Nuevos relatos publicados: 12

Mi sexy compañero de trabajo... ¡20 años mayor!

  • 14
  • 23.719
  • 9,56 (18 Val.)
  • 1

Armando era mayor que yo. Yo tenía 20 y él 40, me llevaba 2 décadas y prácticamente podría ser mi padre. Era mi compañero de trabajo. Llevábamos dos años trabajando juntos y éramos sólo dos simples conocidos, no podía decir que tenía una relación de amistad con él ya que sólo hablábamos de trabajo, cosas triviales, y una que otra imagen graciosa. Cuando llegó a la empresa, meses después de mí, noté su atractivo, pero a decir verdad no me fijé en él como lo hago ahora, amaba a mi esposo y le era fiel, por lo que evitaba posar mis ojos en alguien que no fuera él. Comencé trabajando en otro departamento y otro horario, pero cuando el proyecto finalizó me moví al mismo departamento que él, el departamento de cobros. Fue entonces cuando nuestra relación de compañeros de trabajo comenzó. Luego de estar en varias posiciones, finalmente quedamos como vecinos, nuestros escritorios uno al lado del otro. Ambos trabajábamos para el mismo cliente y siempre discutíamos acerca de nuestros aciertos y errores, nos ayudábamos mutuamente, y comenzamos a ser amigos, por lo menos en lo referente al trabajo, fuera de ahí casi no teníamos contacto.

Él y yo hablábamos mucho en los momentos de espera. Le conté de mi relación con mi esposo y otras cosas, y él siempre se ría con mis peripecias. Los demás pensaban que era gay, ya que nunca habló de alguna mujer que le interesara o fuera pareja suya, pero en lo que a mí me concernía no era así, simplemente me parecía que era reservado en ese asunto. Un día me contó de una chica que le gustó, pero nunca se atrevió a abordarla, lo que me lo confirmó. Me alegró saberlo, era un hombre apuesto y para mí era un desperdicio que se fijara en los hombres y no en las mujeres… o en mí. Los meses previos a la muerte de mi esposo comencé a sentirme más atraída a él. Me preguntaba si mi personalidad infantil tal vez le hastiaba, yo vivía comentándole cosas sin importancia sólo para captar su atención y a veces sentía la obviedad de mis acciones, pero a él nunca pareció desagradarle. Un día fue al trabajo en una camisa un poco apretada, algo raro en él, y no pude evitar morderme el labio suavemente al ver su musculoso pecho y abdomen marcados a través de la camisa. Inevitablemente comencé a fantasear con él, comenzaron a aparecer imágenes en mi cabeza que me ponían caliente, imágenes en las que me subía en el escritorio y me follaba. Sentí la necesidad de ir al baño y tuve que masturbarme. Espabilé un poco y salí de allí, mis pensamientos estaban tomando la dirección incorrecta. Aún tenía un esposo al cual serle fiel. No entendía el porqué de mi atracción, nunca antes me había interesado en hombres mayores, pero ahí estaba él, con un pelo escasamente canoso que se me hacía interesante y seguramente montones de experiencias que me intrigaban.

La noche que me acosté con él fue un viernes, casi un año después de la muerte de mi marido. Había quedado en salir con mis hermanas luego de semanas de tenerlas encima de mí, insistiendo. Nunca fui discotequera, todo lo contrario, siempre sentí que no era lugar para alguien como yo. Simplemente no iba conmigo. Pero las complací para que me dejaran en paz, si bien no me gustaban esos lugares tenían razón al decir que ya era tiempo de dejar de llorar a mi marido y buscar una nueva conquista. Aunque de todos modos no lo haría allí, sólo me bebería un par de copas. Si no me gustaba el sitio, menos me iban a gustar los hombres que pudiese encontrarme allí.

-¿Saldrás a alguna parte esta noche?– me preguntó él, sorprendiéndome.

-¿Por qué la pregunta?– respondí, ansiosa por la respuesta.

-Viniste en falda. Sueles venir en pantalones. – dijo, con simpleza.

-Tienes razón. – Reí por lo acertado del comentario. Ciertamente llevaba una falda porque sería más cómodo para cambiarme. No me gustaba llevarlas al trabajo por el aire acondicionado, era muy friolenta. – Iré con mis hermanas al lounge bar de Central Mall. No me gustan esos sitios, pero no podía sacármelas de encima.

-Ya veo. – contestó. Lo seguí hasta la oficina contigua, que acababan de limpiar. Habían despedido al supervisor y él iba a ser movido a esa oficina. – Debería salir también o el sedentarismo me matará.

