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La reeducación de Areana (14)

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-Ya veré ese hermoso espectáculo.

-Che, te comento que mañana quiero llevarme a la perra Eva a casa para usarla como sierva, porque mi mucama está con gripe. ¿Puedo?

-Claro que sí. No hay ningún problema. Que se deslome trabajando y si flojea o comete algún error, dale con el cinto.

-Por supuesto, además me la voy a coger hasta por las orejas a mi “amiga”. –dijo Elena y soltó una risa perversa.

…………….

Al día siguiente, a las 12 del mediodía, Elena pasó a buscar a Eva. Madre e hija estaban en la cocina comiendo algo en sus cuencos, desnudas, en cuatro patas y con sus collares. Cuando vieron a la dómina ambas saludaron casi a dúo:

-Buen día, señora Elena.

-Vos seguí comiendo, cachorra. Pero a ver, ¿han meado y cagado como les ordené?

-Sí, señora Elena, no se nos ocurriría nunca desobedecer una orden.

-Muy bien, putita, muy bien. –dijo Elena muy complacida y deslizó una larga caricia por el lomo de la cachorra. Luego, dirigiéndose a Eva preguntó:

-¿Y vos, perra? ¿pensás lo mismo que tu hija?

-Claro, señora Elena… las dos somos perras muy obedientes…

-Bien, perra Eva, muy bien. –aprobó Elena y le acarició la cabeza sintiendo, excitada, que de verdad estaba ante dos perras con cuerpos de mujeres. Pensó en lo que les esperaba al día siguiente y luego le ordenó a Eva:

-Echate algo encima, puta, y esperame en el living que nos vamos a casa. –la mujer salió de la cocina en cuatro patas para dirigirse a su dormitorio y Elena encaró a la sumisita.

-¿Estuvieron cogiendo, nena puta?

-Sí, señora Elena… -contestó Areana luego de una breve pausa. –Pero le pedimos permiso a nuestra dueña…

-¿Y cómo fue eso de la cogida?

-Es que… nos calentamos cuando… cuando fuimos a hacer pis y… y nos vimos una a la otra orinando como… como las perras… Eso nos… nos excita mucho, señora Elena… Mamá hizo pis primero y yo… yo le limpié la… la concha con la lengua, como usted nos enseñó… Y después oriné yo y mamá me limpió… Estábamos ardiendo y… y entonces mamá llamó a la señora Amalia y… y la señora nos dio permiso…

-Muy bien, me imagino que también cagaron.

-Sí, señora… -contestó la cachorra sintiendo que las mejillas se le ponían rojas de vergüenza.

-En el cajón, como yo les ordené.

-Claro, señora…

-Lo que no les dije es cómo limpiarse el culo. ¿Cómo lo hicieron?

-Nos metimos… en la bañera, señora y… conectamos una manguera que tenemos a la canilla y nos limpiamos así… ¿Está bien, señora Elena?... –preguntó ansiosa la sumisita.

-Está perfecto, pero a partir de ahora quiero que cuando una cague, el culo se lo limpie la otra con la manguera. La que haya cagado se pone en cuatro patas en la bañera, con la cara en el piso, y se entreabre bien las nalgas para que la otra le mangueree el culo.

-Sí, señora, vamos a hacerlo como usted dice…

Elena sonrió, satisfecha, al imaginar que de esa forma ambas se excitarían y terminarían cogiéndose, lo cual favorecería el objetivo de tenerlas siempre calientes y emputecerlas y pervertirlas cada vez más.

-¡¿Estás lista, perra Eva?! –preguntó Elena elevando la voz y de inmediato, desde el living, le llegó la respuesta.

-¡Sí, señora Elena!

-Bueno, me llevo a tu mamita a mi casa para usarla como sirvienta y vos portate bien, cachorra. Si de pronto te dan ganas de masturbarte llamás a Amalia para pedirle permiso. ¿Está claro?

-Sí… Sí, señora Elena…

-¿Podés hacer algo sin autorización de tu dueña?

-No, señora Elena…

-Bien, nena puta, nos vemos…

-Sí, señora Elena… -y la dómina fue en busca de Eva, que aguardaba junto a la puerta en cuatro patas, con su collar puesto y vestida con calzas negras, zapatillas sin medias, remera blanca y una campera liviana.

