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El internado de Sandhurst (07)

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Habían pasado seis días desde mi última experiencia en el despacho de la Directora, a manos de la loca sádica de Daphne. Había reflexionado largamente sobre las palabras de la Señorita Ernestina, y las opciones que se abrían ante mi. Ya conocía lo que suponia ser una esclava sumisa en manos de esa canalla de pervertidos refinados. Y no me gustaba la idea de seguir pasando por experiencias similares en los meses que habían de venir. La alternativa no parecía tampoco sencilla. Por un lado estaba el tema del nivel exigido. Si no les satisfacia, si sus instintos no quedaban saciados con mi actuación, habría un segundo acto conmigo de protagonista, solo que en un papel bastante más doloroso. Pueden pensar que soy una presuntuosa, pero más de una vez he recibido alabanza por mi imaginación y mi capacidad para la fábula y el teatro. En el fondo se trataba de eso, de teatro, de ofrecer unos pases de mi "espectáculo" para que esos individuos que sin lugar a dudas pagaban suculentas sumas se entretuviesen. Yo me creía capaz de ello.

El problema que creía más serio era lo que había visto en los ojos de Daphne. Discre-

tamente, me enteré de lo que pude de como era al llegar al colegio. Hacia unos meses había experimentado un "cambio", era una irlandesa loca y jovial, a la que le encantaba gastar bromas, y se había vuelto arisca y con poca o ninguna paciencia, perdiendo buena parte de sus amistades en los últimos tiempos. Yo me imaginaba lo que le había ocurrido. La presión continua, el temor a lo que podría pasarle, a fallar y recibir dolor y humillación de nuevo, a una escala aumentada. No me cabía duda de que aceptar el papel de "Castigadora", que ridiculo nombre, conllevaba una gran responsabilidad. Antaño a los actores que desagradaban al público lo cosían a tomatazos y lo corrían a gorrazos hasta echarle del pueblo. En Sandhurst, fallar significaba sufrir tormento. Y complacer a esa canalla adinerada podía suponer perder la razón, traspasar esa delgada linea que nos separa de los miedos y demonios de nuestro interior, siempre al acecho para apoderarse de nosotros. Hacer sufrir. Castigar. Humillar. Palabras que no me excitaban en lo más mínimo. Pero si aceptaba debería fingir que sí lo hacían, causar el mal a compañeras inocentes, solo para salvarme yo. Ya les dije que no me tenía por mala persona, pero que no era ninguna santa. Si debía escoger entre ellas y yo... me salvaría yo.

Me encontraba en una pequeña sala anexa al Salón de Actos privado donde se había congregado de nuevo ese grupito de público tan especial. Mas que una sala era un cubículo, una pequeña mesa, una silla, una luz tipo flexo en la mesa que derramaba su luz sobre un círculo. Una luz que me permitía examinar mis notas, asegurarme de que no olvidaría nada en un momento de presión. Lo había repasado mentalmente mil veces. Mientras me lavaba, haciendo gimnasia, comiendo, incluso mientras estaba en clases que no requerían demasiada concentración. Pero repasaba mis notas del mismo modo que un monje entona un Mantra para mantener su mente limpia y alerta. Si me hubiesen dicho que me iban a fusilar si fallaba esta noche, no me habría preparado con menos ahinco. Iba a salir a ese escenario. Iba a castigar a Daphne. Y lo iba a hacer bien, tan bien, que no habría resquicio para que me castigasen. El precio a pagar, obviamente, era la integridad de la irlandesa. O ella o yo. Estaba claro.

