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Siempre me calentaron los viejos (3)

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Don Benito, que seguía aferrándome por las muñecas, tiró de mis brazos y me hizo caer boca abajo en el sofá cama, para después empezar a sobarme las nalgas: -Al piso, dejemos descansar a don Ernesto, ¡al piso y en cuatro patas que voy a culearte!

Obedecí inmediatamente, disfrutando de esa postura que me gusta mucho más que sentarme sobre la verga, porque me hace sentir un perro, una mascota. ¡Ay, sí, eso me siento, un perro! ¡La mascota de don Benito!

Bueno, lo cierto fue que lo vi embadurnarse su hermosa polla con vaselina y apoyarme la punta en mi orificio anal y metérmela muy rápido, de un solo envión, favorecido porque seguramente la verga de don Ernesto me había dejado el culo abierto.

Esa vez ni siquiera sentí ese dolor inicial, fue placer desde el principio. El viejo me sujetaba por las caderas e iba cambiando el ritmo de sus embates, a veces más rápidos y otras veces más lentos, pero siempre me metía la verga bien adentro, hasta hacerme sentir sus huevos contra mis nalgas. ¡Qué linda sensación!

Los dos jadeábamos, él más fuerte y con un sonido casi animal. Yo por momentos lo alentaba: -Ay,sí, don Benito, así… ¡asíiiiiiiii!...

Él cada tanto me daba un chirlo y me decía con voz ronca de calentura. –Qué tremendamente puto eres, Jorgito… ¡Qué puto eres!

Esos chirlos fueron una deliciosa revelación para mí… ¡Me encantaron!

Fue ésa la mejor culeada que me había dado don Benito desde que yo estaba en sus manos. Él seguía bombeando y dándome chirlos y yo ardía con el pene bien duro, las nalgas calientes y un tremendo deseo de masturbarme. De pronto se corrió en medio de un rugido y yo sentí su leche en lo más hondo de mi culo.

Cuando el viejo se retiró de mi cuerpo, mis brazos y mis piernas se aflojaron y caí de costado en el piso mientras él, tendido de espaldas, trataba de normalizar su respiración agitada.

Al cabo de un momento me atreví a pedirle permiso para ir al baño a masturbarme, pero me lo negó: -Todavía no, niño, antes vas a hacernos una buena mamada y a tragarte toda nuestra lechita…

-Sí, don Benito, lo que usted diga… -contesté sumiso y resignado.

La promesa compensó, en parte, la angustiosa tensión que me tenía apresado por completo y rogué poder mamar esas vergas lo antes posible.

Por fin, después de un rato que me pareció interminable, don Ernesto se sentó en el borde del sofá cama respondiendo a una indicación de don Benito, que se sentó a su lado.

-¿Cómo seguirá la función, amigo? Porque mire usted cómo estoy… -dijo el visitante señalando su verga bien erecta.

-Pues la función seguirá con Jorgito haciéndonos una buena mamada… -fue la respuesta de don Benito, que de inmediato me ordenó: -aquí, putito, aquí de rodillas y a chupársela primero a la visita, y te tragas todo, ¿te enteras?...

-Sí, don Benito, voy a hacer lo que usted quiere… -murmuré cada vez más sumiso y desplazándome sobre mis rodillas me ubiqué ante don Ernesto y su hermosa verga, que apuntaba hacia el cielorraso.

Antes de metérmela en la boca estuve lamiéndola un poco, empezando por los huevo y terminando en el glande, del cual brotaba ya un poco de líquido preseminal que por supuesto bebí. Después la engullí y empecé a mamar entusiastamente, cada vez más excitado y provocando largos gemidos en el vejete. Su verga palpitaba en mi boca y eso me llevaba al paroxismo de la calentura.

Seguí mamando y mientras sostenía los huevos de don Ernesto en mi mano derecha, acariciándolos y cada tanto oprimiéndolos un poco. En un momento don Ernesto dijo entre jadeos algo que me llenó de morboso orgullo: -Qué… qué buen mamón es… qué buen mamón es este nene, don Benito… Que no se la vaya a… a escapar…

-Descuide usted, don Ernesto… Lo tengo bien agarrado por lo mucho que le gusta la polla…

Es cierto, yo no podría aguantar sin vergas como las de Don Benito y don Ernesto, que en ese momento se corrió jadeando muy fuerte y me lanzó en la boca dos chorros de ese precioso licor que es el semen de un hombre. Yo estaba tragando cuando don Benito me tomó del pelo y me ubicó ante él.

-A lo tuyo, niño… ¡Venga! –me ordenó y entonces, sintiéndome ya completamente un sumiso, le pregunté: -Don Benito, ¿puedo… puedo besarle y lamerle los huevos un poquito antes de… de chupársela?

Él lanzó una carcajada y dijo dirigiéndose a don Ernesto, que reposaba reclinado sobre uno de los almohadones: -¿Oyó usted, amigo? ¿oyó usted lo buenito que es este niño?

-Sí, claro que oí, donde Benito, lo tiene bien dominado… -contestó el visitante y a mí sus palabras me excitaron por verdaderas. Sí, don Benito me tenía totalmente en sus manos y dispuesto a hacer todo lo que él quisiera.

-Sí, niño putito, lame y besa mis cojones antes de ocuparte de mi polla… -me autorizó y entonces me apliqué a la tarea que poco después lo hizo acabar y llenarme la boca de leche. La tragué hasta la última gota y mientras lo hacía escuché a don Ernesto decir: -¿Vio, don Benito, como tiene la pija su niño? –y de pronto me tomó el pene con su mano izquierda: -¡Miré, don Benito! ¡Durísima y bien parada la tiene!

Yo estaba coloradísimo por una mezcla de excitación y vergüenza, torturado por el deseo de masturbarme y entonces don Ernesto dijo: -Habría que aliviarlo, don Benito, ¿me deja que lo masturbe?

-Claro que sí, don Ernesto, vamos al baño que allí seguirá la fiesta. –y me llevaron al baño.

-¿Cómo lo quiere al niño? –quiso saber don Benito.

-Echado de espaldas en el piso.

-Ya oíste, Jorgito, échate…

-Sí, don Benito… -dije y me acoste en el piso como quería don Ernesto.

-Abrí bien las piernas. –me ordenó el viejo.

Obedecí y el entonces se arrodilló entre mis muslos y tomó mi pene con su mano derecha mientras sus labios dibujaban una sonrisa lujuriosa y yo debía hacer un esfuerzo para no explotar en ese mismo momento, de tan caliente que estaba.

Mi esfuerzo no duró mucho. Muy poco después me corrí cuando don Ernesto dirigía mi pene hacia mi cara. No pude ver cuántos chorros de semen me eché encima, pero escuché las carcajadas de los dos vejetes.

-Miré, donde Benito, mire cuánta lechita tenía el nene en sus huevos…

-Sí, se nota que estaba muy calentito… Ahora va a tragar su propia leche… -dispuso don Benito y yo la tragué. Don Ernesto me hizo sentar y con su dedo índice de la mano derecha iba recogiendo cada goterón de mi semen y llevándolo a mi boca. Fue una delicia beber todo ese licor. Cuando terminé de hacerlo volvimos al comedor, donde donde Benito y don Ernesto se vistieron.

Don Ernesto se despidió de mí prometiéndome una nueva visita para muy pronto y cuando se fue, don Benito me tomó de un brazo y me dijo pegando su cara a la mía: -Ahora te diré cómo serán las cosas de aquí en más, Jorgito…

Sus palabras terminaron de hacerme saber que era él quien disponía, quien mandaba, y eso me puso a mil.

(continuará)

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