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Las Palizas de Mateo

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A Mateo lo recuerdo siempre con una mezcla confusa de emociones. Cuando pienso en él, el miedo, la humillación y el dolor se confunden en mi memoria con el deseo y la excitación. Siempre me gustó mucho, por que el cabrón parecía un modelo con su cabello rubio pajizo y sus ojos grises con los que se me quedaba viendo con una frialdad que me hacía temblar.

Pero no podía albergar ninguna esperanza. Él era la estrella del equipo de fútbol del colegio. Eso le valía para que el entrenador y la mayoría de los profesores le profesaran una admiración que más parecía temor reverencial. Nadie quería que se fuera del colegio, pues con él se perdería uno de los únicos motivos de prestigio de la institución. Mateo lo sabía y se aprovechaba de eso para hacer exactamente lo que se le daba la gana.

Además de ello y como si fuera poco, una verdadera corte de aduladores y aduladoras andaban siempre junto a él, inflándole el ego y plegándose a su voluntad como si fueran borregos apegados a su pastor. Incluso, sin que él alardeara de ello, todos sabíamos que Mateo se follaba a cuanta chica se le diera la gana y no era poco frecuente que se fuera a su casa con dos y hasta tres de las nenas más lindas del colegio, con las que el muy guarro seguramente organizaba verdaderas orgías.

Su muy bien ganada fama de pendenciero y el alarde que siempre hacía de ser un mataputos consumado, se unía a la frialdad con la que se me quedaba viendo, para provocarme un sentimiento de verdadero miedo hacia Mateo. Por eso era que trataba de mantenerme los más alejado posible de él y evitaba cruzarme en su camino, pues no habían sido pocas las ocasiones en las que sufrí sus malos tratos.

También yo jugaba en el equipo de fútbol del colegio, pero mi papel era tan opaco como brillantes eran las actuaciones de Mateo. Me correspondía ser el arquero suplente, por lo que en muy contadas ocasiones tenía la oportunidad de meterme bajo los tres palos en algún partido importante. Eso hacía que casi nadie se fijara en mí ni me tuvieran en cuenta, aún más cuanto que en cada juego la atención era toda para Mateo, así como los elogios.

Sin embargo, en una ocasión en que el titular de la portería se enfermó, tuve que reemplazarlo. Confieso que estaba muy nervioso, pero me comporté como se esperaba de mí y puedo decir sin sonrojarme que me lucí atajando pelotazos de todas partes. Al promediar el partido ganábamos 1 a 0, gracias a un golazo de antología que había convertido Mateo en los primeros minutos del primer tiempo. Pero al iniciar la segunda etapa del partido, el equipo contrario se vino con todo, los zagueros nuestros se descuidaron y yo me ví incapaz de evitar una anotación con la que nos empataron el juego.

A partir de ahí todo fue nerviosismo. El partido estaba a punto de finalizar y el marcador seguía igualado. Pero en el minuto de adición que dio el árbitro, otra genialidad de Mateo nos permitió ganar 2 a 1. Como es de imaginar, todo fue festejo al concluir el encuentro. Todos nos fuimos a las duchas rebosantes de felicidad y sin escatimar elogios para el goleador de nuestro equipo. Pero para mí las cosas no iban a ser tan fáciles.

Cuando empezaba a despojarme de mi uniforme, Mateo se me acercó y me increpó agriamente por el gol que habían logrado convertir nuestros rivales. Traté de explicarle que no había sido mi culpa, si no que todo se debió a un descuido de los que jugaban en la defensa. El muy cabrón no me dejó decir mucho. Sin que me lo anunciara, levantó su mano y me plantó tal bofetón que por poco y me tumba al suelo.

¡Tú a mí no me replicas…imbécil! – me gritó al tiempo que amenazaba con propinarme otro golpe.

Mi actitud fue un poema de mansedumbre. Se me hizo un nudo en la garganta que me impidió expresar la más mínima protesta. A cambio de ello incliné mi cabeza ante Mateo y me limité a asentir tímidamente ante cada imprecación suya, mientras sentía que los ojos se me llenaban de lágrimas por tanta humillación, pero sobre todo por tanto miedo.

A partir de ese momento el muy cabrón pareció tomarle gusto a abusar de mí. Tal vez fue que mi actitud de esa primera vez le indicó que podría joderme como se le diera la gana. El caso es que desde entonces no pasaba día en el colegio que Mateo no me condimentara la jornada con algún bofetón o con al menos una patada en mi culo. No necesitaba motivo alguno. Simplemente me golpeaba para solaz suyo y de su corte de aduladores y aduladoras, que se torcían de risa al ver mi actitud pasiva ante los abusos del cabrón y no paraban de alabarlo a él por su arrogancia.

Hubiera podido muy bien defenderme o al menos intentarlo. Mateo acababa de cumplir sus 16 años y yo ya estaba bien entrado en mis 17. Además de ello, si el muy cabrón podía exhibir un cuerpo muy fibrado y musculoso, debido a los deportes que practicaba de manera obsesiva, gracias a los cuales también alardeaba de una fuerza excepcional, pues yo no me le quedaba atrás. También podía hacer gala una musculatura que muchos envidiaban y de una fuerza que muy pocos se habrían atrevido a desafiar.

Pero es que con Mateo la situación no era normal. Ese miedo que me inspiraba el cabrón y tal vez también lo mucho que me gustaba y lo deseaba, hacían que ante él mi actitud fuera la de un cervatillo medroso e indefenso, quedándome como única salida la huída o el sometimiento.

No obstante, hasta ahí la cosa no se había tornado todo lo dolorosa y humillante que llegaría a ser en las siguientes semanas. Mis verdaderos problemas con Mateo empezaron cuando en una de sus monumentales y habituales borracheras, el imbécil de Raúl se fue de la lengua y le contó a algunos compañeros cómo era que él, junto con Fernando y Ricardo, me usaban para hacerse pajas con mi boca y me rompían el culo sin misericordia mientras yo disfrutaba como la más caliente de las putas.

