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Negación - Capítulo 7

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Seguía mirándolo. Sabía que debía moverme o lo alteraría, pero simplemente no pude. Una voz en mi interior me pedía que huyera, que me salvara. Pero no llegaría muy lejos.

- ¿Y? – me apremió.

- Sí… - dije tratando de calmarlo, esperaba que no notara la inseguridad en mi voz – …voy – repetí, esta vez tratando de convencerme a mí mismo.

Abrió la puerta trasera, y floté hacía el Camaro Six, mi mente se hallaba a kilómetros de distancia. Mi cuerpo se convirtió en un cascarón vacío en cuanto avance hacia mi autodestrucción. Me quedé dudando en la puerta, mi calzado estaba hecho un desastre, eso es lo malo de los paraguas, no evitan que tus pies se mojen. No quería ensuciar la tapicería, él pareció notarlo.

- Sácatelos… - dijo con amabilidad, lo miré y descubrí algo nuevo en sus ojos: lástima. Yo le inspiraba lástima.

- Seguro – aparté la mirada, con más temor que antes. En el momento en que un psicópata es más peligroso, es cuando se comporta amable.

Tragué saliva audiblemente, me agaché y retire mis zapatillas, tuve cuidado de no tocar el suelo con los pies descalzos antes de entrar al lujoso vehículo. Cerré la puerta, y sentí el aroma. Todo estaba impregnado con su olor. Era una esencia agradable, ligera, muy parecido al pino fresco, pero más dulce.

- Pareces un perro callejero – me miraba por el retrovisor, el ceño fruncido. Miré mi atuendo rápidamente.

- No pensé que la ropa importara… – …hijo de puta, completé en mi fuero interno.

- Tienes razón, no lo hace.

- Bien.

- No te ves muy feliz… - seguía mirándome.

- Estoy eufórico, no te imaginas… - le dije sarcásticamente.

- Eres un puto bastante extraño… - continúo.

- ¿Lo soy?

- Lo eres. No pareces disfrutar tu trabajo.

- Dudo que alguien pueda disfrutar haciendo esto – lo recriminé, con la mirada le imploré que reconsiderara, que me dejara ir.

- Yo lo hago, y lo haré – soltó, obviando mi petición silenciosa – Te prometí algo Puto, y yo siempre cumplo mi palabra.

- Entonces… terminemos con esto – dije en un ataque repentino de valentía y determinación.

- ¡Ahora si empiezas a sonar como una Puta! – exclamó alegremente.

- Me alegro que te guste – desvié la mirada y me concentré en la ventana.

El motor del vehículo cobró vida, y pronto estábamos en dirección a nuestro destino. Me quedé pensando en el intercambio de palabras de hace un momento. Nunca habíamos entablado una conversación tan larga, no sin desear molernos la cara a golpes mutuamente, es decir, le habría sacado los ojos de tener la oportunidad, ese era un sentimiento que nunca me abandonaría, pero por unos segundos me pareció que hubo una tregua aquí, ¿el trataba de hacer las cosas más simples?, no era posible.

En la medida en que avanzamos por la carretera, un nuevo sentimiento afloró en mi interior, y supe en ese instante que yo haría esto. No había ninguna diferencia a las otras veces en las que tuvimos sexo, el dolor era incómodo, pero tolerable. Claudia tenía razón esta tarde, yo había superado cosas peores, él era sólo una piedra en el camino, tan efímera como la vida misma. Y yo era fuerte, lo sacaría de la ruta a patadas, y mi vida seguiría.

La lluvia se volvió más intensa cuando nos alejábamos de la ciudad, a lo lejos, los faros de la ciudad parecían luciérnagas flotando en la oscuridad, traté de vislumbrar trabajosamente las siluetas de los edificios, pero me fue imposible, el mundo parecía sumido en un manto de sombras, y sólo esas luces parecieron sobrevivir al asalto.

- Se ve hermosa – su voz rompió el silencio nuevamente. Me sobresalté, saliendo de mi ensoñación.

- ¿Cómo? – pregunté confundido, sin dirigirle la mirada

- La ciudad, se ve hermosa – aclaró.

- Sí, pero…

- ¿Pero?... – sentía su mirada en mí, seguí mirando al exterior.

- Me pregunto cuántas personas están sufriendo allí está noche. La ciudad es oscura en más de un sentido metafórico… La ciudad está hermosa esta noche – coincidí – pero la lluvia la llena de tristeza.

- ¿No te gusta la lluvia?

- Me gusta la lluvia – le corregí.

- Entonces no entiendo.

- No es algo que te interese oír.

- ¿Cómo lo sabes?

- Sólo lo sé.

