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Mecánica

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Era una mañana de esas que mi secretaria solía calificar como difíciles cuando me armaba la agenda, durante la tarde anterior. Tenía que dictar una clase a las ocho en la universidad central, estar a las nueve y cuarto en el despacho del obispo auxiliar de la arquidiócesis para una rueda de prensa sobre un seminario dedicado a la mujer trabajadora y, antes de las diez, llegar a la embajada francesa para la firma de un convenio que representaría un cheque importantísimo para la fundación de apoyo estudiantil a la que había presentado mi renuncia hacía dos meses y de la que me alejaría definitivamente esa semana. Salí de mi casa antes de las siete y media, enfilé hacia una de las avenidas principales y, una cuadra antes del túnel de dos kilómetros que me dejaría cerca de la universidad, el volante de mi auto se endureció y comenzó a girar en falso. Dí un frenazo para no llevarme por delante a un pobre motociclista y llamé al servicio de grúas de mi seguro. Un zumbido más la respuesta grabada de la compañía telefónica: lo sentimos, el número que usted ha marcado no está en servicio, fueron el comienzo de mis peripecias. Llamé entonces a mi secretaria, pero su celular estaba apagado. Imaginé que ella estaría montada en su autobús, rumbo a la oficina donde trabajo como directora de una editorial. Busqué en mi agenda donde siempre guardo tarjetas de taxis, servicios y otras tantas zarandajas, pero nada. Un conductor me preguntó qué me pasaba pero, salvo enterarse, no pudo hacer nada. Mi mente giraba a toda velocidad, pensaba en los amigos a los que podría recurrir en ese momento, pero era demasiado temprano, antes de las nueve este país está inmóvil, me había dicho una vez una francesa, y tenía razón. Un morenito detuvo su motocicleta y se me acercó.

-¿Y qué fue, mi doña?

-El volante, no responde.

-Déjeme ver, levante la tapa, por favor.

Lo vi fruncir el entrecejo mientras observaba el motor y esa cara me produjo los más negros presentimientos.

-Déjeme decirle que usté etá en mano de Dios. Eta vaina no se ha prendío fuego porque Dios existe- dijo al tiempo que meneaba la cabeza.

-¿Qué pasó?

-Se quemó la correa. Mire, acá a la vuelta hay un taller donde se la cambian de una vez, si usté quiere yo se lo busco al hombre…

Aunque mi intuición me aconsejó que desconfiara, decidí que no estaba en posición de elegir, de hecho, cualquier opción era mejor que quedarme allí parada.

-Mire, si usté lo enciende, él da para dos o tres cuadras, el taller es ahí mismo.

Puse a andar el auto y lo seguí despacio. Efectivamente, el taller Esmirna estaba ahí, donde él me había indicado, pero estaba cerrado. Una gruesa chapa en el frente de un galpón enorme hacía las veces de puerta. El muchacho tocó el timbre de la casa de al lado y se abrió una ventanilla. Se dirigió entonces a la puerta metálica y la hizo correr. Me llamó desde allí con una seña. El lugar estaba lleno de aparatos desconocidos para mí, autos desarmados, motores, cajones llenos de herramientas, y un fuerte olor a combustible completaban el conjunto. Un mecánico enfundado en un grueso mameluco, con una gorra que prácticamente le tapaba la cara, habló con el muchacho. Lo vi asentir con la cabeza y desaparecer por una puerta de madera. Mi joven samaritano se despidió de mí con mucha cortesía y se negó a aceptar una propina por su ayuda. El mecánico apareció con un juego de llaves y se me acercó.

-Buen día señora. ¿dónde está su carro?

Mi sorpresa fue mayúscula al ver que se trataba de una muchacha, de piel blanca, pelo muy negro metido dentro de la gorra, ojos marrones oscuros vivaces y labios carnosos. Era en verdad muy bonita, tenía facciones árabes y un lunar en la mejilla.

Mientras ella desarmaba algunas piezas sonó mi celular. Le pedí a mi secretaria que llamara a la bedelía de la universidad para avisar que ya no iría, que avisara a la secretaria del obispo que yo estaba en camino y que me llamara si se presentaba otra cuestión.

