Nuevos relatos publicados: 10

La violación de Isabella

  • 23
  • 28.317
  • 9,17 (6 Val.)
  • 0

Isabella era la mejor estudiante de la promoción. Había sido una alumna brillante desde que comenzamos la universidad. Pero como sucede a veces en estos casos, socialmente era una nulidad. Se creía superior a todos los demás y no conocía el significado de la palabra modestia. Era bastante insoportable en ese sentido. Pero lo peor es que la pobre vivía sometida por su madre, una mujer de un poco más de cincuenta años que la seguía –literalmente- a todas partes. Durante los cinco años que duró la carrera, Doña Margarita la llevó religiosamente a clases todos los días y la esperaba hasta que salíamos de las aulas. Eso, por supuesto, era motivo de burlas por parte de todos los compañeros, pues era inconcebible que a una joven de 21 años la tratasen como una pequeña niña de preescolar.

Huelga decir que la mamá no la dejaba salir con nadie, fueran amigas o –menos aún- amigos. Y para agravar aún más las cosas, Isabella tenía un gusto bastante cuestionable a la hora de vestir y usaba ropas y accesorios bastante ridículos, con combinaciones de colores chillones que a veces la hacían parecer un pequeño payaso.

El lector se habrá imaginado al llegar hasta este punto que Isabella era una de esas jóvenes carentes de atractivo, con unos enormes lentes y un cuerpo deforme. Pues no. Si bien no era una miss y algunas veces andaba medio pasadita de peso, tenía lo suyo y si se la detallaba bien estaba bastante rica. Muy blanca, cabello castaño claro –casi rubio-, rostro de facciones finas coronados por unos bonitos ojos verdes, labios algo gruesos –de esos que provocan para una buena mamada- y un cuerpo bastante razonable en el que destacaban uno de los mejores pares de tetas de la universidad y un culo que no estaba nada mal, aunque hay que decir que no era muy alta (un poco más de 1,60 mts, quizás).

Muchos en la facultad habían intentado acercarse a ella para invitarla a salir, pero era imposible. Entre el acecho que le tenía montado la mamá y su propio carácter era una misión que nadie había logrado completar. Uno de los que lo había intentado era José, un gran amigo, quien constantemente rondaba a Isabella lanzándole piropos y hasta comentarios subidos de tono. La respuesta era invariable: siempre era recibido con frialdad e indiferencia y en no pocas oportunidades ella estuvo a punto de lanzarle una cachetada.

Todas las características de Isabella llevaban a una conclusión: la caraja era virgen y eso le daba un atractivo adicional que las otras mujeres de la universidad seguramente no tenían. El morbo de pensar quién podría llevársela a la cama (si es que era posible) era algo que excitaba a más de uno en mi grupo de amigos, conformado básicamente por José –el eterno rechazado-, David, Máximo, Roberto y este servidor que les escribe el relato (me llamo Alberto, creo que todavía no se los he dicho).

Ya estábamos en el último año de la carrera y un día los arriba mencionados estábamos estudiando en el jardín de la universidad, cuando pasó Isabella caminando –junto a su madre, por supuesto-. Llevaba unos jeans algo ceñidos que le destacaban su culo gordito y apetitoso y un top sin mangas que dejaba apreciar sus tetas en todo su esplendor.

Todos los presentes la seguimos con la mirada y Máximo comentó:

-Quién pudiera cogerse a esa caraja!

-Pues por los vientos que soplan, nadie –contestó Roberto- Con la madre que se gasta es imposible pensar que algún día tendrá siquiera un novio.

-Pero Máximo tiene razón –dije yo-. Te imaginas lo que debe ser quitarle el virgo a esa chama. Yo creo que es la única virgen que queda en la universidad y está bastante buena, a pesar de que se vista horrible.

José estaba bastante callado y unos minutos después, cuando Isabella y su mamá ya habían desaparecido de nuestras vistas, rompió su silencio y dijo:

-Eso se arregla fácil. Yo creo que a esa tipa le hace falta una buena cogida que le quite todas sus tonterías, y nosotros podemos hacerle el favor.

-¿Y cómo es eso? –preguntó David, con gran curiosidad.