Cuando una música suave y rítmica llegó a mis oidos, me levanté, asegurandome de tener la ropa perfectamente colocada. Era mi uniforme escolar, como siempre. Respiré hondo, y abrí la puerta. Tras subir unas cortas escaleras, accedí directamente a un lateral del escenario. Allí se encontraba la misma barra de metal a la que había sido sujetada la noche en que por primera vez los penes de varios hombres entraron en mi cuerpo. La noche en que fuí sodomizada con saña por un pervertido. Esa noche que me acompañaría en mis pesadillas hasta el fin de mis dias. La barra parecía inmutable, se erguía impavida. Cuantas desdichadas habrían pasado por ellas, sufrido atadas a ella, sangrado sobre ella. Sólida. Reluciente. Cubierta de esa substancia similar al cuero, negra, mate. Los soportes atornillados al suelo, capaces de aguantar la embestida de un toro, sin ceder un milimetro. Las argollas en las paredes. Las cadenas. Las luces me daban en la cara si miraba hacia el público, no podía ver más que sombras, formas sin rostro. No hablaban. Había expectación. Daphne iba a cambiar de rol, la que tantas veces habia empuñado la correa, la iba a probar. Les había fallado, y ahora lo iba a pagar. El espectáculo iba a tener una nueva Reina.

Ahí estaba...la tentación... el lado oscuro. Siempre he sido la niña mimada, el centro de atención, me ha gustado figurar, ser la estrella. Ahora lo era. Una parte de mi estaba encantada, quería hacerles ver lo que valía, ganarme su aplauso. Mi parte racional me prevenía, dales lo que quieres, pero no más, si se emocionan en exceso puede ser peligroso. Y recuerda a Daphne, no acabes como ella. Pensé en lo que yo había sufrido, que ella habría comenzado igual. Eso ayudó a templarme. Aguardé, con una mano apoyada en la barra. Sintiendo la suavidad del material que la cubría. Tras ella, los armarios con los "Juguetes". Iba a emplear unos cuantos esa noche. En los siguientes 55 min. Se abrió otra puerta, y por ella apareció Daphne. Vestida como yo. Mocasines. Calcetines blancos. Faldita escocesa. Blusa blanca de manga larga. Enseguida me dí cuenta, al ver la luz de sus ojos, su sonrisa. Esa perra loca no sabía lo que iba a pasar, venía lista a hacerme daño, pero se iba a enterar. Junto a ella venía la Directora, que habló al público, como buena maestra de ceremonias.

"Damas y caballeros, como les ha sido anunciado, esta es una noche especial. Esta será la ocasión numero 20 en que nuestra apreciada Daphne actue ante ustedes, y la noche se presenta interesante. En esta ocasión, nuestra pelirroja tiene cuentas que saldar con Teresa, nuestra nueva perla". Daphne me miraba... sus ojos me anunciaban el tormento que me había preparado. Confiada. Segura de si misma. Tan segura, que no se dió cuenta de que yo no iba de víctima asustada. Ni esa noche, ni nunca más. "Más, como alguno de ustedes ya ha expresado, nuestra Daphne se ha vuelto vaga, carente de imaginación. Asi que, en el ocaso de su carrera, va a volver al papel en el que comenzó. Querida, disponte a ser utilizada por Teresa a su antojo. Esa es nuestra voluntad". Unos segundos para que se diese cuenta de lo dicho, sonrisas entre el público, cuchicheos... Daphne se puso pálida. Le temblaba la mandibula inferior. Humedad en sus ojos. A la vez, furia. Hacia mi. Hacia todos. Hacia ella misma. No me miró a mí... solo miró hacia la barra. La barra sobre la que había sufrido. Yo pensé que iba a revelarse, a mandarlos a todos al infierno. Pero la disciplina que se enseña en Sandhurst es muy efectiva, yo aún no conocía más que una parte. Aunque llegué a conocerla muy bien. Con un gesto sumiso y escondiendo sus sentimientos, Daphne se colocó ante mi, al lado de la barra. Comenzaba mi show.

