Nuevos relatos publicados: 0

Secretos y confidencias en la cala nudista

  • 13
  • 7.293
  • 9,65 (26 Val.)
  • 1

Carmen estaba muy excitada tras escuchar el relato de Nadia, siempre decía que fue juglar en la Edad Media porque le encantaba recitar de memoria sus historias, sobre todo los encuentros sexuales, aunque pensándolo bien, la Santa Inquisición pronto la hubiera perseguido.

Carmen tenía el pelo larguísimo, hasta el final de la zona lumbar. Cuando viajaba a cualquier país le adivinaban su nacionalidad; Era el patrón de española, morena de pelo y de piel, ojos marrones muy grandes, labios carnosos y cuerpo definido por las máquinas del gimnasio. Era embajadora de aquella canción que decía: “La española cuando besa, es que besa de verdad.”

Se levantó de la toalla y miró boyante hacia el mar como si fuese su amigo íntimo, de repente se agachó muy despacio alcanzando un ángulo de 90 grados, como si estuviera en el gimnasio haciendo una sentadilla y buscó dentro de su bolso, Nadia la miraba de reojo riéndose.

—Ja ja ja, no me lo puedo creer ¿Vas a coger la cinta roja? –Adivinaba Nadia.

—Fíjate en los dos chicos de la nevera, el que está más a la izquierda ¿Se ha dado cuenta que he cambiado de postura? –Preguntaba inquieta.

—¡Cari, él y media cala!

—¿Me está mirando ahora mismo?

—¡Sí! Estaba tumbado y ahora se ha sentado para verte mejor ¿En qué momento te has dado cuenta de su existencia?

—¡Perfecto! Lo tengo fichado desde que hemos llegado, de hecho, llevamos un juego de miraditas muy interesante, tú como estás flipada contándome lo de Martín no te enteras de nada, yo he recreado tu aventura pensando que somos él y yo.

—Joder, sí que esta bueno, sí, tiene todos los abdominales fuera, además es guapísimo. Hablando de Martín pásame mi teléfono que seguro que me ha escrito.

—Toma. Me voy, necesito un refresco de ese hombre.

—¡Si si, a ver si es capaz de aliviarte el calor corporal, ja ja ja!

Se colocó sus gigantescas gafas de sol y caminó hacia las toallas de los chicos pisando fuerte, únicamente decoraba su pezón derecho un piercing plateado y su brazo izquierdo una larga cinta roja enrollada a modo de pulsera.

—Ostia ostia, Cristian, la chica morena viene, no le digas nada que la quiero para mí. –Decía el chico de la izquierda.

—No tranquilo, a mí me gusta la otra. –Aclaraba su amigo.

—¡Hola chicos! Me vais a perdonar, pero estoy seca y aquí no hay ningún sitio para comprar bebida. –Exclamo Carmen.

—Perdonada estás, una chica tan guapa como tú tiene que estar bien hidratada ¿Qué te apetece? –Respondía en un acento muy simpático y divertido.

—¿De beber? – Pronunciaba ella en un tono muy sensual fijándose en su boca y mordiéndose el labio inferior.

—Emmm, si… Claro. –Tartamudeaba.

—Una cerveza, por cierto, me llamo Carmen.

—Aquí tienes, yo soy Vicente y él es Cristian. –Se pusieron ambos de pie para darle dos besos.

—Encantado, ufff, me muero de calor voy un ratito dentro del agua, ahora os veo. –Se excusaba Cristian.

—Encantada, si nos vamos te avisamos.

—¿Te apetece que demos un paseo por la orilla? –Le sugería Vicente.

—Perfecto, no te preocupes por vuestras cosas que Nadia las mira. –le hizo un gesto a Nadia indicándole su tarea, ella observaba la situación complacida, mientras se mandaba fotos y audios con Martín.

Vicente encajaba con el perfil de hombre que Carmen adora; Tenía el pelo castaño oscuro, los ojos de un azul cielo precioso, pestañas infinitas, era alto, musculado, y llevaba todo el brazo izquierdo tatuado con temas religiosos.

—Me habías llamado la atención por tu cuerpo, pero tienes unos ojos muy bonitos.

—A ver los tuyos. – Le dijo mientras le levantaba las gafas - Joder mi niña, eres preciosa.

—Ja ja ja, exagerado. Me encanta el acento que tienes ¿De dónde eres?

—Soy de Las Palmas de Gran Canaria, pero juego a futbol en Madrid y llevo aquí en la península unos añitos.

