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Aumento de sueldo

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A Natalia todas las tardes le sucedía lo mismo. Parecía que el biorritmo de su cuerpo alcanzaba el clímax a las cinco de la tarde. Justo cuando la jornada laboral se iba apagando, ella se encendía como un volcán. A veces se cruzaba de piernas para tratar de disimular su excitación sin que nadie sospechase y aprovechaba para presionar con los nudillos, de su mano derecha, la parte baja de su estómago. El efecto era inmediato. Su sexo se empapaba de flujo y las bragas delataban una humedad muy elocuente. A continuación dejaba su mente en blanco y se dejaba llevar. Casi siempre le venía la misma fantasía a la mente…

Entraba en el despacho de su jefe con paso firme y tres botones de su camisa blanca desabrochados. Su jefe levantaba la cabeza y no podía evitar que sus ojos se clavaran en aquellos pechos de tamaño mediano, que estaban deseando salir a saludarle. Natalia cerraba la puerta con llave. Mientras lo hacía tuvo la certeza de que ahora los ojos de él se recreaban en su culo. Seguro que estaba deseando averiguar el tacto de su piel, tanto como ella el tamaño de su polla. No quiso esperar más tiempo. Natalia se dirigió hacia él y cuando estuvo a su altura, llevo el dedo índice a sus labios en posición vertical exigiendo silencio. “Hoy es su día de suerte, presidente”. Dijo ella. Mientras tanto su jefe seguía absorto sentado en la silla, sin articular palabra, disfrutando del espectáculo. “Necesito comprobar su destreza comiéndome el coño y quiero que me lo demuestre ahora mismo”. Natalia se desabrochó la falda con una sola mano y una facilidad asombrosa. Ante los ojos de él apareció un joven y atractivo coño rasurado. “¿Nunca suele llevar bragas, señorita?” Dijo él. “Cada vez que entro en su despacho tengo la precaución de quitármelas – contestó ella – pero usted nunca se ha dado cuenta”.

Acto seguido, ella despejó de un manotazo todos los objetos que había sobre la mesa y se tumbó boca arriba sobre ella. Colocó sus zapatos en cada uno de los hombros de su jefe, que todavía permanecía sentado, y le invitó a ser devorada. El banquete fue formidable y la habilidad del presidente innegable. Nadie había lamido los pliegues del coño de Natalia como aquel hombre. Era obvio que se había comido muchos otros en su intensa vida sexual. Sin embargo, parecía que nunca hubiese saboreado un manjar más delicioso. Ella arqueaba su espalda, al mismo tiempo que sujetaba con sus dos manos la cabeza del presidente evitándole otras distracciones. Alcanzó el primer orgasmo poco después de que los dedos de su improvisado amante masajearan el interior de su vagina localizando el punto G. Todo ello sin dejar de succionar el clítoris, por supuesto. Natalia se abandonó por completo al placer que estaba disfrutando, pero antes de perder la noción del tiempo fue capaz de tomar una decisión. Agarró con fuerza el cabello de su jefe y alzando su cabeza le dijo: “Quiero que me folle, ahora mismo”. La cara de lujuria y deseo de Natalia al emitir semejante orden, hizo que el caballero obedeciera de inmediato. Natalia vislumbró, al borde de la mesa, un falo grande y empalmado que estaba a punto de empotrarla. Sonrió con gesto de victoria y disfrutó como una perra en celo.

Lo que sucedió en los minutos siguientes fue una sucesión e intercambio de embestidas de placer sin límite. Era difícil poder discernir quien se estaba follando a quien. Los jadeos de ella eran tan escandalosos como la excitación de ambos. Natalia fue penetrada de todas las maneras posibles, sobre la mesa de escritorio del despacho del presidente y justo cuando parecía que él estaba a punto de estallar, ella le exigió algo diferente. “Córrete en mi boca”, le dijo ella. Natalia se puso de rodillas y recibió la descarga de semen sintiéndose vencedora. Algunas gotas de semen rociaron su rostro, sin embargo la mayoría de ellas terminaron en la boca de Natalia qué aprovechó para tragárselas con gusto. “Recuérdeme que le suba el sueldo señorita, por favor”. Natalia le miró fijamente y respondió. “Lo haré sin falta, mañana mismo”.

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