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Belleza virgen

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Mejor conocida como La Parcera, (o Parcerita debido a su tamaño), ella es mi mejor amiga. Una chavita de 21 años cuya apariencia física la hace lucir como una adolescente.

Es una total traga años cuyos atributos físicos son evidentes: De tez clara; rasgos finos; cabello castaño; complexión delgada; cintura muy breve; nalgas paraditas (suaves al tacto, se podría adivinar incluso sin siquiera haberla tocado, debido a la tersura propia de su piel); senos bien proporcionados para un cuerpo tipo petite como el suyo, pues no mide más de 1.50 m de estatura. Su constitución es perfecta para los que gustamos de chicas jóvenes y pequeñas, para los que en verdad adoramos a las chicas tipo teen.

La conozco desde hace tres años, cuando recién ingresé a la Academia de Bellas Artes. La primera vez que la vi, creí que era una modelo de la clase de dibujo, pues eran patentes sus agraciadas proporciones. Pensé que estaba ahí para posar, y me ilusionó el ver aquel estupendo cuerpo desnudo, sin embargo, Parcerita estaba inscrita como una estudiante más.

Aunque, siendo honesto, nunca puso mucho empeño en su educación. Sin tomarse la carrera demasiado enserio, siempre se la pasó principalmente distrayendo a sus compañeros, quienes nos la pasábamos babeando por ella. Creo que aquello en verdad le divertía, pues se notaba que gozaba el darse a desear. Incluso, disfrutaba el ser la causa de la envidia para las otras chicas, a quienes no les caía muy bien ya que ella siempre fue el centro de atención.

Ahora reconozco que fui lo bastante estúpido cuando recién la conocí, pues sólo me hice su amigo y confidente, no pasando de la friendzone. No obstante, la Parcerita me confiaba cosas que no a cualquier otro le diría. Cosas como que ella aún era virgen. Sin embargo, sólo éramos eso... amigos.

Como un verdadero amigo, me afectó cuando al fin dejó la escuela. Pero era evidente que no planeaba dedicarse a ello. Ni a nada en particular. Y es que, gracias a su magnífica proporción física y delicadas facciones, no le faltaba más de un varón que diera todo por ella, por lo que nunca necesitó de profesión alguna.

Parcera, desde que la conozco, vive a costa de la atracción que ejerce en el sexo opuesto, pues deja que aquellos paguen todos sus caprichos a cambio de la mera ilusión. Y eso es lo único que les daba, ilusión, pues nunca puso en juego algo tan íntimo como su virgo.

A la Parcerilla es común verla siempre divertida, disfrutando de la vida a costa de cualquier hombre que, al sentirse seducido por tal beldad, pague todos sus caprichos. Sin embargo, además de ser bella, es lista y, como he dicho antes, por mucho tiempo nunca tuvo que comprometer su virginidad. Cuando el galán ocasional buscaba propasarse de los límites impuestos por ella, Parce no tenía más que presumir ser menor de edad y amenazarlo con denunciarle ante las autoridades por tratar de abusar de ella. Prácticamente ninguno dudaba de la verdad en sus palabras y del peligro que eso representaba, por lo que mejor se alejaban temiendo las repercusiones de su calentura. Esa táctica le funcionó por mucho tiempo.

Quién podría pensar que, en realidad, ya era mayor de edad y que, a pesar de la insistencia de sus muchos pretendientes y seguidores, se había conservado virgen hasta ese momento. Pero todo cambió radicalmente cuando conoció a Marcelo.

Parcerita había ido a una cena privada celebrara en un famoso restaurant de la ciudad. La había llevado un chico pijo tan engreído que pronto se hartó de él. Haciéndose la disimulada, lo dejó yendo en busca de una mejor opción. Fue así que dio con Marcelo, un tipo notablemente mayor, de veintitantos años. Guapo, de buen cuerpo y, aparentemente, de buen nivel económico por su forma de vestir (según la propia Parcera me comentó). Bien, pues decidió tender sus redes, sin remordimiento por dejar plantado al otro chico.

