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La reeducación de Areana (final)

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-¿Sabés una cosa?, me excita que seas obediente, Margui… Le murmuró Milena al oído y eso fue para Margui una suerte de llamarada interna que terminó de ponerla en manos de la asistente.

-Me… me gusta obedecerte, Milena… Me excita, no sé…

La asistente deslizó su lengua por el cuello, blanco, fino y largo de Margui y al llegar a la oreja le susurró:

Me alegra que sientas eso… Que hayas descubierto que sos una perrita… Mi perrita sumisa…

-Sí… sí, Milena, soy tu perrita sumisa…

-Mi perrita faldera…

-Sí, tu perrita faldera…

Milena magreaba a Margui, cuyos suspiros la excitaban tanto como sobarle esas tetas grandes, blanquísimas y de pezones oscuros. Las manos de la asistente recorrían entera a la jovencita y pronto ambas acabaron en el piso prodigándose mutuamente encendidos besos, lamidas, caricias y mordiscos.

-Tomame, Milena… Tomame, por favor… ¡Por favor!... –imploró Margui cuya calentura era tanta que hasta le costaba respirar, y Milena la tomó con los dedos, con los labios, con la lengua. La tomó por la concha y por el culo y la tomó con tal maestría que la monjita, una vez alcanzado el orgasmo, murmuró entre jadeos: -Soy tuya, Milena… tuya… esclavizame… hacé lo que quieras conmigo… ¡Lo que quieras!...

-Lo que quiero es hacerte muy puta… -murmuró la asistente al oído de Margui. –Mi puta, mi esclava, mi perrita…

-¡Sí!... ¡haceme todo eso!… -se exaltó la jovencita.

Amalia estuvo un rato mirando complacida lo que ocurría entre Milena y la monjita y luego lanzó la consigna que daría por terminada la orgía:

-¡A ver, putas! ¡Ahora, para despedir la noche, todas contra todas y a lo que venga!

Poco a poco las invitadas comenzaron a incorporarse, alguna de pie, otras en cuatro patas luego del enorme derroche de energía desplegado hasta ese momento y luego de algunos gestos como restregarse los ojos o arreglarse las melenas comenzaron a buscarse con las miradas, semejando fieras hambrientas a la caza de la presa. Segundos después, la locura sexual: combates cuerpo a cuerpo, gritos que por momentos se convertían en aullidos o expresiones guturales, jadeos y gemidos que en esa sinfonía obraban como contrabajos, oboes o tubas. Milena y Marisa asistían fascinadas al espectáculo montado por la teatral genialidad de Amalia.

Margui, abrazada por Milena, miraba todo aquello con ojos agrandados a su máxima posibilidad. Marisa, a espaldas de la jovencita y sin poder contenerse, había comenzado a deslizarle sus manos por las nalgas rogando que la dueña de tan apetecible culo no protestara y se dejara hacer, y Margui no protestó aunque sabía que esas manos no pertenecían a su amada Milena.

Ya ninguna de las invitadas quedaba de pie y ni siquiera en cuatro patas. Todas estaban tendidas en la alfombra, mordiendo, lamiendo, usando sus dedos como arietes impiadosos en conchas y culos, penetrando y siendo penetradas. De pronto Milena tuvo ganas de orinar y lo hizo sobre los cuerpos de Zelmira y de la librera, que se estaban cogiendo apasionadamente al punto de que ni siquiera prestaron atención a ese chorro caliente que las bañaba.

Cuando Milena regresó junto a Margui advirtió que Marisa estaba magreando a su perrita y que ésta permanecía impasible. Sintió una ráfaga de algo parecido a los celos pero de inmediato se impuso su esencia perversa y ya junto a las dos le dio una bofetada a Margui, cuyos ojos se llenaron de lágrimas por la violencia del golpe y de inmediato le dijo:

-Oíme, monjita puta, no vuelvas a hacer eso sin mi permiso. Si te dan ganas de coger con otra me pedís permiso y yo veré si te autorizo. ¿Oìste?

-Perdoname, Milena, por favor… Yo…

-Callate… Y vos, Marisa, sé que sos una vieja puta, pero esta perrita es de mi propiedad y si querés cogértela me lo pedís.

-Si, está bien, Milena, disculpame, me calenté mucho y bueno…

-¿Querés cogértela esta noche? –preguntó la asistente.

-¡No, Milena, no me entregues! ¡Por favor, no! –suplicó Margui, que soñaba con pasar el resto de la noche con su amada Milena.

-No… esta nena tuvo un extravío, pero se ve claramente que está muerta con vos… -dijo Marisa al rechazar la oferta con una expresión de amargura en su rostro.

Mientras esto ocurría Amalia, con una copa de champagne en su mano izquierda y empuñando un látigo con la derecha, se paseaba majestuosa por el living descargando azotes sobre los cuerpos sudorosos y estremecidos de las invitadas. Había abandonado a las tres perras, Eva, Areana y Lucía, que entonces, libres de la vigilancia del Ama y ganadas por la más intensa calentura comenzaron a tocarse afiebradamente.

…………………

-A ver, mamita, tiene que tomar la medicación.

La voz de la enfermera la sacó de su ensueño. Amalia en realidad había estado recordando esos pasajes de su vida de Ama durante uno de esos escasos momentos de lucidez que su enfermedad, el Mal de Alzheimer, le concedía.

Cuando los primeros síntomas y en posesión del dramático diagnóstico hizo testamento cediendo todos sus bienes a Milena, con la condición de que conservara a su lado a Marisa como asistente y a las tres perras, que respetara el vínculo con Elena y pagara hasta su muerte el costo de su internación en una de las mejores clínicas de Buenos Aires, donde ahora estaba, cláusulas a las cuales la joven no opuso reparo alguno. La memoria y capacidad cognoscitiva de la otrora poderosa Ama y su noción de la realidad se veían devastadas por la enfermedad y sólo a veces iluminaban su cerebro recuerdos como los que la enfermera acababa de interrumpir.

Como una piadosa concesión de Dios, Amalia siguió lúcida cuando la enfermera se retiró y se puso entonces a pensar en aquella gente que otrora la rodeaba. Nada sabía de esas mujeres, porque Milena, si bien seguía costeando los elevados gastos de la internación, no la visitaba. No era por maldad ni desaprensión, sino que, por el contrario, quería y respetaba tanto a Amalia que tras una primera y única visita ya no pudo soportar el verla en semejante estado de degradación.

Lo que Amalia ignora en las nieblas de esa enfermedad que nubla su mente es que Milena, ahora de 33 años, y Margui, de 29, forman una apasionada pareja, aunque Margui integra el canil como una perra más, que Eva, ya de 53 años, ha sido echada por envejecimiento, que Areana y Lucía, de 26 años ambas, continúan como perras de Milena; que Elena, de actuales 51 años, es visita frecuente en el departamento y que Milena, secundada por Marisa y la propia Elena, ha logrado reclutar últimamente a dos cachorras: Valentina, de 21 años, y Sofía, de sólo 18. Ambas aportadas por Elena con el mismo método que oportunamente empleara para atrapar a Areana. Son dos chicas muy malcriadas, hijas de dos amigas de la alcahueta, que están en los comienzos de sus adiestramientos.

Fin

(9,22)