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Isabela (Capitulo 5): Redención.

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Isabela atravesó la puerta del edificio y sintió inmediatamente el fresco de la noche nueva sobre cuerpo semidesnudo. El sol se había escondido ya tras los altos edificios y la luna, siempre cómplice de la lujuria y la vergüenza, la observaba desde las alturas. Aunque la temperatura de aquella noche primaveral era más que agradable, la fresca brisa recorrió cada centímetro de su piel, haciéndola estremecer. Confiaba en que Guillermo se apresurara, porque temía coger una pulmonía si seguía mucho tiempo expuesta de aquella manera. Miró a su alrededor esperando encontrar el coche de su marido, pero solo fue capaz de distinguir la libidinosa mirada de un transeúnte que se acercaba caminando por la acera. El primer sentimiento fue de miedo, de vergüenza, intentó encogerse, pasar desapercibida, que aquel hombre dejara de comérsela con la mirada, que apartara aquellos ojos hambrientos de su cuerpo. Pero al instante fue consciente de su nueva situación. Esta noche había dejado de ser la niña buena, esta noche debía interpretar un papel, le gustara o no. Y estaba descubriendo más deprisa de lo que imaginaba que sí le gustaba.

Isabela se giró para encararse con el hombre que se acercaba y le sonrió de forma pícara. Ahora quería ver que efecto era capaz de producir en aquel pobre infeliz. El hombre le devolvió la sonrisa y aminoró el paso para disfrutar del espectáculo que aquella fulana parecía querer dedicarle. Isabela se sorprendió descubriendo su propia excitación y subió las manos acariciándose la tripa desnuda hasta que las detuvo bajo sus senos empujándolos hacia arriba para realzarlos más, si aquello era posible. Deslizó su mano derecha hasta agarrar la pequeña faldita por el exterior del muslo y la subió lo suficiente como para dejar totalmente descubierta su pierna derecha y permitir que el hombre viera sino total, por lo menos si parcialmente, su entrepierna.

-¿Quieres pasar un buen rato, guapo?- Pregunto Isabela con lo que esperaba que fuera un tono sensual, aunque consciente de que los nervios y la excitación le hacían parecer exactamente lo que era, una aficionada.

-Me encantaría, preciosa.- Contestó el hombre acercándose a ella. –Pero mi mujer me está esperando en casa,- continuó mientras acariciaba los pechos de Isabela. –Que lastima que no sea tan bella como tú.

Dicho esto, el hombre se apartó de ella y siguió su camino, dejando a Isabela más excitada de lo que había estado nunca. No entendía que le estaba pasando. Todo aquello tenía como único objetivo redimirse ante su hombre por una infidelidad, y por el camino había estado a punto de venderse al primero que se le había acercado. Y lo peor de todo es que había deseado que aquel hombre se la llevara, que la utilizara, que abusara de ella y que después la dejara tirada, abandonada y sucia. Aquello se le estaba yendo de las manos. Estaba descubriendo una faceta suya que no conocía y que no estaba segura de que le gustara.

Un coche se detuvo frente a ella e hizo sonar el claxon. Isabela salió de su ensimismamiento para descubrir que era el coche de su marido, y que este le hacía señas desde dentro mientras bajaba la ventanilla.

-Sube, que te vas a resfriar.

-No, no, así no. Hoy soy una puta. Así que primero tendrás que contratar mis servicios. Mi cuerpo está en venta, y tendrás que comprarlo.

-¿Pero…? ¿Pero que quieres que haga?- Preguntó Guillermo tan desconcertado como excitado. –Yo no sé lo que hay que hacer, no lo he hecho nunca, nunca me he ido de putas.

-¡Yo que sé! ¡Improvisa!- Exclamó Isabela consciente de nuevo de que su marido siempre le había sido fiel y que ella merecía todo aquello como castigo y no como diversión.- ¿Qué te crees? ¿Qué yo hago esto todos los días?

-No, no…- Rió Guillermo.- Está bien, a ver…. Hola monada, ¿tienes frío?

-Un poquito papito, ¿me harás entrar en calor?- Isabela era bastante consciente de lo ridículo de la conversación y en general de la situación, pero sentirse como una puta la excitaba y estaba dispuesta a llegar hasta el final. Seguro que aunque el principio fuera un poco forzado poco a poco la cosa fluiría mejor.

