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Atrapada en el engaño

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Me casé muy joven con el amor de mi vida, nos conocimos en el instituto del pueblo y desde aquel instante nuestras vidas quedaron unidas para siempre. Vivíamos felices en el pueblo, con el negocio familiar de piezas de coches. Hace medio año nos trasladamos a vivir a Madrid, la empresa iba tan bien que se había expandido a nivel nacional y mi marido se hizo cargo de ella. Era la vida que habíamos soñado y disfrutábamos a nuestros cuarenta años del fruto de todo nuestro esfuerzo. Además yo entré a trabajar en una oficina de administración de fincas, lo que mejoraba nuestro nivel de vida.

Poco a poco mi marido se fue cargando de trabajo, hasta el punto de pasar días fuera de casa, al principio todo seguía igual, me limitaba a trabajar y esperar a que llegara al casa; pero sus ausencias eran cada vez más largas. Congresos, cursos e formación y ferias de producto se hacían eternos para mi, pero se suponía que era por nuestro bien, o eso quería decirme a mi misma. Intentaba sobreponerme, por el día era sencillo, el clima de trabajo era estupendo y nos llevábamos muy bien, pero las noches se me hacían largas en la soledad de mi cama.

Empecé a pensar cada vez más en mi marido, imaginaba sus manos sobre mi cuerpo y me acariciaba simulando su presencia. Le encantaba cogerme con fuerza mis grandes pechos  y retorcerme los pezones. Nunca antes había sentido la necesidad de masturbarme, pero ahora se había convertido en una necesidad, no había noche que mis dedos no entraran en mi vagina creyendo que era su miembro erecto y siempre acababa mi orgasmo pronunciando su  nombre en plena excitación.

Con el tiempo nada era lo mismo que antes, ni mi marido. Se veía absorbido por el trabajo, agobiado, encerrado en sí mismo.  Cada fin de semana íbamos a visitar a la familia y casi no teníamos tiempo para nosotros solos y eso estaba minando nuestro matrimonio. La soledad estaba acabando conmigo pero no quería cargar sobre él tristeza, aunque a veces tenía la sensación de que se daba cuenta.

Empecé a refugiarme en la oficina, en el trabajo y en el buen ambiente. Eran chicos y chicas jóvenes llenos de vida, yo era la mayor pero eso no parecía importar. Había un joven, Fernando, de unos veinte años, muy simpático, que me hacía reír constantemente, todas miraban para él. Todas las tardes al salir del trabajo, iban juntos a tomar unas cañas después del trabajo, decidí ir con ellos. Me animaban mucho y Fernando siempre estaba pendiente de que no estuviera triste.

Creí que nunca llegaría a esta situación, pero la oficina se estaba volviendo en una necesidad; no supe lo enganchada que estaba hasta que fue el nombre de Fernando el que pronuncié cuando llegué aquella noche al orgasmo. Me quedé helada. “¿Había sido un equivoco?”, mi mente sabía que no y los siguientes días empecé a fantasear con mi compañero de trabajo. Amaba a mi marido pero mis ojos ya no le veían.

La situación cambió a partir de aquel día y creo que aquel joven se dio cuenta, aunque yo estuviera ciega como una niña y no quisiese reconocerlo. Podría ser su madre, en la oficina había  muchas chicas más guapas yo era una mujer madura y con alguna curva que otra. Una tarde mientras tomábamos unas cervezas en la cafetería de siempre, con torpeza se me cayó una encima del pantalón. Me disculpé y me dirigí al baño para secarme sin darme cuenta de que me seguía en la misma dirección. Sonreí cuando me percaté de su presencia y entré en el baño con nerviosismo; me acerqué al lavabo y cogí papel para secarme, la puerta se abrió y para mi sorpresa fue Fernando el que entró, lo miré a través del espejo incrédula y sin saber como reaccionar.

