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Historia del chip 017 - En la consulta - Irma 004

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Irma esperó a su terapeuta leyendo una revista. Desnuda salvo los tacones. Hacía casi un año que había empezado a ponérselos de manera habitual, pero sólo tres meses que los llevaba en terapia. Le hacían sentir más desnuda. Se le había explicado que esa era la intención.

Cuando oyó como entraba la doctora, se puso de pie para recibirla y se dieron un abrazo. Irma ya estaba acostumbrada a esa situación. Ella desnuda y su acompañante completamente vestida. Pero en la consulta era el único lugar que tenía la vagina libre de obstáculos, el clítoris al descubierto. Sentía los labios vaginales estremecerse. La fragilidad hacia mella en su espíritu.

El contacto con su amiga era reconfortante. No la consideraba una persona ajena, una profesional distante. Era su mejor camarada, su confidente y su guía. Y, si se hubiera atrevido, se hubiera ofrecido. Como hacía con Galatea. Sabía que su unión no era posible. No sólo por la relación médico-paciente. Su terapeuta era estricta y profesional.

—Y bien... Irma ¿Cómo te sientes hoy?

—Muy bien, Miss Iron. Me encanta estar aquí, le gusto a mi amante y espero que a usted también le guste hablar conmigo y apreciar mi cuerpo— replicó Irma.

—Claro que sí, Irma. Tienes un cuerpo excelso. Cuéntame un poco de tus últimas aventuras con Galatea.

—No hay mucho que contar. Nuestra unión se basa en mi obediencia y la estricta disciplina que se me aplica. Gracias a sus consejos puedo mantener una relación sin enfermar y ... estar seca entre las piernas o al menos humedecerme en demasía.

Titubeó un poco antes de decir la última frase.

—No debes sentir vergüenza por ello, sino orgullo. ¿No es mejor disfrutar del sexo que la vida te da antes de centrarte en lo que no puedes conseguir? — preguntó Miss Iron.

—Tiene razón, Miss Iron. Es que todavía me resulta admitirlo delante de otra persona.

—Cuánto antes olvides lo que hay entre tus piernas, antes disfrutarás del resto de tu cuerpo. ¿Qué hay de las nuevas exigencias de tu ama? — preguntó la terapeuta sonriendo.

Las nuevas reglas eran sencillas. Hasta entonces, -si obtenía permiso-, había podido tocarse. Y Galatea se lo había concedido con asiduidad. Irma llegaba a casa y en cuanto se acostaba, comenzaba a acariciarse los pechos, los muslos o cualquier lugar de su cuerpo, salvo entre las piernas. Pero ya no volvería a ser igual. Nunca más se tocaría los pechos o los pezones. Eso ya era un derecho exclusivo de su ama. O los muslos o las nalgas. Unido a la limitación que le impedía refugiarse en su vagina le quedaban pocos lugares dónde confortarse. Si obtenía el beneplácito, podía estimularse por encima de los pechos o por debajo de las rodillas, lo que implicaba más deseo de estar con Galatea.

Siempre llevaba tacones altos salvo un día a la semana para impedir que los músculos de las piernas se acortasen. Una sonrisa sensual y melódica debía aparecer con regularidad, mostrando su invitación a ser contemplada y admirada. Cualquier fallo se anotaba en su diario web y posteriormente analizado. El castigo era consensuado entre Irma y Galatea.

—Las cumplo a rajatabla. El otro día cometí un fallo al no sonreír lo suficiente.

—¿Y que castigo te aplicaste?

—Decidimos que llevase un corsé de castigo las siguientes tres sesiones de amor con Galatea.

Un corsé de castigo era tremendamente incómodo. Su diseño era una tortura para la infortunada que lo llevase puesto. Además de estrechar la cintura unos diez centímetros, llevaba una cortante cadena por delante que seccionaba la zona entre las piernas y los glúteos sin remisión.

