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La puta del barrio

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NOTA PREVIA DEL AUTOR

Estimada lectora, estimado lector; si has leído alguno de mis relatos, sabrás, por experiencia de lectora, lector, que no suelo emplear nunca leguaje, vocablos, soeces, malsonantes; pero sucede que este relato que te dispones a leer, la idiosincrasia de sus personajes, hace que usar estos “barbarismos”, ponerlos en boca de tales personajes, sea lo más idóneo.

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Estamos en la periferia de cualquier gran ciudad actual; pongamos, que de habla española… Imaginemos, incluso, que es Madrid esa gran urbe actual, y, digamos, que hacia 1988/89, en plena Reconversión Industrial, primera gran crisis económica de la reestrenada democracia española,con un montón de familias en paro, situándonos en uno de esos poblados marginales, no chabolistas, sino de casas, torres de pisos, normales y corrientes, como algunas zonas de Villaverde o Vicálvaro del inmediato cinturón de Madrid, donde el desempleo, el hambre, la miseria, el alcoholismo, la drogadicción, la delincuencia, se ceban, como los célebres Cuatro Jinetes del Apocalipsis, La Peste, el Hambre, la Muerte y la Guerra

Y, concretando aún más, estamos en un descampado a la vera de tal poblado; un universo de basura, ratas, coches desguazados etc. Es sábado y, aunque es ya de noche, tampoco es tan tarde, más-menos, las once-doce de la noche y, al amparo de la nocturna oscuridad, un grupo de chicos y chicas, cinco o seis u ocho chavales y casi otras tantas nenas, pasan el tiempo, bien provistos de alcohol, más alguna que otra “papelina”. Entre ellos, el Raúl, un macarrilla de mucho cuidado, capo y matón mayor del cotarro, y a su lado, Sonsoles, una nena la mar de mona, 19-20 años, camiseta mínima, de generoso escote que deja ver el ombliguito sabrosón; faldita que, tildada de “mini”, sería quedarse muy, pero que muy corto, para lo cortísima que es, con acrisolada reputación de putón verbenero; vamos, una tía que se le abría de piernas al primero que se le arrimara, y más de uno, más de dos, de los “colegas” podía dar cumplida fe de tal aserto. Como el resto de la “cofradía”, llevan bebiendo un buen rato, casi más aún ella que él; el tío, morreándola a modo, mientras, al tiempo, le estruja las tetas que era una vida suya. Entonces, un tanto corrida por el espectáculo que los dos estaban dando ante tan selecta “parroquia”, le insinuó

—Vámonos a otro sitio Raúl

—¡Calla, puta!...

Y volvió a morrearla, a sobar, a estrujar sus senos con más y más ahínco… Y ella, Sonsoles, se dejó hacer, y hacer, y hacer… Aquello iba pasando, pueblos y pueblos, de “castaño oscuro” y los del cotarro, tíos y tías, empezaron a callar sus conversaciones para posar una miradas algo más que libidinosos, en el gratuito espectáculo que el Raúl les ofrecía cuando, sin ambages, tomó la mano diestra de la muchacha llevándosela al “bulto” que, ostensible, crecía en su entrepierna

—¡Sácame la polla, puta!

Sonsoles obedeció, cual corderita; le bajó la cremallera y le sacó la “herramienta”, tomándola impertérrita, con su mano. El “macarra” se sintió orgulloso de que todos los presentes pudieran ver el buen tamaño de su miembro, “despertándose” a pasos agigantados. Y lo sojuzgada que tenía a la zorra. Ella dijo entonces

—¡Vámonos ahí atrás Raúl!... Te haré todo cuanto quieras…

—¡Te dije que te callaras, zorra!

La agarró del pelo y le obligó a bajar la cabeza, dirigiéndola a su entrepierna

—¡Chúpamela, zorra!...

—¡Por favor, Raúl!... Aquí no; delante de todos no… Por favor… Vayámonos

—¡Te he dicho que me la chupes…que me la mames, zorra…puta!… O, ¿quieres que te arree?... Porque, por mí, encantado de darte gusto… Ya sabes; “pa” mis putas, lo mejor de lo mejor

Y Sonsoles empezó con la tarea, empleándose a modo en lo que hacía…esmerándose… Sabía que con el Raúl, pocas bromas… Le gustaba que él la distinguiera, haciendo ostensibles sus predilecciones por ella; se sentía así algo importante… La diva de la manada de hembras, la “hembra alfa”, al ser la del “macho alfa” de aquella manada de animales de dos patas… Los espectadores se habían quedado totalmente en silencio, obnubilados, fascinados, ante lo que veían… Con los tíos sintiendo cómo por sus “bajuras” algo cosquilleaba, con un calorcillo de lo más agradable bajándoles desde el vientre hacia el bajo vientre… Y  las manos, empezaron a manosear esas “bajuras” que despertaban que era una vida suya… Y las chicas, calladas, abrumadas, sin atreverse a decir… Temían al Raúl más que a la peste

—¡Eso es, putita; así, así!... ¡Qué bien la chupas, zorra!... ¡Eres superior mamándola; superior!... Una verdadera puta… La mejor de las putas… ¡La más puta, de todas las putas!

Todavía la tenía agarrada por el pelo, haciéndola bajar y subir, rítmicamente, la cabeza, logrando que su miembro entrara en la boca de la muchacha hasta el fondo, hasta las amígdalas, como quién dice… Ella sufría tremendas arcadas, pero él no cejaba, no permitía darle ni un segundo de respiro, hasta casi asfixiarla incluso

—¡Sigue, sigue chupando, puta!... ¡Qué boquita tienes, putorra!... ¡Se ve que te has pasado media vida chupando, mamando, pollas!... Muy bien, puta; muy bien… Así…¡aggg!...¡aggg!... Así, así… Muy bien… Pero trágatelo todo…toda la leche… ¡No me hagas como la otra vez, o te crujo a hostias!...

Y eyaculó… A chorros, berreando, gritando… Le seguía manteniendo la cabeza, atenazada por el pelo, sin permitir que se le separara un instante… Y a Sonsoles no le quedó otra que tragar…y tragar…y tragar… Hasta la última gota de semen del “siete machos”, hasta limpiársela bien limpita

—¡Te has pasado siete pueblos, so cabrón!

—¡Ja, ja, ja!… Menos lobos, puta… ¡Si te ha encantado hacérmelo!...

Sonsoles se giró hacia el grupo. Todos la miraban. Los chicos con ojos llenos de deseo. Esa mirada de lujurioso deseo con que siempre la miraban. Se fue a levantar, pero el Raúl se lo impidió.

—¡Eh! ¿Dónde te crees que vas? Aún no has acabado. (Se volvió hacia el grupo, que miraba fascinado) Muchachos el que quiera que traiga su polla aquí, que la putita le dará un buen repaso.

Ella no hizo nada. Se quedó quieta. Nadie se movía.

—Venga, muchachos. ¿Es que nadie quiere llenarle la cara de leche a esta puta?

Uno de los muchachos se adelantó. Se quedó de pie frente a Sonsoles. El bulto en su pantalón era más que evidente. Raúl, volvió a ladrar

—Venga, puta. Sácasela… Y mámasela bien mamada

Como una zombi, Sonsoles bajó la bragueta del chico, le sacó el duro miembro y empezó a chupárselo. A los pocos segundos, el chico la cogió del pelo, arreciando el “meneíto”… Empezó a eyacular en la boca de la muchacha para acabar embadurnándole el rostro. Los demás le vitorearon. Parecía que había sonado el pistoletazo de salida de una especie de carrera, competición, a ver quién se corría más en aquella boca, en aquella cara… Otro y otro se levantaron, con los ojos vidriosos de deseo, haciendo exactamente lo mismo que el primero. Un cuarto intentó levantarse, pero su “chica”, de pie junto a él, muda hasta entonces, pero algo más que “movida”, (“movida”=Dícese del animal hembra en celo), se lo impidió, casi, casi, que “manu militari”

—¡Arrímate a esa puta y te la corto!

El “mancebo” vio que su “chorba” (su “chica”) iba más que en serio, y desistió de sus iniciales propósitos, pero, tirando de la “titi”, (“titi”=”chorba”=chica) se perdieron en la negrura de la noche. Por la boca de Sonsoles pasó el tercer “amigo”, tras el Raúl, quedando ya sólo uno por “mojar” en la muchacha, Luís, el chaval más callado, más tímido, más introvertido e inseguro de aquella “peña”

—Vamos Luisito; te toca…

Luis se levantó; estaba a mil… Se acercó a la muchacha; su visión, arrodillada, con su rostro lleno de semen, no hacía más que excitarle más y más… Se quedó de pie ante ella.

—Venga, Luisito. Demuéstrale a esa zorra quien manda. Agárrala del pelo y ordénale que te saque la polla y que te haga una mamada

El corazón de Luis latía con fuerza. Deseaba hacerlo, sentir ese placer que sus compañeros ya habían disfrutado. Ella no era más que una zorra. Lo hacía con todos. ¿Por qué no con él? La cogió por el pelo y le alzó la cara. Sonsoles tenía los ojos casi cerrados. Los abrió lentamente y miró a Luis. Y Luis le soltó el cabello. Los ojos de la chica brillaban. De cada uno cayó una lágrima, que bajó por sus mejillas. Cerró sus dos luceros lentamente y dos lágrimas más salieron de sus ojos y se mezclaron con el semen de los chicos que antes disfrutaron de ella

—¿A qué esperas, Luis? Venga, sácatela y que te la mame.

Luis miraba la cara de la “puta”. Jamás iba a olvidar esos ojos. Esa mirada. De completa desolación. De total humillación. Unos ojos tan tristes que casi sintió dolor al mirarlos. Ella no hacía nada. Estaba quieta, esperando a que él saciara su deseo. Que la usara como a la zorra que era. Seguían saliendo lágrimas a través de sus párpados. Raúl se empezó a impacientar. Se acercó a Luis.

—¿Qué pasa? ¿Eres marica o qué?

—Ya está bien, Raúl. Nos hemos pasado.