"¡¡Frente a la barra, zorra!!". Voz dura, seca, aspera. Cortante. No lo que se podría esperar de una niña mimada de dieciseis años y medio. Un instructor del cuerpo de marines hubiese estado orgulloso de mí. Algo se me rompía por dentro, una luz se me apagaba. Si existía el purgatorio, iba a ganarme una larga temporada en él. Tenía la atención de los asistentes. Ernestina se retiró. Daphne se colocó obedientemente frente a la barra. Yo conecte con disimulo el cronometro de mi reloj. Tenía una serie de alarmas vibratorios, que me irían avisando de cuando cambiar el tempo. Abrí uno de los armarios. Había memorizado todos y cada uno de los objetos que contenian ambos armarios. Una lista larga. El primero estaba ocupado por instrumentos de inmovilización y juguetes sexuales. El segundo solo por instrumentos de tormento, que habrían hecho las delicias del Santo Oficio. Pronto recurriría a ese armario, pero lo primero era lo primero. Tomé un par de esposas acolchadas. Las marcas en las muñecas son muy visibles y delatoras, había que evitarlas en la medida de lo posible. Por eso el acolchamiento. Pero eran pesadas y resistentes, como debían serlo objetos así. Se las coloqué a Daphne en las muñecas. Los clicks metálicos levantaron ecos. Estiré sus brazos con rudeza. Amarré las esposa a una cadena, sujeta a una argolla en la pared. Daphne estaba inclinada hacia delante todo lo que podìa, la barra bajo su abdomen. La cadena tirante. Me aseguré de que estaba sujeta a la perfección. Luego sus tobillos. Piernas abiertas. Con correas de cuero uní sus piernas a los soportes verticales. Amarrada sobre sus calcetines blancos de algodón. Daphne sollozaba. Las lagrimas pronto correrían por sus mejillas. Reprimí mi lástima.

Ese era un lujo que no me podía permitir.

Escucha bién, hija puta. No te lo volveré a repetir. Se te permite llorar, chillar o berrear todo lo que desees o necesites. No se te permite hablar en ningún momento. Solo eres un animal de placer, y los animales no articulan palabra. ¿Has entendido, perra?. Mi primera trampa, tan obvia, tan descarada, pero ella no estaba preparada animicamente, y contaba con eso. Dijo un "Si, Dama Teresa". Como sonaba eso... demasiado bien. "Puta estúpida y retrasada, se te ha ordenado no hablar, y desobedeces a la primera. Se nota que tienes hambre de correa, no vamos a defraudarte". Primeras lágrimas en sus mejillas. Tomé una navaja barbera, afilada como un viento helado. Corté con ella su ropa, con cuidado de no herirla, habia ensayado mis movimientos con un cortaplumas en mi cuarto. Al público le parecería que actuaba con desprecio de su seguridad, pero yo sabía lo que me hacía. Curioso, no me temblaba la mano, yo contaba con que lo hiciese. Es maravilloso lo que hace la adrenali-

na cuando se la necesita. Primero su blusa. Su sujetador blanco. La falda. Por último las bragui-

tas. Atada, expuesta, plenamente vulnerable. "Ahora, a modo de calentamiento, vamos a dar un poco de color a esa nalgas pecosas". Tomé una correa, más bien pesada. También lo había practicado, usando en mi cuarto uno de mis cinturones, el más pesado. Lo descargué con ritmo rápido sobre sus nalgas. Y sobre sus muslos.Y sobre la espalda. Pronto quedó cubierta por marcas coloradas, pero ni una gota de sangre. Eso dolía, Daphne se retorcía bajo mis golpes. "Ahora el último". Se relajó un poco... eso hizo que doliese aun más. Cayó sobre su sexo, completamente expuesto. No lo esperaba, lanzó un aullido que hizo temblar los cristales. Levantó la cabeza todo lo que pudo. "Ya sabes como me gusta pegar en los coñítos. El tuyo ha estado demasiado mimado últimamente". La pelirroja lloraba amargamente, y me preparé con calma para el siguiente número, dejando que el suspense creciese un poquito.

