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Historia del chip 022 - Espejo - Daphne 008

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De nuevo en el taxi. Daphne se alegra de haber salido del antro tecnológico. Les espera un avión y la playa. No le sorprende ver un reactor típico de ejecutivos. Las dos pilotos y la azafata hace tiempo que están preparadas. El frío de la noche y los pies casi desnudos la excitan mientras sube la escalerilla. Jennifer y los pilotos están detrás de ella. Sólo la azafata ha subido antes. Así que los espectadores ven las figuritas balancearse junto a los muslos desnudos mientras que la azafata ve las otras miniDaphnes a cada lado del cuello. Está alerta como Jennifer le solicita siempre. Bien alerta. Sabe que Jennifer ve en las figuritas como las plantas de los pies se han excitado, así como los pezones y los lóbulos de las orejas, que cada vez están más sensibles. Y toda la zona entre sus piernas, ahora que se ha puesto en marcha otra vez. No tiene ni idea como funciona el software y como representa su excitación, pero no se engaña: la exhibe impúdicamente. Hasta debe saberlo mejor que ella misma. Su mente sólo parece tener conciencia de algunos detalles.

Mientras tanto, Jennifer habla con la comandante y le explica que ha decido cambiar el destino. Van a ir a Barbados. Lamenta haberle informado con tan poco tiempo, pero ha surgido algo que le obliga a ir allí. No importa lo que tarden en cambiar el plan de vuelo. La comandante le dice que no se preocupe. Tardarán media hora más en despegar por los trámites. Pueden aprovechar para cenar algo mientras. Jennifer le da las gracias.

Una vez en el avión, Jennifer informa también a la azafata del cambio de planes. Le solicita dos menús y le dice que estarán en la suite del avión. Daphne se sonroja. Está claro lo que van a hacer allí. Y comer no va a ser lo único ni lo principal. La azafata les sugiere servir la comida antes del vuelo, ya que van a tardar unos minutos en confeccionar la nueva ruta y el plan de vuelo.

Daphne, muerta de hambre como siempre, le ruega con los ojos a Jennifer que acepte. Desgraciadamente sólo les sirven un menú a instancias de A1. Por cada tres bocados de Jennifer, uno de Daphne. En su interior, H4 está contenta. Muchas veces sus raciones son más pequeñas. Como el postre lleva azúcar no hay nada para Daphne. El café expreso, doble y amargo, no falta. Debe aparecer en las noticias mundiales o algo así, pues Daphne no sabe cuándo le ha dicho Jennifer a la azafata que lo trajese con esas especificaciones. No ha terminado de tomárselo cuando nota el sabor a esperma en su boca. Ése es uno de los síntomas que aparece cuando el modo viólame rebrota. Quiere besar a Jennifer.

—Para, ya lo sé. Tus chivatas.

Daphne recuerda, la humillación inundando su vagina. Coge una las dos figuritas que tiene a cada lado del vestido, recostadas en el asiento y ve sus colores. Los pezones están iluminados. El cuello, los lóbulos de las orejas, la zona inferior de los pechos, las nalgas, las pantorrillas y la zona posterior de las rodillas. Esto último no se lo imaginaba. El culo no. Quizás porque está sentada o porque el cuerpo humano no puede mandar mensajeros sexuales a todos los lugares a la vez. Cada figura muestra un mapa algo distinto. Daphne no acierta a saber por qué.

—Sería demasiado evidente. Cada señal tiene un retraso o un adelanto aleatorio. En cada figura y en cada zona del cuerpo. Así parece que no es más que un programa al azar, que no refleja algo real.

Daphne siente alivio al oírlo. Si las cuatro figuras reflejasen exactamente lo mismo... Jennifer continúa.

—Pero cuando estemos solas, cuando las figuritas o mejor dicho tus zapatos que son los que controlan todo, noten que no hay nadie a cinco metros se sincronizan y mostrarán las señales sin retraso o adelanto. Estoy ansiosa por probarlo.

Daphne también está ávida, pero por una razón completamente diferente. Necesita imperiosamente que le den un repaso exhaustivo, completo y profundo. Si es duradero, mejor.