-Bueno, es sencillo –repuso José-. La perseguimos un día y la hacemos nuestra a la fuerza. Un festín para todos los caballeros aquí presentes...

-Chamo, ¿estás loco? –fue la reacción de Roberto- Eso se llama violación...

-Jejejeje... Roberto, no te lo tomes tan a pecho... Se trata de una broma de José –dije yo, despreocuopado.

-No –dijo José-. Estoy hablando muy en serio. Es un problema de salud mental para esa niña. Creo que es la única manera de hacerla mujer y de liberarla de su mamá. Además, estoy harto de que se las dé de la gran cosa. Hay que enseñarle como es el mundo.

Los presentes no podíamos creer que José estuviera hablando en serio. Roberto –que era siempre un moralista- se retiró indignado. Y en ese momento José dijo que si queríamos lo dejáramos todo en sus manos, que el pensaría cómo se podría lograr todo. El principal obstáculo era la mamá. En eso coincidimos todos. Pero cuando nos separamos, ninguno –salvo José- pensaba que algo como eso llegaría a concretarse.

Unos días después, en ausencia de Roberto, José nos sorprendió al decir lo siguiente:

-Ya tengo todo resuelto. Estuve observando los movimientos de Isabella y su mamá y he llegado a la conclusión de que podemos cogernos a la tipa aquí en la universidad, al salir de clases.

-Estás loco! –dijo David, casi gritando.

-Nada de eso –contestó José, sin inmutarse-. La cosa es esperar hasta la última hora de clases, cuando ya son como las 10 y media de la noche. Isabella siempre tiene la tendencia de quedarse hablando con los profesores para adularlos o hacerse la interesante. Siempre es la última en salir. La mamá la espera y luego, religiosamente, las dos van al baño de mujeres que queda en el piso tres. A esa hora nadie, pero nadie queda por aquí y el baño está solo. Cuando estén adentro –nosotros estaremos esperándolas- dos de nosotros sometemos a la vieja y dos a la chama. Las amarramos, amordazamos a la mamá y la metemos en uno de los cubículos del baño. Sacamos una colchoneta enrollable que esconderé en un resquicio del baño donde nadie podrá verla, la ponemos en el piso y voilá, todo listo para darle durísimo hasta que le reventemos la totona y el culo.

-¿Y cuándo vamos a hacer eso? – balbuceé yo, sin apenas creer que eso podía ser factible.

-El próximo lunes, cuando tengamos el examen de Mercadeo, que casi nadie va a presentar por falta de tiempo para estudiar. Y tendremos una coartada casi perfecta, porque nosotros no iremos y mucha gente tampoco. Y sabes como es Isabella, que se queda hasta el final revisando el examen y luego habla y habla con los profesores. Así nos aseguramos que no haya mucha gente alrededor. Ese día nos venimos en la camioneta de mi vieja, la cual nadie ha visto por aquí en la universidad, nos quedamos esperando adentro y un rato antes nos metemos en el baño. Lo que ustedes no saben, además, es que el otro día me las ingenié para robarle a la mujer de la limpieza una copia de la llave del baño, así que apenas las dos mujeres estén adentro trancamos la puerta y nadie podrá entrar.

Por insólito que parezca y luego de algunas discusiones en las que expresamos nuestro miedo a ser descubiertos, todos estuvimos de acuerdo con José. Aquello nos causaba un morbo tal que no era posible perdérselo.

Ese lunes llegamos al estacionamiento de la universidad en el carro de la mamá de José. Ya eran como las 9 de la noche y quedaban pocos automóviles alrededor. Nuestra facultad es una de las que sale más tarde. Esperamos como hasta las 10:15, nos bajamos uno por uno con mucho disimulo, tratando de que nadie nos viera, cosa que fue fácil porque el lugar parecía completamente desierto. Nos metimos en el baño, nos pusimos los pasamontañas y cada uno se sentó en un compartimento a esperar.

Como a las 10:35 aparecieron Isabella y la mamá en el baño. Como sólo habían dos cubiculos abiertos al final, cada una se metió en uno. Venían hablando sobre el examen y la chama parecía contenta y sobrada porque todo le había salido bien y le había parecido fácil. Entretanto, David salió de su escondite, cerro la puerta de acceso con la llave que robó José y luego los cuatro nos paramos en la parte de afuera de los cubículos, junto a los lavamanos, esperando a darle la sorpresa a las dos damas.