-Claro nena, sube y vamos a dar una vuelta tú y yo.

-¿Qué quieres hacer conmigo? ¿O prefieres jugar con estas?- Preguntó Isabela sabiéndose el pequeño top para dejar al descubierto sus pechos.

-¡Isabela, por Dios, que te va a ver alguien!- Se escandalizó Guillermo.

-No, no, no,- dijo Isabela agitando el dedo índice frente a su marido,- hoy soy una putita, así que no me digas lo que puedo o no puedo enseñar. Si quieres disfrutarme, tendrás que contratarme, si no, me iré a buscar a alguien que esté dispuesto a pagar por mis servicios.

Guillermo miró a su mujer, que seguía con los pechos descubiertos, con preocupación, sin saber muy bien si aquél juego le estaba gustando o no. Decidió seguirle la corriente para que por lo menos se tapara y se metiera en el coche, luego ya pensaría en si aquello era divertido.

-Está bien, está bien. Cuanto quieres por venirte conmigo. Pero tápate un poco. No contrataré a nadie, por muy puta que sea, que vaya enseñando las tetas por ahí.

Isabela se recolocó el top con cierta dificultad. Comprendía el desconcierto de su marido, si le hubieran dicho que ella iba a protagonizar una escena como aquella se hubiera ofendido bastante, pero ahora todo era diferente, le gustaba.

-¿Pero que quieres hacerme guapetón? ¿Quieres que te la chupe? ¿Quieres follarme? ¿Qué me vas a hacer?

-Pues quiero… ¿Puedo contratarte para toda la noche?- Pregunto Guillermo, ya no tan excitado, deseando que Isabela aceptara y se subiera al coche. Estaba parado en la puerta del edificio de su despacho, en la calle, a la vista de cualquiera, y lo que era peor, con su mujer medio desnuda. Ojalá no pasara ningún conocido.

-Claro que puedes, pero te costará caro.- Isabela no tenía ni idea de cuanto podía cobrar por un servicio como aquel. Debía haberse enterado de cuanto costaba una puta. Quería que su marido se metiera en el papel y por lo tanto sabía que debía cobrar, pero tampoco quería que fuera mucho, lo que deseaba sentirse era una puta barata, y eso, implicaba no cobrar mucho. –Serán… Serán cien euros mi amor, si quieres pasar toda la noche conmigo.- Isabela sospechaba que aquello era poco dinero, pero se volvió a excitar tremendamente pensando que ahora mismo se iría a pasar la noche con cualquiera que le ofreciera esa cantidad. Tal vez lo haría. Si su marido no quería jugar se buscaría otro juguete. Isabela intentó frenar su excitación desbocada. Aquello lo hacía para poder perdonarse, debía centrarse en su marido. Solo en él. Para ella solo debía esta él.

-De acuerdo pues. Que sean cien euros. Sube… eh… putita.- Isabela sonrió al pensar que su marido comenzaba a meterse en situación y convencida de que una vez se alejaran de la zona de la oficina se relajaría. Se sentó en el asiento del deportivo, subiendo deliberadamente la pequeña falda para que dejara al descubierto la ausencia de ropa interior.

-Que guapo mi niño. ¿No deberías estar en casa, con tu mujer?- Pregunto Isabela con malicia.

-¿Mi mujer? Mi mujer está como una puta cabra

-¿Cómo una “puta…” cabra?- Isabela soltó una fuerte carcajada por la contestación de su marido que la miró sonriendo entre divertido y fascinado. –Bien guapo, me vas a tener que pagar por adelantado.

-¿Por adelantado? ¿Cómo que por adelantado?  Primero disfrutaré del servicio y después, si quedo satisfecho, ya veré si te pago.

-Pues no hay trato campeón- dijo Isabela abriendo la puerta del coche con intención de apearse.

-¡Vale, vale! Espera. Te pagaré, te pagaré, pero quédate en el coche. No salgas, por favor, quédate.

Isabela cerró la puerta con una sonrisa triunfal en los labios y extendió la mano hacia su cliente, con la palma extendida hacia arriba, en la actitud evidente de quien reclama lo que es suyo. Guillermo alargó el brazo para rebuscar en el bolsillo de la americana que se encontraba cuidadosamente depositada en el asiento trasero hasta encontrar la cartera.

-Solo llevo sesenta euros- dijo Guillermo sacando el dinero tras mirar en la billetera.