-¡Estás loco!, ¿qué haces aquí?-

No contestó, se limitó a cerrar la puerta y abrazarme por detrás. Nunca antes había vivido una situación como esta; por un lado quise echarlo de allí por semejante insolencia, pero por otro mi mente lo había imaginado tantas noches que me encontraba en un encrucijada. Al oído empecé a escuchar los versos de Neruda que días antes le había confesado que eran mi fascinación; los recitaba tan bien que cerré los ojos para disfrutar del momento, antes de que pudiera darme cuenta tenía sus manos estrujando mis pechos, aquel momento era tan maravilloso que le dejé hacer. Cuando bajó su mano y la metió por debajo de mis bragas, el poema parecía cobrar fuerza, el calor inundaba mi cuerpo, notaba su polla contra mis nalgas incrementando el deseo. Aquello no estaba bien, débilmente le dije que nos podían ver, que los demás podían enterarse y eso no podía ser. No me hizo caso y siguió con sus palabras hipnotizantes. Sus dedos presionando mi clítoris y su mano aprisionando mi pecho provocaron rápidamente un delicioso orgasmo. Al acabar el último verso se marchó, al abrir los ojos y verme en el espejo me sentí extraña. Opté por marcharme de inmediato a casa en vez de seguir más tiempo allí.

Al llegar a casa me duché, las dudas llenaban mi cabeza, una parte de mi sabía que debía detener esta locura, que no estaba bien engañar a mi marido, que se estaba sacrificando para poder darme esta buena vida, estuve tentada a llamar a aquel joven para decirle que no se repetiría más. Pero mi cuerpo me decía lo contrario, me había sentido querida, había disfrutado como una adolescente que se esconde de sus padres, de ese momento y fuera bueno o no, quería más. Por cada argumento para dejarlo encontraba otro para seguir sumida en esta espiral que podría destruir mi matrimonio. Al final no haría nada, dejaría que el tiempo transcurriera y decidiera por mi. No fallé, el tiempo me fue llevando caprichoso a su manera.

Al día siguiente en el trabajo todo siguió igual, como si nada hubiese pasado el día anterior, eso por lo menos me restaba tensión y dudas. Quizás solo fuese una diversión o una chiquillada, los jóvenes de hoy solían hacer esas cosas a menudo los fines de semana. Yo simplemente me había portado como una chiquilla más al seguir el juego, mejor era dejar de pensarlo.

Dos días después en el trabajo fui al baño. Al entrar recordé lo sucedido en la cafetería, eso en cierto modo me excitó. Quizás fuera mi imaginación o mi deseo cuando la puerta se abrió y entró Fernando de nuevo, me abrazó como el otro día y empezó de nuevo a recitar poemas. Su tacto era real, no estaba soñando, de nuevo sus manos recorrían mi cuerpo. Pensé que era muy osado, pero me gustaba esa valentía. Estaba vez no me quedé quieta sin hacer nada, llevé mis manos por detrás hasta sus pantalones y acariciando su polla erecta. Parecía complacido y continuó metiéndome mano.

No aguanté más, mi cuerpo dominó a mi mente, ya había arriesgado mucho, no había nada más que pudiera perder. Me giré y le besé apasionadamente, parecía una mujer desesperada y calenturienta. Aproveché para desabrochar el pantalón. Tenía sus pantalones en el suelo cuando me dí cuenta que podía entrar cualquiera de mis compañeras y aquello no era algo que debieran saber y mucho menos ver. Lo empujé con fuerza dentro del habitáculo individual, cayó sentado en la tapa del inodoro, por fortuna estaba bajada, entré y cerré la puerta con el pestillo.

Ahora ya nada se interponía en esta espiral de locura, me senté en sus muslos para sentir de nuevo sus labios; por su parte aprovecho para agarrarse la polla y dirigirla a mi coño; aunque primero apartó lo más rápido que pudo mis bragas. Eché un gemido al aire al notar como me penetraba, sus manos agarraron mis caderas y me empujaban hacia él para meterla cada vez más profundo. Mi cabeza enloqueció, llevaba demasiado tiempo sin sentir ese placer interno. Apoyé bien los pies en el suelo y mis manos en la pared para comenzar a botar sobre mi amante; dejó que fuese yo la que llevara el ritmo, con torpeza me desabrochó la blusa y bajó el sujetador para adentrarse como un aventurero en mis tetas. Aquel momento fue rápido, con el ansia no tardó en querer correrse. Cuando lo dijo me levanté, podía estar loca pero no cometería un error que pudiera traerme peores consecuencias, quizás con su juventud ni pensara en esas cosas. Por suerte empezó a correrse en cuanto se la sujeté con la mano, podía verle en su cara de niño el placer. Quiso que yo terminara, pero no le dejé, ya era suficiente riesgo por hoy, limpié su polla y mi mano manchadas de esperma y abandonó el baño.

Esa noche en casa terminé en la ducha lo empezado en el baño. Volvía a sentirme viva y los remordimientos ya no eran lo suficientemente fuertes para parar, mi amante se había convertido en una droga que hacía que las ausencias de mi marido fueran insignificantes. Ahora ya no había vuelta atrás, se había convertido en un camino sin retorno.