La correa se había reducido a un largo trozo de alambre quemado.

-Tuvo suerte. Su carro podía haberse incendiado sin que usted se diera cuenta. ¿Su celular tiene minutos?

-Sí.

Me indicó entonces que llamara a un número para pedir la correa, cuando me dio la especificación opté por pasarle el aparato para que llamara ella.

-Dime, ¿esto va a tardar? Ya perdí una clase y tengo otras cosas…

-No se apure, ellos vienen en cinco minutos. Antes de media hora su carro está andando.

Una pequeña furgoneta apareció enseguida. La muchacha recibió el repuesto, firmó una factura y comenzó a trabajar. Me asombró la destreza con que manejaba sus herramientas. En menos de diez minutos terminó su faena.

-Enciéndalo.

Con una seña me indicó que lo apagara.

-Mire, va a tener que traérmelo porque tiene un ruido que no me gusta.

-Muchacha, no me asustes, que no quiero volver a quedarme…

-No, no se apure, no se le va a quedar, pero este carro es muy nuevo para hacer ese ruido, ¿usted lo llevó a algún mecánico?

-Bueno, sí, supuestamente había una falla en el carburador y…

-Ya, es eso, tráigamelo cuando usted pueda.

-¿Cómo es tu nombre?

-Yamile Noemí Abdala.

-Yo soy Johana Cuevas Fournier, mucho gusto- dije al tiempo que le entregaba mi tarjeta.

-La espero.

Mi día transcurrió entre el ajetreo propio de mis actividades. El retraso de la mañana hizo que tuviera que quedarme en la oficina hasta casi las nueve de la noche. Ya en mi departamento llamé a mi madre para avisarle que el sábado iría a visitarla o le mandaría un taxi para que viniera ella a mi casa y pasaríamos juntas el fin de semana. Finalmente me di una ducha y me acosté a dormir.

A las seis de la mañana el despertador me sacó de un sueño confuso, lleno de imágenes incoherentes. Me di una nueva ducha, me preparé un desayuno de frutas rociadas con miel y escuché un poco de música. La rutinaria quietud en que transcurrían mis días no se parecía en nada al verano intenso había tenido. Desde que terminó mi relación con Claudia no había vuelto a tener una pareja estable, y si bien nos separamos en buenos términos, decidí que lo mejor era que nunca nos volviéramos a ver. Felizmente Claudia se fue a Europa y, salvo un email cada vez más esporádico, nunca volví a tener ningún contacto con ella. Cuando cursaba la universidad había descubierto que me gustaban las mujeres y fue cuando tuve mi primera experiencia. Si bien fue traumática en algunos aspectos, de esa relación con Rosario aprendí mucho, su enseñanza más importante fue que las lesbianas debemos cuidar nuestra intimidad como el más preciado tesoro, que debemos esforzarnos el doble para alcanzar nuestros objetivos, sobre todo si somos negras, que cuando más podamos estudiar y perfeccionarnos, más respeto obtendremos de nuestro entorno. Rosario era tan perfeccionista que prefirió irse a estudiar en Alemania y ya no regresó. Yo me convertí en abogada primero, hice un diplomado en gestión de recursos humanos y después, con una beca ganada con esfuerzo sobrehumano, estudié administración de empresas en Miami. Al regresar conseguí trabajo en una universidad y seguí haciendo posgrados, hasta que al llegar a los treinta años tenía la pared del comedor de mi casa en Engombe lleno de diplomas que enorgullecían a mi madre y que mis hermanos descalificaban porque, decían, de ahí no salía ningún dinero. Mi padre murió mientras yo estaba en Miami, y mis hermanos varones, uno por uno, se fueron yendo todos a "Nuebayol". Mi madre vive ahora con una de mis tías, con una sobrina, y con una muchacha que hace la limpieza, cocina y las aguanta, además de sentarse a ver en la tele todos los bodrios sentimentaloides venezolanos y mejicanos que puedan soportar.

El teléfono me sacó de mis recuerdos y me trajo de nuevo a la realidad.