Durante aquella fiesta, Parcera y Marcelo charlaron un buen rato. Ella utilizó su convencional plática de chica ingenua, siempre enfocada en su persona, como si todo el mundo girara a su alrededor; como si ella fuera el centro mismo del universo.

Por lo regular, todos los chicos hacían comparsa cuando ella hablaba así, tratándola zalameramente, se dejaban engatusar mientras creían estar esmerándose en conseguir sus favores. Sin embargo, Marcelo sólo se contentaba con escucharla sin manifestar interés excesivo.

El trato de Marcelo era amable y cordial, sin embargo, nunca servil; por lo menos eso saqué en claro cuando, días más tarde; ella me contó lo sucedido. Durante la plática, en ningún momento se rio innecesariamente. Tras conversar un rato, Marcelo decidió retirarse y le ofreció llevarla a su casa. Parcera pensó que el chico había caído en sus redes y que a partir de ahí lo tendría engatusado a su capricho pero, al llegar, Marcelo se despidió sin ningún requerimiento por su parte, ni siquiera le pidió su teléfono ni mucho menos una solicitud de verse otro día. Mi amiga se quedó sorprendida del fracaso de sus encantos. Incluso se arrepintió de haber dejado al otro chico pues, por lo menos, a él le hubiera sacado algún costoso regalo.

No obstante, como a Parcerita le encanta la playa (no puede pasar un fin de semana sin ir a una), días más tarde ella estaba en una de las más visitadas del país. Claro que a costa de otro iluso que le había pagado toda clase de comodidades a aquel precioso manjar que nadie, hasta ese momento, había tenido el privilegio de desflorar.

De seguro aquel tipo pensaba que alquilar ese cuarto de hotel, de donde la Parce salía aquella tarde vestida con un escueto bikini, le aseguraba un fin de semana lleno de pasión sexual desbordada. No obstante, mientras él aún se duchaba, la Parcera ya se alejaba del hotel y caminaba sola hacia la playa. Ella disfrutaba de su poder de atracción (y es que ese par de suculentos senos y ese precioso y bien formado trasero cautivan todas las miradas masculinas a su alrededor). Los piropos le llovían y esta niña — mujer los disfrutaba plenamente consciente de su belleza.

De pronto se encontró sorpresivamente con Marcelo en la playa. Él estaba conversando con un grupo de amigos y al verla y reconocerla la invitó a unírseles.

Parcerita se sentó junto a Marcelo y comenzaron a charlar despreocupadamente. En poco tiempo ella ya se había integrado plenamente al grupo y reía de los chistes de los demás, como si tuvieran mucho de conocerse, como si fueran amigos de siempre. Al parecer, el trato amistoso y nada interesado por parte de Marcelo hizo que Parcerita se desprendiera de su fachada y actuara más natural ante él y sus amigos.

Pronto, ambos se desentendieron del grupo y se fueron a dar un paseo ellos solos.

Tras unos minutos de caminar por la playa, empezaron a juguetear correteándose entre sí, como dos chiquillos alegres.

Terminaron por meterse al agua. A su alrededor la gente se divertía; unos cuantos niños chapoteando en la parte menos profunda y bañistas no muy retirados. La persecución de Marcelo a Parcera los llevó a introducirse al mar hasta que el agua cubría a Parcera a la altura de su fino cuello, mientras que a Marcelo no le llegaba ni a cubrir el pecho.

De repente, Parcerita notó que su perseguidor había desaparecido y, por más que volteaba para todos lados, no le veía. A ella le pareció extraño y por un breve segundo temió que Marcelo la hubiese abandonado, sin embargo, de pronto sintió una mordida en uno de sus muslos y tras el susto lo vio emerger del agua.

La Parce se molestó de aquella travesura y, pese a que ella le prohibió hacérselo nuevamente, aquél volvió a sumergirse poniéndola en alerta de una nueva mordida. Más de una vez Marcelo dio dentelladas a aquella joven figura femenina atrapada bajo el agua. Aquel juego produjo carcajadas en mi amiga hasta el riesgo de ahogarse, sin embargo, el juego no se detuvo hasta que Marcelo le mordió uno de sus senos.