- ¿Tienes novio? – ahora lo miré, estaba comenzando a cabrearme.

- ¿Vamos a hablar de esto ahora?

- ¿Qué, por qué no?... No es como que nos vayamos a ver de nuevo en la vida, y ha pasado cuánto, ¿Un año y medio desde que nos conocemos?, pensé que podríamos saber más cosas el uno del otro,

- Tú estás enfermo – llené mi voz de desprecio.

- ¡!Auch!!... qué sensible… era sólo una pregunta.

- Entonces no preguntes y sólo conduce… quiero volver a casa luego – le dije mosqueado.

- ¿Tienes otros clientes en la agenda hoy?, Te sugiero que los llames para re-programar la cita, no creo que quedes en condiciones para atender a nadie más – volvía a ser el de siempre, con la voz autoritaria y los ojos llenos de repulsión.

- No es de tu incumbencia…

- ¡Cuidado Puta!… - la amenaza quedó flotando en el aire y luego reinó el silencio.

Media hora después llegamos al Hotel “La Ruta”. Recé durante el camino para que nos detuviéramos en un páramo desolado, o en el linde de un bosque, y las cosas terminaran rápido. Pero, nuevamente, nadie escuchó mi plegaria, y me encontraba en el frontis de un edificio de cuarta categoría, a la orilla de la carretera. Por favor – pensé – que no esté de humor para nalgadas.

Bajamos en silencio, el lugar era rústico pero agradable, nos recibió un joven que ni siquiera nos dirigió la mirada, me pregunté qué tan familiarizado estaba con los encuentros sexuales entre hombres en su recinto. Bastante supongo, por la forma en que nos trató. Nos entregó las llaves de una habitación en el segundo piso, y nos deseó las buenas noches. Estaba perplejo, en otros lugares que dos hombres pidieran habitación con cama matrimonial no era bien visto. Era esa crítica oculta, el desprecio en las miradas, los susurros a tus espaldas lo que me contuvo de confesar mi orientación sexual. Siempre le he temido al rechazo, y aunque las personas dicen haber “evolucionado”, el colectivo social aún juzga.

El cuarto era sorprendentemente amplio –pudo haber sido peor-. Al menos podíamos caminar sin chocar. Lo que llamó mi atención fueron los escasos mobiliarios. Había una cama central, dos veladores a sus costados, una encimera a la derecha, un armario en la izquierda, y al lado de éste, una puerta que daba a un baño pequeño. Sobre la encimera había un pequeño espejo, y sólo eso servía de decoración para la habitación.

- Es… - traté de encontrar la palabra correcta.

- Discreta – me dijo, pasando por mi costado y saltando hacía la cama. Se giró y me quedó mirando. Adoptó una posición bastante sexy ahí, apoyado en un solo brazo, las piernas cruzadas. Sólo en ese momento me fijé en su atuendo, vaqueros, camisa blanca abotonada hasta el pecho, y una cazadora negra. – Cierra la puerta – me indicó.

Me había parado en el arco de la entrada. Mirando el espectáculo que era él – podrías gustarme – pensé – pero eres un maldito hijo de puta -.  Recordé entonces, dónde estaba y el motivo por el que me encontraba aquí. Un calor comenzó a recorrer mi cuerpo desde la boca de mi estómago. Cerré los ojos y me giré para cerrar la puerta, dándole la espalda. Me quedé ahí petrificado, con la cerradura firmemente atrapada en mi mano. Comencé a respirar lentamente llamándome a la tranquilidad.

- Quítate la ropa – su voz ronca me llegó cargada de deseo. Me giré, seguía recostado en la cama, una sonrisa había aparecido en sus labios, desafiándome. Desnudarme, esa es la parte fácil amigo - pensé.

Puse mis manos en el dobladillo de la sudadera, la subí lentamente, dejando al descubierto la piel de mi abdomen, iba a mitad de camino por mi pecho cuando comencé a temblar. Apuré el movimiento, las saqué por mi cabeza y la tiré a mis pies. Esperé.

- Quítate toda la ropa – me exigió, dirigiendo su mirada al buzo.

Suspire, y bajé los pantalones rápidamente, di un paso hacia el costado para liberar la prenda de mis pies, en conjunto con las sucias zapatillas. Me felicité mentalmente por haber elegido sólo dos prendas de vestir, y no capas interminables de ropa, que habrían hecho esta parte del proceso eterna.

Estaba desnudo y el me observaba. En su mirada notaba un sinfín de emociones vagando, las principales como siempre, eran el odio, y el asco. Descubrí la lástima que me mostró cuando nos encontramos en el paradero, vagando ahí, y algo más, un sentimiento con el que luchaba, había deseo. Bajo la apreciación de sus ojos comencé a sentirme “desnudo” por primera vez. Sentía que estaba viendo a través de mí, veía mi alma, y ese lugar era sólo mío. Me sentí incomodo, y quise cubrirme. Pareció darse cuenta y apartó la mirada.