No hubo oportunidad de más encuentros en el baño esa semana, pero mi cabeza ya pensaba en la próxima vez hasta que encontré la oportunidad. Esa semana era la fecha de hacer el balance y Fernando era siempre el encargado de hacerlo; me ofrecí voluntaria a ayudarle, ya que en casa no tenía obligaciones que atender. Sonrió al escucharme y al ver mi mirada, sabía perfectamente que balance quería que me hiciera.

El fin de semana con mi marido se me hizo eterno, la rutina de siempre con su familia. Aún así yo me entretenía imaginando y pensando en el balance, era como una obsesión. Por fin llegó el día, como una virgen en su  noche de bodas me sentía nerviosa. Al llegar la hora de salida sentí un cosquilleo en el estómago. No quería fallos ni problemas, por lo que acompañé a los últimos en salir hasta la salida para asegurarme de que no quedaba nadie más. Al volver a la oficina cerré la puerta con la llave,  así me sentía más tranquila y decidida fui en busca de Fernando.

Entré sin saber muy bien qué hacer, después de todos estos días imaginado el encuentro, a la hora de la verdad me encontraba perdida, extrañamente Fernando no estaba en su puesto. Lo llamé en alto pero nadie contestó, empecé a ponerme aún más nerviosa. Fui al baño pensando que quizás me esperaría en nuestro sitio, pero tampoco estaba allí; empecé a desilusionarme hasta que vi una pequeña luz por debajo de la puerta del despacho de nuestro jefe y de nuevo apareció el cosquilleo.

Estaba sentado en el sillón del jefe, solo iluminaba la estancia la luz del flexo, dándole un aspecto más varonil. Me acerqué lentamente con una sonrisa pícara, al llegar a su lado abrí los ojos sorprendida, me esperaba desnudo de cintura para abajo, con su polla dura apuntándome, era como una invitación. Se me aceleró el corazón, aunque no quería parecer ansiosa ni desesperada.

-¿No es mejor que hagamos primero el balance? - le pregunte.

-El balance ya está hecho, lo terminé esta mañana.- respondió con una malévola sonrisa.

Estuve tentada a decirle que se vistiera y llevármelo a casa, allí había la seguridad de que no nos molestarían, pero era igual de peligroso que hacerlo allí, por lo que decidí seguir. Me arrodillé delante, agarré su miembro y me incliné a chuparlo, se mostró deseoso e impaciente pero no dijo nada, deseaba darle a ese chico la mejor mamada de su vida, quería que supiera de lo que era capaz una mujer madura. No era mayor que la de mi marido, tampoco tenía queja, la lamí por todas partes y jugué con sus huevos, podía escuchar su respiración y su cara me decía que estaba satisfecho, creo que ver como me la comía entera lo puso a cien, creo que ver a una mujer de mi edad arrodillada y chupándole la polla era toda una fantasía para él. Yo estaba disfrutando, pero tenía la sensación de que si no paraba, tendría en poco tiempo su semen en la boca y quería que la noche durara más.

Al ver que me detenía se levantó, yo hice lo mismo. Su juventud le privaba de paciencia, tiró de cada lado de mi camisa de rayas haciendo que los botones salieran disparados, pero me gustaba sentir esa fuerza. Me abrazó por detrás, sus manos subieron y bajaron por mis piernas como un ascensor, dejándome sin ropa interior. Me empujó hasta la mesa escritorio, dejé que Fernando llevara la iniciativa esta vez. Me inclinó sobre ella hasta que mis pezones se pusieron duros con el contacto y el frío, me agarró una de las piernas para que la pusiera sobre la mesa. Creo que este joven pasaba demasiado tiempo viendo porno en su ordenador. En esta postura no podía ver más allá de unos papeles amontonados, noté sus manos agarrándome las nalgas, haciendo más fácil el acceso a mi entrepierna; al instante sentí su lengua sobre mis labios vaginales con movimientos rápidos de arriba a abajo. Estaba un poco verde, pero no estaba dispuesta a despreciar sus lamidas, seguramente con el tiempo lo convertiría en el mejor come coños, pero esa ocasión me conformaba con ese placer.