-Pues no será suficiente mi cielo.- Isabela pensó en bajar del coche, en esperar en la calle como una puta cualquiera hasta que su cliente pudiera ir a sacar dinero y volviera a por ella. Isabela notó como este pensamiento hacía que su coño generara tantos flujos que los sentía resbalar hacía el culo. Pero se contuvo. Tal vez ella disfrutaría con aquello, pero era consciente de que Guillermo no lo tenía del todo claro, y el que se suponía debía disfrutar era él. –Aunque puede que si me invitas a cenar, te perdone el resto del dinero.- Contestó al final tras arrebatarle los billetes de la mano.

Guillermo arrancó el motor del deportivo y condujo sin rumbo fijo. No sabía muy bien donde debía ir. No deseaba que ningún conocido les viera de aquella forma por lo que no podían ir a los lugares habituales. Pensar no le estaba resultando fácil, pues Isabela había dejado caer la mano en sus pantalones y le estaba acariciando de forma nada inocente. Poco a poco iba excitándose más, hasta que su miembro estuvo totalmente erecto bajo el pantalón. Le pidió a Isabela que parara, que dejara de sobarle, que no podía conducir así y que no sabía a donde llevarla a cenar. Isabela se negó. Dijo que él había pagado por un servicio y que debía empezar a disfrutarlo cuanto antes. Aprovechando que Guillermo trataba de prestar atención al volante, Isabela bajó la cremallera del pantalón de su marido y desabrochó el botón. Ahora la polla de su cliente se perfilaba sobre la tela del calzón, sobresaliendo por la abertura que había dejado en el pantalón. Isabela metió la mano por bajo de la prenda intima de su marido y comenzó a acariciar tiernamente la polla que le pertenecía. Guillermo le volvió a rogar que parara, que estaba loca, que iba conduciendo y que podían tener un accidente. Isabela le dijo que se callara. Retorciendo ligeramente la mano con la que pajeaba el pene, ya totalmente erecto de su hombre, consiguió apartar el lo suficiente la tela del calzoncillo como para que el miembro sobresaliera un trozo considerable. Sin pensárselo dos veces se inclinó sobre el sorprendido Guillermo y empezó a besar su polla recorriéndola con la lengua.

Guillermo no sabía cómo sentirse. Le gustaba aquello, pero a la vez le preocupaba tener un accidente. En parte le gustaba aquella nueva Isabela, pero por otro lado no entendía el porqué de aquel cambio radical en su actitud. Aquello era excitante, sí, y divertido, pero jamás se hubiera imaginado a su mujer actuando de aquella manera, y temía no conocerla tanto como creía. Cuando los labios de su puta comenzaron a rodearle el glande Guillermo decidió prestar toda su atención a la carretera y dejarla hacer. Isabela no tenía demasiado margen de maniobra, al principio pensó que sería más fácil, pero ahora se daba cuenta que hacerle una mamada a alguien que va conduciendo tiene sus complicaciones. Isabela lamía la punta de la polla como podía, paseando la lengua por toda la superficie sensible mientras la mano subía y bajaba pajeando lo mejor que podía. Empezaba a dolerle el cuello por la posición forzada, aunque parecía que Guillermo ya no estaba tan tenso. No sin esfuerzo, y con algo de colaboración de su chico, consiguió liberar casi por completo el miembro viril de su prisión parcial de tela. Aquello ya era otra cosa.

Isabela pegó la cabeza al torso de su cliente y se puso lo más cómoda posible, intentando evitar el contacto con el volante. Ya en una posición relativamente agradable se dispuso a continuar con la faena. Abrió la boca cuanto pudo y bajó la cabeza engullendo la polla de Guillermo hasta donde fue capaz. Cuando la tenía totalmente dentro apretó los labios con fuerza y le pajeó con movimientos suaves de cabeza, haciendo que la polla se entrechocara con su lengua, con su paladar y su garganta. Guillermo soltó una mano del volante y acarició los pechos de su mujer mientras acompañaba los movimientos de ella elevando rítmicamente la cadera. Isabela sintió que su marido iba a correrse cuando los movimientos de él se hicieron más violentos. Guillermo casi era incapaz de controlar el vehículo y se vio obligado a detenerlo en el arcén mientras eyaculaba violentamente en el interior de la boca de su puta. Isabela mantuvo los labios apretados sobre el grueso miembro de su esposo, notando como la boca se le llenaba del jugoso esperma. Isabela tragaba sin cesar mientras el lechoso manjar no cesaba de manar de la fuente de su deseo. Isabela comenzó a sentir arcadas cuando la boca se le inundó por completo y se vio obligada a parar de tragar y levantar la cabeza.

