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Sexo anal con mi vecina divorciada

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Tengo 45 años y vivo solo hace bastante tiempo. Mi departamento está en el tercer piso de un condominio de clase media. Aunque no soy muy sociable, no niego que la relación que hay entre los vecinos es bastante cordial, ayuda el hecho que la mayoría de nosotros nos mudamos casi al mismo tiempo. De eso hace quince años.

Entre las personas que viven en el edificio está Marlene, una mujer de mi edad o quizás unos pocos años menor,bajita de piel cobriza, cabello castaño lacio que le llega hasta por debajo del hombro. Sus senos son grandes y bien formados y su culo sigue siendo apetecible aunque ya se notan los efectos de la edad.

Es divorciada y tiene una hija de unos 20 años. Los vecinos fuimos testigos de lo difícil que fue para ella separarse y rehacer su vida. Nos hemos cruzado innumerables veces ya sea en las reuniones del condominio o en la entrada del edificio. Siempre nos hemos saludado con cordialidad, pero nada más. Saludos cálidos pero distantes.

Hace unas pocas semanas todo eso cambió.

Eran las ocho de la noche de un viernes, el día había sido excesivamente caluroso, casi 32°C de sensación térmica y eso me había quitado todas las energías. Llegué a casa agotado, apático por el calor, con un humor de perros y la ropa pegada al cuerpo por la humedad de Lima.

Pensé en salir a tomar unas cervezas con algún amigo, pero la pereza me gano. Opté por darme una ducha, ponerme un pantalón ligero sin ropa interior y un polo fresco de algodón. Bajé a comprar unas cervezas. Mi plan era descansar viendo televisión refrescándome y dormir temprano.

Al volver de la bodega con dos sixpacks en la mano veo a Marlene sentada en la entrada del condominio fumando un cigarrillo. Llevaba el pelo recogido en una coleta, un vestido floreado de una sola pieza y unas sandalias que resaltaban sus lindos pies.

- Hola José – me saludó como siempre - ¿cómo estás?

- Bien Marle, cansado por el trabajo. Ha sido un día largo. ¿y tú? ¿qué cuentas?

- Igual – respondió encogiendo los hombros y dándole una pitada al cigarro – aburrida.

- Oye – le dije - ¿te provoca tomar una cerveza?.

Me miró sorprendida. En todos estos años no habíamos cruzado más de treinta palabras por encuentro.

- Vamos – le dije mientras ponía uno de los sixpack a la altura de mi rostro– Están heladas y hace calor.

Marlene sonrió, se puso de pie sacudiéndose la falda.

- Ok – respondió – pero yo llevo algo para picar. Ya subo a tu depa.

Al llegar a mi departamento, ordené las pocas cosas que estaban fuera de su sitio, abrí las ventanas y cortinas para que circule el aire y prendí la radio en una estación de rock clásico. A los pocos instantes oí como tocaban la puerta.

Marlene llevaba en la mano un tazón con papas fritas y una pequeña fuente con quesos.

La hice pasar al mismo tiempo que tomaba los recipientes.

- Son de mi hija – dijo sonriendo – pero como está de viaje como unas amigas, me los quedo yo.

Reímos y le pedí que se sentara en el mueble de la sala.

Le serví cerveza en un vaso mientras y puse los bocaditos en la mesa.

Empezamos a conversar de cualquier cosa. Clima, política, programas televisivos. Una charla intrascendente pero animada.

El calor había bajado un poco pero aún se sentía el bochorno las cervezas nos estaban refrescando y desinhibiendo al mismo tiempo. Cada instante que pasaba la veía más sexi y apetecible. Su escote, sus labios carnosos, la sonrisa transparente. No podía evitarlo pero me estaba excitando cada vez más. Me era difícil contener la erección.

- Préstame tu baño – me dijo sacándome de mis ensoñaciones.

- Pasa – contesté, pude observar sus lindas piernas mientras caminaba hacia los servicios.

Me quede viendo la nada, pensando en el buen cuerpo que tiene e imaginando como sus labios se posarían en mi pene.

- ¿En qué piensas? - me dijo al salir del baño y verme perdido en las nubes.

- Nada Marle – no pude evitar ruborizarme y le di un gran trago a mi cerveza.

Marlene sonrió coqueta se sentó frente a mi, cruzó lentamente las piernas acomodando la falda de su vestido, tomó una de las botellas de cerveza y le dio un gran sorbo mientras me observaba.

Una gota de agua corrió de la botella a su mano y cayó en pecho, resbalando entre su precioso escote.

- ¿Qué miras travieso? - me dijo con una risita.