El rumor se extendió como un incendio y todos en el colegio empezaron a decir de mí que no era más que un maricón que posaba de macho. Lo negué todo y la mayoría me creyó. Me ayudó mucho que nunca nadie me había visto ni el más mínimo asomo de amaneramiento y, sobre todo, que Fernando y Ricardo también negaron lo que había contado Raúl. Pero con Mateo las cosas fueron diferentes. El muy cabrón no se tragó mis reiteradas negativas y a partir de ahí me redobló sus insultos, sus golpes y sus humillaciones.

Me acosaba tanto que ya no sólo evitaba cruzármele en su camino, sino que me escondía de él y trataba de mantenérmele lo más alejado posible. Pero el cabrón no me daba tregua. Incluso llegué a pensar que me buscaba por todo el colegio para divertirse a costa mía. Y cuando me encontraba, ya no sólo era golpearme, sino que además me escupía, me insultaba y me trataba de una forma tan cruel y humillante, que siempre me hacía estallar en llanto ante las carcajadas de sus aduladores y su propia satisfacción.

Llegué a desear que no tuviera que volver al colegio para sustraerme a las crueldades de Mateo. Pero seguramente que abandonar mis estudios acarrearía que papá me moliera a golpes cada día de mi existencia. Eso sin contar con que entonces perdería el único pretexto que tenía para salir de casa y así sustraerme a la insufrible presencia de mi odiado hermano menor. Por ello no tuve más remedio que resignarme a los constantes malos tratos que me infligía Mateo y aguantar con paciencia sus humillaciones, sabiendo que todo eso era preferible a la miseria de mi vida en familia.

No obstante mi resignación y mi paciencia, antes que lograr el aburrimiento o la misericordia de Mateo, me sirvieron para que su actitud hacia mí fuera cada vez más cruel. Los golpes y las humillaciones menudeaban a cada día en el colegio, y sin embargo todo ello no era más que el prolegómeno de lo que me haría vivir el cabrón en los meses sucesivos, cuando me convirtió poco menos que en su esclavo y yo me le sometí, esperanzado únicamente en que el muy sádico se apiadara de mí y dejara de apalearme y humillarme con tanta ferocidad.

Jugábamos la final de un campeonato zonal y ganamos el partido por un cómodo marcador de 2 a 0, ambos goles de Mateo, quien además salió como el goleador del torneo y fue escogido por los entradores como el mejor jugador. El cabrón fue sacado a hombros del campo luego de la premiación. Se veía exultante y más guapo que nunca. Camino a los vestuarios no paraban los vítores para él e incluso yo mismo estaba tan emocionado por su brillante juego, que me desgañitaba gritando loas en su honor.

Al ver cómo todos lo felicitaban y él aceptaba los cumplidos con amplias sonrisas, me olvidé del miedo que me inspiraba y me le acerqué también para ofrecerle mis parabienes. No tuve oportunidad de hacerlo. Mateo cambió su actitud triunfante por la fría mirada que me dedicaba siempre, y sin darme tiempo a nada me solmenó tal tortazo que me hizo caer al suelo cuan largo soy.

Sorprendido y aterrado recibí una paliza más cruel que las que solía obsequiarme papá por alguna queja de Julián. En medio del silencio que se hizo a nuestro alrededor, Mateo la emprendió a patadas contra mí sin que nadie manifestara siquiera la intención de defenderme. Me dio con todo, pateándome con sus botines de fútbol con la misma fuerza con que solía patear el balón, mientras yo recibía la paliza completamente inerme y sin atinar más que a sollozar por el miedo y el dolor que me causaban tan brutales golpes.

Luego de molerme de semejante forma, me pisoteó la cabeza hiriéndomela con los taches de su botín y para rematar me plantó su pie en la nuca oprimiéndome el rostro contra el suelo. Entonces se inclinó sobre mí y moderando su tono de voz me dijo como para que nadie más pudiera oírlo.

Voy a irme a mi casa y tú te vas a ir atrás de mí…y ay de ti si no me sigues, por que mañana te voy a partir el alma a golpes…lo de hoy te parecerán caricias si no me obedeces…puto de mierda…

No sé muy bien qué pasó de ahí en adelante. Sólo recuerdo que cuando me di cuenta de mí mismo, veía a Mateo que caminaba en compañía de Camilo, el más incondicional de sus aduladores, que le cargaba la bolsa de deportes y parecía un perro en pos de su Amo. Como a unos 50 metros atrás de ellos iba yo, renqueado y gimiendo por todos los dolores que me había provocado la paliza que me diera el cabrón, pero sin atinar a preguntarme porqué los seguía y sin tener la menor idea de para qué era que Mateo me había ordenado que me fuera a su casa.

Cuando llegué frente a la puerta, ya Mateo y Camilo habían entrado. Entonces me percaté de la estupidez que estaba cometiendo al haber ido hasta allí, en donde muy seguramente el cabrón volvería a molerme a golpes.

Estuve a punto de voltear cara e irme a mi casa, pero entonces recordé la amenaza de Mateo y además supuse con fundamento que al ver mi aspecto tan deplorable y al oír mis explicaciones, papá me apalearía también, para castigar lo que él llamaba mi pusilanimidad y mi mariconería. Sacando arrestos de donde no tenía y con mi boca seca por la ansiedad y el miedo, me decidí a tocar.

Casi al instante apareció Camilo en la puerta, dedicándome una mirada que me estremeció, aunque no pude desobedecer cuando me ordenó que lo siguiera hasta el living. Allí estaba Mateo, aún con su uniforme del equipo, con sus botines puestos, sudoroso y sentado en el sofá con actitud arrogante. Me estremecí de miedo ante su fría mirada, pero no pude negarme que se veía tremendamente guapo.