—¿Pero qué dices? A ella le gusta.

Luis se sacó un pañuelo limpio del bolsillo.

—Toma Sonsoles. Límpiate.

Ella abrió los ojos. ¿Por qué no terminaba ya todo aquello? ¿Por qué no hacía como los demás y la dejaban allí, tirada? Vio que Luis le ofrecía algo para limpiarse. Alargó una mano y lo cogió. Raúl se encaró con Luis.

—Estúpido de mierda. Así que al final nos has salido maricón. Déjame a mí enseñarte como un hombre debe tratar a una puta como esta.

Luis era el más callado, el más tímido. Pero también el más fuerte, el más corpulento. Agarró con fuerza a Raúl del brazo.

—Te he dicho que ya está bien. Déjala en paz.

El machito alfa no podía permitir que se le subieran a las barbas. Intentó golpear a Luis, pero éste le empujó con fuerza y casi se cae al suelo.

—¿Estás loco? ¿Pero quién que has creído que eres, gilipollas? Agarradlo, chicos.

—Al que se acerque lo machaco.

Como buenos cobardes, ninguno se atrevió a acercarse a Luis. Raúl les gritaba, como una niña, pero él tampoco se acercaba. Luis oyó un ruido; se giró y vio como Sonsoles desaparecía corriendo en la oscuridad.

—Somos unos bestias - dijo – La hemos humillado terriblemente.

—Ja, ja, ja; si serás “gilí” Luisito. Ya se le pasará.

—Me dais asco.

Se dio la vuelta y fue por donde Sonsoles se había ido. Le daban asco sus amigos. Se daba asco a sí mismo. Era tan culpable como ellos. Por haberlo permitido. Por casi hacerlo también. Caminó por entre casas abandonadas, en donde los “yonkis” iban a meterse de todo. Buscó por todas partes, pero no la encontró. Se iba a dar por vencido cuando oyó quejidos de mujer. Era Sonsoles, que lloraba. Guiándose por el sonido, la encontró. Acurrucada en una esquina, casi a oscuras.

—¿Estás bien?

Ella levantó la mirada. La cara la tenía sucia, mezcla de sus lágrimas, tierra y semen. Se había intentado limpiar con el pañuelo, pero seguí manchada

—¿Qué quieres? ¿Vienes para que te haga lo que le hice a los demás? ¿Vienes a que la zorrita te chupe la polla?

—No. Vengo a...pedirte perdón.

—¿Perdón? No me hiciste nada.

—Por eso. Por no hacer nada. Por permitir que los demás lo hicieran. No estuvo bien.

—¿No? ¿Qué más da? Sólo soy la zorra del barrio. Ya estoy acostumbrada a serlo. Déjame en paz, Luis.

—Vamos, te acompaño a casa.

Sonsoles deseaba irse a su casa. Darse una ducha y quitarse toda la porquería que tenía encima. Al menos la porquería física, pues la otra, la que llevaba en el alma, no se limpiaría en la vida. Tenía miedo de irse sola, a esas horas, por aquella zona. De vez en cuando alguna chica era violada y, seguramente, no tendrían problemas en atacarla a ella. Al fin y al cabo era lo que era. Se levantó, aceptando el ofrecimiento del chico. Caminaron juntos hasta volver al barrio. No se dijeron nada en todo el camino. Cuando llegaron al portal del edificio en donde ella vivía, se detuvieron.

—Bueno, pues ya estamos aquí.

—Sí. Gracias por acompañarme.

—De nada. ¿Estás bien?

—Sí. Ya se me pasará.

—Pues nada. Adiós, Sonsoles.

—Adiós, Luis.

Ella entró en el portal. Luis esperó unos segundos y después se marchó hacia su casa. Sonsoles entró en la suya. Desde el salón, la voz ebria de su madre le gritó.

—¿Ya estás de vuelta?

—Sí, mamá…

Susana miró a su madre. Estaba tirada sobre el sofá, despeinada, sucia. Varias botellas de alcohol tiradas por el suelo. El ambiente, lleno de humo de tabaco. Sobre la mesa, aún los platos sucios de la comida.

—¿Qué pasa hoy? ¿No encontraste macho que te montara? Ja, ja, ja. ¡Tómate una copa con tu madre!...Ja, ja, ja, ja…

Sonsoles se fue al baño. Las lágrimas volvieron a sus ojos. Hasta su propia madre la trataba como a un golfa. Se encerró y se desnudó. Se metió en la bañera y dejó caer el agua caliente. No lo pudo resistir más. Se quedó sin fuerzas y cayó de rodillas. Se llevó las manos a la cara y lloró en silencio. Deseaba morirse. El agua calló sobre ella durante muchos minutos, hasta que el  termo se agotó y el agua fría la obligó a salir de la bañera. Se secó con una toalla arrugada y sucia y se fue a su cama. Sólo para seguir llorando.

Apenas recordaba a su padre. Sólo recordaba de él que era un borracho y que pegaba a su madre. Durante muchos años sufrió malos tratos y vejaciones por parte de aquella bestia. Cuando Susana empezó a desarrollarse, él empezó a fijarse en ella. En su cuerpo que pasaba de niña a mujer. Empezaron las miradas lascivas, las insinuaciones. Más tarde, los toqueteos. Hasta que un día, medio borracho, lo intentó. La encerró en su cuarto para abusar de ella. Sus gritos de pánico alertaron a su madre, que al ver como su marido estaba rompiéndole la ropa a su hija, se armó de cólera y lo golpeó hasta conseguir echarlo a la calle. Sonsoles, aterrada en un rincón de su cuarto, oyó como su madre le gritaba a su padre: Que si volvía por allí lo mataría. Que desapareciera pasa siempre o llamaría a la policía.

No volvieron a verlo más. Desapareció para siempre. Se encontraron solas, viviendo en un barrio marginal en el extrarradio de Madrid…de un pueblo de la provincia que ahora era un barrio de la capital de España. La madre tuvo que empezar a trabajar limpiando casas. Al poco empezó a beber. Y un día, cuando la muchacha volvió de la calle de jugar con sus amigas, nunca fue a escuela o colegio alguno, se la encontró con una botella de vodka en la mano y la mirada perdida, tambaleándose por el pasillo.

—Seguro que fue por tu culpa.

—¿Qué? ¿Qué cosa mamá?

—Seguro que tú lo provocaste. Te insinuaste para que te follara.

—¿Qué dices? ¿De qué hablas?

—Hablo de tu padre. Se fue por tu culpa. Y ahora estoy sola. No eres más que una zorra. Le provocaste con tu cuerpo y ahora estoy sola.

Salió corriendo para su cuarto. ¿Cómo podía decir aquellas cosas su madre? ¿Acaso no recordaba ya lo golpes, los insultos? Estaban mejor sin él. El tiempo fue pasando, y el alcoholismo de su madre no hizo más que aumentar. Y aumentaron también las veces que le echaba en cara todo. Le decía que todos sus males eran por culpa de ella. Por no ser más que una zorra.

Poco a poco todas aquellas cosas se le fueron metiendo dentro. Empezó a salir con chicos. Uno la engañó y se la llevó a una de las casas abandonadas. Empezó con suaves caricias para poco a poco ir a más. La desnudó y cuando ella quiso terminar con aquello, no le hizo caso. Siguió y allí, en el colchón que por las noches los “drogatas” usaban para pincharse, la desvirgó.

No fue cariñoso, ni cuidadoso. Simplemente la “montó”, le rompió la inocencia y se vació en ella, mancillando su hasta ese momento cerrada vagina con su semen. Ni se despidió. Se levantó y la dejó allí, con las bragas en uno de los tobillos. Se recompuso la ropa y se fue para su casa a lavarse. En las bragas una mancha de sangre y semen atestiguaba su “nacimiento” como mujer.

Al día siguiente, caminando por la calle, varios chicos la miraron. Uno le dijo.

—Eh... ¿Dónde vas, putita?

—¿Qué?

—Que a dónde vas. Ya nos contó Enrique como te dejaste follar ayer. Vamos al mismo sitio y echaremos un rico polvo.

Echó a correr. Aquel cabrón no se conformó con desvirgarla sino que además se lo contó a los demás. Todo el barrio se enteró. Las chicas empezaron a llamarla puta. Los chicos no dejaban de acosarla. Hasta que un día estalló. ¿Era eso lo que querían? Todos decían que era una puta, una zorra. Hasta su propia madre no dejaba de decírselo.

Empezó a ir de mano en mano. Salía con chicos unos días, Se la “beneficiaban” y cuando se hartaban la abandonaban. No le decía que no a ninguno y enseguida otro ocupaba el lugar del anterior. Se vistió más provocativa, con faldas cortas y camisas ajustadas que dejaban bien a la vista sus generosos pechos, casi siempre sin sujetador.

Un día fue a la carnicería a por carne.

—Venía a por un kilo de carne para guisar. Mi madre dice que se lo apunte, que a final de mes se lo paga todo.

—Dile a tu madre que se acabó. Me debe casi dos meses.

—Por favor, Don Julián. Se lo pagará todo este mes.

—No, Sonsoles. Ya está bien.

La miró de arriba abajo. Llevaba una minifalda, una camiseta con un gran escote. Aquella chica iba pidiendo guerra. Sabía lo que se decía de ella por el barrio.

—Aunque, si eres...buena conmigo, podríamos llegar a un acuerdo.

Susana vio su mirada lasciva. Cómo se llevaba la mano a la entrepierna y se tocaba

—Te hago una mamada y me das la carne. Y también un kilo de pechuga de pollo.

—Si te tragas toda mi corrida, hecho.

Y, desde ese día, Sonsoles no volvió a pagar la carne… Y así es como nació Sonsoles, la puta del barrio… Acostada en su cama, con el pelo aún mojado, hizo examen de su vida, una vida que no le gustaba, pero que tampoco sabía cómo salir de ella. Sin estudios, sin perspectiva ninguna de futuro, enterrada en aquel barrio de mala muerte... Lo único que le quedaba era hacer lo que aún no había hecho, empezar a cobrar por sus “servicios”. Irse a donde estaban el resto de las prostitutas. Esperar a que un coche parara y subirse con un desconocido.Y, al final, como tantas otras, aparecer muerta por sobredosis en un callejón o rajada por su chulo.

