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Historia del chip 015 - La cita - Kim 007

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Meses más tarde, Kim era una nueva mujer. Se preparó con esmero. Un ligero cosquilleo en el ombligo no era el único indicio de su nerviosismo. No dejaba de probarse atuendos. Había quedado con Roger y, como siempre, deseaba mostrar su mejor imagen: sexy y atrevida. El reloj no iba a parar y su corazón tampoco.

Después de un vistazo a su cuerpo desnudo en el espejo, se puso una simple tela plateada, que pasó entre sus piernas y caderas. De un fuerte tirón, traspasó los pechos y el vestido se mantuvo mágicamente sujeto entre senos y muslos. El resto del cuerpo desguarnecido. Se ajustó unos largos pendientes, suspendidos hasta los hombros descubiertos y se calzó unos zapatos de tacón de quince centímetros. El vestido se enganchó a la parte superior de los muslos y se vio obligada a bajarlo con un gesto. Cuando se inclinó, sus pechos se mostraron exuberantes. El taconeo, la cadencia y el giro de caderas unido a la oscilación de los senos, mostraban una mujer anhelante, su cuerpo ofrecido sin tapujos. No había ropa interior, tal y como se le había indicado. Le recordaba muchísimo al vestido negro que tenía hacía meses y que tanto éxito tuvo.

Kim no se detuvo a pensar en ello. Ya estaba acostumbrada a exhibirse. Su personalidad había acabado por integrar las exigencias de Roger y los mensajes de Mary. Sentirse guapa y sexy, tratar de atraer a los hombres y no cuestionar los gustos o exigencias de su novio eran sus motivaciones principales. Ya no protestaba las indicaciones de su hermana sobre su vestimenta.

Roger llegó en su nueva moto, bien cubierto por un traje de cuero acolchado. Sonrió con afecto. Kim se sentía algo ansiosa. El vestido que llevaba no era precisamente idóneo para sentarse de horcajadas, pero no era eso lo que le preocupaba sino romperlo. Además de exiguo, parecía frágil.

Una vez Roger se hubo quitado el casco, se besaron apasionadamente, llevando Kim los brazos al cuello de su amante como de costumbre, mientras le agarraba posesivamente la estrecha cintura comprobando la finura del talle. El vestido se había subido, mostrando el inferior de las nalgas. Kim sentía el frío en su pubis, y aunque creía que no exhibía sus labios inferiores, aparecían brillantes debido a la humedad que brotaba delatora, mostrándose acogedores y expectantes.

Roger adoraba que su compañera fuese apasionada, y se despreocupase mientras era besada. Kim trataba de cumplir al máximo. Sus piernas se mostraban todavía más largas pues despegaba los tacones del suelo, suspendida de los dedos de sus pies. Las manos, mientras tanto, se aferraban al fuerte cuello de su novio.

Cuando su amante retiró las manos de la cintura, Kim bajó los talones y mientras los brazos volvían a la altura de las caderas. Roger tiró del vestido hacia abajo, indicando que era muy consciente del espectáculo que ofrecía el corto y ajustado atuendo.

Advirtió amablemente que no debía preocuparse de la ropa al montar en la moto, de la misma manera que no lo hacía al besarle. No debería tocar su atuendo una vez se hubiera sentado, pasara lo que pasara. Mientras estuviera con él, no tenía derecho alguno sobre el mismo.

Kim no podía creérselo. El vestido se descolocaba en cuanto respiraba. Iba a desnudarse cada dos pasos y no podría volver a cubrirse. Una vez sentada, consciente de la exigua tela, no pudo evitar pensar en el espectáculo que iba a ofrecer. Debido al agarrón de Roger en su cintura, la tela apenas cubría los pechos y con las piernas abiertas, estaba sentada encima del cuero. Parte de las nalgas sobresalían desnudas y Kim sentía el frescor sobre la hendidura trasera. Por los lados, las largas piernas descubiertas no podían ocultarse. La moto de Roger, también plateada, se mimetizaba con el vestido y realzaba todavía más la piel olivácea de Kim contrastando con el asiento negro del vehículo.