—Pues, vamos a la cama, A1.

Jennifer no necesita pensárselo y se levanta. Daphne la sigue. En cuanto se incorpora, las figuras cercanas a las caderas acompañan a la gravedad, tiran hacia abajo y el metal aprisiona con fuerza la zona entre las piernas de H4. Daphne comprende que va a ser siempre así, mejor acostumbrarse. Todo sirve para excitarla. Entra en el cubículo de atrás. Jennifer no cierra la puerta con pestillo. Daphne quiere quitarse todo inmediatamente. Ya hace tiempo que no tiene inhibiciones sobre eso. Conoce lo que quiere A1. Desnúdate del todo y sabré que quieres ser follada. Nada de señales ambiguas.

*—*—*

Al salir del avión se siente fuera de contexto. No deben de ser más de las tres o las cuatro de la mañana. Jennifer se ha cambiado a unos shorts y un top informal y cómodo. Sabe que no lleva ropa interior pero no le sirve de consuelo. Daphne lleva exactamente lo mismo que cuando subió por la escalerilla. Baja con soltura. Todo este tiempo entrenando con los horrendos H4 al final han servido para algo. Y los nuevos zapatos la erotizan. Está más tranquila después del repaso que ha recibido. En unas horas el perfume y las sustancias que contiene habrán desaparecido de su sangre.

Hay un coche esperando. El conductor le da las llaves a Jennifer. Parece que va a conducir. Pero van muy cerca. Un bungalow pegado al mar les está esperando. Sólo tiene un código de control accionado por la voz de Jennifer. No han entrado las cosas todavía cuando Jennifer le saca el vestido. Por lo menos la parte de arriba. Entre las dos deshacen cordeles y cadenas. Para Daphne retirar el cincho metálico es un alivio. Ahora sólo quedan las figuritas colgadas de los lóbulos, que cree que pesan más, pero sabe que los nanobots están actuando y sus orejas van a ser mucho más sensibles.

Jennifer se las quita. Hay un baúl cercano a la entrada, en el mismo recibidor y todas las cosas de H4 van a parar allí. En ese momento, Daphne piensa precisamente en sus H4.

—Nos hemos dejado mis H4 en el antro. Creo— le dice a A1.

—Pues tienes razón. Avisaré para que los envíen a la escuela. Así te quiero siempre, alerta— le solicita Jennifer mientras saca su tableta y envía un mensaje. —Ve a por el resto de cosas al coche y las dejas en el salón. Mientras voy a asearme un poco.

H4 no cuestiona las órdenes, pero hubiera preferido no ir descalza. La sensibilidad de las plantas de sus pies está al máximo. Ha estado toda la noche evitando la barra cortante y se ha apoyado exclusivamente en los dedos y en los talones. Y los nervios se están regenerando. Se decide a ir con los pies elevados.

Deja todo en medio el salón, que tiene una vista de ensueño. Mar y horizonte. Salvo en la parte de atrás donde se encuentra el coche. Hay un cristal que lleva directamente al mar como si de un agujero se tratase. Jennifer vuelve con un bañador elegante y azul, que parece ser su color favorito. Le hace parecer más alta. Es prominente en las caderas y no cubre del todo las nalgas por lo que las piernas se ven favorecidas. Va descalza y lleva unas zapatillas en la mano. Zapatillas de agua. Cómo no, azules.

—Nos vamos directamente por la claraboya del suelo. ¿No te importa ir desnuda? ¿verdad? Hace tiempo que te quería traer aquí.

Se lo dice en un tono neutro, que Daphne recibe como una petición. Podría pedir un bañador. Seguro que sería incómodo y humillante. Pero no están en la escuela. Se trata de ir en pelotas en mitad del Caribe.

—Pero me dices que me desnude cuando quiera follar.

Daphne intenta escurrirse y buscar contradicciones en las normas. Dice follar porque es así como debe expresarlo. Odia el verbo y lo que implica.

—Lo que decía, siempre alerta. Estás mejorando mucho. Nademos hasta la zodiac, y buscaremos otra manera. Quizás prefieras usar otro vocablo que no sea ‘follar’.

Daphne asiente.