Al día siguiente no quiso salir de casa; hacia media mañana, las once, once y algo, llamaron a la puerta. Miró por la mirilla: Era Raúl

—¿Qué hostias quieres?

—Estoy muy caliente, putita; Vamos abre… Echaremos todo un “polvo guapo”... Como a ti te gusta

—¡Vete a tomar por culo, desgraciado!

—¡Joder tía!... ¿Aún estás enfadada por lo de anoche?

—Llegaste demasiado lejos; me trataste como si no fuera más que basura

—¡Joder tía!... ¡Como si fuera la primera vez que te “tragas” tres pollas, una tras otra

—¡Que te largues, cabronazo!... ¡Nunca más volverás a tocarme!... ¡Ni al pelo de la ropa!

—Vaya, con que la putita se ha vuelto remilgada… Pues oye… ¡O me abres, o tiro la puerta abajo!

—Hazlo, y te rebano el cuello; te lo advierto; ¡tengo el cuchillo de cocina en la mano!... Y te juro que lo uso, que te rebano la nuez…

Era un “farol”, pues en la mano no portaba nada, pero surtió efecto. El Raúl, como casi todos los “siete machos”, en el fondo, era un cobarde; muy “valiente” ante alguien palmariamente inferior a él, a su fuerza; muy “prudente” si las fuerzas se equilibraban; francamente “cagueta” si, ostensiblemente, llevaba las de perder

—¡Está bien, puta!... Porque no merece la pena esforzarse uno por una guarra como tú… Pero, no podrás estar toda la vida en casa; ya te pescaré en la calle… Y te vas a enterar de quién es Raúl… ¡Te follaremos, puta!... ¡Te follaremos todos!... ¡Todos! Uno tras otro… Y te “romperemos” el culo, también uno tras otro…

A Sonsoles un escalofrío le recorrió el cuerpo, de cabeza a pies…de pies a cabeza… Pero el maldito Raúl, el macarra de mierda, se marchó, y la chica se quedó aliviada; volvió al salón… ¡Dios, y cómo había podido llegar a eso!... Ya no era una persona, sino un objeto; algo que los tíos toman, lo usan, y luego lo tiran… Empezó a adecentar el lugar, retirando botellas, vasos, el cenicero, repleto de colillas, aireando algo el ambiente… De nuevo, golpes en la puerta; y esta vez sí que tomó el cuchillo de la cocina

—¡Te he dicho que te vayas a tomar viento, cabrón…mal nacido!

—Sonsoles, soy yo, Luis

—¿Qué coño  quieres?

—Saber si estás bien; solo eso

—Sí; estoy bien… Gracias por molestarte

Aplicó el ojo a la mirilla, y lo vio allí, ante la puerta; lo conocía casi que de toda la vida… Y no recordaba que jamás la ofendiera; la insultara, le dirigiera una palabra soez, una insinuación malsana… Nada, nada descortés, deshonroso, le hizo nunca… Y la noche anterior, la acompañó a casa, como todo un caballero… Escondió el cuchillo a su espalda, y le abrió la puerta

—Estoy bien, Luis... Gracias por acompañarme anoche a casa.

—Era lo menos que podía hacer. Yo... ¡joder!, me siento fatal.

—¿Por qué?

—Por lo que te hicimos.

—Tú no me hiciste nada.

—Pero no impedí que los demás lo hicieran. Y... yo también iba a hacerlo.

—No te preocupes, Luis, olvídalo. Sólo eran unos chicos y yo la zorra del barrio. ¿A quién le importa?

—A mí me importa.

Le miró; recordó cómo él la miraba la noche anterior… El deseo, la lujuria escrita en sus ojos… Pero, también, cómo la soltó, cuando ella le miró a él

—¿Se metieron contigo?

—Bueno, ya sabes cómo son, unos gallitos. Pero saben que soy más fuerte que ellos… Que podría casi con todos… Hasta con todos juntos

—No quiero que tengas problemas con Raúl por mi culpa. Puede llegar a ser un mal bicho.

—Lo sé. Pero tranquila.

—Antes vino -dijo, mostrándole la mano que tenía a la espalda, con el cuchillo-

—¿Qué quería?

—Lo que todos. Usar a la zorra.

—¡Qué hijo puta!

—Ya. Hay muchos con él.

Y entonces, Sonsoles se dio cuenta de cómo la miraba él: De arriba abajo… En fin, que tampoco Luis era tan distinto a los demás

—¿Qué?... Quieres que te agradezca lo que anoche hiciste por mí, ¿verdad?... Pues nada, macho; eso está hecho… Una mamada más o menos… ¡Qué más da, ya!... Venga, al avío; sácatela… O, ¿prefieres que te la saque yo?

Llevó las manos a la bragueta de Luis, pero él la detuvo… La rechazó… Luis la miró, en silencio ¿por qué puñetas, tenía ella que ser así, tan desgarrada?... Si pareces una puta, lo normal es que todos te traten como si, en verdad, lo fueras…

—No, no; sólo quería saber cómo seguías… Si estabas bien… Y veo que sí; que estás bien… Luego, me marcho; adiós Sonsoles

Se dio la vuelta y se marchó… Y Sonsoles se sintió mal… ¿Por qué narices tenía que haber sido tan borde con él?...

—¡Espera Luis!

Pero Luis no esperó; llegó a las escaleras y las fue bajando deprisa y corriendo, saltándose los escalones casi, casi, que de dos en dos, y Sonsoles cerró la puerta, despacio, muy  despacio. Se puso a limpiar la casa, que estaba hecha una auténtica pocilga… No sabía por qué, pero, por primera vez en años, no quería vivir rodeada de tanta mugre… Llegó su madre y, directa, fue a la cocina, en busca de una botella de alcohol barato… Su fuerte era el vodka, pero tampoco hacía demasiados ascos a la ginebra… Hubo suerte, pues enganchó una de vodka. Y preguntó

—¿Qué hay para comer?

—Arroz blanco y huevos fritos

—¡Joder, con tanto arroz!... Ni que fuéramos chinos… ¡Estoy harta de arroz!... ¿Me oyes?... Yo quiero carne; un buen filete…

—Pues dame dinero para la carne… ¿Desde cuándo no le pagas al carnicero?

—Bah. Tú te arreglas bien con él… ¿Para  qué voy apagarle pues?

Sonsoles miró a su madre… Lo sabía; sabía cuáles eran sus “arreglos” con el carnicero… Y no le importaba… Se comía la carne tan ricamente… Y se la pedía…le pedía carne, aun sabiéndolo…

—¡Pues si quieres carne, si quieres un buen filete, baja tú y chúpale la polla al carnicero!

—¡Ja!... Aquí, la puta eres tú, no yo…

Sintió asco; un asco tremendo… De su madre; de sí misma… Y estalló; no pudo resistirlo más; aguantarlo más… Ni a comer se esperó; abrió la puerta y se echó a calle… Anduvo y anduvo y anduvo… Sin rumbo fijo, sin, casi, saber por dónde iba… Una idea fija en su mente: Alejarse de allí, de su madre… De ese puto barrio que la destruía de día en día… Llegó a la plaza; estaba desierta, como las calles por las que había ido deambulando; se sentó en un banco y rompió allorar; a sollozar más bien… Convulsamente, a lágrima viva, a lagrimones como puños… Sí; se iría de allí; se iría lejos… Muy, muy lejos… Adonde fuera… ¡Qué importaba dónde!... La cosa, lo que quería era poner muchos, pero que muchos kilómetros de por medio… Entre ella y su madre… Entre ella y el barrio…el puto, pastelero, barrio

Pero la realidad pronto se impuso… ¿Dónde ir; dónde refugiarse?... No tenía ningún sitio, pues todo su horizonte, toda su vida, se reducía a ese barrio que odiaba con todas las veras de su alma… No tenía un céntimo, ni medio alguno con que ganarse la vida. Era casi analfabeta, sin conocimientos ningunos… Sin experiencia ninguna, pues, a sus diecinueve años, todavía estaba por su primer trabajo… No podía, no; no podía salir de aquél entorno, por mucho que lo detestara… Estaba atada a él, sin remisión…sin esperanzas… Atada a su vida, esa vida que aborrecía… Atada a su destino… Destino de puta… De puta… De puta… La puta del barrio… La tía a la que todos, todos, podían “tirarse” con sólo pedírselo…

Se secó las lágrimas con la manga de la camisa y volvió a casa; su madre ya había terminado de comer y estaba en el salón, bebiendo y fumando; fumando y bebiendo. Sin decir nada, se fue a la cocina y, en silencio, sola, comió ella también. Se asomó a ventana de la cocina… Y pensó: “Son cinco pisos; seguro que ni me enteraría”… Aquella tarde, por fin, no salió de casa…

A la tarde siguiente, ya no aguantó más en casa; se asfixiaba entre aquellas cuatro paredes, y salió a la calle, a despejarse un poco…a tomar algo de aire… Anduvo y anduvo, sin fijarse bien ni por dónde iba… Qué más daba… Lo que quería era eso, andar, andar; despejarse, que le diera el aire… Así, sin darse cuenta, sin enterarse apenas de por dónde iba, se percató de que, prácticamente, estaba ya en la plaza. Lo supo, cuando vio al Raúl allí sentado, con toda la pandilla, tíos y tías, haraganeando cual era lo normal en ellos, que ni por equivocación se preocupaban de buscar trabajo… Bueno; a qué decir; lo mismo que ella… Quiso variar de dirección, dar esquinazo a su pandilla, pero el Raúl ya la había “guipao”. Se levantó y le voceó

—¡Eh!... ¡Puta!... ¿Dónde vas?... ¿Ya no saludas a los amigos?