La postura, la vibración de la moto, su exhibición impuesta y la necesidad acuciante de obtener de un orgasmo, mantenían frustración y excitación a partes iguales. Tenía tantas ganas de ser acariciada que llevó sus pezones a rozar la chaqueta de cuero de Roger, pero con un punto más de agresividad, aunque al darse cuenta de que el vestido se bajaría, dejó de hacerlo. Roger, sin parar la moto o disminuir la velocidad, le indicó a través del transmisor del casco que continuase. Al poco rato, los pezones de Kim, rozaban desnudos el cuero. Kim empujó sus pechos al máximo hacia delante para ocultarlos, presionándolos y tratando de impedir que bamboleasen más de lo debido.

Llegados al destino y fuera de la moto, fingió despreocupación mientras esperaba que le ajustase el vestido. Roger no pareció considerarlo prioritario. Retiró primero su casco y los guantes. Extrajo la llave del contacto. Después de unos instantes eternos para Kim, por fin se dignó a cubrirla. No había nadie en ese momento en el aparcamiento de la discoteca, lo que no servía para consolarla. Se sentía desnuda en el vestido y saber que no tenía derecho a tocarlo le hacía sentir desvalida. Pero no podía dejar de admitir que era apasionante en grado sumo.

Kim hizo lo que mejor sabía hacer: besarle sin dejar de restregar sus pechos en el ancho tórax, mientras sentía como las manos completaban su cuerpo. Le abrió la cremallera del pantalón, llevó a su boca el pene erguido y al cabo de un minuto el esperma de Roger inundó su garganta.

En un mundo donde las mujeres se adaptaban a los hombres, éstos no tenían que preocuparse de esperar o mantener su excitación, y Kim siempre deseaba que derramase su esperma lo antes posible. Se hubiera sentido molesta consigo mismo si Roger hubiera tardado más. Pero para la nueva Kim era otra cosa. Lo hacía porque le gustaba tal y como Roger había pedido que se sintiese: libre por estar desnuda y practicar un fellatio en público.

Roger subió el vestido de Kim, aunque no del todo. La parte superior de los senos quedó al descubierto, lo que permitió que la parte inferior del sucinto atuendo cubriese algo más del muslo. Miró a Kim, sabiendo qué estaba pensando.

—Es mejor así, para bailar— señaló. Kim no pareció muy convencida. Al andar, los pechos oscilaban peligrosamente y los pezones amenazaban con sobresalir. Y por abajo, era inevitable que el vestido se subiese debido a la estrechez del mismo. Siguió a Roger, mientras los altos tacones obligaban a las caderas a moverse de lado a lado y los pechos saltaban sin control alguno. Hacía tiempo que Kim sólo llevaba tacones altos y afilados.

En la discoteca, -mientras danzaban-, los pezones sintieron el aire en varias ocasiones, y Roger sólo los volvía a colocar en su contenedor al finalizar la canción. Antes de coger la moto, Kim se agachó para ofrecerse su boca de nuevo a su amante. Acabado el obligado ritual, se montaron en la moto. No hizo falta darle instrucciones sobre el vestido. Los pechos se pegaron a la chupa de cuero. Los pezones no escaparon del angustioso roce con el tejido.

Kim esperó ansiosamente que Roger le ajustase el vestido. Ahora estaban enfrente del portal de su propia casa, no en la discoteca. Después de realizar de nuevo todos los rituales: casco, llaves y guantes, de un gesto tiró hacia arriba del vestido de Kim. El fuerte automatismo adquirido tiempo atrás se había vuelto adictivo. Kim debía levantar las manos inmediatamente y ayudar a retirar la indumentaria que llevase puesta. Sin titubeos. Estuviesen donde estuviesen. Por lo visto, no resultaba suficiente. Tardó en reaccionar unos segundos hasta que comprobó en la cara de Roger su decepción. Para compensarlo, una vez que el vestido quedó depositado en el sillín de la moto, llevó sus manos a la nuca. En plena calle. Le sonrió para mostrarle que no se amilanaba. Rogando con su cuerpo que disculpase su reacción tardía.