—¿Y te gustó? — preguntó Miss Iron, expectante ante la respuesta.

—Lo odio con toda mi alma, pero a Galatea parece gustarle. Se humedece en cuanto me lo ve puesto. Luego las sesiones de amor con ella son magníficas.

Miss Iron hizo una pequeña anotación mental. Luego repasaría el video de la sesión para detectar incongruencias gestuales, pero le agradó la soltura con la que Irma había hablado. Fue una de las cosas más difíciles de lograr. Irma debía de considerar como suya la alegría de su amante. Con la cadena ajustada entre sus piernas y la boca en la vagina de Galatea el que se expresase en ésos términos era una magnífica noticia.

—Bien, pero debes asegurarte de ello. Siempre pregunta a tu amante. No en ese momento, sino más adelante. Busca la ocasión. Debe saber que siempre estás dispuesta a mejorar. No muestres duda de tu actuación, sólo indaga por si te engaña tu percepción.

—Así lo haré, Miss Iron. Nunca me permitiría defraudarla— reafirmó Irma con voz orgullosa y una sonrisa sensual. No dejaba de mirar a los pechos tapados de su terapeuta tal y como tenían establecido, al igual que con Galatea.                                                                               

—Nunca me has defraudado. Mi misión es ayudarte a encontrar el mejor camino para ti y para tu felicidad, querida amiga. Muy al contrario, me siento plenamente orgullosa de tu manera de comportarte, de tu resolución y tu capacidad. Tenemos que dejarlo aquí, hoy debo salir pronto.

Las dos mujeres se pusieron de pie y se abrazaron de nuevo. Irma, envuelta en sus tacones, Miss Iron en su ropa de ante. Ninguna dejó de tocar a la otra. La espalda desnuda de Irma fue acariciada por las manos sedosas y tranquilizadoras de Miss Iron mientras los pechos de Irma tropezaron casi en los hombros de su terapeuta. Con las manos en la nuca de su mentora, no podía evitar la excitación automática que sentía siempre que elevaba los pechos o los exhibía. Las dos sabían que ocurría, pero ninguna hablaba nunca de ello. Se rozaron los labios sin llegarse a realizar un beso sensual. Una expresión afectuosa de cariño.

Irma salió de la habitación y esperó en la sala contigua a que le abriesen la taquilla con sus cosas.

*—*—*

Ya llevaban tres meses hablando del tema de los dichosos lóbulos. Para colmo, se pasaba más tiempo acariciando esa zona que en ninguna otra parte. Echaba de menos las largas sesiones en sus pechos. Sin el derecho de tocarse a sí misma en esa parte. Su frustración, ya de por sí enorme entre sus piernas, se había vuelto enloquecedora. Por suerte tenía el nuevo trabajo. Lo había conseguido gracias a un golpe de suerte. Era un lugar extraño, todo lleno de chicas guapísimas, todas con faldas cortísimas y hombres acostumbrados a hacer lo que querían. Hasta había conocido a la gran jefa en un encuentra fugaz.

Galatea no estaba en casa. Después de ducharse, se puso en la posición adecuada. Pechos fuera, codos atrás, manos en la nuca, ojos cerrados y barbilla levantada. Hoy era el día. Le daría el código de confirmación a Galatea, que decidiría cuándo se le practicaría el piercing y los tratamientos posteriores.  El ochenta por ciento de lo que ganase durante un año iría a los pagos.

No podía negarse a sí misma que estaba ansiosa... y excitada. Dependía al completo del humor de su amada. Estuvo a punto de decirle que le perforase los pezones, pero de alguna manera Galatea se sentía orgullosa de que llevase un ‘emblema’ de esclavitud a la vista todo el tiempo.

Los dedos de Galatea exploraron las puntas de los senos un par de minutos antes de ir a las orejas y acariciar los hombros con suavidad. Se besaron profunda y concienzudamente. Al acabar, fue Galatea la que rompió el silencio.

—¿Y bien?