Sonsoles, sin responder al “macarra”, apretó el paso, metiéndose por una calle lateral, pero el grupito, cual manada de borregos, salió tras ella a la indicación de su “macho alfa”…  Y echaron a correr tras Sonsoles, que también se lanzó a la carrera… Pero de nada le valió, pues la alcanzaron, la rodearon, la acorralaron contra una pared

—¡Dejadme en paz, cabrones!

—De eso nada guapa… No hasta después… Cuando te hayamos follado todos… Uno tras otro… Y hasta hartarnos… No, hasta que te hayamos roto el culo… Uno tras otro… Y hasta hartarnos también… Te vas a enterar, puta… ¿No lo recuerdas? Te lo dije…te lo anuncié… Puta…puta… Y más que puta…

Raúl se le acercó; tras él, los otros cuatro “machos” babeaban ante la perspectiva…  Y las tías les animaban

—¡Dadle!... ¡Dadle a esta mala puta su merecido!... ¡”Pa” que “s’entere” de quién manda aquí!

Sonsoles se vio, se sintió, perdida… Y se resignó a su suerte… Total… ¡Qué más daba!... Al final, sería lo mismo, harían con ella lo que quisieran, lo que el cabrón del Raúl quisiera… Y si se negaba, si se resistía, sería peor, pues amén de lo inevitable, la molerían a palos… Que hicieran con ella lo que quisieran, pero que acabaran pronto… Y que luego, la dejaran en paz… A lo mejor, con eso, el Raúl se contentaba y la dejaba tranquila “pa los restos”

—Si la tocas, te rompo el brazo, Raúl; te juro que te lo rompo…

Era Luis, que había salido de trabajar y regresaba a su casa. Porque Luis sí trabajaba; con su padre, mecánico de toda la vida y, desde algún año atrás, con taller propio, que entre padre e hijo, atendían

—¡Joder Luis!... ¿Otra vez jodiéndome la marrana?... ¡Te la estás buscando, te lo advierto!

—Lárgate, y llévate a tus perros… Y a  tus “perras”…

Raúl vio una rabia sorda en los ojos de Luis… Y se achicó; vaya si se achicó

—Bueno… Total… Tampoco merece mancharse uno las manos por esa puta… Quédatela, y que te aproveche… (volviéndose hacia Sonsoles) Ya arreglaremos cuentas tú y yo… Que no siempre vas a tener a tu “Príncipe Valiente” a mano… ¡Vámonos, chicos!

Y se largó toda aquella “harca”. Sonsoles los veía alejarse, y las piernas le temblaban. Se volvió hacia Luis, que le preguntaba

—¿Está bien?

—Sí; estoy bien… Gracias a ti; otra vez, me has salvado de esos

—Hubo suerte; volvía a casa, tras salir del taller de mi padre, y los vi correr detrás de ti… Y yo también corrí

—Gracias Luis; muchas gracias… Pero… Él, Raúl, tiene razón… No siempre estarás para ayudarme, librarme de ellos… Y lo lograrán; tarde o temprano, me agarrarán y harán conmigo lo que quieran… Total; parra ellos, no soy más que una puta… Que ahora se pone reticente… “Estrecha”…

Luis la miró de arriba abajo, y la vio con esa falda que ya ni mini, esa blusa escotada hasta el ombligo casi, ceñida al cuerpo, al busto, casi dos tallas menos que la suya… La miró a los ojos y le dijo

—Si te vistes como una puta, lo normal es que te consideren, te traten, como a una puta

A Sonsoles, aquello le llegó al alma. Se miró a sí misma, y por vez primera se vio casi desnuda… Por vez primera, se avergonzó de vestir de tal guisa. Quiso no llorar, se esforzó en ello, pero fue impotente ante el escozor de ojos que la asaltó, arrasándoselos…y lágrimas de rabia contra sí misma, de vergüenza de sí misma, se deslizaron por sus mejillas… Y bajó la cabeza incapaz de mirar a Luis. Este, al verla así, llorosa, se arrepintió de haberle dicho lo que le salió de los hondo de su alma…

—Perdona Sonsoles; perdona lo que acabo de decirte… Lo siento… Siento habértelo dicho… No quería hacerte daño… Por nada del mundo, querría yo dañarte a ti

—No; si tienes razón… Me visto como una zorra… Como la zorra que soy… Tengo lo que me merezco…lo que, a pulso, me he ganado… No soy más que una…

No pudo terminar la frase; Luis se lo impidió, tapándole la boca con sus dedos índice y corazón

—¡No lo digas!... ¡Ni se te ocurra!... No importa lo que los demás digan de ti, pienses de ti… A todos nos  “cortan trajes” (murmuraciones en contra. Habladurías ofensivas  a  espaldas del ofendido), nos difaman… Lo que importa es lo que nosotros pensemos de nosotros mismos… Eso es lo único importante… Y tratar de vivir tal y como esa opinión que de nosotros mismos, cada uno tenemos; ser, comportarnos, en todo momento, conforme a lo que realmente, somos y queremos ser. Vamos; te acompaño a tu casa, como anoche

Pero los planes de Sonsoles no pasaban por encerrarse ya en su casa, había salido a despejarse porque ya en esa casa que la agobiaba no podía pasar ni un segundo más o se asfixiaba… Hasta físicamente se ahogaría…

—No Luis; no deseo volver a casa… Todavía no; dentro de un rato… Estaba arriba como leona enjaulada, y bajé a que me diera un poco el aire… Y me encontré con esos… De sopetón…

—Pues vamos; te acompañaré… Pasearemos un rato… Vamos, si no te importa que te acompañe… Si te ven conmigo, seguro que no se atreverán a molestarte…

Y no; a Sonsoles no le importaba que Luis la acompañara en su deambular, en su andar de acá para allá; antes bien, le agradaba, le gustaba su  compañía… Y se sentía agradecida a las deferencias que él tenía para con ella

—Pues claro que no me importa que me acompañes; es más, te lo agradezco… Te lo agradezco mucho… Eres… Eres muy gentil conmigo… Muy amable…

Empezaron a pasear, sin rumbo determinado… Iban por donde sus pasos les llevaban, sin fijarse mucho por dónde lo hacían… ¡Qué más daba, por aquí o por allá; total, era por el barrio!… El dichoso barrio…el maldito barrio… Pero también, en cierto modo, el querido barrio, al que se ceñían, se limitaban, todos sus horizontes… Sobre todo, los de ella, que nunca, nunca, había salido de él… Era todo lo que del mundo conocía… Era, lo que del mundo conocía… Era su mundo, odioso por lo general, pero el que tenía… El único que siempre, siempre, tendría…

Fueron deambulando un tiempo, en silencio más bien, hasta que ella empezó a hablar; le dolía, le pesaba en el alma, lo ingrata, lo injusta que fue con él el día antes, cuando Luís fue a su casa, a interesarse por ella, y ella le salió con aquella “pata de banco”, con aquella bronca injustificable

—Luis; yo…yo debo pedirte perdón… Justificarme contigo…

Él, su extrañeza ante esas palabras se la expresó mudamente, con la expresión inquisitoria que apareció en sus ojos, en su rostro

—Sí Luís; me refiero a lo de ayer… A lo borde que me puse contigo… Sin razón ninguna… Tú viniste a casa lleno de buena voluntad hacia mí, y  yo te solté lo que te solté… Lo siento; de verdad que lo siento… Y quiero pedirte perdón por ello… Rogarte que me perdones… Me disculpes… Tenía los nervios a flor de piel… El “hijo de tal” de Raúl acababa de estar allí, con… Bueno, ya sabes con qué intenciones… Y tú, “pagaste el pato”, los “platos rotos”… Pasó lo de siempre: Que el justo, el bueno, cargó con las consecuencias de la felonía del malvado…

—No te tortures, Sonsoles; no te tortures… Si lo entiendo… Entiendo lo que te pasaba… Bajo el estado de ánimo que te encontrabas… No; no tengo que perdonarte nada, porque en nada me ofendiste… No quisiste ofenderme e mí…sino a toda la calaña que por aquí pulula… De parte de la cual, no nos engañemos, también yo formo parte… ¿Recuerdas?... Aquella noche, el sábado… También yo quería hacer lo mismo que los otros hicieron…Te hicieron…

—Eso no tiene importancia… ¡Cómo no ibas a desearlo tú también!... Yo era, soy, lo que soy: La “puta del barrio”… La tía en quien todo el mundo, todos los tíos, pueden “mojar”… La que se “abre de piernas” para cada “quisque” que se lo pida… (“Quisque”=Locución española, muy usada, que significa cualquiera, cualquier persona)

—No digas eso, Sonsoles; ni lo pienses… Tú no eres eso; tú no eres así… Lo sé; lo vi en tus ojos, cuando estaba a punto de mancillarte… También lo vi después, cuando te encontré tras de que huyeras de la cuadrilla de animales que éramos todos nosotros… Te vi llorar; llorar a lágrima viva… Vi lo desolada que estabas… Lo mal que te sentías… El tremendo daño que entre todos, todos nosotros, te habíamos causado… Si furas así, como dices, como todo el mundo se cree que eres, no hubieras estado como estabas… Habrías disfrutado de ello, como Raúl decía de ti: Que, en realidad, te gustaba que te hiciéramos lo que te hacíamos…que disfrutabas con eso… No; tú así no eres… Sólo te lo crees… Crees que, en verdad, eres así… Así que, lo  único que tienes que hacer, es no creértelo… Quererte más de lo que te quieres… Respetarte más de lo que te respetas…

Siguieron paseando, charlando de mil cosas… Rieron, se divirtieron con las mil y una tonterías que se decían… Sin pasarse un pelo en lo que no debían de pasarse… Respetándose; a sí mismos en primer lugar, mutuamente, en secuela del respeto propio, como corolario del mismo… Empezó a oscurecer, a anochecer, y enderezaron el paso hacia la casa de ella; llegaron y él confirmó el hecho

—Bueno; pues hemos llegado, Sonsoles; ya estás ante tu casa

—Sí Luís; gracias por todo, ¿he?