Mi secretaria me avisaba que llegaría más tarde, de manera que saqué de mi guardarropa un conjunto de oficina de color rojo bermellón y me vestí con el mejor look de gerente. Mientras conducía escuché noticias en la radio pero, acaso influida por el comentario de la muchacha del taller, me pareció que el auto tenía un ruido raro. Ya en mi oficina busqué en las páginas amarillas el teléfono y la dirección del taller y pedí hablar con la muchacha.

-¿Cuánto tiempo tardarías en repararlo?

-¿Cuándo me lo traería usted?

-Puedo mandártelo ahora mismo si tú tienes tiempo.

-Mire, si me lo manda en la mañana, yo se lo tengo listo para antes de las cinco.

-Perfecto. Va a ir un muchacho y te lo va a dejar, cuando lo tengas listo tú me llamas al teléfono que él te va a dejar, pero por favor, trata de tenérmelo hoy porque lo necesito, yo tengo muchas actividades y…

-No se apure. Le voy a dedicar mi tiempo a su carro solamente, mándemelo de un pronto…

Mandé a uno de los chicos del depósito y me olvidé del tema hasta las cinco de la tarde cuando, entre un fárrago de planillas y papeles, mi secretaria me avisó que faltaba una hora para mi clase en la universidad. En ese momento sonó el teléfono.

-¿Sí?

-Licenciada- dijo la voz del guardia del parqueo -hay una muchacha que trajo su carro y dizque la espera.

Una hermosa muchacha de larga cabellera ondulada, vestida con una larga falda plisada violeta y una blusa roja, con un pañuelo anudado al cuello, sandalias negras y cartera del mismo tono, me esperaba junto al auto. Parecía una modelo. Mi sorpresa esta vez fue mucho mayor. El mameluco de mecánico me había ocultado por completo tanta belleza.

Ella comenzó a darme una serie de explicaciones técnicas que me entraron por un oído y me salieron por el otro. Finalmente sacó de su cartera un talonario de facturas y me cobró.

-¿Por qué no llamaste?- pregunté.

-Oh, es que mi universidad queda cerca de aquí y, me tomé la libertad de…- se interrumpió al tiempo que se ruborizaba.

-Está bien, te lo agradezco infinitamente, mira, permíteme acercarte, yo también tengo que ir a la universidad central.

Su cara denotaba sorpresa.

-No me digas que tú estudias en esa universidad.

-Pues… sí. Estoy en Ingeniería.

Sonreí ante la coincidencia.

-Pues vamos, entonces.

Debo decir que a partir de ese día me crucé con Yamile varias veces en diferentes galerías de la universidad, aunque la carrera que ella estudiaba no tenía nada que ver con las asignaturas que yo dictaba. Cada vez que la veía me daba la impresión de que esta niña tendría una doble vida, la imaginaba enfundada en ese mameluco y luego me sorprendía verla vestida de punta en blanco en la universidad. Una noche, cerca de las nueve, la vi parada frente a la caseta de los guardias en la entrada y decidí detenerme. La habían asaltado. Le habían robado la cartera con su celular, sus documentos y su dinero. Estaba realmente angustiada. La acompañé a hacer la denuncia, la ayudé a cancelar su tarjeta de crédito y le enseñé un código para cancelar su celular para que no pudieran reactivarlo y luego la llevé a su casa. Conocí a su tío, que era el dueño del taller y quien la había criado porque ella era huérfana, vi a tres muchachas más que después supe que eran sus primas, y supe que en la familia había cuatro varones. Su tío me agradeció mucho y con ella quedamos en que me llamaría si necesitaba mi ayuda. Esa noche su carita de nena asustada me dio vueltas en la cabeza antes de dormirme. Al día siguiente la volví a encontrar en la universidad y fuimos a tomar un refresco en la cafetería. Se la notaba más tranquila, pero la que estaba empezando a intranquilizarse era yo. Nunca, en mis casi cinco años como docente, me había involucrado con una alumna ni había jamás alternado con los estudiantes, salvo en actividades académicas, de todos modos, la universidad es tan grande que nadie pareció notar nada.

