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Un calzón más para mi colección

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Cuando me retiré de la compañía para la cual trabaje 23 años, una de las últimas acciones antes de abandonar la que fue mi oficina, fue retirar mis trofeos y, no me refiero a todos esos reconocimientos colgados en la pared, más bien eran esos ricos recuerdos que comencé a guardar en la caja fuerte de mi oficina: calzones de todos los tipos y colores.

Al principio me recordaba de las dueñas por nombre de cada calzón, pero luego se me fue difícil recordar el color y estilo e identificar a las dueñas. Había tangas, bikinis, hipster y calzones regulares. Recordaba a algunos, más que todo a las dueñas que por su belleza o por su manera especial de coger se me hacia fácil recordar, pero de todas maneras después de 15 años en aquellos trotes eróticos de la vida, no era tarea fácil.

Cuando me hicieron las fiestas de despedida de la compañía, las cuales fueron varias pues cada departamento me brindo una, sin contar las que varios clientes me brindaron, el regalo menos esperado y que sigo conservando, fue el regalo que recibí de Diana, una chica colombiana que funcionaba en el departamento de contabilidad y que de alguna manera asistí y aprobé para que fuese empleada en nuestra organización. Quizá fue ese gesto o favor por lo que pensé que Diana sentía, debería de alguna manera pagarlo.

Su adulación y coqueteo fue obvio por los primeros meses de empleada, hasta que tuve que aclararle que aunque me gustaba su atención, en la compañía deberíamos comportarlos como todos unos profesionales y que, aunque ella me gustaba, pues realmente es muy bonita, no podría conllevar una relación con una empleada de la compañía. Poco a poco se fue alejando de mí, pero para aquel mes que anuncié mi retiro, su acercamiento volvió a ser más obvio, aunque no deliberadamente abierto.

En la cena que me brindó su departamento, recuerdo que se me acercó y me dio este pequeño regalo, donde se podía observar la típica chonga y un pequeño sobre pegado a este. Nos dimos un beso en la mejía y nos deseamos suerte el uno al otro y la fiesta trascendió de lo más normal, sin ninguna insinuación de parte de Diana, pero antes de retirarme del lugar se me acercó de nuevo diciendo: ¡Espero te guste mi regalo!

Como fueron varias fiestas por las dos últimas semanas y con mi atención de dejar mi oficina y posición de vicepresidente completamente lista para la transición para el nuevo vicepresidente, los regalos se fueron acumulando en una de las habitaciones de mi casa y fue hasta después de dos semanas de mi retiro oficial que tuve tiempo de regresar a mis regalos y abrirlos. Eventualmente llegué al regalo que me dio Diana, pues así lo identificaba el sobre adjunto al regalo. Para mi sorpresa al abrirlo, después de remover ese papel decorativo en el interior de la caja, encuentro que se trata de un diminuto bikini color turquesa que obviamente ha sido usado, pues es evidente la mancha blancuzca en esa diminuta parte de algodón que debe acariciar la parte intima de una mujer, aunque la prenda intima lleva un olor de un perfume muy sensual.

Recuerdo a Diana y la imagino usando este pequeño calzón, excitarse de alguna manera para dejar esa evidencia de sus jugos vaginales, removerlos de su delicioso cuerpo, rociarlos con su sensual perfume, envolverlos y obsequiármelos en una comunicación directa que quiere coger conmigo. ¿Quién no se quisiera coger a Diana? Mujer de bonito rostro, cabello largo y lacio que acaricia sus pronunciadas caderas, piernas largas con unos muslos espectaculares, senos que deben ser sostenidos por una copa 36C y que por este año debería tener alrededor de 28 primaveras. Diana es de esas chicas que llaman la atención, con sus vestidos o pantalones bien ajustados a su bonito cuerpo, realmente no puede pasar desapercibida.