—Casa, Abre la claraboya— dice Jennifer y en cuanto ve suficiente hueco se lanza. Daphne la sigue. Jennifer espera a que se cierre de nuevo y le indica la zodiac que está sólo a unos metros. No suben directamente a la embarcación sino que por una escalerilla abordan un muelle y de allí saltan. Arranca a la primera. Daphne disfruta del paseo, a pesar de ver como la casa con toda su ropa se aleja a toda prisa. Y ni siquiera podría entrar en ella, su voz no serviría.

Jennifer deja la embarcación en una pequeña cala. Entre las dos la encallan. Giran el motor hasta dejarlo horizontal y Jennifer ata el cabo a una pequeña estaca. Salvo fuerte marea, no se moverá de allí. Daphne casi no puede ayudarla, por falta de experiencia y por la sensibilidad en sus pies. Los guijarros penetran entre la suave piel de bebé de las plantas de sus pies. No dice nada.

—¿Tienes hambre? — le pregunta Jennifer. Daphne se lo confirma. La pregunta no tiene sentido. Siempre tiene hambre. A1 le coge la mano y se encaminan hacia un pequeño sendero al borde de la playa. Oculta detrás hay una casa. Daphne está a punto de decirla que está desnuda, pero es la propia Jennifer la que habla primero.

—Antes de entrar, no quiero que pienses en tu desnudez. Me gusta que te sientas cohibida, adoro tu timidez, pero si vas a aceptar la hospitalidad de mi amigo a cambio le muestras tu cuerpo con orgullo. ¿Es un buen trato? — Daphne no lo cree, pero hipócritamente sonríe.

—Sé que no sientes demasiado esa sonrisa, pero si vamos a estar juntas te va a tocar acostumbrarte a estar completamente desnuda junto a mis amigos prácticamente siempre. Inténtalo hoy y quizás en un futuro recordemos las dos estos momentos como entrañables.

Jennifer siempre parecía tener razones para todo. La casa estaba abierta y entra directamente en la cocina. Prepara café y tostadas. Tres para ella y una para H4. Se sientan fuera a contemplar cómo se ilumina el día. El expreso de Daphne no dura demasiado ni su mísera tostada con mantequilla. Va a la cocina a por agua, bebe dos vasos y trae uno a Jennifer.

—Gracias, H4.

A Daphne no se le escapa el detalle. ¿No podía ser Daphne en vacaciones y lejos de la escuela? Siente los pechos rebosar. Recuerda que habría que extraerle la leche. Cuando Jennifer lo deseaba emitía una sustancia que inducía leche en Daphne. Y por lo que se veía hoy era uno de esos días o noches.

—Necesitaré que me ordeñes, A1— reconoce Daphne. También estaba obligada a usar ese vocablo.

—Bien, ya no lo recordaba. Si te parece, le ofreceremos tus pechos a mi amigo. Es lo menos que podemos hacer ya que nos hemos autoinvitado a desayunar.

Justo en ese momento escuchan pasos por la escalera.

—Renoir, soy Jennifer. Y H4. Quería darte una sorpresa.

Renoir sonríe. Mira a Daphne mientras abraza a su amiga. Debía tener unos cuarenta años o más. Era difícil de calcular hoy en día con los tratamientos que surgían como la espuma. Daphne devuelve la sonrisa y espera. Renoir viene a abrazarla, lo que no ayuda a quitarle la turbación que siente. Creía que estaba acostumbrada a desnudarse en casi cualquier situación, pero siempre terminaba fuera de juego.

—Es tan bella como tú. Si necesita algún vestido o un bañador…—ofrece. Jennifer se rie y niega al mismo tiempo.

—No, no es necesario. Verás. Es mi mejor amiga de la escuela de modelos. Pero algo tímida. Así le ayudo a vencer su pequeño problema. ¿Verdad que es maravillosa?

—Sí que lo es. ¿Queréis más café o un desayuno más copioso? Veo que sólo habéis tomado algo de pan— ofrece Renoir sin dejar de mirar a Daphne.

—Yo tomaré algo más un poco más tarde, gracias— dice Jennifer mirando a Daphne que supo qué quería oír A1.

