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Ética, religión y Mónica

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l. De monja a puta.

La preparatoria es, en mi opinión, uno de los ambientes educativos más extremos. Nada es tan simple como en la primaria o la secundaria. Los padres aflojan un poco el control sobre sus hijos pero los maestros los aprietan más. Los estudios y el deporte son ya cosa seria y las personalidades se definen. Hombres y mujeres en esta etapa se dividen en dos grandes grupos, los que por alguna u otra razón son, a falta de una palabra mejor, famosos y aquellos que pasan toda la preparatoria en la oscuridad. Algunos son reconocidos por su habilidad en los estudios, otros por sus proezas deportivas, también están los que destacan en las artes y están también los representantes de grupo que organizan las actividades sociales de la escuela y esas cosas. Existen rivalidades amistosas y otras de odio y, lamentablemente, existen casos en los que algún abusivo escoge una víctima y la hace sufrir durante toda la prepa.

Afortunadamente para mí, yo estoy en el primer grupo, soy capitán del equipo de básquetbol y mi desempeño es bueno (sí, soy alto y estoy en buena condición física). Dos años seguidos llegamos a las finales del circuito colegial y ganamos una de ellas. El año pasado perdimos en un juego muy cerrado, solo tres puntos de diferencia, y este año ya estamos calificados a las finales. En lo referente al estudio, no soy precisamente brillante, pero hasta la fecha no he reprobado. Debo admitir que he recibido alguna pequeña ayuda de vez en cuando de profesores y compañeros de la escuela como una especie de recompensa por el buen desempeño del equipo. Nada ilegal desde luego pero sí he recibido ciertas concesiones.

Debido a mi estatus como depredador y no como presa, me he convertido en una persona confiada y popular, esto ha favorecido una vida sexual bastante activa desde hace ya algún tiempo. He tenido la fortuna de estar con varias mujeres en distintos momentos y bajo diferentes circunstancias. Ésta es una de esas ocasiones.

Al estar en una escuela de tiempo completo no existe una distribución de clases regular. Tenemos que movernos de salón constantemente y estamos algunos días hasta las ocho o nueve de la noche. Este semestre la clase de ética de los miércoles y viernes acaba hasta las ocho. La maestra que nos da el curso es completamente diferente a todas las demás. Es alta y esbelta, de cadera bien formada que se delinea perfectamente bajo la ajustada falda del traje sastre. Sus senos no son grandes pero los pezones se notan abultados aun con a través del sostén y la blusa. Su rostro no es el de una modelo pero su mirada y su lenguaje corporal manifiestan una seguridad enorme en sí misma y control de todo lo que pasa a su alrededor. Parece más una ejecutiva importante de una gran compañía multinacional que una maestra. Ella y yo llegamos a llevarnos bien al paso del tiempo, aunque esa es otra historia. Todo empezó el primer día de clases.

Ese día la maestra se presentó diciendo entre otras cosas que el resto de los maestros la consideraban una yupie, en otras palabras, una persona medio creída y un tanto alzada, como una niña bien que trabaja porque quiere y no porque lo necesita. No acababa de decir esto cuando desde mi lugar dije:

- Mejor Yupie que Hippie.

Todos se rieron, ella se aproximó a mí y preguntó:

- ¿Y usted cómo se llama?

- Alejandro

Se me quedó viendo y con una sonrisa me dijo:

- Usted va a llegar lejos, Don Alejandro.

Regresó a la clase como si nada y desde ese día me volví uno de sus preferidos.