En el sobre adjunto al regalo, en una breve dedicatoria de buenos deseos, también ha dejado su teléfono celular, aunque yo conozco de memoria el número de su extensión en la compañía. Por aquellos días estaba muy activo sexualmente cogiéndome a tres chicas diferentes por semana, pero esa tentación de probar una diferente me llevó a que el siguiente día que no tenia encuentro con ninguna, decidí llamarla. Reconoció mi voz y fue una de las pocas veces que nos comunicábamos en español:

- ¡Hola Sr. Tony Zena! ¿Cómo ha estado? Pensé que nunca más volvería ha escuchar de usted.

- Te llamaba para decirte, que de todos los regalos que me dieron, el tuyo fue el que más me ha gustado. – Ella hace una pausa de silencio pero retoma la plática.

- ¡Que bien! Me alegra que le haya gustado. – lo dice con una sonrisa aligerada.

- Lo único… que no es de mi medida, es muy pequeño para mí. –se lo digo en son de broma.

- En ese caso se lo puedo cambiar por una talla más grande. – ella también sonríe.

- ¿Qué tal si me haces ese cambio la tarde de hoy? ¿Tienes tiempo después de tu trabajo?

- ¿Y donde lo veo?

- ¿Qué te parece en mi casa? Estoy a solo 15 minutos de la oficina.

- ¿Quiere el mismo color o prefiere otro?

- Si me das a escoger, en ese caso prefiero uno rojo o color fucsia.

- Creo que puedo complacerlo. En ese caso, estoy en su casa entre 5 y 6 de la tarde.

En realidad, aquella plática fue más extensa, que inclusive jugábamos con las insinuaciones al punto que me pedía que le dijera como quería que fuese vestida. Concluí diciéndole que ella se miraba bella como fuera, pero que me sorprendiera con alguna diminuta falda y zapatos de tacón alto. Algunas veces la vi vistiendo algo similar, aunque nunca la vi con diminutas faldas, pero sus zapatos de tacón alto hacían realzar se bella presencia de un metro setenta centímetros.

Me preparé con lo básico, inclusive con algunos condones, pues aunque hoy en día la mayoría de mujeres están en algún control de natalidad, regularmente las mujeres latinas jóvenes, no es parte cultural estar en ese tratamiento si no están casadas. A las cinco y media sonó el timbre del portón de la casa y le di acceso a que entrara. Muy poca gente en mi trabajo conoce donde yo vivo y Diana quedó asombrada por lo bonita de mi casa y me dio variados cumplidos por los jardines bien recortados y delineados. Ella sabe el por qué esta aquí, la veo relajada y sin ninguna ansiedad ni nerviosismo y su plática es de lo más trivial sin precipitarse a aligerar las cosas. Tomamos una copa de vino mientras escuchamos música y puedo ver la belleza que tengo frente de mi que como habíamos acordado, vestía una diminuta falda de cuero café, una blusa blanca, zapatos también color café y cuando se sentó frente de mi en el sillón de la sala, podía ver esas deliciosas piernas que aunque no vestía ligas, o medias “panty hose”, eran divinamente sedosas que se antojaban acariciarlas. Después de media hora de platicar y comenzando una segunda copa, voy con la insinuación del porque estamos los dos ahí:

- Bueno Diana, aquí tengo tu prenda la que acordamos que íbamos a cambiar.

- Sr. Zena lamento mucho no llenar sus expectativas, pero pude complacerlo con el color de su prenda, menos la talla, pues solamente tengo pequeñas.

- No hay problema, de todas maneras lo cambio por el color. Me gusta más el color rojo o fucsia.

- ¿Adivine que color le traje? Si adivina, le doy un regalo extra.

- ¡Fucsia!

- Tendré que regalarle un sostén, aunque me temo que le quedará bastante grande.