—De nada mujer… Si no tiene importancia… Lo hago con mucho gusto…

—Pero, no obstante, gracias, Luís…

—Que no tienes por qué dármelas, mujer… Esto… Oye… Una cosa…

—Dime; dime lo que quieras

—Verás; no sé si te parecerá bien…pero…pero… Bueno, que pienso debería acompañarte por algún tiempo… Unas cuantas semanas… Un mes, digamos… Para que te vean conmigo… Así, no te molestarían, aunque te vieran sola… Y luego, cuando dejáramos de salir juntos, se habrían olvidado de ti… Se les habría pasado las ganas de hacerte daño… ¿Qué te parece?

—Oye… Y…y… A ti…a ti… ¿No te importa que te vean conmigo?... Ya sabes lo que para todo el mundo soy…

—En absoluto; nada de nada… Aunque no sé si tú estarás de acuerdo en que te acompañe… Creo que muy divertido no soy…  En realidad, soy muy tímido… Me “corto” ante las chicas…

—Pues a mí me pareces muy simpático… Y, si a ti no te importa salir conmigo, a mí tampoco ir contigo

—¿Quedamos, pues, para mañana?

—Quedamos; ¿a qué hora?

—Del taller salgo a las seis; llego a casa, me ducho,  me cambio, y a las siete menos cuarto estoy ante tu casa

—Pues hasta mañana, a las siete menos cuarto de la tarde

Se dieron la mano, despidiéndose, y ella entró en su portal… Luis  quedó allí, viendo cómo la chica se metía dentro y empezaba a subirlas escaleras… Entonces, seguro de que ella estaba segura, se marchó. Sonsoles subió a su piso, a su casa y entró; allí estaba su madre, en el salón, borracha, hediendo a licor barato y dormida, con unos ronquidos que ni una locomotora de vapor, de las antiguas, y todo el ambiente apestando a tabaco; pero la muchacha, ni mirar hacia el salón; ¡qué más daba eso, lo de cada día!... Se fue casi corriendo a su cuarto… Se sentía extraña; nadie, nadie, la había tratado como Luis la trataba… Se sentía respetada… Respetada por aquél hombre, aquél chico que conocía desde siempre, pero que resultaba que en absoluto le conocía… Que era muy distinto a como le creía… Muy distinto a los demás, los que rodeaban a Raúl, sus incondicionales acólitos… Él, en cambio, sí que la conocía a ella; sabía lo que era, lo que de ella se decía… Y, sin embargo, la respetaba, la trataba con respeto… Como nadie, nadie, en toda su vida, la trató

Ya en su cuarto, se miró al espejo… Y lo admitió; sí, parecía una puta… Y, desde luego, Luís tenía razón: Si parecía una puta, para todo el mundo sería eso, una puta; una ramera… Y de las tiradas Entendió que el refranero español, a veces se equivoca, que el “hábito, a veces, sí hace al monje”… Y un “hábito” de puta, puede hacer a una puta… Aunque, en el fondo, no lo sea… Y deseó, lo deseó con toda su alma, no volver a parecer eso, una puta. Revolvió y revolvió entre su ropa, buscando atavíos de mujer, de chica “decente”…  Y resultó que también lo tenía; al menos, pantalones, casi normales… Un tanto ajustados, sí… Puede que hasta demasiado ajustados, pero pantalones al fin, no esas falditas minúsculas, que ni a “minis” llegaban… O se “pasaban”, pueblos y pueblos, por lo cortas… Y camisas  de manag corta, un tanto holgadas, que no se ceñían a su busto hasta casi parecer con los pechos al aire… Y sujetadores… Ella no los usaba hacía ya tiempo, por lo que un tanto ajustados de más sí que le quedaban… Era más joven, dieciséis, diecisiete años, cuando dejó de usarlos, para hacer resaltar más sus tetitas, y claro, en esos dos, tres, años, transcurridos sus femeninas formas habían madurado, se habían formado más y más, y entonces esos senos eran más generosos que, años atrás, lo fueran… Se vistió de “chica decente”, y se miró al espejo… ¡Dios, y cómo podía cambiar el “monje” de vestir uno u otro “hábito”!... Se gustó, pues ya no parecía, tanto al menos, lo que antes parecía… Y, de todas formas, también se vio bonita, hermosa, guapa…hasta atractiva… Sí; desde luego, Luís tenía razón… Se sintió a gusto; contenta consigo misma… Como, puede, que nunca antes se sintiera

Al día siguiente, se pasó la mañana arreglando la casa, limpiándola a modo, y haciendo la comida; comió sola, antes de que su madre llegara… No quería comer con ella; ni verla quería… Y cuando la oyó entrar en casa, abrir la puerta con su llave, corrió, escapó más bien, a su cuarto. Su madre la llamó; “¿Qué hay para comer, zorrita”, pero ella ni se dignó en contestarle; la madre volvió a gritar, preguntándole dónde estaba…qué hacía…qué has hecho para comer… Y ella siguió sin responder. Por fin, la mujer que le diera el ser, abrió la puerta  y entró en el cuarto

—¡Vaya; conque estás aquí!... ¿Por qué no respondías?... A ver; ¿qué bazofia me has puesto hoy para comer?... ¿Hay carne?

—En la cocina tienes la comida; caliéntatela si quieres… Y no; no hay carne… Ya te lo dije; si quieres carne, “dásela” tú al carnicero…

—¡Deslenguada!... ¡Soy tu madre!

—Una madre no manda a su hija a putear para que le traiga carne… Y no voy a volver a hacerlo mamá…no voy a volver a hacerlo… Luego, si quieres carne para comer, ya sabes lo que tienes que hacer… Y si no, confórmate con el arroz y los huevos

—¡Vaya!... ¡La putita quiere parecer “honrada!… Bueno… Hasta que te canses de no tener macho que te monte…polla que mamar… Ya te cansarás de ser “decente”… ¡Ja, ja, ja!... ¡Sabemos lo que es necesidad, nena!… ¡Lo sé muy bien!... ¡Ja, ja, ja!...

Y salió de la habitación riéndose a carcajadas… Por la tarde, Sonsoles se vistió la ropa que la noche anterior apartara para esa tarde, el pantalón, la camisa y el sujetador… Braguitas sólo tenía las que tenía, tangas de lo más minúsculo; pero bueno, eso no se lo vería nadie…y a ella, le gustaban…le gustaba llevarlas… Eligió zapatos, unos bajos; sospechaba andarían lo suyo, y mejor ir cómoda… Además, aquellos zapatos de aguja, de increíble tacón, de antes, tampoco le gustaban ya tanto… Se le hacían tan inapropiados como las minúsculas falditas, las camisetas dos tallas más pequeñas de lo que necesitaba… Desde las seis de la tarde no se despegó de la ventana, pendiente de que él, Luis, apareciera. Pasaban no mucho de la media cuando por fin le divisó, acercarse a su portal… Y, al punto, salió despendolada, escaleras abajo, a unirse con él…

Se dieron la mano, la mar de ceremoniosamente, como antaño hacían chicos y chicas al encontrarse, al verse.  No se quedaron en el barrio, aunque tampoco se alejaron tanto, pues a veinte, veinticinco, minutos de autobús estaba ya la gran ciudad, con sus luces, sus tiendas, sus cines, sus cafeterías, bares y restaurantes… Todo un mundo ignoto para Sonsoles, que la deslumbraba. Era feliz, muy, muy feliz, andando, caminando, por esas calles llenas de gente pero vacías de basura; llenas de coches, pero sin rastro de jeringuillas dejadas acá y allá por los “yonquis”… Un mundo muy, pero que muy distinto al que conocía, al que era su “pan nuestro de cada día” de toda la vida… Y la monda fue cuando él la llevó a una heladería y la invitó a un helado. Se sentaron a una mesa y un señor camarero, con uniforme negro, más menos, de smoking, a atenderles… Y luego, el helado… Enorme, en una copa de cristal, con una chocolatina en su estuchito, todo coqueto él…

Fue el día más feliz de toda su vida. Regresaron al barrio, a su vida de cada día, cuando la oscuridad nocturna empezaba a ser la dueña del ambiente, a eso de las nueve y media, diez de la noche. Llegaron al portal de Sonsoles y se despidieron hasta el siguiente día. Cuando Sonsoles subía las escaleras se dio cuenta de que aquél había sido el primer día, el único día, en un montón de ellos, años, en que no se había sentido una prostituta, sino una chica, simplemente… Una muchacha normal y corriente  que pasa la tarde con un chico sin tenerse que avergonzar de nada… Con un chico que la respetaba, que no la consideraba una basura… Y el íntimo goce que sintió, que disfrutó, que disfrutaba, era inmenso… Sin igual, sin parecido alguno a lo que hasta entonces viviera… Llegó a casa y el alma se le fue a los pies; su madre, borracha perdida, para variar de lo habitual, le espetó

—¿De dónde vienes?

—De dar un paseo

—Ya… Un paseo… ¡De dejarte follar por ni se sabe los tíos!… Esos amigos tuyos… Que tú, para traer carne a tu madre, muy decente, pero  para darte una alegría al cuerpo… Si, por lo menos, cobraras tus “servicios”, y trajeras el dinero a casa, yo no tendría que matarme a trabajar, fregando suelos…

—¿Sabes una cosa mami?... ¡Que te vayas a la mierda!...

La madre, furiosa, le lanzó un cenicero lleno de colillas, de ceniza, pero estaba demasiado bebida para acertar, por lo que el “proyectil” acabó estrellándose en la pared

—¡Mala hija; a la mierda te vas tú! Con todo lo que yo he hecho por ti y así me lo pagas. Primero hiciste que tu padre se marchara y ahora me humillas.