Tomé del primer armario una "prenda" de cuero negro. Era muy similar a un liguero, y hubiese podido pasar como tal. Su peculiadidad especial eran unas pequeñas argollas que se encontraban en las tiras que bajaban por las nalgas de su usuaria, una sobre cada globo de carne. Lo ceñí en el cuerpo de Daphne, que desde luego estaba lleno de atractivo. Era un cuerpo de mujer adulta, apetecible, en su plenitud. Yo seguía sin tener ninguna apetencia lésbica, pero tenerla así en mis manos...calma. A continuación, tomé unas cortas cadenas rematadas en pinza en un extremo, y en un cierre retractil por el otro extremo. Pincé la parte superior del labio vaginal mayor derecho. Daphne chilló. Luego el extremo inferior. Repetí con el otro labio. 4 cadenitas colgaban de ella. Era molesto. Lo que vino fue mucho peor. Tomé una de la cadenas, y estiré de ella. Quería llevarla a una de las argollas que se encontraban en las tirillas de cuero sobre sus nalgas. Era la de la parte superior derecha, que estiré hacia la argolla correspondiente. Por supuesto, era corta. Así que estiré. La pinza mordió la zona sensible de sus sexo, aunque sin desgarros. Debía doler un infierno. Al final la enganché, como hice con sus tres compañeras. Quedaba un poco más tenso de lo que había calculado, Daphne se mordía los labios para no chillar. Su sexo abierto de ese modo tan forzado se mostraba rosado y apetecible a los ojos lascivos del público. La sensación de poder era embriagadora, pero los gemisod de dolor de mi ex-torturadora me anclaban a la cordura. Podía escuchar la respiración agitada de la Directora, sin duda algo sorprendida por la crudeza de mi actuación.

A continuación tomé del segundo armario lo que yo llamo la "polla de perro inflable con sorpresa". Aparentemente es un consolador de dimensiones normalitas, que alguien con el historial de Daphne podia albergar sin problemas. Se lo dí a lamer. Obedeció sin chistar, ya les he dicho que estaba muy bien entrenada. Lo introduje en su sexo abierto de un solo golpe. Originalmente pensé hacerlo mas suave, pero lo expuesto de su vagina me facilitó ese toque teatral. La primera sorpresa es que lleva una diminuta botella de aire comprimido. Al soltar el cierre la cabeza de goma se hincha, como hace la de un perro. Así no podía salir de su vagina sin desinflarlo primero, a menos que le hiciese un estropicio de primer orden. Pero quedaba la sorprese, que expliqué a mi público. En el interior hueco del consolador había un aparatito para dar descargas electricas, y una serie de electrodos se encontraban en el cuerpo del consolador. Con apretar un mando a distancia, que mostre... podía llevar la alegría de la electricidad al coñito de Daphne. Tenia 5 posiciones. Pulsé la segunda más debil, la número 4. Apreté ese botón durante 10 segundos. El mismo tiempo que la irlandesa chilló. Me acerqué a ella... "Eres de lo más gritona, al final hasta aburres, so guarra. Vamos a resolverlo". Tomé otro juguete, pero que yo clasificaría de instrumento de tortura. Una mordaza bucal de cuero, con un falo de plastico blando colocado hacia el interior. Introduje el pene de plástico en su boca. Las arcadas la invadieron. Retiré pues la pieza, y le crucé la cara con cuatro sonoros sopapos. Su cabeza se ladeó, las mejillas se le hincharon. Repetí la operación, y no hubo nauseas en esta ocasión. Una vez acomodado en su garganta, comprobé que respiraba condificultad, pero que no había mayor problema. Aseguré la mordaza.... bien fuerte.

