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Leo

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LEO

Por fin he tomado la decisión de contaros algo que me ocurrió cuando llegué a Tierra. No pude evitarlo. Y creo que debo hacerlo. Fueron unos días de tremenda excitación para mi.

Vivía en el mismo edificio que yo y me había cruzado con él varias veces, sin que me llamara la atención en absoluto, pero hace como un par de meses, un día de los que me levanto temprano, me dio por asomarme a la ventana y ¡Zas! justo enfrente, en una de las ventanas que dan a un patio interior del edificio en el que me hospedaba, un tío espectacular. No pude por más que quedarme quieto, tras las cortinas, espiándole y fuertemente impactado por ese cuerpazo.

Andaba en calzoncillos; ahora salgo de la habitación, ahora entro de nuevo, ahora voy, ahora vengo.

¡Que andares! ¡que rico estaba, el cabrón!

Y, de repente, me doy cuenta de que era un vecino que veía a diario, cabizbajo y con cara de asco; que pasaba como si quisiera ser invisible y que te saludaba con un ¡hola! bastante raquítico y prácticamente inaudible y, sobre todo, con una pinta espantosa; como si todavía le vistiera su mamaíta.

¿Como se llamaba? ¡ah, si! Antón

- El otro día oí como le saludaba Ronald, el vecino de arriba.

Después he sabido que el, por su parte también trabajaba para que nos conociéramos y, por eso voy a relatar esta historia como continúa.

ANTON

¡Me encanta!, no lo puedo remediar. Me gusta mucho, y ya se donde vive; así que, voy a poner de mi parte todo lo que pueda. Dejaré subida la persiana de mi estancia para que cualquiera que se asome al patio pueda verme cuando me levanto para ir a los jardines de Palacio. Sé que algunos días se levanta temprano, justo cuando me estoy preparando para salir, me entretendré todo lo que pueda, para que pueda verme bien.

YO

¡Si, es que, nadie diría que ese tipo tiene un cuerpazo así! Tiene una manera de vestirse tan rara; y esas gafas de culo de botella y ese tupé.

pero cuando le vea en el hall de entrada, le entro; a mi no se me escapa ese cabrón.

ANTON

He regado todas las plantas de la zona en la que estoy trabajando, también le he pasado la tijera a algunos arbustos y el encargado me ha dado permiso para ir a comer a casa; y como está cerca, he decidido comer allí. En el hall me he encontrado con el, pero tras de mi ha entrado Ronald.

-Hola, ¿mucho lío hoy?

El también me ha saludado.

-¡Buenos días! oye, perdona ¿tu vives en la primera planta - Rojo?

La verdad, me ha sorprendido un poco y me he puesto nervioso; así que le he contestado primero a Ronald…

- ¡Todavía no sé como tendré la tarde! espero que como siempre.

Luego, sin atreverme a mirarle de frente, le he contestado a él.

- Si ¿por?

- Pues, es que, algún vecino me dijo que ya se había ocupado la estancia roja de la primera planta, pero me imaginé que la habría ocupado algún jubilado alguien mayor, así como Ronald pero, por lo que veo, no es así. ¿Vives solo? creo que eres de mi edad ¿no? ¿Cuantos años tienes?

- 27 y ¿tu?

- ¡Uy! creo que a lo peor te resulto algo mayor; tengo 43… pero ya ves que me veo bastante joven todavía ¿verdad?

- ¡Si, si! nadie lo diría ¡de verdad!

Y es absolutamente cierto, no sé porqué, pero la naturaleza me ha dado un aspecto juvenil que no va acorde con mi edad (todos se sorprenden cuando la digo) y siempre tengo que mostrar mi tarjeta de identidad, para que me crean.

- Yo si te creo y además, ¡eso que importa!…

- Me gustaría que nos conociéramos ¿tienes algo que hacer ahora? podíamos charlar un rato, ¡si quieres! pero antes tengo que comprar algo.

- ¡Vale! solo tengo dos horas para comer, luego tengo que seguir con mi tarea ¿te espero en mi casa?

- ¡Ok!

