Nuevos relatos publicados: 0

Campamento - Parte 5

  • 18
  • 7.870
  • 9,28 (18 Val.)
  • 2

El pánico me invadió cuando llegué frente a la puerta del departamento de Raúl.

¿Qué estaba haciendo allí? ¿Cómo me había atrevido a ir a la casa de una persona que ni siquiera conocía? ¿Acaso estaba loco? ¡Sólo habíamos hablado un día y ya estaba visitándolo en su casa! … Ni siquiera se me había ocurrido pedirle una foto para ver cómo era… ¿En que estaba pensando?

Pero la sensatez fue sólo pasajera en mi mente. De inmediato el dolor en mi estómago me recordó las razones por las que había salido huyendo del colegio, las razones por las que me encontraba en la puerta de la casa de un extraño…

Cristian.

Me sentía destrozado por dentro y lo único que quería era desquitarme. Quería sacarme toda la rabia que sentía. Quería demostrarle a Cristian y a mí mismo que él no me importaba, que no había sido realmente importante lo que ambos tuvimos, que no fue nada especial. Quería demostrarle que lo que tuve con él lo podía tener con cualquiera, incluyendo un perfecto extraño que apenas conocía.

Entonces el miedo que sentía se convirtió en determinación.

Yo no era un tonto, a pesar de estar muy herido sabía perfectamente lo que significaba ir a la casa de un extraño, sabía que aquel hombre sólo quería tener sexo conmigo y eso fue precisamente por lo que fui.

Decidido a entregarme a aquel extraño, me acerqué y golpeé la puerta un par de veces y ésta se abrió enseguida.

―Hola ―dije nervioso, apenas una figura apareció detrás de la puerta.

El hombre que estaba frente a mí no era para nada lo que me esperaba. Por alguna razón había imaginado que me encontraría con un hombre viejo, gordo y acabado, con la mirada llena de lujuria. Pero aquel personaje que se encontraba frente a mí era todo lo contrario.

Raúl era un hombre alto, tan alto que yo apenas le llegaba a la altura de su pecho. Su contextura era ancha, pero no se le veía para nada gordo, al contrario, parecía tener varios músculos escondidos debajo de aquella casaca que llevaba puesta.

Sus facciones eran duras, varoniles, pero sus ojos tiernos como los de un cachorro. Sus labios carnosos estaban rodeados por ligera capa de pelos, una barba tan perfectamente cortada que parecía de mentira.

―Hola ―contestó amable, con su voz gruesa y profunda ―, tú debes ser Andy.

En sólo un segundo, sus ojos marrones claros recorrieron mi cuerpo de arriba abajo y luego una sonrisa se dibujó en su rostro.

―Sí ―contesté, nervioso, muy nervioso… sumamente nervioso.

Raúl no era para nada como me lo había imaginado. Era mejor… ¡Era mucho mejor!

―Pero pasa, por favor ―dijo luego, abriendo por completo la puerta, haciéndose a un lado para que pudiera entrar.

Con suma lentitud entré en su departamento y me quedé de pie en medio de la sala, observando con asombro la bella decoración y lo elegante que se veían sus muebles.

―Toma asiento ―dijo, señalando un sofá marrón junto a mí.

―Gracias ―contesté con timidez y luego caminé con lentitud hacia el mueble y me senté en él.

Raúl me observó un momento desde donde estaba y luego tomó asiento en el mueble de enfrente.

―Vaya ―exclamó con un brillo especial en sus ojos―. No eres para nada como te imaginé.

Sus palabras me hicieron esbozar una sonrisa, ya que yo pensaba exactamente lo mismo sobre él.

―¿En verdad? ―pregunté, tratando de mostrarme confiado― ¿Pensabas que era más simpático?

Raúl soltó una pequeña carcajada y luego sonrió de oreja a oreja.

―Al contrario, no pensé que serías tan guapo.

―Sí, claro… seguro pensaste que sería mucho mejor.

―La verdad es que temía que fueras un chiquillo delicado y…

―¿Amanerado? ―le interrumpí, diciendo de frente lo que él intentaba evitar decir.

Raúl soltó otra risa divertida.