- Te quiero contra esa pared – me indico con la barbilla, se trataba de un espacio vacío cerca del espejo, a la derecha de la encimera.

Me dirigí al lugar que señaló, cuando estuve allí lo miré, como preguntándole ahora qué, me hizo una seña con la mano para que me girara, obedecí. Lo sentí a mi espalda, se sacó los zapatos y la cazadora. Se puso rápidamente de pie, y al segundo siguiente sentí su respiración en mi nuca.

- Te abres de piernas tan fácil, Puta… sólo tengo que decir dos palabras y ya te tengo pidiendo verga – apoyó una mano en mi zona sacra, curvando mi espalda.

Comencé a rezar, invocaba a Santa Claudia de los Culos Rotos, para que el maldito medicamento funcionara y si me iban a romper el ano esta noche, por lo menos, que no doliera. Toda mi fe estaba puesta en el bendito supositorio. Su mano comenzó a ascender por mi espalda, enviando electricidad a todo mi cuerpo. Ambos respirábamos ruidosamente, yo lleno de miedo, y él de lujuria.

- Me encanta tu culo Puta – confesó – por eso siempre vuelvo a ti. El agujero entre tus piernas me tiene hechizado.

Su mano llego a mi cuello, y bruscamente me apoyo contra el muro. Con uno de sus pies, amplió el espacio entre mis piernas. Quedé con la cara y el pecho pegados a la pared, su mano haciéndome presa ahí. Mi abdomen era un puente que conectaba ambas partes de mi cuerpo. Se acercó y lo sentí duro en mis nalgas.

- ¿Me sientes? – su voz fue un susurro profundo.

Asentí, podía verlo por el rabillo del ojo, todos  su cuerpo en tensión, veía la forma en que los músculos de sus brazos se marcaban, la rigidez de su pecho, los botones de sus camisa amenazando con estallar con cada movimiento. Comenzó a restregar su bragueta en mí. Sentía su pene palpitando en su encierro, exigiendo ser liberado.

Apoyó su otra mano frente a mi cara, mientras su cadera comenzó un movimiento frenético contra mí. Vi los músculos de su antebrazo, la forma en la que las venas y los tendones se hinchaban cada vez que hacía fuerza para amortiguar su peso, con cada movimiento que hacía. Y luego se alejó, abrió su cremallera y liberó su erección.

Ver su pene siempre era un espectáculo, me gustara o no, el hombre tenía una herramienta que me hacía agua la boca. El monstruo entre sus piernas era de un color más oscuro que su piel, estaba circuncidado, dejando al descubierto un glande prominente, más ancho que el cuerpo, de un delicioso tono rosado. Su falo media algo así como veinte centímetros, pero no era el largo lo que impactaba, era el grosor. Incluso su miembro era musculoso, pero el detalle que me fascinaba era que no se observaban venas en toda su longitud.

Mantuve mi posición, comencé a respirar más rápido, casi jadeando. La incertidumbre me estaba desesperando. Quería que la metiera pronto, que se corriera luego, y no me desgarrara en el proceso. La lidocaína tenía que funcionar, hasta el momento no sentía nada en mi interior que me dictara si el medicamento hizo algún efecto. Sólo había una forma de comprobarlo, y esa era siendo penetrado por él.

- Los preservativos están… - comencé. No me había olvidado del asunto. Me dio una nalgada que me hizo saltar, dejando ardor ahí donde su mano había impactado.

- Muy listo Putito… - me susurro al oído – pensaste que podías engañarme. Tú conoces el acuerdo, nada de condones.

- ¡Por favor! – le rogué.

- Ambos estamos limpios. Y quiero llenarte el culo de leche.

- Pero… - me dio otra palmada.

- No me hagas enojar, Putito traidor. Acuerdos son acuerdos. – el tono de su voz era bajo, sensual. Se alejó y sus manos empezaron a poseer mis glúteos, masajeando, entre-abriendo para dejar mi esfínter expuesto y volviendo a cerrar.

Si la intención de su “masaje” era relajarme, no hizo nada más que empeorar las cosas. Sentí la tensión por la anticipación, siempre hacía eso antes de empalarme con su verga. Cuando decidió que ya estaba listo para poseerme, soltó mi trasero, y comenzó a masturbarse duro, liberando gran cantidad de líquido pre-seminal. Jadeaba. Cerré fuerte mis ojos, esperando sentir el dolor.