-Si no te mata este trabajo primero. – dije, con gracia.

Él rio y me miró con dulzura. Le había tomado mucho afecto en estos últimos días, sus consejos fueron muy útiles para una viuda joven como yo.

-No dejes que te mate tampoco, y tampoco dejes que la depresión lo haga. Hay más hombres todavía, y eres una chica hermosa y bastante inteligente, y además tienes un cuerpazo.

Él no lucía de 40. Parecía recién entrado a los 30, y nunca había dejado de parecerme atractivo, no, mejor dicho, sexy. Mi rostro se comenzó a sentir caliente, y para cuando me di cuenta de lo que hacía ya no había retorno. Estaba besándole con fiereza. Se sentó en la silla y me atrajo hacia él, y yo quede sentada con una pierda a cada lado suyo. Me seguía besando y acariciaba mis muslos, tomando iniciativa y adentrando sus manos por debajo de mi falda. No quedaba nadie en la empresa y por suerte acababan de ponerle tintado a la oficina, si las cámaras de seguridad lo captaban seguramente al otro día tendríamos las cartas de despido sobre nuestros escritorios. Subió sus manos y las detuvo en mi trasero, apretándolos. Detuvo sus besos en mi boca y mi cuello para susurrarme algo.

-Aquí no. – dijo, y fue cuando el raciocinio regresó a mi cabeza. "¿Aquí no? ¿Entonces significa que en otro lugar sí?"

-¡Lo siento, yo!

-Tranquila. Ya lo hablaremos después. Ve, tus hermanas te esperan. - dijo, dándome un beso suave en la mejilla.

Me fui a casa de mi hermana Luisa y me cambié. Usaba una falda corta con medias negras semitransparentes unidas a ligueros, y una blusa corta por debajo de mi ombligo. Me maquillé y me quité los anteojos. Me miré al espejo. Definitivamente no era yo.

-Qué vergüenza… Él estaría decepcionado de ti. – dije para mí misma, con cara de desaprobación. Mi marido nunca gustó de mis hermanas por eso, siempre decía que me presionaban para ser como ellas, y trataban de corromperme, y esa era la verdad. Antes de poder escoger algo más sobrio, mis hermanas me tomaron del brazo y me metieron en el taxi, que nos esperaba.

Llegamos y nos sentamos en una mesa. Ellas fueron a bailar y yo me quedé ahí, nunca supe bailar y tampoco tenía el humor de aprender. El lugar me aburría. Ellas volvieron a sentarse y me miraron con gesto de desagrado.

-No has bebido nada – dijo la mayor.

-Bebí dos copas de sangría. Y ya me siento algo mareada. – le respondí.

-Eso no es nada, tienes que aprender a beber. – dijo mi otra hermana.

Entonces, recibí una llamada y mi rostro cambió por completo. Era Armando. No solía llamarme nunca, pero luego de lo que pasó en la oficina no me extrañaba. Tomé la llamada y mis hermanas sólo me miraron.

-Hola, ¿cómo estás? – pregunté, alzando la voz por la música a todo volumen.

-Bien, ¿dónde estás? – respondió con otra pregunta.

-Estoy en el Central Mall Lounge Bar, ¿recuerdas?

-Sí, pero, ¿dónde específicamente? Yo también estoy aquí.

-¿A-aquí? – repetí, mi cara estaba roja como un tomate y mis hermanas no lo pasaron desapercibido.

-Sí, ya te vi. ¡Hola! – saludó, colgando el teléfono.

-Hola. Ellas son mis hermanas, Luisa y Joanne.

-Es un placer – dijo él, y ellas contestaron igual. -Voy al baño, vuelvo en seguida.

Mis hermanas me hicieron un interrogatorio.

-Es sólo un compañero de trabajo. – dije, tratando de apaciguar la escena policíaca.

-Te gusta, ¿verdad? – preguntó Joanne, penetrándome con esa mirada suya inquirente. Yo no pude evitar asentir.

-Bien, adiós. – Dijeron, para marcharse dejándome con la palabra en la boca.

-¿Y tus hermanas? – preguntó Armando al volver del baño.

-Se fueron, alguien vino por ellas. – Mentí.

-¿Quieres ir a un lugar más calmado?

-Sí, por favor.

Armando sabía que me sentía incómoda en ese lugar. Me monté en su auto y nos dirigimos a su casa. Nos sentamos en el sofá y las palabras simplemente no me salían. Hasta que por fin, se me ocurrió algo que decir.