―Pero no eres eso para nada ―dijo y sus ojos me miraron con picardía―. Luces, hablas y actúas muy varonil… Si no supiera que eres gay, nunca lo hubiera imaginado.

―Sí ―contesté soltando una risa nerviosa―, ya me habían dicho antes que soy inmune a los “radares”.

Raúl volvió a reír.

―Tu tampoco eres lo que esperaba ―dije y me arrepentí apenas las palabras salieron de mi boca.

―¿En verdad? ―dijo, levantando una ceja.

Mi rostro se puso colorado cuando vi la expresión de sorpresa en su rostro.

―Esperaba encontrar a un señor gordo y descuidado ―continué, sin saber realmente porque le contaba todo eso―, pero resultaste ser todo lo contrario.

Raúl sonrió complacido por mi comentario y luego plantó su mirada sobre la mía, intimidándome inmediatamente.

Ambos nos quedamos un momento en silencio, como si el tiempo se hubiera detenido.

―¿Quieres algo te tomar? ―preguntó de pronto, rompiendo el contacto visual que se había creado entre nosotros―. ¿Una gaseosa?

―Sí, por favor ―contesté y luego lo seguí con la mirada cuando se levantó del mueble y caminó hacia la cocina que quedaba junto a la sala donde nos encontrábamos.

No podía creer que me encontraba sentado allí, en casa de aquel hombre, de aquel hermoso hombre, que apenas conocía.

―Y dime Andy ―dijo Raúl, extendiéndome una lata de gaseosa―, ¿Ya te sientes mejor?

Su pregunta me hizo recordar súbitamente a Cristian y mi semblante decayó de inmediato.

―La verdad no ―contesté con un hilo de voz, luchando por mantener a raya los sentimientos que volvía a revolotear en mi estómago.

Raúl se dio cuenta de inmediato de mi cambio de ánimo y sin perder tiempo se sentó a mí lado, a sólo unos centímetros de mí.

―Lo siento… No quise hacerte recordar malos momento ―dijo, hablando con voz suave y tierna.

―No es tu culpa ―contesté y entonces sentí su mano acariciando mi rostro.

De inmediato el calor y el aroma dulce de su piel llenaron mis sentidos y mi corazón empezó a latir con fuerza.

―No debes ponerte triste ―dijo mientras sus dedos acariciaban mis mejillas con ternura ―. Eres un chico muy lindo y muy especial. Nada ni nadie merece tus lágrimas.

No sé si era su voz tierna, el calor de su mano o su aroma exquisito lo que me tenía hipnotizado, pero algo en él hacía que me derritiera entre sus dedos.

Su tremenda presencia, aquella presencia tan varonil, tan fuerte, empezó a calentarme, despertando un deseo incontrolable dentro de mí.

―Todo estará bien, peque ―susurró y no pude controlarme más.

Sin medir las consecuencias, me lancé hacia él y lo besé, dejándolo frio por la sorpresa.

Sus labios eran suaves, su aliento cálido y fresco ¡Aquel hombre era perfecto!

En menos de un segundo me metí entre sus brazos, sentándome sobre sus piernas sin dejar de besarlo, sujetando con ambas manos su rostro.

Raúl dudó por un segundo, pero luego empezó a corresponder a mi beso y sus manos me envolvieron completamente.

Su barba me picaba el rostro mientras lo besaba, dándole un placer extra a aquel erótico momento. Era la primera vez que besaba a un hombre con barba y la sensación empezaba a gustarme

Entonces sus labios empezaron a recorrer mi rostro, cubriéndome de besos, subiendo hasta mis ojos y luego bajando hasta mi cuello, para luego volver a subir. La sensación de sus besos me encendía, así como el cosquilleo que provocaba su barba cuando raspaba mi piel.

Sus manos grandes y fuertes se desplazaban de arriba abajo por mi espalda, acariciando cada rincón de mi piel sobre mi camisa de colegio, alimentando el fuego que me quemaba por dentro.

Lo deseaba… lo deseaba mucho… Aquel hombre me volvía loco… Quería ser suyo… quería sentirlo dentro de mí…

De un salto bajé de sus piernas y empecé a sacarme la ropa con desesperación, quedándome desnudo en cuestión de segundos.