Elena abrió la puerta, tomó el extremo de la cadena y llevó a Eva en cuatro patas hasta el ascensor, mientras la sumisa rogaba que no apareciera nadie. El descenso en el ascensor lo hizo también en cuatro patas y en cuatro patas la llevó Elena hasta la puerta del edificio. Sólo le permitió alzarse sobre sus patas traseras cuando estuvieron en la vereda, aunque la llevó hasta el auto - estacionado a unos cinco metros- empuñando el extremo de la cadena del collar. Mientras recorrían esos metros, tres personas, dos hombres y una mujer que caminaban en sentido contrario, las miraron sin poder creer lo que veían, deteniéndose de golpe. Uno de los hombres se frotó los ojos como si pensara que su visión lo traicionaba.

-Dios mío, lo que hay que ver. –murmuró la mujer y prosiguió su camino moviendo la cabeza de un lado al otro.

Eva escuchó la risita malévola de Elena mientras sentía que las mejillas le ardían y agradeció al cielo que esas tres personas fueran transeúntes ocasionales y no vecinos.

Ya ante el automóvil, Elena abrió la puerta trasera y le ordenó a Eva que trepara al asiento y se pusiera en cuatro patas.

-No habrás pensado que ibas a viajar sentada como si fueras una persona, ¿eh, perra?

-No, señora Elena, sé que no debo pensar eso… -se humilló Eva.

En el camino, la posición de la sumisa despertó la atención y la curiosidad de no poca gente de otros vehículos, pero ella no lo advirtió porque iba con la cabeza gacha. Elena sí se daba cuenta, y reía divertida. Cuando llegaron a destino, la dómina guardó el auto en la cochera del edificio e hizo bajar a Eva.

-En cuatro patas, perra. Seguime. –le ordenó mientras tomaba la cadena del collar para dirigirse hacia el ascensor.

-Ay… -oyó a sus espaldas y se dio vuelta.

-¿Qué fue eso, puta? ¿Qué fue ese quejido?

Eva estaba temblando de imaginar que alguien bajara en ese momento y pudiera verla así, en cuatro patas y llevada de la cadena por Elena, y fue la vergüenza la que le hizo emitir ese quejido en voz alta.

-Perdón, señora… pe… perdón…

Elena gozaba humillando a la sumisa, a esa sumisa que había conseguido atrapar luego de un hábil y perverso trabajo de simulación durante un año.

-¿Te atreviste a quejarte, perra insignificante?

-Perdón, señora Elena… Por favor, per… perdóneme… -murmuró Eva al borde del llanto por la enorme tensión  que experimentaba ante la temida posibilidad de ser vista por alguien.

Elena, en cambio, disfrutaba de la situación y su mente malévola había ideado la respuesta ante la eventual aparición de algún vecino. “Es una apuesta, mi amiga perdió una apuesta…” y se rió por dentro al pensar en la tremenda vergüenza que sentiría Eva.

Tiró con fuerza de la cadena y dijo, imperativa:

-Bueno, basta, puta, movete que te espera mucho trabajo como mi sirvienta.

Subieron en el ascensor con Eva en cuatro patas y así transitaron el pasillo hasta el departamento de Elena. Una vez adentro, con Eva aliviada porque nadie la había visto en semejante situación, la dómina la llevó al living, se sentó en un sillón tapizado con terciopelo rojo y dijo:

-Desnudate ya, perra, no tolero verte vestida como si fueras una persona.

-Sí, señora… -murmuró Eva absorbiendo la humillación y rápidamente se despojó de sus ropas para exhibirse sin velos a la mirada ávida de Elena, que le ordenó ponerse en cuatro patas mientras crecía en ella el deseo pérfido de humillar a esa imbécil que se había tragado la mentira de la amistad.

-Qué bien te la hice, ¿eh, perra?, y estúpida como sos te la creíste. Creíste ingenuamente en mi amistad cuando, en cambio, yo lo que quería desde la primera vez que te vi desnuda en las duchas del gimnasio era atraparte para ponerte en manos de Amalia. Cuando le hablé de vos enseguida me pidió que te cazara, y cuando supimos de tu hijita, quiso que las atrapáramos a las dos. Y lo hicimos, ¿eh, perra puta? Las cazamos a las dos y mirá lo que son ahora, las dos, la mamita y la hijita, dos perras putísimas, perras pervertidas que se cogen entre ellas. –remató Elena mientras Eva liberaba a través de las lágrimas la enorme y dolorosa tensión que le provocaban las crueles palabras de Elena. Se sentía humilladísima pero también ardiendo como brasa. Era eso lo que su esencia de sumisa reclamaba: la humillación extrema, la degradación. Sintió que el flujo brotaba de su vagina a borbotones y resbalaba por sus muslos y estuvo a punto de rogarle a Elena que la castigara por ser lo que era. En ese momento la dómina se puso de pie y dijo:

-Ahora me voy, perra pervertida. Tengo que hacer unos trámites y supongo que volveré en unas tres horas. Vos limpiá todo el departamento, me barrés los pisos, limpiás el baño, la cocina y le pasás blend a los muebles. Los elementos de limpieza están un placard en la cocina. Pobre de vos si cuando vuelvo no está todo reluciente, ¿oíste, sierva?