Sentí la humedad de la cabeza de su pene buscando mi entrada. Quise ayudarlo con mis manos, y tocar su pene por primera vez, pero cuando hice el mínimo ademán de moverme, me dio una nalgada con toda su fuerza, que dejó mi glúteo entumecido por unos nanosegundos, para luego comenzar a irradiar dolor.

- No te muevas – me advirtió.

Me paralizó con su cuerpo, inhabilitando mis movimientos. Pasó su brazo derecho por debajo de mi axila, de tal forma que la parte anterior de su codo quedo apoyada en mi pecho y con su mano sujetó firmemente mi cuello. En esa posición no podía descender mi mano, ni girar la cabeza. Y así, en esa postura se adentró en mí.

Lo que sentí me maravilló. No hubo dolor en su irrupción, solo el quejido de ambos por respuesta a las nuevas sensaciones. Lo que experimenté en mi recto no podía ser real. El anestésico me daba la sensación de tener una gruesa capa de piel y músculo que separaban su cuerpo del mío. Percibía su pene en mi interior y toda su fuerza, y sentía como la musculatura de mi ano cedía sin ofrecer resistencia. Sin embargo, no había una completa insensibilidad en mí. No todos mis nervios estaban adormecidos y la sensación que me ofrecía su verga me complacía.

- ¿Te gusta Puta? – dijo, mientras seguía adentrándose en mí.

En un segundo todo el esquema había sido transformado. El esperaba dolor, pero sólo había placer. Cuando estuvo todo dentro de mí, comenzó a bombear salvajemente, no espero ninguna señal como era nuestra costumbre. Se movía al ritmo de lo frenético, taladrándome con su verga.

- Que rico estás, Puto.

Guardé silencio, no porque no supiera que responder, sino porque lo único que había en mi mente, era lo que experimentaba mi cuerpo al ser poseído por él. Me comenzaron a temblar las piernas cuando sus arremetidas se volvieron violentas. Y ninguna sola vez me quejé, ninguna sola vez dolió.

Dejé mi mente volar y me concentré en la sensación de su cuerpo en mi interior. Sentía su pene entrar y salir casi por completo con cada movimiento de caderas, se retiraba hasta el glande y volvía a dejarse caer completo en mi recto. Una y otra vez, sin cesar. El contacto de su piel directamente con mi interior, también era una revelación. A pesar de que mi sentido estada enceguecido por el anestésico, aun percibía la fricción de su verga en mi interior, la irregularidad de su estructura, el cuello y la corona del glande, las consistencia diferente entre el cuerpo esponjoso y los cuerpos cavernosos. Sólo en ese momento fui consiente de mi propia dureza, y el pareció notarlo también.

- ¿¡Lo estás disfrutando no, Puta!? – me habló con rabia, tomo mis caderas e intensificó su ataque.

Aumento la velocidad de su vaivén, entraba y salía por completo, comencé a gemir. Y él lo hizo también. Ese cambio de ritmo causó efecto en ambos, lo sentí tensarse, tratando de evitar el orgasmo con el deseo de prolongar el momento. Pero sus resistencias fallaron, su pene se hinchó en mi interior, y luego explotó en cinco grandes chorros de semen que me llenaron. Con un último aliento, profundizó su penetración, introduciendo su miembro hasta la raíz en mi ano. Ese movimiento desató una avalancha en mi cuerpo, estímuló un punto tan profundo, tan erógeno, que me tensé exprimiéndolo y eyaculando con gran fuerza, sin siquiera haberme tocado. Se quedó un momento en mi interior, mientras ambos recobrábamos el aliento.

- Te la voy a sacar – me dijo al oído – y no vas a derramar ninguna gota de leche – me advirtió.

Se retiró lentamente, dejando un vacío en mí, sentía su semilla en mi vientre, la contendría gustoso. Me preocupé por un momento, pensando que la lidocaína y la dilatación de mi ano, impedirían que me cerrara y evitara la fuga de su semen desde mi interior. Pero apenas hubo salido por completo, comprimí con todas mis fuerzas y nada sucedió, o al menos, no dijo nada.

Sin decir nada más, se dirigió al baño y cerró la puerta. Escuché correr el agua del lavabo y segundos más tarde, se hallaba afuera. Se había cerrado la cremallera, enjaulando a la bestia recién alimentada. Se tiró en la cama con las manos en la nuca y los pies cruzados, con una enorme sonrisa de satisfacción en la cara.

- Fue mucho mejor de lo que imaginé – confesó al fin. Me sonrojé, jamás admitiría que acababa de tener mi primer orgasmo anal gracias a él. Así de bueno fue.

- Creo que es mejor que me vaya – miré en dirección a la ropa.