Me retiré un par de metros, para contemplarla. Intenté captar que sentía el público, y no escuché risitas ni murmuraciones, solo respiraciones agitadas. Tomé eso como una buena señal. "Estimada Daphne, sería muy cómodo para ti permanecer en esa descansada postura, pero has de trabajar para ganarte la vida. Porque, como todos los animales, solo el trabajo hace que merezca la pena cuidarte. No querras que se te de todo hecho". Me acerqué y comencé a desatarla. "Estimadas Damas y Caballeros, se que esto va contra la costumbre, pero sinceramente creo que es un desperdicio mantener siempre a criaturas como Daphne atadas. Por supuesto es muy adecuado y necesario para determinados ejercicios, pero nos resta... creatividad". Murmullos, tal vez la había pifiado, debía ir rápido. ¿ O eran signos de interés ?. "Daphne, quitate zapatos y calcetines. Eso es. Ahora ponte estas bonitas sandalias de puta del Soho, con su plataforma y sus correas de cuero negro hasta casi las rodilla. Reflejan lo que tu eres, un animal- puta, que solo sirve para obtener placer sexual. Interesantes tacones, ¿Verdad?, camina un poco ahora". La pobre apenas podía moverse, tenía esa polla de perro electrificada en su interior, los labios vaginales pinzados y horriblemente tirantes, y encima con esos tacones de vertigo. Por no hablar de la polla de plástico en la mordaza. Comenzó a moverse torpemente. A cada vacilación yo la obsequiaba con una descarga de tres segundos al número 3. Saltaba con las descargas. Las lágrimas le caían sobre las tetas pecosas. Tras un par de minutos le cogió el tranquillo. Comenzó a moverse con unos andares forzados, que la hacían parecer en verdad la mas puta entre las putas. Había movimientos inquietos entre el público, creo que más de uno se la estaba cascando, y me pareció que dos personas copulaban sentadas en la última fila. Nunca lo supe seguro.

"Daphne le tiene gusto a los aparatos enormes. Pero puede ser muy aburrido ese mete saca, a una chica atada. Escucha, querida, vas a probar esas cosas, pero lo haras tu misma. Te vas a machacar el culo con ellos, incluidos Manfred y el hermano menor de Motumbo, que también marca maneras. Y lo haras como el animal - puta que eres. Y si no pones empeño en la tarea, descubriras los niveles de dolor 1 y 2. Y creeme, eso no es algo que te siente bién". Procedí a sacar tres consoladores del armario de juguetes y ataduras, provistos de una ventosa en su parte inferior. Uno era un pene normal, en cuanto a medidas. El segundo era el modelo "Manfred", de medidas considerables. Y el último era un pollón de color negro de 25 ctms y grosor acorde. "Daphne, toma este frasco de liquido lubricante y aplicalo a cada uno de ellos". Obedeció, y a continuación se aplico el producto gelatinoso en el ano, cuando se lo indiqué. Lo hizo de cuclillas, mostrando el culo al público. Mientras se lubicaba mantuve el aparato en su vagina dando descargas al mínimo nivel posible. El sudor corria por los flancos de la irlandesa, con el cuerpo tenso. "No te muevas, quedate en esa postura tan sexy, en cuclillas y dando el culo a nuestros invitados. Porque tu culo les interesa mucho más que tu cara". Risas. La cosa iba funcionando.

"Vamos a ser creativas, nada de meter y meter una de esas cosas tras otras de tu culo cedido. Solo una entrará. Tú decidiras cual será. Aquí tienes dos látigos. Uno es de siete colas, de cuero trenzado. Doloroso. Convencional. Si te golpeas con la espalda y trasero, usaras a Manfred, con sus bonitos 21 ctms. Este otro... es de piel de rinoceronte. Mucho más pesado. Mas peligroso. Rompe piel, incluso carne. Si optas por él, emplearás el más pequeño. Si no quieres ninguno, usaremos la polla de negro. Decide, señala con el dedo el que quieras." Ella me miró, suplicante. Yo no hice ni dije nada. Se notaba la espectación, todos se preguntaban por cual optaria Daphne. Ese juego era nuevo... dejar que la esclava eligiese entre varias opciones. La novedad vende. Señaló al instrumento negro. Yo sonreí todo lo maliciosamente que pude, como si supiese exactamente que iba a optar por no recibir golpes, a cambio de mayor tortura anal. No tenía ni idea de que escogería. Tal vez había sido blanda, asi que mejor pasarse que quedarse corta.

