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La reeducación de Areana (13)

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-Te presento a mis amigas, putita. Ella es Elsa. –le dijo Marta señalando a una pelirroja opulenta que le sonreía mientras le pellizcaba las mejillas.

-Hola, señora Elsa… -saludó la sumisita.

-Y esta otra es Silvia. –completó la librera refiriéndose a una mujerona alta y robusta, de rostro anguloso y cabello platinado de corte a lo varón.

-Hola, señora Silvia… -dijo Areana mientras se sentía devorada con los ojos por ambas hembras.

-Me imagino que sabés lo que te espera, ¿eh, pendeja? –le dijo Silvia pegando su rostro al de Areana. –Nos gusta el sexo fuerte.

-Yo… yo estoy a disposición de ustedes, señora Silvia… -se sinceró la niña con la vista en el piso.

-Se los dije. –intervino la librera. -¿Les dije o no que esta nena es una maravilla increíble?

-Y así, vestida de colegiala me volvés loca, nenita… -dijo Elsa para después darle un beso en la boca que Areana devolvió sin vacilar y ya excitada. La estremecía sentirse en manos de esas tres hembras maduras. La excitaban las mujeres de esa edad y mucho más si, como éstas, se mostraban dominantes, con tanta autoridad no exenta de perversión.

Estaba en el medio de ellas, que habían formado un estrecho círculo a su alrededor y le hacían sentir en el cuerpo sus vientres, sus tetas, sus muslos, sus bocas, sus manos sobándola toda.

-Hay que desnudarla. –dijo Silvia y las otras asintieron. Apenas algunos segundos tardaron en despojar a Areana de sus ropas y enseguida ella debió desvestir a las tres, tarea que hizo con manos que temblaban de calentura y ansiedad. Al advertirlo, Silvia le dijo:

-Mmmhhhh, estás caliente, ¿eh, nena?

-Sí… sí, señora… Es cierto, estoy caliente…

-Se los dije. –intervino Marta. –Es una nena muy putita…

-Como nos gusta a nosotras. Las nenas tienen que ser así, como ésta, ¡muy putitas! –dijo Elsa.

Ya las tres mujeronas estaban en cueros y Areana las miró disimuladamente, sabiendo que no debía mostrarse insolente pero a la vez procurando abarcar con sus ojos lo más posible de esos cuerpos admirables en su madurez.

Marta la derribó de un empujón en la cama e inmediatamente las tres se echaron sobre ella sobándola y besándola por todas partes. Seis manos se deslizaban por su cuerpo, acariciándola, pellizcándola, oprimiendo su carne firme, mientras tres bocas, con sus labios y lenguas, la recorrían completa por delante y por detrás mientras la niña jadeaba con los ojos cerrados y la boca muy abierta.

Escuchó que Marta pedía:

-Elsa, abrí el cajón de la mesita de noche y sacá la vaselina.

Las manos y las bocas la abandonaron y ella exhaló un largo suspiro sufriente. Venció con mucho esfuerzo la tentación de tocarse y al abrir los ojos vio ilusionada, ansiosa y muy caliente, que las tres mujeres se embadurnaban los dedos con vaselina.

-A darle. –exhortó Marta y le ordenó a Areana que se acostara de espaldas y abriera bien las piernas. Cuando la sumisita estuvo en esa postura Silvia se le sentó en el vientre y fue haciendo avanzar sus nalgas en dirección a la cara de la perrita hasta casi apoyarse sobre ella. Areana supo lo que esa mujer quería, pero le estaba prohibido actuar por cuenta propia y entonces espero la orden, que no tardó en llegar.

-Bueno, quiero tu lengua, putita, y a ver qué tal lo hacés…

Cuando estaba por aplicarse a la tarea, dio un respingo al sentirse penetrada por la concha y el culo por lo que parecían ser dedos. Efectivamente eran los dedos de Marta, en el ano, y de Elsa en la concha. Dedos hábiles que iban y venían mientras la pobre trataba de controlarse en medio de ese vértigo en el que la haban metido y dar placer a esa hembra que la urgía con tono duro:

-¡Vamos, nena puta! ¡Vamos o te doy una paliza! –y como un delante de esa amenaza retrocedió un poco y le cruzó el rostro de una bofetada.