Guillermo ya había tirado toda la leche de la que era capaz en una corrida e Isabela, después de tomar aire, volvió a agacharse sobre él para limpiar las pruebas de lo que allí había sucedido. El semen que no había podido tragar en un primer momento chorreaba por el miembro de Guillermo e Isabela lamió concienzudamente hasta la última gota. Cuando Consideró que la zona estaba suficientemente limpia y que ya no podía sacar nada más, se levantó y recogió con la mano los restos de corrida que tenía por la cara, lamiéndose lujuriosamente los dedos. Mientras tanto, Guillermo volvió a poner en marcha el vehículo y continuó su camino.

-¿Te ha gustado?- Preguntó Isabela tratando de que su cara pareciera lo más sensual posible.

-No lo sé, Isabela, no lo sé. Ha estado bien, sí, claro que lo he disfrutado pero… ¡Podíamos habernos matado! ¿Cariño, te encuentras bien? Te noto eh… como decirlo eh… distinta.

-¿No te ha gustado, verdad?- Isabela volvía a ser consciente de lo peligrosamente al borde que estaba jugando. No entendía ni cómo ni porqué, pero aquella tarde estaba disfrutando más de lo que había disfrutado nunca de su sexualidad. Y aunque todo esto debía ser un castigo para ella, casi parecía un premio. Por el contrario, Guillermo, principal perjudicado de su infidelidad, aquel que más debía disfrutar, no parecía estar pasándolo muy bien. –Lo siento, mi amor, perdóname.- Isabela fue incapaz de contener el sentimiento de culpa que la recorrió de arriba abajo muriendo al formársele un nudo en la garganta. Esto no estaba yendo bien. –Solo quería hacer algo diferente, algo que te gustara, solo quería sorprenderte.- Las lágrimas comenzaron a formarse lentamente en el borde de sus ojos. –Perdóname, mi vida, si no quieres continuar con esto lo entenderé, vámonos a casa.

Guillermo sintió la repentina angustia de su esposa y comprendió que, aunque no supiera porqué, aquello era importante para ella. Supuso que lo había preparado con ilusión y entendió que ella sólo deseaba hacerle feliz. Tal vez no era la mejor manera de complacerle, pensó, pero si era lo que ella quería, lo que ella necesitaba, haría lo que fuera necesario. Seguramente hasta podré disfrutar de todo esto. No, seguro que disfrutaré. Después de todo, la mamada ha sido increíble. Había sido sin duda la mamada más excitante y tal vez la más placentera de su vida. Sí, aquello podía funcionar. Sólo debía dejarse llevar, relajarse e intentar disfrutar.

-No cariño, no te preocupes. –La consoló acariciando su rostro, limpiando las lágrimas que aún no habían tenido tiempo de acabar de formarse con una mano mientras mantenía firme la otra sobre el volante del coche. –Claro que me ha gustado, ha sido… ha estado muy bien.- Isabela percibió el cambió de actitud de su esposo y rodeo el brazo con el que le acariciaba con sus manos mientras sonreía tímidamente.

-¿De verdad te ha gustado?

-Si mi amor, quiero decir, sí, puta. Ahora te voy a llevar a cenar, y después cogeré lo que es mío. Me darás lo que me corresponde.

-Haré todo lo que quieras.- Isabela volvía a sonreír, la culpa había dejado paso de nuevo a la lujuria, que había ascendido como un torbellino de emoción, arrasando cualquier otro sentimiento a su paso. –Tú has pagado por una puta servicial y eso es lo que tendrás. ¿Dónde piensas llevarme a cenar?

-Eso tengo que decidirlo yo que soy el que pago. Tú no tienes ni voz ni voto. Hoy no. Así que estate calladita y mantén las manos donde yo pueda verlas.

