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La reeducación de Areana (22)

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A Areana le parecieron eternos esos dos días que pasaron hasta que llegó el viernes, el día anunciado por Lucía como el de una sorpresa con la profesora Godínez, pero el día llegó, claro, y a ella las piernas le temblaban durante esas cuadras que debía recorrer hasta la escuela.

Acostumbraba llegar cinco minutos antes, aunque esa vez la ansiedad hizo que lo hiciera bastante más temprano luego de conseguir el permiso de Milena para salir anticipadamente, al punto de que en la escalinata que conducía a la puerta no había aún ninguna alumna.

El corazón le latía aceleradamente mientras esperaba y hasta pensó, asustada, que podía sufrir un ataque cardíaco. Fue en ese pico de tensión que llegó Graciana y la esclavita recordó perfectamente que el primer día de clase la chica le había dicho a Lucía que siempre había querido tener una mascota, aludiendo a ella, claro, porque Lucía la había mencionado como “perrita”.

-Hola, perrita… -la saludó Graciana mientras daba una vuelta alrededor de ella mirándola de arriba abajo.

Areana le devolvió el saludo y quedó después mirando al piso y temblando.

-Así que sos una perrita, ¡mirá vos!... y una linda perrita…

La inquietud de Areana crecía y su temblor era ya evidente. Su ánimo oscilaba entre el nerviosismo, el temor y la excitación, esto último porque siempre se calentaba en presencia de una chica o mujer atractiva, sobre todo si se mostraba dominante, y Graciana era atractiva en grado sumo y claramente dominante.

-Sos perrita de Lu, ¿no? –supuso acertadamente la chica y luego, ante el silencio de Areana, agregó:

-Linda perrita pero muy mal entrenada, porque tenés que contestarme cuando te hablo y vos no lo hacés.

Al escuchar esa frase Areana sintió que su calentura aumentaba al tiempo de deducir que eso que Graciana acababa de decir era, sin duda, una frase de Ama. Se estremeció ante tal certeza y empezó a humedecerse al imaginar que Luciana podía integrarla pronto al grupo.

En ese momento llegaron Lucía, Rocío y Guadalupe, que se saludaron con Graciana con besos, risitas y comentarios referidos a Areana. Ya la escalinata y el pequeño espacio que había ante la puerta se había llenado de alumnas que, divididas en grupos, charlaban animadamente.

-Chicas, disculpenmé, pero la tienen mal adiestrada a esta perrita.

-¿Por qué? ¿qué pasó?. –preguntó Lucía mientras con el ceño fruncido miraba a Areana.

-¿Pueden creer que no me contestó ni una palabra cuando le estuve hablando? –dijo Graciana con entonación fingidamente indignada aunque en verdad se estaba divirtiendo mucho y deseaba que ese juego perverso avanzara.

Lucía le pegó a Areana un golpe en la nuca con el puño, que hizo trastabillar a la esclavita:

-¡¿Es cierto eso, basura?!

-Es que… perdón, Ama Lucía es que… es que yo no sabía si tenía que contestarle…

-Es lo que les dije, la tienen mal adiestrada. ¡¿Cómo que no sabía si tenía que contestarme?! –intervino Graciana disfrutando cada vez más de la situación.

Lucía aferró entonces por el pelo a Areana, acercó su cara a la de la niña y le dijo con tono duro:

-Oíme, tarada, ¿no te diste cuenta que Graciana es de las que mandan, que es de las nuestras? ¿no te diste cuenta que es como yo, como Ro y Guada, como tu Ama la señora Amalia, como Milena? ¡¿No te diste cuenta de eso, estúpida de mierda?!

-Pe… perdón, señorita Lucía… Por favor, perdóneme… -suplicó atemorizada la esclavita.

-¡¿Perdonarte?! ¡Perdonarte un carajo! –bramó Lucía mientras en torno de ellas se había formado un nutrido círculo de alumnas que contemplaban asombradas lo que para ellas era una muy extraña escena.