El golpe no hizo más que aumentar la excitación de Areana, que gozaba a fondo de esos dedos que ahora también le estimulaban el clítoris, elevándola a altísimas cumbres del placer sexual. Se entregó entonces por completo al vértigo que anulaba su razón y comenzó a lamer a Silvia, que pronto empezó a jadear como un animal.

Poco después los jadeos se aceleraron y la mujerona acabó en medio de un grito agudo y con una abundante eyaculación.

-Tragá… Tragá, pendeja… -Tragá todo…

-Sí, señora… -murmuró Areana, agitadísima, y bebió entera esa eyaculación mientras se daba cuenta de que esos dedos diabólicos de tan hábiles la estaban aproximando al orgasmo. Pero no era ése el plan de Marta y Elsa, que de pronto dejaron de jugar con ella.

-No… por favor, no… Señora Marta, no me… no me dejen así…

Silvia, ya saciada, seguía la escena tendida de espaldas junto a la niña, divertida por el sufrimiento de la presa.

-¿Así cómo? –preguntó la librera con sádico cinismo mientras Elsa se reía.

-Tan… tan excitada, señora Marta… No puedo… no puedo más… por favor…

-Escuchame bien, putita estúpida. ¿Cómo se te ocurre que vas a acabar antes que nosotras? ¡A trabajar! –dijo Marta y de inmediato Ella y Elsa se tendieron de espaldas junto a Silvia, con las piernas encogidas y las rodillas bien separadas.

-Vas a lamernos, perrita puta, primero a Elsa y después a mí hasta hacernos acabar, pero mientras se la chupás a ella a mí me atendés con los dedos. ¿Entendés?

-Sí… Sí, señora Marta… -contestó Areana con un susurro algo enronquecido. Se aclaró la garganta y repitió:

-Sí… Sí, señora, entendí…

Miró la concha rasurada de Elsa, con esas gotitas de flujo brillando en los labios externos, separó ambos labios, llevó la otra mano hacia la entrepierna de Marta y hundió dos dedos en la concha, que ya manaba flujo. Inmediatamente hundió la lengua en la vagina de Elsa y empezó a deslizarla y por momentos a hundirla y después a buscar el clítoris. Era buena lamedora y pronto tuvo a Elsa gimiendo y jadeando de goce, lo mismo que la librera. Momentos más tarde Elsa se estremecía sacudida por el orgasmo y eyaculaba, aunque mucho menos que Silvia. La sumisita bebió íntegra esa sustancia y enseguida se desplazó hasta meterse entre las piernas de Marta. Tenía los dedos empapados de flujo, que sirvieron de lubricante para que los metiera sin esfuerzo en el ano de la librera, de cuya boca brotó un prolongado gemido al sentirse penetrada.

Areana sentía que de su concha brotaban ríos de flujo y deseó que Marta acabara lo más pronto posible para que ella pudiera tener el tan ansiado orgasmo. Se empleó lo mejor que pudo y, para su fortuna, no tardó demasiado en lograr que la librera explotara en medio de un rugido casi animal. La sumisita tragó la eyaculación, embriagada de calentura, incapaz ya de pensar, convertida en una perra en celo. Se echó boca abajo en la cama, gimiendo dolorosamente, al borde del llanto, hasta que de pronto sintió que la ponían en cuatro patas, que le untaban una sustancia en la entrada del culo y que unos dedos se le metían en la concha. Segundos después escuchó la voz de Marta:

-Tomá, Elsa, metele este chiche. –y advirtió que los dedos se retiraban y su lugar era ocupado por algo mucho más grande, cuya entrada le arrancó un gemido de placer por eso que le vibraba adentro mientras dos dedos jugueteaban con su clítoris. De inmediato volvió a escuchar la voz de Marta:

-Te vas a tragar este lindo juguete por el culo, pendeja putísima. –y sintió algo presionando contra la entrada de su ano y poco después la penetración, que por dolorosa le hizo lanzar un grito y corcovear, aunque ya con todo ese ariete adentro, el dolor fue cediendo poco a poco hasta convertirse en un placer exquisito. Una mano la tomó del pelo para enderezarle la cabeza y sintió una boca contra la suya, que se abrió para dejar paso a esa lengua invasora. En pleno beso llegó el orgasmo, que la hizo estallar en el centro del universo y hundirse después en un océano caliente hasta emerger en esa cama, rodeada por las tres mujeronas mientras la habitación se poblaba de gemidos, jadeos, imprecaciones, frases obscenas y respiraciones agitadas.