Se echó a llorar, y Sonsoles sintió una punzada de dolor allá dentro, en su alma, en su corazón… Al fin y al cabo, era su madre… Y la quería… Pero ya estaba más que harta de sus desplantes, de sus insultos… Y lo de esa noche, invitándola a que se hiciera puta a todo ruedo para que ella no tuviera que trabajar, era demasiado… Mucho; muchísimo más de lo que podía aguantar… Se fue a su cuarto… Por finales, aquél día tan feliz, se había ido a hacer puñetas…  Pero llegaría el día siguiente, y, de nuevo, saldría con Luís… Y otra vez sería feliz…

Llegó el siguiente día, y el siguiente, y el siguiente… Y muchos, muchos más… Y Luis estuvo, todos y cada uno de ellos, aguardándola, puntual, ante el portal de la chica… Y ella, también todos y cada uno de esos días, oteando la calle, desde la ventana, esperándole a él, para salir corriendo, escaleras abajo, ansiosa de encontrarse por fin con él… Durante todos esos días, pasearon, charlaron, rieron… Fueron felices saliendo juntos; se entendían, se compenetraban bien y las cosas, entre ellos, iban como la seda. En unprincipio, el Raúl y su grupito se metían con ellos, insultándolos, insultos que no merecieron ni que Luis o ella, pasaran a la recíproca; simplemente, los ignoraron, insultos y descerebrados que les insultaban, con lo que, al poco, todo eso cesó, y el “macarra mayor del Reino”, el Raúl, y su cuadrilla de perros obedientes, se fueron olvidando de ellos… Meterse  con quién ni caso te hace, acaba por hasta aburrir

Por la noche, en su cama, Sonsoles se acurrucaba, y pensaba en su amigo; en Luis. Llevaban saliendo días y días, semanas y  semanas, casi un mes, y él no la había tocado. No le había metido mano, como hacían los otros. No la trataba como a una zorra, sino como a una mujer. Y eso le gustaba. Se dormía deseando que llegara la tarde del día siguiente para olvidarse de quien era.

Y así, llegó un día, una noche, más bien; cuando estaban ya ante el portal de Sonsoles, tras decir aquello de que ya estaban allí, él le dijo a ella

—Ya llevamos saliendo bastantes días; yo creo que esos ya no volverán a molestarte...

Susana sintió como si le dieran un bofetón, un escalofrío recorrió su cuerpo. Eso significaba que él ya no la acompañaría más. Que dejarían de pasear. Bajó la mirada, llena de tristeza.

—No, no creo que se metan más conmigo ya. Bueno, Luis, me ha...encantado pasar estos días contigo. Ya nos veremos.

Se dio la vuelta y empezó a caminar hacia la puerta. No quería que él viese cómo sus ojos se aguaban. Abrió el portal, a punto de llorar.

—Susana... mañana es sábado. ¿Te recojo a las 10?

El corazón de Susana empezó a latir como loco. Ahora las lágrimas si cayeron, pero de alegría. Sin darse la vuelta, tratando de que no se le notara en la voz, le dijo que sí.

—Hasta mañana, Sonsoles.

—Hasta mañana, Luis.

Subiendo en el ascensor se secó las lágrimas. El corazón le seguía latiendo con fuerza. En su boca se dibujaba una sonrisa.

Se levantó temprano. Se duchó y buscó la mejor ropa que tenía, A las diez en punto bajó. Esperándola, apoyado en un coche, estaba Luis, que la miró de arriba a abajo. Susana encontró que esa mirada no era sucia, como todas las que todos, todos los tíos, siempre le habían dirigido, sino limpia; de verdadera admiración hacia ella… Y se sintió bien; muy, muy bien

—Wow, Sonsoles, hoy estás preciosa.

—Gracias, Luis -dijo, emocionada-

Era la primera vez que un chico le decía eso. No que qué buena estaba, no piropos soeces. Un simple “preciosa”.

—Hoy tenemos coche. Mi padre me lo ha prestado. ¿Qué te apetece hacer?

—No sé. Lo que tú quieras.

Le abrió la puerta, galante.

 

—Gracias, caballero.

—De nada, señorita.

La llevó al zoo. Nunca había estado y le encantó ver a todos aquellos animales. Saltó de alegría con las focas y sus cabriolas.De vez en cuando, sin que él se diera cuenta, ella le miraba. Era un chico estupendo. Con él se le pasaban las horas volando. Quizás, si ella no fuera quien era... Lo que era…

Comieron en un McDonald’s. Ella insistió en pagar. Le había sisado a su madre 30 euros.

—No hay más que hablar, Luis. Esta vez pago yo.

—Ta'bien. Mujeres… Siempre os salís con la vuestra

—¡Ja, ja, ja!...

Las tarde era fresca, así que decidieron dar un paseo por una gran avenida peatonal, llena de tiendas y terrazas. Caminaban el uno al lado del otro, casi pegados. De vez en cuando, la mano derecha de Sonsoles se rozaba con la izquierda de Luis. Una de esa veces, Luis agarró sus dedos. Con suavidad, la cogió de la mano y siguieron caminando. Sonsoles no se lo podía creer. Luis la llevaba de la mano, como...como hacían las parejas. Sintió un estremecimiento por todo el cuerpo.Le miró. El miraba hacia adelante Vio su perfil. Masculino, tan fuerte y a la vez tan delicado. ¿Por qué le hacía latir así el corazón con sólo cogerla de la mano? Jamás se había sentido así. Y entonces comprendió que se había enamorado de ese hombre, de Luis. Por primera vez en su vida sentía amor por un hombre. Era una sensación maravillosa.

Pero de repente, su alegría se esfumó. No eran más que ilusiones. Él sólo era un amigo, un buen amigo…y nada más; nunca, nunca, podría ser nada más que eso, su amigo. ¿Cómo iba ella a pretender más? ¿Cómo iba él a quererla a ella? A la zorra del barrio. Se había acosado con muchos de los chicos del barrio, hasta con los padres de más de uno. Conseguía carne a cambio de favores sexuales. Nadie podría quererla. Siempre sería una zorra…lo quisiera o no lo quisiera… Luis notó que ella estaba preocupada, triste.

—¿Qué te pasa, Sonsoles? ¿Te sientes mal?

—No, no... No es nada.

Ella le soltó la mano. No tenía derecho a sentir esas cosas. No era digna de esos sentimientos. Sólo era una puta.

—¿Quieres que volvamos a casa?

—Sí, por favor.

No hablaron más durante todo el camino de vuelta. Ella no volvió a mirarle. Sólo tenía ganas de encerrarse en su cuarto. Luis paró delante de su casa. Se bajó y ella también.

—Adiós Luis…

Dijo, sin mirarle y dándose la vuelta, empezó a caminar hacia el portal. Entonces, él la detuvo

—Sonsoles, espera… Espera un momento, por favor

Se acercó a ella, que seguía mirando al suelo.

—Me lo he pasado muy bien hoy, Sonsoles.

—Yo…yo también. Ha sido un día maravilloso.

La mano derecha de Luis se acercó a la mano izquierda de Sonsoles. Con las yemas de sus dedos la acarició. Sonsoles sintió un corriente eléctrica subir por su brazo. Lentamente, Luis fue subiendo por el brazo, apenas rozándole la piel. Llegó a su hombro, le acarició el cuello y con delicadeza, tirando de su barbilla, le hizo levantar la cara. Sus ojos se encontraron.

A Sonsoles, todo el cuerpo le temblaba. Para ella fue irreal cuando Luis acercó su boca a sus labios. Pero cuando los sintió en los suyos, se dio cuenta de que todo era muy real. La estaba besando. Cerró los ojos. Muchos hombres la habían besado. Sus labios habían sido abiertos incontables veces para que, seguidamente, una lengua invadiera su boca. Pero ahora, los labios de Luis la hicieron conocer lo que era un verdadero beso de amor, colmado de cariño; ese beso que te hace estremecer de pies a cabeza, que no quieres que acabe nunca. Tierno y a la vez intenso.

Luis separó sus labios lentamente y la miró. Ella seguía con los ojos cerrados. Los abrió despacio para encontrarse con los de él, que le sonreía. Ella le devolvió la sonrisa.

—¿Mañana a la misma hora? -le preguntó Luis-

—A la misma hora –respondió ella, casi sin voz-

Él esperó a que ella entrase en el portal. Se miraron por última vez ese día.

Susana llegó a su casa como si flotara. La cruda realidad de su vida, en forma de su madre borracha, tirada por el suelo, entre un mar de botellas, no consiguió que desapareciera la agradable sensación que recorría su ser. Se fue a su cuarto, el único lugar de su casa donde se sentía bien. Se acostó en la cama. En ese momento Susana supo lo que, de verdad, era la felicidad.

Luis llegó a su casa. Desde que entró notó que algo pasaba. Su madre lo miró, preocupada.

—¿Qué pasa mamá?

—Tu padre quiere hablar contigo. Está en el salón.

Se acercó y allí estaba su padre.

—¿Qué pasa papá? Mamá me ha dicho que querías hablar conmigo

—¿De dónde vienes, Luis?

—De dar un paseo.

—¿Con quién?

—Con... una amiga.

—¿Con esa...Sonsoles?

Así que era eso.

—Sí, con Sonsoles.

Su padre respiró hondo.

—¿Sabes lo que se dice de esa chica?

—Sí, lo sé.

—¿Y?

—Y nada.

—¿Te la estás tirando?

—No; no  me la estoy tirando, papá… Y no creo que lo que yo haga o deje de hacer, con quién salga y haga lo que haga, sea asunto tuyo.

—Si afecta a la familia, sí es asunto mío.

—Siempre has sido franco conmigo. Yo lo voy a ser ahora contigo. Sé quién es ella, lo que dicen que es. Aun así, me gusta. Mañana voy a volver a salir con ella. Y al día siguiente, también. Esta es tu casa. Si no estás de acuerdo con lo que hago, dímelo y me iré.

—Luis, no seas tan melodramático, por favor. Sólo te pido que tengas cuidado.

—Lo tengo…lo tendré. Gracias papá.

Se dio la vuelta y se fue a su cuarto. Sabía que ese día llegaría.

No eran aún las diez cuando Sonsoles salió corriendo de su casa. Allí plantado, la esperaba Luis. Se acercó a él. "¿Qué hago? ¿Le beso?" - pensó Sonsoles, loca por volver a sentir sus cálidos labios. No se atrevía a dar el paso; tampoco hizo falta pues Luis, como la noche anterior, acercó su boca y ella sólo hizo la mitad del camino. Los dos se estremecieron al sentirse el uno al otro. Fue un largo beso, pero sólo usando los labios. Se separaron.

