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Esclavizado por el Hijo de mi Patrón

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Creo que una de las relaciones que más me marcó fue la que sostuve durante algo más de seis meses con Eduardo, el hijo de un señor que tenía una tienda de abarrotes y que me dio empleo allí. En esa época yo aún no había cumplido mis 16 años, pero ya había tenido encuentros sexuales con chicos, encuentros que no resultaron del todo gratificantes para mí, por que siempre me dejaban la sensación de haber sido usado como una cosa y luego apartado con asco por esos chicos que habían disfrutado de mis esfuerzos por darles placer. Y con Eduardo no sucedió de manera nada diferente.

Gracias a la proverbial tacañería de papá para conmigo, tenía que hacer verdaderos malabares para poder suplir mis necesidades más elementales. Siempre andaba sin blanca, amén que mi ropa era una piltrafa y ni siquiera conseguía que el viejo me diera para comprar lo más necesario para el colegio. Por esa época, precisamente, fue que mi odiado hermano menor empezó a trabajar de modelo; y yo me dije a mí mismo que si él tenía un empleo yo también podría tenerlo y así ganarme lo necesario para pagar lo que se me antojara.

Aunque claro que el empleo que conseguí no era tan glamoroso como el de mi hermano; mientras él empezaba a caminar por la senda del estrellato, yo tuve que emplearme como dependiente en la tienda de abarrotes de don Antonio. De esta forma fue como empezó mi relación con Eduardo, que llegó incluso a degenerar en una relación con uno de sus primos, del que nunca supe ni su nombre, aunque en más de una ocasión me folló por cuanto agujero encontró en mi cuerpo de "mariquita", como ellos me llamaban.

El trabajo era duro pero la paga me parecía fabulosa; claro que sin conocer muy bien el valor del dinero, cualquier suma se me hacía fabulosa en esa época. Trabajaría en las tardes, luego de la salida del colegio y estaría bajo las órdenes de Eduardo, por que don Antonio se ausentaba en ese horario para ir a ver de otra tienda de abarrotes que tenía en el otro extremo de la ciudad.

El chico tenía 15 años pero ya su padre lo consideraba con el suficiente temple para hacerse cargo de la tienda en las tardes, aunque no pretendía dejarlo solo con el duro trabajo que implicaba organizar mercaderías, atender las ventas, limpiar y, en fin, todas las tareas que se llevan a cabo en ese tipo de negocios. Por eso fue que buscó un dependiente y allí llegué yo, a emplearme bajo las órdenes de un chico menor que yo, que a la primera oportunidad que tuvo, no dudó en convertirme en su juguete, o más bien en su puto particular.

Eduardo era un chico guapo aunque sin ser un adonis. Me atraía, debo confesarlo, pero en principio traté de mostrarme muy recatado, ocultando mis preferencias por los chicos, pues no quería que una simple calentura arruinara mi oportunidad de trabajar y ganar dinero. Me gustaban mucho de él sus piernas gruesas y fuertes y su trasero respingón y abultado, que resaltaba en los vaqueros que siempre traía puestos. Además que el increíble paquete que marcaba en su entrepierna me hacía suspirar irrefrenablemente.

Era el típico adolescente orgulloso de su virilidad y adoptando siempre poses de macho. En ocasiones sus actitudes eran algo grotescas y eso me hacía sentir por él una especie de miedo; me decía a mí mismo que de saber de mi homosexualidad, ese chico no sólo haría que su padre me corriera del empleo, sino que seguramente antes me apalearía con crueldad; por eso siempre me andaba con cuidado, tratándolo con distancia y limitándome a mi trabajo de la manera más diligente que me era posible.

Además que sabiéndose el hijo del patrón, Eduardo creía tener el derecho de tratarme como a su criado particular, lo que me dificultaba las cosas y en más de una ocasión tuve que morderme la lengua para no decirle cuántas eran cinco. Pero no por eso dejaba de hacerme pajas en las noches, imaginándome que el chico me daba palo duro, rompiéndome el culo y poniéndome a mamarle esa verga suya que abultaba la entrepierna de sus vaqueros y que seguramente era enorme. Y antes de un mes de estar empleado a sus órdenes, ya me había convertido en su puto.

Al principio sólo era darme órdenes a cada instante. "Que pon esto allí; que no, que mejor ponlo en ese otro lado"; "Que no has limpiado bien; que vuelve a limpiar"; "Que tráeme esto; que pásame aquello". Yo me volvía un verdadero lío tratando de obedecer esa cascada de órdenes y contraórdenes; mientras me preocupaba demasiado verle sus gestos de desaprobación cuando mi natural torpeza ocasionaba frecuentes accidentes.

El local donde funcionaba la tienda tenía una pequeña estancia en la parte de atrás, completamente aislada del resto del negocio y que hacía de oficina y de cuarto de estudio para Eduardo. La pequeña habitación tenía todas las comodidades necesarias para hacer de ella un sitio deseable para estarse descansando. Desde allí se podía observar lo que pasaba en la tienda a través de unas cuantas cámaras de seguridad; tenía un sistema de aire acondicionado; televisor con pantalla de cristal líquido, un sofá y algunos sillones muy muelles. En esa estancia permanecía Eduardo todo el tiempo, hablándome a través de un intercomunicador para pasarme sus órdenes.