Raúl se puso de pie y me observó en silencio mientras me desnudaba frente a él, mirándome con sus ojos encendidos por el deseo.

Apenas me saqué la última prenda de ropa, me acerqué hacia él y me empiné sobre mis pies para besarlo. Entonces Raúl me rodeó con sus brazos fuertes y mi cuerpo se estremeció al sentir sus manos sobre mi piel desnuda. Luego me besó, suave y tiernamente, mientras recorría con la yema de sus dedos mi espalda hasta llegar a mis nalgas, haciéndome suspirar de emoción,

Sus manos fuertes se aferraron a mi culo con firmeza, acariciándolo, recorriendo cada centímetro de mis nalgas.

Me sentía pequeño a su lado, delicado y frágil entre sus manos fuertes, pero por alguna razón aquello me encendía.

Entonces Raúl se inclinó y con su brazo derecho me levantó de las piernas, alzándome sobre sus brazos completamente, como si mi cuerpo no pesara nada en lo absoluto. Luego empezó a caminar hacia el mueble, sin dejar de mirarme con ternura y lascivia.

Con mucho cuidado me colocó sobre el sofá y luego se recostó junto a mí, recorriendo mi cuerpo desnudo con sus manos, haciéndome sentir en las nubes.

―Eres realmente hermoso ―susurró, esbozando la sonrisa más sexy que jamás había visto.

Mi rostro se puso rojo al escuchar sus palabras y al ver la sinceridad en sus ojos.

―No sabes cuantas ganas tengo de hacerte mío ―suspiró, dándome un beso suave en los labios ―, pero no quiero ser sólo el instrumento de tu desquite ―continuó, mirándome ahora de forma diferente.

―No… no lo eres, te lo aseguro ―traté de convencerlo, acariciando su rostro.

―Me gustas mucho, Andy. Eres un chico muy especial ―dijo luego y sus ojos me miraron con dulzura ―, por eso estoy dispuesto a esperar a que estés listo para entregarte a mí completamente, no sólo en cuerpo.

Me quedé en silencio, sin saber que contestar, abrumado por sus palabras.

―Está bien ―susurré y solté un suspiró largo.

―¿Estás decepcionado? ―preguntó consternado, con su rostro sobre mi pecho desnudo.

―Lo lamento ―me disculpé, consciente de que en verdad lo único que quería era usarlo para desquitarme de Cristian―, tienes razón. Te mereces más que eso.

Raúl me dedicó una sonrisa tierna y luego se deslizó a mi lado y me acomodó entre sus brazos, colocando mi rostro contra su pecho.

El calor de su cuerpo, de sus manos sobre mi piel desnuda, me provocó una extraña sensación de tranquilidad. El sonido de su corazón, palpitando contra su pecho, se volvió extremadamente relajante y sin poder evitarlo me quedé dormido entre sus brazos.

 

―Hey pequeño, despierta ―lo escuché susurrarme al oído.

―Hola ―contesté en un suspiro, sonriendo al sentir aún sus brazos envolviendo mi cuerpo.

―Ya anocheció… será mejor que regreses a tu casa antes de que tus padres se preocupen.

Mis ojos se abrieron grandes cuando vi la noche a través de su ventana y de un salto me puse de pie.

―¡Mi mamá va a matarme! ―exclamé dando saltos de un lado a otro, mientras buscaba mi ropa con la mirada, tratando de recordar donde la había tirado.

―Tranquilo, Andy. Yo te llevaré en mi auto para que llegues rápido ―dijo él, tratando de calmarme.

―Adrián ―dije de pronto―, mi verdadero nombre es Adrián.

Raúl me miró serio por un segundo y luego dibujó una sonrisa en su rostro nuevamente.

―Adrián ―repitió―, me gusta más que Andy.

Con una sonrisa en los labios, empecé a vestirme como loco, corriendo de un lado a otro recogiendo las prendas que había botado por toda la sala.

Raúl me observó mientras me vestía, sonriendo divertido.

Apenas estuve listo, ambos salimos del departamento rápido, con dirección al estacionamiento.

Debido a la prisa y a los nervios que sentía no pude apreciar bien su auto, además de que todo ya estaba oscuro.

