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Circo de fieras

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Algunos espectáculos del circo solo se pueden ver si eres parte de la familia.

¿Quieres que te desvele alguno? Entra y lee.

Tas recibir el mensaje donde te daba la dirección del hotel y el número de habitación y tras una espera inconmensurable; tocaste a la puerta.

Si esperabas entrar y tener una noche loca de hotel, tus ideas estaban muy lejos de los planes que había preparado.

Cogí el par de entradas que había comprado para la función de esa noche y te invité a irnos.

Las entradas eran para una función de circo.

Durante la función se pidió una voluntaria para el truco de la misteriosa desaparición.

Nadie se ofreció, y me escogieron “por azar”.

El truco salió a la perfección.

Yo desaparecí y aparecí en un falso suelo.

Me recogió el payaso y el enano. Todo un clásico.

Me llevaron al camerino de la acróbata para que pudiese pasar el resto de la función cómoda hasta la hora de volver a formar parte del público.

Era una chica esbelta, pelirroja, piel pálida y con la cara poblada de pecas.

Toda una belleza.

Su pareja de función no tenía nada que envidiar.

Un hombre alto, definido, ojos verdes y facciones muy marcadas.

No tuvieron mejor idea para que no aburrirme que deleitarme con posturas y trucos que hacían.

Ver aquellos cuerpos sincronizándose en un roce tan perfecto hizo que mi imaginación volase.

Los imaginaba haciendo posturas imposibles mientras disfrutaban el uno del otro.

La veía a ella boca abajo pegada a la pared vertical mientras él la aguantaba por las piernas, abriéndola y comiéndole ese jugoso coño.

Aquel coño peludo pero arreglado, tenía que estar delicioso.

Inconscientemente yo cruzaba y descruzaba las piernas, cerrando en cada movimiento la entrada de mi coño.

Aquello me producía un ínfimo momento de placer.

Aproveché la postura donde ella se encontraba sobre los hombros de él.

Tenía el coño pegado en su cara.

Me di la vuelta y le subí un poco el vestido.

A la vista me quedó un culo redondo y prieto.

Empecé a tocarlo, manoseando cada vez con más ganas.

El acróbata empezó a comerle el coño por encima de la ropa interior que llevaba.

Se la mordía. Tiraba de su clítoris haciendo que se hinchase cada vez más.

Yo tenía una mano dentro de mi pantalón.

Quería acompasarme a mi pelirroja, así que rozaba mi coño por encima de mi tanga.

Apretaba con fuerza introduciendo parte de mi dedo haciendo que la tela me penetrase saliendo con un olor a fluidos nada disimulado.

La polla de él se hinchaba cada vez más dentro del pantalón ajustado que llevaba.

Si ya en reposo se podía intuir las dimensiones que tenía aquel pedazo de carne ahora en todo su esplendor metía algo de miedo.

Me arrodillé. Levanté la cabeza para mirar que tal iban ellos dos.

Seguían como al principio.

Abrí la boca y empecé a comerle la polla estando dentro del pantalón aún.

Iba mordiendo todo a lo largo de ella.

Aprovechaba que estaba resguardada por el traje para morder y hacerlo disfrutar.

Mi pelirroja en un momento de descuido bajó al suelo.

Me cogieron de la mano y me cambiaron de camerino.

Esta vez estaba en el de él.

Allí guardaba cuerdas con las que entrenaban, y por la habilidad con que montó todo, no sólo entrenaban para las funciones.

En cuestión de 5 minutos tenía un columpio improvisado.

Y en menos tiempo ambas nos encontrábamos desnudas.

Nos sentó a las dos en el columpio. Juntas.

Nos empujó y se quedó enfrente de nosotros.

Cada vez que nos impulsábamos hacia él, le daba un lametón a uno de los dos coños que tenía a su disposición.

Esperaba que fuese alternando entre uno y otro, pero lo que hacía era pasarse un minuto con ella y por medio darme uno a mí.