-En el recreo largo te vamos a llevar al baño y Graciana te va a cagar a trompadas, ¿eh, Gra?

-Me gustaría hacerle otra cosa. –contestó Graciana.

-¿Qué cosa? –preguntó Lucía, intrigada.

-Mearla. ¿No estaría bueno? –aclaró la chica con el rostro deformado por una expresión de crueldad morbosa.

-¡Dale!. –se entusiasmó Lucía y dirigiéndose a Areana, a la que mantenía aferrada por el pelo, agregó mientras le sacudía la cabeza de un lado al otro:

-Y vos preparate, basura, porque además de ser el inodoro de Gra te espera la sorpresa que te tengo preparada en la hora de la Godínez.

Al escucharla, Areana se estremeció y le costó caminar rumbo al aula tratando de aparentar normalidad cuando, en realidad, se sentía sacudida interiormente por sensaciones intensas y muy distintas entre si: miedo, excitación, ansiedad.

Ya en la clase, trató de concentarse en lo que decía el profesor de literatura, un hombrecito enclenque y calvo, pero pronto se dio por vencida y dejó que su mente fuera ocupada por el recuerdo de cuando bebió la orina de su Ama, la señora Amalia, en lo que fue la prueba que le permitió ser graduada como sumisa. Una profunda emoción la estremeció y al cabo de unos segundos esa emoción dulce y morbosa a la vez le dejó paso a la curiosidad por lo que Lucía le tenía preparado para la clase de la profesora Godínez. El corazón iba acelerando el ritmo de sus latidos y más de una vez estuvo a punto de rogarle a su compañera de pupitre que le dijera cuál era esa sorpresa, pero la conciencia de que hubiera cometido una falta de disciplina se lo impidió. Había estado muy mal con Graciana y sentía que era justo ser meada por ella, para que esa orina lavara su culpa.

Se removía inquieta en su asiento, al lado de Lucía, mientras el docente de Literatura continuaba graznando lo que para ella eran apenas sonidos ininteligibles. De pronto sintió una mano que se apoyaba en su rodilla derecha e iniciaba desde allí un lento recorrido por el muslo. Se estremeció y dejó hacer, claro, hasta que la mano llegó a su entrepierna y el arribo era acompañado por Lucía con un sorda risita.

-Por favor… -murmuró con las mejillas rojas, pero los dedos seguían allí, en su nido, que segundos después empezaba a mojarse mientras Lucía la torturaba sutilmente con su risita y la habilidad de sus dedos, esos dedos que cada tanto abandonaban el ir y venir adentro de su concha para dedicarse al clítoris.

Areana no daba más y Lucía seguía riéndose sordamente. La pobre chica, sometida a tan dulce y a la vez peligroso martirio, se tapaba la boca con una mano para evitar que se escuchara su agitadísima respiración hasta que por fin, cuando creía que estaba por llegar el orgasmo Lucía la abandonó.

-Te calentaste, ¿eh, pendeja puta? –le dijo en voz baja con la boca pegada a su oreja. –La próxima vez te hago acabar delante de toda la clase.

Ante tan pérfida amenaza Areana tuvo que hacer un esfuerzo para contener el sollozo que le había subido a la garganta al imaginarse la situación. “¿Será eso lo que me tiene preparado para Godínez?”, se preguntó y entonces el pavor la estremeció de pies a cabeza. Se supo por completo en manos de Lucía, que comandaba a las otras con su sádica imaginación. “¿Hasta dónde pensará llegar?” y la pregunta la sumió en un estado de intensidad emocional hecha de miedo, sí, pero también de morbosa excitación. Por el rabillo del ojo miró a Lucía, al parecer desentendida de ella luego de la amenaza. Miró su mano izquierda laxa sobre la carpeta abierta, esa mano cuyos dedos la habían puesto poco antes al borde del orgasmo y un súbito y fuerte deseo la invadió encendiéndole las mejillas. Su rostro se crispó por el esfuerzo que debió hacer para no tomar esa mano y llevarla a su concha, que había comenzado a derramar flujo otra vez.

