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Mi adolescencia: Capítulo 45

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Al escuchar aquello estuve a punto de enojarme y dejarle muy clarito a Iñigo que jamás volvería a pedirles nada. Una cosa era el juego de las fantasías y otra muy distinta que se pusiese con la ropa de mis amigas o directamente con mis amigas, eso me enervaba la sangre, y solo de pensarlo me cegaba la ira y los celos. Él debió percibir que me había sentido ofendida y molesta por ello, porque enseguida dijo en un tono despreocupado: “Aunque claro, aunque la mona se vista de seda mona se queda, porque ellas vestirán muy bien, pero no tienen ni tu estilo ni tu elegante, por eso su ropa te queda a ti mucho más elegante, pija y preciosa”. Debo reconocer que pude ver en sus ojos total sinceridad y honestidad al decir estas palabras, es decir, que no las dijo para salir del marrón y para que no me enfadase. Por lo que comprendí que era solo algo fantasioso con mucho morbo erótico para ambos y que no habría nada de malo en seguir haciéndolo. Que pena que no pudiese ser al revés, es decir, que yo le pidiese a Iñigo que se pusiese ropa de alguno de sus amigos para así aportar más morbo, por la sencilla razón de que Iñigo era, sin lugar a dudas, el chico más elegante, estiloso y pijo de toda la pandilla, y ningún otro chico, al menos en el vestir con clase, le llegaba a la suela de los zapatos. Por tanto, mi morbo total era el propio Iñigo y no necesitaba complementos extras. Por lo que no tuve ningún reparo en seguir jugando a esto.

Y como era muy previsible, la siguiente de la lista que escogió fue Sara, y de hecho me sorprendió, no por elegir a Sara (que siempre ha sido muy elegante y pija) sino porque dijo que le ponía de ella un sencillo jersey violeta que se solía poner con una camisa de violeta más claro. Era una ropa muy normalita, elegante pero normalita, pero me dijo que le gustaba mucho como combinaban esos dos violetas y que le gustaría verme vestida con esas dos prendas. Por lo que, a los pocos días, aprovechando una tarde que estaba en casa de Sara le pedí prestado, de forma espontánea y casual, el jersey y la camisa diciendo que me gustaban (era mentira, no me gustaban), pero me apetecía contentar una vez más a Iñigo. Y, tal y como era de esperar, el efecto al ponérmelo fue fulminante en Iñigo, porque con virulencia y brusquedad me tiró encima de la cama, se puso apresuradamente un preservativo en el pene que tenía ya muy erecto, me quitó los pantalones y, sin ni siquiera quitarme las braguitas solo apartándolas, empezó a penetrarme.

Eso me dolió, porque no hubo nada de preliminares, absolutamente ninguno, y yo (al igual que cualquier otra chica) necesito unos pequeños preliminares para excitarme y así la penetración no sea tan dolorosa. Pero el deseo sexual de Iñigo le cegó por completo y no se anduvo por las ramas. En ningún momento me tocó por encima de la ropa (no me llegó ni a quitar el jersey ni la camisa) solo a penetrarme fogosamente vestida así. Tras un buen rato así, se salió, se quitó el preservativo (aunque no había llegado a eyacular) se puso encima de mi cara, cogió el cuello de la camisa, lo sacó por fuera del jersey y empezó a tirar hacía él para que se la comiera. El proceso fue igual que siempre, es decir, hacerle una felación hasta que no pudiera más, y en ese momento sacar su pene de mi boca para subirme torpemente el jersey para correrse encima de la camisa de Sara. Era todo muy morboso, sin duda, yo disfrutaba excitándole de esa manera tan fetichista y sabía que tanto con la ropa de Jennifer como con la de Sara le había encendido a mil. Se le notaba en la forma de mirarme mientras me lo hacía y en la forma compulsiva de hacerme el amor. Quizás debería sentirme ofendida por algo así, pero sabía muy bien que no había motivos reales para ello, porque ya durante mucho tiempo se excitó mucho con mi propia ropa y esto era solo un aliciente más para seguir aportando fogosidad y fuego a nuestras fantasías.

Eso sí, todo se torció cuando, al cabo de unos pocos días más, me dijo quién quería que fuese la siguiente chica a la que pedirle algo: Pilar. Eso me noqueó. Eso me bloqueó por completo. Pilar había sido su novia durante mucho tiempo. Habían estado saliendo mucho tiempo y, aunque ahora fuese yo su novia, no me hacía ninguna gracia hacer algo que le recordase todo lo que tuvo con ello. Me negué en redondo. No podía. Mi cerebro me bloqueaba totalmente. Y de repente me sentí tremendamente celosa. Cómo si el fantasma de su relación con Pilar hubiese vuelto y hubiese cierto peligro de que me fuese a dejar por Pilar. Me sentí insegura. Me sentí nerviosa y me bloquee negándome en redondo. Iñigo, al verme tan contrariada, me sonrió y trató de tranquilizarme. Me dijo: “No te preocupes. Tranquila. Te contaré porque quiero exactamente con Pilar. Déjame contarte”. Sabía que, dijese lo que me dijese, yo iba a seguir negándome y no iba a aceptar, pero aun así le dejé hablar. Quién me iba a decir a mí que acabaría convenciéndome de la forma más sencilla del mundo.