En el mismo salón estaba una chica llamada Mónica, que es quien nos interesa. Ella, entre otras cosas, pertenecía a un grupo escolar llamado Club de Jóvenes Cristianos. No era un grupo muy numeroso. De hecho, no deben haber llegado ni a veinte en toda la escuela. Se reunían en los jardines y platicaban de Cristo, la religión, la moral cristiana y otras cosas. Había dos cosas en particular que no me gustaban de ellos. La primera es que se consideraban a ellos mismos como intelectuales. Discutían entre ellos, debatían y llegaban a sus propias conclusiones, muy satisfechos de sí mismos se felicitaban y se sentían dueños de la verdad. La otra cosa que detestaba es que, cuando te encontrabas con alguno de ellos en los descansos o en reuniones, siempre te querían vender a Dios. Los evitábamos como a la peste.

A mediados del semestre se tocó el tema de ética, moral y religión. ¡Qué pesadilla…! Mónica no dejó de hablar toda la clase diciendo todo tipo de tonterías, incluso la maestra empezaba a perder la paciencia y en algún momento no pude más.

-Mónica, entiendo que seas una mujer religiosa, bien por ti, pero el que tú creas en algo no quiere decir que ese algo sea verdad ni que todos vamos a cambiar nuestra perspectiva de la vida solo porque tú lo dices.

- Yo no lo digo, lo dice Dios

- No, la gran mayoría de las cosas que has dicho no las dijo Dios, ni siquiera están en la biblia, las ha dicho la iglesia.

- La iglesia disemina la palabra de Dios.

- No, la iglesia disemina la palabra del Vaticano. Hablemos del aborto por ejemplo, no recuerdo que en ningún lugar de la biblia se haga mención al respecto. Es más, la biblia no es un código de conducta dado por Dios, es meramente una relatoría de eventos. Ideas absurdas como que la masturbación es un pecado son de lo más estúpido que he escuchado nunca. La exploración del propio cuerpo es un proceso natural en los niños y jóvenes que empiezan a conocerse y la satisfacción sexual no es algo anormal.

Al ver que la clase aprobaba Mónica lanzó una bomba.

- Cada vez que te masturbas matas a miles de niños que pudieron haber sido ciudadanos ejemplares y ciervos de Dios.

Ni una más, tiempo de aniquilar.

- ¿Ah sí?

- Sí

- Pues entonces aprende a contar niñita porque de los miles de espermatozoides que se dirigen al óvulo SOLO UNO lo fecunda ¿qué pasa entonces con los demás? MUEREN y si éste es el mecanismo que Dios diseñó para la procreación entonces acabas de decir que DIOS ES UN ASESINO DE MASAS.

- Pero Dio…

- Peor aún, bajo tu razonamiento las mujeres que no se embarazan, están asesinando a un ciervo de Dios mensualmente. ¿Cuántos asesinatos llevas tú?

La maestra interrumpió.

- Ok, ok. Calma todos, no lo tomemos personal, el tiempo se acabó. Lean el capítulo ocho del libro para la próxima clase.

La primera en salir fue Mónica, pasó frente a la maestra hecha una furia sin mirar atrás. Los demás nos levantamos con calma y empezamos a salir, al pasar frente a la maestra me despedí y ella se me quedó viendo con una sonrisa, me guiñó el ojo y me hizo la señal de Ok con la mano.

Esa tarde no hubo entrenamiento debido a un corto circuito en el gimnasio. Como tenía que esperar de todas maneras a que unos amigos salieran de clase me fui a la parte de atrás del gimnasio en donde hay un pequeño jardín con un enorme pirul. Ese lugar casi siempre está vacío pues… por la simple razón de que ahí no hay nada, simplemente una barda de unos dos metros y medio que da a la calle. Me gusta ir ahí cuando tengo que estudiar, hacer alguna tarea o dormir una siesta. Me acomodé recargado en el tronco del árbol y tomé el libro de ética para leer el capítulo ocho. Empezaba a oscurecer y quería aprovechar la poca luz que quedaba.

No bien había empezado cuando oigo una voz que me llama.

-Alex.

Era Mónica. Un poco sorprendido de que me dirigiera la palabra, contesté.

-Hey ¿Cómo estás?

-Bien, gracias. Quiero hablar contigo.