—¿Canario? Pues yo seré tu alpiste.

—Ja ja ja, Carmen estás loca, las chicas como tú suelen ser rancias y estúpidas.

—Eso será en Madrid, las valencianas somos muy salás.

—Eres la primera valenciana que conozco, llegamos a Jávea ayer.

—Nosotras también llegamos ayer y vamos a estar todo el fin de semana. Una cosa, que te estoy mirando el brazo, ¿Me muestras los tatuajes? –Se detenía para tocarle el bíceps de manera casual.

—Si claro, mira, llevo un ángel de la guarda, una virgen, un cristo, otro ángel protector y una insignia. –Le explicaba, mientras Carmen seguía con un dedo cada detalle de la tinta.

—¡Quedar contigo es muy seguro, más protegido no puedes ir! -Bromeaba Carmen.

—Ja ja ja, cuéntame tú, ¿Qué es esta cinta roja tan llamativa?

—Lo siento, no te lo puedo decir.

—Perdona, perdona mi imprudencia.

—No tonto, es nueva está sin utilizar. De hecho, es para ti.

—¿Cómo? ¿Para mí? ¿Por qué?

—Porque me vas a follar ahí detrás en las rocas y voy a utilizarlo para hacer “el carrete filipino.” –Le decía clavando en sus ojos una mirada firme y provocadora. Los hombres por muy viriles que sean también se estremecen de pies a cabeza si intentas seducirles.

—¿El qué? ¿Follar dices, ahora, hablas en serio?

—Bueno, si no te apetece…

—No no, si desde que habéis llegado y te has quitado la ropa estoy malo, malísimo, jugando un pulso con mis ganas de empalmarme que me van a ganar dentro de un momento. Vayamos dónde quieras.

Vicente no era consciente del placer que le iba a proporcionar aquel inofensivo trozo de tela. Carmen viajó de intercambio lingüístico a Filipinas y mejoró mucho su inglés el primer mes, luego le dedicó más tiempo y atención a los intercambios sexuales aprendiendo toda clase de técnicas orientales. Su viaje duró seis meses.

Esa técnica exótica consiste en atar la banda de seda suave en la raíz del pene y envolverlo en su totalidad para que, durante la penetración, la chica tire de ella y provoque placer intermitentemente, cuando estire más o menos, provocando la locura de su amante y ser ella la dueña de su momento del clímax.

Las rocas se agrupaban formando una especie de cueva, aquello era un escondite perfecto, un lugar inusual, donde el morbo ocupaba cada mineral de esos pedruscos.

A medida que iban llegando, Vicente dejaba que ella adelantase sus pasos y se quedaba un poco retirado analizando todo el cuerpo que iba a disfrutar. Cuando se aproximaron a las rocas y ya no les veía nadie, Vicente aproximó su pene completamente recto y duro al trasero de Carmen y esta se detuvo, la rodeo con sus brazos depositando sus dedos derechos en el pezón de ella e introduciendo sus dedos índice y medio en su vagina. Ambas manos empezaron a funcionar a la vez, sus dedos derechos rotaban como si sintonizaran la radio en busca de una emisora que nunca encontraban. Los dedos izquierdos quedaron cubiertos de abundante flujo mientras Vicente los frotaba con ansia. Carmen estaba muy preparada, llevaba excitada más de media hora, lanzó su larga melena hacia el lado izquierdo, apoyó la cabeza en su pecho sintiendo cada movimiento de las manos de Vicente, cerró los ojos y jadeó como una gacela herida.

—Canario necesito meterte en mi jaula. –Suplicaba.

—Me encanta tu olor, Carmen, enciérrame donde quieras. –Le dijo confiscándole los labios.

Las feromonas -esas sustancias químicas que envían señales de olor subconscientemente a las personas del sexo opuesto- estaban despertando altos sentimientos de atracción en ambos.

Entraron a la pequeña cueva primitiva y sus instintos animales se activaron. De pie chocaban con las rocas superiores, de modo que Vicente se tumbó en el suelo y ella encima de él, bajo las reglas del 69 se devoraron mutuamente. Carmen escupía para masturbar rápidamente y volvía a posar sus labios carnosos en aquella piel canariona introduciéndose su pájaro de gran diámetro y conveniente prolongación. Vicente impactado por el sabor de Carmen era incapaz de parar de lamer, le gustaba incluso más que el mojo picón –salsa típica de su tierra-, le costaba respirar porque tenía todos los órganos genitales ocupando su cara, aquello era vicio puro.