Entre tanto yo me la pasaba en la tienda, limpiando, organizando, acomodando mercaderías, atendiendo a los clientes y afanándome por cumplir con los requerimientos del chico, que parecía no tener otra preocupación que hacerme sudar la gota gorda. "Tráeme un refresco"; "De ese sabor no quiero"; "Que tráeme de este otro sabor"; "Que llévate eso"; "Que apúrate que no tengo todo el tiempo para esperarte". Cuando terminaba la jornada yo estaba completamente agotado y me iba a mi casa con el único deseo de echarme a dormir.

Sin embargo, mis esfuerzos se veían compensados con el dinero que recibía por mi trabajo; al menos así lo creía entonces. La paga era quincenal, pero casi desde el primer día empecé a pedir anticipos sobre mi salario, de tal manera que al terminar la primera quincena ya no me adeudaban nada y por el contrario yo tenía una deuda con el negocio, por que además de los anticipos, Eduardo había contabilizado minuciosamente todo lo que rompí gracias a los accidentes ocasionados por mi torpeza.

La cuestión fue a tal punto que al finalizar la primera semana de la segunda quincena, le solicité a Eduardo que me diera un anticipo; pero él sacó las cuentas de mi salario y me dijo que ya no podía seguir anticipándome ni un céntimo, por que no sólo había copado lo que me pagarían por esa quincena, sino que terminando el mes aún le debería al negocio lo equivalente a la paga por una semana de trabajo. Me sentí abatido; no sólo por que de verdad necesitaba el dinero, sino por pensar que además de quedarme nuevamente sin blanca, iba a tener que trabajar sin paga por un largo tiempo.

―Claro que yo puedo ayudarte ― dijo Eduardo mirándome fijamente y con algo de malicia.

―¿De verdad puedes ayudarme? ― le pregunté yo empezando a ilusionarme.

―Sí…pero eso depende de lo que quieras hacer por dinero…

―Cualquier cosa… ― respondí yo con entusiasmo y sin imaginarme para dónde iba la cosa.

Él sonrió y sus ojos le brillaron con un gesto de malignidad que me inquietó. Pero lo que dijo enseguida me tranquilizó.

―Pues entonces me vas a hacer unos servicios extra…y si lo haces bien así mismo te voy a pagar…

―¿Y qué tengo que hacer?

―Pues algo muy fácil…

―¿Pero y qué es?

―Yo sé que hasta te va a gustar…

―Pero dime qué tengo que hacer ― lo apremié yo.

―Simple… ― dijo el chico; y luego de una pausa durante la cual me miraba fijamente continuó: Sólo tendrás que mamarme mi verga…

Sentí como un baldado de agua fría. El muy cabrón me quería convertir en su puto y yo no sabía si estaría dispuesto a caer tan bajo. Nunca antes lo había hecho por dinero; me encantaba mamar, pero sólo lo hacía por puro placer y algunas pocas veces bajo amenaza, pero no por dinero. Hacerlo por una paga era demasiado humillante y verme en esa situación me hacía sentir demasiado miserable.

―Estás loco… ― le respondí tratando de adoptar un gesto de enfado.

―No te hagas el difícil ― dijo Eduardo ― ya te he visto cómo me miras el paquete…sé que te mueres por mamármela…ya sé que eres una mariquita…

No respondí. Él estaba en lo cierto; yo era una mariquita y me mataba a pajas en las noches soñando que le mamaba la verga. Me sentí demasiado avergonzado y traté de salir de ahí para terminar con mis tareas y luego largarme a mi casa. Pero Eduardo me presionó:

―Mira mariquita…te voy a decir algo: si me haces esos "servicios extra" yo te puedo dar algo de dinero…pero si no lo haces, te tienes que largar de aquí y devolver el dinero que nos debes…ahora vete a terminar tu trabajo y piénsalo…pero si no te decides, mañana sólo vendrás aquí para devolver el dinero que nos debes.

Me encontraba en una situación que no tenía salida. ¿De dónde iba yo a devolver ningún dinero? No tenía ni un centavo; y además me quedaría sin trabajo. Seguramente papá me apalearía y me diría que sólo era un vago buenoparanada. La disyuntiva era angustiosa: por un lado me convertiría en un puto al servicio de ese pesado de Eduardo; por el otro lado me quedaría sin trabajo, debiendo pagar una suma que no tenía y además apaleado por el viejo. Estaba en un atolladero.

Me fui con el rabo entre las piernas como perro regañado; traté de seguir con mis tareas pero sin poder concentrarme, mi torpeza habitual se redobló y provoqué accidentes a cada instante, arruinando algunas mercaderías cuyo valor iba incrementado mi deuda para con Eduardo. Él no se hacía esperar para comunicarme por el altavoz el valor de lo que iba quebrando y dándome además el nuevo monto de mi deuda.