En lo único que pensaba era en la gritada que mi madre me iba a pegar cuando llegara a mi casa.

―Detente aquí ―le indiqué, haciéndole señas para que se estacionara a una cuadra de mi casa.

―¿Te veré pronto? ―preguntó antes de que saliera de su auto.

―Eso júralo ―contesté con una sonrisa y le di un rápido beso en los labios.

Sin esperar a ver su reacción, salí corriendo de su auto y me paré en la esquina a esperar a que se marchara, pensando que aún no era tiempo de que supiera exactamente donde vivía.

Cuando por fin lo vi alejarse, corrí hacia la puerta de mi casa y entré lo más silenciosamente posible, pero pese a mis esfuerzos por no ser visto, mi madre me descubrió.

―¿Recién llegas? ―preguntó sorprendida, mirando su reloj.

―Lo siento, se me pasó la hora.

Los ojos de mi madre reflejaban todo tipo de sentimientos, menos cólera.

―¿Está todo bien? ―pregunté preocupado al ver que no me reclamaba como siempre.

―Sí, hijo ―contestó pero era obvio que algo le sucedía―. Ve a dormir que mañana debes ir al colegio.

Sin querer discutir o hacerla sentir peor, me dirigí hacia mi habitación y me tiré sobre mi cama, abrumado por todas las cosas que me habían pasado ese día.

Entonces mi celular sonó.

< ¿Todo bien por tu casa? >, preguntó Raúl, provocándome una involuntaria sonrisa.

< Sí, gracias por traerme >, contesté seguido de un emoticón de carita feliz.

< Cuando quieras, peque >, respondió < Ahora ve a dormir, mañana será otro día>

< Gracias por todo >, le escribí < Hablamos mañana, buenas noches >

< Buenas noches, Adrián >

Con una sonrisa en los labios me fui a dar un baño y luego a la cama. Aquel había sido un día muy largo y a pesar de que había dormido bien en brazos de Raúl aquella tarde, aun así me sentía muy cansado.

 

―¡Adrián! ―llamó Jordán a penas me vio entrar al salón de clases.

―Hola Jordán ―contesté desganado, aterrado por la idea de tener a Cristian cerca todo el día, en el mismo salón de clases. Si hubiera sido por mí no hubiera regresado a aquel colegio, pero no quería darle el gusto de verme huir de él, quería demostrarle que podía superarlo fácilmente.

―¿Qué pasó contigo ayer? ¡Te desapareciste! Tuve que inventarle una excusa al profesor para que no mandara a llamar a tu mamá… Si alguien pregunta, tu tía abuela falleció ayer y te vinieron a llevar.

―Gracias ―atiné a contestar, con la vista fija en la puerta del salón, atento para ver en qué momento entraba Cristian.

―¿Qué sucede contigo? ¿Por qué no me cuentas? ¿Ya no me tienes confianza?

Después de un largo rato de insistir, por fin me animé y le conté todo lo que había sucedido con Cristian, obviando lo que había sucedido después.

―Ese maldito ―exclamó Jordán en voz alta, molesto―. No puedo creer que te haya dicho eso… Sigue siendo el mismo insensible hijo de puta de siempre.

―Sí, bueno… sólo espero no encontrarme con él hoy.

―Pues ya se le hizo bastante tarde. No lo he visto y él siempre es el primero en llegar.

―Mejor si no viene ―dije molesto, sin saber exactamente como sentirme.

Entonces Pablo entró al salón y me alzó la mano, llamándome.

―Allí te habla la gorda de tu amiga ―susurró Jordán agriamente.

―En lugar de tenerse cólera, deberían intentar llevarse bien, somos del mismo equipo.

―No… a mí no me agradan las pasivas de closet que actúan como heteros pero se derriten cuando tienen un pene adentro.

―Tu también te derrites cuando tienes un pene dentro.

―Sí, pero no ando detrás de las chicas para aparentar ser macho.

Con una sonrisa en los labios por el comentario de Jordán, fui hasta donde se encontraba Pablo llamándome.

―Hola Pablin, ¿Cómo te va? ―le saludé como siempre lo hacía.