Guillermo comenzaba a sentirse mejor. Solo hacía un momento tenía sus dudas sobre toda aquella aventura, pero ahora se sentía relajado, se sentía bien. Se había metido en su papel y había descubierto que se sentía más cómodo de lo que imaginaba. Aquella no era su esposa y él ya no era un marido fiel. La chica que se sentaba en su coche sólo era una vulgar puta y él se había convertido en un putero con dinero suficiente para realizar todas sus fantasías. Guillermo nunca había engañado a su mujer, y nunca lo haría. Pero aquella noche era distinto. Aquella noche engañaría a su mujer, aquella noche se acostaría con una puta. Con la puta en la que se había convertido Isabela. Que paradoja, pensó, voy a engañar a mi esposa con ella misma. Por fin, Guillermo decidió interpretar a fondo el papel que le había sido entregado y encontró valor para parar en la entrada de un lujoso restaurante de las afueras de la ciudad. No era un restaurante al que soliera ir ni él, ni, en principio, nadie de su círculo cercano, pero tampoco era extraño que pudiera encontrarse con algún conocido. Que sea lo que tenga que ser, pensó mientras bajaba del vehículo.

Guillermo aún no había visto con detenimiento el aspecto de su esposa, en el despacho había estado demasiado ocupado intentando entender que pasaba, en la calle, frente a la oficina, sólo le había preocupado que alguien los viera, y en el coche, durante el viaje, no había tenido demasiadas oportunidades de fijarse. Pero ahora era distinto. Ahora su mujer estaba en pie, frente a él, alumbrada por los focos de la fachada de un edificio cualquiera bajo el que caminaban hacia la puerta del restaurante. No estaba especialmente guapa, ni sensual, ni siquiera estaba sexi. Estaba simplemente despampanante, monumental, imponente. Vestida de tal forma que no dejaba prácticamente nada a la imaginación, con sus curvas marcándose bajo la poca tela que la cubría había conseguido el efecto que buscaba. Guillermo estaba convencido que cualquier hombre que la viera sólo sentiría el deseo irrefrenable de arrancarle los trapos que levaba y poseerla. Así, por lo menos, se sentía él.

Pero aquella forma de vestir podría traerles problemas. Consciente de la situación rebuscó de forma disimulada en su billetera hasta encontrar lo que buscaba. Allí estaba, un billete de cien euros que había ocultado con anterioridad a la puta. Lo sacó sin que ella lo notara y lo arrugó ligeramente dejándolo en la mano. Nada más entrar en el establecimiento, el maître, un hombre de mediana edad vestido con traje y corbata se acercó a ellos mirando a Isabela con una cara mezcla de deseo y repugnancia.

-Disculpen, pero me temo que la señorita no vaya vestida correctamente para las reglas de etiqueta que exige nuestro comedor.- El maître se cruzó en su camino cortándoles el paso, invitándoles a darse la vuelta y a salir extendiendo la mano en dirección a la puerta.

-Estoy convencido que no habrá ningún problema.- Guillermo venía preparado para aquello y, conociendo a la perfección los protocolos, alargó la mano donde ocultaba el dinero hasta depositar el billete de forma disimulada en la del maître.- Seguro que será capaz de encontrar alguna mesa adecuada para nosotros.

-Veré lo que puedo hacer,- dijo el maître mientras se guardaba la generosa propina en el bolsillo de la chaqueta.-Acompáñenme, por favor.

Guillermo siguió al hombre por el restaurante y la puta lo acompañó amarrándole fuertemente del brazo.

-Eres un carbón,- susurró Isabela propinándole un fuerte pellizco, -me habías dicho que no llevabas más dinero. Debí habérmelo imaginado.

-Yo siempre llevo más dinero- bromeó Guillermo guiñándole un ojo a su chica.

Todas las miradas se centraron en la pareja mientras atravesaban el salón hasta que fueron acomodados en una mesa, apartada del comedor por un pequeño paraban de tela semitransparente. Poco a poco el volumen de las conversaciones volvió al volumen habitual, algunas continuando donde se habían quedado antes de la interrupción y otras centrándose en aquel nuevo jugoso tema para criticar. Isabela había sido consciente de cómo eran observados con lujuria y deseo por algunos, con desprecio por otros e incluso con rabia por la que, seguramente, debía ser una esposa habitualmente engañada. Alargó el brazo para coger la carta que estaba sobre la mesa pero Guillermo puso rápidamente la mano encima para evitar que ella leyera el menú.

-Tú no puedes pedir. Comerás lo que yo diga.