El muy cabrón no me decía ni una sola palabra, se limitaba a observarme con atención mientras yo permanecía de pie frente a él, con mi cabeza inclinada y sin poder controlar mis sollozos y el temblor que sacudía todo mi cuerpo adolorido. En esos momentos me arrepentí de haber ido a su casa y empecé a fantasear con que el muy sádico tal vez me había hecho seguirlo hasta allí para volver a apalearme hasta acabar matándome a golpes. Pero no osaba moverme.

Y aunque no me atrevía a mirarlo al rostro, creí verlo sonreír y eso antes que tranquilizarme me aterró aún más. Ahora podía estar seguro que Mateo me había hecho venir hasta su casa para divertirse a mi costa y eso, ya lo sabía yo demasiado bien, iba a significarme más dolor y más humillaciones. Y ello no se hizo esperar.

¡Desnúdate! – me ordenó con sequedad.

Ni siquiera me fijé en que Camilo venía de la cocina portando una bandeja con la merienda para Mateo. Actuando como un autómata pero sin dejar de temblar y sollozar, empecé a despojarme de mi ropa con la toda la presteza que me permitía mi estado de miedo y abatimiento. No tardé en quedarme en cueros, mientras el cabrón comía con lentitud su merienda sin dejar de observarme con detenimiento.

Me sentía tan indefenso y al mismo tiempo tan avergonzado que me incliné aún más de lo que ya estaba. Seguía doliéndome cada músculo de mi cuerpo por la paliza previa. Pero antes que sentir la menor rebeldía o a cambio de pensar siquiera en largarme de allí, me mantuve de pie frente a Mateo, mientras con mis manos intentaba salvar a medias mi pudor de la inquisitiva y fría mirada del cabrón. Pero ni eso me permitió el muy perverso.

¡Las manos a la espalda, maldito puto! – me gritó como si fuera una consigna marcial.

No tuve más remedio que obedecer. Era como si el cabrón quisiera llevarme al colmo de la humillación. Aunque lo que me estaba haciendo en esos momentos no era nada, comparado con lo que seguiría de ahí en adelante. De todas formas estuve a punto de echarme a llorar al verlo soltar una carcajada estruendosa y luego, cuando pudo controlar un poco su ataque de hilaridad, entre risotada y risotada, empezó a comentar lo ridículamente pequeña que se veía mi verga, que además se me encogía con tanta vergüenza y parecía como si quisiera esconderse en medio de la espesa mata de pelos negros que crecía con abundancia en mi bajo vientre.

Jajaja…no tenías remedio….jajaja…con la miseria de verga que tienes…jajaja…pues lo único…jajaja…lo único que te queda es ser un pobre puto de mierda…jajaja…

Y para completar mi humillación y mi vergüenza, el idiota de Camilo también me observaba con detenimiento y tal vez animado por las risotadas y los comentarios de Mateo, también soltó a reírse, aunque no de forma tan estruendosa como el cabrón y, si yo no hubiese estado tan azorado, hubiera percibido un cierto dejo de nerviosismo en sus carcajadas que más parecían el gorjeo de un pájaro de mal agüero.

A Mateo lo acometían sucesivas oleadas de hilaridad. Ni siquiera fue capaz de terminar con su merienda. Sin parar de reír ni de comentar lo pequeño de mi pito, le entregó la bandeja a Camilo y le ordenó que la llevara a la cocina, mientras seguía burlándose de mi diminuta virilidad. No sé cuánto tiempo pasó antes de que el canalla me diera otra orden que me sumía aún más en la humillación a la que me estaba sometiendo.

¡Tócate la polla, puto de mierda…jajaja…has que se te ponga dura…jajaja…a ver qué tanto te crece esa miseria…jajaja…!

Por primera vez en todo ese rato me atreví a mirarlo al rostro. Con mis ojos inundados de llanto y un gesto suplicante, intenté implorarle que no me obligara a obedecer esa última orden suya. Pero el cabrón dejó de reír súbitamente y me dedicó una mirada tan fría y a la vez tan dura, que me estremecí de miedo y ya no pensé más que en plegarme a su voluntad.

Llevé mi mano derecha a mi pija y me dediqué a sobármela con empeño, tratando de lograr una erección que se me hacía materialmente imposible en semejante estado de humillación y vergüenza, más aún cuando el cabrón no paraba de reírse y Camilo había regresado de la cocina y observaba con curiosidad mis esfuerzos, al tiempo que reía al compás de las carcajadas y los comentarios de Mateo. Sin embargo yo seguía con mis toqueteos, llorando ahora decididamente y sintiendo cómo mi polla en vez de levantarse, se encogía aún más como si también ella quisiera ocultarse avergonzada. Y no dejé de sobármela hasta que el maldito canalla me lo ordenó con una seña.

Pero en vez poder aliviarme un poco, lo que sentí fue que mi terror se redoblaba. Mateo abandonó la comodidad de su sofá y se me acercó muy despacio y sin dejar de helarme la piel con la fría mirada de sus ojos grises. Creí que empezaría a apalearme y me encogí todo lo que pude, al tiempo que sentía mi garganta reseca y temblaba sin poder contenerme. Pero el cabrón no tenía intenciones de apalearme.

Más bien se dedicó a observarme con detenimiento, ordenándome que me girara sobre mí mismo y palpándome por todos lados y usando de especial dureza en los múltiples puntos de mi cuerpo en donde me había golpeado luego del partido. Era como si quisiera comprobar los efectos de la paliza que me había prodigado, y parecía solazarse viendo mis gestos de dolor cada que aplicaba un fortísimo sobijo en cualquiera de los múltiples hematomas y moretones que me habían provocado sus patadas.

La única parte de mi cuerpo en la que no metió mano fue en mi bajo vientre, por que incluso me amasó las nalgas con fuerza y hasta sentí cómo dejaba correr uno de sus dedos por la raja de mi culo, haciéndome estremecer con una mezcla pavorosa de miedo y excitación.