—Está bien, no lo tendré en cuenta, preciosa— dijo Roger con una sonrisa taimada. Disfrutaba de cada instante con Kim y pretendía más. —Abre la puerta. Vamos dentro. Te has portado bien esta noche y te mereces un orgasmo.

Kim bajó los brazos. Su minúsculo bolso estaba dentro el cajetín cerrado de la moto. Esperó bien erecta y orgullosa a que Roger abriese la tapa y le diese el monedero que contenía la llave de la casa. Sólo cuando él se giró, bajó los brazos. Sin aparentar prisa, abrió el portal intuyendo que el vestido se quedaría fuera en la moto. Cualquiera que pasase lo vería y seguramente miraría hacia el vestíbulo. Para colmo, la luz se encendió automáticamente al detectar movimiento el sensor. Luz y taquígrafos fue el pensamiento de Kim. Aunque no sabía muy bien lo que era un taquígrafo.

La puerta cerrada le hizo sentir un poco menos desvalida. Roger colocó a la esbelta y expuesta Kim de espaldas a la puerta de cristal. El culo aplastado al vidrio. Si alguien se acercaba, podría disfrutarlo con absoluta tranquilidad. Ella no oiría nada. Ni a un vecino, ni a un transeúnte.

No estuvo mucho rato concentrada en esos pensamientos. Su amante, contrastada su vestimenta con la casi abierta desnudez de Kim salvo por los altísimos tacones y los elegantes pendientes, empezó a jugar con los pechos y a besarla. Kim hubiera preferido una cama, los dos desnudos, un rato de placer sensual. Roger prefería una fémina en celo, hacer creer al mundo que su hembra no podía resistir ni un minuto más. Algo que poco a poco se iba ajustando a la realidad.

Los pezones rígidos, la vagina húmeda y el cuerpo tembloroso. Kim esperaba aguantar un rato, no hacerle las cosas tan fáciles. Otra parte suya quería acabar ya y recoger el vestido. No tuvo opción. El dedo juguetón de Roger quiso comprobar cuanto deseo albergaba. Bastó con introducirlo en su cavidad esponjosa y rozar el clítoris para llevarla al orgasmo. Se apoyó con más fuerza en el cristal trasero. Jadeó y suspiró. El beso oportuno de Roger evitó un grito. Quería más.

Un dedo impregnado buscó un pezón y luego el otro, marcando de olor el cuerpo sudoroso y sensibilizado de Kim. Luego llegó a los labios rojos. Kim chupo el dedo con extremo cuidado limpiándolo concienzudamente y tratando de apreciar el sabor de su fogosidad.

—Gracias— dijo Roger como si hubiera necesidad de decir algo mientras que Kim no tuvo tiempo de decir nada.

—Voy a buscar tu vestido, no vayamos a perderlo. Es fantástico. Bueno, tú eres fantástica con él y sin él. Hazme un favor, no te lo pongas. No lleves nada hasta mañana por la mañana y no te duches ahora— pidió, de esa manera tan peculiar que Kim no sabía si pensar que eran órdenes o caprichos. Seguía tan agotada que no contestó.  Se sentía en una nube. Roger le dio un buen pellizco en el culo después de traer el vestido. Besó su ombligo a modo de despedida o para evitar tocar lugares comprometidos... o humedecidos.