Nos hemos reído de cómo hemos conllevado estas provocativas insinuaciones y el encuentro llega a la seriedad cuando regreso con el tema que quiero hacer el cambio del color de mi prenda. Ella con sus mejillas sonrojadas, pero no tanto por la pena sino por el calor del vino, me insinúa que tendré que quitárselos. Ella toma la vertical y se pone frente de mí dándome su espalda donde me deja expuesto su rico culo, a disposición a que le remueva su calzón. Como yo no tomo la iniciativa, pues no sé si ella se lo va a quitar, me dice con una voz más sugestiva: Sr. Zena, quítemelo, creo que le va a gustar.

Obviamente que me iba a gustar. El solo hecho de intentar de subir su bien ajustada diminuta falda y exponer ese rico culo con un bikini color fucsia me para la verga al instante. Bajé su diminuto bikini delicadamente y no me pude resistir comenzar a besar sus dos ricos glúteos que realmente eran lindos; sin extrillas y sólidos que ahora podía ver ese color de su piel más clara, producto de esa típica marca que la ropa intima deja. Pude observar que con aquellas insinuaciones y porque sabemos y nos imaginamos lo que va a suceder, Diana esta ya excitada, pues en su bikini es evidente la humedad espesa, como si se tratara de un liquido grueso como la miel. Al acercarme, su perfume me embriaga más que el vino que estoy tomando y realmente ya me quiero coger a Diana. Ella sigue con el juego:

- Sr. Zena, creo que usted ya está reclamando su regalo extra.

- ¿Puedo hacerlo o hay algún otro protocolo?

- Usted puede hacerlo… de hecho, lo pudo haber reclamado 3 años atrás.

Escuché sus palabras y prácticamente me decía que siempre quiso haber cogido conmigo y que estaba desesperada para que me la cogiera ya. Después de haberle bajado su prenda intima, se ha dado vuelta y ahora estamos frente a frente y comenzamos con unos ricos y prolongados besos. Yo sigo sentado en el sillón y ella debe de seguir con su minifalda arriba como yo la había dejado, pues no podría abrir las piernas al venir sobre mí, donde se sentaba sobre mis piernas cuando yo todavía seguía completamente vestido.

Diana tiene su debilidad en su cuello y ella me lo hace saber. Sé que para muchas mujeres lo es, pero Diana prácticamente puede tener orgasmos con solo acariciar su cuello con la lengua y lo excita a uno, pues sus gemidos son sensacionales con decibeles que alegran el oído. Remuevo su brassier y quedan frente a mí esas ricas tetas las cuales beso a placer hasta llevarme su pezón al interior de mi boca. Me doy gusto mamando sus tetas y su cuello y Diana debe estar tan excitada, que ahora mi pantalón esta no solo húmedo de mis fluidos seminales, pero también en esa zona donde Diana restriega con su rica panocha queriendo encontrar el bulto de mi verga erecta. Con una maniobra muy hábil, Diana se levanta un poco, lo suficiente para desabrochar mi pantalón, bajar el cierre y que mi verga salga de mi bóxer, ella lo siente y sin pensarlo más, se lo clava con gran tesón y violencia a su rica y mojada panocha. Suspira, gime y comienza ese movimiento de sus caderas con el afán que mi verga le llegue lo más profundo posible. Dejo que ella haga la faena, pues mi posición me limita al movimiento, pero me doy gusto mamando sus ricas tetas, las cuales con mis manos uno, y me es posible llevarme sus dos pezones al mismo tiempo a la boca. Los halo y los chupo aligeradamente y creo que aquello la lleva a esa sensación donde siento ella también aligera el vaivén de sus caderas y explota con un orgasmo que le deja temblando su rico y escultural cuerpo. Me pide que le suelte las tetas, que no puede ya con esa sensación, pero sus gemidos se prolongan y sus movimientos cesan después de un par de minutos y exclama: ¡Que rica corrida me has sacado!