"Colocate sobre la polla negra, ya que tanto te gusta. Si, en cuclillas. Abrete el culo con las manos. Porque, animal - puta Daphne, te vas a dejar caer sobre él y te empalarás de golpe, por completo. De una tacada, quiero que tus nalgas rocen el suelo. Eso es lo que te ordena tu Dama. Guialo a la entrada de tu sucio culo... eso es. Ahora dejate caer". Daphne vacilaba, así que de súbito coloqué mis manos sobre sus hombros, y empuje hacia abajo con todo mi peso. Debido a los tacones no tuvo ninguna posibilidad de mantener el equilibrio, cayó bajo mi empujón. La gravedad y el empuje hicieron su trabajo. Fue penetrada analmente de uno de los modos más salvajes que la imaginación puede asumir. Por completo. La polla en su boca no le dejó chillar demasiado, aunque tenía margen para quejarse, como ya había hecho en los minutos anteriores. Su expresión solo reflejaba dolor. "Ahora sube y baja, follate a ese pedazo de goma, o si no tendremos que emplear medidad correcionales extremas. Un animal - puta de tu experiencia ya tendria que estar acostumbrada a esto y a más. ". Daphne hubo de hacer un esfuerzo sobrehumano. Solo el dolor sufrido en otras ocasiones, y las durísimas lescciones recibidas, hicieron posible esa gesta, Sintiendo como si le arrancasen el culo, con las manos sobre la tarima del suelo, levantó el trasero lo suficiente como para que el consolador saliese de su culo en las dos terceras partes. Luego bajó. En los primeros minutos, mantuvo ese ritmo. Luego los brazos se le cansaron, comenzó a faltarle el aire. A los ocho minutos no pudo levantarse. Entonces le apliqué diez segundos del numero 3. Se levantó de nuevo, los músculos empapados en sudor. Murmuros entre los asientos. "Con el suficiente voltaje, puedes hacer que los caballos repartan el correo. Y esto es más sencillo. ¡¡Arriba, animal - puta Daphne. Tu puedes más!!. Y consiguió levantarse dos veces. Tras la segunda las piernas le fallaron, sus brazos no pudieron sostenerla, cayó y se volvió a hundir el consolador hasta lo mas profundo. Sangre y manchaba el plástico negro, aunque no demasiada. Me acerqué a ella, y le saqué con brusquedad la mordaza de la boca. Gritos y lloros siguieron, desconsolados. Quería moverse, pero agotada como estaba no podía lograrlo. El consolador se encontraba firmemente unido al suelo, y estaba despatarrada sobre él, impedida por los tacones de vértigo que calzaba.