Seguramente notó lo que me provocaban sus toqueteos en mi culo y dejó de hacerlo. Estaba claro que el cabrón no intentaba excitarme. Su intención era más bien examinarme como a una cosa que estuviera evaluando para saber si me encontraba digno de ser usado por él. Y acabó de aclararme sus pretensiones de la misma manera brutal en como me trataba siempre. Tal vez notando la incipiente erección de mi verga, que esta vez no necesitó de mis toqueteos para empezar a despertar, Mateo me agarró por los pelos haciéndome que me inclinara aún más de lo que ya estaba y me plantó un bofetón que me estremeció.

Vaya que eres un puto de verdad… – me dijo con calma –…y ahora vas a mostrarme todo lo maricona que eres…

No entendí su comentario. El miedo y la humillación que estaba provocándome su trato, habían nublado por completo mi cerebro. Y entendí aún menos cuando le ordenó a Camilo que también se desnudara, al tiempo que él volvía a acomodarse con indolencia en su sofá y observaba con gesto de apremio cómo su adulador de cabecera se sacaba la ropa con algo de torpeza.

No me extrañó que tratara a Camilo como a un sirviente. Al fin de cuentas Mateo trataba como a basura a todo el mundo a su alrededor. Tampoco me extrañó que el imbécil de Camilo le obedeciera como un borrego, aunque sí noté cómo el pobre infeliz pasaba de sus forzadas carcajadas de hacía un momento, a un temblor nervioso y a un sonrojo que no podía disimular a pesar del color trigueño de su piel.

A penas si esperó a que Camilo acabara de encuerarse para soltarme una orden que acabó de humillarme aún más, si es que eso era posible. Jamás me imaginé hasta ese momento, que debiera rebajarme tanto aún a pesar que mi vida había parecido siempre un rosario de vejaciones.

Ahora me vas a mostrar lo maricona que eres… – me reiteró Mateo con una sonrisa que no lograba disimular la frialdad de su mirada.

Otra vez me quedé sin comprender y no atiné a pensar en nada. Lo único que me importaba entonces era que lo que fuera a hacerme Mateo me lo hiciera enseguida, así se tratara de propinarme una paliza hasta matarme, por que a esas alturas lo que más deseaba era poder acabar con aquella puta situación que me resultaba tan humillante. Y eso sin saber aún lo que me esperaba.

¡…chúpale la polla a éste…! – me ordenó señalándome a Camilo.

No podía creerlo. Y tampoco podía aguantar más. Negué con mi cabeza y traté de sustraerme a esa ignominia que me estaba imponiendo el muy cabrón. Sacando fuerzas de donde no tenía traté de implorarle que no me obligara a chuparle la verga a Camilo sin pensar siquiera que me hubiera bastado mandar a Mateo a la mierda, aunque ello me costara un cruel castigo pero me habría sustraído a semejante degradación.

Pero el muy sádico de Mateo no transigía con nadie, y menos conmigo que a esas alturas debería parecerle el ser más insignificante de todos cuantos orbitaban a su alrededor. Casi saltó desde su sofá, me agarró por los pelos y me propinó un puñetazo salvaje en el vientre haciéndome exhalar todo el aire y obligándome a doblarme sobre mí mismo. No me dio tregua. Enseguida me plantó un bofetón tan brutal que me tiró al suelo. De inmediato me plantó su pie derecho sobre el cuello cortándome la respiración que yo buscaba con angustia y acabando de herirme con los taches de su botín de fútbol.

¡Escúchame bien, puto de mierda… – me dijo con un tono de furia –…vas a hacer lo que te mando, o voy a molerte a golpes hasta que me supliques que te dé una orden para obedecerme…

Ya ni siquiera tenía el consuelo de sollozar. En mi mente afiebrada por el dolor y el miedo tuve la certeza de que Mateo sería capaz de someterme a torturas demasiado crueles antes de causarme una muerte infamante. Así que mejor me resigné a sus designios y decidí obedecerlo con toda mansedumbre, sin siquiera volver a pensar en suplicarle que ya no me humillara más. Sin embargo no pude moverme por que él seguía oprimiéndome el cuello con su pie.

Ya me mostraste que no tienes ni un pelo de hombre, con tu miseria de polla que ni siquiera se te pone dura… – me dijo con un tono menos furioso que al principio –…ahora me vas a mostrar todo lo maricona que eres. Le vas a chupar la verga a Camilo hasta que yo te lo ordene –. Remató liberándome de la opresión de su pie, pero sólo para propinarme una patada fortísima por el culo.

No me arriesgué más. Sobreponiéndome al dolor que recorría todo mi cuerpo, me puse de rodillas ante Camilo y me preparé para chuparle la verga como Mateo me había ordenado. El canalla volvió a su sofá y se acomodó con indolencia, como disponiéndose para disfrutar del espectáculo de mi humillación, y aún el ordenó a Camilo que se pusiera de perfil hacia él, seguramente para poder contemplar en un plano de primera mano el oficio de mis labios sobre la polla de aquel imbécil.

Camilo no estaba nada mal. Su cuerpo mostraba algo de músculo y hasta hubiera podido decirse que era guapo, con su piel trigueña su cabello negro y esa mirada lánguida que lo hacía parecer como si siempre estuviera a punto de llorar. Pero a mí no me atraía en lo más mínimo. Yo podía ser todo lo maricón que Mateo decía, pero no iba a resultarme para nada placentero chuparle la polla a ese imbécil, que me parecía tan idiota y tan estúpido como para haberse convertido en la sombra del arrogante canalla que me estaba humillando de semejante forma.

Es que a mí lo que más me atraía de un chico, antes que su belleza física, era un carácter firme y esas posturas un tanto dominantes y muy seguras que suelen manifestar los adolescentes a la hora de tener sexo. Y Camilo sólo era un pusilánime, un pobre infeliz que mantenía un gesto bobalicón siempre que estaba con Mateo y que se plegaba a la voluntad del canalla con una mansedumbre que lo hacía ver más soso de lo que tal vez era en realidad.