-Sí, señora Elena… Sí…

Un instante después, ya sola en el departamento, Eva sintió el punzante deseo de masturbarse. Elena no lo sabría, pero luego de una intensa puja interior se impuso su conciencia de sumisa.

-No puedo… -se dijo dolida. –No tengo permiso… No puedo… No puedo hacer lo que yo quiera… -y en cuatro patas se dirigió a la cocina y se metió en la concha varios cubitos de hielo, para luego echarse de espaldas en el piso y estallar en un llanto largo, casi interminable, que obró como aliviador de tanta tensión y le permitió, minutos después, abocarse a la tarea que le había sido ordenada por Elena. De pronto tuvo la idea de cometer algún error por el cual Elena la castigara, pero fue una ráfaga y finalmente su conciencia volvió a imponerse.

-No, Elena me ordenó dejar todo reluciente y eso tengo que hacer… -se dijo para después erguirse e ir en busca de los elementos de limpieza. Tanto tiempo hacía que no estaba de pie que tuvo un vahído, pero fueron apenas unos pocos segundos y luego se recuperó. Fue a la cocina sintiendo lo extraño que le resultaba caminar y una vez allí abrió el placard blanco que se alzaba vertical junto al lavarropas. Extrajo un escobillón, un envase limpiador de azulejos y otro de blend y algunas gamuzas y con todo eso volvió al living. Alli se dijo que empezaría por el baño y entonces tomó el limpiador y una gamuza y dejó el resto de los elementos en el piso.

En el baño sintió ganas de hacer pis y se metió en la bañera. Con una pata trasera en alto y mientras expelía la orina lamentó que no estuviera Areana con ella para que la limpiarla con la lengua. Al terminar se limpió con la mano, sin usar papel higiénico. “El papel es para las personas”, pensó y de inmediato comenzó con la limpieza.

Cuando finalizó la tarea y había devuelto al placard los elementos de limpieza vio en el reloj de la cocina que habían pasado dos horas y cuarenta y cinco minutos.

-Elena debe estar por llegar… -se dijo y fue a esperarla en el living, donde se puso en cuatro patas y al hacerlo soltó un suspiro de alivio. Se sentía más ella en esa posición.

Minutos después oyó el sonido de la puerta al abrirse y enseguida el repiqueteo de los tacos altos y finos sobre el parquet. De pronto el repiqueteo cesó y Elena dijo:

-Vení a saludarme, puta. Besame los zapatos.

Eva respiró hondo y se desplazó hacia la dómina, para besarle ambos zapatos. Su respiración se hizo agitada cuando Elena le ordenó que los lamiera y presa de una intensa y excitada emoción comenzó a deslizar su lengua por el cuero negro de uno y otro zapato.

Elena la miraba desde lo alto, excitada por el nivel de sumisión que mostraba Eva, y también por esas caderonas que la posición ensanchaba.

-Bueno, basta. –dijo y Eva se enderezó lamentando que el intenso y oscuro placer de la humillación hubiera terminado.

Elena tomó la cadena del collar y llevó a la sumisa tras de si mientras recorría el departamento para supervisar el trabajo de Eva como sierva.

-Muy bien, perra pervertida. Lo hiciste muy bien. –dictaminó la dómina.

-Gracias, señora Elena. –murmuró Eva.

-Te merecés un premio. –dijo Elena y la llevó al dormitorio. Allí le ordenó que la desvistiera, cosa que la sumisa hizo con manos que temblaban de ansiedad.

Una vez desnuda, Elena acercó lentamente su cara a la de Eva buscándole la boca. La sumisa abrió los labios y recibió con un escalofrío los labios de la dómina, esa lengua al encuentro de la suya. Sintió que sus piernas flaqueaban y hubiera caído al suelo de no ser porque Elena la sujetaba por la cintura con ambos brazos. Sentía el cuerpo de la dómina pegado al suyo, y esa rodilla que ascendía por entre sus muslos hasta llegar a la entrepierna y comenzar un frotamiento al par que ambas manos de Elena le aferraban las nalgas con fuerza.