Finalmente me vi sin opción. Tal vez, después de todo no fuera mala idea convertirme en el puto de Eduardo; el chico me gustaba, y aunque ya sabía que era un pesado, seguro que iba a disfrutar mamándosela como tantas veces había soñado. Además si de esa forma podría conservar mi empleo y ganarme un poco de dinero extra, la cosa tampoco era que pintara tan mal. Al fin de cuentas, puto o no, yo no iba a dejar de ser una mariquita, como me decía él, y si no aprovechaba ahora esto que me empezaba a parecer una oportunidad, luego me arrepentiría.

Llegué al colmo de creerme obligado a agradecerle a Eduardo que me diera esa oportunidad, sin imaginarme hasta dónde me llevaría él, convirtiéndome literalmente en su esclavo sexual. Por eso, al terminar mis tareas en la tienda, me fui directamente a la oficina para comunicarle mi decisión. El cabrón no pudo menos que sonreír cuando me vio aparecer cabizbajo ante él.

―Pues ya lo he pensado… ― dije yo sonrojándome por la vergüenza.

Eduardo sonreía desde atrás del escritorio y me miraba como el cazador observa la presa que se dispone a traspasar con su flecha. Yo estaba temblando y no sabía cómo continuar; entonces él se puso serio y me instó para que le dijera cuál era mi decisión:

―Bueno, ¿y qué has pensado?

―Pues que sí lo haré…

―¿Que harás qué?

―Pues lo que tú me propones…

―Pero dímelo…quiero oírlo de tu boquita…

―Ya sabes….

―Mira, mariquita ― dijo Eduardo empezando a enfadarse ― o lo dices o te largas de aquí de una vez.

Me estremecí de vergüenza. No quería admitir mi derrota ante el pesado de Eduardo; menos aún cuando el canalla parecía disfrutar y excitarse con mi humillación. Pero no tenía otra salida que plegarme ante él.

―Pues…pues…que…te…voy…te voy a…mamar tu verga…

Eduardo soltó una carcajada que me hizo sentir más humillado de lo que ya estaba. Si la tierra se hubiese abierto tragándome, yo lo habría agradecido. Pero estaba ahí, de pie ante ese chico que me tenía en sus manos y de ahí en adelante me haría sentir todo lo que significaba ser un puto; un miserable puto al servicio de un adolescente guarro y pesado. Sin embargo no quería que él me viera tan derrotado e intenté aguarle un poco su alegría:

―Pero… ¿cuánto me vas a pagar?

El canalla volvió a estallar en carcajadas, acabando de avergonzarme y convirtiendo en derrota para mí, lo que yo creía que le aguaría su alegría. Hasta sentí deseos de largarme de ahí y no volver nunca. Ahora empezaba a arrepentirme de mi decisión.

―Pero vaya que eres un verdadero puto ― dijo Eduardo apenas pudo controlar su ataque de risa.

Volvió a observarme con esa expresión de suficiencia con la que el cazador ve a su presa ya abatida, y me soltó con un tono de desprecio que me hizo sentir aún más humillado:

―Pues mira, mariquita, te voy a pagar según me hagas gozar. Si me haces gozar mucho, voy a ser generoso. Así que si quieres una buena paga, te vas a tener que esforzar para que yo goce.

Con eso ya lo había dicho todo. Yo sería su puto y él me pagaría según mi esfuerzo por darle placer. Así que tendría que sobreponerme a todos mis sentimientos y emociones, si al menos quería sacar de todo eso el dinero suficiente para saldar mi deuda y para cubrir mis necesidades. Las piernas me temblaban y creo que de no creer todo perdido para mí en ese momento, le habría cantado cuatro verdades a ese pesado y me habría largado de allí. Pero en vez de eso lo que hice fue seguir mansamente sus órdenes.

―Ve a cerrar la tienda y vuelves aquí ― me ordenó ―. Y apúrate que ya quiero empezar a follarte tu boquita de mariquita ― remató con una nueva carcajada.

Yo no sabía qué iba a pasar de ahí en adelante. Lo único que tenía claro era que estaba a un paso de convertirme en el puto de Eduardo, ese chico de 15 años que me tenía en sus manos y que aprovecharía su situación de poder frente a mí para someterme a humillaciones con las que nunca hubiera soñado hasta entonces.

Y como para completar mi situación de abatimiento, mientras cerraba las puertas de la tienda, Eduardo me habló por el intercomunicador y me ordenó que le llevara algunos refrescos y que me apurara que ya estaba que no aguantaba la calentura y quería empezar a disfrutar de mi "boquita de mariquita". Me apuré por que sentía que lo mejor era darme prisa en salir de esa situación tan vergonzosa. Entré en la pequeña oficina y lo vi sentado en el sofá frente al televisor. Había puesto una película porno y apenas me sintió entrar me ordenó:

―Acércate mariquita, que mi verga está esperando por tu boquita de mariquita… ― dijo mientras soltaba una carcajada.

Me planté frente a él para ofrecerle los refrescos y para empezar con "mis servicios extra". Ya estaba completamente desnudo y sólo conservaba una gorra puesta con la visera hacia atrás; lo cual le daba un toque chulesco, como dicen los españoles. El cabrón estaba verdaderamente bueno; era más alto que yo; robusto en el sentido de tener un cuerpo musculado y no obeso. Sus brazos se veían a tono con sus gruesas y largas piernas y su pecho y su abdomen parecían como trabajados en gimnasio; era completamente lampiño y sólo en su pubis tenía una pequeña mata de vello negro y algo rizado.