El coño de mi pelirroja chorreaba, por los lametones de su fornido hombre y porque mi generosa mano la estaba complaciendo en demasía.

Mientras tanto yo mendigaba una pasada de aquella caliente lengua cuando a él le parecía.

Cuanto más suplicaba que me diese placer, menos atención recibía hasta que en uno de los movimientos aprovechó para darme una palmada vigorosa contra el clítoris.

Eso me puso muy cerda.

Pedía a gritos más y más eran las que recibía.

Cuando ya la desesperación pudo a mi pelirroja, él nos frenó en seco.

Nos levantó del columpio para sentarse.

Las dos nos arrodillamos como lobas a comer aquella polla gorda.

Mientras la pelirroja jugaba con ella, yo me metía los huevos en la boca y succionaba tirando de ellos.

Luego cambiábamos los papeles.

Me gustaba comerme aquella polla babada por mi pelirroja particular.

En un momento dado, él me levantó y me hizo sentarme sobre su polla.

La pelirroja también se subió al columpio, pero se quedó de pie.

Yo empecé a hacer fuerza para columpiarnos y disfrutar de aquella función privada que me regalaron.

La pelirroja puso su coño sobre mi boca.

Me obligaba a ahogar mis gritos contra él.

El aliento caliente que desprendía mi boca la excitaba sobremanera.

Yo también estaba sobreexcitada.

El coño me brillaba de lo mojado que estaba. La polla se movía dentro de mí en cada balanceo llegando hasta el fondo de mi coño haciéndome daño en alguna ocasión.

El acróbata me pidió por señas que le dejase un poco disfrutar de aquel coño.

Le di permiso.

La pelirroja cogió mi mano y la llevó hacia su culo, quería que se lo follase.

Era una función de ensueño.

Semejaba que llevábamos meses practicando en vez de habernos conocido en ese mismo instante.

Suenan aplausos fuera.

La función ortodoxa se había acabado, pero yo aún no.

Quería más, quería correrme sobre el coño de aquella pelirroja y quería que ella se corriese en mi boca, bajo una lluvia de semen…

Mi deseo se quedó en fantasía.

Vino a recogerme el enano.

Lo miré de reojo y en su cara lucía una sonrisa burlona.

Desde su pequeña altura era imposible disimular el olor a deseo sin satisfacer.

Una espectadora se iba a ir de la función sin quedar satisfecha con el espectáculo y eso no podía ser, ¿no?

Así era de entregada la gente que trabajaba en el circo.

El enano me llevó donde tenían almacenada la paja y la alfalfa para los animales.

Muy caballerosamente me pidió que me posase sobre un montón de paja prensada y tiro de mí hasta que mi culo quedó en el borde.

Metió la cabeza entre mis piernas y empezó a comer aquel chorreante y oloroso coño.

El chico lo hacía estupendamente.

Tanto era así que no tardé en correrme sobe toda su cariña.

Ya podía decir que era una clienta contenta con el espectáculo y el trato recibido.

Pero la función no se acaba hasta que el presentador despide al público, ¿no es cierto?

Y allí nadie dio fin a la misma.

Mi siguiente parada fue con el lanzador de cuchillos.

Fue una experiencia única.

Me desnudó por completo.

Me ató tal cual hacía con su compañera y empezó a girar la ruleta.

Directamente sacó la polla del pantalón y empezó a masturbarse.

De detrás de la ruleta apareció su ayudante y empezó a ayudarle con la paja.

Primero con la mano suavemente de arriba abajo. Luego un poco de saliva y toda a la boca.

Aunque a veces me resultaba difícil intentaba fijar la mirada cada vez que podía para ver como aquella zorra se comía la polla de su jefe.

Se veía con mucha habilidad.

Ya estando a punto de correrse él, la apartó de un empujón y se acercó a mí.

Se corrió, dejándome toda embadurnada y empapada por el efecto centrifugador de la ruleta.

Cuando me bajé de la misma estaba algo mareada, así que avisaron al “hombre de hierro”.

Me cogió por los pies y me echó sobre su hombro.