Una extraña y desconocida sensación despertó en Parcera. Marcelo, posteriormente, tomó de la cintura a su compañera de juego atrayéndola hacia él. La besó con tal pasión que la dejó totalmente vulnerable.

Tomando una de sus pequeñas manos, Marcelo la condujo hasta aquella cosa dura delante de él pero que, al estar cubierta por el agua, mi amiga no podía ver. A pesar de eso, Parcerita supo que Marcelo ya no traía su traje de baño cuando su mano tocó el robusto tronco de carne.

En silencio, Parcera mantuvo sujeta aquella pieza viva. Tan grande que su mano no la abarcaba fácilmente. Su curiosidad se mantenía alerta pues el agua, en continuo movimiento, no le permitía ver lo que tan firmemente sujetaba.

Un repentino despertar sexual se apoderó de ella. Su sentido del tacto se afinó haciéndole percibir aquello que retenía como un tubo de carne venoso y vivo, ya que alcanzaba a sentir su leve pero perceptible latir. Nunca había tenido un pene entre sus manos, por lo que le maravilló su extrema dureza y vitalidad.

«¿Cómo es posible que un hombre tenga algo tan duro y largo bajo sus pantalones, y no se le note en todo momento?» pensó.

De repente e instintivamente, sorprendida ante sí misma, su otra mano fue a dar bajo aquel tronco donde se encontró con lo que le pareció un par de saquitos llenos de arena y cubiertos de un profuso pelambre.

Parcera pronto notó que cada roce que ella le hacía al venoso miembro provocaba que Marcelo cambiara la expresión de su rostro.

Para Parce, aquel falo se convirtió en una palanca de mando con la que ella podía controlar la situación.

Sintiéndose con el poder de dominar al chico, Parcera se sujetó férreamente a tal masculinidad pensando que lo tendría bajo su absoluto dominio. Para ella aquel pene se convirtió en un control de mandos mediante el cual, con sólo apretar o aflojar, o con sólo sobar y acariciar, sometía al hombre a sus antojos. Este recién descubierto poder de saberse capaz de poner a un chico a tales extremos de excitación a su capricho fue algo nuevo que le terminó gustando.

Sin embargo, Marcelo, aprovechando que aquella tenía sus manos ocupadas, desató la parte superior de su bikini. Al quedar semidesnuda bajo del agua, Parcerita soltó automáticamente el falo de Marcelo y trató de alcanzar su prenda que ya se apartaba, pero él la detuvo y no permitió que ella se alejara.

El chico hábilmente la tomó del par de hermosos cachetes que formaban su bien formado trasero de adolescente, hasta subirla lo suficiente para que sus sexos quedaran a la misma altura.

Parcera miró atónita a su atacante. Por un breve instante, pasó por su mente el gritar pidiendo ayuda (asumiendo que iba a ser violada) pero algo en su interior la detuvo. Tal vez su propio cuerpo sabía que ya era el momento de ser desvirgado. Mi amiga se quedó callada.

Marcelo hizo a un lado la parte frontal de la prenda inferior que cubría el sexo de Parcera y ésta supo entonces que aquel cilindro de carne, que había estado sosteniendo hasta hace tan sólo unos segundos con tanta curiosidad, se acercaba amenazante.

Una vez con la punta frente a la entrada del pequeño túnel, el miembro carnoso se abriría paso a través de su intimidad jamás vulnerada antes.

Quiso gritarle con desesperación que aún era virgen, que nada se había introducido por aquel pequeño canal antes, ni siquiera un tampón. Pero era demasiado tarde, Parcerita podía sentir cómo aquella cosa gorda, dura y, a su parecer, infinitamente larga, la iba penetrando.

«Una cosa terriblemente MONSTRUOSA», pensó en aquel momento.

Parcera, quien por mucho tiempo se había aprovechado del deseo y de la ingenuidad de tantos hombres, sufrió en ese momento un embiste doloroso y brutal. Días más tarde, cuando ella misma me lo contó, pensé que después de todo se lo tenía merecido por ello.