Minutos después, todas se habían sumido en el sueño aunque eso no implicaba que la orgía hubiese finalizado. Durmieron unas horas y a la madrugada Marta fue la primera en abrir los ojos. Despertó a Elsa y a Silvia y ésta sacudió a Areana hasta que la sumisita emergió de las brumas del sueño con las tres mujeres rodeándola.

-Vamos, putita, arriba que sigue la fiesta… -le ordenó Marta Y Areana se incorporó a medias en la cama.

-Bajate. –dijo Silvia. –y Areana salió del lecho para permanecer de pie a la espera de órdenes.

-¿Vieron que hermoso culito tiene esta nena?

Marta y Silvia coincidieron.

-¿Para qué está un culito tan lindo? –preguntó Silvia.

-Para ser penetrado, por supuesto. –dijo Elsa y Marta asintió.

-Claro que sí, pero además un culito como el de esta nena está para ser azotado y eso es lo que vamos a hacer. La vamos a coger por el culo mientras se lo dejamos bien rojo y ardiendo. ¿Qué les parece?

-¡Maravilloso! ¡Gran idea, Silvia! –aprobó la librera entusiasmada, lo mismo que Elsa.

Al oír lo que se proponían hacerle, Areana se sintió a las puertas del paraíso sexual. Ser cogida por el culo mientras la azotaban era sencillamente glorioso, a tal punto que comenzó a mojarse.

Marta sacó del placard la caja donde guardaba los juguetes eróticos y entre las tres eligieron un vibrador color naranja, de 15 centímetros por 3, que la librera embadurnó con vaselina. Enseguida aplicó la sustancia en el orificio anal de Areana, que ya estaba boca abajo sobre las rodillas de Elsa, temblando de ansiedad y deseo.

-Necesito un buen cinto, Marta. –dijo Silvia y la librera le alcanzó uno muy apropiado como instrumento para azotar, de cuero negro, grueso y de tres centímetros de ancho. Silvia lo tomó con una sonrisa perversa, lo dobló en dos empuñándolo por la parte de la hebilla y le pidió a Marta que penetrara a la sumisita con el vibrador.

-Será un placer. –dijo la librera, puso el vibrador a la velocidad máxima y apoyó el extremo redondeado en la diminuta entradita. Areana suspiró al sentir ese contacto y entonces Elsa le metió una mano entre las nalgas hasta palparle la conchita.

-¡Ay, ay, ay! ¡Es una catarata lo que le sale de ahí abajo!

-Es una putita perfecta, porque no sólo le gusta coger sino también que le peguen, que la maltraten, que la humillen. –dijo Marta.

-¿Es cierto eso, pendeja? –preguntó Silvia mientras deslizaba el cinto por las deliciosas e indefensas nalguitas de la niña.

Areana sintió que las mejillas le ardían de vergüenza, pero tragó saliva y admitió:

-Sí… Sí, señora Silvia, me… me excita eso…

En ese momento Elsa metió su mano izquierda por debajo del pecho de la sumisita y se puso a juguetear con el pezón izquierdo, estirándolo y retorciéndolo con fuerza hasta hacer gemir de dolor y placer a Areana.

Silvia y Marta se dieron cuenta de lo que Elsa estaba haciendo y aprobaron entusiasmadas la iniciativa:

-¡Genial, Elsa, genial! ¡Seguí mientras Marta le hace el culito y yo le doy con el cinto!

Areana estaba al borde de perder totalmente el control de su conciencia. Se sintió animal en celo de tanta excitación como estaba experimentando y se abandonó por completo a esas intensas sensaciones. Fue entonces cuando Marta, sin consideración alguna, hundió todo el vibrador en el culo anhelante de la putita al mismo tiempo que Silvia descargaba el primer azote y Elsa intensificaba el suplicio de los pezones. Areana corcoveaba sobre las rodillas de la pelirroja y de su boca brotaban gemidos cada vez más roncos a medida que el vibrador iba y venía dentro de su culito y Silvia la azotaba impiadosa, respirando fuerte y procurando no golpear dos veces en el mismo sitio, para que ambas nalgas se fueran coloreando en toda su superficie. Llevaba dados cincuenta cintarazos cuando vio que el hermoso traserito lucía ya muy rojo. Lo palpó y sintió que esa carne ardía bajo la palma de su mano izquierda.