- ¿No creerás que eso sería todo o sí?, apenas estamos comenzando a divertirnos – me miró y luego miró el lugar donde mi esperma impactó con el piso. – Limpia eso – dijo con asco.

- El trato era por una hora – le recordé mientras caminaba al baño en busca de papel higiénico.

- Eso era sólo una forma de capturar tu tiempo, cuando me sienta satisfecho, te dejaré ir a casa y transferiré la diferencia. Además, quiero llevarte a otro lado en un rato.

- ¿Otro lado? – regresaba del baño en dirección a la zona del “accidente”.

- Eso dije – me fulminó con la mira - ¿A no ser que alguien te esté esperando en casa, un novio tal vez?

- Sólo quiero irme a casa – murmure, me hinqué para limpiar los residuos del placer que sentí hace unos segundos y varias cosas ocurrieron a la vez.

La conversación hizo que me olvidara de mantener el tono de mis músculos rectales, al inclinarme mi esfínter se relajó y parte de su semen escurrió por mi periné. La comprensión de lo que había pasado me paralizó. Volteé a verlo, rezando para que no se percatara. Se movía velozmente por la cama, era una serpiente acercándose hasta llegar a mi lado, había algo oscuro en su mirada. Otro segundo después, su mano me tomaba firmemente por el pelo, desde la corona.

- ¿¡Qué te dije!? – me gritó. Traté desesperadamente de zafarme, eso era transgredir los límites.

- ¡Suéltame! – le advertí.

- ¿¡Qué te dije!? – repitió. Me puso de pie con la fuerza de sus brazos, llevé mis manos a las de él tratando de liberarme de su agarré.

Liberó su presión en mi cabello, y puso una de sus manos en mis mejillas, comprimiendo mi cara. Me escupió.

- ¿Qué te dije? – habló lento, calmado, su tono era frio como el hielo. El odio de sus ojos me asustó.

- Lo lamento… yo no… yo… - traté de excusarme.

- Puta insolente – dijo, y me agarró firme del cuello, obstruyendo mi vía aérea, me arrastró a la cama y me empujó.

Estaba aterrado, algo se descompuso en su mente, él estaba completamente desequilibrado. Su naturaleza violenta me apabullaba. Tenía que salir de ahí rápidamente, e idealmente vivo. Me volteó por las caderas dejándome con el vientre pegado a la cama. Sus movimientos eran violentos. Una de sus manos agarró las mías y las presionó en mi espalda.

- Te mueves… te mato – me amenazó. Tragué saliva, ¿en qué momento sucedió esto?

Con sus rodillas separó mis piernas, y se ubicó al centro. Agarró una de las almohadas con su mano libre y la metió bajo mis caderas, elevando mi pelvis y  dejando mi ano a su merced. Un nudo comenzó a formarse en mi garganta, me sentía humillado. Aún sentía la humedad de su saliva, ahí donde su esputo colisionó en mi rostro.

Sentí sus dedos. El índice y el anular, pude adivinar. Traspasaba mi barrera con ellos, entrando violentamente en mi interior. No había un dolor físico en su acción, eso ya lo había perdido. Era un dolor interior, espiritual, en el fondo de mi alma. Su dedos se ensañaron en mi interior, los abría, hacía fuerza en las paredes de mi recto dilatándome, rasguñaba. Él gemía con regocijo ante el espectáculo, yo me quedé inmóvil, mientras silenciosas lágrimas se escapaban de mis mejillas. No sentía dolor alguno. Pero no había placer tampoco. Sólo incomodidad y frustración.

Pronto cambió de estrategia, comenzó a meter y sacar sus dedos velozmente, invadiéndome. El sonido me llegó y solo enervó mi ira hacía él. Su semilla lubricaba mi interior y sus dedos, facilitando su juego, enviando un sonido que llenaba el ambiente. Liberó mis manos y me presionó con un puño a la cama a nivel de los riñones. Dejé mis manos inertes a mi lado, ellas también perdieron la batalla.

- Detente – le supliqué después de unos minutos, cuando el sonido húmedo de sus dedos en mi interior me resultó repulsivo.

- Todavía no llegamos a la mejor parte, Putita. La parte en la que yo disfruto. – se rio - ¿o qué, no te está gustando?

- Detente – le repetí. Escuché un suspiro de frustración, y retiró los dedos. Me sentí extrañamente abierto.

- Eres.Un.Puto.Y.Harás.Lo.Que.Yo.Quiera – por cada palabra golpeo mis nalgas, lo hizo con fuerza, la suficiente como para que con esas nueve palmadas, mi trasero quedara al rojo vivo.