―Bien, aunque algo abandonado. Desde que empezaste a juntarte con tu mejor amiga, la cabrita de Jordán, ya no nos paras bola a nosotros ―se quejó.

―Si al menos intentaran ser amigos en lugar de tenerse cólera, podríamos andar todos juntos.

―No, gracias. Quiero seguir siendo discreto y no quiero que piensen mal si me ven con una cabrita como Jordán.

―Bueno, bueno ―suspiré, cansado de estar siempre en el medio de esos dos.

―¿A qué hora nos reunimos hoy? ―preguntó, tomándome por sorpresa.

―¿Reunirnos? ¿Qué hay?

―… el trabajo de historia… ¿Recuerdas? El profe nos puso a Cristian a ti y a mí en el mismo grupo… Quedamos en reunirnos la semana después del campamento…

Entonces recordé la tarea y mi cuerpo se estremeció al pensar que tendría que estar en el mismo lugar con Cristian.

―Habíamos quedado en mi casa, ¿no? ―pregunté, haciendo memoria―. Puedes venir a partir de las cuatro, así me das tiempo para darme un baño después de la escuela.

―Está bien, pero sólo seremos nosotros dos ―dijo Pablo―, Cristian me mandó un texto para decirme que no podría reunirse con nosotros hoy.

Mi cuerpo se estremeció al escuchar lo que dijo Pablo, pero no supe si fue de alivio o de decepción.

―Entonces nos vemos en tu casa a las cuatro ―dijo y luego fue hacia su sitio.

Todo el resto del día me la pasé pensando en Cristian, en porqué estaba actuando de esa manera. Aún me costaba creer que todo aquello era verdad, ya que parecía una terrible pesadilla.

 

―Tengo que salir por unas cuantas horas ―dijo mi madre, sacándome de mis pensamientos―, Tus amigos vendrán a hacer un trabajo hoy, ¿verdad?

―Sí, a las cuatro, pero sólo vendrá Pablo ―contesté, levantándome de la mesa con mi plato de comida casi intacto. Con todo lo que estaba sucediendo lo que menos tenia era hambre.

―Regresaré antes de las ocho, ¿estarás bien? ―preguntó mi madre, mirándome de forma extraña, algo ida.

― ¿Está todo bien? ―pregunté al verla diferente.

―Sí, hijito. No te preocupes ―contestó ella, luego me abrazó y se fue.

Aún con mucho tiempo restante para las cuatro de la tarde, me di un baño y arreglé mi cuarto, mientras intercambiaba mensajes de texto con Raúl, tratando de coordinar nuestro próximo encuentro.

Luego de aquella mágica tarde en su departamento, mi cuerpo parecía extrañar sus caricias, sus manos grandes acariciando mi pie. Ya no quedaba nada de su olor en mí y empezaba a extrañarlo. Debía verlo pronto.

Entonces el timbre de la puerta me sacó de mis fantasías.

―Hola Pablin, pasa ―saludé a mi amigo, abriéndole la puerta.

―Hola ―me saludó y ambos entramos directo hasta mi cuarto.

Por varios minutos nos dedicamos a leer los libros de historia y a avanzar con aquel trabajo que nos habían dejado, sumidos en un silencio bastante extraño.

―Bueno… ―dijo de pronto, volviéndose a mirarme―, ¿Me vas a contar que fue lo que sucedió entre Cristian y tú? O debo seguir pretendiendo como que no me doy cuenta de nada.

Los siguientes veinte segundos lo miré en silencio, sin saber que decir.

―Vamos, Adrián… somos amigos, ¿no? No me vas a decir que no pasó nada. Todos nos dimos cuenta que algo cambió entre ustedes en el campamento, sin mencionar el hecho de que te pasaste a su cama y dormiste con él la última noche.

Mi rostro de sorpresa le causó gracia.

―Sí… todos nos dimos cuenta.

¿Era en serio? ¿Todos? ¡Qué vergüenza!

―Entonces… ―dijo, esperando que me confesará.

―Sí, intentamos tener una relación… pero no funcionó ―dije, tratando de no entrar mucho en detalle.

Pablo me miró poco convencido.

―Entonces Cristian si es gay… ―afirmó, algo decepcionado.

―No ―contesté de inmediato, con algo de molestia ―, él no es gay, lo único que quería era tirar.

