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Debajo del puente Gral. Belgrano (Chaco-Corrientes, Argentina)

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Eran años de noviazgo, recordado incluso con gran cariño, por ser “el primer amor”, ese que suele desorientar, hacer olvidar de todo lo que te rodea (solo importan dos personas), inclusive, de olvidar responsabilidades primordiales. Tiempos en que la juventud, la pasión, el desenfreno, la falta de criterios en ciertos aspectos y por qué no decirlo de sentido común, reinaban en esa primitiva relación.

Y al hablar de falta de criterios y de sentido común, uno se refiere precisamente a que hay un solo tema de pensamiento: el sexo, esas ganas irrefrenables de saciar el instinto sin importar mucho más.

Con la mencionada, las experiencias sexuales en los lugares más insólitos estaban a la orden del día y en esta ocasión me ocuparé de uno extraño y muy divertido a la vez.

Éramos de una ciudad vecina a la Ciudad de Corrientes y los que la conocen sabrán que en uno de los ingresos a la misma, a la vera del Río Paraná se impone la presencia del Puente General Belgrano quien la une con la Ciudad de Resistencia, Capital de la Provincia del Chaco.

Las monumentales columnas que sostienen al puente se dejan ver desde extensas distancias, queriendo autoproclamarse desde siempre, como una de las obras más monumentales del norte de nuestro país.

Convocando a quienes lo conocen y en especial a los que lo conocieron hace un par de años atrás (cuando la fastuosa Costanera Sur aún no había sido concebida), debajo del mismo, en especial en horarios nocturnos, se convocaban parejas en los más diversos vehículos buscando la complicidad de la oscuridad, con el condimento que le daba el ambiente que allí se palpaba como en ningún otro lugar de la capital correntina (y del país, posiblemente), a fin de alimentar a los más placenteros instintos amatorios. Casi siempre provistas, de las populares “heladeritas” con los más variados tipos de bebidas, que amenizaban la situación.

Enterados oportunamente de las situaciones sexuales que allí se repetían, en especial los días sábados y provocados por las más variadas fantasías (en especial las voyeurs), decidimos ir y tratar ver en principio, que sucedía.

Nos preparamos durante toda la semana, teniendo largas conversaciones al respecto, provocándonos sorprendentes calenturas, lo que nos llevaba a agudizar el ingenio para lograr calmarla en los lugares que nos permitían saciar el erotismo y los ratones que surgían y crecían motivados por nuestras charlas.

Como decía, eran sorprendentes las sensaciones que tuvimos toda la semana previa, lo que nos generó una ansiedad indescriptible.

Y el día sábado llegó. Mi viejo, como otras tantas veces me prestó el auto, un Peugeot 504, modelo 1981, impecable, techo corredizo, enormemente confortable, toda una joya.

A la hora prefijada la pasé a buscar, golpeé las manos y casi inmediatamente acudió a mi llamado con una amplia sonrisa, vestida elegantemente con una minifalda, blusa y sandalias al tono. De solo verla, la imaginación me llevó a recónditos lugares donde se ocultaban (y aun hoy se ocultan) mis perversiones más oscuras, sensaciones que a duras penas logré controlar conduciendo mis pensamientos hacia otras preocupaciones. Para no resultar extremadamente calentón, teniendo en cuenta que me conocía bastante, intenté disimular y le pregunté si estaba lista, si llevaba su documento (por si acaso nomás) y cosas así.

Una vez listos, emprendimos nuestra aventura. Mientras transitábamos el fugaz trayecto que nos llevaba a Corrientes Capital, los temas de conversación se sucedían sin abordar el específico que nos llevaba para esos lados, como si la timidez se apoderaba de nosotros.

Llegamos a eso de las 21:00 hs. aproximadamente y como era temprano fuimos a cenar y a dar unas vueltas por esa hermosa ciudad, caminamos un rato por la peatonal mientras la hora hizo su parte pasando rápidamente, llegando a situarse para cuando nos dimos cuenta en las 1 de la mañana.

Decidimos ir hacia el auto y dirigirnos hacia el comentado lugar. Nos desplazamos por la Av. 3 de Abril, recorrimos el carril derecho hasta llegar a la zona donde empalma con el puente, seguimos a la derecha y al alcanzar la zona lindante a la Unidad Penitenciaria doblamos a la izquierda y lentamente ingresamos al citado lugar (debajo del Puente General Belgrano) donde se avizoraban automóviles, camionetas y algunos utilitarios. Es destacable mencionar que no había gente fuera de los vehículos, como si un código implícito dictara la norma que todos se quedan dentro del suyo (a fin de no molestar a los demás).

