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(12) Reflexiones sin bragas

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Fue un despertar dulce y suave. Normalmente el despertador la sacaba de sus sueños de forma abrupta, pero esta mañana no llegó a sonar. Por eso Ingrid Jiménez se extrañó al tomar conciencia de los sentidos. Enseguida se percató que tenía compañía en su cama. Se giró hacia atrás y vio a Ana desnudita y mirándola con una sonrisita de pillina.

-Ana, ¿qué coño haces en mi cama?

-Esperando a que te despiertes.

-¿Para qué?

-Para follarte.

-Tú alucinas. Creí que te lo dejé todo muy clarito.

-Pienso pagarte.

-¿Ah, sí? ¿Me consideras una ramera?

-Todas somos rameras en potencia. Nos ponen por delante unos billetes y hacemos lo que haga falta. El dinero manda.

-Vale. ¿Y cuánto dinero estás dispuesta a pagarme?

-Lo tienes en tu mesita.

Ingrid, intrigada, lo comprobó.

-Joder…

-Exacto –rió Ana.

-¿Cuánto hay aquí? Es una pasada.

-Mil quinientos euros. Ya puedes matricularte.

-Me tomas el pelo. ¿En serio?

-Cuéntalo si quieres.

-Pero, ¿cómo lo has hecho? ¿De dónde has sacado tanta pasta?

-Lo he conseguido con el sudor de mi frente, bueno, mejor dicho, con el sudor de mi coño.

-No me lo creo. ¿Este dinero es para mí?

-Solo para ti.

-¡Wow! No sé qué decir.

-No quiero que digas nada. Solo abrirte de piernas y follar. Me lo he ganado, ¿no?

-Joder, ¿qué hora es?

-Olvídate del tiempo. Ya son las once de la mañana.

-¿Qué? ¡Serás zorra! Me has apagado el despertador.

-Así es. Deseo que te tomes esta mañana libre.

-Y una mierda. Tengo clases hasta las dos.

-Ingrid, tu vida es demasiado estresante. Disfruta solo por un día y envía a la mierda todo lo demás.

-No puedo. Si falto me juego un negativo en la nota final.

-Tú tranquila y a follar –la besó Ana con pasión.

-Estás como un cencerro.

-Lo sé.

-¡Hija de puta! ¿Me has quitado las bragas y el top?

-Claro que sí. Follar desnuda es lo mejor.

-Joder, Ana, no puedes hacer lo que te plazca siempre.

-¿Por qué no? Claro que puedo –empezó Ana con sus besos por el cuello y los hombros.

-Vale, un polvo y te vas.

-Por mil quinientos euros me merezco cinco o seis polvos.

-Uno y te largas.

-¿No se puede negociar?

-No, aquí manda mi coño.

-Ya veremos.

-Ya veremos no. Te agradezco el dinero para la matrícula, pero…

-Ssssssh, hablas demasiado. Bésame y calla de una puta vez.

Ambas se enzarzaron en un beso largo y apasionado. La mano derecha de Ana fue bajando hasta alcanzar la entrepierna de Ingrid.

-Mmmmmm… -gimió ella al sentir los dedos en su clítoris. De forma espontánea, abrió los muslos como los pétalos de una flor mientras los besos continuaban.

Ana procedió a la masturbación girando los dedos en círculo.

-Ahhhh, coño…

-¿Lo ves? Eres una ramera –sonreía Ana victoriosamente.

-Otra vez logras lo que quieres, ¿no?

-Como siempre.

Ana le pegó una palmadita clitoridiana y Ingrid estiró su hermoso cuerpo como una goma elástica y con grito incluido. Luego vino un golpeteo que electrizó a Ingrid hasta límites insondables.

Ana disfrutaba mirando su cara gozosa.

Un tercer golpe encorvó la espalda de Ingrid y su cabeza se hundió en la almohada.

-¿Deseas correrte? –preguntó Ana con evidente respuesta.

-Sí… por favor… lo necesito… dale ahí…

-¿Preparada?

-Sí –se agarró Ingrid a su cuello con amor.

-Ahí va. A la de tres. Uno… dos… ¡A correrse! –Y Ana la propinó un bofetón en todo el clítoris. Ingrid no pudo aguantar más y lo petó de forma convulsa. Su grito fue largo y sonado. Ana se limitaba a sonreír y mover los dedos para un mejor orgasmo. Así durante un minuto, hasta que Ingrid se fue relajando en la cama como una niñita adormilada.

-¿Te ha gustado? –no borró Ana su sonrisa en ningún momento.

-Me he corrido enterita buffff…

-Creo que has manchado las sábanas.

-Oh, mierda…

-Tranquila. No es sangre, es flujo.

-Estaba cachonda como nunca. Sacas de mí la puta que llevo dentro.

-Y muy puta por lo que veo.

Ambas rieron entrelazadas cuerpo con cuerpo.

-Te corres de maravilla, Ingrid.

-¿Tú crees?

-Soy una experta en el tema y tienes mucho potencial como zorra.

-Es que vengo de una familia muy conservadora, y ya sabes. Debo llegar virgen al altar.

-¿Tú quieres eso?

-No, que va.

-¿Y qué quieres entonces?

-Follarte ahora mismo.

-Eso me gusta más.

Volvieron los besos ardientes.

Ingrid volvió a erectar y sintió un gusto terrible al encajar Ana vulva con vulva en unas tijeras lésbicas. Ambas se empezaron a frotar moviendo cada una sus caderas. No tardaron en llegar los gemidos hondos y el placer mutuo.

-¿Quién te folla a ti? –gimoteaba Ana en la pregunta.

-Tú –se moría Ingrid de gusto.

-¿Y quién te corre a ti?

-Tú, solo tú…

-¿Y quién es la más puta?

-Yo, yo, soy yo…

Ana rió. La estaba pervirtiendo y ahora solo necesitaba un buen orgasmo, y ya era suya. De su propiedad.

Ana intensificó el roce y los gritos de Ingrid fueron en aumento.

Ingrid tenía un pie de Ana en su cara y chupó sus dedos llevada por una excitación sin par.

Llegó el momento. Ana apoyó una mano en el colchón, alzó el culito un tanto y de esta forma alcanzó el orgasmo. Cinco segundos después vino el de Ingrid. Ambas quedaron tumbadas exhaustas y pegadas por la vulva.

-Hija de puta… me tienes loquita… -jadeaba Ingrid sudorosa.

-Cinco minutos de descanso y seguimos –se deslió Ana de las piernas de Ingrid y se bajó de la cama.

-¿Adónde vas?

-A echar un zurullo. Tanto sexo me suelta el estómago –se fue tirando pedos camino de baño.

-Eres una guarra.

-Pues aún no has visto nada.

-Me encantas, Ana.

-Lo sé. Es lo que me dicen todas cuando me las follo.

-Es que follas de lujo. Creía que iba a desfallecer de placer.

Y más pedos fue soltando Ana.

-Tus pedos suenan muy lindos –rió Ingrid.

-Tú mantén el coño caliente que no tardo.

-Vale, amor.

-Coño, que me cago –corrió ya Ana al baño.

Ingrid se desternilló de la risa para luego mirar al techo y reflexionar. Sí, era una puta y se había enamorado como una tonta de Ana. Y lo mejor de todo es que se sentía muy bien.

-¡De puta madre!

... FINAL

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