Nuevos relatos publicados: 0

Una ciega chancha y putita (Segunda parte)

  • 10
  • 6.391
  • 8,44 (9 Val.)
  • 1

Honestamente no me fue fácil dejar de visitarla.

Ayelén es una diosa que te prende fuego, y no solo por su voz azucarada, con sus tetas chiquitas pero tan comestibles como sus bombachitas, con su olor a ternura de pétalos prohibidos, con la temperatura de su conchita siempre jugosa y su arte al mamar la pija.

Que sea ciega la hacía más interesante para mi psicología, para cada fantasía que atesoraba mi mente y para mis emociones carnales.

Ya pasaron dos años desde que la frecuento en aquella casona donde supuestamente te hacen masajes descontracturantes.

Solo dos veces pedí estar con otra prostituta, de las 25 oportunidades en las que fui.

Por supuesto, Ayelén no lo sabe.

No me quedaba claro por qué, pero sentía que la traicionaba si se lo contaba.

Con ella todo es diferente.

Había conseguido un permiso especial para sacarla del bulo y llevarla conmigo durante una hora. Con una billetera suculenta todo es posible mis amigos!

La primera vez que me la llevé dimos unas vueltas en mi auto por la city, yo con la pija afuera del pantalón, y ella primero con sus manos y luego con su boquita fresca fue fabricando toda la lechita que se le antojó. Le acabé en las manos, más tarde en la boca, y el último lechazo se lo estampé entre las tetas y el corpiñito berreta que traía.

Esa vez ella no debía recibir estímulos. Yo quise comprobar cuánto era capaz de mojarse la bombacha solo practicándome sexo oral. ¡y vaya que se mojaba la cochina!

Ese día volvió al cavarulo sin su tanguita.

Después de ese día yo le hice la colita por primera vez en su piecita despintada pero acogedora, poco luminosa pero llena de posters de minas en bolas.

Fue un día normal de Buenos Aires, con llovizna, humedad y demasiada gente en las calles, como cualquier viernes por la noche.

Esa vez le regalé un cd de mi banda. Nunca supe si lo escuchó.

Pero la cosa es que me aguardaba tapadita en la cama, en tanga y con el pelo lleno de trencitas. Una venezolana me condujo a su pieza, atribuyéndose el honor de haberla preparado para mí.

Ahí supe que sus compañeras la bañan, la visten y maquillan. También la caribeña me dijo que Ayelén no es la más elegida por los hombres porque le tienen pena, pero aquellos que se hacían un pase con ella salían enloquecidos.

Entré a su pieza con los celos invadiendo mis razones, y en cuanto la mujer cerró la puerta con amabilidad me le tiré encima sin desnudarme.

¡así que a vos te lavan el culo y la conchita tus amiguitas putita?, y que dejás re calientes a los tipos que te cogen?!, le reprochaba al oído amasándole las nalgas con el bulto y con las manos.

La destapé, le saqué la tanga con los dientes, y se me dio por lamerle los pies.

La forma con la que gemía sobre la almohada cuando mi lengua le recorría los deditos, cuando le mordía los talones, y más cuando le pasaba la pija ya al descubierto por toda la extensión de sus pies, hacía que se me parara como nunca antes.

¡haceme la cola Lechu, dale guacho!, la oí replicar cuando mi boca subía rodando por la parte interior de sus piernas y mis manos le regañaban las nalgas con puras cachetaditas.

Estaba molesto por saber que otros tipos la deseaban, aunque no fueran muchos.

Con esa carga emotiva en mi sangre me subí a su cuerpo, le besé la espalda con mi pija lubricándose con los flujos de su conchita, donde no se la introduje de lleno, y entonces la estacioné entre sus glúteos para presionar un poquito y comenzar a darle masa por el culo.

Ya se lo habían estrenado, por lo que no me costó tanto trabajo como lo había idealizado. Aún así la tenía estrechita, apretada y caliente.

Sus gemidos ahora eran gritos, pedidos de más pija mezclados con algunos: ¡más despacito que me duele perro, no pares, cógeme el culo, haaaay, no tan fuerte!

Le desbordaba la saliva de la boca, se mordía los dedos y lamía los míos apenas se lo sacaba de la concha y levantaba un poco la cola para pegarse más a mi pubis, mientras contestaba mis recriminaciones.

¡¿quién te hizo el orto putita, quién te coge mejor que yo, te gusta sacarles la leche a los viejos sucia inmunda?!

¡la cola me la hizo un policía… fueron tres veces nomás, pero ningún otro lo hizo!, y sí, las chicas me bañan, me peinan, me ponen hasta los calzones y a veces me piden que les chupe la concha!, pero ahora quiero tu pija toda adentro del culo neneee, dame lecheee!

Ya no era tan recatada, aunque no había perdido su estilo de gemir aparentando inocencia.

Mi pene se inflamaba cada vez más en su agujerito, mis dedos le friccionaban el clítoris para que incendie las sábanas de tanto placer y mi leche, casi en su totalidad tuvo que derramarse allí adentro. Lo que quedó en mi glande se lo ofrecí a su boquita deliciosa y a su lengua agitada.

No podía chupar ni lamer de las palpitaciones que le desfiguraban el rostro!

Otra de las vueltas me la llevé a la plaza. Con anterioridad llamé al lugar y le pedí a la venezolana que la vista con pollerita corta, una remerita con brillitos, que le haga dos colitas en el pelo, y que no le ponga bombacha.

En la plaza le compré un helado de crema y chocolate y nos sentamos en un banco.