—Buenos días, Sonsoles.

—Hola Luis.

Él le tendió una mano y ella, sonriendo, se la cogió. Empezaron a caminar.

—¿Qué haremos hoy?

—No sé. ¿Qué te apetece? Los domingos siempre me resultan aburridos. Por la tarde podríamos ir al cine.

—Vale. Hace mucho que no voy al cine. Oye, ¿No pretenderás estar a oscuras conmigo para meterme mano? - preguntó, fingiéndose ofendida ante tal posibilidad

—Je, je...Ummm. No.

—¿Es que no te gusto?

La miró fijamente a los ojos.

—Sí que me gustas… Me gustas mucho; pero mucho, mucho

Sonsoles sintió un cosquilleo en su estómago. Siguieron caminando, cogidos de la mano. Pasaron por delante de la plaza. Allí estaba Raúl y los demás, fumando.

—Hey, Luis. ¿A dónde vas con esa furcia tan cogiditos de la mano?- gritó el cabecilla.

No le hicieron caso. Siguieron caminando.

—¿Sabes? Estoy arreglando un coche. Dentro de poco lo tendré terminado, y será mío.

—¡Qué bien!

—Ya no tendremos que caminar tanto.

—Bueno, a mí me gusta caminar... contigo.

¿Ya no tendremos? ¿Dijo ya no tendremos? Se refería a ellos, a los dos. ¿Qué significaba? ¿Qué eran pareja? ¿Cómo quería el salir con ella si sólo era....?

—Y a mí contigo, Sonsoles. Caminar, estar contigo. Mirarte.

Sonsoles se estaba derritiendo. Esa vez no pudo esperar a que él la besara. Se agarró a su cuello y le besó con pasión. Luis la abrazó y la pegó contra él. No se restregó contra ella. No le sobó el culo o las tetas. Sólo la besó. Y ese beso le dio a Susana más placer que mil toqueteos.

Volvieron los pensamientos negativos. Lo que sentía por Luis era cada vez más grande y no quería que fuese a más. Si no lo paraba ahora, haría la vida de Luis desgraciada. Le haría daño. Y eso era lo último que deseaba en la vida. Antes, se la quitaría.

—Dios mío, Luis...Esto...esto no puede ser. Debes dejarme.

—¿Por qué dices eso?

—No te convengo. Mira lo que dijo Raúl. Lo que dicen todos. Es verdad. Es...es lo que soy. No soy más que una...

No la dejó terminar. Le puso un dedo en la boca para que callara.

—Sonsoles, sé quién eres. Conozco tu pasado. Pero no me importa. Sólo me importa el ahora. Y lo que seas en el futura. Sonsoles...yo...yo te quiero…te amo…

Los ojos se Sonsoles se llenaron de lágrimas que cayeron por sus mejillas. Lágrimas de pura felicidad. De puro amor.

—Dios mío, Luis. Y yo te quiero. Te amo con toda mi alma. Como jamás he querido a nadie.

Se volvieron a abrazar, a besar. Después siguieron caminando y llegaron a la parada del autobús. Cogieron el primero que llegó y se bajaron en un centro comercial con cines. Comieron algo, compraron palomitas y refrescos y abrazados, entraron en la sala.

Sonsoles apenas puso atención a la película. Estuvo casi todo el tiempo con la cabeza apoyada en el hombro de Luis, que le había pasado el brazo alrededor de los hombros… Pero solo eso, sin llegar a más, sin intentarlo siquiera. Ella no oía la película, pues sólo oía el latir del corazón de su amado. Cerró los ojos cuando él le acarició el cabello. Salieron del cine y echaron a caminar. Aunque era un largo trecho, volvieron a su barrio a pie. Sin soltarse las manos. Como siempre, la acompañó hasta su casa. Y allí la besó. Ella le besó.

—Mañana a la hora de siempre, ¿No?

—Sí, mi amor; a la hora de siempre

Les costó soltarse las manos. Ninguno de los dos quería separarse del otro. El agradable cosquilleo que Sonsoles sentía en el estómago se extendió por todo su cuerpo. Llevaban ya saliendo muchos días y él jamás había intentado nada. A pesar de lo que ella era la había respetado. Le miró a los ojos. Luis vio como brillaban.

—¿Quieres...quieres subir a casa? - le preguntó.

—¿Tú deseas que suba?

—Sí que lo deseo, Luis; sí que lo deseo. Te amo, te amo... Y te deseo...

—Y yo a ti, Sonsoles... Te quiero, te amo… Y te deseo… Desde hace mucho, mucho tiempo... Creo que desde siempre… Que desde que te conozco te amo

Cogiéndole de una mano, lo hizo entrar en su portal. Se besaron en el ascensor. Por primera vez él se pegó a ella y Sonsoles notó la dureza de su miembro. Al contrario que las demás veces, sentirlo la hizo temblar de deseo. Salieron del ascensor.

—Mi madre, seguro, estará borracha, como siempre. Y la casa, hecha un desastre. Lo siento.

—No pasa nada.

Abrió la puerta despacito. Enseguida oyeron los ronquidos provenientes del salón. Allí vieron a la madre de ella, acostada en el sofá, con una botella vacía colgando de su mano. Lo guio hasta su dormitorio; entraron y cerró la puerta. Y entonces, ella se sintió perdida. A pesar de la inmensa experiencia sexual que tenía no sabía cómo comportarse en ese momento. Eran siempre ellos quienes la guiaban, le pedían cosas o, simplemente, la usaban a su antojo.

Luis empezó a besarla, por toda la cara. Sus manos acariciaron su espalda lentamente, bajando hasta su culito, el cual fue acariciado también. Sin dejar de besarla, le fue desabrochando los botones de su camisa, uno a uno. Y cada vez que terminaba con uno, la besaba. Con delicadeza, le quitó la blusa. Después, el sujetador. La miró.

—Eres preciosa, Sonsoles.

—Ummm, Luis...mi amor

Sonsoles supo lo que era que sus pechos fueran acariciados, no sobados. Supo lo que era sentir unos labios lamiendo sus pezones, no unos dedos apretándolos o unos dientes mordiéndoselos.

Ella le quitó a él la camisa y con sus manos recorrió su pecho. Era fuerte, amplio. Y sintió la necesidad de besar sus pezones, haciendo que Luis gimiera de placer. La siguiente prenda en ser quitada, por él, fue su falda. Después, sus braguitas. Cayeron en la cama con las bocas pegadas, acariciándose. Sonsoles sintió como una de las manos de Luis bajaba lentamente por su cuerpo, apenas rozándola con las yermas de sus dedos. Por donde pasaba su vello se erizaba de placer. Llegó a su pubis, y lo acarició.

—Aggg, Luis...mi amor...cómo te quero…te amo, amor mío; te amo… ¡Dios mío!; y te deseo...te deseo, amor…te deseo

La mano se adentró entre sus piernas. Jamás había estado tan mojada como en ese momento. Cuando los dedos de su amado recorrieron la entrada a su cuevita, estalló. Un poderoso orgasmo explotó en todo su cuerpo, haciéndola perder durante unos segundos la respiración. La siguió besando, acariciando. A los pocos minutos, la llevó a un segundo y más intenso orgasmo, que hizo que su espalda se levantara de la cama y todos y cada uno de los músculos de su cuerpo se pusieron tensos.

—Aggggggg...Aggggggggg

¿Había hombres así, que no buscaban sólo su propio placer sino, principalmente, el de ella? ¿Hombres que la trataban con tal dulzura, con tanto amor? Sí, sí que existían. No todos eran como su padre, como Raúl y todos los demás. Había hombres buenos, maravillosos. Y ella amaba a uno de esos hombres, y ese hombre la amaba a ella, sin importarle lo que era, lo que de siempre había sido.

—Luis...mi amor...házmelo....hazme el amor...hazme tuya... Tuya para siempre.

—¡Dios bendito, Sonsoles!... ¡Y cómo te deseo…cómo te amo, mi vida, mi amor…mi bien! ¡Qué bella, qué linda, eres!... No… No me lo creo… Que toda esta dicha sea real…una realidad y no un sueño.

Luis se terminó de desnudar y se colocó entre sus piernas. Sonsoles sintió la placentera invasión y se rindió a ella. Lo rodeó con sus brazos, con sus piernas, atrayéndolo hacia sí misma.

Cuan distinto era sentirse invadida, llena, por el hombre amado…el hombre que la ama a una… Deseándole porque se le ama y el amor humano, el amor de pareja, reclama su cénit, su más alta cima, en el amor físico, el sexo entre la pareja, propiciado por el amor que se tienen. El amor humano trascendido en sexo; el simple sexo, sublimado en infinito amor

Sonsoles era atea; no creía en Dios, ni en la Vida Eterna, con el Paraíso, el Cielo de Dios, pero en esos momentos de intensa dicha, de supremo placer, pensó que, si todas esas cosas en que los creyentes creen, fueran ciertas, si ese Dios realmente existiera, con su Paraíso, ella acababa de entrar, acceder a ese Cielo Divino, porque tal dicha, tan perfecta felicidad como sentía entonces, sólo en un Paraíso Celestial podía darse

Se besaron con dulce ternura, pero también  con exaltada pasión, al tiempo que Luis empezaba a moverse, a entrar y salir de ella. Sonsoles llevó sus manos al cuello de Luis y lo acarició. No pudo mantener los ojos abiertos. El placer era demasiado intenso.