Lo siguiente que hizo fue desnudarse. Tiró toda la ropa a la pared frente a mi cara, pavoneándose de su atrevimiento. En el pasado, habría querido verlo. En el pasado, habría encontrado la forma de darle, por lo menos, una mirada a su desnudez. Eso era en el pasado. En el presente, su contacto me daba asco. En el presente sólo miraba la puerta, queriendo huir.

- Vamos a remediar tu error – dijo en un susurro, totalmente desquiciado – Te llenaré el culo de leche, otra vez. Pero ahora, tú vas a conservarla. ¿Entendiste? – me limité a asentir.

No hubo más preámbulos, se sumergió en mi cuerpo nuevamente. Su pene no encontró ninguna resistencia y a él pareció gustarle, esta vez no hubo incomodidad por su acto, lo dejé ser. Amarré a la culpa y la vergüenza juntas, en una celda en mi mente. Me penetraba frenético, en mis glúteos sentía sus testículos golpear con cada embestida. Aprecié la sensación de su vello en mi espalda baja, acariciaba mi piel desnuda.

Esta vez no hubo sensación alguna, ni dolor, ni placer, ni nada. El tiempo de acción del fármaco estaba en su máximo. No sentía nada. Me di por vencido, que él destruyera lo que quisiera, yo después evaluaría los daños y recogería los pedazos. Pero necesitaba apurar el proceso de alguna forma. Pensaba en algún plan, alguna táctica que conociera para ayudar a un hombre a llegar al clímax más rápido y lo único que venía a mi mente era comprimir su miembro con los músculos de mi recto. Pero por más que los llamaba, parecían estar dormidos. No me imaginé que el medicamente sería una arma de doble filo, mi salvación y perdición.

Él estaba ajeno de todo, encerrado en un mundo de placer. Se apoyaba en sus brazos, que eran dos mástiles a ambos lados de mi cabeza. Cada uno de sus poderosos músculos tensos, soportando su peso. Entraba y salía, subía y bajaba la pelvis a un ritmo continuo, sin prisa, disfrutando de mi cuerpo, gozando de la sensación de su verga invadiéndome,

Me movía con cada embestida, hundiendo mi cuerpo en la cama. Luego cambió la posición, al parecer cansado que no admirara su virilidad. Me giró y quedamos frente a frente. Elevó mis piernas y se acunó entre ellas, pasó sus manos por debajo de mis hombros y me acercó a su pecho. Mirándome a los ojos. Me dolió lo íntimo de la posición, una posición que usas para amar y no para poseer. Eso me quebró, y me entregué al llanto.

- ¡Ah! Que fastidio… - maldijo irritado, agarró otra almohada y tapó mi cara, el mundo oscureció – ¡Mucho mejor! – lo escuche decir. Y continúo moviéndose.

El cambio de posición le facilitó una penetración más profunda, y más poderosa, se movía pesadamente hacía mí, con todas las energías que le quedaban. Las piernas se me acalambraron y traté de amoldarme a su posición. Bajo la almohada, los sonidos me llegaban como ecos débiles. Lo escuchaba gemir, y sentía el sonido incesante de penetración. Luego de unos minutos una sensación traicionera comenzó a embargarme. Estaba tan hundido en mi interior, tan profundo, que alcanzó mi punto “P”, y este me estaba arrastrando al placer. Comencé a gemir al compás de sus embestidas, dejando de ser cuerpo y mente, guiado por mi instinto animal.

Elevé mis caderas, brindándole más espacio, volviéndome más receptivo a su cuerpo, dándole la bienvenida. Noto el cambio, y aceleró los movimientos. Actué por instinto, logrando recapturar el tono perdido de mi recto. Cada vez que lo tenía clavado en lo más interno de mí, lo comprimía, enviando oleadas de placer a mi cuerpo y al suyo. Su penetración era todo lo que mis sentidos percibían, apartado de la luz bajo la almohada, no había vista, no había olfato, ni gusto, ni oído, sólo estaba el placer de su tacto, de su miembro en mi interior.

Comenzó a tensionarse y comprendí que se acercaba al orgasmo, me preparé para la oleada de placer. Pero nunca llegó. Sus manos de pronto estuvieron sobre la almohada, sobre mi cara, atrapándome, ahogándome. Proteste, pero siguió moviéndose dentro y fuera de mí. Moví mis extremidades, tratando de alejarme de su presa, y fue inútil. Comencé a desesperarme, a rasguñar sus brazos y su pecho para que se apartar, pero lo ignoró. Boqueé, buscando una fuente de oxígeno que me mantuviera vivo. Iba a morir aquí. La comprensión invadió mi mente y me dejé ir… lo sentí tensarse… un silbido tronó en mi cabeza… sentí su pene hincharse, descargando torrentes de semen en mi interior… y luego, no sentí nada más. Sólo oscuridad.