―¿En serio? Qué raro ―suspiró.

―¿Por qué raro? ―pregunté―, él es uno de esos heteros que se tiran gays, pero siguen siendo heteros… lo que tu pensaste que yo era...

―Es raro porque yo muchas veces intenté provocar a Cristian… me paseé desnudo frente a él cientos de veces, en su casa, en la mía, y él nunca intentó algo… Si fuera de esos heteros que se tiran gays, no hubiera perdido la oportunidad conmigo… ¿no crees?

Aquella conversación estaba empezando a ponerme incómodo. Todo el día me lo había pasado pensando en ese pendejo, lo último que quería era ponerme a discutir sobre porque no se tiró a Pablo y si a mí.

―Pregúntale a él, si quieres. Ya no quiero hablar de ese tema.

Pablo me miró algo avergonzado.

―Está bien, lo siento ―dijo―, cambiemos de tema… ¡Tengo algo que mostrarte!

Por el brillo que tenía Pablo en sus ojos podía darme cuenta de que lo que quería mostrarme lo tenía emocionado.

Desesperado, Pablo empezó a rebuscar entre sus cosas y luego se volvió hacía mí con un enorme dildo en sus manos.

―¡Lo compré online y acaba de llegar hoy! ―exclamó emocionado.

Mis ojos se abrieron grandes al ver el tamaño de aquel enorme pene de hule. ¡Era gigante! Debía medir al menos veintidós centímetros y tenía venas artificiales rodeando su tronco grueso que lo hacían ver muy real… ¡Demasiado real!

―Eres un loco ―suspiré sin poder quitarle los ojos de encima a semejante juguete.

―Se ve muy real, ¿no? ―dijo con un suspiro.

―Demasiado… ―susurré, imaginando lo difícil que debía ser meterse todo eso por el culo.

―Por lo que veo Ángel no te mantiene satisfecho ―bromeé―, pensé que con lo insaciables que son ambos se llevarían muy bien.

―Ángel lo hace rico, pero no me gusta mucho la forma en la que me trata, es muy bruto. Siempre que estoy con él, al día siguiente tengo que estar ocultando las marcas que me deja en las nalgas o en el cuello.

―Ya veo ―suspiré, recordando la vez que casi me asfixia con su pene.

―Y como tú ya no quieres tirarme… por no malograr la amistad… pues no me quedó otra que comprarme un juguete ―dijo, lanzándome una indirecta bien directa.

―Está bien ―dije con una sonrisa―, pero aun no entiendo cómo vas a hacer para meterte todo eso…

―Con esto ―contestó él, sacando un frasco de lubricante de su mochila―, y con tu ayuda.

―¿Qué? ¿De qué hablas? ¡¿Quieres que yo te lo meta?! ―exclamé sorprendido. Realmente no me esperaba eso.

―Porfaaaa… es muy grande y necesito quien me ayude a dilatarme y a lubricarme… aunque sea para lo primera vez… por favor, ¿Si? No te estoy pidiendo que me penetres tú, sólo méteme el dildo… Por fa…

Las suplicas de Pablo se volvieron más y más intensas, y por más que me hubiera gustado decirle que no, la calentura de imaginarme aquel enorme dildo entrando entre sus hermosas nalgas pudo más que mi recato.

―Está bien ―contesté finalmente―, te ayudaré.

Pablo sonrió de oreja a oreja y de inmediato empezó a desnudarse sin vergüenza, arrojando su ropa a un lado.

Por más que intenté mantener la compostura, no pude evitar comerme con la mirada aquel cuerpo regordete, en especial aquellas nalgas gordas y lampiñas.

Sin tapujos, Pablo se dirigió hasta mi cama y se puso en cuatro patas sobre ella, levantando el culo hacia mí, con sus nalgas al aire, invitándome a acariciarlas.

―Había olvidado el buen culo que tienes ―suspiré, incapaz de controlar la calentura que me empezaba a invadir.

―Lástima que ya no quieras cogértelo ―dijo pícaramente, volviendo su rostro para mi mirarme, manteniendo el culo bien levantado.

―Entonces… ¿Qué hago ahora? ―pregunté.