Cuando se cansó de usar su lengua se levantó, sin dejarme bajar la pierna. Su glande se posó sobre mi vagina, me sentía como una yegua dispuesta a dejarse cabalgar por su potro,  lo estaba deseando de tal manera que el corazón se me aceleraba al pensarlo, pero no se movió. Algo iba mal, no sabía porqué no se movía, me giré para verlo, me miraba fijamente a la cara, apenas llevaban nuestros ojos un par de segundos conectados cuando sentí su carne penetrándome; cerré los ojos y abrí la boca dejando escapar un gemido mientras me abría la vagina, fue la señal que dio paso a los movimientos de su pelvis. Comprendí que lo único que había querido hacer es verme la cara al penetrarme, no dejaba de ser un niño que se vanagloriaba de follarse a una mujer madura y quería ver todos los detalles.

De vez en cuando me daba un cachete en el culo, como si ambos estuviéramos grabando una película porno. No me preocupaban las fantasía de Fernando, solo quería sentir el placer una y otra vez. Se afanaba por meterla hasta el fondo, por hacerme gemir y los estaba logrando. Perdí la noción del tiempo, pero quería perderme en ella.

Se detuvo, mi mente imagino cual sería la siguiente postura, aunque más bien quiso cambiar de agujero. Me negué, no era de esas mujeres que practicaran sexo anal y no tenía intención de hacerlo, vi su decepción en la cara; yo no era la actriz porno que se imaginaba. Cuando le dije que a cambio pidiera otra cosa, no imaginé las palabras que vinieron a continuación. Lo había hecho sola en mi cama e incluso me habían masturbado muchas veces, pero que lo hiciera como espectáculo para alguien me daba aún mucha vergüenza; pero al verle la cara no podía negarme una segunda vez.

Me senté en el sillón, él por su parte se colocó enfrente, preparado para tener un buen primer plano. Seguramente tenía mis mejillas más sonrojadas de la vergüenza que del calor corporal. Abrí las piernas y cerré lo ojos, así me sería más sencillo. Puse la palma de la mano sobre mi coño y suavemente la pasé sobre mi clítoris, empecé a imaginarme a Fernando, aquello funcionó porque enseguida empecé a excitarme cada vez más.

En el momento que me sentí más segura, abrí los ojos, él se encontraba justo delante pajeándose mientras me miraba, seguramente igual que lo hacía delante del ordenador viendo videos porno en su casa. Volví a cerrarlos. Él me lo pidió y yo lo hice, su voz entrecortada me lo dijo, obedecí llevada por la excitación, por el morbo, por darle el placer que buscaba. Sin prisa fui introduciendo dos dedos en mi vagina, la primera falange y poco a poco las demás; le di la satisfacción de ver mis dedos dentro de mi coño, mojándose con mis jugos por completo. Utilicé la mano libre para acariciar mi clítoris a la vez.

No me sorprendió empezar a notar su semen sobre mi, había escuchado su respiración acelerada y unos pequeños gemidos antes. Lo extraño sería sentirlo en otra parte, en mi interior sabía que estaba ansioso por correrse en mi cara, pero no me importaba, estaba tan caliente que se lo hubiera permitido. Apuré mis dedos, yo también notaba que pronto explotaría de placer, lo que no me esperaba era que metiera su polla mi boca; me gustó y saboreé lo que quedaba de esperma, en ese momento se me vino un pensamiento, me imaginé en esa misma situación pero con la polla de mi marido en mi coño en vez de mis dedos. Algo imposible, pero un pensamiento que elevó la intensidad de mi orgasmo hasta límites insospechados, estaba completamente húmeda. Me miró sonriente, ambos habíamos disfrutado de nuestros encuentros clandestinos. Nos arreglamos y aún tuvimos tiempo de ir a tomarnos unas copas; realmente fue una noche estupenda.

Esa noche casi no pude dormir, no estaba segura de si debía seguir con mi matrimonio después de aquello. Entonces recordé aquel pensamiento en el sillón, sería algo impensable reunir a ambos, me resultó bastante morbosos y excitante pensar en tener sexo con los dos a la vez, reí al pensar que seguramente Fernando sería el primero en querer meterla por el culo. Al igual que yo le enseñaría a comer un coño, el me haría actriz porno en un instante. Esos pensamientos dieron paso a otros,  quizás mi marido también andaba con alguien, a lo mejor había una puta que se lo estaba trajinando a mis espaldas, aunque la única verdad que conocía era que yo me estaba follando a otro. Me estaba dando cuenta que amaba a mi marido más de lo que creía, pero mi amante era una droga difícil de dejar. Le dí vueltas hasta que me quedé dormida.