- El paraíso Marle, el paraíso. De verdad que son hermosas. - respondí con una sonrisa boba.

Marlene se rio divertida y luego soltó un suspiro.

- ¿Qué pasa? - le pregunté ansioso, pensando en que estaría molesta con lo que le dije.

- Nada José, hace mucho que estoy sola – respondió apenada.

- Pero Marle, eres una mujer guapa y tienes un lindo cuerpo…

No me dejó terminar, sus ojos brillosos se clavaron en los míos.

- ¿Tú crees? - dijo poniéndose de pie

Pude observar que sus pezones se traslucían en la tela del vestido y su respiración se había agitado un poco.

Me levanté y me detuve a unos pasos de donde estaba ella. Mi pene había formado una enorme carpa y no me molesté en ocultarla.

- ¡Claro! - le dije – mira como me tienes – la tomé de la mano y la giré haciendo que su falda se levantara unos centímetros y la jalé hacia mi, apoyando mi pene en su culo.

- No sabes lo excitado que me has puesto en las últimas horas – le dije suavemente en el oído mientras lo mordisqueaba.

Marlene lanzó un gemido y sentí como su cuerpo se relajó. Mis mano izquierda le rodeaba el estómago mientras que la derecha empezó a acariciar sus enormes tetas.

- No sabes la cantidad de pajazos que me he hecho en tu nombre – le dije.

- ¿Muchos? - gimió - ¿has botado mucha leche pensando en mi?

La giré y la besé salvajemente. Marlene dio un pequeño salto y puso sus piernas alrededor de mi cintura. La tomé por el culo. Me mordió el labio con fiereza y sentí como mi sangre se mezclaba con nuestra saliva. Sus manos eran un remolino en mi cabeza y yo pellizcaba su apretaba sus nalgas indistintamente.

La puse en el suelo y me bajé el pantalón del buzo. Mi verga estaba dura, venosa, enhiesta y esperando los labios de Marlene. Cuando ella la vio abrió la boca sorprendida y pude ver como una gota de saliva caía de sus comisuras.

- ¡Que rica pinga te tenías guardada pendejo! , es la más gruesa que he visto.

- Chupala – le ordené. Marlene se arrodillo delante de mi y empezó a lamerme las bolas.

Tuve que detenerme de una de las paredes. La mamada que me estaba haciendo era increíble. Se metía las bolas en la boca mientras una de sus manos acariciaba mis piernas y la otra apretaba mis nalgas. Mis huevos estaban llenos de su saliva. Su lengua recorrió todo el tronco de mi verga dura, siguiendo las sinuosidades de mis venas. Llegó al glande y le dio un besito. La punta de su lengua jugó con el agujero de mi pene. Abrió la boca y sólo se metió la cabeza en ella. Su lengua jugó con maestría. Succionaba y me acariciaba al mismo tiempo.

La tomé del cabello y con firmeza la puse de pie.

- ¡Para carajo que me voy a venir! - le dije, mientras sentía como mi verga pulsaba. Unos segundos más y me hubiera vaciado en su boca.

- ¡Cachame! - su voz era una mezcla de lujuria, desesperación y ruego.

No tengo idea de como sonreí, pero vi como se transformó su rostro iluminándose.

Le di la vuelta apoyándola en la mesa, levanté el vestido enrollándolo en su cintura y bajé con brusquedad sus calzones. Su hermoso culo estaba frente a mi. Lo acaricié con la yema de los dedos. Podía ver como su piel se erizaba. Lamí sus nalgas saboreando su piel. Con ambas manos las abrí y pasé mi lengua por su ano.

- ¡Sigue conchatumadre! – dijo con voz temblorosa – ¡que rica lengua!.

Jugué con su ano, lamiéndolo a mi gusto, acariciándolo con uno de mis dedos y forzándolo suavemente. Cuando consideré que estaba lo suficientemente dilatado, puse la punta de mi verga en la entrada y presioné lentamente.

Marlene gimió de placer cuando sintió como la penetraba. Aproveché su cuerpo arqueado para bajare el vestido y dejar sus tetas al aire.

Lentamente empecé a introducir mi verga en su estrecho ano. La tenía de las caderas, sus talones golpeaban mis nalgas, sus suspiros se mezclaban con mis gemidos.

- ¡Puta que rico me rompes! - decía a cada embestida mía. - Sigue conchatumadre, sigue así.

Quería reventarla, metérsela hasta el fondo con salvajismo. Pero trataba de controlarme, quería disfrutar cada centímetro de ella.

Cuando mis bolas chocaron con su carne le mordí el cuello. Pude sentir las contracciones de su primer orgasmo mientras gemía escandalosamente. Su ano empezó a pulsar con fuerza. Perdí el control y empecé a clavarla desesperadamente sabiendo que me iba e venir en poco tiempo.

