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Sexo con maduro. Maritza deseaba tenerme, nada más importaba

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Nunca supe qué cosa es el denominado síndrome de los cuarenta, por que unos meses antes de llegar a esa cima tan temida, se produjo el milagro de que este lobo de vibrantes 39 se topara en su camino con una inocente corderita de casi 20, el resto es fácil de deducir. El hombre joven, a punto de ser uno más de los denominados maduros había dado con su propia fuente de “juvencia”, revivido al contacto de las carnes de, como si el destino me hubiera concedido ese deseo de una segunda oportunidad.

Esa segunda oportunidad estaba a punto de cumplir los veinte, empleada de mi oficina. Con ella fue el destello de la vida nueva, el salto de calidad de vida de un hombre común a un hombre vital, el doble de edad me produjo el doble de placer, entender la vida y el sexo en otra dimensión del goce y todas sus posibilidades. Esta relación duró una década, durante ella aprendí a entender y comprender las delicias del sexo y que la fidelidad de la carne es tan solo un paradigma impuesto por la sociedad, lo que realmente cuenta como valor supremo es la lealtad.

De ese modo este maduro entró al mundo del hedonismo y el deseo con sus necesidades éticas y morales fortalecidas, sin falsos sentimientos culposos por hacer del deseo, sobre todo en el sexo, el motor de su renacer a la vida.

Desde ese punto comencé a diseñar el nuevo plan de vuelo por el cielo de los placeres, la mujer joven como objetivo supremo, hacerle descubrir las maravillas del placer que puede darle un hombre maduro.

Esta fue la génesis de la motivación por gustar de las carnes tiernas, cuanto más cuanto mejor.

En ocasiones suelo visitar a una entrañable amiga, una relación de años, de esas que ahora se les llama “amigos con beneficios”, y de éstos teníamos algunos beneficios de los que hacíamos uso muy espaciadamente sin interferir en el trato amigable y hasta cómplice en variadas ocasiones con alguna de sus amigas. Tal como que fue el contacto con una “sobrinita” bien joven y sobre todo calenturienta.

La historia comenzó más o menos así…

Una tarde de visita en casa de mi amiga, se apareció la “sobina”, Maritza, aunque esta vez la simpatía que derrochaba a manos llenas no era lo que más abundaba en ella, ceño fruncido y pocas ganas se sonreír eran sus características más salientes.

Venía arrastrando un molestoso conflicto afectivo con el noviecito de turno, que al primer ¿Te pasa algo?, respondió: -Todo, me pasa…

Como la situación daba para una conversación de intimidad entre dos mujeres, amago con levantarme, pero Maritza fue la más interesada en poner su mano sobre mi rodilla y decir: - No, “porfa” eres como mi… tío, quédate, tu opinión como hombre vale mucho ahora.

Maritza le reclamaba que le diera un lugar más importante, que sus amigos, alguna putita, el fútbol y la play ocupaban sus prioridades, que sus jóvenes años necesitaban más y mejor “atención”. Había puesto el acento sobre ésta última adjetivación al tiempo que buscó mi mirada de aprobación.

- Estos pendejos no saben “atender” a la novia, entonces que no venga a pedir más de lo que da! Estos buenos para nada no merecen tener una mujer fiel, debería pagarle con la misma moneda (otra mirada cómplice).

Terminado el monólogo de la muchacha mal entretenida, todo o casi volvió a la normalidad, aunque esas miradas de complicidad habían activados mis instintos de cazador furtivo. Estaba más concentrado en adivinar cuán mínima era esa tanga cola less, el pantalón súper ajustado casi no me dejaba espacio para imaginar tanta carne ansiosa por ser “manoseada”. En dos ocasiones me pescó infraganti perdido en mirársela, la mirada otra vez se hacía cómplice de mis crecientes intenciones por adorársela.

Con la tía nos habíamos sumergido en un problema de ver cómo adecuar el programa de imágenes en esa nueva pc que había comprado, razón por la cual me ofrecí traerle mañana un pendrive que podría solucionarle su problema.

- Por que no lo vas a buscar y lo instalamos esta misma tarde, anda se bueno en traerlo…

- Pero es que no se bien si lo tengo en casa o en la oficina, tendría que buscarlo y no te aseguro que lo encuentre, así tan de prisa…

- Pues con intentarlo… me harías un gran favor! Maritza, podrías ir con Luis para ayudarlo a buscar… -Maritza asiente.

- Bueno, veo que no tiene sentido negarme, pero no te aseguro que lo encuentre tan rápido.