Estacionamos en un espacio libre, a unos diez metros de un Ford Falcon color blanco, a unos cinco o seis de una Camioneta Ford (F100) verde (a nuestra derecha), pero a su vez podría recordar que todos los rodados estaban a una distancia cercana entre sí.

La situación en un principio era tensa, por cierto temor a lo desconocido. Pero lentamente fuimos relajándonos y sintiéndonos cómodos al darnos cuenta de que “cada uno estaba en la suya”.

Más tranquilos, acomodada nuestra visión a la oscuridad, empezamos a observar los alrededores y rápidamente nos dimos cuenta que en el Falcon la cosa iba avanzada, el auto estaba delante nuestro, como si alguien se hubiera encargado de estacionarnos ordenadamente, ya que la parte posterior del mismo se encontraba delante de la parte anterior del nuestro (a 10 metros aproximadamente), lo que permitía ver en la penumbra, la silueta de una mujer sentada (mirando en nuestra dirección) sobre su compañero de aventuras, el cual a su vez se encontraba sentado en el asiento trasero.

Los movimientos de la mujer no dejaban lugar para la duda. Lo estaba cabalgando en forma cadenciosa, manteniendo un ritmo lento, constante. Nuestra situación nos dejaba ver como su larga cabellera marcaba una estela que continuaba al meneo de su cabeza de un lado hacia el otro, llevándonos a fantasear acerca del placer que ambos estaban sintiendo.

Nuestra sensaciones eran indescriptibles, nuestras manos, sin dejar pasar más tiempo ya empezaron a recorrer el cuerpo del otro. Mi mano derecha, que estaba apoyada sobre su pierna izquierda, suavemente, comenzó a subir hasta llegar a estacionarse en su lugar mágico y empezó a acariciar como al descuido los bordes de sus adorables labios vaginales, por sobre la tela de su tanga (que dejaba imaginar a su adorable conchita, adornada por unos bellos púbicos cortitos, prolijamente rasurados) en un principio, para luego correrla un poco hacia el costado y deslizar mi dedo mayor dentro de su interior, acto que permitió percatarme de lo empapada que estaba. A su vez, sus manos ya se habían encargado de deslizar el cierre de mi pantalón y dejar escapar a mi pene de su dolorosa prisión y de esa manera advertir la fabulosa erección del mismo.

Luego de agarrármela con firmeza, los movimientos característicos de sus manos me pusieron casi al borde de la eyaculación. Le pedí que por favor se detuviera por unos instantes, para así poder recuperar la calma. Sonriendo y sosteniéndome una cierta mirada maliciosa, paraba y luego continuaba a toda velocidad hasta que en un momento dado y a pesar de lo agradable de la situación en la que estaba, sostuve su mano inquieta para detenerla definitivamente, al menos por unos instantes.

La situación estaba cargada de mucha adrenalina y era muy graciosa y placentera a la vez.

Mientras sucedía lo que les relataba en nuestro auto, en el Falcon, hubo cambios que no habíamos avizorado. Guiándonos por las siluetas, se notaba al hombre en posición de arrodillado sobre el asiento, arremetiendo desde atrás, sosteniéndola desde el cabello a su mujer, a quien se alcanzaba a ver la cabeza que sobresalía por sobre el borde superior del asiento.

Mientras mirábamos y sin dejar de acariciar su cosita, me las arreglé para sacarle la tanga y desde ese momento la calentura pasó a dirigir nuestros actos. Con una mirada, entendimos que ya no había tiempo por perder. Se levantó solo un tanto, permitiéndome correrme y sentarme en su asiento, a su vez ella se sentó sobre mí, dando un intenso suspiro de placer al sentir como su concha era penetrada por mi pija.

Inmediatamente empezó a cabalgarme casi con desesperación hasta que en pocos segundos logró un largo orgasmo y recordando en ese momento dónde estábamos, se levantó de donde estaba, se sentó en el asiento del conductor, se tapó la boca y conteniendo la respiración y el orgasmo que estaba teniendo, miró para todos lados, como buscando alguna mirada indiscreta en el lugar.

Luego de recuperar la respiración, insatisfecha, se abalanzó sobre mi pene y lo empezó a chupar como con desesperación, dándome cuenta de que mi eyaculación no se haría esperar, la detuve, terminé de sacarme el jean y como pudimos, pasamos para el asiento trasero, sin bajar del auto.