Podía ver su rostro con esa sonrisa de satisfacción, ella puede todavía sentir mi verga aun erecta y palpitando adentro de su vientre y me pregunta si la quiero en otra posición. Nos levantamos y primeramente se va al baño, pues sus jugos son abundantes y me ha empapado toda la zona alrededor de mi verga y mis pantalones parecen que han sido salpicados por una tormenta. Sale y viene igual como se fue, con la minifalda aun todavía puesta y doblada hacia arriba como yo se la había dejado cuando le removía su bonito bikini. Me pregunta como la quiero y la tomo a ella para que se arrodille sobre el mismo sillón y de esta manera me expone su hermoso y rico culo, que creo debe medir un perfecto 90, y puedo a la vez ver la abertura de su rica panocha la cual está totalmente depilada y con un pronunciado clítoris que quizá sea el más grande que haya visto entre todas las mujeres que me he cogido.

Comienzo a taladrarla de perrito, mientras ahora mis dedos jugaban alrededor del orificio de su ano, el cual contraía con aquella sensación que quizá pretendía penetrarlo con uno de mis dedos. No se equivocaba, pues poco a poco mi pulgar derecho desaparecía en aquel rico orificio que de alguna manera intentaría también coger. Ya bien dilatado su esfínter y con mi verga clavando su rica panocha, mi pulgar también se hunde a placer en el dilatado culo de Diana, que después de diez minutos ha comenzado a gemir profusamente. La incomodidad de sentir mi dedo en su ano ha pasado y ahora ella choca con mi envestida en sus dos ricos agujeros. Gime, suspira y luego dice: No pares, me estoy a punto de venir. Esta vez no paro y mi envestida se vuelve tan fuerte con mi verga en su panocha y mí pulgar en su culo, que ella repetidamente dice como una loca: Tony, me vengo, que rico, dame, dame, dame…

Después que cesó su erupción erótica, me hace saber que por primera vez tiene múltiples orgasmos. Sensación que alegremente y sorpresivamente me describe con una sonrisa de excitación:

- Nunca he acabado dos veces en menos de media hora y esta última corrida prácticamente fueron dos seguidas. Me fui lentamente, pero luego después de cesar por unos segundos, llegó un cosquilleo extraño alrededor de mi abdomen tan delicioso difícil de describir. –me decía.

- Eso muestra que eres capaz de conllevar múltiples orgasmos.

- ¿Y tú, no te puedes ir?

- Sí, pero estoy esperando reclamar mi regalo extra.

- ¿Y?

- ¡Quiero que me des tu rico culo!

- ¡Mi culo!

- Si. ¿A poco nunca lo has hecho?

- Si, un par de veces, pero tu verga esta grande y gruesa. Me lo romperás y me harás mucho daño.

- Intentemos y si te incomoda, pues desistimos.

- Tony, tu verga esta grande, y no solo eso, esta gruesa. No creo que pueda con ella.

- Diana, yo te aseguro que si puedes. Compláceme...

Sabia que podría, pues ya le había dilatado su rico ano con mi dedo pulgar y se lo había clavado violentamente. Obviamente, al mirar mi verga completamente erecta, pues le dominaba ese miedo que le daba su percepción. La verdad que mi verga no es de las más grandes, aunque sí creo que es bastante gruesa. Completamente erecta y después de una faena de levanta pesas de 15 minutos, llega a medir alrededor de unos 23 centímetros. En los días que estoy sexualmente activo como ese día con Diana, que un día anterior le había echado dos palos a una chica de nombre Ashley y dos días antes otros dos a Laura, la esposa de mi jardinero y quien es mi desahogue por más de 5 años de encuentros clandestinos, mi verga no llega a la masa como cuando he pasado una semana de no tener sexo. Después de una breve platica y prácticamente suplicándole a Diana que me dé su culo, ella acepta y sin preguntarme, ella se sienta sobre mí, pues yo estoy sentado desnudo sobre el sillón, y me expone su rico culo prácticamente restregándolo sobre mi cara y toma mi verga y juega a ponérselo en su ano.