Pero lo que me azoró demasiado fue su enorme y retorcida verga. Debía medir al menos unos 18 centímetros y tenía un grosor considerable; con ventaja era la polla más grande que yo había visto en mi vida y también la más arqueada; tenía una curva hacia abajo y hacia la izquierda, además de que era más gruesa en la punta que en la base, lo cual la hacía parecer una especie de tirabuzón. Aunque estaba incircunciso, su glande asomaba por el prepucio y se notaba que el canalla estaba ya muy excitado por que se le veía perlado de líquido pre seminal.

No podía despegar mi mirada de su enorme verga y me preguntaba cómo era posible que ese chico que apenas había cumplido sus 15 años tuviera un palo tan grande; mientras que yo, con casi 16 años, tenía una verguita en miniatura, que ni siquiera llegaba a los 12 centímetros y no tenía ni la tercera parte del grosor de la polla de Eduardo. Recuerdo que en ese instante me alegré que el trato con él fuera sólo para mamársela y no para que me la metiera por el culo; no me imaginaba entonces que antes de nada yo mismo estaría rogándole para que me follara.

Eduardo debió notar la forma en como me había quedado mirándole la verga y eso lo hizo explotar en carcajadas. Se la agarró por la base sacudiéndosela suavemente para dejarme notar todo su tamaño y su potencia y sin parar de reír me decía:

―Jajajaja… ¿Ves?.... Jajajaja… ¿Ves cómo te gusta mi verga? Jajajaja…Ven, mariquita…. Jajajaja…ven y disfrútala….

La forma grosera como se comportaba, me hacía sentir aún más humillado si cabía. Es cierto que él me gustaba; pero me gustaba su cuerpo, no su conducta arrogante y vulgar. En esos momentos de nuevo quería salir de allí para no volver. Pero estaba sometido a aquel pesado; era su puto y mi única opción era brindarle placer para que me pagara el suficiente dinero con qué poder salir del atolladero en que me encontraba. Así que me acerqué tímidamente y me puse de rodillas ante él; le agarré su enorme herramienta e intenté llevármela a la boca para empezar a mamársela; pero el muy cabrón me lo impidió.

―Nooo…no, no…No seas goloso, mariquita…Así no. Ya sé que te mueres por mamármela…pero primero tienes que disfrutarla…Vamos, mariquita, disfruta de mi verga…puedes hacerlo con confianza…

Me asombré por ello y no supe a qué se refería con eso de que yo podía disfrutar de su verga antes de mamársela. Me quedé ahí de rodillas ante él agarrándole su palo suavemente con mi mano izquierda y con mis labios entreabiertos y muy cerca de su glande; respirando el aroma de su polla que ya empezaba a calentarme. Lo miré como interrogándolo con mis ojos y entonces él me explicó:

―Mira, mariquita: me la tienes que acariciar muy bien, primero sobándomela bien suave…después me le puedes dar besitos por todos lados…también me gusta que me la lengüeteen muy bien y que me chupen los huevos y me los laman…claro que también podrás mamármela…pero sin hacerme correr demasiado rápido…por que quiero disfrutar al máximo de tu boquita de mariquita….

Estaba claro que el cabrón no intentaba que yo disfrutara mamándosela; lo que pretendía era que le diera una verdadera mamada, que lo hiciera delirar de placer. No quería una simple mamada convencional, como para sacarle la calentura; lo que deseaba en realidad era que yo me esforzara al máximo para ganarme mi paga. Sin embargo, creo que le agradecí su gesto; tal vez me hubiese hecho sentir mucho más humillado el que simplemente me metiera su verga y me follara la boca. Eduardo iba a dejarme hacer "mi trabajo" y eso me daba un poco de seguridad; además que siempre estaba el hecho que entre más placer pudiera darle, mejor sería mi paga; él lo había dicho. Así que mejor si yo podía hacer lo que sabía; pondría todo mi esfuerzo en ello.

Otra cosa que me hacía sentir medianamente seguro, era que a pesar de su vulgaridad y su grosería, Eduardo no me había tratado con violencia; por el contrario, a pesar que sus palabras me hacían sentir demasiado humillado, él me había tratado con toda la amabilidad que se puede esperar de un adolescente de 15 años muy machote y muy arrogante, que tiene a un puto a su disposición para darse placer y hacer con el infeliz lo que le venga en gana. Al principio yo había creído que la cosa sería diferente; que Eduardo me daría palo duro, sin importarle cómo me sintiera yo ni cuánto daño me provocara con su enorme verga.

Ya la vida me había enseñado que los chicos como Eduardo no se andan con miramientos ni amabilidades cuando disponen de una mariquita para sacarse la calentura; así me lo habían demostrado en primer lugar Wilhem y Norman, los dos amigos alemanes con los que me compartió Felipe, mi primer y grande amor. Esos dos chicos, que a pesar de no haber cumplido sus 14 años, me dieron con todo, haciéndome conocer el infierno, compitiendo por ver cuál de ellos me causaba más sufrimiento y más humillación y que a pesar de mis súplicas y mis llantos, no mostraron ninguna misericordia; pues sólo veían en mí a la mariquita, a la putita, al agujero que usaban para desahogar sus ardores adolescentes.