—JK550— respondió Irma sin olvidar de sonreír. El motivo inicial y casi olvidado de su futura cruz.

—Gracias, Irma.

Los dedos volvieron a los pezones, como si estos meses de templanza hubieran sido sólo un juego. Cuando Irma estaba toda sudada y cansada de la posición, recibió un golpeteo en las nalgas.

—Vamos a la cama, dúchate primero y luego me toca recibir a mí— ordenó Galatea en tono serio.

Irma corrió para complacer a su amante. Cinco minutos más tarde ya estaba entre las piernas húmedas y sedosas de Galatea.

*—*—*

La intervención duró quince minutos. Lo primero que sintió era como el viento acariciaba los lóbulos. Estaban tan sensibles. Ya no recordaba el contacto con su clítoris, intuyendo que sería algo parecido. Sumado a la habitual sensibilidad de sus pechos y sus pezones, no tenía más remedio que admitir que resultaría muy excitante para Galatea. Después de todo, era lo único que contaba.

Fue a acariciarse, para comprobar cómo sería la caricia cuando una enfermera le indicó que no debía hacerlo bajo ningún concepto.

—No es conveniente que se acostumbre, señorita. En las condiciones establecidas se indicaba que deseaba que no pudiera tocarse sin consecuencias. Sus dedos han sido tratados. Desde ahora, si se acaricia, puede llegar a tener reacciones alérgicas. No por un contacto esporádico, siempre que no se excite y no lo convierta en algo habitual o ardiente por su parte. Es mejor que no piense en ello.

Irma entendió que por eso había estado llevando unos extraños guantes. No sentía los dedos distintos. La enfermera comprendió su confusión.

—Las yemas de sus dedos se acostumbrarán a la piel de su amante. Le excitará acariciarla. Una y otra vez. Si es que se le permite. Según tengo entendido, no acostumbra a hacerlo, tal y como indica en el formulario de admisión. Pero es algo muy bonito, que haya renunciado a sí misma y se ofrezca a alguien de manera tan completa.

Galatea le había indicado que las condiciones finales serían impuestas por ella. Que debía aceptar lo que le fuera colocado con alegría y devoción. Irma imaginó que habría más sorpresas.

—¿Puedo saber todas las nuevas implementaciones? — preguntó Irma. Su voz traslució ansiedad,

—Claro. Sus lóbulos van a poder aguantar bastante peso. Si se alargan demasiado, recobrarán su forma original con rapidez. Los piercings se cerrarán en pocos días si el agujero no está relleno, las células detectarán el aire y, por sí mismas repararán el lóbulo. Será algo doloroso cada vez. Cada nuevo piercing que se le practique le resultará tan molesto como la primera vez. Es la manera de recompensar a su amante, de ofrecerle su amor.

Irma escuchaba con atención. No olvidó sonreír. Aunque lo que quería era salir corriendo.

—Los nuevos nervios de la zona han sido reforzados diez veces, así que sentirá con mayor intensidad las caricias y los mimos que reciba. Con sincronismo hacia las zonas sexuales: pezones, clítoris, pechos y nalgas. Y todas las zonas de su cuerpo que habitualmente la excitan.

—Pero tengo un problema vaginal...— excusó Irma.

—Oh, sí. Lamento lo de su enfermedad autoinmune. No se preocupe. Su vagina no se humedecerá. Por lo demás, podrá disfrutar plenamente y ofrecerse a su amante. Tal y como desea.

Irma asintió, queriendo dar a entender que comprendía lo que le había estado diciendo. El mero gesto le llevó la conciencia a sus orejas. Sentía el soplo del aire al pasar entre los agujeros. La enfermera ayudó.

—Debe tener cuidado con los movimientos, al menos hasta que se acostumbre. Será como el roce incómodo de la ropa ajustada. O como una pluma acariciando la punta de sus orejas. Depende. Los agujeros se cerrarán en tres días. Por favor, no se los toque ni con guantes. Ni deje que se los acaricien. Sólo es necesario en esta ocasión. Luego pueden practicar el verdadero piercing. Aquí tiene los instrumentos.