Cerré el libro, me le quedé viendo y le pregunté con desconfianza esperando que no quisiera venderme a Dios, Cristo y todos los santos.

- ¿Cómo de qué?

-De lo que me dijiste hoy en clase de ética. Yo jamás había visto las cosas de esa manera.

-Mira, no me lo tomes a mal, no tengo nada contra ti o contra la religión, es sólo que me desespera cuando escucho argumentos que no tienen sentido o son ilógicos.

Ella empezó a preguntarme una gran cantidad de cosas, y yo contestaba. Llegó el momento en que mi paciencia se agotó y entonces le dije:

- ¿Qué te parece si hacemos un experimento?

Ella se me quedó viendo con rostro inquisitivo y dijo que sí. La puse de pie frente a mí y le dije:

- Para este experimento te tengo que tocar ¿tienes algún problema con eso?

Aunque se veía algo nerviosa accedió. Levanté mi mano y la puse en su hombro dándole una palmadita amistosa. Ella se me quedó viendo con cara de ¿qué ocurre aquí? Y le dije:

- ¿Lo que acabo de hacer te molestó de alguna manera, te causé daño o me lo causé a mí mismo?

- No.

- De acuerdo. Intentemos otra cosa.

Volví a levantar mi mano y la coloqué en su cuello como si quisiera acercarla a mí para darle un beso. Desde luego no lo hice, solo me le quedé viendo.

- Nuevamente, ¿esto te molesta de alguna manera?

Con voz ya no tan segura contestó:

- No, creo que no.

- Ok, voy a subir la intensidad. ¿Algún problema?

Otra vez, pero ahora con una actitud ya definitivamente nerviosa, dijo que no había problema. En esta ocasión puse la palma de mi mano sobre la parte superior de uno de sus senos. No mucho tiempo, solo lo suficiente para que sintiera el peso de mi mano. Ella reaccionó moviendo los hombros hacía atrás, pero permaneció en su posición. Supongo que quería demostrar que no tenía miedo.

- ¿Y bien? - pregunté. - ¿Qué me dices ahora?

- Me sentí incomoda.

-De acuerdo, pero ¿te hice daño o me lo hice yo mismo o te lastimé de alguna manera?

- No, pero no es lo mismo.

- ¿Por qué? ¿Por qué ahora toqué uno de tus senos?

- Sí.

-Yo no veo la diferencia. No lo apreté, no le di masaje, nada. Pareciera ser que la única diferencia es que hay partes del cuerpo que por cuestiones sociales no deben ser tocadas. Aunque no haya intención alguna detrás de ello. Entonces el hombro está bien, pero los senos no, ¿correcto?

- Si.

- Ok, ¿Puedo volver a tu hombro entonces?

- Si.

En esta ocasión me acerqué a ella y jalé su blusa suavemente para descubrir su hombro. Puse mi mano sobre éste y con las yemas de los dedos y las uñas hice movimientos circulares y luego de ida y vuelta hacía su cuello. Ella se encogió de hombros y lanzó un suspiro entrecortado.

- ¿Y ahora?

No pudo contestar.

-Entonces no se trata solo de la parte del cuerpo que se toca sino también de cómo se toca. Sé que estoy haciendo trampa, sabía el efecto que te iba a causar, pero lo hago para demostrar otra cosa. ¿Seguimos?

En esta ocasión dudó un momento, pero luego dijo que sí.

- Ok, abre dos botones de tu blusa.

Se me quedó viendo con los ojos abiertos como platos y cara de angustia.

- Ok, lo detenemos aquí si quieres.

Me miró un momento más, pero al final hizo lo que le pedí. Lo que vi me dejó con la boca abierta, bajo la blusa, que era bastante holgada, se escondían unos senos maravillosos. Estaban comprimidos por el sostén dejando ver una clara línea entre ellos que desaparecía más abajo en la blusa. Estaban abultados en la parte de arriba como queriendo escapar de su prisión. Como pude me controlé y le di mi credencial de la escuela.