En ese momento no sabía hasta qué límites me iba a llevar Eduardo; el caso era que se estaba mostrando mucho más considerado de lo que yo hubiera esperado. Así que por eso, y también esperanzado en obtener una buena paga, me esforcé hasta donde pude por darle placer. Con su enorme verga entre mis manos, empecé sobársela suavemente, como si estuviera dándole un masaje. Se la sobaba de arriba a bajo, pero haciéndolo muy despacio y con ambas manos, para que aquello no fuera a parecerse a una paja. Me tenía casi hipnotizado el tamaño de aquel palo, pero sobre todo su extrema dureza.

Algo que siempre me ha fascinado cuando le estoy acariciando la verga a un chico es ese contraste tan marcado entre la suavidad de la piel y la dureza y la potencia del palo. Eso me pone a mil, aún mas cuando percibo cómo la dura verga vibra con fuerza entre mis manos; entonces siento la necesidad urgente de llevármela a la boca y mamar como si de ello dependiera mi vida. Y aunque sabía que aún no podía mamársela a Eduardo, no por eso dejaba de humedecerme los labios con la lengua, esperando el momento en que pudiera tragarme esa polla que estaba empezando a volverme loco de deseo.

Aunque mientras se la acariciaba suavemente con mis manos, el cabrón parecía distraído, comiendo algunas frituras que yo le había traído de la tienda junto con los refrescos. Empecé a oír gemidos que provenían de la película que él estaba viendo y eso me calentó aún más de lo que ya estaba. Seguí acariciándosela con mis manos por algunos minutos más; pero ya no resistí mucho antes de empezar a besársela por todos lados. Y apenas le di el primer beso, la potente verga brincó dándome un suave golpe en los labios, lo cual me hizo gemir de excitación.

Eduardo soltó una sonora carcajada, se la agarró y empezó a darme pollazos en la boca, mientras a cada golpe yo me esforzaba por besársela. Él no paraba de reír y aunque eso me humillaba demasiado, era más grande la calentura que me provocaba lo que me estaba haciendo, pues siempre me había excitado demasiado que los chicos me azotaran la cara con su verga bien dura antes de ponerme a mamársela. Pero al rato eso pareció perder la gracia para él; entonces me apuntó con su polla y me ordenó:

―Ahora empieza a lamerme la verga, mariquita…

No me hice esperar; con la calentura que tenía estaba a punto de rogarle que me dejara mamársela de una vez por todas; pero me atuve a la orden que él me había dado. El primer lengüetazo se lo di en el glande y me acabé de excitar con el sabor de su líquido preseminal. Seguí lengüeteándole la cabeza de la verga por que estaba fascinado con la abundancia en que le manaba aquella baba transparente y untosa. Eduardo parecía también muy excitado, pero el cabrón sabía perfectamente cómo disfrutar al máximo de una mamada, prolongándola para alcanzar el mayor gozo posible. Así que me agarró por los pelos tirando mi cabeza hacia atrás y me ordenó que le lamiera toda su polla.

Volví a obedecerle, tratando de calentarlo hasta tal punto que ya no aguantara y me ordenara mamársela. Me incliné un poco hasta que mi boca estuvo a la altura de sus huevos y empecé a lamérselos suavemente. Sentía sus testículos hinchados por la excitación y además me gustó mucho su escroto rugoso y sin pelos. No resistí la tentación y poco a poco me metí uno de sus huevos en la boca y se lo chupé suavemente. Estaba rogando por que el canalla me dejara hacerle eso y pareció que no le disgustó para nada; así que tomé confianza, liberé el primero y me metí su otro huevo y me dediqué a chupárselos uno a uno, alternativamente.

Al poco rato decidí intentar con ambos huevos; abrí mi boca al máximo y me tragué todo su escroto y empecé a lengüetearle los huevos con entera suavidad, evitando a toda costa ir a lastimarlo, pues sabía perfectamente que el cabrón no mediría la paliza que me daría si lo lastimaba al menos un poco. Aquello debió gustarle por que volvió a abandonarse, dejándome hacer "mi trabajo". Dejó de agarrarse la verga y se acomodó en el sofá, seguramente para estarse más relajado mientras yo seguía chupándole los huevos.

Volví a tomar su verga con mis manos para sobársela suavemente mientras seguía chupándole ambos huevos; pero me traicionó la resistencia de los músculos de mi cara y tuve que abandonar sus huevos por físico cansancio, para dedicarme ahora al duro palo que vibraba entre mis manos. Me apliqué entonces a repasarle mi lengua por la potente verga, lamiéndosela con verdadera lujuria y consagrando mis mejores esfuerzos en su glande, pero sin olvidar ningún resquicio de esa polla que me estaba volviendo loco de excitación.