-De verdad, gracias por sacarme de ahí. Mis nervios estaban a punto de estallar.

-No hay de qué. – Dijo. Me miró de arriba abajo y puso una mueca de disgusto. Vio mis anteojos en la mesita de centro y me los puso. – Esa eres tú. Tu marido tenía razón, tratan de convertirte en alguien que no eres. Tú eres hermosa siendo tú.

Él estaba sentado a mi lado.

-¿Quieres beber algo?

-No, gracias, he bebido demasiado. - respondí aliviada de que no me presionara como mis hermanas lo hacían. - No me gusta beber, por eso casi no salgo con ellas. Siempre es un caos, ya ves como terminé vestida.

-No es que no te quede bien. - Dijo, examinándome. Yo no tenía el cuerpazo que él había mencionado unas horas antes. Sí, tenía un buen culo y cintura fina, pero era pequeña y mis senos eran pequeños. Podía pasar fácilmente por una niña de 15. - Es que no eres tú. Es una mujer completamente diferente.

-Concuerdo. - Dije, y le miré a los ojos. El sentirme observada me ponía nerviosa. Y más después de cómo me lancé hacia él en la oficina, y no podía evitar pensar que lo más seguro era que ahora mismo creyera que soy una puta. Me puse un poco triste, él realmente tenía una buena imagen de mí y lo había echado por la borda.

La desilusión en mi rostro no fue pasada por alto por él. Me quitó un mechón del rostro y me acarició la mejilla con sus dedos ásperos, pero inexplicablemente suaves.

-No estés triste. Aun así no dejas de lucir preciosa. Cualquier hombre que te viera pensaría que eres irresistible.

-Y tú, ¿estás entre esos hombres? - pregunté, arrepintiéndome al instante. Pero ya la pregunta estaba hecha.

-¿Cómo puedes preguntar eso? - su respuesta me aterrorizó. Pasó una mano por mi pierna, acariciándola desde la rodilla hasta el muslo. - Por supuesto que lo pienso. Eres jodidamente irresistible. - dijo, y en un abrir y cerrar de ojos me estaba devorando la boca. Me sentó encima de él y comenzó a acariciar mi cuerpo como en la oficina, sólo que esta vez, lo hacía sin pudor, no había cámaras que pudieran descubrirnos. Sus manos pasaron a través de mi falda, y sus manos estaban ardiendo, al igual que las mías. Apretó mis nalgas mientras yo le quité la camisa con desesperación, rompiendo sus botones de golpe. No le dio la más mínima importancia, me levantó un momento para bajar sus pantalones. Volvió a sentarme encima de él y, a medida que me quitaba la blusa y la falda, revelando mi conjunto de tanga y sujetador de encaje, sentí su erección acrecentarse bajo mi sexo. Gemí ligeramente ante el roce. Se detuvo y comenzó a recorrer mi vientre y mi abdomen con su dedo. Tomó mi pelo entre sus manos y lo olfateó con profundidad.

-Estoy en una encrucijada, ¿sabías? Por un lado me encantas, eres tentadora. Me entran unas ganas increíbles de follarte cuando te veo.

-¿Pero por el otro lado?

-Me siento como un puto pedófilo.

-Soy mayor de edad.

-No cambia el hecho de que podrías ser mi hija. Y luces como una niña. Pero ese culo... Se me pone dura sólo de imaginármelo. Ponte de pie. Déjame verte.

Me dio una vuelta y me examinó más fondo. Volví a sentarme y comenzó a besarme de nuevo. Yo sentía su trabajado cuerpo entre mis manos, ellas le recorrían sin mi consentimiento. Cuando se atrevieron a agarrarle su miembro por encima de la fina tela del bóxer, gruñó y mordió mi labio superior con fuerza, lo que me excitó. Me cargó con cuidado y se dirigió a su habitación mientras yo lo rodeaba con mis piernas. Me colocó sobre la cama y comenzó a besarme el cuerpo completo, retirando la tanga con los dientes. Me abrió las piernas con brusquedad y metió su lengua sin previo aviso. Sus lengüetazos eran demandantes, yo me arqueaba cegada por el placer. También usó sus dedos, que fueron aumentando a medida que avanzaba. Me vine y él bebió todos los jugos que producía mi cuerpo en respuesta al éxtasis provocado por su boca.

-Sabes deliciosa.

