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La sensación de su piercing

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Ella era verdaderamente preciosa, y más que ella físicamente, era su actitud la que me parecía preciosa, tenía ese aire desenfadado y sincero que solo la juventud te da.

Sabía cómo provocar y excitarme, su aspecto era el de alguien frágil, pero su mirada iba cargada de toda lujuria y deseo, de unas ganas desmedidas de provocar, de sentirse observada por unos ojos cegados de deseo, de unas manos de aplacar su deseo sobre ella.

Medía 1,66 m de un cuerpo delgado, pero enormemente bello, adornado con un tatuaje en la zona baja de su espalda que me dejaba ver de forma maliciosa, contoneando su culo delante de mis narices, acercándolo y alejándolo, mientras mis ojos hipnotizados seguían el baile de aquel símbolo tribal.

Comenzó a bailar para mi, contoneándose mientras se deshacía de sus pantalones, apoyando después su rodilla desnuda en mi muslo y acercando sus tetas a mis labios, para lamerlas, mordisquear sus pezones incluso por encima de la camiseta.

Mis manos ya habían tomado la iniciativa y mientras torpemente intentaba despojarla de las prendas de arriba, de su camisa y su brasier, mi mano derecha no paraba de masajear, de aferrase a sus nalgas, subiéndola y dejándola caer, para que mi polla sintiese el contacto con ella.

Ella se dejaba hacer, entre gemidos, no me cuestioné si esos gemidos los ocasionaba yo, pero oír gemir a tan bella gatita, me excitaba aún más.

Ella detuvo todos mis movimientos sin orden alguna, simplemente se limitó a buscar mi boca, para besarla, para rozar nuestras lenguas, beber su saliva y entonces me di cuenta de algo en lo que no había reparado, llevaba un piercing en su lengua.......

Me quedé medio parado, nunca había estado con una chica así, en parte lo había idealizado, soñado, pero por primera vez iba a ser cierto, ella se dio cuenta y pude ver un esbozo de sonrisa en la comisura de sus labios, se apartó de mí y me miró con cierta malicia y lujuria.

Sus manos fueron directamente a mi entrepierna, comenzando a sobarla no para ponerla dura, porque ya hacía tiempo que mi verga pedía entrar en acción, sino para hacerme esperar.

Comenzó desabrochando la correa de mi pantalón y con lentitud la sacó del pantalón, cuidadosamente la enrolló y la apartó a un lado. Yo estaba que me moría, pudo tardar en hacerlo no más de 30 segundos, pero a mi me parecían eternos, quería que esa mujer que tenía arrodillada frente a mi, que me miraba de forma pícara, tocase ya mi polla, pero ella se tomaba su tiempo.

Lentamente desabrochó mi pantalón y lo bajó, mi verga ya se oponía a la resistencia del algodón de mis calzoncillos y ella comenzó a lamer descaradamente por encima de ellos, yo no podía más, pero no quería abalanzarme sobre ella, quería dejarla hacer, porque no quería que aquella velada terminara....

Así estuvo unos segundos, besando y lamiendo mi bulto, hasta que se decidió a meter la mano y sacar mi verga cuidadosamente, dejándola al aire...

Ahí, totalmente estirada pendiendo en el aire...

Ella se sentó sobre sus rodillas, alejándose de mi unos instantes para arremeter contra ella con una fuerte lamida, que me hizo estremecer, al sentir el tacto de su lengua y el frío acero de su piercing, pensé que me caía.

Me volvió a mirar y comenzó a masajearla de arriba abajo, con su mano, haciéndome una paja sensacional, pasando su dedo pulgar por la punta de mi glande, hasta que volvió a arremeter contra mi polla metiéndose gran parte de ella en la boca, al ascender, sentir como la bola del piercing recorría toda mi verga, haciéndome estremecer, erizando mi piel.... Fueron varias embestidas fuertemente, sin tener en cuenta al portador de esa polla, que no paraba de gemir, de moverse en espasmos porque iba a correrse.... Ella se dio cuenta y se detuvo, yo no pude evitar coger mi mano y masturbarme hasta terminar, en lo que ella se quitaba sus braguitas....

Derrotado y apoyado en la pared, pero con mi verga aún en pie, ella se acerco, me besó y me dio la espalda agachándose y metiéndose mi polla en su conejito, yo sólo veía como se alejaba y acercaba ese tatuaje, en medio de una piel blanca que solo me provocaba doblarme y besarla una y otra vez, hasta que ella se vino en un orgasmo tal que consiguió tumbarme al piso, no dejando de cogermela una y otra vez, hasta que me volví a correr.

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