Cuando las dos salieron y nos vieron allí, navajas en mano y con pasamontañas en la cabeza, casi les da un infarto. Inmediatamente, José ordenó, fingiendo otra voz para no ser reconocido y casi susurrando:

-No se muevan ni emitan sonidos porque si no van a lamentarlo. Lagarto (Máximo) y Aguila (Jesús) –eran los seudónimos que habíamos acordado- amarren a la señora. León (Alberto) y yo nos encargaremos de la muchacha.

Las dos mujeres temblaban de miedo y la vieja trató de mascullar que nos daría todo el dinero que tenía, pero que no les hiciéramos daño. Máximo le dijo que se callara la boca y la señora Margarita obedeció. La amordazaron, le amarraron las manos y los pies y la encerraron en uno de los cubículos.

Isabella estaba en nuestras manos, al borde de un ataque de llanto. Tenía suelto su largo cabello y llevaba una falda azul que le llegaba hasta las rodillas –cosa que indudablemente facilitaría nuestro trabajo-, una blusa rosada bastante ceñida que dejaba apreciar muy bien sus tetas divinas y unas sandalias de tacón bajo.

José y yo nos acercamos rápidamente a ella y la amordazamos, mientras Máximo y Jesús desplegaban la colchoneta que habíamos ocultado convenientemente. Entretanto, José le dijo a Isabella en el oído que si se atrevía a contrariar nuestras órdenes, quizás su mamá la pasaría muy mal y no viviría para contarlo.

El momento de la verdad había llegado. Acostamos a Isabella sobre la colchoneta, boca arriba mirando hacia el techo. José y Jesús le quitaron la blusa, mientras las lágrimas le corrían por las mejillas. Ante nuestros ojos quedó el mejor par de tetas que he visto en mi vida, apretadas en un sostén blanco con algunos encajes un poco ridículos que fue arrancado de un solo tirón. Isabella lloraba en silencio mientras José y Jesús empezaron a manosearle los senos, que eran literalmente perfectos, grandes y firmes como rocas, de un color blanco perfecto, coronados por dos pezones hermosamente rosados.

En el ínterin, yo procedí a subirle la falda hasta la cintura. La chama llevaba unas pantaleticas casi de niña, blancas con unos corazoncitos rosados. Las piernas eran un poquito gruesas, pero ese es un detalle que a mi me gusta, no sé que pensaron los demás. A mí al menos no me llaman la atención esas piernas que parecen dos palillos que se van a quebrar en cualquier momento. Ella trató de oponer algo de resistencia en este momento, juntando lo más que podía sus extremidades inferiores. Pero David le enseñó la navaja sin decir nada, recordándole de esa manera quiénes mandaban en ese momento.

Con resignación, Isabella tuvo que dejar que yo le quitara las pantaletas, las cuales arrojé a un lado. Ignoro qué sintieron mis compañeros en ese momento, pero a mí me dieron escalofríos de placer cuando ví aquella adorable cuquita virginal, rosadita, cubierta por una suave y muy tenue mata de vellos casi rubios que dejaban apreciar nítidamente aquellos labios vaginales hasta entonces nunca mancillados.

Muy lentamente, con la respiración algo agitada, acerque mi cabeza a la entrada de sus genitales. El aroma era incomparable. Ella se tensó cuando sintió el calor de mi aliento en su entrepierna. Gocé durante unos segundos del olor que emanaba de su sexo antes de comenzar a pasarle la lengua, muy lentamente, por los alrededores del clítoris y de sus labios vaginales. La tensión de Isabella aumentó y mientras José y Jesús continuaban disfrutando de sus tetas y lamiéndole los pezones, David le manoseaba las piernas y se las sujetaba para facilitar mi trabajo.