Carmen muy nerviosa desató la cinta roja de su muñeca para atársela en el final de su sólido miembro, cuando hizo el nudo siguió comiendo cual depredadora, tenía un pacto con su garganta y podía introducirse 20 centímetros sin que le entrasen arcadas, Vicente estaba fascinado con la precisión de aquella laringe. Era el principio del juego, Carmen estiraba escasamente la cinta cuando llegaba al final de su miembro y la salivaba, Vicente gemía, esa sensación era totalmente nueva, sentía presión y humedad en todo su elemento.

—Estoy muy enfermito, quiero follarte. –Solicitaba cuando logró calmar su hambre y salir de aquellos órganos que le tenían ausentado del mundo.

—Yo seré quien te folle, quédate quieto. –Explicaba con un tono muy pornográfico.

Carmen se volteó y miró profundamente a sus ojos azules, enrollando de memoria la cinta en su pene hasta el glande. Observó su creación como si se tratase de un objeto digno de admirar, una obra de arte y asintió que todo estaba correcto. Mantuvo el brazo derecho elevado estirando la cinta mientras se introducía el pene con la mano izquierda, todo su órgano reproductor viril quedó manchado por los cálidos flujos vaginales de Carmen. Sin mover apenas su cuerpo, acomodó su mano derecha con la cinta en el pecho de él y su boca cruel le besó lentamente por el cuello iniciando pequeñas subidas y bajadas pélvicas, Él buscó sus labios y los devoró como si hiciera meses que no probaba nada. Los dos eran ardientes e impulsivos tasaban perfectamente.

Contemplaban sus cuerpos y la expresión de sus rostros mientras copulaban. El placer y la sensación que desencadenaba introducirse a alguien desconocido les resultaba muy excitante a ambos, su complicidad era extrema pese a terminarse de conocer. Estaban muy sudados, pero les daba completamente igual.

Cada vez traspasaba más rápido y fuerte a Carmen, quien no cesaba de estirar la cinta cuando notaba que él se aproximaba al final del coito. Ascendía su mano izquierda por el definido abdomen y peinaba a contrapelo sus costillas.

—No puedo más, no sé qué me está pasando, pero me muero de gusto.

—Un poquito más, niño, yo también voy a terminar ya.

Carmen con esa técnica favorecía la excitación y mantenía controlada la erección de Vicente, pero su clítoris pedía a gritos correrse. El acto era sumamente placentero, por la acumulación de sangre en los cuerpos cavernosos. Carmen no podía dejar de mirar su brazo que parecía el altar de una iglesia. El juego estaba terminando, estiró por última vez la cinta, se entregó al máximo dando saltos sobre su prolongación ahorcada sintiendo la mirada ansiosa de Vicente, su lengua mojando los pezones. Escuchaba su respiración jadeante, fatigada, cerró los ojos y soltó la cinta liberando el miembro masculino e incrementando de este modo su sensibilidad, alcanzando este un placer más intenso. El pene volvió a su estado natural y ella alcanzó el orgasmo rozando la gloria y gritando descomunalmente. Vicente en menos de un minuto eyaculó de manera espectacular, sorprendiéndose por la cantidad de semen descargado. Carmen se apartó y él enfocó hacia el piercing de su pecho.

—Toma te lo regalo para que recuerdes la experiencia. –Decía como si hubiese montado a una atracción en un parque temático. Soltó el nudo, se lo colocó en su pecho y siguió masturbándole para que sacara más semen.

—Ajjjjj, me muero. ¡Qué rico! ¿Recordar? ¿Pero no vamos a vernos más? No me digas eso, mi niña, mira como me tienes.

—Me lo voy a pensar –Dijo con una sonrisa descarada.

—Por mí, cuando quieras, soy todito pa´ti. Me ha encantado.

—Y a mí, tonto, ¡Ufff que me muero de calor!

—Venga, vamos a darnos un bañito que tengo que limpiarte lo que te he tirado.

—Bueno… será si me pillas. –Fue lo último que dijo Carmen y echó a correr mar adentro.

Vicente se levantó como pudo y corrió tras ella. Cuando la alcanzó, la besó y Carmen le abrazó durante unos minutos. Siguieron jugando a correr y pillarse, parecía que tuvieran catorce años.

Salieron del agua muy satisfechos y boyantes, la cinta roja ahora ocupaba la muñeca de Vicente. Él se quedó tumbado en su toalla apuntando el teléfono de Carmen, Cristian estaba dormido, seguramente alucinaría con el resumen de Vicente.