Cuando más necesitaba Kim un abrazo, una demostración de afecto, se quedó sola. Subió por las escaleras, pensando que era menos probable a estas horas que alguien bajase por allí. Antes de entrar en la casa, se sacó los zapatos. Cogió la llave del bolso y comenzó a abrir. Interrumpió el gesto y dejó todo el suelo: bolso, tacones y vestido. Reanudó la apertura con cuidado para no hacer ruido. Levantó todo y lo dejó otra vez en el suelo, pero por dentro. Cerro la puerta con exquisito esmero. A oscuras, recogió nuevamente las pertenencias y subió a su habitación. Volvió a realizar la misma operación, todo al suelo, abrir la puerta con cuidado, recogerlo todo, dejarlo dentro y cerrar con cuidado. Sólo entonces encendió la luz de su cuarto. Se agachó para recoger las cosas y se volvió. Su hermana Mary, despierta debido a la repentina luz contempló a Kim desnuda salvo sus pendientes.

Incrédula, Kim estuvo a punto de soltar lo que agarraba en las manos para taparse, no tanto por ir desnuda sino porque sabía que los pezones duros como diamantes y los labios vaginales brillantes y su clítoris hinchado mostraban su ardor de hacía unos minutos. Fue Mary la que habló primero.

—¿No te acordabas verdad? Están pintando mi habitación. Estaba en tu cama hasta que llegases, para no usar el saco de dormir mientras tanto. ¿De dónde vienes?

Kim decidió dejar todo en la silla antes de cuchichear y llevar un dedo a los labios.

— Mary, habla más bajo. No quiero despiertes a papá y mamá.

—No sé a qué viene tanta preocupación. Están bastante lejos para oírte con la puerta cerrada. Te han dado un buen repaso, eh.

Kim no sabía que hacer. O qué decir. A punto estuvo de coger su albornoz. Mary no había dicho nada sobre lo que llevaba en la casa, sólo elegía lo que se ponía fuera. Pero no pudo dejar de recordar las palabras de Roger: No lleves nada hasta mañana por la mañana. Y Mary no se iba a mover de ahí. Habían dormido juntas infinidad de veces, no consistía exactamente en algo novedoso, pero... en esas circunstancias. No había remedio, comprendió.

—Hazme sitio, mocosa frustrada— fue la contestación de Kim mientras pretendía meterse en la pequeña cama.

Mary se encogió de hombros.

—Al menos, apaga la luz.

Kim no había recordado que el interruptor estaba en la puerta. El de la pared junto a la cama no funcionaba desde hacía tiempo y su padre no se había molestado en arreglarlo. Así que Kim se destapó y ofreció de nuevo su cuerpo a la vista de Mary. Se habían visto desnudas infinidad de veces, solo que esta vez Kim no podía vestirse. Sintió como la pasión de la noche regresaba en forma de traición. Sus puntiagudos pezones cortaban el aire y su pubis resplandecía. Esperaba que Mary no se diese cuenta con el sueño. Apagó la luz con alivio y volvió a la cama.

Mary se abrazó a ella. De hecho, no tenían más remedio que dormir pegadas una a la otra. La cama, sin ser demasiado estrecha, era individual. Hacía tiempo que no se echaban juntas, pero Kim quería que pareciese algo intrascendente. Devolvió el apretón y notó como sus pezones rozaban la fina tela de algodón del pijama de Mary. Mientras que sus manos tocaban tejido, las de Mary tocaban piel.

Kim supuso que mancharía el pijama de su hermana. ¿Qué podía hacer? Se dio la vuelta y se colocó de cara hacia fuera. Ahora Mary rozaba su espalda y su culo. Lo malo fue que Mary colocó una mano en la cintura de Kim y la otra en la pierna derecha; en el muslo. El mero roce excitó su piel y sus nervios. Cerró las piernas todo lo que pudo y trató de inhibirse. ¡Cuánto deseaba que la mano se colocase entre sus piernas! Si hubiera estado sola se hubiera masturbado. Ya estaba acostumbrada a hacerlo siempre que regresaba de estar con Roger. Aunque no pudiera consumarlo con un orgasmo, se relajaba. En cambio, ahora, la inocente mano de Mary era un motivo añadido a su excitación. Y no tenía más remedio que tratar de dormirse con los nervios a flor de piel. Para colmo, Mary se había desvelado y se movía de manera intermitente. El pijama rozaba las nalgas de Kim, o las piernas. Las manos parecían acariciar las piernas y, en un momento dado, Kim sintió como el dorso de una mano tocaba su pecho por la parte inferior. Paralizada y con la necesidad de darse la vuelta y deleitarse con su hermana, sin saber si eran las hormonas, la excitación o una hoguera desbocada entre sus piernas, se preguntó que podía hacer. No pegaría ojo. Claudicó.