- No importa, con que me lo traigas hoy me basta, puedes tomarte el tiempo que quieras…

Es posible que el deseo que su “sobrina” había despertado, y la incipiente calentura me hicieran ver y entender señales que tal vez no eran tales. En esas cavilaciones estaba cuando la sobrina me toma de la mano: - Vamos, si no volverá a insistir. Voy contigo y te ayudo a buscarlo…

Salimos a buscar el pendrive, primero pasaríamos por mi casa, busqué donde ella quería que buscara, en su confidencia sobre el conflicto con el novio, así fue que se explayó sobre las “desatenciones” poniendo de relieve que luego de que hubo conseguido el “trofeo”, así llamó a su virginidad, las atenciones hubieron bajado en frecuencia e intensidad, por que de calidad siempre fue de regular para abajo. Que ella tenía como medida de comparación su primera vez, que aunque no del todo completa, había sido algo tan especial, claro que no había sido con un pendejo, sino con el papa de una compañera del secundario, que en una oportunidad ella jugó a la colegiala seduciendo al señor y hubo sexo, pero que la situación se vio alterada por la desafortunada aparición de su amiga, que le cortó la inspiración al padre. Si bien ese encuentro sexual no terminó del mejor modo, igualmente dejó en ella la impronta de un delicioso momento, comparado con lo que tiene con el novio, le hace soñar y desear hacerlo con un hombre maduro.

En ese momento se encontraron nuestras miradas, acoplado nuestras intenciones y anudado un deseo que estalló con todo el estruendo de la emoción que latía en nuestros corazones y palpitaba en nuestros genitales.

Entrados en la casa, fui directo a buscar ese pendrive que había sido el pasaporte al placer, directo al escritorio, sobradamente sabía dónde hallarlo, pero la hice que ella buscara en el mismo. Deseaba verla inclinada, ofreciendo la magnífica visión de sus caderas lucidas dentro del ajustadísimo pantalón.

Maritza se pasa de lista, se inclina para ofrecerse al deseo del maduro calentón, demora intencional, como si fuera poco exhibirse, gira la cara para observar como quedé embobado comiéndola con los ojos, apreciando el bulto que no para de crecer dentro de mis pantalones.

Las cartas están jugadas, apuesto todo apretándome contra ella, siente la dureza del miembro que está en plena erección pugnando por la libertad. El pantalón tan ajustado que la tela se le mete bien en la raya, por eso el meneo para acomodarse y sentir la dureza masculina, la mano derecha hacia atrás para tocarme y abrirse un poco más. Los gestos invitan, la calentura exige.

Volcado sobre ella, mis manos se introducen bajo la camisa, buscando los pechos, el deseo trepa por la escalera, la calentura por el ascensor. Sobre su cuerpo, la nariz entre sus cabellos embriagado por el aroma de su piel, podría decir que sus feromonas son saetas que entran en la sangre con el llamado del deseo. Aferrado a sus hombros, conteniendo cualquier atisbo de rebelión, con seguridad y con la premura de no perder un instante de ese momento de excitación, desprendo el cinto, bajo el zip, y deslizo el pantalón por sus caderas hasta ser un rollo de tela en sus tobillos.

La prenda caída limita el movimiento de sus piernas, apoyo con firmeza mi pesada humanidad sobre el cuerpo de Maritza, casi en un solo movimiento me deshago del pantalón y con un par de precisos golpes de zapatos y de la prenda caída. Levanto un poco el cuerpo de la mujer, para que las caderas se eleven al máximo, separo los cantos, hago a un lado la tirita de tela del cola less, y voy con el ariete totalmente erecto y brillante de jugos hasta colocarme en la vulva.

Mover la verga para separar los labios, sentir la caliente humedad de la vagina, empuje intenso, de un la mitad estuvo dentro, sujetándola con firmeza, se la mandé toda, hasta el fondooo…

Toda esta descripción llevó el doble de tiempo que el acto en sí mismo, cualquier mujer puede dar fe de lo que estoy afirmando, cuando el hombre hábil y caliente quiere, en el tiempo de un chasquido de los dedos puede enterrártela hasta el mango, eso fue lo que hice con Maritza.

Cuando quiso reaccionar (suponiendo que lo hubiera querido) era tarde, estando todo dentro era una delicia. Me impulsaba con cierta brusquedad propia de la calentura, el deseo nos quemaba, necesitaba bombear con fuerza, profundo y persistente, sofrenando la potrilla que amenazaba con desacoplarse del empalamiento.

Contenida en su rebeldía fue cediendo, entregada al gusto que le produce el metisaca, la calentura se irradia dentro de su cuerpo, los gemidos y jadeos acompañan esta terrible cogida que le está dando el señor maduro, entrando y saliendo de ella, incrementando la lujuria a niveles de máxima. Los jadeos se arremolinan en su boca, los gemidos indican que esta próxima a ese orgasmo que tenía atragantado y al fin puede soltar en libertad. Respira con espasmos, cuando su gran momento se agolpa en sus entrañas y esos latidos apretados sobre mi carne delatan que está viajando al mejor de los mundos, subida en el éxtasis de la locura que estalla en sus entrañas. Presiono, empujo, exijo que lo repita, el cuerpo responde al estímulo del macho, un segundo y un tercer estertor produce la onda del orgasmo.

- Luis, por favor no me acabes dentro, por favor, no!!

Qué bueno ese aviso, ya casi estaba llegando a los preliminares. Es tiempo de decisiones, el “chiquito” está ahí nada más, tentador desde hace tiempo. La experiencia ayuda, puedo intuir la reacción, sujeto con fuerza el cuerpo de la hembra, un poco de saliva justo en el hoyo, cambiar de la vagina al ano, todo en un solo movimiento, preciso y urgente.