Carmen caminaba con paso firme y sonrisa congelada hacia Nadia.

—Nadia, me encanta ¡Que hombre, dios mío! ¡Ya tengo ganas de follármelo en otras condiciones!

—Ja ja ja. Cuéntamelo todo, ¿Lo has dejado muy descolocado verdad?

Carmen le resumió sus actividades con el futbolista canario afincado en Madrid y le preguntó por el final de su primera cita con Martín.

—¿Por dónde me había quedado?

—Cari que poca memoria, por la primera vez que te corriste, le hiciste un masaje con su propio semen y él te volvió a atravesar a traición.

—¡Sí! ¡Menudo susto me dio con todo lo gordo de nuevo! A mí ya me había bajado un poco el ciego. Esa noche nos bebimos dos botellas de vino y cubatas, el alcohol no me había dejado mostrarle como de adiestrados estaban mis músculos pélvicos y vaginales, ya sabes que gracias a las bolas chinas tengo mucha flexibilidad vaginal.

Me taladró repentinamente y empecé a contraer todos mis músculos vaginales, además de los dedos de los pies y las manos para hacer más fuerza. Le obstaculicé de todo movimiento, su pene estaba apretado al máximo dentro de mí, él quería sacarlo para bombearme, no cesaba de inténtalo, pero era yo era quién me balanceaba a mi propio ritmo. Le tuve así un buen rato, hasta que en un momento de risa flaqueé, salió de mí bruscamente y se puso de pie con un mirada asesina increíble. Mi boca atacó con rapidez su miembro, me arrodillé a los pies de la cama. Él hacía pendular sus huevos, la congestión de mis músculos le había dejado el sable vibrando. Se intentaba escapar de mi saliva de nuevo, yo veía su roja bellota oscilando a un milímetro de mis labios, intentaba alcanzarla y se me escapaba, Una, dos, tres veces, abrí mis labios sedientos, implorantes hasta que la atrapé y no la solté. Él gritaba, yo mordía despacito.

Consiguió salir de mí, con toda su hombría enlazó mis piernas a su cintura y empezó a penetrarme de manera vigorosa durante un tiempo considerable. Le hice notar que me acercaba al punto álgido para que dejase de contenerse y aumentara la intensidad de su ritmo, nuestro momento de clímax iba a coincidir, yo llevaba aro vaginal, no había problema. Me metía todo su musculado sable sin piedad, yo me agarré fuerte a las sábanas, giré el cuello y el me lo volvió a colocar para que me corriera mirándole, no pude aguantar más, grité y él me acompañó. Volvimos a eyacular de nuevo juntos. Sacó su pene y calló en cama desplomado, yo apoyé mi cabeza en su pecho.

Imagino que nos quedaríamos dormidos, así sudados y llenos de fluidos. Cuando desperté estaba a su lado sintiendo el tacto de su piel al empezar un nuevo día, le rocé con los pies entrecruzados y le palmoteé la pierna para despertarle.

No tenía maquillaje, cepillo de dientes, ni peine. Solo quería irme y Martín se empeñó en llevarme el desayuno a la cama, qué como me gustaba la leche, decía.

—¿Tú quedándote a dormir en casa de un tío? Espera, espera ¿La primera noche? No te reconozco, no sé qué te habrá dado la polla de ese hombre.

—Eso mismo pensaba yo: ¿Qué coño hago desayunando aquí? Antes de irme de su casa me dijo que cómo yo era periodista y me gustaba escribir, si quería volver a quedar con él tenía que escribir un relato de nuestra primera noche.

—¿Se lo escribiste?

—Si claro, siete páginas de Word, por cierto, tía, ¡Me encanta escribir todo lo que hacemos!

—Cari, olvídate de ese hombre, nosotras no nos enamoramos de nadie, recuerda como nos definía Ramón del Valle Inclán en La cara de Dios: La mujer fatal es la que se ve una vez y se recuerda siempre. Esas mujeres son desastres de los cuales quedan siempre vestigios en el cuerpo y en el alma. Hay hombres que se matan por ellas; Otros que se extravían…”

—Sabía lo que me ibas a decir, por eso he esperado a contártelo en persona, Martín me gusta muchísimo.

—Esta noche tomaremos algo con Vicente y Cristian, a ver si se te va esa tontería. –Afirmaba Carmen con firmeza.

Nadia asintió por no discutir con Carmen, pero no dejaba de pensar en volver a quedar con Martín.

CAROLINE GASCON.

INSTAGRAM: dolcecarolinee_

(9,65)