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Me descubrieron vestida en la oficina – Parte II

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Había pasado casi un mes desde aquella tarde en que Carlos me descubriera, en lencería, en el baño de la oficina y me convirtiera en su puta privada. Por mi parte tenía una suerte de sentimientos encontrados: por un lado me jodía ser chantajeada de esa manera, pero por otra, la idea de servir a una gran verga negra hacía que el trabajo fuese nada monótono.

Un viernes por la tarde teníamos un evento social de fin de semana, ya saben, al final de una semana de trabajo, compartir unas copas antes de ir a casa.  Carlos me había tenido en su mirada por un buen rato; al cabo de un momento, recibí un mensaje en el celular: “En 20 minutos, donde siempre.”  Era mi hora de servir.  Ese día me había puesto lencería completamente negra bajo la ropa; como esto se había vuelto algo regular, en mi mochila traía algo de maquillaje básico e incluso una peluca corta. En mi archivero, bien al fondo, guardaba siempre unos zapatos con tacones altos para este tipo de reuniones privadas.   Si me iban a coger como puta, tenía que lucir como una.  Bajé rápidamente, me cambié, me puse un poco de maquillaje, incluyendo un rojo encendido en mis labios, arreglé mi pelo y listo: me miré al espejo y lucía bastante bien para una perra de baño. Solo me quedaba esperar a Carlos.  Esa tarde había tomado un poquito más de lo deseado y sentía la cabeza algo ligera.  Esto me ayudaría para lo que me esperaba.

Carlos tocó la puerta con la contraseña que habíamos acordado; “ya era hora” – pensé.  Pero al abrirla, ¡sorpresa!: él no estaba solo; el muy mal parido traía compañía: dos tipos que no conocía y un tercero que sí conocía bastante bien: ¡mi supervisor!

Yo estaba en shock y pánico.

-“¡Qué carajo has hecho pendejo!” “¿Se lo has contado a más personas?” “¿Y el puto trato que teníamos?”

Estaba furiosa y a punto de agarrar mis cosas e irme de allí, pero luego me miré al espejo – “mierda, no puedo salir así, estoy con todo el maquillaje encima”

¿Qué hacer?

Carlos trató de calmarme,

“Hey, sorry, pero no pude aguantar guardármelo; se me salió entre tragos.  Además estos dos son mis compinches de aventuras” dijo señalando a los dos tipos que seguían parados y al mismo tiempo medio hipnotizados por lo que veían (mi cuerpo).

Y encima mi supervisor. Sergio era un tipo casado, en sus 40s, medio callado. Siempre sospeché que era algo bicurioso; alguna vez lo pesqué viendo porno gay en su laptop. 

“Hola. No sabía que tenías estos pasatiempos.  Debo admitir que luces bellísima. Me encanta tu lencería” Me dijo con una sonrisa lasciva. Yo llevaba corset, liguero y una braguita de spandex.  ¡En realidad me veía bien rica!

¿Qué hacer entonces?

“¿Qué quieren hacer?” Se me ocurrió preguntar, muy ingenuamente por supuesto. 

“¿Puedes manejar cuatro vergas con tu boca?” Me preguntó Julio, uno de los amigos de Carlos, también sonriendo lujuriosamente.

¿Cuatro vergas? No lo había hecho hasta entonces; lo más que había mamado eran dos, en el baño de una discoteca. Cuatro sería un nuevo record para mí. Entonces se me ocurrió una propuesta.

“OK, pero con una condición: si quieren cogerme como una puta tienen que pagarme como una. ¿De acuerdo?”

Todos sonrieron sorprendidos. “¡Wow! Parece que tenemos una verdadera putita entre nosotros, quién lo hubiese pensado” dijo mi jefe.  “Claro que te pagamos, 100 cada uno, les parece muchachos” Agregó Carlos.  Todos movieron la cabeza afirmativamente.

“¿Alguno trae una lata de cerveza? Voy a necesitar una buena dosis de alcohol primero” Dije casi resignada.

Mientras me tragaba todo el alcohol que pudiera ellos empezaron a desvestirse.  Eran más de las 6.30 pm.  A esa hora ni el personal de limpieza está.  Teníamos prácticamente todo el sótano para nosotros así que, sin temor a ser descubiertos, nos desplazamos a un cuarto depósito que tenía algunas mesas y sillas – mucho más agradable que el baño por supuesto, ya que tenía el piso alfombrado.  Era algo extraño pero bastante erótico el caminar por el sótano de MI trabajo en lencería y tacones, más aún con 4 tipos detrás de mí.  Nunca pensé que me atrevería a tanto.

El alcohol había llegado finalmente a mi cabeza; me sentía ligera, relajada, libidinosa. Me senté en un banquito acolchado, esos con asiento giratorio; algo me hizo pensar que lo necesitaría. Frente a mi tenía esos cuatro cuerpos casi desnudos – solo se habían quedado con polo o bivirí.  Cada uno cogía su verga, despertándola, preparándola para lo que se venía. Yo pasaba mi lengua sobre mi labio superior, completamente deseosa de lo que tenía al frente. Me había olvidado por completo el desliz de Carlos.