- Métela entre tus senos como las mujeres que quieren esconder algo.

Con gesto turbado obedeció. La credencial casi desapareció. Para poder meterla tuvo que usar una mano para separar esos dos globos geniales y solo quedó a la vista una de las orillas de mi credencial. Honestamente creo que, por el tamaño de esas cosas maravillosas, pudo haber ocultado ahí un auto compacto. Estiré la mano dejando que mis dedos se metieran entre ese maravilloso par y rápidamente saqué mi credencial.

- Te acabas de tocar los senos y luego te los toqué yo pero, ¿sentiste que hubiera alguna intención malévola de mi parte?

Movió la cabeza negativamente, aunque no muy convencida.

- De acuerdo. ¿Pasamos al siguiente nivel?

Estoy seguro de que estuvo a punto de decir que no, pero al final con voz débil dijo que sí. En esta ocasión metí mi mano lentamente entre sus preciosos senos y los masajeé con ternura mientras que con el pulgar hacía presión y suaves movimientos circulares sobre uno de sus pezones pudiendo notar que, además de ser enormes, estaban a punto de traspasar el sostén y la blusa de lo parados que estaban. Pude ver su rostro con cierta dificultad porque ya oscurecía, pero noté claramente como tenía los ojos cerrados y su rostro reflejaba nada más que placer.

No había vuelta atrás. En ese momento pude haber hecho con ella lo que se me antojara. Sin embargo, decidí continuar el juego. Saqué mi mano de su cómodo nido y pude ver como después de un par de segundos abría sus ojos para verme con clara decepción.

- Bien, veamos. Tal vez esto fue incómodo para ti porque eres una chica religiosa y tradicional, pero te voy a pedir que seas honesta. ¿Sentiste placer?

Bajó los ojos y con cierta vergüenza y admitió:

- Si, mucho.

Era mía.

- Ok. Las mismas preguntas de antes. ¿Lo que acabo de hacer te molestó de alguna manera, te causé daño o me lo causé a mí mismo?

- No.

- Y ese es mi punto exactamente. El placer no tiene por qué ser malo. Sigues siendo una niña buena, decente, de buen corazón. Acabamos de disfrutar un momento íntimo y ni tu ni yo vamos a ir por ahí contándoselo a todo mundo. No dañamos a nadie ni nos dañamos nosotros. ¿por qué se alteran tanto entonces los fanáticos religiosos?

Una pequeña puya para picar su orgullo.

- Podría continuar con tu educación, pero creo que ha sido suficiente para ti por este día.

Con toda naturalidad me senté de nuevo con la espada al árbol y volví a tomar mi libro. Ella se quedó de pie sin saber qué hacer y yo esperé pacientemente. Finalmente se sentó junto a mí y dijo:

- ¿Qué más hay que aprender?

- Cientos de cosas, pero ya estamos hablando de palabras mayores. Hablamos de sentirse bien y hacer sentir bien a la otra persona, hablamos de experimentar el placer sin sentirnos culpables, en otras palabras, de una verdadera educación sexual.

Con gran timidez dijo.

- Me gustaría saber más pero no estoy segura si pueda.

- Por eso es mejor parar aquí.

Volví la vista al libro y fingí continuar con la lectura. Permanecimos en silencio por algún tiempo hasta que ella rompió el silencio.

- ¿Crees que yo pudiera aprender?

Sin quitar la mirada del libro contesté:

- Todos pueden. La verdadera pregunta es si quieres.

- Me gustaría aprender.

Cerré el libro y me le quedé viendo a los ojos.

- Ok, sé que te gustaría, pero ¿en verdad QUIERES? Hay una diferencia enorme. El me gustaría implica una situación hipotética. Querer implica compromiso. Hacer lo que se tenga que hacer para obtener lo que se quiere.

