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La boda

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Javier se sintió muy halagado cuando sus amigos le pidieron que fuera el padrino de su boda. Se conocían desde la infancia y habían hecho tantas cosas juntos que, junto con otras personas, formaban una gran familia. Además, eran las dos únicas personas que conocían la homosexualidad de Javier, lo cual les otorgaba un grado mayor de amistad y confianza.

El día amaneció espléndido, con un sol radiante en el cielo y una temperatura muy agradable. Después de una emotiva ceremonia, las fotos de rigor y la lluvia de arroz, todos los invitados se dirigieron al salón donde se celebraría el banquete. Se trataba de un hotel rural en el que muchos iban a quedarse a dormir para evitar el viaje de vuelta a las tantas de la madrugada a sus lugares de origen; de esta forma, la fiesta se podría alargar hasta que el cuerpo aguantase sin el peligro que suponía coger después el coche.

Casi todos los invitados eran ya conocidos de Javier, que, aunque estaba acompañado por todos los amigos de la pandilla, se sentía un tanto solo por tener que acudir sin pareja. A sus 32 años había tenido que inventarse alguna que otra excusa cuando algunas personas le preguntaban (y más en ocasiones como ésta) cuándo se casaba. Pero desde el primer momento se fijó en un chico un poco mayor que él, sobre todo porque llevaba un traje exactamente igual; ya se encontraba raro con aquel traje negro que la novia le había recomendado comprar para ir conjuntado con el novio para que encima hubiera otro invitado del montón vestido casi exactamente igual.

A pesar de eso, se lo estaba pasando muy bien. Todos se rieron y se hartaron de bailar al son de la orquesta que amenizaba el banquete. En el caso de algunos, el alcohol ayudó considerablemente.

En medio del baile, el otro se dio cuenta también de la coincidencia y acercándose al son de la música le dijo:

―En la tienda me dijeron que no habría un traje igual al mío; está claro que tendré que ir a llamarles la atención.

―Vaya, a mí me han dicho lo mismo – respondió Javier -. Cuando quieras quedamos y le echamos una bronca por partida doble.

La broma provocó alegría en ambos y se presentaron. El otro, que se llamaba Pepe, también había acudido solo, por parte del novio. Así que decidió presentarlo a su grupo de amigos, que lo acogió muy cordialmente, como siempre hacían.

Se siguió bailando y disfrutando de la fiesta hasta que poco a poco, y bastante avanzada la noche, la gente se fue marchando. Javier se despidió también de sus amigos, incluido Pepe.

―Uno que se va a dormir, que estoy muy cansado. Me voy a tomar un cafelito en la cafetería y me retiro.

Esto último lo dijo sobre todo para que Pepe tomara nota. Le había sorprendido anteriormente mirándole disimuladamente y algún roce durante el baile le había parecido algo más que casual, pero no quería hacerse ilusiones porque la experiencia le decía que no había muchas posibilidades de que un tío como aquel entendiese. Aún así, decidió con aquella frase, jugar su última carta.

De pie en la barra del bar pidió su café, aunque casi no pudo terminar porque de repente oyó decir detrás de él:

―Camarero, deje el café para otra ocasión y traiga una botellita de champán y dos copas. – Javier se giró para ver que quien hablaba era Pepe, pero no le dio tiempo a decir nada -. Tendremos que hacer un último brindis por los novios, no te parece. Y por tener ambos tan buen gusto al vestir.

―Por los novios de acuerdo, pero en lo del traje no estoy de acuerdo contigo. Estoy deseando sacármelo.

―Me acabas de dar una idea. Nos cogemos la botella y brindamos en mi dormitorio, allí podremos ponernos más cómodos.

Le pareció una señal evidente que no estaba dispuesto a dejar pasar. Así que hicieron en el bar un pequeño brindis y subieron a terminar la botella a la habitación.

Ya sentados en el sofá del estar que había en el cuarto de Pepe, no hicieron falta muchas palabras más para que Javier se decidiera a tocar directamente el muslo de su amigo sin que éste se sintiera ni mínimamente extrañado. Todo lo contrario. Después de masajearse mutuamente el paquete por encima del pantalón, enseguida estaban ambos con la polla fuera. Al mismo tiempo, Javier acercó su boca a la de Pepe para besarle, primero levemente y luego con más pasión, buscando su lengua y rozándole con los pelos de su recortada perilla, lo cual provocó en Pepe un gran placer.

Mientras Pepe se aflojaba la pajarita y empezaba a desabrocharse la camisa, Javier bajó hasta su pija para empezar a besarla y lamerla. Era una gran polla que le hizo babear desde antes de metérsela en la boca.

―No decías que querías sacarte el traje para estar más cómodo – preguntó Pepe-. Y sin esperar respuesta invitó a Javier a ponerse de pie para ir desnudándose con calma el uno al otro. Pudo descubrir entonces cómo el cuerpo de Javier era mucho más peludo que el suyo y comenzó una ceremonia de besos y lamidos que abarcaron desde el cuello hasta el ombligo. Besó su pecho, lamió, chupó y mordió tiernamente sus pezones y llegó finalmente al miembro de Javier, que apuntaba ya al techo. La besó y comenzó una mamada que le provocó al otro una explosión de placeres tal que le costó frenar los gritos que su cuerpo le estaba pidiendo.

Recostados de nuevo en el sofá siguió chupando la verga de Javier hasta que éste le pidió parar para corresponderle con una mamada casi más espectacular que la que había realizado él. Siguieron durante un largo rato las felaciones recíprocas y los besos hasta que, desnudos completamente, decidieron que había llegado el momento de ir más allá.

Sentado Pepe en el sofá y de rodillas en el suelo, delante de él, la polla de Javier llegaba justo a la altura del culo de aquél. Comenzó primero por introducir un dedo mojado en saliva, poco a poco pudieron ser dos, hasta que consideró que la dilatación era suficiente como para meter su polla, que derramaba abundante líquido preseminal. Eso ayudó a que en apenas dos embestidas, la verga de Javier entró por entero en el culo de Pepe, que gimió de placer. Empujó Javier durante algunos minutos hasta que no pudo más. Se lo hizo saber a Pepe, que cogió su mano para invitarle a masturbarle y conseguir así terminar casi al mismo tiempo. Él derramó su semen en su pecho mientras que Javier acababa con una explosión de placer en el interior de Pepe. Pensó, mientras se corría, que nunca hasta ese momento había sentido un gozo tan grande con ningún otro hombre.

Después brindaron por los novios con la botella de champán medio llena que había quedado sobre la mesa auxiliar, y después de compartir la cama aquella noche, tomaron por la mañana el café que Javier no había terminado de pedir en el bar la noche anterior.

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