Sin embargo yo ya no estaba en condiciones de manifestar ni la más mínima reticencia a ninguno de los designios de Mateo, así que hice lo que el muy cabrón me había ordenado. Sin siquiera atreverme a agarrarle la polla a Camilo, me la llevé a la boca y empecé a chupársela sin ningún entusiasmo, más aún cuando las estruendosas carcajadas de Mateo y sus burlones comentarios sobre el arte de mis labios, me resultaban a cual más afrentoso.

Ni siquiera me pregunté cómo era que el propio Camilo se mostraba tan avergonzado como yo mismo, a tal punto que me llevó unos cuantos minutos de mamar y lengüetear, antes de lograr que su verga empezara a abandonar una flaccidez extrema, que casi la mantenía con un tamaño tan mínimo como el de mi propia polla. El idiota me dejaba hacer con extrema pasividad, sin manifestar ninguna emoción, mientras Mateo no paraba de carcajearse y de instigarme para que redoblara los esfuerzos de mi boca, al tiempo que me insultaba con cuanta burrada se le venía a la cabeza, llamándome maricona, puto de mierda, comevergas y otro amplísimo repertorio de lindeces como esas.

Finalmente sentí cómo la polla de Camilo se había erectado por completo entre mis labios y cuando ya me temía que el imbécil fuera a correrse en mi boca, ví con terror que Mateo se levantaba de su sofá y se nos acercaba con una actitud que yo no podía definir. Me agarró por los pelos halándome con fuerza al tiempo que empujaba a Camilo y le ordenaba que se apartara.

Mientras me mantenía sujeto con su mano derecha, con su otra mano se bajó el corto pantalón de deporte junto con su bóxer, liberando su verga completamente erecta y de un tamaño ostensiblemente mayor que la de Camilo. Sin darme tiempo a nada, me haló por los pelos con violencia llevando mi cabeza hacia su vientre y de inmediato encajó su palo en mi boca sin ninguna consideración, penetrándome hasta más allá del límite de mi garganta y provocándome arcadas y un dolor agudo que me hizo suponer que me había desgarrado el esófago.

Bueno maricona, ahora vas a saber lo que es mamarle la verga a un verdadero varón. ¡Chúpamela puto! – me ordenó al tiempo que me plantaba una palmada por la cabeza.

Los ojos se me llenaron de lágrimas y aunque intenté empezar a mamársela con todo el arte de mis labios, el muy cabrón no me dio tiempo. Empezó a follarme la boca con violencia, insultándome e instándome a darle placer, dejando a la altura de mis ojos su mano abierta, como dispuesta para castigarme salvajemente en una actitud amenazante que redoblaba mi terror, aún más cuanto me propinó incontables golpes con los que acababa de condimentar el dolor y el miedo que atenazaban todo mi ser.

Me esforcé de verdad. Mientras Mateo me ensartaba por la boca sin ninguna misericordia, yo pugnaba por chuparle la verga con decisión e intentaba lengüetearle suavemente el glande, esperanzado en provocarle tanto placer que el muy cabrón alcanzara el orgasmo con la mayor rapidez posible y así terminara mi tortura. Y en apariencia mis esfuerzos dieron resultado, por que en pocos minutos sentí que su palo adquiría una rigidez extrema y en medio del dolor y el miedo que me estaba provocando, me alegré que el muy sádico estuviera gozando de semejante forma.

Pero mi incipiente sentimiento de alivio se diluyó bien pronto. Mateo era un maldito canalla al que lo único que le importaba era su propio placer, y no se detenía a pensar que en la búsqueda de su satisfacción estaba casi matándome de dolor y humillación. O sería tal vez que precisamente mi sufrimiento era un ingrediente más para aumentar su gozo. El caso es que seguramente sintiendo la proximidad de su orgasmo, haló de mis pelos llevando mi cabeza hacia atrás y sacó su verga de mi boca por unos instantes, los suficientes para detener su corrida, al cabo de lo cual volvió a ensartarme con la misma brutalidad del principio y siguió follándome tan bestialmente como lo había estado haciendo antes.

Sin embargo no cejé en mis esfuerzos. Seguí intentando provocarle placer con el mismo denuedo de la primera vez, manteniendo la esperanza en que entre más pronto llegara el clímax del gozo del maldito cabrón, más pronto dejaría también de torturarme. No obstante el canalla repitió su operación de detener su orgasmo unas cuantas veces más, obteniendo de mi parte, siempre que volvía a ensartarme, ingentes esfuerzos por hacerlo gozar. Hasta que ya casi al borde de la inconciencia sentí que el muy sádico tensaba sus músculos, al tiempo que me daba estocadas demasiado profundas y empezaba a eyacular en mi garganta entre rugidos y tremores.

No tuve más opción que tragarme todo su semen. Con su tremenda verga desgarrando lo más hondo de mi garganta, casi ni podía respirar, amén que en las condiciones en que me encontraba no hubiera tenido ánimos ni fuerza ni siquiera para escupir. Tanto es así que cuando Mateo me liberó, me dejé caer al suelo como un muñeco de trapo, con mis ojos arrasados en lágrimas y tosiendo medio ahogado con la abundantísima corrida con que me había obsequiado el muy cabrón.

No había acabado de recuperarme pero ya estaba esperanzándome con que todo hubiera terminado, pues Mateo se retiró hacia su sofá con paso vacilante y a duras penas medio acomodándose su corto pantalón de deporte y su bóxer. Hice esfuerzos para levantarme. Mi intención era vestirme y largarme de allí lo antes posible, pues aunque sabía que en casa seguramente papá me apalearía por mi tardanza y por lo lamentable de mi estado, el viejo tal vez no mostrara tanto sadismo como el que había usado conmigo el maldito canalla de Mateo.