Eso fue demasiado para ella. Ni con toda la disciplina del mundo se pudo callar. "Por el amor de Dios, Teresa, me has destrozado el culo, no puedo más, prefiero morir...". Lloraba a moco tendido, parecía mucho más joven de lo que era, no quedaba ni rastro de esa sádica que me quería volver a partir el trasero. Volvía a ser la joven Daphne, a la que habían pervertido. Y yo le estaba causando ese dolor. Mi mano vaciló. Me salvó el cambio en la actitud corporal de la Directora. Prevención. Leía en mí que vacilaba, que iba a estropear el "ambiente". Largas horas había pasado pensando, y sabia lo que me jugaba. O ella o yo. La ley de la selva, caza o serás cazado. "Me has desobedecido, ramera , y por dos veces". La así fuertemente por los cabellos. La alcé con todas mis fuerzas, más las que ella pudo reunir ante ese tirón. Lo bastante como para verse libre de esa cosa que le torturaba el trasero. Quedó tendida de lado, hecha un ovillo. Del ano manaba sangre, un hilillo. "Perra, ponte en pie". Como pudo, y tras varios intentos, lo logró al final. La empujé hacia la barra. no cayó solo porque su solidez la detuvo en su caida hacia delante. El golpe la dejó sin aliento. Le volví a colocar las esposas. Las uní a la cadena. La sangre era un problema. Tuve un arrebato de inspiración. Tomé sus bragas cortadas. Hice una bola con ellas. Y así le taponé el ano, que tenía una dilatación tremenda. El invento funcionó. Daphne estaba semidesvanecida por los maltratos recibidos, la cara pálida, los ojos enrojecidos. Sentía asco de mi misma por lo que estaba haciendo. Y una muy alarmante sensación de euforia. Procuré mantener la cabeza clara. De nuevo empleé los contenidos del armario de castigos. Debía improvisar algo, espectacular pero que no fuese una animalada. Daphne me había sorprendido con esa súplica, al haber perdido la cabeza. Al suplicarme piedad, habiendole sido ordenado el silencio, no me dejaba más alternativa que nuevos castigos. Tomé una pesada cadena dorada. de grandes eslabones. Terminaba en unas crueles pinzas serradas. Sujeté esas pinzas temibles en los pezones de Daphne. Su blanco pecho colgaba en esa postura, y el peso de la cadena hacía que los dientes de las pinzas hiriesen cruelmente el tierno tejido de su pecho. Daphne emitía un sonido incoherente, un llanto apagado. Me descentraba, podía hacerme cometer un error. Mala suerte, chica. Tomé otra cadena idéntica. Una de las pinzas en la cadena que colgaba de sus pechos. La otra pinza la llevé hacia su boca. Corta. Perfecto. "Saca esa lengua de puta mamona". Daphne miró con pavos la pinza dentada, que la esperaba como un cocodrilo en las orillas del Nilo. Lanzaba destellos ante los focos. Era toda una veterana, se sobrepuso al miedo que la agarrotaba, y sacó la lengua todo lo que pudo. Le pincé la parte delantera, tensando la cadena. Los dientes de sierra la herían, la tensión de la cadena mantenía su lengua estirada al máximo. La baba le caía por la boca abierta, como si fuese una perra. Ahora debía preparar el final de mi número... y debía hacerlo bién.

Puse ese dildo apodado "Manfred" en el suelo, tras Daphne. Aseguré la ventosa en el suelo. Comencé a lamerlo lascivamente, mientras me despojada lentamete de mis ropas. Blusa. Falda, zapatos... hasta que me mostré desnuda ante las personas que ocupaban las butacas. Dejé que mi cabello desordenado me cubriese parcialmente el rostre mientras lo hacia. Muy lascivamente. Muy puta. Mirando hacia las butacas, auque los focos me hiriesen y no pudiese distinguir a sus ocupantes. Cuando Manfred estuvo bien lubricado, saqué otro juguete del armarios, que tan bien pertrechado se encontraba. Mientras lo hacía, deje a Daphne retorcerse con medio minuto de descargas al número 2. Creo que ese fue el acto más cruel que hice esa noche. No había necesidad. Pero debía mostrarme dura e inflexible. Cruel. El juguete era una polla de caucho negro, hermosa y gordita. Iba sujeto a una serie de correas de cuero que permitían ceñirselo a la boca. Yo podía morder la base del aparato, y mientras me lo colocaba, Daphne se retorcía. No se exactamente que intensidad de descarga estaba experimentando la pelirroja, pero se retorcia entre dolores agónicos. Al final desconecté el aparato. Me acuclillé tras ella, guiando a Manfred, sujeto al suelo, hacia el interior de mi vagina. Estaba húmeda, me había excitado lo que había hecho. Lo deslicé en mi interior, dejandome caer sobre él, lenta-