Isabela comprendió que el juego empezaba a gustarles a los dos. Bajo sumisamente la cabeza y esperó a que su putero decidiera a que debía invitarla. Guillermo no pidió mucho, pero se decantó por los platos más caros del menú, consciente de que en aquel tipo de locales era imprescindible aparentar solvencia económica para alentar al buen servicio. Tras la propina y el suculento pedido, el maître cambió radicalmente de actitud y los trató como si fueran un matrimonio adinerado cualquiera, que simplemente había decidido salir a cenar, algo que, de hecho, no distaba mucho de la realidad. La cena transcurrió sin más incidentes, bebiendo buen champán francés y comiendo algunas delicias del mar y de la tierra.

-El postre estaba bueno, pero no me he quedado totalmente satisfecha.- Dijo Isabela, al terminar el último bocado de la tarta de chocolate que acababa de degusta, apartando la silla y metiéndose bajo la mesa.

-No, por favor, estate quieta.- Los ruegos de Guillermo llegaron tarde.

Isabela, escondida ya de cualquier posible mirada indiscreta, arrodillada bajo la protectora cobertura del mantel, acercó sus labios al paquete de su marido y comenzó a besarle y a lamerle sobre el pantalón. Consiguió bajarle la cremallera apretándola fuertemente con los dientes y decidió, para hacerlo más interesante, no utilizar las manos para nada. Como pudo, utilizando labios, lengua y dientes, consiguió desabrochar el botón de los pantalones y estirando, con su boca como única herramienta, aparto las prendas que le impedían llegar a su objetivo. Guillermo ya totalmente cómplice, colaboró acabando de bajarse los pantalones y retirando por completo su ropa interior. La polla, seguramente debido al nerviosismo, aún lucía flácida, pero a Isabela no le importó. Ella se encargaría de ponerla a tono. Pasó la lengua por los huevos de su cliente despacio, haciendo que el lacio miembro se restregara por su cara, golpeando con la nariz, resbalando por las mejillas, acurrucándose entre sus ojos. Notaba como iba aumentando de dureza, y cuando consideró que ya empezaba a coger forma, se la introdujo totalmente en la boca. Aún no había conseguido que alcanzara su máximo volumen, así que decidió disfrutarla jugueteado con la lengua sin sacarla de la boca mientras acababa de crecer. Cuando alcanzó tal tamaño que fue incapaz de mantenerse en esa posición sin atragantarse se la sacó y, utilizando la lengua, lamió hasta el último milímetro de carne que era capaz de alcanzar. Guillermo jadeaba quedamente para no llamar la atención y se tensó repentinamente.

-¿Desearán algo más lo caballeros?- Preguntó el camarero que le había atendido durante toda la velada.

-No, nada, muchas gracias, sólo la cuenta.- Dijo Guillermo intentando disimular al máximo la situación.

Isabela no solo no se detuvo, si no que, sonriendo, gimió y se movió bruscamente golpeando con la cabeza la parte inferior de la mesa para asegurarse que el camarero se percataba del asunto. Guillermo palideció mientras el camarero miraba, primero a él, con curiosidad y después posaba los ojos cómplices en los pies que sobresalían bajo el mantel de la mesa.

-Estás loca.- Susurró Guillermo mientras el camarero se alejaba sonriendo y meneando la cabeza.

Por toda respuesta Isabela succionó con fuerza el miembro totalmente empalmado mientras pasaba su lengua juguetona por el glande de su chico. Guillermo escondió las manos bajo la mesa y agarro con fuerza la cabeza que se movía entre sus piernas para forzarla ha hacer lo que él quisiera. Levantó la vista y pudo ver como dos de los camareros más jóvenes del local le observaban desde el otro lado del paraban, apoyados en la barra del local mientras reían disimuladamente. Guillermo no les prestó mayor atención y empujo la cara de su esposa hacia abajo con fuerza. Isabela sintió como su marido la presionaba y le introducía la totalidad de la polla en la boca haciendo que llegara hasta su garganta. Intentó zafarse de las manos que la aprisionaban mientras una arcada recorría su cuerpo. Guillermo aflojó ligeramente su presa, permitiéndole tomar aire y volvió a presionar. Isabela que no se esperaba esta segunda arremetida, volvió a atragantarse.