Iñigo empezó a hablar muy elocuentemente, como siempre en él, y me vino a decir más o menos: “Mira, cuando empecé a salir con Pilar me fijé que tenía en su habitación una foto suya muy guapa con una camisa azul a rayas, con un pañuelo rosa alrededor y unos pantalones blancos con un cinturón marrón. Y siempre me dio mucho morbo como iba vestida en esa foto, pero curiosamente durante todo el tiempo que fuimos novios nunca se lo volvió a poner, nunca, y yo no tenía con ella la confianza y compenetración que tengo ahora contigo para el tema de las fantasías, por eso nunca le dije que pusiera eso para mí. En todo el tiempo que fuimos novios, que tú sabes que fue mucho, jamás se puso esa ropa, lo cual aumentó más el morbo todavía. Esta es la principal razón por la que quiero que tú te la pongas. Solo por eso”. No puedo negar que sus palabras fueron más que convincentes y que tenía razón en todo lo que decía. Aunque claro, lo que más me gustó de toda aquella parrafada fue lo de “yo no tenía con ella la confianza y compenetración que tengo ahora contigo para el tema de las fantasías”. Eso me encantó escucharlo. Eso me hizo ganar mucha más confianza. No es que me sintiese inferior en comparación con Pilar, pues creo modestamente que soy mucho más guapa que ella (aunque ella también lo es mucho) pero sí que era cierto que entre Iñigo y yo había una cierta química morbosa fetichista que jamás hubo entre él y Pilar. Por lo que al final me dejó medio convencida para hacerlo.

El principal problema era que desde que lo mío con Iñigo se hizo oficial no es que Pilar y yo fuésemos las mejores amigas del mundo. Sí seguía habiendo amistad y buen rollo, pero yo notaba, al igual que ella, que cierta barrera invisible se había establecido entre ambas, y era lógico, su ex novio estaba ahora conmigo y eso tenía que escocerla bastante. Aunque también, puede que le resultase indiferente, porque en esos momentos a mí me daba igual quién saliera con Edu, es decir, que fuese mi ex novio no me pondría nada celosa pues Edu era totalmente mi pasado y ya ni me acordaba de él (quién lo iba a decir con lo obsesionada que me tuvo siempre desde los 14 años que le olvidaría tan fácilmente). Pero claro, el caso de Iñigo y Pilar quizás fuese diferente y por tanto yo imaginaba que Pilar no me consideraba entre sus mejores amigas. Estas dudas las compartí con Iñigo y le hice participe de mi inseguridad sobre este tema. Le acabé diciendo: “No creo que tenga tanta confianza y amistad con Pilar como para que me deje esa ropa. Va a sonar raro”. Iñigo calló. Se mantuvo en silencio. Y más valdría que se hubiese mantenido en silencio mucho más tiempo porque cuando abrió la boca ya sí que me descolocó por completo.

Y es que en un alarde de locura Iñigo no se le ocurrió otra cosa que decir: “Bueno, yo sigo manteniendo mucha amistad con ella y no es raro que vaya a su casa. Podría ir para allá y cuando ella saliese de la habitación sacar la camisa y el pantalón del armario y guardarlo en una bolsa que lleve. Y al día siguiente volverlo a colocar en su sitio sin que se entere nunca. No creo que lo eche en falta si lleva tantísimo tiempo sin ponérselo”. En ese momento me pareció una locura bestial. Una pasada y pensé que a Iñigo se le fue la olla totalmente. Pero al mirarle a los ojos pude ver un brillo extraño que me hizo comprenderlo todo. Y es que Iñigo, en cierta manera, estaba rememorando en su imaginación lo que hizo a los 15 años en el campamento de Inglaterra con Andrea, es decir, quería volver a repetir casi el mismo proceso pero en este caso con Pilar y con mi ayuda. Y, de repente, al comprender todo eso me dio muchísimo morbo también a mí. Me sentí excitada con la idea y ya no me parecía tanta locura. Cierto que era algo irracional y absurdo, pero también tremendamente morboso, y es que Iñigo siempre supo activar el lado más morboso y fetichista de mi cerebro y hacerlo vibrar.

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