Después de un rato, cuando ya empecé a trabajarle el clítoris y los labios de su adorable cuquita, fue evidente que a pesar del llanto silencioso, su cuerpo comenzó a responder involuntariamente a los estímulos que estaba recibiendo. Unos jugos exquisitos comenzaron a brotar de su chochito, lo cual hizo que yo disfrutara aún más mi trabajo, pues bebí gran parte de aquel delicioso néctar que manaba cada vez en mayor cantidad. Luego de unos minutos, Isabella comenzó a gemir muy suavemente y, acto seguido, a temblar, arqueando su cabeza hacia atrás y emitiendo un grito sordo que no daba lugar a dudas: había experimentado, sin quererlo, su primer orgasmo provocado por un hombre. La abundancia del líquido que mojó mi cara fue impresionante.

Cuando me levanté y ella estaba calmándose luego del impresionante orgasmo que había tenido, José dijo que ya era hora de hacer lo que correspondía. Tal como habíamos acordado, sacamos una moneda para decir a la suerte a quien le tocaría tener el placer de desvirgar a aquel bomboncito. Como éramos cuatro, la idea era dividirnos en pares y que de cada par se escogiera a uno mediante el sistema cara-sello, para que luego los escogidos lanzaran a su vez y se determinara quién sería el privilegiado. El que quedara de segundo tendría derecho a ser el primero en romperle el culo a Isabella.

Pues bien, previamente habíamos dispuesto que nos dividiríamos así: José y David por una parte y David y Máximo y yo por la otra. Se lanzó la moneda por primera vez. José escogió cara y David escogió sello. Salió cara. Se volvió a echar la moneda al aire. Máximo eligió sello y yo elegí cara. Salió cara nuevamente. La cosa estaba entre José y yo. Una vez más se lanzó la moneda. Cara fue mi elección, sello la de José. Volvió a salir cara. El privilegio de desvirgar a Isabella me pertenecía. Una oleada de placer recorrió mi espina dorsal, de solo anticipar lo que aquello significaría.

Mientras los otros tres sujetaban a Isabella, quien trataba de escapar, inútilmente, de lo que el destino le había deparado, yo me bajé los pantalones y los interiores, quedando desnudo de la cintura para abajo. Mi herramienta de 18 centímetros estaba a punto de reventar. La pobre caraja la vio y se puso a llorar desconsoladamente, sabiendo lo que venía a continuación. Trataba de gritar, pero la mordaza se lo impedía. Yo me arrodillé frente a ella, le manoseé las piernas con lujuria y acto seguido se las abrí con fuerza. David y Máximo la sujetaron por los pies para mantenerla en posición mientras yo me ponía un condón –lamentablemente, así tendría que ser, no queríamos dejar demasiadas evidencias ni embarazar a Isabella-. Acerqué mi pené a la entrada de su gruta virginal y estuve jugueteando unos segundos en la entrada de su vagina. Luego lo fui metiendo poco a poco. Isabella comenzó a tensarse cada vez más, hasta que encontré la delgada tela de su himen. En ese momento empujé con todas mis fuerzas hasta el fondo –creo que debí llegarle hasta el útero-. El dolor para ella debió haber sido tremendo, porque arqueó la espalda y echó la cabeza hacia atrás con una mueca de angustia, mientras un quejido sordo le salía de lo más profundo de su alma, hasta que casi no pudo respirar. Yo me mantuve inmóvil sin sacarle ni un milímetro de mi herramienta, sintiendo un goce indescriptible, al punto que les dije a mis compañeros de faena, con voz gutural:

-Coño, esta caraja si que tiene la cuquita apretada. Ya van a ver cómo van a gozar cuando se lo metan.

Acto seguido, muy lentamente, empecé a bombearla, mientras ella se retorcía del dolor. Mis compañeros empezaron a pajearse mientras yo incrementaba la velocidad del mete saca. A medida que le fui dando más duro, la chama empezó a mojarse muchísimo y dejó de oponer resistencia. Mientras tanto, al tiempo que se lo metía sin piedad, trataba de tocarle las tetas con frenesí. Parecía que la cosa le estaba empezando a gustar, aún en contra de su voluntad. Transcurridos algunos minutos, se empezaron a escuchar gemidos apagados a través de la mordaza. Una gran oleada de jugos manaba de su delicioso chochete, el cual se ponía cada vez más caliente pero no menos apretado. De pronto, cuando sentí que ella estaba por acabar, levanté sus piernas, las apoyé en mis hombros y empecé a penetrarla salvaje y profundamente. Casi le estaba metiendo las bolas en la vagina. David se acercó y le quitó la mordaza. Pocos segundos después, Isabella dejó escapar un grito que le salió del alma: "Aghhahhghhgggghhhhh!". Estaba teniendo un orgasmo increíble. Yo no aguanté más y también acabé en ese momento. Cuatro chorros de leche salieron disparados con tanta fuerza que no sé como el preservativo no se rompió. Ha sido el orgasmo más delicioso y potente que he tenido en mi vida. Máximo tampoco pudo escapar de lo excitante de la escena, puesto que casi al mismo tiempo su paja terminó en una buena acabada que lanzó directamente sobre la cara de Isabella, quien estaba demasiado atontada como para percatarse de lo que había sucedido.