-“¿Quieren que una puta se las mame entonces? Vamos, acérquense más…mamo pero no muerdo” Les dije, invitándolos hacía mi con la mano.  Obviamente mi verga estaba al palo también y la había sacado de mi braga para que la puedan ver. Veía a mi jefe más concentrado en mi polla que en mi boca. Me lo imaginaba.

Me senté con las piernas bien abierta, ofreciéndome a mis clientes, con mi mirada lo decía todo: “violen mi puta garganta” Como siempre, Carlos vino primero – ya conocía su verga y estaba completamente acostumbrada a ella, la amaba, la deseaba, soñaba con ella.  Mientras empezaba a metérmela, dos pollas más llegaron a mis manos así que empecé a masajearlas. Sergio, mi jefe, no quiso quedarse atrás así se puso al costado de Carlos, ambos compartiendo mi boca de mujerzuela.  Así pues, tenía dos vergas en entraban y salían de mi boca mientras masturbaba otras tantas.  “Esto va a ser una larga tarde” pensé.  Cuando todos esos mazos estaban bien duros y con las venas hinchadas empezó realmente la fiesta.  Aprovechando el asiento giratorio mis cuatro clientes empezaron a tomar turnos en mi garganta, haciéndome girar de un lado a otro.  Era como una botella de cerveza que varios compartían.  Los penes entraban y salían de mi boca – ya ni me molestaba en cerrarla: era una vagina completamente abierta que estos tipos follaban sin parar; cada vez que les tocaba sus herramientas iban más y más adentro en mi garganta.

“Mañana ni podré hablar” Pensé.  A quién le importaba eso.

Eran más de las 7.30 PM. No había dejado de mamar vergas por un buen rato; les pedí un “descanso” para variar la rutina así que les ofrecí otro orificio para jugar: encontré un sillón abandonado, así que me saqué la braga, y me puse de rodillas sobre el sillón, recostando mi pecho en el espaldar del mismo, ofreciendo así mi orto desnudo.

“¿Lo quieren?” Pregunté sonriente.

Todas esas pollas estaban bien cubiertas de saliva así que no hubo necesidad de mayor lubricante.  Carlos, teniendo la verga más grande y gorda de todas, hizo el primer movimiento. “Sí, mi amor quiero que tú seas el primero en cogerme” Pensé. Me cogió de las caderas y entonces ¡Ufff! - ¡qué bestia! ¡Eso si que se sintió! De un solo tiro y casi desgarrando mi huequito, esa cabeza dura y ancha hizo su entrada brutal, dejándome sin aliento por un instante. Mi espalda se arqueaba de placer, mientras cerraba mis ojos para sentirlo todo.  “Cógeme duro papi, ya sabes que soy tu puta privada” le dije a voz alta.  Esto lo animó más aún; tomó mis caderas con sus anchas manos y nuevamente empujó tan duro que los 25 cm desaparecieron dentro de mí. ¡Era tan rico!  Me volvía loca, completamente loca. Entonces empezó a cogerme como un taladro sin parar.  Mientras eso pasaba abrí la boca como diciendo “aquí hay un hueco más que coger” y así fue: surgió una verga (a estas alturas ya no interesaba a quién le pertenecía) detrás del sillón y también desapareció en mi boca.  Luego de ese primer paso, mis cuatro cacheros empezaron a tomar turnos entre mi orto y mi garganta – las pingas entraban y salían, se turnaban, follaban cualquier hueco que estuviese disponible.

Yo era como un pedazo de carne con dos perforaciones que esos hombres simplemente follaban.  Me sentía adormecida de placer, incapaz de reaccionar, sin poner alguna oposición – tampoco lo quería, solo deseaba ser cogida sin piedad, sin parar; deseaba en realidad ser violada por todos ellos.  En un cambio de posición, Carlos, mi favorito, se sentó en el sofá, con la verga parada como un mástil, así que aproveché para sentarme encima, de espalda hacia él y clavármela por completo. ¡OMFG! ¡Esto es el cielo! Es increíble cuando todo tu peso descansa sobre un mazo de carne dura.  Mientras saltaba de arriba abajo, otras dos pingas se peleaban por violar mi boca de puta “Violen a esta puta chicos” solicité.  Mientras tanto, repentinamente, Sergio, mi jefe no pudo contenerse más y se puso de rodillas entre mis piernas y las de Carlos, agarró mi verga dura y se la tragó de un solo tiro. 

“Sabía que te gustaba mamar verga también” le dije… Él solo se sonrió.