Mi otra sorpresa fue esa noche cuando, cerca de las once, hora en que generalmente estoy dormida, Yamile me llamó por teléfono.

-Usted me dijo que la llamara si necesitaba su ayuda.

-Oh, claro que sí, muchacha, ¿qué sucede?

-Yo… tengo una entrevista de trabajo el lunes… pensé que tal vez usted podría… digo… ayudarme con…

-¿Con qué? Dímelo.

-Con la ropa y… con el maquillaje… usted se ve siempre tan elegante, tan distinguida, no sé…

Confieso que tuve ganas de reír. Que una niña tan hermosa, tan delicada, me pidiera una cosa semejante… pero también me sentí halagada.

-Déjame ver… mañana es viernes, tal vez pudiéramos vernos al mediodía, puede ser aquí en mi casa o… bueno, yo suelo almorzar en el Gourmet, en el Paseo de los Poetas en la ciudad vieja.

-De acuerdo- dijo y colgó.

Al día siguiente me sentí como una adolescente en el día de su primera cita. Me dije a mí misma que debí haber citado a esa chica en mi departamento pero, finalmente, luego de una larga charla con un proveedor, salí hacia el restaurante y al llegar uno de los mozos me dijo que alguien me esperaba. Yamile estaba ahí, vestida de pantalones y camiseta deportiva. Almorzamos una ensalada y comencé a explicarle cuáles son los detalles que se tienen en cuenta en una entrevista de trabajo, las respuestas adecuadas, la actitud más apropiada y la forma de contestar a las preguntas. Yamile sacó un anotador y comenzó a apuntar algunas cosas. Después pasamos al tema de la vestimenta. Expliqué que debía ser sencilla pero formal, un conjunto de chaqueta y pantalón de oficina, o chaqueta y falda, pero siempre con un toquecito especial como por ejemplo un pañuelo alrededor del cuello, un prendedor de fantasía o una chalina de seda dan un toque de elegancia…

-Podríamos ver si en mi closet hay algo que te sirva- sugerí mientras recordaba que ese día la muchacha de la limpieza no estaría, y a Yamile pareció encantarle la idea.

Decidí llamar a mi secretaria para decirle que volvería más tarde por la oficina y que me ubicara en el celular si algo se presentaba.

Ya en casa fuimos viendo con Yamile mi colección de pañuelos de cuello, hasta que apartamos cuatro para luego decidir, con mis conjuntos de oficina la cosa era más complicada, porque su cuerpo era algo más menudo que el mío, aunque muy bien formado, de manera que buscamos unas faldas que pudieran resultar apropiadas.

Hubo un momento en que Yamile se sentó en la cama, se quitó el pantalón y quedó vestida con una mínima tanguita blanca que le sentaba encantadora. Traté de actuar con toda naturalidad pero la visión de esos muslos blanquísimos y del hilo dental incrustado entre esos glúteos redondos y rosados me inquietó, me endureció los pezones y me produjo calor en las mejillas. Yamile me pidió que la ayudara con un broche de la falda y mis dedos se cohibieron ante la piel de su cintura, más cuando vi que se le ponía la carne de gallina.

-Esta está perfecta- dijo y me pareció que había un leve temblor en su voz.

-¿Te gusta?- pregunté mientras trataba de que no se me notara cómo tragaba saliva.

-¿Puedo tutearte?

-Oh, pero claro, ¿por qué no?

-Tienes un gusto exquisito, yo, quisiera tanto ser como tú alguna vez, eres bonita y elegante, eres una triunfadora y…

Decía todo esto viéndome a los ojos, y yo no podía despegar mi mirada de esos espejos marrones que ahora se me antojaban transparentes.

-Tú eres muy hermosa, demasiado, tal vez…- comencé a decir.