- Primera planta - Rojo

He entrado a comer un tanto confuso y algo nervioso; todavía no se bien que ha sido eso, pero le he invitado a venir a casa para charlar un rato con él. Me he mirado en el espejo y ¡la verdad! tengo una pinta desastrosa, así que, me tengo que adecentar un poco antes de que llegue. Aunque, no puedo perder mucho tiempo. Miro el reloj y pienso en la posibilidad de que se quede a comer conmigo; creo que le pediré la tarde libre al encargado.

YO

No llegaron a veinte minutos los que tardé en estar llamando a su puerta, después de dejar el mensaje.

Se había quitado las gafas para arreglarse un poco y se notaba que todavía no había tenido tiempo para secarse bien; me abrió la puerta en calzoncillos y con una toalla en las manos y el pelo revuelto y húmedo.

Me pareció tremendamente atractivo y muy varonil. Me gustaba mucho y nada mas entrar se lo hice notar.

- Creo que deberías hacer algo con esas gafas, le dije; señalando las gafas que estaban sobre la mesita de la entrada. No te favorecen en nada ¿te ayudo a secarte el pelo? te queda muy bien así, revuelto.

ANTON…

Después de oír lo que me ha dicho, no he podido evitar animarme y provocarle; y le he dejado secarme la cabeza. Me ha pillado en calzoncillos; unos blancos que me compré ayer y que me acabo de poner.

- Me estoy dando cuenta que todavía no se como te llamas; yo me llamo Antón

- ¡Ah! me llamo Leo. ¡Si claro!, todavía no me había presentado.

YO…

Lo tengo muy cerca preparando la mesa para comer y no sé porqué, pero no se ha puesto nada encima. Espero que no lo haga, porque estoy en la gloria viéndole trajinar, así como está

- Por cierto, ¿vives solo?

- No exactamente, mi hija Lara viene a verme los fines de semana; para que no me sienta solo. Solo tiene seis años, pero cree que es mi madre (sonrie con mucha ternura) ¿te quedas a comer? Supongo que puedo invitarte a comer ¿no?

- Pues, la verdad, me encantaría

- Así que ¿tienes una hija?

Ahora me parecía todavía más atractivo. Se había vuelto de espaldas para partir el pan y ponerlo en una cestita de mimbre que había sacado de un armarito. No podía quitarle ojo a ese culo.

- ¿te gustan las albóndigas con patatas?

- ¿Patatitas fritas? si.

De repente, me di cuenta de que la mesa estaba puesta y Antón había dejado la cesta del pan en la mesa; iba a sentarse para empezar a comer.

- Siéntate ¡por favor!, estás en tu casa

- Pero no llegó a hacerlo, se dio la vuelta y cogió el mono de trabajo que había dejado en una de las sillas y de uno de los bolsillos saco su comunicador.

- ¡Oye, Joakín ¿puedes ponerme con el encargado? es que no voy a poder ir esta tarde, me ha llamado mi mujer y…

Ha girado la cabeza y me sonríe.

- ¿Encargado? Soy Antón necesito la tarde libre ¿puede ser? ¡muchas gracias, jefe!

Leo, me dijiste ¿no?

- ¿Que como me llamo? si, Leo

- Quiero disculparme contigo, Leo; acabo de darme cuenta que desde que entraste en esta casa estoy casi desnudo, y creo que no son formas ¡discúlpame, por favor! pero, es que estoy acostumbrado a estar solo durante la semana y me gusta estar cómodo.

- No, no ¿si así estás cómodo? por mi no lo hagas.

- Entonces ¿le metemos mano a las albóndigas?

- ¡Claro!

Ahora, ya, si que me había puesto al descubierto.

-¡Joder! ¿las albóndigas las has hecho tú? ¡están riquísimas!

Me había apropiado de la silla en que Antón iba a sentarse antes de llamar al encargado; y ahora estaba sentado frente a mi, en el sofá; abierto de piernas y mostrando la más excitante entrepierna que he visto nunca.

- ¿Te importa que llame a Ronald, para que venga a tomar café con nosotros? siempre que como en casa le llamo para tomar café.

Esto me sorprendió mucho, no podía imaginar que el jubilado y Antón tuvieran ya esa confianza.

-Fíjate que a mí nunca se me ocurrió invitar a tomar café a ningún vecino, pero ¡claro por supuesto! encantado

- Estuvo ayudándome con la mudanza cuando llegué, y desde ese día solemos tomar café juntos cuando como en casa; es el único vecino que conozco ¡hasta hoy, espero!