Pero el grandísimo hijo de puta no estaba satisfecho aún. Con voz apagada le ordenó a Camilo que le trajera un refresco y viendo mis intenciones de vestirme para largarme, me amenazó con volver a apalearme si no me quedaba echado en el suelo como un miserable perro. No tuve más remedio que plegarme a la voluntad del cabrón, y desde mi posición pude constatar que el idiota de Camilo seguía tan desnudo como yo mismo y se afanaba en servir a Mateo con la misma diligencia con que lo hubiese hecho un esclavo.

Tuve unos instantes para reflexionar y me pareció increíble que aquel canalla nos mantuviera a los dos en semejante estado de postración y nos sometiera a tanta ignominia. Muy bien yo sólo hubiera podido enfrentármele y defenderme, y seguramente que con la ayuda de Camilo, entre los dos le habríamos podido dar una paliza de antología a Mateo para que se le quitara su arrogancia. Pero no hacíamos absolutamente nada más que obedecerlo. La actitud de Camilo era comprensible, pues el muy idiota no era más que la sombra sumisa de aquel cabrón. Pero en mí, mi pasividad no podía explicarse más que por el miedo que me inspiraba el maldito canalla y por esa especie de resignación que me invadía cada vez que me veía usado por un chico, resignación que había empezado a sentir desde que Felipe, mi primer y más grande amor, me había compartido con sus sádicos amigos alemanes, que empleaban conmigo una crueldad difícil de describir.

Seguramente ya recuperado de su apoteósico orgasmo, el muy cabrón me ordenó que me exhibiera ante él. Me obligó a que me pusiera en cuatro patas y contoneara mi trasero, lo cual le produjo un ataque de risa que casi no podía controlar. Luego me indicó que me postrara con mi rostro en el suelo y levantara el culo dejándolo en pompa y como si me dispusiera a recibir una verga en mi agujero.

¡Ábrete los cachetes, puto de mierda…– me ordenó entre carcajadas –…seguro que así te gusta ofrecerte para que te partan el culo los varones de verdad…!

Sin poder desobedecerle, me llevé las manos al culo y me abrí los cachetes lo más que pude, gimoteando en el colmo de la vergüenza y pensando que tal vez Mateo iba a sodomizarme enseguida. Confieso que en otras circunstancias esa perspectiva no me habría disgustado para nada, pues como ya he dicho, el cabrón me gustaba de verdad. Pero en la situación en la que me encontraba y sufriendo en esos momentos toda la cruel sevicia de aquel canalla, supuse que ser cogido por él no me generaría ningún placer, y en cambio ello aumentaría mi sentimiento de humillación y acabaría por provocarme un nuevo dolor.

Pero me equivoqué, al menos por el momento. El maldito cabrón no pensaba sodomizarme aún, pero sí tenía en mente seguir humillándome de las peores formas. Seguramente cuando ya se hartó de verme exhibiéndomele, me ordenó que me le acercara. Puesto en cuatro patas como estaba, me arrastré hasta quedar junto a él, gimiendo y temblando de miedo. No me hizo esperar para plantarme uno de sus pies en mi cabeza y obligarme a postrarme nuevamente, aplastándome el rostro contra el suelo e inmovilizándome, al tiempo que me ordenaba mantener el culo levantado. Enseguida supe de la nueva humillación a la que iba a someterme por que lo oí ordenándole a Camilo:

¡Dale por el culo, que seguro la muy maricona está deseosa de que se lo partan! – y acompañó su orden de una estruendosa carcajada.

Ni siquiera podía moverme, mucho menos iba a intentar protestar, aunque no pude evitar llorar de nuevo, más por esta nueva afrenta que por el intenso dolor que me causaban los taches de su botín de fútbol aplastándome tan cruelmente la cabeza. Sentí a Camilo arrodillándose atrás de mí, sentí sus manos sudorosas agarrándome por las caderas, sentí su polla fofa restregándose en mi raja y quise morirme en ese instante.

El maldito imbécil seguro estaba tanto o más azorado que yo mismo y eso se le notaba en el temblor de sus manos sudorosas y sobre todo en la falta de la rigidez necesaria en su verga para poder ensartarme. A penas si apuntaba a mi agujero con su polla y al intentar metérmela se le doblaba por la falta de consistencia. Mateo no paraba de reírse a carcajadas, seguro consiente de toda la humillación que estaba provocándome aquello y también por los vanos intentos de Camilo por metérmela.

Pero se impacientó pronto por la falta de eficacia de su sirviente y empezó a incentivarlo con imprecaciones a las que el idiota de Camilo respondía con balbuceos que yo no lograba comprender. Sin embargo, los insultos que le soltaba parecieron dar fruto, pues a pesar que el temblor de las sudorosas manos del idiota se hacía más ostensible, pude percibir también que su polla se endurecía paulatinamente, hasta que alcanzó tal grado de consistencia que le fue suficiente para poder metérmela.

Ahí empezó a culear despacio, con un metisaca que no me causaba ninguna sensación de dolor ni de placer, a penas un fastidio que me resultaba insufrible, pero al cual no podía sustraerme y cuyo único efecto era hacerme sentir más humillado a cada momento y redoblar mis sollozos, mientras Mateo estaba en el colmo de la diversión, riendo a carcajadas, incentivando al idota de Camilo y aumentando más a cada instante la fuerza con que me aplastaba la cabeza con su pie.

Pero de un momento a otro pareció caer en cuenta que aún podría humillarme más y aprovecharse de mí para incrementar su satisfacción y su comodidad. Liberó mi cabeza permitiendo que al menos me aliviara de uno de los dolores que recorría mi cuerpo, aunque su gesto no fue precisamente de generosidad. De inmediato supe a qué nueva afrenta iba a someterme el muy canalla y ello me hizo sentir el más miserable de los putos, pero no me atreví a desobedecerle cuando me ordenó:

¡Descálzame, puto de mierda…que ahora me vas a chupar mis pies como una buena perra!