No pude seguir hablando ni pude sostener su mirada, la aprisioné contra mi pecho y comencé a cariciarle los largos rulos de color azabache. Mis latidos parecían retumbar en el silencio acentuado por el zumbido del aire acondicionado. Yamile me miró de nuevo a los ojos y esta vez ya no pude resistirme, la besé suavemente, un roce mínimo como un aleteo, ella se dejó hacer, hubo otro beso, y otro, hasta que su boca se abrió para convertirse en néctar, en fruta deseada y jugosa, comencé a quitarle la blusa con toda lentitud, el bra que llevaba puesto era tan blanco como su tanga, ante mis ojos quedaron liberadas dos esferas de marfil, perfectas, apetecibles, sus pezones eran de un color rojizo oscuro y al contacto de mi lengua comenzaron a brillar como dos frutillas acarameladas, solo me faltaba un detalle para completar el prodigio, fui deslizando esa tanga como se quita lentamente el envoltorio de una golosina y cuando ante mis ojos aparecieron como una pequeña alfombra triangular de musgo oscuro los vellos de su sexo sentí que mi entrepierna estaba completamente mojada, mordisqueé con suavidad su pubis, tracé con mis yemas un entramado de caricias sobre su sexo, la hice girar para besarle el huesito dulce, no pude resistir la tentación de morder esos glúteos carnosos, como torneados en marfil y me excito doblemente la marquita roja que dibujaron mis dientes en ese culito aduraznado.

-Por favor, desnúdate para mí- pidió Yamile mientras giraba y se sostenía con la mano la larga cabellera ondulada, traté de deshacerme de mis ropas sin mostrarme demasiado torpe, y creo que lo logré, la apreté bajo mi cuerpo mientras le fui besando el cuello, los pezones, barrí con mi lengua los bordes de su ombligo, otra vez mordisqueé el nacimiento de sus muslos y solo entonces comencé a ocuparme de su sexo, sentía una súbita necesidad de chuparlo como si fuera una naranja madura y jugosa, vi dilatarse la entradita de su ano mientras ella me acariciaba la nuca, detrás de las orejas, hasta que su gemido se hizo intenso y desembocó en un grito mientras todo su cuerpo temblaba. Me retiré de su sexo pero no podía dejar de contemplarlo, era pequeño y dulce y cálido como una almejita de terciopelo. Yamile me abrazó mientras recuperaba el aliento y mi temperatura era la de una hoguera de leños del bosque. Se arrodilló a mi lado y dejó que las puntas de su cabellera bailotearan sobre mis pezones, los chupó después mientras sus dedos me recorrían la entrepierna jugando a arrancar manojitos de vello, hasta que su lengua fue viajando con exasperante lentitud desde mi ombligo hasta mi cuevita, me abrió con dos dedos y sentí su lengua caliente que daba vueltas entre los bordes, mientras una sensación de delicia me hacía cerrar los ojos y el deleite se apoderaba de toda mi piel, sus yemas me abrían y cerraban la entrada del ano y ese cosquilleo voluptuoso me puso a volar sobre nubes rosadas, cuando su lengüita endiablada recorrió el capuchón de piel que cubría mi clítoris quise morderme el pulgar para no gritar, pero no pude, me abrí de par en par y no me importó nada más que dejar que saliera como un estallido el eco de ese orgasmo que era una tormenta de placer y de goce. Ambas estábamos demasiado excitadas como para detenernos, pasé una pierna por debajo de su culito respingón y dejé que mi almejita dialogara con la de Yamile, fuimos encontrando el ritmo de a poco, los jugos que me chorreaban por la entrepierna hasta mojar toda mi cuevita posterior me fueron excitando cada vez más, sentí que mis pezones ardían y el cosquilleo de mi vientre se extendió por mis muslos, mis mejillas parecían pintarse de rojo y vi que Yamile abría la boca porque estaba viniéndose, aceleré mi danza y me dejé diluir en un clímax imposible de describir con palabras.

-¿Estás bien?- preguntó una jadeante Yamile, preocupada por dos lagrimones que surcaban mi cara.

-Perdóname, no te preocupes, es que… hacía tanto que… oh, niña… esto es la felicidad, no lo puedo creer- dije.

-¿Tú me creerías si te cuento algo?- preguntó Yamile mientras acomodaba su cabecita en la confluencia de mis senos.

-Cuéntame.

-Esa mañana, cuando apareciste con tu carro, yo no lo podía creer. Yo te había visto muchas veces en la universidad y siempre me llamó la atención tu forma de vestir, tu elegancia, esa manera de andar que tienes…

-Muchacha, no relajes, tú eres tan hermosa que casi no puedo creer que esto haya pasado.