El glande está justo empujando el esfínter, el primer intento gestó su primer gemido, el segundo, un grito ahogado. La palmada justa y precisa sobre la nalga, sorprende y aquieta la rebelión, otro empellón con la verga y toda la cabeza está dentro, el ronco rugido del dolor por la intrusión, la impulsa a intentar salirse, otra nalgada con firmeza, aquietan, otra más enrojece las carnes, tranquiliza y excita.

- Ábrete las nalgas! –ordeno. Si señor! – no me pegue

Obedece se abre los cachetes, ya no resiste, se deja coger, penetrar, diría que lo está disfrutando, hasta pide una nalgada para sentirse sometida.

Sodomizada, puedo moverme en la estrechez de su ano, leve resistencia más que nada como complemento erótico que para salirse. El señor maduro disfruta de su joven amante, la joven disfruta de la dedicación y empeño de la experiencia, el intercambio de poderes requiere de una intimidad emocional y confianza, que logramos en tan breve lapso.

Tendido sobre su espalda, apretado, beso su cuello cuando el primer chorro buscó liberarse dentro de su ano, un segundo y un tercer latido se vienen con toda la leche de más de tres semanas sin destino.

Me hizo quedar hasta que desaparecen los latidos, disminuye la erección, entonces desenvaino la estaca de carne que atravesó la suya.

En el bidé disfruta del suave chorro de agua sobre la zona anal, suavizando los resabios del salvaje sexo anal, tan disfrutado por este hombre maduro condecorado con el trofeo de un agujero virgen.

Compartimos una cerveza mientras me disculpo por haberla tomado sin previo aviso.

- No tienes porqué disculparte, no has hecho algo que no había previsto. Ustedes son los machos, los posesivos, los que eligen con quien hacerlo, pero… nosotras, las hembras somos en definitiva quien decidimos a quien aceptar y a quien no. Yo ya había decidido que quería hacerlo contigo. Lo hicimos por mi gusto, todo más que bien y lo vamos a repetir, verdad que sí?

Todas las dudas disipadas, la excitación volvía con en su mejor momento, los besos fueron alfombrando el camino para una segunda sesión. Nos comimos la boca, sus pechos fueron objeto de mi glotonería, su sexo comido y lamido hasta extraer los mejores gemidos y los jadeos más sentidos.

Ahora es ella la que toma la iniciativa, se monta al señor maduro y es artífice de su propio placer, se empala hasta el mango, sube, baja y gira sobre la verga, enterrada en su sexo y frotando el fondo vaginal.

Los orgasmos se suceden con facilidad, el primero estruendoso, los otros más quedos, pero igualmente valiosos para el alocado disfrute de mi amante.

Desmonta, y se hinca para lamer y chuparme la pija, pajea y agita con el entusiasmo de una primeriza, nuevamente vuelve a montarse, prontamente sobreviene otro orgasmo que le estalla dentro como una granada que esparce esquirlas de placer.

- Vamos, se nos hace tarde, dame vuelta, quiero desde atrás. Sentir a mi macho, ser montada por un salvaje domador. Vamos, quiero sentirte otra vez…

El valiente domador, monta sobre la rebelde muchacha, las nalgadas son pedidas como condimento para el placer, le gusta ser dominada, sometida, tomada de los cabellos mientras galopo sobre su espalda ensartado en su sexo.

Las nalgas enrojecidas activan la sangre y la creciente excitación, el placer de ser dominada la enloquece, pide más, todo es poco para calmar sus deseos. Vuelve a recordarme que no me venga dentro.

- Entonces donde acabo?

- Bueno… pero con cuidado… en mi culito…

Esta vez fui más cuidadoso, menos violento, pero profundo y sentido polvo fue la acabada, efusiva y ruidoso la venida de mi semen dentro.

Desenvainada la espada de carne, se la hice limpiar antes de retirarnos.

Los ardores y calores de las mejillas se hubieron disipado cuando llegamos a la casa de la tía.

- Bueno… ya era hora, cómo se tardaron…

- Es que no podíamos dar con el dichoso pendrive.

- Lo que importa es que lo trajeron y parece que la búsqueda fue bien fructífera.

El sarcasmo decía que no estaba ajena a los acontecimientos sucedidos. Terminado de instalar la aplicación fue el tiempo de marcharme, Maritza me acompañó hasta la puerta, un casto beso en la mejilla fue la despedida, pero mientras lo hacía me introdujo un pequeño bollito de tela en el pantalón, sobre la pija, mientras me decía: - Esto es para que me recuerdes y la semana próxima vengas para repetirlo.

En el auto saqué el bollito de tela, el tanga retenía todo el aroma de la hembra que había disfrutado.

Esa fue una de los encuentros que más disfruto, la mujer joven es algo que mantiene joven y lo disfruto tantísimo.

El Lobo Feroz, le encantará saber de ti, porque sabe que te gusta el sexo con hombres maduros, por eso compartir experiencias siempre es enriquecedor, estoy en [email protected] esperándote con ansiedad para responderte de igual modo. Anímate mujer, hazlo tan pronto termines la lectura, te espero.

Lobo Feroz

(9,60)