Sin despegar mi lengua de su verga, a cada momento levantaba mis ojos tratando de buscar su mirada para saber si estaba gozando con "mi trabajo". Siempre me ha sucedido lo mismo cuando se la estoy mamando a algún chico; sin importar las circunstancias que me hayan llevado a hacérselo, busco su aprobación, por que me surge la necesidad de sentirme seguro de estarlo complaciendo como debe ser; creo saber que fue Felipe el que me acostumbró a eso. Pero el canalla de Eduardo estaba completamente abandonado; tenía sus ojos cerrados y se encontraba en un estado de relajación que me hizo pensar que toda la fuerza de su cuerpo se había concentrado por completo en su duro, potente y vibrante palo.

Aquello me dio arrestos suficientes para no esperarme. Le dediqué un lametazo más, desde los huevos hasta la cabeza de su potente palo y poco a poco me lo metí en la boca y empecé a mamárselo. Al principio sólo le chupaba suavemente el glande; pero al ver que Eduardo me dejaba hacer "mi trabajo" sin oponérseme y que además ya jadeaba por el placer que estaba recibiendo, me decidí a ir tragándome toda su verga y paulatinamente fui incrementado el ritmo de la mamada, sin olvidarme de repasarle la lengua constantemente por el glande.

No me cupo toda en la boca y tuve que conformarme con tragarme apenas poco más de la mitad de la enorme y retorcida verga; y sin embargo, mientras se la chupaba suavemente y le lamía el glande con suavidad, la sentía vibrar y casi rebotar entre mi paladar y mi lengua. Se notaba que el cabrón de Eduardo estaba gozando al máximo y la verdad yo tampoco era que estuviera tan a disgusto sintiendo entre mis labios la potencia de esa polla suya.

Oí perfectamente cómo él empezaba a gemir por tanto placer que estaba recibiendo y eso me animó para aumentar el ritmo de la mamada. El cabrón tensó entonces todo su cuerpo y su verga adquirió una rigidez extrema; se le puso más tiesa que en ningún momento durante toda esa larga y detallada sesión de sexo oral. Supe que había llegado el momento en que Eduardo iba a correrse.

Toda la experiencia que había acumulado desde la primera vez que le mamé la verga a un chico, me ha servido para identificar el instante preciso en que les viene la corrida; eso me valía para poder retirarme a tiempo y evitar que eyacularan dentro de mi boca, lo cual me parece demasiado humillante; aunque casi nunca me he librado de tragarme el semen, por que todos los chicos parecen sentir una fascinación especial obligando a "la mariquita" que acaba de chapársela a que se beba su leche, y si además logran que se les agradezca que hayan permitido que los complazcan, se sienten verdaderamente plenos; es como si eso les reafirmara su virilidad y les confirmara también su posición de dominio y de poder sobre ese otro que sigue arrodillado a sus pies luego de haber hecho el máximo esfuerzo por complacerlos.

Incluso ya me había encontrado con algunos chicos que me obligaron a lamer su semen del suelo y tragármelo, mientras ellos volvían a excitarse al someterme a semejante ultraje tan humillante. Nunca he podido explicarme cómo es que los adolescentes que posan de machos hacen uso de "una mariquita" para darse placer y luego humillan, rebajan y vejan a aquel que lo único que ha hecho es rendírseles sin condiciones y procurarles placer. Tal vez es que sienten que esa crueldad suya los sitúa en una posición lo suficientemente dominante como para no verse ellos mismos en el papel del maricón, al que tanto desprecian pero del que tanto gozan.

El caso es que Eduardo no era en nada diferente de esos chicos arrogantes y crueles que ven como una obligación o como un placer extra el vejar y humillar a "una mariquita" que acaba de complacerlos. Y apenas sintió que yo dejaba de mamar su verga en el preciso instante en que él iba a eyacular, pareció ponerse furibundo; me agarró por los pelos sacudiéndome con violencia y haciéndome recostar mi cabeza sobre su muslo izquierdo. Luego de tenerme en esa posición, se agarró la verga y empezó a restregármela por toda la cara mientras en el paroxismo del placer balbuceaba insultos y amenazas. No tardó ni cinco segundos en venirle el orgasmo y se corrió a lo bestia sobre mi cara, haciendo que su semen me bañara el rostro e incluso me entrara por mis ojos y mi nariz.

Ya un poco repuesto del orgasmo y aun sosteniéndome violentamente por los pelos; siguió restregándome su verga por toda la cara, esparciéndome su semen hasta dejarme el rostro completamente empapado, mientras sonreía con malignidad y me amenazaba con hacerme algo que me resultaría de verdad más humillante que tragarme su leche.

Cuando acabó de dispersar su semen por mi cara con su verga, dejándome el rostro completamente blanco y untoso, me ordenó que se la volviera a mamar para limpiársela. Yo estaba lo suficientemente aterrado como para no andarme con remilgos; así que se la chupé lo más suave que pude y haciendo de tripas corazón me tragué los restos de leche que tenía; para que Eduardo tal vez no se fuera a sentir desairado, se enfureciera y me apaleara. El cabrón era unos meses menor que yo, pero a sus 15 años ya era tan fuerte como un hombre adulto y seguro no dudaría en molerme a golpes si me le resistía.