- ¡Me vengo mierda! - le susurré al oído.

- ¡Lléname de leche, dame tu leche!

Cuatro potentes chorros de semen inundaron su ano. Un segundo orgasmo la atravesó dejándola desparramada sobre la mesa.

Salí de ella con cuidado. Ambos estábamos sudando y agitados. Marlene se giró y me sonrió satisfecha.

- Que rico polvo – dijo – hace tiempo que no sentía uno así de bueno.

Ahí estábamos, dos personas de 45 años, desnudos luego de un buen polvo, conversando como si hubiéramos tomado un café.

Fui a mi cuarto y me puse un bóxer y saque una de mis camisas para ella. Le pedí que se la pusiera. Se le veía espectacular, con los botones abiertos sus formas quedaban expuestas a cualquier movimiento. El solo verla me excitaba.

Se sentó delante de mi con las piernas abiertas, incitándome.

- Tengo muchos pelos, debería de afeitarme. - dijo mientras se tocaba.

-A mi me gusta mucho como estás – respondí arrodillándome ante ella. - hueles a hembra arrecha.

Colocó sus pies alrededor de mi cuello y me di a la deliciosa tarea de comerle el coño.

Su olor me alocaba. Empecé con una lamida directa a sus labios, luego con pequeños movimientos jugaba entre su monte de venus y su clítoris hinchado. Le daba pequeños mordiscos a su piel. Cambiaba el ritmo de mi lengua, a veces rápido, a veces lento. Mis manos empezaron a acariciar sus piernas, subieron por la cintura y se posaron en sus enormes pechos. Apreté sus pezones y Marlene se arqueó de gusto.

- ¡Qué rica lengua carajo! - dijo en un suspiro.

Seguí lamiéndole la concha cada vez más rápido y mientras saboreaba sus jugos empecé a masturbarla al mismo tiempo. Cada vez más rápido. Marlene gemía y pedía más y más. Sus pechos subían y bajaban salvajemente, tenía los ojos cerrados y la boca abierta de placer.

- ¡Sigue, sigue que ya me vengo!

Su orgasmo fue largo y suave. Su piel se erizó y sus flujos llenaron mi boca. Sabían a miel y acre.

Me puse de pie, mi verga estaba otra vez dura y esperando penetrarla. Tomé a Marlene de la mano y la llevé a mi cuarto. Me eché en la cama con el pene desafiando el techo. Ella se colocó a horcajadas sobre mi, tomo el pene con su mano y suavemente lo guió hasta su peluda vagina.

De un sólo movimiento se lo metió hasta el fondo. Su suspiro fue profundo y entrecortado. La tomé de la cintura evitando que se moviera, quería sentir su coño latiendo alrededor de mi pene, ver su rostro de satisfacción, sentir sus manos en mi pecho, ver sus hermosas tetas con los pezones erizados de placer.

Empezó a moverse con lentitud, con sensualidad. Apoyó su frente en la mía y nos besamos con docilidad. Su cuerpo maduro guardaba mil secretos, se movía con la gracia de una pantera experta. Sólo con el movimiento de caderas y apretando y soltando la vagina me hacía sentir un placer increíble.

- ¿Te gusta como me muevo? - me decía.

- Eres una puta Marlene.

- Tu pinga me hace puta. Tú puta. Quiero que me caches siempre.

A cada movimiento una nueva frase, a cada frase más excitados. Pero ella seguía moviéndose con lentitud y parsimonia, prolongando nuestro placer.

- Que rico te mueves pequeña

- Dime puta. En la cama soy una puta.

- Entonces muévete puta.

Le di un sonoro palmazo que aceptó con gusto. La tomé de las caderas y aún echado den la cama la bajé lo más que pude para meter mi verga lo más profundo. Marlene perdió el control. Me araño el pecho y empezó a moverse con frenesí. Traté de seguirle el ritmo, ambos estábamos desbocados.

La puse boca arriba y la penetré con fuerza, ella me abrazó con sus piernas. Empezamos a movernos sin ritmo primero, luego encontramos nuestro compás, frenético y desbocado. Hundía mi verga en su húmedo coño, resbalando casi sin fricción. A cada embestida ella pedía más y más. Sentí su proximidad al orgasmo. Cuando este llegó, su coño apretó mi verga haciendo que esta explotara, llenándola de leche.

Caí al costado de ella, con una sonrisa de satisfacción boba. Marlene se quedó esa noche conmigo. Casi no dormimos.

Hemos tenido varias aventuras más, que ya se las contaré luego.

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