—Te amo, Sonsoles… ¡Dios mío, y cómo te amo!... Te amo…y te deseo… Porque te estoy amando, cielo mío, vida mía…te estoy amando con mi cuerpo, cariño de mi alma…vida de mi vida

—Lo sé; lo sé, Luis, amor mío… Lo noto; sí, cariño mío…razón de mi vivir…de mi felicidad, lo noto… Físicamente lo noto… Noto como tu po…tu miembro viril, lo deposita; deposita tu amor en lo más genuinamente femenino de mí, llenándolo de gozo, de inmenso goce… Y esa mi feminidad, lo transmite por todo mi cuerpo, todo mi ser de mujer, llenándolo de esa misma excelsa, dulce, dicha… Y así, también lo más femenino de mí, te entrega mi cariño, mi amor de mujer enamorada, depositándolo en ese tu miembro, que llena, a bosar, mi todo yo material

Efectivamente; Sonsoles iba a pronunciar una palabra muy, muy vulgar, muy soez;  era la forma habitual en que solía hablar, pero se dio cuenta, pensó, que no era lo apropiado al momento… Era aquella la única vez que, practicando el sexo, no se sentía sucia…no se sentía puta, sino  limpia; limpia y enamorada… Luego, “palabros” como ese, entonces no habían lugar, pues mancharían, mancillarían, lo límpido, lo bello, lo hermoso, del momento

—Sí, mi amor; sí; así es… Y mi virilidad recibe tu amor, tu inmenso amor de mujer, y lo irradia a todo mi masculino ser… Toda mi masculina humanidad, embriagándola de dicha y placer…de placer y dicha, aunados ambos en un todo indisoluble

—SÍ; así es, querido mío… No estamos foll…, copulando; estamos haciendo el amor; amándonos, querido mío…amándonos… Te quiero, Luis, vida mía; te quiero, te quiero… ¡Ay!... ¡Ay!... ¡Ay!... Te amo…te amo…te amo, amor mío… ¡Ay!, ¡ay!, ¡ay! Ámame, amor; ámame… ¡Sigue…sigue!… mi amor, mi vida, mi cielo…¡Sigue, sigue! ¡Agg! ¡agg!

Y cuando notó como él empezaba a temblar, cómo su sexo palpitaba dentro de ella, llenándola de calor, lo acompañó en su placer. Se fundieron en un orgasmo que, para siempre, los unía…

Si Sonsoles había gozado hasta lo indecible mientras Luis le hacía el amor, gozó también con lo que pasó después. Fue algo muy simple, pero que sin embargo le hizo un nudo en la garganta y sus ojos se aguaron. Él, simplemente, se quedó. La abrazó y se quedó con ella. Sin decir nada. Sólo sintiendo el uno el calor del otro.

Sabemos que Sonsoles era atea, no creía en Dios, las Sagradas Escrituras, los Evangelios, que ni por el forro los conocía; pero, de no haber sido así, si hubiera sabido algo de lo que los Evangelios dicen, seguro que en tales momentos, cuando tan plenamente feliz se sentía, ese sentimiento, esa dulce felicidad de que disfrutaba, seguro que le hubiera recordado algo; algo que aparece en los Evangelios de Marcos y Mateo, : “Por eso, abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se irá con su mejer; y se unirán los dos en una sola carne; y ya, nunca más volverán a ser dos, sino uno solo” (Mateo, 19.5-6/Marcos, 10.7-8)

Y es que, lo que Sonsoles sentía en tales instantes, era eso, precisamente: Que ella no era ella sola, ni Luis él solo, sino que eran dos cuerpos unidos, fundidos, indisolublemente, en un solo cuerpo; dos almas, unidas, también indisolublemente, en una sola alma… Ella, era ella misma, unida, inseparablemente, a Luis, y Luis, él mismo, unido, inseparablemente también, a ella misma, a Sonsoles

Un inciso: Parecerá que exagero, que este tipo de amor, la verdad, no existe. Si entráis en mi perfil, mis queridas amigas, mis queridos amigos, veréis que digo “Mi propósito es cantarle al amor sin reservas, al que es capaz de entregarse al ser querido sólo por sentir el placer o la felicidad de verle dichoso, de hacerle dichoso. Es el amor que, aún a mis 70 años y tras 44 de matrimonio, siento por mi esposa. Si dijera que la quiero como el día que nos casamos mentiría pues la quiero mucho más que entonces”. Estas palabras las escribía hace casi cuatro años, Mayo de 2011, más o menos; hoy, cuatro años después,  a nada de mis 75 y 48 de matrimonio, refrendo esas palabras, de la primera a la última. Sigo amando a mi mujer, 72 años ya, bastante más que aquél día en que nos dimos el “Sí”. Llevo con ella 48 años de idílico matrimonio, más otros cuatro de novios; cincuenta y dos años juntos, de mis casi setenta y cinco de vida… Ya, y desde hace seis, siete, entre nosotros no puede haber intimidad marital, pues padezco una diabetes que me dejó “inútil p’al servicio”, pero tal contingencia, a nuestro amor, nuestro cariño, en nada afectó, en nada afecta; me gusta decirle que la quiero, que la quiero mucho; y acariciarla, besara…en el pelo, el rostro, las mejillas… Ya sin deseo, asexuadamente… Sólo pervive el cariño, el amor, desvinculado de toda materialidad… Pero ese amor, ese cariño, es más fuerte, más firme que nunca… No; no es cierto lo que canta Joaquín Sabina: “El agua apaga el fuego, y al ardor los años”… O lo que cantara, en su momento, Rocío Jurado: “Se nos rompió el amor de tanto usarlo”… Porque nuestro ardor, nuestro amor, el tiempo, antes que apagarlo, lo encendió cuantos más años y años fueron pasando… Ni el “uso del amor”, mientras fue posible, lo rompió, sino que cuanto más lo “usábamos”, que nunca fuimos “tibios” en tal aspecto, tanto más fuerte se hacía… Y ya, sólo una cosa me falta por hacer: Pediros perdón, si este Inciso os resultó largo y aburrido

Horas más tarde él se tuvo que marchar. Sonsoles lo acompañó hasta la puerta y se despidieron.

—Hasta mañana, mi amor.

—Hasta mañana, mi vida.

El lunes amaneció un día precioso. Sonsoles se levantó contenta, feliz, llena de ilusiones. Desayunó, recogió el desaguisado que su madre había dejado en el salón y se fue a comprar. Primero, al súper,  por pan y patatas. Después a la carnicería por unos filetes.

—Ponme cuatro filetes de esos. Y gorditos, nada de finuras.

—Claro, guapa…

Dijo el carnicero, comenzando a excitarse. Se acercó a Susana y le susurró al oído.

—Espera que despacho a doña Amparo y vamos detrás. Hoy tengo ganas de follarte como a una perrita.

Susana le miró. Se metió la mano en el bolsillo y sacó un billete.

—Pues va a ser que no. Hoy pago con dinero.

A regañadientes, el carnicero le cobró y le devolvió el cambio. Y Sonsoles salió exultante del local.

La noticia corrió como la pólvora: Luis y la “zorra del barrio” salían juntos. Al principio hubieron miraditas, murmullos, pero, poco a poco, se fueron olvidando de ellos. Sonsoles buscó trabajo en un barrio vecino… Y lo encontró: Cajera en un supermercado. No era gran cosa, pero se ganaba un sueldo decente… Y decentemente… Y, por supuesto, cada día más enamorada de Luis, el hombre que había acabado con “la puta del barrio”, para siempre.

Desde entonces, han transcurrido ya veintitantos años, y Sonsoles y Luis, siguen juntos, amándose no ya como entonces, cuando, por primera vez, durmieron juntos, sino bastante, pero que bastante más… Mucho, muchísimo más… Desde hace, también, más de veinte años, no son novios, sino marido y mujer, un matrimonio inmensamente feliz. Cuando él, pocos, muy pocos meses después de aquél día glorioso en que por vez primera se amaron como hombre y mujer, le planteó a Sonsoles lo del “casorio”, por lo civil, claro, que gente de iglesia y tal, ninguno de ellos era, ella, tras quedarse alucinada con la propuesta…“Pero… ¿De verdad quieres casarte conmigo”, le dijo, y cuando él se lo afirmó más que rotundamente, echándole los brazos al cuello, besándole, acariciando como sólo ella sabía hacerlo, porque le quería hasta la locura, le juró que le haría muy, muy feliz, pues para él sería una buena esposa; la mejor de las esposas… Y a fe que tal juramento lo cumplió a rajatabla, con lo que Luis más feliz, más dichoso, no puede ser; pero es que, también él fue, es, el mejor marido del mundo para su amada mujercita, con lo que también Sonsoles es la mujer más feliz, más dichosa del Universo… Su amor dio dos hermosísimos frutos, dos criaturitas más bonitas que un San Luis, varones ambos, uno que ya  anda por los veinte años y el otro por los diecisiete, dos hombres más en casa, para ayudar a sus padres con lo del “pan nuestro de cada día”, y a su madre, en lo que sea con la casa, pues como no gastan anillos, no se les caen, por hacer labores “de chica” en casa…

¿Que qué pasó con la madre de Sonsoles y el “chulo” del Raúl y sus “perros/perras” obedientes?... Un viejo refrán español puede resumirlo: “Quien mal anda, mal acaba”… O, “peor acaba”… Ella, alcohólica desahuciada, murió en un hospital de la Beneficencia General del Estado, de una hepatitis de caballo, que se la llevó a la tumba finalmente; los otros, el Raúl y su “gentecilla”, entrando y saliendo de la cárcel, cada dos por tres por delitos de poca monta, que para más no llegaba ni la inteligencia ni el coraje de los “endeveduos/endeveduas”: Pequeños trapicheos de droga que ni al por menos alcanzaban, algún tirón de bolso a señoras, de edad más bien, que con jóvenes no se atrevían, a tanto su “valentía” no llegaba, andar al “descuido” de billeteras, “metiendo el dos de bastos para sacar el as de oros” es decir, carteristas, según D, Francisco de Quevedo y Villegas, que pone tan “noble oficio” en el padre del “Buscón D. Pablos”… Y ellas, amén de casi todas estas cosas, por prostitución, aunque las más de las veces, por emborrachar y robar muy a sus anchas a sus cándidos clientes…

Y qué más puedo añadir a esta historia, salvo el consabido: “Y, COLORÍN, COLORADO, ESTE CUENTO, HA ACABADO”… Y agradeceros vuestra atención a cuantos hasta aquí habéis llegado… ¡¡¡GRACIAS, AMIGAS…GRACIAS, AMIGOS!!!

FIN DEL RELATO

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