La muy chancha se manchaba toda con el cucurucho mientras yo le secuestraba su bastón blanco por todo lo que durara nuestro encuentro.

Le comía la boca enchastrada, le metía la mano por debajo de la pollera para pasarle mi helado simple de ananá en la vagina, le sobaba las piernitas y le pedía que me toque la verga, que ya se me explotaba bajo la incomodidad de mi ropa.

Cuando no pude más la llevé a mi auto, me agaché y le lamí toda esa conchita fría por todas las veces que se la toqué con mi helado, y cuando sus gemiditos me exigían piedad, ya que la hice acabar dos veces con mi lengua, me subí en el asiento del conductor y la obligué a mamarme la pija mientras regresábamos al bulo.

La leche todavía se le confundía con helado en la boca, el cuello y la remerita cuando la dejé en manos de la Beti, que cada día parecía más avejentada.

Al tiempito se me ocurrió tenerla en mi casa.

Ni siquiera me importaba que mi novia me encuentre cogiendo con esa cieguita que me trastornaba a límites que nunca le hubiese permitido a ninguna mujer.

Pagué tres horas, porque mi casa estaba lejos de allí.

Por suerte logré que la Beti confíe en mí. Aunque nada es casualidad en esta vida. Mi viejo es el que les vende todo tipo de alcohol y cigarrillos hace años. Lo supe por él mismo en una conversación que tuvimos medio al pasar.

La cosa es que apenas llegamos a mi casa la dejé en bombachita, la senté en una silla y me puse a hervir unas salchichas. Ella quería comer unos panchitos.

Le di un vaso de coca, le serví unas papitas y, mientras ella comía ansiosa yo le besaba todo el cuerpo, deteniéndome en sus pezones erectos y generándole algunos gemidos, en especial cuando se los mordía.

Ni bien las salchichas estuvieron al fin, las puse en un recipiente y las llevé a la mesa.

Le abrí las piernas, tomé una salchicha, le pedí que la sople para que no estuviese tan caliente, y se la pasé por la vulva por entre los lados de su bombacha.

Se re mojaba la pibita!

Después repetí lo mismo con otra salchicha, pero esta vez se la introduje en la vagina para moverla y luego sacarla y dársela en la boca.

Así lo hice con otras cuatro salchichas, hasta que mi sed guerrera de macho al palo no pudo contenerse más.

La alcé en mis brazos y la recosté en sobre la mesa.

Me quedé en calzoncillos tan rápido como pude, le lamí los pies, que esta vez estaban sedosos y con las uñas cortitas, y, en cuanto murmuró:

¡me tenés re loquita guacho, cógeme ahora!

Le puse la verga entre sus piesitos y le pedí que me pajee con ellos.

Era un poco torpe en esa tarea, ya que nunca lo había hecho. Pero mi pene crecía con ese tacto particular, con el sudor que destilaba de sus plantas, con el aroma de su conchita cuando sus dedos entraban y salían bajo mis instrucciones, y con los soniditos de su boca comiéndose las últimas salchichas que quedaban, luego de untarlas en sus jugos libidinosos.

Fui hasta su carita para que me escupa la pija y los huevos, y retorné a sus pies para regárselos con mi semen ni bien ellos me presionaron la pija con pasión, y ella se abrazaba a un orgasmo tremendo con sus dedos en el clítoris.

Además yo le había metido la bombachita adentro de la concha, y eso la encendió aún más.

Esa tarde llamé a la que todavía era mi novia al celular, mientras la cieguita me hacía un pete sentadita en el inodoro de mi baño.

Hablamos de puras boludeces por espacio de 3 minutos, y la tipa no sospechó nada.

Entretanto Ayelén hizo pis, se pasó mi verga por las tetas, me la re babeó, me lamió las bolas, se la metía toda en la boca y reprimía todo tipo de arcada, gemidito o suspiros sexuales.

A la semana siguiente volví a sus brazos, y esta vez fuimos de noche a una plazoleta desierta, en la que por lo general se juntan algunos malandras a merquearse con mierdas como pegamentos o pasta base.

Esa noche, mientras yo abonaba la Beti le ponía un pañal encima de su bombacha con corazones, y luego una pollerita.

Ni bien llegamos me senté en el único banco decente y le ordené que se arrodille para chuparme la pija. Fue más rápido que mi control mental. Le di la leche en solo cuatro chupadas a todo motor, y ella se la tragó toda!

Siguió mamando, hasta que me la senté a upa y le subí la pollerita a la cintura. Tres flacos vitalicios del lugar la veían en pañales y se reían forzados, durísimos y perdidos.

Entonces, le metí la pija entre los cachetes de la cola y el pañal para frotarla bien rico y suave, para apretarle las tetas y pedirle que se mee toda.

Lo hizo recién cuando volvió a petearme, arrodillada y con el pañalín por las rodillas.

Con la excitación apaciguada en su boquita pensé que estaríamos en peligro si esos boludos se nos acercaban. Por lo que decidí llevarla a la Ternerita.

¡qué pasó chiquita, te hiciste pichí con el Lechu?!, le decía la caribeña entre risas mientras la conducía a su habitación.

Cada vez se me hacía más difícil cruzar la puerta del bulo y regresar a mi rutina sin la cieguita perversa de Ayelén.

Me encantaba dedicarle todas las pajas que me hacía en su nombre, y coger con mi novia pensando en su boquita de petera.

Pero esto no queda aquí.

Ni ella ni yo conocemos la palabra Límite a estas alturas!   fin

(8,44)