El sillón es uno de esos reclinables, y para tener mejor vista, lo ajusto y esto a la vez provoca que Diana abra extendiendo las piernas y puedo ver a mi antojo como esta bella mujer intenta meterse mi verga en su ano. Como ya esta dilatado, aquello es fácil para ella, aunque no dejo de sacar un gemido. Diana hace lento el proceso, pues creo que sabe que aquella vista vuelve loco a cualquiera, pues sus nalgas son firmes y con unas curvas bien delineadas que el solo hecho de verlas, incitan a una eyaculación precoz. Se mete mi verga lentamente, la sostiene con su esfínter hasta la mitad y se la saca, vuelve hacer lo mismo y en este ritmo lento, rompe el ciclo hasta que se ha metido toda mi verga y ahora su culo choca con mi escroto, sumiéndome los huevos. Ya bien dilatado su culo, ella hace un sube y baja más acelerado y yo me mantengo disfrutando esta rica, deliciosa acción. En unos minutos me la llevo y la acuesto en contra de mí en esa misma posición, y ella prácticamente debe subirse al sillón, para apoyarse, y aunque ya no tengo la misma vista, puedo besar su cuello, masajear con mis dedos su pronunciado clítoris y al tacto lo siento inflamado de su excitación. El clítoris de Diana es grande, que se deben ocupar dos dedos para cubrirlo.

Anteriormente ella me ha indicado que le gusta el sexo erótico, despacio, de sutiles caricias, pero que también disfruta el sexo duro. Se me ocurre de golpetear su clítoris, el cual realmente dan ganas de succionar. Lo intento pensando que ella me va a desaprobar, pero aunque lo hago violentamente ella no dice nada y solo se limita a gemir profusamente. Prácticamente le restriego su concha con toda mi mano y a la vez golpeteo violentamente su clítoris. Sé que ha sentido placer, pues sus gemidos han subido de decibel y su movimiento de su pelvis se hace más violento chocando su rico culo contra mis huevos. Le sacudo ese rico y pronunciado clítoris y se lo empapo con el mismo jugo de su vagina y entre esa fricción de su culo y mi verga, mis dedos y su clítoris, hacen un chasquido delicioso que creo elevan la excitación de ambos, pero es nuevamente Diana la llega a otro espectacular multi orgasmo.

- Tony, me voy, me voy, me voy…. Dame, dame, dame… ¡Que rico me has cogido el culo!

- ¡Que rico y delicioso culo tienes Diana! Me estoy yendo en tu culo…

Aquellas fueron las palabras que nos decíamos con esa profusa respiración cuando nos veníamos juntos. Poco a poco se mueve para sacarse mi verga y veo como aparece mi semen del rico orificio de Diana. Se lo he sangrado y ella me lo confirma después de salir del baño. Terminamos bañándonos juntos y ella me ha ayudado a limpiar el sillón y el piso, pues mi semen y sus jugos lo han salpicado.

Aquella faena fue una tarde de dos palos, aunque por lo que me hacía saber Diana, ella acabo seis veces: -Nunca había acabado seis veces en mi vida. –me dijo. Aquella vez, me dio una rica mamada aunque me decía Diana que no tenía mucha experiencia con el sexo oral. Yo le saque uno con un succionar violento en su rico y grande clítoris, prácticamente se lo mordía y se lo halaba como si fuese de hule. Creo que fue el que más placer le ocasionó, pues no sé si lloraba, pero sus gemidos eran tan elevados al experimentar esa corriente que me describía pasando por todo su cuerpo, como una corriente que se extendía desde los dedos de sus pies hasta la coronilla.

Fue una noche de placer muy rico, la cual hemos repetido ya en varias ocasiones y cuya concertación es muy excitante, pues Diana siempre me pregunta que quiere que vista, si quiero que lleve calzones o qué tipo de calzón ponerse. Desde esa llamada previa al encuentro, se nos eriza la piel de tanta excitación.

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