Por fin llegó el recreo largo y apenas Areana puso un pie en el patio se vio rodeada por Lucía, Guadalupe, Rocío y Graciana, que dijo:

-Chicas, no saben las ganas de hacer pis que tengo.

-Vamos, inodoro, movete. –intervino Lucía dándole a Areana un fuerte empujón en la espalda mientras las otras reían. Camino al baño Rocío dijo:

-Che, ¿quién hace guardia en la puerta? Porque yo no quiero perderme el espectáculo. Lucía detuvo al grupo y apuntando con el dedo ìndice a Rocío y a Guadalupe apeló a un viejo juego usado para elegir a alguien entre varios, para bien o para mal:

-Ta te ti suerte para ti, y el ti recayó en Guadalupe, provocando el alborozo de Rocío y una protesta inútil en la perdedora:

-No te preocupes, boluda. –la consoló Lucía. No va a ser la única vez que la meemos. –y con un nuevo empujón a Areana puso en marcha otra vez al grupo.

Areana entró el baño temblando visiblemente y Guadalupe quedó en la puerta con toda su frustración y la consigna de no dejar entrar a nadie.

Con el deseo de no demorar la humillación de la esclavita Graciana pasó a comandar la situación y le ordenó:

-Tirate de espaldas en el piso.

Areana vaciló durante un instante y entonces Lucía le dio una bofetada:

-¡¿Qué pasa, pendeja de mierda?! ¡¿Estás sorda?!

-Perdón… pe… perdón, señorita Lucía… -musitó la niña y se inclinó para acostarse en el piso, pero Lucía la detuvo aferrándola por un brazo.

-No, así no es. Graciana, dale la orden otra vez.

La chica miró a Lucía algo asombrada, dada su inexperiencia en la dominación, pero repitió la orden y entonces Areana dijo en un susurro: -Sí, señorita Graciana. –y recién entonces se tendió de espaldas en el suelo, bajo las miradas perversas de sus ofensoras.

-¿Me la sujetan? –pidió Graciana mientras sin dejar de comerse con los ojos a la inerme Areana se quitaba la bombacha para después sentarse sobre el estómago de la esclavita, a la que ya Lucía y Rocío sujetaban por las muñecas. Lentamente comenzó a erguirse en busca de la posición adecuada y una vez ubicada ordenó:

-Abrí la boca, pendeja.

El baño era a esa altura como una caldera a punto de estallar por la elevadísima temperatura que la situación provocaba. Areana abrió bien grande la boca sintiendo que esas manos que aferraban sus muñecas eran en verdad expresión de su esencia de esclava, de su inevitable destino que sólo su Ama, la señora Amalia, estaba en condiciones de determinar. De pronto oyó la voz de Lucía dirigiéndose a Rocío:

.Sujetala vos, yo voy a hacer otra cosa.

Rocío se encargó rápidamente de ambas manos de Areana y Lucía se desplazó hasta quedar a espaldas de Graciana, se arrodilló y luego de apartar el largo pelo de la chica para descubrir su nuca le dio allí un apasionado beso. Inmediatamente le dijo: -No te muevas. –y con los dedos de ambas manos le abrió los labios externos de la concha.

-Ahora meala… Quiero verla tragándose todo tu pis… Vamos, meala…

Y Graciana expelió un prolongado chorro de orina que hizo blanco en la boca de Areana, que tragó disciplinadamente el líquido, por momentos sofocándose pero bebiendo y bebiendo hasta que por fin el chorro cesó cuando ella tenía los ojos llenos de lágrimas por efectos del componente ácido de la orina.

Graciana respiraba con fuerza mientras miraba a Areana, que tenía los ojos cerrados y una expresión de calma en su rostro, la calma de saber que había pagado su culpa.

-Parate, pendeja. –le ordenó Lucía para después preguntarle con tono burlón:

-¿Te gustó el trago?

