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El vecino del fondo

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Me gustan los madurones y hasta los viejos como él, y enseguida me puse a fantasear con que don Abelardo me iniciara.

Déjenme decirles que mi nombre es Jorge, que tengo dieciocho años recién cumplidos y que curso el último año de la escuela secundaria, donde algunos chicos me tienen ganas pero yo los rechazo, porque los jovencitos no me excitan.

Calculo que don Abelardo debe tener unos setenta años. Es de baja estatura, delgado, calvo, de nariz aguileña y barbilla escasa. Todavía no hubo charlas con mis padres, sólo los saludos de práctica cada día.

Yo, cada vez que nos cruzamos le clavo la mirada, pero él me saluda, desentendido, y sigue de largo.

“No le deben interesar los chicos”, me digo, porque yo soy lindo, tengo linda carita y un cuerpo con lo que hay que tener para interesarle a los señores activos: lindas piernas y un culito empinado, redondo y carnoso que abulta bajo mis pantalones. ¡Pero él no me da importancia!

Mientras tanto mi calentura crece y crece llenándome la imaginación de fantasías.

Me lo paso pensado qué puedo hacer para seducirlo y ayer tuve una gran noticia: papá y mamá se van un mes de vacaciones a Córdoba y yo tengo que quedarme acá preparando exámenes de dos materias.

Me costó disimular la emoción que sentía porque iba a quedarme solo en la casa con don Abelardo. ¿Qué podía hacer la gacela para atraer al cazador?

Unos días después mis padres iniciaron sus vacaciones y luego de despedirlos a las seis de la tarde cuando tomaron el taxi hacia la estación terminal de micros volví respirando hondo hacia el comedor, guardé en uno de los cajones de la cómoda la plata que me habían dejado para que me manejara ese mes y después, en el dormitorio, me planté ante el gran espejo que me refleja de cuerpo entero.

Temblando me saqué las zapatillas, la remera, el jean y el slip y me miré desnudo al espejo, en varias posiciones hasta que pensé jugarme a fondo e irme así, desnudo, al fondo, a ver si encontraba a don Abelardo. Y fui. Nerviosísimo fui. Hacía calor pero yo tiritaba erizado de pies a cabeza. Atravesé el corto y estrecho pasillo que comunicaba ambas parte de la casa, aparecí en el patio de don Abelardo y ahí estaba él, sentado a la mesa de ese patio leyendo el diario. Mi primer impulso fue huir, pero estaba como clavado al piso y mis piernas no me respondían.

De pronto él levantó la cabeza, me vio y sus ojos se abrieron desmesuradamente.

-Pe… perdón, don Abelardo… No sabía que… que estaba usted… -dije con un tartamudeo.

-¿Qué haces así en pelotas, niño? –dijo el viejo con su acento gallego mientras yo sentía arder mis mejillas.

Fui incapaz de encontrar alguna excusa y en cambio pude poner en movimientos mis piernas y corrí hasta el dormitorio para volver a vestirme. Estaba poniéndome la ropa cuando escuché que alguien llamaba a la puerta de la habitación. El corazón me latía aceleradamente y tenía que respirar por la boca para poner mandar aire a mis pulmones. ¿Quién otro que don Abelardo podía ser el que llamaba a la puerta?

-¿Quién… quién es? –pregunté tontamente mientras me quemaban por dentro distintas y fuertes sensaciones: miedo, ansiedad, excitación… ¡una intensa excitación!...

-Soy yo, niño… Abre… -dijo el viejo…

-Me… me visto y le abro, don Abelardo…

-¡Abre ahora!

-Espere, don Abelardo… - abrí, ya vestido…

-Niño, vas a decirme por qué te apareciste en el fondo en pelotas… -y su voz sonó exigente…

-Es que… yo no sabía que… que usted estaba en el patio, donde Abelardo… -mentí me consumían los nervios y la excitación…

-No te creo, niño, y dime ya tu nombre…

-Jorge… -y tragué saliva mientras yo no dejaba de observarlo de reojo y él me miraba fijamente…

-Vale, Jorgito, ahora dime la verdad… ¿Por qué coño fuiste al fondo desnudo?

-Le dije la verdad, don Abelardo, yo… yo no sabía que estaba usted ahí, en el patio…

-Bueno, ya que tú no quieres decirme la verdad te la diré yo… Fuiste al fondo en pelotas para que yo te viera así…

-¡Ay, no, don Abelardo!... –protesté mientras me daba cuenta de que ese viejo estaba ejerciendo sobre mí una presión sicológica que amenazaba mis defensas. ¿Qué defensas? Me pregunté, las defensas alzadas por el miedo a iniciarme como gay.

Era tanta la tensión de ese momento que tuve que hacer un esfuerzo para no echarme a llorar.

-Vuelve a negarlo si te atreves, niño… Niega que quisiste que yo viera ese cuerpito tan lindo que tienes, ese cuerpito tan apetecible…

-Ay, don Abelardo, por favor… -supliqué…

-No hay favor que valga, niño, ponte otra vez en pelotas ya…

-Pero, don Abelardo, usted… usted nunca me hizo caso, yo… yo lo miraba y usted nunca me miró… -alegué, derrumbada ya mi resistencia…

(Continuará)

(8,47)