Su abertura vaginal se estaba estirando al máximo, haciendo esfuerzos por admitir algo que, a su sentir, era imposible que ingresara en ella por tan tremendo tamaño. No resistió más su sufrimiento y emitió un chillido de dolor que nadie oyó pues, a pesar de que en la playa había varias personas, las muchas voces (niños que reían ruidosamente al jugar; jóvenes escuchando música y gente conversando entre sí) ahogaron su lamento.

Agobiada por el esfuerzo, Parcera se abrazó del cuello de su atacador. Sin saber cómo, aquel monstruoso pedazo de carne se abrió paso ingresando por completo.

Segundos más tarde, se sorprendió al darse cuenta que no sólo eran sus brazos los que rodeaban al joven, pues sus piernas también se sujetaban a él como tenazas, apretándolo con todas sus fuerzas.

Poco después, se hizo a la idea de que había sido penetrada y de que aquel enorme intruso ya se alojaba completamente en su interior de niña — mujer. Parcera podía sentir como su cavidad hacía un enorme esfuerzo ajustándose al tamaño de aquella cosa que, tan sólo unos instantes antes, había sostenido y que por tanto había palpado conociendo su enorme tamaño de primera mano. Y si bien aún no la había visto, le parecía pavoroso el sentir tal pedazo de carne hundido dentro de su menudo cuerpo. Creía que aquel intruso le perjudicaba horriblemente las entrañas.

No miento al decir que Parcerita estaba a punto del desmayo (según ella misma me contó), pero logró soportar. El cadencioso menear de las olas animó a mi amiga y muy poco a poco, muy levemente, comenzó a moverse guiada más por su instinto que por su voluntad. Al notar su cooperación, aquel chico la besó y su lengua ingresó en la cavidad bucal de mi amiga como un segundo invasor.

Quién iba a pensar que aquella hermosa chica perdería su virgo en el mar, rodeada de agua salada, bañistas e incluso niños a unos cuantos metros a su alrededor.

Ahora el dolor iba menguando y sentir dentro de su cuerpo un objeto totalmente extraño dejó de ser molesto para irse convirtiendo en algo placentero. Con total consciencia de causa, Parcera dejaba escapar aquel instrumento sólo para volvérselo a tragar (vaginalmente) disfrutando centímetro a centímetro de aquella penetración.

La pareja, integrada por mi amiga y por aquel maldito afortunado, estuvo así por varios minutos con aquellos movimientos propios de la cópula, ayudados por el vaivén del agua.

El tiempo pasó y el crepúsculo se acercaba. Marcelo se mantenía firme y mi amiga lo disfrutaba. Los bañistas se redujeron y la marea comenzó a subir. La temperatura, que a esas horas ya descendía, los animó a irse pero esperaron a que comenzara a anochecer para salir del agua, pues ambos habían quedado prácticamente desnudos. Afortunadamente el vehículo de Marcelo no estaba muy lejos. Los dos lo abordaron y se alejaron de allí.

Llegaron a una residencia privada en donde una amplia puerta automática se abrió para brindarles el acceso. Parcera bajó del Jeep caminando con cierta dificultad, y un tanto chistosa (o por lo menos eso creía), pues aún sentía ardor en la entrepierna.

Marcelo, al notar algo raro en ella; y tras bañarse y vestirse con ropa cómoda; le preguntó sobre ello, mientras bebían vino y comían unos emparedados preparados por él. Parcerita en respuesta le confesó que hasta ese día había sido virgen.

—Con razón me costó tanto trabajo y te sentí tan apretada —admitió Marcelo—. Lo siento, pero eso de hacerlo en el agua es algo complicado.

—Y delante de tanta gente —completó Parcera, con la boca retacada mientras comía con celeridad un sándwich.

Marcelo se disculpó de su brusquedad.

—Debí saberlo, después de todo te ves bien jovencita, ¿cuántos años tienes?

—Veintiuno.

—¿En serio? Te ves más chica.

Mi amiga sonrió.

—No pues... uff... la cagué, jaja.  De saber que aún eras virgen hubiera ido más despacio —dijo él.

—No te fijes... ya pasó y, ¿qué crees? —dijo Parcera subiendo las cejas un par de veces y aun moliendo un bocado en su boca—. Quiero hacerlo de nuevo. Pero no en el mar.