-Sí, señorita Lucía… -fue la respuesta que asombró a las tres chicas.

-¡Ah, bueno! ¡Hay que darle meada seguido, entonces! –propuso Rocío. –¡La próxima quiero ser yo!

-Concedido. –dijo Lucía y aferrando por el pelo a la esclavita la puso de pie para después emprender el camino hacia el aula cuando sonaba el timbre que daba por finalizado el recreo.

Tocaba la clase de la profesora Godínez y Areana pensaba en eso mientras aún sentía en la boca el sabor de la orina de Graciana.

-Buenos días, señoritas. –saludó la docente al entrar al aula y las alumnas respondieron a coro:

-Buenos días, profesora… -y la clase comenzó con el despliegue de un mapa de Asia sobre el pizarrón y furtivas miradas de la profesora a Areana.

Habían transcurrido apenas unos pocos minutos cuando Lucía le dijo con sus labios pegados a la oreja de la esclavita:

-Preparate, pendeja. Areana se estremeció de miedo y ansiedad y segundos después, la sorpresa

-¡¿Qué hacés, degenerada?! –le gritó Lucía y se puso de pie para saltar después hacia el costado del pupitre como impulsada por un resorte.

Areana la miró a su vez con los ojos agrandados por la desorientación e intentó balbucear algo, pero le fue imposible.

-¡¿Qué pasa, Gutierrez?! –gritó la profesora Godínez sorprendida por la actitud de Lucía, que luego de llamar degenerada por segunda vez a Areana dijo:

-¡Me tocó, profesora! ¡Ésta me tocó!

Areana, al comprender que ese artero comportamiento era la anunciada sorpresa, ocultó el rostro entre sus manos y se sintió invadida por la vergüenza.

-¡¿Còmo que la tocó?! ¡Expliquese, Gutiérrez!

-Me… me tocó ahí abajo, profesora… -dijo Lucía bajando un poco el tono de su voz, en una demostración de sus dotes histriónicas.

Los ojos de la docente se abrieron al máximo de sus posibilidades mientras su mandíbula caía con fuerza y quedaba ahí, dibujándole en el rostro una expresión estúpida. Segundos después se recompuso con esfuerzo y llamó a ambas alumnas al frente.

Lucía bajó la cabeza para ocultar una perversa mueca de triunfo y precedió a Areana, que parecía devastada anímicamente, con los ojos llenos de lágrimas, retorciéndose los dedos y ese balbuceo que no podía detener.

Ya con ambas alumnas ante ella, la profesora encaró a Areana con el ceño fruncido:

-Hable, Kauffman. –le exigió con todo severo mientras que, después de un silencio espeso, en el aula se extendía un murmullo que crecía en sonoridad.

-¡Silencio, señoritas!. –exigió la profesora para después repetirle a Areana:

-¡Explíquese, Kauffman! –pero la pobrecita era incapaz de articular palabra alguna, expuesta como lo estaba a semejante humillación ante toda la clase, Sólo sollozaba mirando angustiada a Lucía, que permanecía impasible mientras ocultaba hábilmente la profunda y malévola satisfacción que la embriagaba.

-Bueno, señoritas, vamos a seguir con esto al final del día de clases en la sala de profesores. Ahí las espero a las dos. Vuelvan a su pupitre.

-Sí, profesora. –dijo Lucía y una vez que ella y Areana estuvieron nuevamente sentadas le dijo al oído a la esclavita:

-Te voy a volver loca… Te voy a hacer mierda… -y con esa muestra de odio sádico logró que Areana se pusiera a llorar desconsoladamente. Al oírla la profesora estalló:

-¡Basta, Kauffman! ¡Me está arruinando la clase! ¡Salga del aula y quédese en el pasillo! ¡VAMOS, FUERA!

Areana obedeció sin dejar de llorar mientras se encaminaba hacia la puerta temblando y mirando al piso. En ese momento, ganadas por una morbosa calentura, Graciana, Rocío y Guadalupe empezaban a tocarse.