- ¡Despierta! – una voz vagamente familiar llamaba, me golpeaba la mejilla.

Abrí los ojos. Inspiré profundamente, tratando de ingresar la mayor cantidad de aire en mis pulmones, como si de alguna forma pudiera almacenarlo. Me incorporé de golpe. Jadeaba. Él se hallaba sobre sus rodillas a mi lado, desnudo. Una sonrisa le recorría el rostro. Lo miré, y mi visión se volvió roja.

- ¡Maldito Hijo de puta! – Le dije y me lancé sobre él con la mano derecha en un puño directo a su cara. Detuvo el golpe en el aire con su mano férrea.

- Si yo fuera tú, no haría eso… - me advirtió, primero mirando mi puño, y luego mirándome. Le sostuve la mirada.

- Trataste de matarme… - lo acusé, con un hilo de voz.

- ¡No! – se tocó la barriga, liberando su agarré sobre mi antebrazo – sólo estaba jugando contigo, pero creo que exageré.

- ¿¡Exageraste!? – le espeté - ¿Tú crees que exageraste? Estuviste a segundos de asfixiarme, imbécil.

- No ibas a morir – dijo, moviendo la mano en el aire, quitándole importancia a la situación – Conozco las maniobras de reanimación. Aparte, siempre tuve la fantasía de hacer esto, se presentó la oportunidad y la aproveche.

- Eres un maldito bastardo ¿lo sabías? – comencé a ponerme de pie.

- ¡Por favor, Puto!, no iba a dejar que murieras – me dirigí al rincón donde estaba mi ropa, cerca de la puerta – no así al menos.

- ¡Qué gran consuelo! – le grité.

- Lo siento, ¿está bien?... me dejé llevar, eso fue todo, pero nunca estuviste en peligro – se miró las marcas de mis uñas en los brazos y en los pectorales – aunque, tu no entendiste el juego, al parecer.

- ¿¡Juego!?... Jugar con mi vida es tú pasatiempo… tienes mucha mierda en la cabeza, deberías buscarte un psiquiátrico e internarte, idealmente ¡para siempre! – agarré el buzo del suelo.

- Nada malo pasó ¿está bien?... – me miró fríamente – No he dicho que puedas marcharte aún – acotó.

- No te iba a pedir permiso de todas maneras – dije, mientras me inclinaba a recoger la sudadera, las manos me temblaban, mezcla de ira y angustia contenida, ¡Dios! Estuvo a punto de matarme. Quería huir lo más rápido posible,

- No puedes irte – se puso de pie – Aun tienes trabajo que terminar.

- Creo que ya hice más que suficiente. -

- No puedes irte – insistió – tienes que limpiar el desastre que dejaste – dijo tocándose el pene – y después, tenemos que ir a ver a un viejo amigo de ambos.

No hice caso a sus palabras, no existía nadie en común los dos. Estaba listo para largarme de aquí. Me puse la sudadera y lo tuve frente a mis ojos. Me asustaban todos los sentimientos que me provocaba, pero verlo así, desnudo, a centímetros de mí, irradiando calor, oliendo a pino fresco, sudor y sexo, sólo generaba confusión en mi mente.

- No puedes irte – me recordó. Acarició mi mejilla con el dorso de su mano. Cerré los ojos.

- Ya no quiero estar aquí – le dije, susurrando.

- No hemos terminado – se inclinó y me habló al oído – Vas a arrodillarte y me vas a mamar la verga… la vas a dejar reluciente. – Su voz era un tempano de hielo – luego, nos iremos a conversar a otro lado. Tenemos mucho de qué hablar. Y hay alguien que tiene deseos de verte… Enano.

Me quedé sin aliento… Miguel, qué tenía que ver él en todo esto. Lo miré a los ojos, había diversión en ellos, mientras me veía analizar la información que había recibido. Era imposible, Brawny odiaría a un tipo como este, eran completamente opuestos. Mi amigo era leal, atento, gracioso, honesto y generoso. Él espécimen frente parado aquí era todo lo contrario, era un maldito bastardo, canalla y manipulador. Ni en esta o en otra dimensión paralela habrían podido permanecer cinco minutos juntos sin llegar a los golpes. Brawny era mi hermano, él nunca me haría esto.

- No entiendo a qué te refieres – solté.

- ¡Oh, Por supuesto que entiendes!… ¿o no estuviste con él en el “Aries”, hace dos semanas?

- ¿Qué… - la duda me invadió.

- ¡Eh! – me calló, se fue a sentar a la cama – Si quieres que hable, sabes que hacer – dijo mientras se agarraba el pene, apuntando en mi dirección.

- No me interesa – me crucé de brazos, encogiéndome.