Luego me liberó y me ordenó que le alcanzara la billetera que estaba en uno de los bolsillos de sus vaqueros. La tomó y extrajo unos cuantos billetes, los contó y los tiró al suelo cerca de sus pies, ordenándome que los recogiera, por que según él esa era mi paga por los "servicios extra" que le había hecho. Me causó mucha vergüenza y humillación tener que ponerme en cuatro patas ante él para recoger el dinero, pero lo hice sabiendo que me lo había ganado con esfuerzo y que además lo necesitaba con urgencia.

El canalla no paraba de reír burlándose de mí al ver mi cara cubierta por su semen, y me advirtió que me haría eso siempre que yo me resistiera a tragarme su eyaculación, por que según él, de ahí en adelante tendría que mamarle la verga con mucha frecuencia, y estaba claro que "una mariquita" como yo no podía rechazar el semen de un varón y antes por el contrario, debía mostrarme agradecido de que él decidiera correrse en mi boca y me dejara saborear su leche.

Me ordenó que me fuera a mi casa y cuando intenté entrar al baño para lavarme la cara, el muy canalla me lo impidió y hasta me acompañó a la salida para evitar que me limpiara su semen. Tuve que irme por más de 15 calles caminando con mi rostro cubierto de su blanca y espesa leche, avergonzado hasta el límite y sintiendo que todas las miradas se posaban en mí y que todos los que me veían adivinaban lo que acababa de hacerme Eduardo. Por supuesto que de ahí en adelante, recibí siempre en mi boca la eyaculación del cabrón y hasta fingí agradecimiento y placer por tragar su semen. Para completar, papá me apaleó cruelmente esa noche por haber llegado tarde, sin dejarme explicarle que mi retraso se debía a que había tenido "trabajo extra".

A partir de ese día, Eduardo supo condicionarme de la misma manera como lo hiciera Pavlov con su perro. A base de amenazas, favores, humillaciones, dinero y poder; logró que en mí naciera una especie de dependencia hacia él, con lo cual no tuvo ningún inconveniente para hacerme llegar a extremos que antes no había imaginado. En términos reales él era mi patrón y esa posición dominante, ayudó mucho a Eduardo para que yo me le sometiera y le demostrara una obediencia ciega que lo complacía y lo hacía inventar cada vez nuevos vejámenes y humillaciones.

Me sometió a cosas tan asquerosas que me ponían al borde del vómito; y sin embargo yo no le oponía ni la menor resistencia, por que siempre estaba temeroso de que me golpeara, de que me obligara a hacer algo aún peor, o por que estaba esperanzado en que me diera algo de dinero; aunque con el paso de los días, se me convirtió en costumbre obedecerle. Y ya no me humillaban tanto sus groseras carcajadas de burla, sino que por el contrario me demostraban que lo estaba satisfaciendo y eso me daba la seguridad de que me libraría pronto de él o de que sería generoso conmigo.

Se divertía escupiendo para luego ordenarme que lamiera sus escupitajos del suelo; el verme haciéndolo le provocaba ataques incontrolables de hilaridad, mientras yo me moría de asco y humillación. Disfrutaba además hacerme acompañarlo al cuarto de baño para que estuviera de rodillas mamándole la verga mientras él descargaba sus intestinos en el excusado. En alguna ocasión incluso me obligó a lamerle el culo para limpiárselo luego de haber cagado, como castigo por haber olvidado poner papel higiénico. Por fortuna para mí, el sentir mi lengua en su ano pareció excitarlo y eso tal vez lo hizo sentir temor de convertirse en un maricón como yo si seguía usándome de esa forma y ya no volvió a hacerlo.

En cierta ocasión decidió ir a la tienda para atender él mismo las ventas; ello me extrañó pero no le presté demasiado interés hasta que me ordenó que me arrodillara abajo del mostrador donde él se había ubicado para registrar los pagos. Entonces supe para dónde iba la cosa. Mientras él despachaba los clientes yo estaba ahí mamándole la verga, completamente aterrado y esforzándome por hacer que se corriera lo más rápido posible para evitar que alguien fuera a descubrirme en semejante situación.

Me tardé más de una hora en lograr que el canalla eyaculara, debiendo tragarme su semen completamente; y cuando intenté retirarme, me agarró por los pelos obligándome a seguir con su polla ya fláccida entre mi boca. Al poco rato, mientras él estaba despachando a un cliente, sentí un potente chorro de líquido caliente entrando en mi garganta; el muy cabrón se estaba meando en mi boca y yo no tuve más opción que tragarme toda su meada. Por fortuna, ya había tenido bastante entrenamiento en esos menesteres con Felipe, por quien habría hecho lo que fuera, de tan enamorado que estuve de él.

Y desde esa primera vez, Eduardo le tomó tanto gusto a usarme como urinario, que cada tarde meaba en mi boca al menos dos veces, obligándome a tragar hasta la última gota, antes de sacar su verga para secársela restregándomela en la cara y en los pelos, mientras reía a carcajadas burlándose de mi expresión de desconsuelo y yo permanecía de rodillas a sus pies, clamando al cielo para que me partiera un rayo y así terminar con tanta humillación.

Eduardo era en verdad un cerdo y para mi desgracia, ese cerdo me tenía en sus manos y me trataba con todo el desprecio y la dureza con que un varón adolescente, muy arrogante y muy macho como él, debe tratar a los maricones como yo. Y lo peor de todo era que muy pronto me vi en la obligación de ofrecérmele, de incitarlo para que me usara; debía comportarme ante él como si yo fuera una verdadera puta que necesitara desesperadamente de un cliente para que la folle y luego le arroje al suelo algunos billetes con qué poder pagar algo de comida.