Llegó el final de la jornada de clase y Lucía llamaba con golpecitos de nudillos a la puerta de la sala de profesores, con Areana a su espalda.

-¡Adelante! –se oyó y cuando ambas alumnas entraron vieron a la profesora Godínez sentada a la cabecera opuesta de la mesa, observándolas con expresión dura.

-Vengan acá. –les ordenó y ambas alumnas obedecieron, Lucía con sádica expectativa, Areana temerosa y excitada a la vez. La docente aparentaba frialdad, pero en su interior estaba ardiendo de ansiedad. Cuando tuvo ante si a ambas chicas se dirigió a Lucía:

-Dígame, Gutiérrez, ¿es cierto que Kauffman la… la tocó?

-Sí, profesora, me tocó ahí abajo.

-Hable, Kauffman, ¿es cierto eso?

-Yo… pe… perdón, señora…

-No me está contestando, Kauffman. -La apuró Godínez.

-No… no sé que decirle, señora…

-¡¿No sabe qué decirme, Kauffman?! ¡¿ Se està burlando de mi?!

-No, señora, no… -musitó Areana mientras retorcía nerviosamente sus dedos de ambas manos.

-Bueno, basta. Es evidente que Gutiérrez está diciendo la verdad, así que tengo que castigarla por su actitud abominable, Kauffman. No puedo permitir que las alumnas se anden tocando.

Lucía pudo con esfuerzo contener su morboso entusiasmo y se preparó para gozar del espectáculo, mientras a la Godínez le costaba cada vez más disimular la excitación creciente que la estaba invadiendo, provocándole una dolorosa tensión. Toda su estructura moral de católica preconciliar crujía y amenazaba con derrumbarse estrepitosamente. Trataba de persistir en su concepción de que las mujeres eran enviadas de Satanás, pero su deseo por Areana iba creciendo y ella flaqueaba en su decisión de oponer resistencia.

“Me estás pudiendo, pendeja hija de puta.” se dijo mientras tomaba la regla de madera que había colocado en la silla de su derecha.

-Si quiere puede quedarse, Gutiérrez. –dijo mientras tomaba de un brazo a Areana para llevarla hacia el extremo opuesto de la mesa.

-¿Le va a pegar, profesora? –preguntó Lucía.

-Sí… -fue la escueta respuesta de la docente, que ya carecía de fuerzas para ponerse a justificar con razones morales sus ganas de calentarle el culo a la esclavita.

-Sí, me quedo. –dijo Lucía y cuando la Godínez tuvo a Areana inclinada sobre la mesa y jadeando de ansiedad, se atrevió a proponerle:

-¿Quiere que… que le deje el culo al aire a esta degenerada?

La docente aceptó la propuesta sintiendo que aquello se estaba poniendo muy caliente y su excitación creció aún más viendo cómo Lucía subía la falda de Areana hasta la cintura y luego le bajaba la bombacha deslizándola por las piernas hasta los tobillos. La esclavita temblaba y gimió cuando la profesora le dio el primer azote. Lucía se puso a espaldas de la Godínez, para poder tocarse sin ser vista y presenció excitadísima y muy mojada la paliza que puso rojas las deliciosas nalgas de Areana, cuya concha era una catarata de flujo.

La profesora jadeaba, por el esfuerzo físico y también por calentura mientras le costaba quitar sus ojos de ese culo que lucía tan hermoso teñido por los reglazos.

-Acomódele la ropa, Gutiérrez. –dispuso y después, cuando Areana ya estaba de pie, con la cabeza gacha y las manos atrás, le preguntó:

-¿Vive con sus padres, Kauffman?

-Con mamá, mis padres están separados y a papá no lo veo…

-Bueno, Kauffman, quiero a su mamá aquí mañana a esta hora. ¿Entendido?

Areana tragó saliva imaginando a su madre ante la profesora y contestó con un hilo de voz:

-Sí, señora, le voy a decir.

(Continuará)

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