-Ya está bien de esto. –dictaminó mientras Elsa no dejaba de martirizar los pezones y Marta aceleraba el ritmo de la penetración anal hasta que Areana entró en las convulsiones previas al orgasmo y segundos después se corrió entre gritos y balbuceos ininteligibles. Elsa la echó al piso y Silvia dijo:

-Estoy ardiendo y me imagino que ustedes también.

Marta y Elsa asintieron y entonces la librera propuso que Areana las hiciera gozar a las tres juntas. Les explicó su idea y segundos después estaban echadas en la cama de espaldas, ofreciendo sus conchas al vibrador empuñado por Areana y con sus orificios anales envaselinados. La orden, que la sumisita obedecía a la perfección, era que las fuera penetrando alternativamente a cada una de ellas por la concha o por el culo, según se le fuera indicando. No mucho después acabó Marta, mientras era ensartada por el culo y se autoestimulaba el clítoris. Después le llegó el turno a Silvia y por último a Elsa, que poco antes le había ordenado a la sumisita que le mordisquera los pezones.

-¡Fuerte, pendeja puta! ¡Mordeme fuerte! –había exigido y el orgasmo le llegó en medio de una intensa mezcla de dolor y placer, con el vibrador hundido en el culo, los dientes de Areana presionando sus pezones y su propio pulgar estimulándole el clítoris.

Ahora sí el aquelarre sexual había terminado y muy poco después las cuatro –Areana en el piso- se sumían en un sueño profundo.

………..

Al mediodía Elena tuvo a la sumisita de regreso, entregada por Marta.

-¿La disfrutaron? –quiso saber la dómina.

-¡Muchísimo! –fue la respuesta.

-Bueno, ya sabe que cuando quiera la nena es suya.

-Ay, Gracias, Elena. Mis amigas quedaron encantadas. En cualquier momento se la pido otra vez. –adelantó la librera y ambas se despidieron. Elena llevó a Areana al departamento y una vez allí le preguntó:

-¿Desayunaste, perrita?

-No, señora Elena…

-¿Tenés hambre?

-Sí, señora…

-Bueno, seguime a la cocina.

-Sí, señora... –y la niña fue en cuatro patas detrás de Elena. En la cocina la dómina puso leche fría y galletas dulces trozadas en los cuencos, los depositó en el suelo dijo:

-Tragá todo, putita, yo salgo y en un rato estoy de vuelta. Vos me esperás en el baño desnuda que te voy a manguerear antes de llevarte a tu casa. Tu mamita te debe estar extrañando. –dijo Elena y emitió una risita. Inmediatamente salió rumbo a la carpintería. Su encargo estaba listo, un cajón de 40 centímetros cuadrados y 10 centímetros de alto que Elena retiró presurosa para ir enseguida a comprar arena en un corralón de materiales cercano y después una pequeña pala de plástico. Volvió a su departamento y tras dejar todo en el living fue al baño, donde Areana la esperaba desnuda y en cuatro patas. La hizo meter en la bañera, de pie para higienizarla mejor. La mojó con la manguera, hizo que se enjabonara y finalmente la enjuagó.

-Secate, putita. –ordenó ansiosa por llevarla a su casa y allí implementar las instrucciones de Amalia para ella y Eva.

Poco después iban en al auto, con el cajón, la bolsa de arena y la palita en el baúl. Areana ignoraba qué había en ambas bolsas y la devoraba la curiosidad en la certeza de que aquello tenía que ver con ella y con su madre.

-¿Y? ¿Cómo te fue con esas tres? ¿Te cogieron bien, putita?

-Sí, señora Elena… Me hicieron gozar mucho… -admitió la sumisita.

-Mejor así, porque te vamos a seguir prestando a la librera y sus amigas.

-Sí, señora, lo que ustedes decidan… -murmuró Areana.

Por fin llegaron a destino y Eva, que descansaba echada de costado en el living, se puso inmediatamente en cuatro patas al oír la llave girando en la cerradura.

Elena entró seguida por Areana, que luego de cerrar la puerta se puso inmediatamente en cuatro patas.

