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Casta sumisión

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Sentados ambos en el sofá de cuero negro, ellos habían tomado ya el control de la situación e iniciaban los preámbulos de la sesión de juegos. Desprendidos de los shorts, los chicos dejaron a la vista ese diminuto bañador de competición que ambos lucían. Y en esas diminutas y ajustadas prendas se dibujaban sinuosas y apetecibles redondeces que los dos jóvenes mostraban abriendo bien sus piernas y arqueando levemente el cuerpo.

La situación resultaba ser muy excitante, pues los dos machitos, no tardaron en dar muestra evidente de que aquello les ponía mucho, o al menos, eso destilaba la imagen reflejada en los azules ojos del sujeto sentado frente a ellos. Excitado, castrado, húmedo e hipnotizado; cuando las redondeces ancladas en la fina lycra crecieron y aumentaron, para construir exquisitos volúmenes que convergieron en un todo.

Dos músculos tensos, de tamaño grande y uno más grueso que el otro. El bombeo de la sangre que da cuerpo a esos dos todos, prisioneros de momento; brillaba en los ojos del esclavo y ardía en acuosa saliva, lubricándole la boca. Cada uno de esos pálpitos o intensos latidos provoca en él un conocido placer sádico, el de estar frente a dos ansiados músculos vivos latiendo llenos de un sexo contenido, mientras la presión cada vez más consistente de la pequeña mordaza abrazando a su polla, intensifica su sumisión y siembra en su interior el febril deseo de dar placer.

Porque su placer se intensifica cuan mayor es el disfrute de su macho. Su amo quiere compartirlo, aunque él sabe que el pelirrojo no pretende solo eso. Sin embargo, el sujeto deseó convertirse en un valioso objeto de placer ajeno, dispuesto a ser bien afinado para servir y dar placer a sus dos jóvenes amos. Una nueva orden interpelo brutalmente sus fosas nasales y pronto, la ascensión volátil se tradujo en descifrar por cuál de sus deseos, suplicaría primero. El más joven se acercó al sumiso y le ofreció unos tragos de su cereza. El pelirrojo reclamo la botellita al sujeto y este, se la acercó.

Quitándosela de la mano, el rapadete pelirrojo le ordeno que se postrase de rodillas ante el abultadísimo montón de carne, que latente, él, su dueño le ofrecía. De este modo el cuerpo del sujeto quedo bien franqueado por dos fuertes y rotundos muslos. Aún con el subidón, en medio de la ardiente y febril nebulosa. Los ojos del sujeto pudieron interpretar las sinuosas redondeces que no dejaban de crecer, acentuando el rabioso latido de esas jóvenes pollas que encerradas en su fina cárcel lycrada, atormentaban al sumiso; haciendo que cada palpito contenido y expresado en la elástica tela, repicara con la misma intensidad y fuerza, sobre su deseo. Estaba conectado a esos dos hermosísimos apéndices y los presentía deseosos de derramarse e inundar los lugares más secretos de su cuerpo.

De nuevo una orden atrajo al gesto, y este a través de su nariz, hizo aumentar el deseo que lo iba calando profundo, hasta convertir su deseo en necesidad al mismo tiempo que, sus ojos fueron atrapados por esas dos oscuras siluetas, cada vez más corpóreas de volúmenes crecientes y latidos pronunciados.

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