Se paró y me acerqué con miedo, sentándome en la orilla de la cama. Bajé sus boxers y vi su tremenda erección. Era la polla más grande que había visto. Comencé a lamerla y posteriormente la metí en mi boca, no me cabía completa. El placer lo llevó a halarme del pelo para que incrementara la velocidad, él también me embistió la boca con rapidez hasta que se vino. La tragué toda, nunca había hecho eso antes, pero simplemente me apeteció hacerlo. Armando me hacía sentir totalmente zorra, y me gustaba.

Se sentó en medio de la cama y me puso encima suyo, de nuevo, noté que su erección lejos de apagarse se intensificaba. Sentí escalofríos al captar el roce de su pene contra mi clítoris. Me quitó el sostén y se quedó contemplando mis senos. No pude evitar sentirme avergonzada bajo su mirada intrigante. Los tomó con sus manos y ahogué un gemido. Me besó el cuello y tomó un pezón con sus dedos. Metió el otro en su boca.

-Mmm...

Me susurraba todo tipo de halagos al oído.

-Dime, Elizabeth... - por mi primera vez dijo mi nombre y no Liz, su diminutivo. - ¿Qué es lo que deseas?

-Te deseo a ti. -Respondí, excitada. - Te necesito dentro de mí. Fóllame sin piedad y déjame el culo lleno de tu semen, por favor.

Me sorprendí de mi misma, jamás había sido tan sucia. A él pareció encenderlo. Este hombre de verdad despertaba partes de mí que no sabía que existían. Me levantó un poco y colocó su pene en mi entrada. Evite gemir al contacto, él lo metió lentamente y mi vagina se acostumbró rápidamente. Comenzó a embestirme lentamente aún con mis pechos en sus manos. Notó que estaba un poco cohibida.

-No te reprimas, quiero escucharte gemir mi nombre.

-¡Sí, Armando, ohh!- obedecí al instante. Él me follaba rápidamente, y yo no podía evitarlo, los gemidos salían solos de mi boca y lo aruñaba con mis uñas, dejándole marcas que no hacían más que excitarlo más. Me tomó del pelo y me besó con pasión, y no me dolía, al contrario, me prendía que me tratara así.

-Dime que eres mi puta.

-¡Mmm... Soy... Soy tu puta! - grité, entré jadeos. Sentía como sus testículos chocaban con mis labios y su glande alcanzaba mi cérvix. Puso mayor aceleración.

-¡Me... Me vengo!- avisó, y me llenó con sus fluidos. Besó mi cuello, dejando pequeños mordiscos. - Jamás podré volverte a ver como una niña. Eres mi pequeña, eres mía y de nadie más.

Me volteó y me puso de perrito. Me penetró de una sola vez, y esta vez, grité, sin miramientos, dolió un poco, pero no dejaba de ser delicioso. Me dio un manotazo en el culo mientras me embestía de nuevo.

-¡Más rápido! - rogué. Las lagrimillas de placer invadían mis ojos. Me tomó del pelo otra vez, juro por Dios que me hacía sentir la puta más feliz del universo en esos instantes.

-¿De quién es esta puta?

-¡Tuya! ¡Soy tu putita! ¡Lléname de nuevo con tu leche!

¿De dónde habían salido tantas obscenidades? Ni yo misma tenía idea. Lo cierto es que me sentía libre, ésa era yo en ese momento. Una puta. Y me gustaba. Armando se vino, y junto a él yo, y me dejó sobre la cama. Me besó la nuca, fue escalofriante, pero increíblemente excitante. Volvió a metérmela sin piedad, agarrándome las muñecas y chocando bastante fuerte. Cuando volvió a venirse, me puso encima de él indicando que era mi turno. En verdad tenía mucha resistencia, me había llenado el culo de su semen 3 veces y pedía una cuarta. Me lo metí yo misma, y él me movía las caderas. Nunca fui buena cabalgando, pero él me enseñó bien.

-¡Ohh, sí, Armando!

-¡Dios, Elizabeth! ¡Cómo me gusta tu coño! ¡Me voy a venir!

Me abrazó con fuerza y sus últimas estocadas me martillaron fuerte. Sentí como su semen se desbordaba por mis muslos. Me besó, esta vez con suavidad, y sin salir de mí, se acostó, acordándome encima de él.

-Has sido una buena niña. Hacía tiempo que deseaba follarte, ahora no sé si pueda controlarme cuando te vea.

-Puedes follarme donde y cuando quieras. Mi cuerpo te pertenece ahora.

Me quedé dormida en su pecho, todavía con su pene dentro de mí.

(9,56)