-Johana, yo crecí en un taller mecánico, metida entre hombres todo el tiempo, tal vez no sea esa la causa de que me gusten las mujeres, pero siempre me he sentido muy poco femenina, en cambio tú…

-Ay, no, mira, dejemos este tema, tú eres muy bella y no necesitas nada en ese aspecto, y eres muy femenina, lo eres por el solo hecho de ser mujer.

Permanecimos en silencio un momento, volvimos a besarnos y el zumbido de mi celular me llamó a la realidad.

-¿Qué tú tienes que hacer ahora?- pregunté.

-Debo regresar. Tengo trabajo en el taller.

-Mira, te llevaré y… pues nos vemos mañana.

-Es sábado- dijo ella.

-Oh, no. Mañana viene mi madre a pasar el fin de semana.

Yamile pareció encontrar una solución.

-Mira, yo te llamo el lunes después de mi entrevista, aunque ahora me parece que el fin de semana se me va a hacer un poco largo…

Me emocionó oírla hablar así. Volvimos a abrazarnos y caminamos hasta la ducha. Yamile se llevó en un bolso todo lo que eligió para el lunes y la presencia de mi madre en casa me ocupó todo el espacio, todo el ánimo, y el tiempo, porque la llevé a comer, fuimos al cine, fuimos de compras, tuve que permitirle que me cocinara porque, según ella, se me veía muy delgada, y por supuesto, tuve que oír durante cinco veces seguidas las mismas historias de mis hermanos.

Madre regresó a su casa el domingo en la noche y yo estaba lo suficientemente agotada como para pensar en otra cosa que no fuera en la deliciosa sesión del viernes en la siesta con Yamile y pasé la noche del domingo en un estado de languidez adolescente, una melancolía dulce y profunda me llenaba el alma cuando pensaba en la cara que podrían Lara y Xenia, mis amigas del bar de ambiente al que hacía meses que no iba, si llegaran a saber que yo estaba involucrada con una muchachita tan preciosa. Finalmente decidí que si no me proporcionaba una mínima descarga no podría dormir, de manera que busqué uno de mis juguetes, un tipsy-vibrator que compré una vez en Miami y que me ayudó a quitarme todas las tensiones mientras recordaba una y otra vez cada detalle de la escena vivida con Yamile.

Eran las once de la mañana cuando una voz emocionada sonó en mi celular.

-Me aceptaron, ¿oíste? He conseguido trabajo… oh mi vida… soy feliz…

-Comparto tu felicidad, niña, te lo aseguro…

-Mira, ¿te parece que nos veamos esta noche? ¿A qué hora tú terminas?

-Los lunes no tengo universidad, pero tengo otras actividades, puedo pasar a buscarte si te parece, ¿a qué hora tú sales?

-A las siete y media.

-Mira, coge un taxi y ven a casa. Yo te devuelvo. No te preocupes. ¿Sí?

-Perfecto- dijo y cerró.

Esa tarde no esperé a que terminara la reunión semanal de la Fundación y salí rápidamente rumbo a mi casa, antes pasé por un supermercado y compré una botella de champán, unos bombones y un helado de almendras.

Preparé la mesa para un brindis, puse flores que compré a un vendedor en una esquina y preparé el baño con sales y perfumes, cuando Yamile llegó no había tenido tiempo de poner sábanas rosadas en la cama, pero no me importó.

Me explicó que su trabajo era en la parte contable de una ferretería, que debería lidiar con remitos de repuestos de automóviles, un tema que ella conocía perfectamente.

-¿Y cuándo empiezas?

-Mañana mismo.