-Hola, perra… -saludó Elena yendo hacia Eva.

-Hola, señora Elena… -contestó aquélla y no vaciló cuando la dómina le ordenó que le besara los zapatos a modo de saludo. Mientras lo hacía le pasó por la cabeza, como una ráfaga, la historia de su relación con Elena, desde aquella primera conversación en el vestuario del gym hasta ese momento, cuando se humillaba besándole los pies.

-Vos, nena puta, desnudate y después síganme al baño. –ordenó Elena luego de disfrutar intensamente de la muestra de sumisión de Eva. Una vez en el lugar extrajo de su bolsa el cajón, junto con la pequeña pala de plástico, lo puso en el suelo y lo llenó de arena mientras ambas sumisas observaban la acción intrigadas.

-Voy a empezar por vos, Areana. ¿Tenés ganas de hacer pis?

-Sí, señora Elena…

-Bueno, metete en la bañera.

-Sí, señora… -dijo la sumisita y una vez en la bañera Elena le dijo:

-A partir de ahora se acabo el mear y cagar como las mujeres. Ustedes no son seres humanos, no son mujeres sino perras y, por tanto, van a mear y a cagar como las perras. A ver, levantá una pata trasera.

Areana experimentó en su interior una sensación de humillación extrema, dolorosa sicológicamente pero al mismo tiempo tuvo la certeza de que efectivamente ella era una perra en el cuerpo de una mujer. Lo que le estaba haciendo Elena la ponía indefectiblemente de cara a su condición de animal y ella no podía resistirse, no podía negar que aquel manejo humillante la excitaba mucho, al punto de que se estaba mojando. Sintió que las mejillas le ardían cuando levantó, flexionada, su pierna derecha diciéndose a si misma mientras brotaba el chorro de orina: “No tengo piernas y brazos, tengo patas… patas delanteras y patas traseras…”

-¡Bien, perrita! ¡Muy bien! –se entusiasmó Elena mientras Eva seguía la escena fascinada. La había excitado ver a su hija orinando como orinan las perras y sintió un fuerte y morboso deseo de hacer lo mismo.

-Bueno, ahora salí de la bañera y echate en el piso que tu mami te va a limpiar la conchita con la lengua.

-Sí, señora… -murmuró la niña estremecida ante la inminencia de disfrutar de la lengua de su madre. Un instante después, Areana estaba tendida de espaldas en el piso y Eva le pasaba la lengua por la concha, limpiándole las gotas de pis que allí habían quedado y bebiendo con fruición ese resto.

-Ahora vos, perra. –le dijo Elena. -¿Tenés ganas de mear?

-Eva asintió y debió meterse en la bañera y repetir lo hecho antes por su hija. Orinó con la pierna derecha levantada y fue intenso el placer perverso que sintió en medio de un temblor que la estremeció de pies a cabeza. Salió de la bañera, se tendió en el piso a una orden de Elena y Areana le limpió la concha lamiéndola y bebiendo ávidamente los restos de la micción, que le supo tan exquisita como un licor.

-Bueno, putas, ahora voy a decirles cómo van a cagar a partir de este momento. –dijo la dómina. -Ya no más en el inodoro, que es para seres humanos. Ustedes van a cagar en este cajón. A ver, vos, perrita, ubicate con las rodillas a cada lado del cajón.

La sumisita obedeció sin poder evitar un fuerte temblor producto de la excitación que se iba haciendo cada vez más intensa.

-¿Tenés ganas?

-No, señora… Ahora no…

-Bueno, no importa, ya sabés cómo cagar a partir de ahora, te ubicás así, con el culito sobre el cajón, echás la caca ahí, la recogés con la palita y la tirás en el inodoro.

-Sí, señora Elena… Sí…

-¿Y vos, perra Eva, entendiste también?

-Sí, señora Elena, entendí… -contestó la sumisa con el rostro enrojecido por la humillación y estremecida al darse cuenta de que el plan era degradarlas cada vez más.

-Bueno, putas, me voy, Amalia debe estar muy interesada en saber cómo ha ido todo y quiero contárselo personalmente, y vos preparate, perra Eva, porque mañana te llevo a mi casa para usarte como sirvienta porque la mía está con gripe

-Sí, señora Elena, lo que usted diga…

(continuará)

(9,20)