—Yo nada. Gracias, Renoir.

La sonrisa de Daphne quizá resultó demasiado forzada.

—En fin, yo me voy a preparar unos huevos fritos, tostadas y algo de zanahoria— dijo Renoir.

—Antes de que desayunes, Renoir: ¿te gusta la leche materna? — preguntó Jennifer.

Renoir sacude la cabeza sin saber a qué se refiere su invitada. Jennifer le muestra el camino y empieza a mamar el pecho derecho de Daphne. Renoir acepta la invitación y se inclina para degustar el pecho izquierdo. Resulta algo incómodo y Daphne busca un método más práctico. Se sienta en la mesa y ambos la siguen. Diez minutos más tarde acaban. Daphne además de tener los pechos doloridos y los pezones irritados, está excitada. No resultaba difícil de verlo entre sus piernas. Más bien lo difícil hubiera sido no verlo.

Jennifer le da un beso para que saborease un poco de su propia leche. Le supo a gloria, aunque notó el sabor a esperma en su boca. Le cuchicheó: “Estoy cachonda.” Jennifer le acaricia el ombligo y devuelve el cuchicheo: “Así me gusta.”

Renoir ya está en la cocina preparándose el desayuno, como si todos los días le trajesen a casa una futura modelo desnuda y con leche rebosando de las tetas. Las tripas de Daphne rugen al sentir el olor del aceite frito. Quince minutos más tarde ya están en la zodiac, que resulta ser sólo el medio del transporte hasta un embarcadero, dónde hay un precioso velero.

Renoir sube primero, Daphne después y Jennifer al final. H4 es consciente del espectáculo que está dando en la escalerilla. Tanto Renoir al esperarla arriba como Jennifer desde abajo tienen oportunidad de examinarla con precisión. Daphne quiere follar de inmediato. Y difícilmente puede atribuirlo al perfume.

Mientras Renoir prepara las velas, Daphne le volvió a cuchichear a A1: “Necesito follar.”

Jennifer asiente. Casi siempre le dice que sí. Busca un rincón discreto y le dijo a H4: “Un rápido de un minuto.”

Daphne, aliviada, la besa mientras lleva las manos a su nuca y abre las piernas. Jennifer acaricia los pezones, un somero roce. Amasa los pechos sin miramientos aún a sabiendas de que están sensibles del ordeño. Aprieta las nalgas duras de Daphne y, sin miramientos, introduce su dedo corazón en la grieta predispuesta de su ahora nada timorata amante. Espera a recibir una señal de agradecimiento que consiste en contraer un par de veces, como si un pene estuviera ahí. Jennifer termina acariciando los labios húmedos y tironeando el clítoris. Y un último beso.

—Siempre termina siendo más de un minuto. Debemos mejorarlo— protesta Jennifer en tono molesto. Daphne se quedaba a cien y casi peor después de un ‘rápido’. Pero no podía evitarlo. Lo habían hecho centenares de veces. Era eso o el lento. Que debía durar más de una hora. Jennifer no quería términos medios.

—Vamos a ayudar a Renoir— le dijo Jennifer. Le golpea la nalga para animarla a moverse. Daphne sabe que su excitación no pasaría desapercibida. Y que a Jennifer no le gustaba que la ocultase. Debía sentir orgullosa de estar desnuda, de ser expuesta y de ser excitada como un animal. Nada de sentimientos recatados o modestos.

Renoir las conmina a moverse y trabajar un poco. Daphne se obliga a dejar de pensar en su vagina hambrienta y sus pezones doloridos. Los movimientos en un barco de vela resultaban bastante indecorosos, aunque al final se siente orgullosa. Las velas desplegadas y salen de la bahía.

En alta mar, dejan el barco al pairo y se bañan, pero Jennifer o Renoir se quedan siempre a bordo. Luego siguen rumbo. Daphne se queda dormida al sol mientras Jennifer le unta crema solar y protector. Aprovecha para hacerle fotos y compensar a Renoir con un fellatio merecido.