La perversidad de aquel maldito cabrón me parecía el colmo de la crueldad, pero a esas alturas sabía que desobedecerle me resultaría demasiado doloroso y seguramente también mucho más humillante. Así que no me hice repetir la orden para empezar a darle satisfacción. Llorando decididamente y mientras el imbécil de Camilo seguía follándome con parsimonia, le saqué sus botines y sus medias de fútbol a Mateo y acabé de inclinarme para chuparle sus pies, con toda la decisión que me inspiraba el miedo que sentía ante la posibilidad de una nueva paliza del canalla.

No podía reprimir el asco que me causaba semejante tarea impuesta por Mateo, pues no era de esperar que sus pies fueran la expresión de la pulcritud luego de haber estado jugando un partido de fútbol. Pero aún así me apliqué a chupárselos y a repasarle mi lengua por todas partes, tragándome el sudor que se le había acumulado entre los dedos y toda la mugre que se le adhería a los tobillos.

En lo único que podía pensar era en lo afrentoso que me resultaba estarme ahí, lamiéndole los pies al maldito cabrón que no hacía mucho me había pateado con crueldad y, para completar haciéndolo mientras que, por orden suya, el idiota de Camilo seguía follándome con la misma falta de entusiasmo que hubiera manifestado al tragarse un purgante.

Mateo seguía riéndose al tiempo que comentaba como para sí mismo lo graciosos que, según él, resultaban mis lloriqueos de maricona y mis remilgos de puta hipócrita, pues a su entender yo debía estar en el cielo en esos momentos, más aún sabiendo que todo lo que me estaba ocurriendo era por su propia diversión y su placer. Yo no entendía tanto egoísmo del cabrón, pero ni se me hubiese ocurrido discutirle y más bien me aplicaba a seguir lamiéndole sus pies y sin poder desear nada más que aquello terminara pronto.

Estaba oyéndolo comentar cómo era que mis lengüetazos a sus pies le resultaban tan gratificantes y le causaban un gran relajamiento, cuando sentí en mi ano que la verga de Camilo adquiría la rigidez previa al orgasmo. Me alegré por que creí que al menos me vería liberado enseguida de aquella humillación. Pero Mateo también debió notar que el imbécil de su sirviente estaba a punto de correrse y lo intimó para que no fuera a hacerlo. El poder que el muy cabrón parecía ostentar sobre el pobre idiota, le alcanzaba hasta para controlarle su placer.

Camilo dejó de culear por unos instantes y luego volvió con su lento y tedioso metisaca, mientras yo seguía llorando y lamiendo con diligencia los pies de mi verdugo, hasta que el muy cabrón pareció hartarse de todo aquello. Se inclinó lo suficiente para agarrarme por los pelos, me haló violentamente haciéndome poner de rodillas entre sus piernas, me solmenó tremendo tortazo y me ordenó que le sacara la verga y se la mamara suavemente.

Creí que volvería a follarme la boca con el mismo sadismo de la primera vez y me aterré demasiado, pero no me esperé para correr el borde de su corto pantalón de deportes junto con su bóxer, liberando su polla que aparecía de nuevo erecta en todo su esplendor, y me la llevé a los labios con timidez, para intentar darle el mayor gozo posible al maldito canalla y así evitarme una nueva tortura.

Estoy seguro que no fue a causa de mis esfuerzos ni de mi sumisión que Mateo pareció mostrar un poco de conmiseración. El caso es que me dejó mamársela a mi ritmo por unos minutos y luego le ordenó a Camilo que ya dejara de follarme y en vez de eso se dedicara a chuparme el culo. El pobre infeliz obedeció con la misma mansedumbre de siempre. Se echó en el suelo para dejar su boca a la altura de mi ano y de inmediato me aplicó los labios y empezó a chupármelo como una ventosa. Y no esperó mucho antes de empezar también a hurgarme con su lengua en el mismo agujero en el que hasta hacía tan poco me había estado hurgando con su verga.

Me estremecí sin poder contener la excitación que me provocó aquello. Las únicas veces que me habían chupado el culo fue cuando los amigos alemanes de Felipe esclavizaron a un par de peones de su finca y nos obligaban a lubricarnos entre nosotros, lamiéndonos el agujero mutuamente antes de que ellos nos sodomizaran sin ninguna piedad. Mateo debió notar el efecto de la lengua de Camilo entre mi ano y no tardó en volver a dejarme claro que todo aquello no era para mi placer. Me haló violentamente de los pelos echando mi cabeza hacia atrás, volvió a golpearme con brutalidad y me intimó:

¡Concéntrate en mamármela, maricona…mira que sólo debes pensar en complacerme, o voy a romperte la madre a tortazos!

Sin poder controlar mis estremecimientos, tuve que esforzarme por obedecer a Mateo, pues el miedo a sus golpes era ahora más fuerte que mi propia excitación e incluso estaba por encima de la profunda humillación a la que a esas alturas parecía haberme acostumbrado, como si la ignominia fuera la circunstancia natural de mi miserable existencia de puto.

No pasó mucho tiempo antes que sintiera que la verga de Mateo adquiría de nuevo una rigidez pétrea, lo que me dio ánimos para redoblar mis esfuerzos buscando provocarle el máximo de placer, pues intuía que luego de descargarse por segunda vez, el canalla por fin me liberaría. Pero el maldito cabrón no estaba dispuesto a dejarme así no más.

Volvió a halarme por pelos con violencia llevando mi cabeza hacia atrás y en pago de mis esfuerzos por darle placer, me obsequió con un enésimo tortazo que me hizo ver los demonios. Y sin decirme nada se levantó de su sofá dejándome a mí postrado en el suelo, se desembarazó de su uniforme de fútbol quedando tan desnudo como Camilo y como yo. Entonces se inclinó, me agarró de nuevo por los pelos y se echó a andar hacia el patio, materialmente arrastrándome y sin hacer el menor caso de mis lastimeros gemidos, que yo no podía controlar en medio de tanto dolor y tanto miedo.