Marcelo sonrió y la besó.

—Muy bien. Vamos a tratar de que ahora no te duela y que sea mejor —le dijo Marcelo.

—Eso, total ya estoy estrenada —dijo mi amiga y rió.

Marcelo sonrió.

—Sí, ahora lo que te falta es estar entrenada.

Ambos rieron.

—Bueno... pues entréname —sentenció la Parcera, a la vez que se terminaba su último bocado y con una servilleta se limpiaba las comisuras.

Unos minutos más tarde, al calor de la chimenea encendida en la estancia, Marcelo se desnudaba nuevamente. Al ver por primera vez el apéndice sexual de Marcelo, Parcerita sintió unos febriles tironcitos en su entrepierna, notando sin duda el amenazador tamaño de su tolete. Aquél estaba enrojecido y lleno de venocidades por todo el tronco. Ella ya lo conocía, pues lo había tenido dentro de su intimidad, sin embargo, era la primera vez que lo veía tal cual y a plena luz. Colgaba oscilante frente a ella, con aquellos testículos velludos por debajo.

Ahora que lo veía en vivo y al color cálido de la hoguera, le provocó cierto temor. Mi amiga sintió escalofríos de tan sólo recordar aquella primera intromisión de ese largo y gordo instrumento. No podía explicarse cómo semejante pieza había podido entrar en su pequeño cuerpo.

—Qué largo está... —tales palabras se le escaparon a la boca de la Parce sin reflexión alguna.

—Y todavía le falta crecer más —le respondió Marcelo con plena sonrisa en el rostro.

Parcerita, mirándolo desde abajo, también sonrió y tomó aquel falo entre sus manos.

Como hipnotizada por la fascinación que le producía ese cilindro de carne viva, comenzó a frotarlo para después darle lamidas suaves, indecisas, sin saber bien a bien cómo hacerlo. Su sabor y textura le fascinó, suave como el terciopelo pero cada vez más rígido (así me lo describió).

Mientras más lo chupaba más crecía dentro de su boca. De pronto era tan grande que le costaba introducírselo, parecía que no le cabría por completo y cuando lo logró se sentía muy chistosa: “imagíname con las mejillas retacadas de carne”; me dijo, entre risas, días más tarde, al mismo tiempo que simulaba así tenerlas recreando aquel momento.

Marcelo le correspondió y también le brindó placer oral. Su lengua recorrió todo el pequeño cuerpo de mi amiga con suavidad y sin prisas. En algunas partes, su recorrido lingual le hacía reír por las cosquillas que le producía.

Con la calidez proveniente de la chimenea cercana, Parcera se recostó en una felpuda alfombra. Recibió entonces, por primera vez en la vida, un tratamiento de lengua en su rinconcito más íntimo. Marcelo se abría camino en su entrada que hasta apenas hacía poco había sido intocada, y se deleitaba con los jugos propios de la excitación femenina que inundaba a mi amiga.

Aquel maldito afortunado envolvía los delicados pliegues vaginales de la Parce (aún irritados por la desfloración) con su lengua que se movía con avidez. Después, aquella lengua se introdujo como un puñal en el canal vaginal. La Parcerita no sabía si abrir sus piernas para darle paso libre y que así profundizara en su sensible gruta, o si cerrarlas para atrapar con ellas la cabeza de Marcelo.

La Parcera (quien nunca había sentido nada parecido) se retorcía y daba gritos mientras su cintura se agitaba violentamente. Lo que no sabía es que Marcelo realizaba aquella labor, no sólo para brindarle placer, sino que la preparaba para lo que vendría. La estaba lubricando a conciencia.

Marcelo se reincorporó y se sentó en la alfombra con su espalda recargada en un sofá cercano. Su rostro, iluminado por las llamas de la chimenea, se notaba brillante al estar cubierto con los jugos amorosos de mi deseable amiga.