mente. Se deslizaba bien. Saqué con brusquedad el dildo de cabeza inflable del interior del sexo de mi víctima, tras desinflar la cabeza, liberando la válvula de retén del gas. El falo artificial unido a mi boca se fue acercando a la cueva del tesoro de Daphne. Estaba mojada debido a la influencia del anterior juguete, con el sexo abierto y tirante por las pinzas de los labios vaginales. Deslice el consolador en su interior. Despacio, pero hasta el fondo. Lo dejé allí unos segundos, yo un poco incorporada, con Manfred casi por completo fuera de mí. Todo era correcto... Saqué lentamente mi polla- boca de su sexo, y mientras lo hacia iba flexionando más las piernas. Así mi cuerpo bajaba, y me iba introduciendo el consolador sujeto a la tarima. Al volver a penetrar a la irlandesa mi cuerpo subía, con lo que me separaba del Manfred. Mientras un aparato entraba, el otro salía. Perfectamente sincronizado. Y mientras tanto mis deditos acariciaban con la zona de piel adyacente al clítoris de mi sierva. Tras unos minutos de mete y saca, comencé a estimular directamente su clítoris. Creo que estaba parcialmente insensibilizada por las descargas eléctricas, pero se fue calentando. Yo recordaba perfectamente que tenía prohibido correrme, asi que a mí misma no me toqué. El único estímulo erótico era la penetración con ese juguete. Cuando la alarma vibratoria de mi reloj me advertía que faltaban solo tres minutos para los cincuenta y cinco de plazo máximo del "ejercicio", La pelirroja se corrió dando grititos de alivio. Place en lugar de dolor... independientemente de la calidad de su orgasmo, su cuerpo recibía con los brazos abiertas esas sensaciones, en lugar de los atroces sufrimientos de los últimos minutos. Yo ya estaba bastante caliente por el roce con ese falo que se me metía cada vez que retiraba parcialmente mi boca del sexo de Daphne.

Me acuclillé por completo. Me hundí a Manfred hasta los cojones. Estiré hacia atras la cabeza, dejando el falo de mi boca apuntando hacia el techo. Humedo de sus fluidos. En esa postura, me lo retiré de la boca, soltando las correas. Después me levanté lentamente, poniendo carita de "como querría follarme este cacho de goma entre mis piernas hasta gozar, pero no lo hago porque no se me permite correrme, y soy muuuuy obediente". Me puse de cara al público. E hice una reverencia de lo más obsequiosa. El auditorio estalló en aplausos. Les había encantado. Mientras estaba así inclinada hacia ellos, la gratitud que sentía, el aprecio de "mi público", ese ruido que atronaba en mi cabeza, hicieron que las emociones se desbordasen en mi interior. Tuve un pequeño orgasmo, sin tocarme, sin ningún estímulo más allá que esa postura inclinada, esa situación. El pelo me caía sobre la cara, y no creo que nadie se diese cuenta. Había encontrado mi vena artística. Una de mis prevenciones era no hacerles gozar demasiado, pero me había entregado de lleno. Esa niña asustada que había sido martirizada hacía tan pocos días, mostraba un instinto "killer" que les había encantado. La humanidad que perdí ese día nunca la he recuperado del todo. Mientras gozaba en silencio, recibiendo el calor de mi público, oía como Daphne lloraba. Y no me importaba.

Cuando volví a mi habitación, la enfermera Boldbricker me estaba esperando. Lavó con amor el sudor que perlaba mi cuerpo. Me dio un masaje. Yo busqué su cariño y su comprensión. Ya había entendido que esa mujer gorda y poco agraciada me amaba. Yo me deje amar, e incluso la correspondí con afecto. Esa noche me dio placer, y yo le di placer a ella. Fue la primera vez en mi vida en que buscaba un sexo femenino con ansia. En sus brazos gocé del amor como una persona "normal", como pueden hacerlos dos lesbianas tras un dia agotador. Hallé el consuelo entre sus rollizos brazos, y mientras lloraba, ella me acunaba, y me aseguraba que todo iba a salir bien. Y yo quería creerlo. Pero algo me decía que no iba a ser tan fácil.

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