Le dio una caja con instrucciones y la besó en las mejillas antes de acompañarla a la salida. El mero contacto en las mejillas unido al aire entre los agujeros de las orejas bastó para endurecer los pezones y el clítoris.

Llegó a casa antes que Galatea, algo extraño desde que trabajaba. No tenía sentido ponerse en actitud de espera. Hasta final de la tarde no llegaría y le había dicho que irían a celebrarlo. ¡Tenía tantas ganas de tocarse! Cogió un pincel y con delicadeza pasó los pelitos entre el lóbulo izquierdo mientras se miraba al espejo. Estaba desnuda como era de rigor. No tardó en sentir como los impulsos nerviosos iban hasta el hombro, a la cabeza y como si hubiera una conexión invisible a los pechos y la vagina. ¿Cómo iba a aguantar algo así? Probó con el lóbulo derecho y la sensación fue parecida, ahora notó también como deseaba que le acariciasen también la otra oreja. Su amante nunca tendría manos suficientes... o dedos. ¿Ocurriría igual cuando le acariciasen los pezones? ¿Suplicaría que le acariciasen los lóbulos?

A la excitación se sumaba el dolor del cierre. Las células hacían su trabajo. Era molesto pero soportable. La enfermera le había recalcado que nunca sería igual. No se acostumbraría. Y ni ella ni su amante sabrían cuánto dolor le ocasionaría cerrar los agujeros, sería distinto en cada ocasión. En todo caso, abrirlos siempre sería un tormento.

Irma se hubiera acariciado los pezones. Hacía tiempo que ya no tenía ese derecho. Estuvo leyendo concienzudamente el contrato y las implicaciones que contenía. ¿Cómo se hubiera tocado las orejas sin excitarse? Si lo hacía mientras se duchaba o mientras pensaba en otra cosa, su cuerpo no reaccionaría... en caso contrario, debía saber a qué atenerse. Al parecer, los dispositivos nanotecnológicos emitirían unas sustancias determinadas...

Decidió dormir un poco. Se levantaba muy temprano para trabajar y su biorritmo estaba ajustado al de su amante, que podía despertarla a cualquier hora para ofrecerle el clítoris y los labios vaginales húmedos. Sentía envidia y excitación sólo de olerlos.

No resultó fácil acomodarse con la cabeza a un lado, tal y como le gustaba dormir. Despertó cuando notó cómo Galatea le acariciaba los hombros suavemente. Los nervios alterados en sus orejas lo notaron con prontitud. Hubiera preferido un acercamiento a los pechos. Se besaron con suavidad, casi de manera casta.

—Tengo tantas ganas de tocarlos, Irma. Gracias por el regalo— reiteró Galatea. Irma contestó con su sonrisa.

—Pronto, cariño. Quítate la ropa y te doy un repaso— ofreciéndose, esperando olvidarse de sí misma por un rato. Por lo menos que disfrutase su amiga. Tal y como lo habían hablado tantas veces en terapia era mejor centrase en las necesidades de su amante y no en sus desventuras.

No hizo falta insistir. Mientras los dedos de Galatea exploraban los enhiestos salientes de Irma, ésta analizaba a fondo la gruta de su amiga con la lengua enroscada. Tuvo que pedirle que no apretara los muslos, por el dolor que le producía en las orejas. Pero no podía de dejar de sentir la piel tersa entre las piernas de Galatea. Al incorporarse, por el dolor, el cansancio y la necesidad de aire acarició con ternura los muslos entreabiertos y sudorosos. Las yemas de sus dedos parecían sentir cada poro. Se excitó tanto que pidió que volviese a jugar con los pechos. Los estímulos también iban a sus orejas, mezclando dolor y placer, indistinguibles.

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