Era ahora la puta diosa del sexo: vergas dentro de todo mi cuerpo mientras otra se tragaba la mía.  Era como para filmarlo.  No sé qué hora eran para entonces.  Afuera había un silencio total; solo se escuchaban los jadeos y sonidos de atragantamiento en mi garganta. Yo no dejaba de gemir.  Todos estábamos cubiertos de sudor. Me contorneaba en toda dirección posible para poder aprovechar esos penes riquísimos; mi cuerpo exudaba sexo y placer por cada lado.

Sabía que pronto se acabaría esto; quería leche desesperadamente.  Carlos y su verga negra se quedaron debajo de mí penetrándome. Le pedí que me llenara de semen; a los otros tres les pedí esperma para mi cara y boca.  Todos querían complacerme. Sergio, Luis y Julio empezaron a masturbarse frente a mi rostro; sabía lo que se venía y lo quería todo, cada gota caliente; al mismo tiempo, yo seguía saltando, como una gata arrecha sobre el mástil duro de Carlos.  Sabía que pronto él también explotaría. Quería inundarme de esperma. Con ambas manos ayudé a los chicos a venirse pronto.  Faltaba poco, muy poco, casi nada… ¡Oh sí, ahora papi, báñenme de leche! ¡Ya, ya, ya!... De los orificios podía ver claramente como empezaban a lanzar su carga: como mangueras a presión, el semen salía disparado hacia mí; yo movía mi cara por todos lados, tratando de aprovechar cada gota de ese elixir, ofreciendo mi boca y lengua también.  Estaba loca de felicidad, la leche caía y caía por toda mi cara, cubriéndome, bañándome; no dejaban de vaciar su bolas llenas de semen tibio y saladito; dispararon hacia mis mejillas, mi ojos, dentro de mi boca…al final calculo que debo haber recibido casi una taza y media y esperma… ¡era un montón!

Y mientras me daban ese tratamiento facial, Carlos me tomaba de las nalgas para hacerme saltar sobre tu carne dura – todo mi peso caía sobre su rica herramienta, perforándome hasta lo más profundo de mi ser. Al saltar de arriba abajo la leche en mi cara empezó a discurrir hacia mi cuello y pecho; con los dedos trataba de rescatar parte de ella para metérmela a la boca; los otros chicos, ahora vacíos me ofrecían sus vergas para que se las limpie, lo cual hice obedientemente.  De pronto, ese negro delicioso también explotó: pude sentir claramente ese chisgueteo tibio dentro de mi cuerpo… ¡oh qué rico….qué delicia…todo ese semen adentro…!  La leche no dejaba de salir de su verga; de pronto empezó a brotar desde mi orto ahora completamente abierto y violado. Luego, me levanté, me puse de rodillas entre sus piernas y muy sumisamente limpié su pene negro tan rico.

Para concluir, todos incitaron a Sergio a darme una mamada para que yo también me vaciara.  Muy tímidamente se puso de rodillas entre mis piernas abiertas – yo me había recostado en el sofá, tomó mi pieza y empezó a mamarla; era en realidad su primera vez…y lo hizo muy bien, quizá aprendió esa noche viéndome.  Mamó, mamó y mamó hasta que se me salió un chorrazo de semen; lo cogí de la cabeza para asegurarme que todo vaya directo al fondo de su garganta.  El tipo ni se imaginaba que esa noche tragaría esperma de puta por primera vez.

Cuando todos se habían ido eran ya más de las 9 PM.  Estaba bañada en una mezcla de sudor y esperma de cuatro hombres. Pensé en limpiarme pero luego me di cuenta que realmente necesitaba un baño; sabía que había una puerta escondida que daba a un pasaje estrecho en la calle; mi auto no estaba muy lejos de allí. Así que sin pensarlo, agarré mis cosas, y así como estaba, cubierta de semen y lencería, salí por el oscuro pasaje, caminé rápidamente y llegué a mi auto.  Sí que había sido una noche de muchos riesgos.

Obviamente cada uno cumplió con lo acordado: 100 cada uno por mis servicios como prostituta de oficina.  Se me ocurrió entonces que, ahora que los tenía enganchados (y dos de ellos eran casados, lo cual me daba algo con que manejarlos), podía hacer que esto sea una fuente adicional de ingresos. Y así fue: se volvió casi una rutina que los viernes en la tarde, luego de la reunión social nos reuniríamos en el sótano para una sesión putera.  Hicimos del almacén un burdel; hasta cierto punto Carlos se convirtió en mi pimp – no solo me cogía (riquísimo de por cierto), sino que además, de manera muy selectiva, empezó a reclutar nuevos “clientes” en la oficina – usualmente tipos casados, en sus 40s, cansados de sus patéticas esposas y con ese “bichito” de la bisexualidad picándoles la cabeza (o el orto).  Luego de poco más de tres meses mi lista de clientes regulares se había extendido a quince; a veces cogíamos en el sótano, individual o en grupo, a veces hacíamos una cita en un hotel.  Realmente, me había vuelto una puta, la prostituta de la empresa, con el visto bueno de mi jefe y todo.

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