Jadeando y casi sin respiración, consiguió sacarse el falo de la boca el suficiente tiempo para decirle a su marido que, si volvía a hacer algo semejante, le daría tal bocado en la polla que tendría que usar pegamento para recomponérsela. Una vez aclarado el punto uno, continuó relamiendo todo el exterior de la polla y succionando los huevos sin atreverse a meter de nuevo el miembro en la boca ante el temor de que Guillermo la ignorara y volviera ha hacerle aquello. Cuando se tranquilizó y se volvió a sentir con fuerzas, rodeó con sus labios el glande y pajeó con la boca mientras succionaba. Isabela coordinaba lo mejor que podía el movimiento de su cabeza con la lengua y los labios intentando proporcionar el máximo placer posible a su cliente. Guillermo estaba relajado y por suerte, para él, no se le había ocurrido tentar a la suerte, tan solo disfrutaba del momento. Uno de los camareros jóvenes se acercó a dejar la cuenta sobre la mesa intentando no mostrar demasiado descaro, pero sonriendo de forma obviamente demasiado descarada. Guillermo no le hizo el menor caso y ni siquiera contestó cuando el muchacho preguntó si querría algo más. Porque Guillermo no quería nada más en aquel momento, ya iba servido.

Isabela tampoco paró ni aminoró la marcha ante la presencia del camarero, aunque esta vez no hizo nada para delatarse, ya no era necesario. Jamás el la vida habría pensado que podría excitarse sintiéndose observada, no se hubiera imaginado ni por un momento que hubiera posibilidad alguna de sorprenderse debajo de una mesa, vestida como una puta y culpándole la polla a un tío, ni aunque este fuera su marido. De hecho ni siquiera hubiera considerado la posibilidad de no ser su marido a quien se la chupara. Pero había cambiado mucho en muy poco tiempo. Sinceramente esa noche estaba cambiando. Todo había comenzado como un juego, como una redención, pero ahora la estaba trasformando por dentro de una forma absolutamente impredecible.

Isabela desterró estos pensamientos en algún lugar lejano para retomarlos en otro momento y redobló sus esfuerzos. Subía y bajaba la cabeza todo lo deprisa que aquella posición forzada le permitía, mientras recorría el glande con la lengua deteniéndose en cada recoveco. Continuó durante varios minutos esperando que su marido se corriera cuanto antes. Aquello le había parecido una idea fantástica, pero su cliente ya había eyaculado hacía poco y la postura era francamente incomoda. Se replanteó usar las manos para facilitar el trabajo, pero se había propuesto acabar tal y como había empezado, así que continuó. Por fin, cuando ya casi no podía sostener la cabeza por el dolor que sentía en el cuello Guillermo empezó a tensarse. Isabela sintió como su putero comenzaba a mover las caderas de forma brusca y notó como su cabeza chocaba con la mesa en varias ocasiones armando bastante escándalo. A Isabela aquello no le importó en absoluto y bebió con deseo el néctar que, ahora sí, manaba a borbotones impregnando su boca y derramándose por sus labios. Guillermo intentó acallar en lo posible sus gemidos que, se hicieron más audibles, si cabe, por el ruido de los cabezazos que su mujer daba bajo la mesa. La eyaculación había sido considerablemente menos abundante que la anterior e Isabela no tuvo dificultades para terminar con todo el líquido que su marido le regalaba.

Cuando Isabela salió de su escondite pudo darse cuenta del silencio sepulcral causado por sus golpes furtivos y los gemidos de su marido. La mayoría de empleados del local, desde cocinero a camareros, e incluso el maître, los contemplaban desde el estratégico punto de observación que ofrecía la barra. Afortunadamente, o desafortunadamente, según se mirara, el resto de comensales no tenían un ángulo de visión directo por la protección que el paraban ofrecía, pero parecía haberse generado un intenso tráfico entre las mesas y los baños que casualmente pasaba por la abertura del reservado. En otro momento Isabela se hubiera sentido cohibida y avergonzada, pero en aquel momento no, en aquel momento se sintió más excitada si aquello era posible. Necesitaba desahogarse. Guillermo había disfrutado ya de dos tremendos orgasmos pero ella aún no había conseguido nada. Después de todo, se dijo, ella era la puta, y la puta debía satisfacer aunque no fuera satisfecha. Miró a Guillermo que parecía bastante más incomodo que ella mientras se limpiaba los restos de semen que aún quedaban en sus labios con la servilleta.