Y allá iba yo, tal cual un saco de los que usaba para entrenar.

Por mi cabeza corrieron mil situaciones con él, pero la que pasó se llevó la palma.

Nos fuimos a la muy mítica “atracción” de golpear con un mazo para medir la fuerza.

Me sentó allí, me abrió de piernas y sin mínimo aviso me penetró.

-Uno

No entendí lo que quiso decir y tampoco tuve tiempo a pensar que podría ser cuando dijo:

-Tres.

El dolor que sentí en el coño me hizo una razonar al momento.

Estaba midiendo la fuerza con que me penetraba.

Cada vez era más y más brusco y a mí me dolía más y más, pero también me gustaba más y más.

-Tu turno.

Él se sentó y yo hice lo propio.

La primera vez juraría que no llegó al uno.

La segunda sí, pero tampoco quería abusar de mi pobre coño, estaba ya muy usado y dolorido.

-Cada vez que baje tu marca te voy a ir colgando un peso de los pezones, a ver qué te parece.

En aquel momento la idea no me apetecía nada asique seguí empalándome su polla hasta que por fin estalló dentro de mí.

Di gracias porque el juego ya acabase.

Las piernas me temblaban y quería irme a casa y disfrutar un poco de ti, que era por quien realmente vine a jugar.

El “hombre de hierro” no se molestó en acompañarme, se quedó allí sentado esperando a que otra mejorase mi marca....y sí, apareció la malabarista que esta vez tenía algo especial con que jugar.

Empecé a correr hacia la salida cuando me interceptó el domador de fieras.

Un latigazo en el culo y me puse a andar.

Me encaminó hacia la jaula.

Me ordenó entrar.

Allí dentro me ató a los barrotes, con las piernas muy muy abiertas.

Con una fusta me acariciaba todo el cuerpo, lo cual me daba placer.

Luego cambiaba de parecer y me pegaba.

Me estaba dejando el culo rojo.

Pero para compensarlo me fustigaba el clítoris como en el camerino hiciera el acróbata, solo que esta vez eran golpes más contundentes.

Volvía a estar con el coño chorreando.

El domador se acercó a la jaula con la polla fuera.

Me ordenó que lo hiciese correr.

Lo veía muy muy difícil teniendo en cuenta que estaba atada de pies y manos y a través de los barrotes solo alcanzaba a lamerle la punta de la polla.

Me esmeré en lamerle, eso, la punta.

Hacía círculos sobre ella, dejaba caer saliva caliente y la recogía de nuevo.

No tardó en requerir más aquel domador de fieras, y como fiera suya que era yo debía de ser muy sumisa.

Entró en la jaula sin que yo pusiese objeción y agarrándose a los barrotes me la metió hasta el fondo.

A pesar de estar usado por tantos sigue siendo el coño más estrecho que me folle, decía una y otra vez.

Yo gemía de placer cada vez más fuerte.

El domador paró un momento para vendarme los ojos, con la promesa de volver para seguir follándome hasta que no aguantase más.

Así fue. Volvió.

Ahora las embestidas eran más fuertes. Yo quería disimular pero no podía contener los gemidos que cada vez más se oían bajo toda la carpa.

Fue uno de ellos, el que le hizo ver a mi amo que me había corrido como nunca hasta ahora.

Me sentía su presa, su mascota y eso me excitaba.

Él salió de la jaula.

Me dijo que mirase hacia arriba.

Lo oí trepar sobre la misma y cuando estuvo en la posición adecuada se corrió desde allí, lanzando chorros de semen a mi boca y sobre toda mi cara.

Bajó de la jaula, yo pensé que me iba a soltar ya, pero…

-Que el espectáculo continúe.

Era el presentador que daba orden de seguir con la función.

La venda de mis ojos cayó al suelo liberada por alguien y pude ver la jaula rodeada de todos los integrantes de aquel circo ansiosos por tocarme mientras estaba apresada.

Iba a ser una función completa.

Y tú, ¿dónde te escondías?

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