—Mary—. cuchicheó lo más bajo que pudo por si estaba dormida.

—¿Sí, Kim? — preguntó Mary en el mismo tono.

—No puedo resistirlo— confesó con voz entrecortada.

—Yo tampoco— replicó Mary.

Mientras Kim se daba la vuelta, Mary ya había empezado a juguetear con los pechos ansiosos de su hermana. Se besaron. Ya no eran juegos de adolescencia. Kim notó como sus pezones respondían a los dedos de su hermana y sus piernas se acercaban a la otra mano de Mary. No sabía qué hacer con sus propias manos. Empezó a llevarlas a las nalgas encerradas en el pijama y trató de levantar los pantalones. Mary deshizo el beso.

—Escucha, Kim. Yo también tengo ganas. Más que tú, seguro. Pero alguien debe llevar el control de esto. Deja que yo decida. Tus manos se quedarán quietas salvo que quieras acariciarme la cara... o la cabeza.

Sin darle tiempo a reaccionar Mary empezó un nuevo beso mientras una mano volvía al pecho de Kim y la otra al culo. 

Kim deseaba la mano otra vez entre sus piernas, pero no tuvo más remedio que aceptar que Mary jugaba con todas las cartas a favor. Y el chorro entre sus piernas en su contra. Era imposible no darse cuenta. Despedía un olor que la avergonzaba por momentos. Cuando no pudo más llevó su mano izquierda hacia su clítoris. No podía negar una cosa: Mary sabía besar.

—Yo lo haré. Dime como te gusta— dijo Mary mientras retiraba la mano del pezón derecho y la llevaba a la vagina inundada de Kim. Muerta de bochorno e incapaz de pensar en nada más, le dio instrucciones precisas de como introducir un dedo, girarlo, acercar la palma hacia su pubis, rozar el clítoris henchido y realizar movimientos de entrada y de salida, rápido y luego despacio para volver a empezar todo el proceso.

Mary pronto aprendió a hacerlo con soltura mientras usaba la otra mano para recorrer el resto del cuerpo ardiente de su hermana. Si hubiera podido, habría encendido la luz, pero se contentó con lo que había. Estaba tan excitada que le palpitaba el corazón. Deseaba acariciarse también. No cometeré ese error se dijo. Intuía que su hermana no podría resistirse nunca más.

Sólo cuando Kim estaba bañada en sudor y tuvo espasmos, Mary paró de masturbarla. Para entonces, tenía ese brazo y esa mano tan cansados que en cuanto lo retiró tuvo un calambre, aunque se cuidó muy mucho de decírselo.

—¿Estás mejor? — preguntó.

Kim respondió con un suave beso en los labios.

—Gracias— dijo con ternura. —No tengo permiso para ducharme hasta la mañana. Tendrás que aguantar mi olor...— le confesó con humillación a pesar de lo que había habido entre ellas.

—No seas tonta. Intentemos dormir un poco— replicó Mary.

Kim se colocó de nuevo hacia la izquierda y las manos de su hermana fueron directamente a los pechos y los labios entre las piernas desnudas de Kim. Se durmieron enseguida sintiendo Kim en el culo el calor que desprendía la zona superior de las piernas de Mary. Confundiéndose con el suyo.

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