La semana siguiente en el trabajo transcurrió igual, unas miradas cómplices, unas sonrisas y besos a escondidas. Yo ardía por dentro de volver a tener un encuentro con él y pese a visitar el lavabo con alguna esperanza, fue imposible hacer nada. La oportunidad surgió a la semana siguiente, había unos ingresos imprevistos que meter en el balance. Fernando me miró con cara de pillo, pero esta vez puse una excusa. Me persiguió los días siguientes para convencerme, pero le dije que estaba mi marido y me era imposible, aunque a regañadientes, asumió mi falsa negativa. La verdad es que tenía otro plan, mi marido seguía fuera, pero quería darle una sorpresa.

Me maquillé y peiné como si fuese a ir a una cena de gala, me puse unas medias de media pierna y un liguero de una juego de noche que me habían regalado. Cogí la gabardina de mi marido y me fui hacia el trabajo sin nada más, no era la primera vez, en alguna ocasión había dado esa sorpresa a mi marido. Al llegar, la puerta estaba abierta, suspiré por la buena suerte, de haberla encontrado cerrada el plan se habría estropeado. A esa hora, debía estar sentado delante de su mesa con el ordenador haciendo el trabajo, seguramente al verme se alegraría y yo en el fondo estaba deseando que me follara cuanto antes.

Abrí la puerta, la sorpresa fue mayúscula, pero no la que yo había planeado. No estaba sentado en la silla, sino de pie delante de la mesa; para mi desgracia no estaba trabajando o no de la manera que creía porque se encontraba metiéndosela a mi compañera de trabajo, que estaba estirada sobre la mesa. Al verme no se inmutó, ella por el contrario se levantó rápidamente y se tapó avergonzada de que la pillaran.

-Perdona, estamos de aniversario.- dijo tímidamente.

Él no se digno a hablar, tampoco esperé a ello. Cerré de golpe la puerta y me marché corriendo de allí. Lloré todo el camino de vuelta, ¡eran novios!, eso significaba que había estado jugando con nosotras y a saber si había alguna mujer más. Me estaba enamorando de un farsante, un mentiroso que lo único que quería era tirarse a todo lo que tuviera un par de tetas. Y lo peor era que yo me sentía igual con mi marido, fue la peor noche de mi vida.

No tuve fuerzas para ir a trabajar al día siguiente, llamé para decir que estaba enferma. Él me llamaba e insistía pero lo tenía decidido, no quería saber nada más de él; seguiría con mi vida. Esa era mi idea, lo tenía muy claro, me había sentido tan mal que no volvería a caer en sus mentiras. No me quedó más remedio que ir a trabajar, ese día lo ignoré, intentó abordarme pero escapé, lo rehusé todo lo que pude hasta que no tuve más remedio que hablar por motivos de trabajo.

Fue entonces cuando descubrí que no tenía intención de disculparse conmigo, por el contrario me hizo chantaje para que siguiera acostándome con él. Eso me enfureció, pero me encontré atrapada ante alguien que tenía apariencia de niño pero era un hombre despiadado. Estaba dispuesto a contarle todo a mi marido si yo no accedía a sus peticiones; iba en serio, me entró pánico, lo único que pude decirle es que me dejara unos días para pensarlo. Estaba confusa, sin rumbo, sin saber que hacer; la misma persona que me había dado vida las semanas anteriores, amenazaba con arruinar mi matrimonio. Estaba convencida que mi marido nunca me lo perdonaría, la otra opción tampoco me gustaba: ser la actriz porno de un crío vicioso y estar a su antojo. En pocos días había pasado de ser el amante perfecto a la mayor alimaña. Por desgracia tendría que elegir.

Ese fin de semana no fuimos a ver a la familia, convencí a mi marido de que no me encontraba bien.

El sábado por la noche reuní el valor que pude y se lo conté, no se lo expliqué en detalles pues no era necesario, pero sí que había llegado a acostarme con él. Se quedó mudo, no dijo nada. Su reacción hizo que yo estallara en furia contra él, sabía que no era culpable de nada, pero empecé a chillarle por haberme dejado tan sola. Seguía sin inmutarse, lo que me estaba volviendo loca, necesitaba que reaccionara, que me dijera que todo había acabado, que me insultara, cualquier cosa menos estar de pie en silencio, se estaba volviendo una tortura difícil de llevar. Fue entonces cuando me volví más agresiva, le insulté y pegué empujones, no se movió pues era un hombre corpulento, pero fue la bofetada en la cara lo que cambió la cosa.

