvestirme. Me quité toda la ropa y volví a sentarme para seguir desayunando.

–Sos un buen chico, querido, te portás bien, sos muy obediente y muy buena mucamita. Te merecés un premio…

Al oír lo del premio la miré a la cara y vi que sonreía de una manera especial.

-¿Un… un premio, tía?... ¿Qué premio?...

-Lo que a vos más te gusta, Cascabel… -dijo ella con un tono insinuante. Lo que más me gusta es la verga, pensé, pero ella es mujer, no puede darme verga.

-Pensá en algo que te gusta mucho, muuuuchoooooo, querido… -insistió y entonces me arriesgué: -Lo que… lo que más me gusta es… me gustaría una verga, tía Celia… -le dije con las mejillas ardiendo de vergüenza.

Ella río entre dientes y dijo: -Estaba segura de que me ibas a decir eso, putito. Y ése va a ser tu premio… Tía Celia se va a ocupar de conseguirte una verga, pero no cualquier verga, sino la de cierto señor que estoy segura de que te va a calentar mucho, Cascabel, porque es como los viejos que tenés en tu ordenador…

Yo no podía creer lo que estaba escuchando. Era como un cuento de hadas… Pero tía Celia me explicó su idea y estuve a punto de arrodillarme a su lado y besarle las manos como un gesto de emocionado agradecimiento.

-Yo ya le hablé de vos a mi jefe, pero hasta un punto. Le conté que soy tu tutora, que tenés dieciocho añitos, que sos increíblemente lindo y me doy cuenta de que al tipo le brillan los ojos. Hoy voy a ir a fondo y veremos qué pasa.

-Ay, tía, ojalá salga bien… ¿Así que es un señor mayor?...

-Sesenta y cinco años, Cascabel… Estatura media, robusto, pelo lacio y canoso peinado con gel.

Semejante descripción me excitó y desée con todas mis fuerzas que tía Celia tuviera éxito. Ella se fue a trabajar y yo me puse a hacer las tareas de la casa con la mente llena de fantasías sobre ese señor, hasta que a las cinco de la tarde sonó el teléfono: -Hola, Cascabel… -me saludó tía Celia con voz insinuante.

-Ho… hola, tía… .contesté después de aclararme la garganta y hecho un manojo de nervios.

-Oíme bien, nene. Date una ducha, vestite y te venís al estudio ya mismo. El doctor Iñíguez quiere conocerte.

-¡¿En serio, tía Celia?!... –pegunté casi gritando de tan entusiasmado que me sentía; entusiasmado, caliente y temeroso a la vez. Iba a ser mi debut sexual en manos de un señor de ésos que tanto me excitan. Me metí en la bañera y me duché, me lavé la cabeza, me enjaboné prolijamente y por supuesto me metí el dedo medio en el culo para asegurarme de que el sendero estuviera bien limpio. Para vestirme elegí un jean ajustado, una camiseta sin mangas y unas lindas zapatillas, sin medias, y cuarenta y cinco minutos después llamaba por el portero eléctrico al octavo piso oficina C de ese edificio ubicado en el microcentro de la ciudad. Estaba tan nervioso que temblaba de pies a cabeza y tuve que sujetar mi mano derecha con la otra para poder acertar con mi dedo índice en el botón indicado.

Fue tía Celia quien bajó a recibirme y le confié mi estado anímico.

-Te entiendo, Cascabel, pero tratá de calmarte. El doctor hizo que la secretaria se retirara, así que vamos a estar solos y me parece que te va a dar verga sin demora.

-Ay, tía… pude articular dificultosamente mientras ella me sobaba las nalgas.

Por fin estuve ante el doctor Carmelo Iñíguez, que me fue presentado así por tía Celia. Estábamos en la oficina del abogado, amplia y muy bien puesta. Él se puso de pie, rodeó el escritorio y vino hacia mí, Me hubiera gustado mirarlo, pero los nervios y la vergüenza me tenían con la cabeza gacha y los ojos obsesivamente fijos en la alfombra de color crema, aunque pude advertir que vestía pantalón gris, zapatos negros, una camisa blanca y corbata azul

-Hola, Cascabel, es un gusto conocerte… -me dijo cuando me tuvo ante él, muy cerca.

-Gracias, se.. doctor… Igualmente… - contesté con un hijo de voz y sin poder controlar el temblor que me agitaba entero.

-Celia, usted me ha dicho que su sobrino es un chico obediente, ¿verdad?

-Muy obediente, doctor. –confirmó tía Celia.

-Bueno, vamos a comprobarlos. A ver, Cascabel, desnudate.

Al escuchar semejante orden y al tener muy cerca al doctor Iñíguez mi calentura supero al miedo y a mis nervios. Lo miré de arriba abajo y pude ver que era exactamente el tipo de hombre que me calienta, un viejo pero al parecer en buena forma, un poco más alto que yo, robusto, de cabello gris peinado con gel, tal como me lo había descripto tía Celia.

-Ya oíste, Cascabel. –intervino ella a mis espaldas.

-Sí, tía… -murmuré con un hilo de voz  y me senté en la alfombra para quitarme las zapatillas mientras me daba cuenta, muy excitado, de que el bulto del doctor Iñíguez bajo el pantalón crecía lentamente y ya se alzaba en un ángulo de 45 grados.

Me puse otra vez de pie con la mirada fija en ese bulto y me quité la ceñida camiseta, el jean y vacilé un poco antes de sacarme la última prenda, el slip blanco con lunares negros.

-Vamos, Cascabel. –me apuró tía Celia y entonces, erizado de pies a cabeza, les ofrecí a los dos mi completa desnudez.

Hubo silencio durante un momento hasta que por fin, mientras yo temblaba de ansiedad, de nervios y de ganas el doctor Iníguez giraba a mi alrededor y me ordenaba: -los brazos al costado del cuerpo, Cascabel… No tapes nada de todo eso tan lindo que tenés…

-Sí, doctor… -dije y puse mis brazos en la posición ordenada.

-¿Qué le parece, doctor? –preguntó tía Celia mientras él se había detenido a mis espaldas.

-Es más lindo de lo que me imaginé, señora… Es un bocado de reyes… -le contestó el doctor y apoyó sus manos en mis nalgas: -inclinate hacia adelante, nene, con las manos en las rodillas… me ordenó y obedecí y él entonces empezó a pasar el canto de una mano por el medio de mi culo, entre ambas nalgas, de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba, una y otra vez, haciendo que mi calentura creciera más y más.

-Celia, desocúpeme el escritorio, por favor… Ponga todo en el piso.

-Sí, doctor… -dijo tía Celia y cumplió rápidamente con la tarea.

Entonces el doctor Iñíguez me tomó de un brazo, me llevó hasta el escritorio y me ordenó que me inclinara hasta apoyar el pecho en la madera, cosa que hice, por supuesto. Él se bajó el pantalón y el calzoncillo y de pie en el lado opuesto del escritorio me mostró su pija bien erecta: -Mirá, Cascabel, mirá el pedazo que te vas a comer… -me dijo y yo temblé de miedo y de ganas.

Mi culo iba a ser estrenado por ese ariete de carne que se alzaba enhiesto y listo para entrar en acción. Tía Celia me acariciaba las nalgas y de pronto preguntó: -¿Le alcanzo la vaselina, doctor?

(Continuará)

(9,21)