Se quedó pensativa por un momento y finalmente dijo:

- Sí, sí quiero.

- Ok, empecemos.

- ¿Ya? ¿Ahora?

- Sí, ahora y aquí.

- ¿Pero no hay que preparar algo o planear o…?

- Lecciones básicas. No se necesita gran cosa. ¿Entonces…?

-Ok.

- Bien, ven acá.

Hice que se pusiera entre mis piernas con la espalda en mi pecho, pero a tres cuartos de perfil. Una vez que se sintió anidada en mis brazos empecé a besarla, suavemente primero y luego subí la intensidad. Mis manos empezaron a desabotonar su blusa, sobé sus pechos y pellizqué suavemente sus pezones. Ella interrumpía el beso cada vez que suspiraba cuando sentía algo intenso. Metí la mano en su sostén y le saqué uno de los enormes pechos. ¡Era maravilloso! Grande, proyectado hacia el frente y con un pezón oscuro completamente erecto que me pareció enorme. Lo acaricié, lo pellizqué. Humedecí mi dedo con saliva y lo froté. En este momento los suspiros eran ya francos jadeos. Yo le besaba su cuello y los hombros porque su boca no hacía otra cosa más que jadear. Mi otra mano se deslizó sobre su vientre en dirección a su entrepierna desabotonó su pantalón y bajó el cierre. Cuando metí mi mano, la sensación más increíble me ocurrió. Pude sentir su abundante mata de vello púbico por debajo de las pantaletas y, un poco más abajo, estaba mojada. No húmeda. Auténticamente mojada. Si no hubiese habido pantaletas o pantalón, seguramente habría dejado un charco en el césped.

En este momento estaba ya fuera de sí. Jadeaba, suspiraba, me besaba se retorcía. Finalmente metí mi mano bajo sus pantaletas y pude sentir ese increíblemente abundante vello púbico. Lo revolví, jugué con él y después deslicé mi mano hacia la caja mágica. Froté sus labios, metí uno de mis dedos en ese oscuro túnel mientras mi meñique se depositaba, con trabajo, entre los cachetes de sus enormes nalgas para posarse finalmente en su orificio posterior. Hice un poco de presión y la uña de mi dedo penetró su ano. Mientras todo esto ocurría, mi pulgar daba masaje a su clítoris.

No hubo que esperar mucho. Explotó como pocas veces había visto a ninguna mujer hacerlo. Se tensó, cerró fuertemente los ojos y se mordió el labio inferior. Puso sus manos sobre las mías apretando haciendo aún más presión en su pecho y su entrepierna. Se quedó así unos segundos y poco a poco fue relajándose. En ese momento sus pantalones ya estaban a media pierna debido a sus intensos movimientos y sus pantaletas ya no cubrían nada.

Cuando se recuperó abrió los ojos y se me quedó viendo con expresión de total cansancio y satisfacción, dibujó una débil sonrisa y entonces le pregunté.

- ¿Te gustó la lección?

¿Casi sin aliento contestó:

- Muuuchoo

- ¡Qué bueno que te gustó la lección! Ahora viene el examen.

Se me quedó viendo extrañada.

- Veamos que hemos aprendido hoy. Dime que fue lo que te hice. En el orden en que pasó.

- Bueno pues me besaste.

- Ok. ¿y después?

Con la sonrisa de una niña que sabe que hizo algo malo dijo:

- Me acariciaste los senos.

- Lo siento. Respuesta equivocada.

- ¿Qué?

- Verás, parte de la excitación viene, no solamente del contacto físico, eso lo puede hacer cualquiera, de hecho, lo puedes hacer tú sola. Gran parte de la belleza del sexo está en la liberación. Poder decir y hacer cosas que normalmente no dirías o harías. ¿No has sentido en alguna ocasión la necesidad de desahogarte usando una palabra que habitualmente no usarías cuando estás frustrada o muy emocionada por algo?