―¿Te molestaría dilatarme un poco? Humedece un poco mi ano antes de ponerle el lubricante.

Sin molestarme en pedirle más instrucciones, me arrodillé frente a aquel hermoso poto y empecé a pasar mi lengua por sus nalgas, dándole pequeños mordiscos, disfrutando nuevamente de aquel glorioso culo.

Con mi lengua recorrí cada centímetro de sus nalgas y luego empecé a lamer entre ellas, abriéndome paso poco a poco hasta que por fin llegué hasta aquel agujero rosado que se contraía y expandía con cada una de mis lamidas.

Sin medirme, empecé a chuparlo con pasión, con lujuria, y Pablo empezó a gemir desesperadamente. Aquel ano era delicioso, luego de darle muchas lamidas y de meter un par de centímetros de mi lengua dentro de él, empecé a darle pequeñas mordidas alrededor, provocando que el cuerpo de mi amigo se sacudiera incontrolablemente.

―Te pondré el lubricante ―dije y luego tomé el frasco y empecé a untar aquel pegajoso liquido por todo su ano, metiéndole un par de dedos para poder lubricarlo por dentro también.

―Ponle lubricante al dildo ―susurró entre jadeos.

Entonces tomé aquella enorme pieza y la envolví con lubricante, cubriéndolo con mis manos, moviéndolas de arriba para abajo como si estuviera masturbándolo, hipnotizado por lo real que se veía.

―¿Estás listo? ―pregunté con un hilo de voz, súper excitado.

―Sí… mételo despacio.

―Ábrete las nalgas ―le ordené y de inmediato Pablo se las abrió de par en par, dándome una hermosa vista de su ya húmedo y rosado agujerito.

Lentamente coloqué el dildo en la entrada de su ano, jugando con la cabecita, moviéndolo circularmente para provocarlo.

Era increíble lo grande que se veía junto a sus nalgas. Su ano tendría que abrirse mucho para poder tragarse todo aquello.

Con cuidado empecé a empujar el dildo dentro del culo de mi amigo, sintiendo como su cuerpo se tensaba por el dolor con cada centímetro que entraba.

―Ahh ¡No! ¡Para! ¡Para!… ¡Me duele! ―gritó de pronto y se lo saqué de inmediato.

―¿Estás bien? ―pregunté al ver la expresión de dolor en su rostro.

Pablo empezó a sobarse el ano y a respirar profundo varias veces, intentando hacer que el dolor se alejara.

―Creo que exageraste ―le dije, acariciándoles las nalgas con cariño―, es demasiado grande.

―No… Sí puedo… sólo debo acostumbrarme ―contestó decidido, sorprendiéndome con su determinación.

Luego de unos minutos, Pablo se colocó de nuevo en cuatro patas y nuevamente unté su ano con lubricante, poniéndole un poco más que antes.

Con miedo, empecé a introducirle nuevamente el dildo en su culo, esta vez más lento que antes, con más cuidado.

―Déjalo ahí un momento ―me pidió, cuando ya toda la cabeza había entrado por completo.

―Está bien ―contesté y empecé a mover el dildo en forma circular para que se relajara, sin meterlo más.

―Adrián ―llamó Pablo, volviendo su rostro para mirarme. Sus ojos estaban como perdidos, inyectados con pasión y dolor―. Gira un poco la base del dildo―dijo.

Entonces aquel enorme juguete empezó a vibrar, provocando que todo el cuerpo de Pablo empezara a temblar. Ahora mi amigo gemía sin control, jadeando y hasta casi gritando de placer.

―Ahora… mételo todo ―me ordenó.

Entonces empecé a introducirle el resto del dildo, tratando de hacerlo lentamente pero Pablo no pareció estar contento con la velocidad, ya que empezó a mover las caderas y a empujar hacia atrás para introducirse más y más aquel formidable pene de juguete.

―¡Ya está! ―exclamé triunfante cuando vi todo aquella enorme verga enterrada por completo en el culo de mi amigo, vibrando y haciendo que sus nalgas vibraran con él.

―Es increíble ―jadeaba Pablo, gimiendo como poseso.