Brindamos con champán rosado pero, evidentemente, Yamile estaba más excitada que yo, de manera que antes de terminar la segunda copa comenzó a desnudarse y se tendió sobre el sofá de la sala. Volcó sobre su vientre y en la confluencia de sus senos el resto de champán que quedaba en su copa y me miró sonriente, mientras extendía con los dedos la bebida sobre sus pezones, sobre el nacimiento de sus muslos. Dejé caer la túnica que me había puesto y caminé a su encuentro, totalmente desnuda, sin dejar mi copa, puse una melodía celta y apagué las luces. Sobre el sofá terminé de beberme el resto de champán sobre el cuerpo de Yamile y después hicimos primero un sesenta y nueve de senos que se prolongó entre caricias y tragos, solo cuando los dedos de ella empezaron a buscar mi triangulito me estiré hacia adelante y comencé a deleitarme en ese paquetito salobre con aroma a jabón de coco, sentía los dedos de Yamile explorándome el perineo, hasta que un pulgar ensalivado me fue oradando y se metió lentamente en mi ano, me levanté y comencé a moverme como pidiendo que entrara un poquitito más, y Yamile lo hizo girar despacio al tiempo que aceleró el ritmo de su lengua en mi almejita supermojada, estuve en fase de meseta mientras me esforzaba por hacerla llegar, hasta que ella empezó a gemir quedamente sin sacar su boca de mi sexo y ese pulgar endiablado que me hacía perder la noción de todo cuanto me rodeaba…

-Ya… ya- alcancé a gritar mientras me movía con más velocidad y alcancé un orgasmo tan violento, que pensé que me había caído al fondo de un abismo. La respiración jadeante de Yemile me hizo notar que ella también había terminado.

-Oh, esto me va a malacostumbrar- protestó con carita de nena.

-¿Por qué?

-Yo nunca tuve orgasmos como estos, ay mi amor…

Me senté en el sofá y la coloqué sobre mi regazo, ella se acomodó el pelo para estar más cómoda.

-¿Te parece que debamos ponerle un nombre a esto?- preguntó.

-¿Cómo así?

-Me refiero a que tal vez tú esperas algo de mí, no sé, una relación o… ¿tú no tienes pareja? ¿No tienes una novia o… no sé… otra compañera de cama?

Tuve ganas de reír ante la pregunta, pero me contuve y decidí que tal vez era el momento de compartir con esa muchachita una parte de mi historia. Me escuchó con mucha atención y solo hizo dos preguntas, cuándo supe de mi lesbianismo y cuándo fue mi primera vez.

-Mira, tú tienes más experiencia que yo, tienes más mundo, yo… no es que me haya enamorado de ti pero cuando me cruzaba contigo en la universidad, siempre tuve la impresión de que nunca me notarías y ahora que ha sucedido es como si… no sé cómo explicarlo, yo no llegué a tener fantasías contigo, pero la otra noche me hiciste sentir tan protegida, tan cuidada, que yo creo que me enamoré de ti esa noche y yo…

Se quedó callada de repente, como si tuviera miedo de hablar.

-Te escucho…

-Yo… quiero pedirte que… que seas mi novia ¿sí?

Me conmovió tanto que sentí ganas de sonreír, pero preferí responderle con un largo, larguísimo beso.