Llegado allí me obligó a tenderme sobre una especie de andamio de madera muy rústica. Quedé con mi culo levantado y Mateo aún me dio un par de patadas por las pantorrillas para obligarme a abrir las piernas. Supuse con razón lo que me haría enseguida y él mismo no tardó en confirmármelo, con igual sevicia que la que había usado en todo ese tiempo.

¡Ahora sí vas a saber lo que es que un verdadero varón te parta el culo…puto de mierda!

Y sin esperar a nada me sembró toda su verga con una sola embestida tan violenta que me hizo gritar y estremecerme. Aún a pesar que mi agujero estaba bien dilatado por la prolongada follada y además por los lengüeteos que me había dado Camilo, la brutalidad de Mateo fue tal que sentí cómo me desgarraba el ano, provocándome un dolor más intenso que el que me causó Felipe el día que me desvirgó. Gemí sin poder contenerme y haciendo un gran esfuerzo empecé a suplicarle por un poco de piedad

Pero claro que mis gemidos no iban a conmoverlo. Antes por el contrario, me pareció que entre más chillaba yo y más lastimeramente le imploraba algo de misericordia, con más violencia me ensartaba el muy canalla, haciéndome ver los demonios con cada embestida de su verga, mientras me mantenía agarrado por los pelos como si fueran la rienda de una yegua que él estaba cabalgando.

Y lo peor para mí fue que el muy sádico me aplicó un tratamiento igual al que utilizó cuando me folló la boca. A penas estaba a punto de correrse, me sacaba su verga por unos instantes, los justos para detener su corrida, y enseguida volvía a ensartarme con la misma brutalidad de siempre. Aunque era natural que el canalla no pudiera contenerse todo el tiempo. Aún así el maldito cabrón me iba a dar una sorpresa que acabaría de humillarme, si es que eso cabía. Aunque debo confesar que no me resultó del todo desagradable y antes por el contrario, me compensó en parte por todo el sufrimiento que me había infligido Mateo en aquella aterradora jornada.

Mientras me empalaba salvajemente, le ordenó a Camilo que me masturbara, indicándole que no debía dejar que me corriera hasta que él le indicara. Con todo el dolor que recorría mi cuerpo, a penas si me percaté cuando el idiota se arrodilló a mi lado y agarró mi verga entre sus dedos para empezar a machacármela con parsimonia. Sentí estremecimientos por toda mi piel, aunque no podía saber si por el gran dolor que me estaban causando las brutales estocadas que me daba Mateo con su verga, o por el incipiente placer que me provocaba la paja que me estaba haciendo su sirviente.

Ni siquiera fui capaz de saber en qué momento mis huevos se encogían y mi pequeña verga se ponía demasiado tiesa entre los dedos de Camilo. Seguramente que el cabrón le había ordenado de que me hiciera acabar, por que el idiota arreció los manoseos en mi polla y al poco sentí que me venía la corrida. Empecé a eyacular entre temblores, gemidos de placer y aullidos de dolor al sentir cómo Mateo tironeaba de mis pelos con desorden y me empalaba con su verga más allá de cualquier límite, al tiempo que también él se venía a chorros, inundándome las entrañas con su abundante y caliente semen.

No tardó demasiado en acabar de vaciarse adentro de mí, y mientras yo seguía estremeciéndome y gimiendo, me sacó su verga con la misma brutalidad con que había estado cogiéndome, y aún sujetándome por los pelos me hizo dar vuelta y me obligó a ponerme de rodillas ante él, para enseguida solmenarme el último tortazo de aquella jornada y ordenarme que se la mamara hasta dejársela lustrosa, pues según su entender, yo tenía la culpa de que su polla le hubiera quedado tan untada de semen y de sangre.

Le obedecí sintiendo que me moría de asco y en el más profundo estado de humillación y de vergüenza, más aún cuanto que el maldito cabrón empezó de nuevo a reírse y a comentar cómo era que yo me mostraba tan maricona que no había podido evitar correrme como una perra mientras él me partía el culo con toda la arrogancia de su hombría adolescente. Y como si eso no le bastara, luego que consideró que le había dejado su verga lo suficientemente limpia al tragarme los restos de su orgasmo, me ordenó que de nuevo me echara a sus pies y se los besara, agradeciéndole todo el placer que, en sus palabras, me había dejado disfrutar.

Para mi completo alivio, Mateo me dejó ir sin propinarme ni un solo golpe más, aunque no paraba de comentar entre risas de burla todo lo que me había hecho y me intimaba a agradecerle todas sus cabronadas, ya que de acuerdo con sus razonamientos, un puto de mierda como yo pocas oportunidades tendría de complacer a un verdadero varón como él. Sin embargo las cosas no acabaron allí.

En lo sucesivo Mateo se convirtió en mi Amo y Señor. En el colegio arreció con sus malos tratos y sus humillaciones, mostrándose particularmente cruel si me veía hablando con Fernando o Ricardo, a quienes me prohibió que volviera siquiera a mirar. Y no pasaba una semana en que no me apaleara por lo menos dos veces, dejándome maltrecho y gimiente y ordenándome que me fuera a su casa luego de clases, so pena de recibir al día siguiente otra paliza.

Me usaba casi siempre igual que la primera vez, con leves variaciones que incluían en ocasiones trasvestirme y obligarme a comportarme como una puta y tener sexo con Camilo, pero siempre sin dejar que el idiota se corriera mientras él se desternillaba de risa, viéndonos cómo nos revolcábamos a sus pies simulando ser un par de amantes apasionados.

Aquello duró todo ese año escolar al cabo del cual la familia de Mateo se mudó a otra ciudad y yo me ví por fin liberado de su cruel tiranía. Nunca me preocupé por preguntar por la suerte del maldito cabrón y antes por el contrario, me aterraba pensar que algún día lo viera aparecer nuevamente, por que suponía que nunca podría acostumbrarme a ser usado y abusado de una manera tan brutal, aún sin saber lo que me esperaba cuando perteneciera al Círculo.

(9,50)