Sin poder controlarme, me bajé los pantalones y empecé a masturbarme con la mano derecha, mientras que con la izquierda sujetaba el dildo para evitar que el tragón de mi amigo se lo comiera por completo.

―Ahora mételo y sácalo rápido ―ordenó Pablo, extasiado―. Quiero sentirlo entrando y saliendo.

Movido por mi propia calentura, saqué todo aquel dildo del culo de mi amigo y se lo volví a meter, haciendo que Pablo pegara un grito de placer.

Al mismo ritmo que me masturbaba, empecé a meter y sacar aquel enorme pene de juguete entre las nalgas de Pablo, llevándonos a ambos a un estado de suma excitación.

Aquel movimiento duró mucho más de lo que esperaba. Realmente Pablo tenía mucha resistencia, cualquiera no hubiera aguantado tremendo pene por tanto tiempo.

Sin poder aguantar más la excitacion, me vine sobre las nalgas de mi amigo, mojando con mi leche su ano y su dildo.

Pablo al sentir el calor de mi semen sobre su culo dio un suspiro y luego se dejó caer sobre la cama, exhausto.

―¿Te viniste? ―preguntó riendo.

―Lo siento ―me disculpé―, no pude aguantar tanto morbo.

―Está bien ―dijo sonriendo―, me alegra que los dos lo hayamos disfrutado.

―¿Quieres que te saque el dildo? ―pregunté mientras le limpiaba el semen de sus nalgas.

―Déjalo un momento más, se siente bien ―suspiró.

Con una sonrisa en los labios por la expresión que tenía mi amigo en su rostro, fui hasta el baño para limpiarme un poco y traer algo de papel para Pablo, aún incrédulo de que haya podido comerse todo aquel monstruo.

―¿Ahora si te lo sacó? ―pregunté luego de un momento.

―Sí, pero despacio ―dijo.

Con cuidado tomé la base del dildo y empecé a sacarlo lentamente, viendo como el ano de Pablo se contraía con cada centímetro que perdía de ese pene, presionando como si no quisiera que se lo quitara.

No podía creer lo abierto que se quedó el hoyo de Pablo cuando terminé de sacarle el dildo. Parecía un enorme agujero negro, con bordes rojos y húmedos.

―Ve a darte un baño, que mi madre ya no demora ―le dije y solté una risa cuando lo vi ponerse de pie con dificultad y caminar hacia el baño de forma graciosa.

Apenas Pablo salió de la ducha, mi madre llegó a casa.

―Hasta mañana, Adrián ―se despidió Pablo en la puerta―, hasta luego señora ―dijo luego volviéndose a mi madre, pero ella no contestó.

Preocupado por las reacciones tan extrañas de mi madre de los últimos días, fui hacia ella y le pregunté nuevamente que le sucedía, con la intención de no dejarla hasta que me dijera la verdad.

―Tu padre y yo nos vamos a separar ―dijo y de inmediato sentí un retortijón en el estómago.

Entonces mi mente se llenó de inmediato con recuerdos de mis padres, juntos y felices, recuerdos que empezaron a provocar un vacío angustiante en mi pecho.

Sin decir nada, salí corriendo de mi casa, ignorando los gritos de mi madre.

Por un largo rato caminé sin rumbo por la calle hasta que inconscientemente mis pasos me llevaron hasta el edificio de Raúl.

―Hola, soy yo ―dije cuando escuché su voz por el comunicador.

―¿Adrián? ¿Estás bien?

―¿Puedo quedarme contigo esta noche? ―pregunté temblando, sintiéndome raro por pedirle eso a través de un micrófono.

―Claro, sube ―contestó.

Raúl me abrazó y escuchó hasta altas horas de la noche, acariciándome y susurrándome que todo iba a estar bien.

Me sentía bien a su lado, protegido y tranquilo, como nunca me había sentido con nadie, ni siquiera con Cristian.

Aquella fue la primera noche que pasé con Raúl, la primera noche que dormí entre sus brazos, sintiéndome protegido de todas las cosas que me atormentaban, que me hacían sentir triste.

Una vez más Raúl se comportó como un caballero y no intentó nada en toda la noche, sólo me abrazó y me acostó sobre su pecho, dándome el cariño que tanto necesitaba en ese momento.

(9,28)