Yamile cambió de trabajo hace un tiempo, aunque cada tanto siente como una pulsión, ganas de volver a su romance con las herramientas y los motores, de hecho se ha comprado un autito y le encanta desarmarlo y ponerlo a punto. Hemos tenido un par de peleas porque ese gustito por los motores la ha retrasado un poco con sus estudios, pero los últimos exámenes los ha aprobado con buenas notas. Tenemos que cuidarnos de su familia, de sus compañeros de la universidad, del mundo en que vivimos, pero mientras tanto vamos construyendo nuestra historia y creamos cada fin de semana nuestro propio mundo. Yamile tiene una fantasía inagotable y eso hace que nuestra cama siga siendo tan mágica como el primer día. Una vez, mientras yo conducía en pleno tapón a las siete de la tarde en la zona céntrica de la ciudad, después de recogerla a la salida de su trabajo, Yamile se hundió en el hueco de su asiento, metió las manos bajo mi falda y, con una pequeña tijera, cortó mis bragas y me dejó con el chocho descubierto, eso me excitó muchísimo, pero su diablura no terminó ahí, de su mochila sacó uno de mis vibradores y comenzó a metérmelo despacito, hasta que al detenernos en un semáforo se acomodó en su asiento, lo más campante, mientras yo debía seguir maniobrando con esa cosa puesta ahí. Aunque el aire del auto estaba a full mi calentura era imposible, le juré que me vengaría pero ella permanecía impasible. Cuando llegamos al parqueo del edificio donde vivo bajé su asiento, me quité el juguete y me lancé sobre ella, le quité su tanga y le hice una rápida mamada a su chocho que la puso a mil. Subimos a mi apartamento y apenas cerramos la puerta nos tiramos sobre el piso de la sala y nos dimos un sesenta y nueve con las faldas levantadas, como yo me vine antes por toda la excitación acumulada terminé de desnudarla y decidí ejecutar mi venganza, le di un anilingus que la puso completamente loca, alcancé a manotear el vibrador que había puesto en mi cartera y se lo puse en el ano mientras le fui comiendo el chochito empapado y no la solté hasta que la oí gritar de placer. Descansamos un ratito en el sofá y, ya en mi habitación, bañaditas y perfumadas, Yamile me hizo un cunilingus con las bolas chinas puestas en el ano. Sentir esa cosa en la cuevita prohibida mientras su lengua me vuelve a desatar todos los duendes que se deleitan con mi botoncito fue como tocar las nubes, la excitación fue creciendo tanto que cuando alcancé el orgasmo creí que me desmayaría.

Pedí un taxi para que la lleve hasta su casa porque su auto, otra vez, está desarmado hasta el fin de semana.

El miércoles y el jueves no tuve noticias de ella y no me animé a llamar a su casa ni a su trabajo, no quería presionarla. El viernes en la mañana mi secretaria entró a mi oficina a traerme unos papeles para revisar.

-Tiene que firmar estas comunicaciones, hay una chica que quiere hablar con usted, dice que viene a hacerle una encuesta sobre neumáticos, yo le dije que usted no recibe a nadie que no esté citado pero ella dice que viene de parte del señor Tijera y…

Tragué saliva al escuchar la palabrita esa, supe de inmediato de quién se trataba.

-Hazla pasar.

Yamile entró, vestía un conjuntito de falda azul y blusa del mismo color. Estaba hermosísima, como siempre.

-Usted dirá- fingí para seguirle el juego delante de mi secretaria.

-Pues, verá, el señor Tijera me dijo que usted estaba interesada en unos neumáticos y…

-El señor Tijera siempre hace de las suyas ¿verdad?

-Bueno… a veces…

-El cree que puede desaparecer como si nada y después… ¿o no? mire, usted le va a decir al señor ese, que si no tiene nada concreto para mí, que mejor no…

El teléfono de mi secretaria sonó en ese momento y ella salió de la oficina.

-¿Nunca te asesinaron en una gerencia?- pregunté.

Yamile me miró divertida, de su mochila sacó una carpeta y la puso sobre mi escritorio. Era un contrato de alquiler y la garantía.

-Me voy a mudar la otra semana, si decides ayudarme, vamos a estar más cerca y además… ya tú sabes…

-¿Y tu trabajo?

-Es mi día libre, no te llamé estos dos días porque necesitaba pensar antes de decidirme. Ya lo pensé y… ¿estás de acuerdo, verdad?

Firmé los papeles y me contuve para no tomarla en mis brazos y comérmela a besos ahí mismo.

-Gracias. Te amo- dijo al tiempo que se ponía de pie.

-Tengo que llevar esto a la inmobiliaria, pero tal vez podríamos almorzar juntas en… tu casa, digo, si te parece- dijo y de su cartera sacó una tanguita azul y la puso sobre mi escritorio. La guardé rápidamente en un bolsillo mientras sentía en mi sexo el cosquilleo que me producía saber que mi niña andaría con su conejito descubierto antes de que nos encontráramos dentro de un rato más.

-¡Muchacha! Tú no puedes andar sin… - intenté exigir mientras ella abría la puerta.

-Muchas gracias, licenciada- dijo sonriente –le daré su mensaje al señor Tijera.

Mi secretaria entró apenas Yamile se hubo ido y antes que nada preguntó

-¿Quién es el señor Tijera?

(9,80)