Una tarde luego de follarme la boca salvajemente, menos de dos semanas después de haberme convertido en su puto, se fijó en mi trasero redondo y respingón. Comentó entre carcajadas que yo movía mi culo como una verdadera puta; entonces me ordenó que me bajara los pantalones y se lo enseñara. Me aterré por que intuí que iba a sodomizarme y eso me causaría un verdadero dolor, no sólo por el respetable tamaño de su verga sino también por la forma retorcida de ésta. Pero ya en ese momento no podía negarme a obedecer ninguna de sus órdenes.

Me bajé los pantalones hasta mis rodillas, empezando a temblar de miedo, pero también de excitación. Eduardo me ordenó que me inclinara sobre el espaldar del sofá y yo obedecí como un manso cordero. El canalla reía sin contenerse viéndome tan tembloroso; pero no esperó demasiado antes de propinarme un par de nalgadas salvajes, que me hicieron retorcerme por el dolor y que curiosamente también me calentaron más de lo que ya estaba. Y sin embargo me quedé ahí, con mi culo levantado y dispuesto para que él hiciera de mí lo que se le diera la gana.

―Muéstrame tu hoyo, mariquita ― me ordenó Eduardo entre carcajadas.

Aún doblado sobre el respaldo del sofá y con mi culo levantado y expuesto, me llevé las manos a mis cachetes que seguían ardiéndome por las nalgadas y me los separé para dejarle ver a Eduardo mi hoyo. El cabrón se dobló de risa viéndome en semejante estado de sometimiento, pero no tardó mucho antes de volver a darme unas cuantas nalgadas que siguieron incrementando mi calentura y al momento posó el dedo medio de su mano derecha en mi ano y me lo hundió sin miramientos, causándome un dolor que me hizo gritar y retorcerme como una serpiente; aunque no me atreví a abandonar mi posición.

Sin darme espera para que mi ano se acostumbrara a lo que me había metido en el culo, empezó a dedearme a toda velocidad, sin dejar de burlarse por la forma en como yo me retorcía y por mis quejidos, que poco a poco se fueron convirtiendo en jadeos y gemidos de excitación. El cabrón había encontrado una forma para llevarme al límite de la calentura y eso pareció fascinarle demasiado, por que seguramente vio en ello la mejor oportunidad de acabar de someterme hasta convertirme en un obediente esclavo sexual.

―¿Te gusta mariquita? ― me preguntó mientras seguía dedeándome a un ritmo endemoniado.

―Ssssííííííííí…. ― le respondí yo mientras sentía que su dedo casi me reventaba la próstata.

―¿Quieres que te meta mi verga? ― me preguntó el canalla entre carcajadas y sabiendo de antemano mi respuesta.

―Ssssííííííííí….

―Ruégame ― ordenó mientras me propinaba una nueva nalgada y sin dejar de dedearme.

La calentura que me estaba provocando era tal, que mi mente se había nublado y ya no razonaba más que con el deseo. No pensé en todo lo bajo que caería si le rogaba a ese canalla que me follara, mostrándome ante él como una verdadera puta e inflándole el ego para hacerlo sentirse más macho, más dominante, más poderoso. Me había olvidado incluso del temor que me causaba su enorme y retorcida verga; ahora sólo quería que me diera palo con ganas y me sacara esa calentura que me estaba incendiando toda la piel. Eduardo había logrado que yo estuviera tan caliente como una perra en celo y así se lo demostré:

―Por favor…te lo ruego…por favor…fóllame…por favor…méteme tu verga…. ― le suplicaba yo mientras el canalla seguía dedeándome a un ritmo endemoniado y reía a carcajadas.

Él continuó dedeándome por unos minutos mientras me nalgueaba y, entre carcajada y carcajada, me intimaba para que siguiera suplicándole que me follara. Y cuando ya mi calentura se me estaba haciendo insoportable, el canalla me sacó su dedo de improviso, me agarró por los pelos y me hizo recostar en el sofá; luego se sentó sobre mi pecho, me metió su rígida verga entre mi boca y me folló de esa forma, de manera salvaje, hasta casi reventarme la garganta con las embestidas de su palo. Ya había eyaculado hacía menos de una hora, así que esta segunda vez se tardó más de 10 minutos cogiéndome por la boca, sin importarle todo el daño que me estaba causando.

No me partió el culo, pero por poco me mata por la salvajada a que me sometió, metiéndome su verga sin compasión y casi haciéndome saltar mis ojos por la presión de su palo en mi garganta y el dolor y el desespero que me estaba causando. Y no entró en mi ano hasta dos semanas después, cuando invitó a su primo para que entre ambos se divirtieran a mi costa, follándome los dos por delante y por detrás, hasta que casi me desmayé por el dolor, sin que les importaran mis súplicas de piedad y mi llanto; por que al fin de cuentas, para ellos yo no era más que una mariquita que para lo único que servía era para darme palo duro y sin miramientos.

(9,24)