- ¿Y por qué sigues aquí entonces?

- No lo sé – admití.

- Supongo que quieres saber la verdad ¿No es así? – Espero mi respuesta. Asentí – Bien, hagamos un trato… muy simple… tu chupas, yo hablo.

- ¿Qué te hice? – le pregunté, desesperado.

- A mí, nada… ¡Ven! – me tendió una mano. Me acerqué resignado.

- ¿Me dirás la verdad?

- Toda… - nos miramos a los ojos, y los suyos se oscurecieron – Ahora, arrodíllate.

- Necesito una garantía…

- Comienza a mamar entonces… no diré nada más.

Suspire, me llevé las manos a la frente. El parecía divertirse con mis reacciones ante sus provocaciones. - De alguna u otra forma, el Karma existe, y cuando a este bastardo le llegue, yo quiero estar presente para patearle las bolas – pensé. Me arrodille lentamente. Él se mantuvo sentado en la cama, con las piernas abiertas formando una “V”. Me acomodé al centro, quedando frente a sus genitales. Lo miré, pidiendo su venia, tomó su miembro con una mano y lo acercó a mis labios.

- Chupa – me instó.

Tomé su pene con una mano y abrí mi boca levemente, probando. Me había imaginado este momento millones de veces. Pero ningún escenario era tan caótico como este. Me había follado hasta llegar a la gloria, luego, me folló hasta casi la muerte y ahora le daba sexo oral para que me diera información. Yo era un excelente ingeniero, bailarín y catedrático, pero era un pésimo prostituto.

Saqué la lengua y lamí su glande. Tenía un sabor dulce por los residuos de semen. Descendí con mi lengua por todo su miembro hasta llegar a las bolas, que colgaban pesadas y poderosas. Volví a subir. Repetí el movimiento hasta que su verga estuvo dura en mis manos. Él suspiró.

-  No se trata del musculoso con el que te emborrachaste – dijo.

Continué con mi tarea, atento a lo que escuchaba, lo observé, tenía los ojos cerrados. – No es Browny – me relajé - ¿Quién era esa persona entonces? – Abrí mi boca y capturé su glande entre mi paladar y mi lengua, succionando levemente. Jadeó como respuesta. Mantuve su pene ahí, mientras jugueteaba con mi lengua, en el lugar donde otrora estuvo el frenillo. Tensó la cadera y trato de introducir parte del cuerpo de su pene a mi boca. Me alejé como respuesta. Yo controlaría esto.

- ¡Vamos!... me dijeron que sabías mamar… no has hecho nada extraordinario hasta el momento – me acusó.

- No me has dicho nada interesante – le respondí, con su pene comprimido en mi mano.

Volví a introducírmelo a la boca. Succionando su glande, humedeciéndolo con mi saliva, limpiándolo de cualquier residuo del acto carnal del que fue protagonista en esta habitación. Traté de meter más de su pene entre mis labios, pero no llegué ni a la cuarta parte y sentí que no podía introducir más sin empezar a hacer arcadas, era demasiado gruesa para que entrara algo más. Determiné el límite, formando un anillo con mis dedos pulgar e índice. Me sorprendió descubrir que no conseguía juntar mis dedos en la circunferencia de su falo.

- Eduardo te manda saludos – ante la mención de sus palabras, me tensé.

Solté su miembro y lo miré. Me veía también. La atmósfera se llenó de tensión, cada partícula de mi cuerpo respondió a la mención de ese nombre. No dije nada, Me puse de pie lentamente y me dirigí a la puerta. Con eso era suficiente, ya había agotado las dosis de rabia. Si ellos querían jugar, iban a tener que hacerlo solos. Tomé la cerradura.

- Te prometió venganza, ¿no es así? – se reía.

- Tú no entiendes nada – le dije, mi mirada fija en la vía de salida.

- ¡Oh no, Putito, yo lo sé todo! – dijo serio.

- Eso es imposible… - lo miré de soslayo.

- Eso es irrelevante – me corrigió - ¡Yo hice mi parte del trato, y lo disfruté!, ahora haz tu parte… termina lo que empezaste, y luego acompáñame, Eduardo necesita aclarar algunos asuntos contigo.

- Ustedes son asquerosos – dije y abrí la puerta, listo para irme.

- Antes de irte te sugiero echar un vistazo a esto – se acercó a uno de los veladores, abrió el cajón y sacó una carpeta que dejó caer sobre la cama.

- ¿Qué es eso? – pregunté girándome, con la voz llena de temor.

- La historia de un Puto bastante sucio – dijo y se sentó – Ahora ¿Dónde íbamos? - y comenzó a masturbarse esperando a que regresara.

(9,13)