Y así, bien húmeda por la excitación, Marcelo la tomó de la cintura y la levantó en vilo, colocándola sobre sus muslos e indicándole que se preparara a recibir su tremenda estaca. Parce, con total conciencia de lo que vendría a continuación, se preparó a recibir a tal invasor. Ella misma se dejó caer lentamente fijándose muy bien, esta vez, cómo es que la cabeza de aquel instrumento se abría paso entre sus pliegues vaginales.

Eufórica por el gusto de volver a sentir el pene de Marcelo en su interior, se dejó caer de un sentón que le hizo rebotar de forma violenta. Por un segundo creyó que se había hecho daño debido al dolor. Afortunadamente no fue así, su cuerpo resistió.

—Ufff... creo que entró toda —susurró Parcerita con voz débil.

—Sí hermosa. Lo hiciste muy bien. Te la clavaste toda adentro, ahora no te muevas. Quiero que sientas bien lo que te ha entrado. Voy a hacer palpitar eso que aún te lastima, ¿de acuerdo? —le dijo Marcelo.

La Parce, nerviosamente, asintió.

Marcelo, con total seguridad, hizo lo prometido.

—¿Sientes? —le interrogó mientras inflaba la cabeza de su glande a voluntad.

Mmmm... sí —respondió ella casi en un suspiro.

La Parcerita podía sentir, en el fondo de su intimidad, aquella cabeza palpitando. Se sorprendió a sí misma cuando comenzó a hacer contracciones vaginales, como queriendo ajustar la estrechez de su gruta a las dimensiones del enorme invasor.

Al poco rato, la Parcerita era quien iniciaba el dulce vaivén. Poco a poco, la seudo-adolescente, iba dominando el ritmo y su movimiento era más acompasado, haciendo juego con la cadera y la pelvis. Lento en principio, pero más rápido al proseguir, los movimientos se volvieron arrebatados.

La Parce sentía como si estuviera haciendo una travesura que le causaba mucho placer. E incluso (según me confesó) en algún momento al estar a horcajadas sobre Marcelo, recordó a aquel otro chico que dejó plantado en el cuarto de hotel ese mismo día, y a quien, quizás, no le había quedado otra que masturbarse en su honor sin saber dónde ella estaba. Tal pensamiento aumentó su goce, de tal forma que ella incrementó el ritmo de sus movimientos todavía más.

Nunca había tenido un orgasmo pero, cuando él soltó aquel chorrazo de leche caliente adentro de ella, dio un monumental grito y empujó tan duro como pudo, tratando de moler ese sabroso trozo de carne que tanto placer le había brindado. Su estrecha vagina se lo agradeció.

Ella deseaba que aquello no terminara pero, si bien tuvo que concluir, Sofía ya no era la misma pues a partir de aquel momento ya fue toda una mujer. Y es que antes de aquel evento había sido una adolescente que se comportaba como tal, pero ya no más. Tras ese suceso fue muy distinta, puedo asegurarlo.

La Parcerita terminó sudorosa y desfallecida. Se dejó caer sobre el pecho de su amante, pero eso sí, sin soltar de su entrepierna el pene que tantas satisfacciones le había brindado. Éste, poco a poco, fue perdiendo volumen dentro de su cavidad.

Me contó que lo hicieron tres veces más esa noche, y la verdad no lo dudo pues, como dije antes, mi amiga cambió muchísimo a partir de ese día despertando a la sexualidad.

Si he de ser sincero, la primera vez que me contó esto, me invadió la envidia e inmediatamente odié a ese tipo.

Me encabroné tanto que le hice la ley del hielo a la Parce por un par de días (aunque al final me di cuenta de mi estupidez, pues si seguía así de seguro la perdería para siempre). Y si bien mi coraje estaba plenamente justificado (después de todo ese maldito había sido el afortunado desflorador de tan perfecta mujer, a quien yo ya conocía y deseaba desde mucho antes que aquél) debo admitir que gracias a él, a partir de aquel suceso, la Parcerita duró una temporada en la que todo lo que se le ocurría desear era tener metida una tranca en su menudo cuerpo. Y tantas fueron sus ansias que algunos de sus amigos disfrutamos de algún encuentro ocasional con nuestra renovada y cachonda amiga.

¡Parcerita, te amamos!

 

FIN

(9,13)