Se levantó y cogiendo el comunicador empezó a pasear tranquilamente delante de mí mientras hablaba con Ronald.

Realmente me ponía muy burro verle en calzoncillos y tan mano. No era muy alto, yo calculo que mas o menos rondaba el uno ochenta, quizás un poco menos unos brazos bien esculpidos y fuertes, en un torso trigueño, envidiable; con algunos pelillos a modo de pelusilla, rubios, sobre el pecho y bajando hacía el ombligo para continuar bajando hasta introducirse bajo esos calzoncillos blancos, que se transparentaban un poco, sobre todo en la parte trasera, en la que se podía percibir con claridad la raja de un imponente culo; duro y esponjoso, al menos en apariencia, y de un contorno admirable. Las piernas eran poderosas, pero sin abusar; bien esculpidas también mostrando la misma pelusilla rubia que la que poseía el pecho y los brazos, y un poco más acusada, detrás y en el interior de los muslos, según se acercaba al culo.

Parece ser que Ronald había aceptado y bajaría a tomar café con nosotros, pero no oí en ningún momento que Antón mencionara mi nombre.

Apenas dos o tres minutos y sonó el timbre de la puerta.

- ¡Pasa, Ronald!

- ¡Hombre Leo, me alegro de verte por aquí! este chico necesita buena compañía.

- Si, hemos estado hablando esta mañana y me ha invitado a comer ¡por cierto!, no sé si sabes que Antón es un cocinero excelente

- Bueno, todavía no me ha invitado a eso; solo a tomar café y alguna cosilla más, pero todo se andará ¿verdad Antón?

Ronald, había llegado con una maleta y una bolsa de mano que soltó nada mas entrar y colocó junto a la pared

- ¡claro hombre! pero primero vamos a montar la mesa ¿no? dijo Antón.

Ronald cogió la maleta que había traído, que era una mesa de masaje, pero al abrirla, se le cayó un tornillo.

-¡Vaya! ¡ya se ha vuelto a salir!

- Antón ¿te importaría darme la llave para poder apretarlo que llevo en la bolsa de mano?

- ¡por supuesto! Y se arrodilló a buscarla.

Enseguida sentí como Ronald me tocaba en el brazo y, mirándome, dirigía su mirada hacia Antón, que buscaba afanoso dentro de la bolsa.

La vista de ese culo era muy muy excitante y los gestos de Ronald no dejaban lugar a dudas.

- Pffff…

¡La verdad! me sorprendió que fuera tan directo

Después de buscar un rato por fin, dio con la llave; pero, cuando se la entregaba, se le cayó de las manos.

Rápidamente Antón volvió a arrodillarse para mirar donde había caído, se había colado debajo del pequeño sofá

Esta vez podíamos verle hasta los pelos del culo que se le salían por la pernera de los calzoncillos.

- ¡vaya se ha ido hasta el fondo!

Yo, activé mi microcámara para quedarme con esas imágenes; mientras agachado miraba bajo el sofá pero, Ronaldl me miró y gesticulando me insinuó la posibilidad de follárnoslo ahí mismo.

- ¡Joder! menos mal ya la tengo; y se levantó con la llave en la mano. A ver si por fin montamos la mesa.

- Bueno, ¡anda a poner esos cafés mientras Ronald y yo ponemos la mesa a punto!, dije.

Susurrándome en el oído Ronald me decía

- ahora le vamos a dar un masaje a cuatro manos, ¿te apetece? y no te preocupes por nada, ya verás que dócil es le gusta que le soben y se deja hacer de todo.

Yo estaba mirando hacía la puerta, en espera de que Antón apareciera, para ayudarle y no dejaba de sorprenderme la naturalidad con la que Ronald me hablaba acerca de lo que hacía con Antón cuando bajaba a tomar café con él pero también me sentía excitadísimo por ver, con claridad, que iba a conseguir follármelo esa misma tarde.

El vecino de arriba era un señor que no bajaba de los sesenta y pico. No sabía la edad, nunca tuve interés en ello ¡claro está! pero le gustaban los chicos; como a mí y a demás, gracias a él, disfrutaría de mi vecino más de lo que yo hubiera imaginado. Estaba claro que era un golfo y que había conseguido a uno de los mejores ejemplares de nuestra raza para satisfacer su vicio que también es el mío.

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