Nuevos relatos publicados: 0

Abuso y vejación -3. Me paso de la raya, creo

  • 6
  • 29.161
  • 8,43 (7 Val.)
  • 0

Por varias noches y mañanas me hice mil pajas pensando en el esclavito que me había ganado de gratis. Ariel, el sudamericano que trabaja bajo mi supervisión, estaba dispuesto a complacerme en todo con tal de conservar su empleo. Cada vez que me encontraba con él aprovechaba para tocarle las nalgas, sobarlo, ponerlo a mamarme la verga o los huevos. Sudado, mojado, limpio, con calor, siempre encontraba una manera de que se sintiera perra y usado, que supiera que yo era el que mandaba. Otra cosa rica que hice fue llevarme uno de sus calzoncillos sudados, el olor a culito y huevos casi me mata. Lo olí hasta que perdió el aroma a culito de chiquillo que me mataba.

El jueves lo llamé y le indiqué que se iría conmigo a un viajecito. Me miró con terror, como si le estuviera decretando la muerte. Lo acaricié un poco por la nuca y le dije que no tuviera miedo, que sólo íbamos a divertirnos y que recordara que el día de pago siempre recibía un "bono especial".

Se vistió con un pantalón corto, hasta las rodillas, sin calzoncillos, como lo instruí. Apenas se subió al auto me fijé en sus muslos suaves, sin vello, con piernas duras y deliciosas. Su olor a recién bañado contrastaba con las veces en las que me lo había cogido sudoroso y con olor a trabajo.

Apenas llegamos a la carretera me bajé el zipper del pantalón y me saqué mi verga, suave, olorosa y le dije que comenzara a mamarme ahí mismo, mientras conducía. Eran casi las siete de la noche y yo estaba en la carretera panamericana, sobándole suavemente la nuca mientras él se concentraba en lamer mi verga y chuparla suavemente. No pude aguantar tanto y paré a la vera del camino para que terminara su trabajo, puse las luces intermitentes y lo obligué a mamarme hasta que me vine en su boca. Se bajó para escupir mi leche y limpiarse.

Llegamos a la casa y cenamos. La verdad es que yo estaba cansado y después de esa ordeñada me acosté temprano. Él se fue a su cuarto y me fijé que dejó la puerta entreabierta. Como a las 10 de la noche me levanté con la verga dura. Me fui al cuarto de Ariel y abrí la puerta suavemente. Me paré a su lado y se la puse en la cara. El ni siquiera se asustó. Solo agarró mi pinga suavecito y se la metió obedientemente en la boca, mamando como una perra hambrienta. Encendí la luz y le dije que me siguiera, que le tenía una sorpresita.

Lo llevé a la sala y saqué una tanga negra que había comprado especialmente para él. Se la puso y lo mandé a caminar por la sala para lujuriar como se le metía la tanga entre sus nalguitas. Le di dos nalgadas, duro, fuerte. Hasta que se sacudió. Saltó hacia adelante y se sobó el culo como si le ardiera. Volví a pegarle en las nalgas hasta que se pusieron rojas. Luego pasé mi lengua suavemente por sus nalgas suavecitas y le abrí el culo. Se sentó de espaldas en un sofá y me le fui encima. Le comencé a morder la nuca, los hombros y la espalda. Comenzó a gemir suavemente. Cada vez que se quejaba lo nalgueaba de nuevo. A medida que me iba arrechando lo mordía y chupeteaba más y más. Su espalda se fue llenando de moretones, igual que sus nalgas.

Lo obligué a abrirse de piernas y le expuse el huequito del culo. La verdad es que tiene un hoyito bonito, casi una rajita visible. Me mojé los dedos con KY y se los fui metiendo poco a poco. Solo le moví la tanga a un lado y le metía los dedos cada vez más adentro, hasta los nudillos. Me fui a buscar un condón de esos que tienen puntitos, metí mi puño y lo lubriqué. Poco a poco le fui metiendo más y más dedos hasta que sentí que se le abría más ese hueco. Como se quejaba y se movía hacia adelante cada vez que trataba de meterle más dedos, me acerqué de frente a él y le solté una cachetada. Lo escupí en la cara y le restregué la saliva hasta que dejó de quejarse.

Me regresé al cuarto y busqué una soga delgada que tenía guardada para esto. También llevé una camiseta y con eso le tapé los ojos. Él se dejaba hacer todo tan fácilmente que yo podía sentir su miedo y su excitación. Lo puse bocarriba en el sofá y le amarré las muñecas a sus pantorrillas, forrando la soga con cinta adhesiva de la gruesa, algo que había visto en un sitio porno. Le amarré a los brazos del sofá. Cuando le acerqué el popper que había llevado a su cara se trató de echar a un lado y volví a soltar una cachetada. Aspiró y me dijo que se estaba mareando. Lo puse en el borde del sofá, un poquito incómodo para él. Eso hizo que su culito quedara expuesto. Con eso saqué mi celular y le tomé como 100 fotos. Me arrodillé frente a él y volví a la carga con el condón y mis dedos. Le fui abriendo el hueco del culo cada vez más. Podía verlo en primera fila, como esos pliegues iban estirándose y abriéndose. El huequito rosado se abría hasta que le entraron solo tres dedos. Me volví a lubricar y esta vez le metí 4 dedos. Cuando los saqué tenía un hilillo de sangre.

Me saqué la verga, la tenía demasiado dura. Se la zampé de un solo golpe, sin hacerle caso a los berridos de dolor. Le fui metiendo el huevo duro, mientras me sostenía de sus brazos amarrados. Que cosa tan rica, era como si fuera una flor desbaratada. Sentía que me aprisionaba mis siete pulgadas y yo le daba con ganas, sin condón y mis huevos golpeaban su culo y sus nalgas tanto que hasta a mí me dolía.

En un momento estaba tan concentrado en cómo me lo estaba culeando que le agarré el cuello y se lo apreté mientras le empujaba la verga. En un momento se le cayó la camiseta y pude ver como ponía los ojos en blanco cada vez que le entraba el huevo hasta el fondo. MI verga no será muy grande pero es gruesa. Le volví a dar de oler un poco de popper y en ese momento metí un dedo alrededor de mi verga mientras le taladraba el culo. Lo metí hasta que sentí que el hueco se le estiraba más y más. Una delicia porque ya estaba estiradito y húmedo. Me emocioné y le metí otro y otro dedo hasta que casi no aguantaba. Me vine adentro de su culo y yo mismo me tiré encima de él, salpicándolo de sudor mientras escuchaba sus gemidos. Su pinga estaba flácida pero mojada, con mucha lubricación.

Cuando le saqué la verga venía con un poco de sangre y agua. Lo dejé ahí amarrado, como un animal indefenso. Regresé con una toalla mojada y lo aseé bien. Volví a arrodillarme para verle su huequito de cerca. Rosado, cerradito, como si no le hubiera dado una tanda de pinga. Le puse un poco de crema y le tomé otro montón de fotos. Cuando lo solté me fijé que había roto la tanguita y estaba totalmente marcado, su espalda, sus nalgas, su cuello. Le había dejado marcas por los brazos, las piernas y verlo así me hizo sentir algo de lástima pero también me arrecha verlo así.

Eso fue el jueves en la noche. El sábado me dijeron que Ariel había renunciado, recogido sus cosas y se había ido apenas cobró. Se fue pero sus fotos y los recuerdos de esas semanas de pinguera en que fue mi esclavo se quedaron.

(8,43)