Me acomodé en la parte central y ella se volvió a sentar sobre mí, se acomodó y comenzó a moverse cual toda una experta, mientras nos besábamos y a la vez mirábamos para todos lados, como si sintiéramos las miradas sobre nuestra acción. No tardó en acabar nuevamente. Pero esta vez, sin preocuparse en absoluto y sin siquiera pensar en levantarse de donde estaba, al recobrar el aliento, comenzó nuevamente con su ritmo frenético. Sentía como su conchita succionaba mi pija y la tenía a punto de explotar en su interior. Tardamos unos pocos instantes más antes de llegar prácticamente juntos a un orgasmo que estalló en nuestros cuerpos y nos dejó calmos por unos instantes.

Sin movernos de donde estábamos, estiró su mano hasta su cartera y sacó de la misma un rollo de papel higiénico que había traído para la ocasión. Levantó una de sus piernas y lentamente retiró mi pija de su interior y se limpió la vagina con el mismo.

Se sentó a mi lado, nos miramos, sonreímos y nos pusimos a ver que sucedía a nuestro alrededor.

Lo que vimos fueron retratos en movimiento imposibles de olvidar, de ahí la decisión de escribir este relato, justamente para compartir con los lectores. Imágenes en la penumbra de parejas cogiendo por doquier. Mientras nos acomodábamos a la escasa visión del lugar veíamos una pareja cogiendo en la camioneta que estaba a nuestro lado, otra en un Fiat 128 que estaba a nuestra izquierda, y así otras más que serían interminable mencionarlas, lo que sí vale destacar es que en prácticamente todos los casos, se veía a chicas cabalgando sobre sus respectivos hombres.

Nosotros, por nuestro lado empezamos a levantar temperatura nuevamente. Empecé a acariciar su conchita llena de jugos, mientras ella me hacía una rica pajita primero y después se agachó y me la empezó a chupar.

Es importante mencionar que en todo ese tiempo había aprendido a hacerlo en forma excelente y que estaba llevándome una vez más al placer total. Por tal motivo decidí cambiar el rumbo de los hechos. Me levanté, la levanté y la senté con las piernas abiertas, apoyé las rodillas en el piso del auto y con un movimiento certero la penetré de un solo envión, provocándole un profundo suspiro. Seguidamente, mientras desabotonaba su blusa, le desprendía y le corría el corpiño hacia arriba, y le chupaba sus pequeñas y sabrosisimas tetas, comencé un vaivén frenético que la hacía jadear, dar ahogados gritos y exclamar cosas inentendibles.

Luego de largos minutos, nuevamente la levante y la puse en cuatro sobre el asiento y desde atrás empecé a bombearla con gran fuerza, provocando los clásicos chasquidos que se producen al chocar las pieles en el más profundo éxtasis de la situación.

Estimulado por una larga semana de fantasías, por imágenes de personas cogiendo por todos lados en la penumbra de nuestro alrededor, por los intensos suspiros y gritos que ella pegaba y por tener una adorable y perfecta cola en mis manos, le comenté que sentía que estaba a punto de explotar.

Como pudo giro su mirada hacia mí y con gran firmeza me miraba y podía ver en placer dibujado en su rostro, lo que aumentó increíblemente mi calentura, por lo que aumente el ritmo y cuando sentía que ella estaba acabando, retire mi pene y acabé espesos chorros de esperma (que me hacían ver luces al salir de él) sobre su cola y sobre su espalda.

Volvió a sacar el papel higiénico de su bolso, me limpió delicadamente la pija y luego se limpió sus tetas bañadas en leche.

Se acomodó y se prendió el corpiño, como así también los botones de la blusa y se estiro la pollera.

Al mirar a nuestro alrededor nos percatamos de que algunos de los autos ubicados en nuestras inmediaciones, ya se habían retirado. Miramos la hora, ya eran las 4 aproximadamente y decidimos regresar.

Agarré mi slip y mi jean que habían quedado en la parte del asiento delantero, me los puse, la remera estaba empapada de transpiración y decidí no ponérmela por el momento.

Nos pasamos a la parte delantera, hice arrancar el auto, y lentamente fuimos saliendo del lugar, vimos que aún quedaba una considerable cantidad de vehículos estacionados, lo que resultaba tentador, pero de todas maneras ya no era una hora recomendable para quedarse.

Durante el trayecto de regreso conversamos largamente de la experiencia vivida, nos reímos mucho y hablamos de repetirla a corto plazo.

Como en ningún momento se puso su tanga, en varios pasajes del viaje de regreso me la pasaba acariciándole la conchita, a lo que me decía, mientras sonreía y la voz se le entrecortaba: - Mirá que vas a tener que parar al costado de la ruta.

Rato después llegamos, bajamos del auto, la acompañé hasta la puerta de su casa. Luego de su ingreso a la misma, me retiré a la mía.

Cabe mencionar que la experiencia, por razones inexplicables, lamentablemente no se repitió.

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