-Pues… sí.

- Entonces úsala, libérate. Déjalo salir todo. Dime que pasó después de que te besé.

Vi en su rostro algo de pena, pero también pude notar que la excitación se volvía a asomar.

- Me acariciaste las tetas.

- Excelente ¿Y luego?

- Me sacaste una del sostén.

- Sí, así fue y debo decirte que tienes unas de las tetas más hermosas que he visto jamás.

Ella se rio con cierta pena y se revolvió entre mis brazos al tiempo que bajaba la cara con cierta vergüenza. Tome su barbilla suavemente e hice que me mirara.

-Dime qué pasó después.

- Me metiste la mano en el pantalón.

- ¿Y te gustó?

- Mucho.

- ¿Luego?

- Me metiste la mano en… la panocha.

-Genial, sigue.

- uno de tus dedos se fue a mi ano.

- No, no, no. ¿A dónde?

Con una sonrisa pícara contestó:

- Me metiste unos de tus dedos en el culo.

- ¿Cómo se sintió

- Muy rico.

- Ok. ¿Luego?

- Me hiciste terminar… Quiero decir... me vine.

- ¡Perfecto!

- ¿Pasé el examen?

- Con excelencia.

- Una cosa más. Todo lo que acabamos de hacer son las cosas que tu hubieras dicho que son malas, que solo las chicas fáciles o las prostitutas harían, ¿Cierto?

- Sí.

- Ok. Si tú lo deseas puedo introducirte en las artes del sexo. ¿Te gustaría?

- Sí, por favor, sí.

- De acuerdo, pero si lo hago dejarías de ser la niña religiosa y mojigata que hasta hace un rato eras y te tendría que convertir en lo opuesto. ¿Aun así quieres continuar y quieres que te convierta en otra cosa?

- Sí.

- Entonces dilo.

Entendió el mensaje y viéndome fijamente dijo con tono decidido.

- Quiero que me hagas una puta.

- ¿Segura?

- Sí, quiero ser una puta.

- ¿Cueste lo que cueste?

- Sí.

- ¿Harás todo lo que te diga?

- Todo.

- Entonces es un trato. Bien, dime que crees que haría una puta ahora. Dime lo que se te ocurra, lo que te gustaría hacer.

Y completamente desinhibida, con los pantalones y calzones a media pierna y una teta de fuera, se estiró hacia mi oído y me dijo.

- Esta puta quiere mamar tu vega.

Se fue a mi pantalón y me lo bajó y expuso mi verga que no es muy gorda pero sí algo larga y con una cabeza abultada y la miró por un rato. La movió suavemente de arriba abajo y luego bajó la cabeza para chupármela. Yo le di algunas instrucciones y finalmente no pude más y me vine como pocas veces. Lancé no menos de seis o siete chorros de semen que se depositaron en su boca, labios, barbilla, nariz y tetas. Cuando levantó la vista hacia mis ojos el espectáculo fue increíble. Si en ese momento me hubiese dicho eres mi esclavo, yo hubiera dicho que sí.

Con la satisfacción de una niña que sabe que se acaba de sacar una carita feliz en el kínder preguntó

- ¿Qué tal lo hice?

- Perfecto. Aprendes rápido.

- ¿Hay otro examen?

- No, más bien una autoevaluación. Pensando que empiezas tu camino en las artes del sexo dime ¿Cómo te sientes?

- Como una Gran Puta.

Nos vestimos, nos limpiamos y caminamos juntos hacia la salida de la escuela. Nos despedimos con un abrazo, un beso apasionado y una última sobada de verga, tetas y culo. No esperé a mis amigos y me fui a casa haciendo palanes para el siguiente día. Ya en casa mientras me preparaba para meterme a la cama, pensé: Le quité a Dios una posible monja, pero le regalé al mundo una preciosa puta.

Si el relato fue de su agrado háganmelo saber y publicaré la segunda parte.

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