Eva ardía y respiraba agitadamente mientras los labios de Elena se deslizaban por su cuello, por sus hombros y esa rodilla seguía frotándose contra su concha que era ya un río de flujo. De pronto Elena la derribó de un empujón sobre la cama y le ordenó que doblara la almohada en dos y se tendiera de espaldas con la cabeza en la almohada. Cuando Eva estuvo en esa posición, la dómina se arrodilló sobre ella, con las piernas a ambos lados del cuerpo de la sumisa y fue deslizándose hacia delante hasta que su concha quedó a la altura del rostro de Eva.

-Ya sabés qué hacer, puta… ¡Vamos! –y Elena comenzó a lamer esa concha en cuyos labios exteriores brillaban algunas gotitas de flujo. Las bebió y luego su lengua hendió ambos labios y empezó a ir de arriba abajo, a derecha e izquierda una y otra vez y a jugar con el clítoris, de inmediato duro y fuera del capullo. En el colmo de la excitación, Eva tragaba el abundante flujo que iba brotando y oía extasiada los gemidos y jadeos de la dómina, sus frases obscenas, los insultos que profería. Eva lamía y lamía y cada tanto succionaba el clítoris con fruición hasta que de pronto los jadeos de Elena se hicieron roncos, casi rugidos y segundos después llegó el orgasmo, largo, violento y con una abundante eyaculación que Eva bebió completa para quedar después como embriagada, balbuceando frases ininteligibles con los ojos cerrados y respirando agitadamente.

Elena se tomó unos minutos para recuperarse tendida de espaldas junto a la sumisa, hasta que se incorporó a medias y sacó del cajón de la mesita de noche un vibrador de color piel que imitaba la forma y la textura de un pene y un pote de vaselina.

-Abrí la boca, puta pervertida. –ordenó y cuando Eva lo hizo le metió el vibrador hasta la garganta, provocándole arcadas.

-Es grande, ¿eh, perra? Y así de grande como es te lo vas a tragar por el culo. –dijo Elena y retiró el vibrador de la boca de la sumisa para después embadurnarlo con vaselina.

-Ponete en cuatro patas, pedazo de puta.

Cuando la tuvo en esa posición le aplicó un poco de vaselina en la entrada del ano y luego tomó el vibrador para dirigirlo hacia el objetivo. Eva dio un respingo al sentir la punta del vibrador y eso le valió un chirlo y una amenaza de Elena:

-Quieta, perra de mierda, o en lugar de cogerte te voy a despellejar el culo a cintarazos.

-Perdón, señora Elena… Perdón… -rogó la sumisa y entonces Elena le dijo:

-Por fin te tengo, puta… ¡Por fin!... Por fin para mí este culazo que tenés, por fin para mí tus ubres, tu concha de perra pervertida… Hace un año que te tengo ganas, desde que te vi por primera vez desnuda en las duchas del gimnasio…  Y ahora te tengo en mis manos por fin… -y mientras decía esto, Elena mantenía apoyada la punta del vibrador, a máxima velocidad, en la entrada del ano y Eva movía sus anchas y redondeadas caderas de un lado al otro, temiendo y ansiando a la vez esa penetración que Elena demoraba ex profeso.

Por fin decidió que ya era tiempo y comenzó a meter el vibrador, provocando un gemido en Eva, que corcoveó y lanzó un grito de dolor cuando el falso pene iba entrándole cada vez más, centímetro a centímetro.

Pasaron algunos instantes y cuando el vibrador iba y venía sin tropiezos merced a la abundante vaselina el dolor fue menguando para dejar su sitio al goce. Eva ya no gritaba. Ahora gemía y jadeaba de placer, moviendo sus caderas hacia atrás y hacia delante para acompañar cada embate de ese ariete que la penetraba. Elena se había echado sobre la espalda de la sumisa y le sobaba las tetas, las ubres -como ella las llamaba- estirando y retorciendo los pezones y gozando de cada grito que lanzaba Eva. Después de un rato llevó su mano izquierda a la concha y comenzó a estimular el clítoris con el pulgar. Eva profería sonidos guturales, semejando un animal hembra en celo y no pasó mucho tiempo hasta que empezó a gritar y en medio de esos gritos explotó en un orgasmo interminable para derrumbarse después boca abajo con Elena sobre ella, riendo burlona, colmándola de insultos, humillándola sádicamente.

Cuando ambas se repusieron, con Elena tendida de espaldas junto a Eva, la dómina dijo:

-Mirate, mascota humana… Mirate hecha una puta arrastrada, una pervertida que coge con su propia hija… ¡Qué cambio! –y lanzó una carcajada. –Años y años viviendo como una viuda pacata, masturbándote, y mirate ahora: una perra en celo, una perra puta hambrienta de sexo que coge con su hijita. –y volvió a reír, hiriente y gozando con esos sollozos que habían comenzado a estremecer a la sumisa.

(continuará)

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