Daphne se despierta bastantes horas después. No oye nada. El barco está atracado en el puerto. Desde el muelle se la debía haber visto perfectamente. La habían podido contemplar a gusto, desnuda y dormida. Había una nota: Ven al bar del puerto. Está al final del muelle. Te dejo un tanguita sexy para que no te sientas desnuda. Pero sólo te lo puedes poner fuera del barco. Te quiero. Jennifer.

Daphne no encuentra ninguna tanguita o nada parecido. Termina hallándolo atado junto al último cabo que sujetaba el barco al muelle. No hubiera tenido más remedio que saltar desnuda. Se lo pone rápidamente. Era de esos elásticos que debían mantenerse en las caderas sin el triángulo delantero. No era precisamente grande, no obstante, tapaba casi todo el pubis. Se estrechaba rápidamente y el fino cordel sólo encontraba el camino entre sus nalgas que seguían desnudas. No sabe lo trasparente que es, no hay suficiente luz. Al caminar se da cuenta de lo áspero que le parece el suelo. Sus plantas de bebé estaban totalmente renovadas. Al menos eso esperaba. Era algo que le pasaba cada tres o cuatro días, si bien no conseguía acostumbrarse.

Besa a los dos cuando los encuentra, sentados en la terraza de fuera. Al sentarse, las tetas quedan casi al nivel de sus ojos. Aquí había la suficiente luz como para apreciar que su tanga no ofrecía demasiada protección. Por suerte, no parecía totalmente trasparente. Sin saber exactamente por qué, Daphne imaginaba que si se mojaba sus órganos sexuales aparecerían por ensalmo. Ahora debía preocuparse de sus pechos, o mejor aún, despreocuparse del todo. Eso es lo que querría Jennifer. Sentada así, era imposible que no fueran el centro de atención. Prefirió no cerrar las piernas y aparentar que estaba cómoda. No era fácil. Las miradas poco sutiles de los comensales de las mesas adyacentes y de algún que otro transeúnte no le permitían olvidar su desasosiego.

Jennifer le pide una ensalada completa y un poco de pasta. Ellos ya habían comido. Un manjar como ese era algo inaudito para Daphne. Jennifer debía de estar de buen humor. Piensa que debían haber hecho el amor. Siente un poco de celos, aunque sabe que A1 va con bastantes hombres… y mujeres. Pero quiere pensar que ella es especial. Levanta más los pechos. En cuanto llega la comida se olvida de sus acompañantes, su mente solo puede centrarse en su hambre.

Por eso, casi no presta atención cuando platican sobre el estado de la mar y la posibilidad de ir al día siguiente a una isla cercana.

—H4. Esta noche me gustaría dormir con Renoir. Hace tiempo que no lo veía. Pero me gustaría que te acostases con nosotros. Sé que tú también estás dispuesta, pero él prefiere asegurarse. Esta mañana te vio algo reticente cuando bebió tu leche.

Daphne trata de no mostrar sorpresa.

—Claro que quiero dormir con vosotros. No me dejéis sola. Por favor.

Jennifer mostró su mejor sonrisa.

—Ves, Renoir. Te dije que sí que querría. Daphne, querida. Sé que disfrutarás de lo lindo, que hace tiempo que un hombre no te ha penetrado. Me gustaría que el tanga se quedase puesto toda la noche y que llevases una venda. Asimismo, llevarás los brazos a la espalda.

Daphne se apresura a aceptar la propuesta.

—Me parece bien. Así disfrutarás más. Renoir, mi cuerpo está a tu disposición siempre que A1 te lo ofrezca. Debes preguntarle a ella, no a mí.

Jennifer le aclara que era una ‘A1'. A Renoir parece gustarle la explicación.

—Ella es una H4. Lleva unos tacones de 14 centímetros y su calzado tiene una densidad muy baja de puntas, lo que implica que tiene menor superficie dónde apoyarse. Le ayuda a mejorar la postura, a centrarse en cómo se mueve, a respirar mejor y a subir los talones cada pocos minutos. Es una maravilla apreciar cómo ha mejorado en estos meses.

Daphne no tiene demasiado interés en que Jennifer explique su calvario. Al menos no dijo nada de la crema de pies. Llegaron los cafés incluyendo el expreso doble, oscuro y amargo.

(9,00)