-Venga, paga y vámonos a tomar una copa.

Guillermo sacó la tarjeta de crédito del monedero sin decir nada y le hizo una seña a los empleados que aún los observaban.

-Espero que todo haya sido de su agrado.- Dijo el maître sonriendo cuando se acercó a retirar la tarjeta para cobrar.

-Estaba todo buenísimo,-respondió Isabela guiñando el ojo al hombre. –Me gustaría repetir en cuanto sea posible.

El maître se marchó riendo mientras Guillermo sacaba el teléfono móvil.

-¿A quien llamas?

-Hemos bebido mucho, no quiero coger el coche.- Guillermo guardó silencio mientras una voz le contestaba al otro lado de la línea. –Buenas noches. Sí, por favor.- Guillermo permaneció callado durante unos segundos y después dio la dirección del restaurante. -¿Veinte minutos? Muy bien, muchas gracias. Si, si, perdone, todo incluido. De acuerdo. Muchas gracias. Sí, sí. No se preocupe, gracias. Buenas noches.

-¿A quien has llamado?

-Ya lo verás. Es una sorpresa.

-¿Puedo invitarles a unos chupitos?- preguntó el maître cuando se aproximó a entregar el recibo del pago.

-Si por favor, que sean de Bourbon, los dos.- Contestó Guillermo.

Se tomaron los chupitos tranquilamente haciendo tiempo hasta que su trasporte llegara a recogerles. Al cabo de unos minutos Guillermo se levantó e Isabela lo imitó. Mientras caminaban hacia la puerta del local las miradas del resto de clientes, ahora si, sin excepción, les recorrían de arriba abajo.

-¿Guillermo?- dijo alguien entre la concurrencia.

Guillermo se dio la vuelta al escuchar su nombre para cruzar su mirada con la de un cliente habitual, el nombre del cual no recordaba.

-¡Que alegría!- exclamo el hombre de nombre desconocido. –No me digas que… No me digas que eras tu el que estabas ahí dentro.- El hombre le sonrió ampliamente.

Afortunadamente compartía mesa con otro hombre de su misma edad y aspecto parecido, lo que indicaba que era un amigo o un socio. Gracias a dios, pensó Guillermo, no había venido acompañado por una mujer, eso hubiera sido más comprometido.

-Si, si, esto… si, hemos venido a cenar y…

-Pero no has venido con tu mujer. ¡Bribón!- El hombre seguía sonriendo y dirigió su mirada a Isabela. –No se ofenda, señorita.

-No podría ofenderme aunque quisiera, caballero.- Contestó Isabela sonriendo furtivamente.

-Bueno, si, eh… no, quiero decir, no. He venido con… con una amiga.- Tartamudeo Guillermo.

-Tranquilo hombre, tu secreto está a salvo conmigo. Ya me pasaras el teléfono de tu amiga, parece ser una autentica gata salvaje. Y está buenísima- dijo el hombre dando una palmada en el culo a Isabela sobándole toda la nalga por debajo de la falda. El acompañante del hombre soltó una carcajada mientras Guillermo se tensaba dispuesto a apartar aquella mano del culo de su esposa. Pero Isabela se lo impidió agarrándole el brazo.

-Por supuesto que te dará mi teléfono, cariño- dijo Isabela mientras arqueaba la espalda y meneaba las caderas.- Por supuesto que te lo dará. Pero no esta noche. Esta noche soy suya.

-Debemos irnos- dijo Guillermo entre enfadado y confundido.

-Adiós chicos- Isabela besó sonoramente en la mejilla inclinándose lo suficiente para dejar a la vista sus generosos pechos a los dos amigos- espero vuestra llamada.

Guillermo e Isabela se alejaron de los dos hombres visiblemente más turbados que unos momentos atrás

-No vuelvas ha hacer eso.- Dijo Guillermo con voz queda.

-Relájate, cariño, hoy soy una puta, y como una puta debo actuar.- Y eso se dijo a si misma. Pero realmente, en el fondo de su ser, sabía que había disfrutado con aquél magreo furtivo. Se había excitado cuando aquél desconocido la había mirado con deseo y la había palpado lujuriosamente y lo sabía, aunque no quería reconocerlo ni ante ella misma.- No te enfades. Ahora vamos a tomar una copa.

(10,00)