Levantó la vista, su rostro mostraba una agresividad que desconocía, quizás me había pasado. Me agarró del cuello con violencia, me asusté, pensé en las noticias de mujeres asesinadas a manos de sus maridos, parejas o amantes. Traté de quitarle la mano pero era demasiado fuerte, me arrastraba hacia la cocina sin que yo pudiera evitarlo. Con su fuerza me subió sobre la mesa, yo hacía lo imposible por liberarme, perder mi matrimonio no tenía que suponer perder la vida. Luché con todas mis fuerzas sin percatarme de que lo que estaba haciendo era quitándome los pantalones con furia, dejándome desnuda de cintura para abajo.

Me agarró por detrás de las rodillas, las levantó abriéndome de piernas e ignorándome por completo se lanzó sobre mi coño. Empezó a lamerme de arriba abajo con su lengua húmeda. ¡No podía creerlo! Su lengua presionaba mi carne con fuerza, introduciéndose en mi vagina y llevándola posteriormente hasta mi clítoris. No recordaba la última vez que lo había hecho así, a decir verdad, nunca. Mi cerebro estaba recibiendo continuos bombardeos de placer, cuando fui consciente, mis manos le presionaban la cabeza contra mi entrepierna, abrí mi boca para coger aire, aquello era algo más que maravilloso. Exploté casi de inmediato en unos de mis mayores orgasmos, mi cuerpo tembló y su boca se empezó a llenar de mis jugos. Grité como nunca y la cabeza me daba vueltas.

-“¡Qué bueno amor!”.- estuve a punto de decir.

Lo vi de pie, yo me limitaba a recuperarme del placer anterior, lo miré, seguía teniendo esa expresión terrible. Sin soltar mis piernas abiertas, me penetró de forma salvaje. Volví a gritar, de nuevo el placer invadía mi cuerpo, de no saber que era mi marido pensaría que era otro, su polla parecía más grande o quizás la excitación que me daba era mayor. Fuera lo que fuera, me estaba abriendo por completo, tuve que quitarme la camiseta que llevaba puesta para bajar el fuego que tenía dentro de mi.  Nunca antes alcanzara este nivel de gozo, me la estaba metiendo hasta el fondo golpeando mis nalgas bruscamente, me agarré a la mesa, mis tetas se movían rápidamente de un lado a otro. Mi marido parecía una máquina sin control y yo no podía parar de jadear, creo que al verme así, incrementaba el ritmo de la penetración golpeándome con más violencia.

De nuevo llegué al orgasmo, aquello era demasiado, mi cuerpo temblaba con los espasmos, la cabeza me daba vueltas, el corazón parecía que me iba a explotar al borde de la taquicardia, quería pedirle que parara, que no aguantaba más, pero no tenía aire para decirlo. A lo mejor su idea era matarme de gusto, reí para mi, si seguía así lo iba a conseguir.

Cuando se detuvo yo ya había perdido el norte, estaba ardiendo y totalmente mareada, me bajó de la mesa de un empujón; me fallaban las fuerzas en las piernas, no las sentía hasta tal punto que caí al suelo sentada.

-¿Esto es lo qué quieres?.- dijo de un grito.

Esas fueron sus únicas palabras, justo en el momento en el que yo levantaba la cabeza extenuada para verlo. No pude, al instante de su glande salió disparado un chorro de semen hacia mi cara que me hizo cerrar lo ojos, a continuación, como la lluvia, los chorros me fueron bombardeando. Estaba excitado, lo notaba, intentó disimular sus gemidos, pero nunca antes había soltado tanta cantidad. Al acabar se vistió y se marchó dejándome tirada en el suelo, totalmente bañada en esperma, tardé unos minutos en recuperarme antes de poder ir a la ducha. Ojalá me hubiera follado siempre de aquella manera, quizás no hubiera llegado nunca a esta situación.

No apareció en toda la noche; al día siguiente vino con una maleta. Parecía el fin y yo asumía mi culpa, pero lejos de ello me dijo:

-Tengo parte de culpa al dejarte de lado, aunque no es excusa. Te quiero y he visto tu arrepentimiento, por eso te perdono.

Había hablado con su familia, sin contarles nada de lo sucedido, para regresar al pueblo, a la vida de antes. Realmente en el sexo salimos ganando aunque como penitencia tuviera que entregarle mi culo. Al principio me costó pero acabé disfrutando por completo. Esa semana hicimos la mudanza para no regresar jamás.

 

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