Tardé como un minuto en recuperarme. Lentamente saqué mi pene del interior de la vagina de Isabella. Me quité el preservativo –estaba manchado de sangre- y lo arrojé en una bolsa que habíamos traído para tal fin. Ahora era el turno de José. No había mucho tiempo para detenerse, porque teníamos solamente dos horas a nuestra disposición para completar toda la tarea, antes de que cerraran la universidad.

José sacó del morral un tubo de lubricante. Con bastante rudeza le dio la vuelta a Isabella y ella quedó boca abajo, de espaldas, mostrándonos el culo. Hubo que volver a ponerle la mordaza porque, quizás intuyendo lo que venía, comenzó a protestar de nuevo y a sacudirse con desesperación. Entre David, Máximo y yo la sujetamos. El culo de la chama estaba bastante rico. Era algo flojo, pero las nalgas eran carnosas y la piel suave. Provocaba tocarlo una eternidad. José procedió a untarse los dedos con un poco de lubricante y acercó el anular de la mano derecha a la entrada del precioso culo de Isabella. Empezó a juguetear un poco con el ojete y luego le introdujo el dedo. Inmediatamente ella se crispó. Cuando ya el dedo había entrado con comodidad, le metió otro y estuvo introduciéndolos y sacándolos durante algún tiempo.

Luego, cuando estuvo seguro de que el esfínter se había dilatado lo suficiente, José se sacó los calzoncillos. Menuda verga que tenía!. Yo no había podido detallarsela mientras se pajeaba, pues estaba ocupado en lo mío, pero ahora sí se la estaba viendo y me pareció enorme. Más grande y gorda que la mía. Isabella iba a pasar mucho trabajo con aquel pedazo de carne horadándole el ano. Pues bien, José se untó lubricante en la polla y se la restregó. Algo alarmado, le dije susurrando:

-No te vas a poner condón?. Mira que lo discutimos antes de venir. No querrás acabarle en el culo y que luego puedan investigar con los rastros que dejes.

-No te preocupes, que ya verás cuál va a ser la solución.

Y bueno, le dejamos hacer lo que quisiera. Hubo que sujetar a Isabella con fuerza porque estaba muy inquieta, hasta que logramos ponerla en cuatro patas. Su cara de angustia daba hasta lástima. José puso la gorda cabeza de su enorme guevo en el orificio de Isabella y empujó un poco. El glande entró. Isabella comenzó a llorar de dolor. José untó más lubricante en su polla y la metió hasta el fondo de un solo golpe. Isabella se quedó, literalmente, sin aire y con los ojos en blanco. Pero a José no le importó. No pensaba tener consideración (al menos yo había tratado de ser medianamente delicado). Parecía querer vengarse de tantos años de desprecio. Empezó a bombearla salvajemente, hasta podría decirse que con desesperación. Yo estuve a punto de decirle que parara, porque tampoco la cosa era así, pero Máximo me impidió intervenir. Me dijo al oido que "cada quien tenía derecho a hacerlo como quería". José siguió reventándole el culo como una bestia. Habían pasado como diez minutos y todavía le daba y le daba. Hasta que llegó un momento en que sintió que se iba a correr y le haló los cabellos a Isabella. Profirió un rugido apagado y su cara de placer era indescriptible. Le había llenado el culo de leche a Isabella. Cuando hubo terminado, sacó su verga sin ningún tipo de cuidado. La tenía llena de sangre. El muy bestia se limpió el guevo y se puso a horcajadas delante de la cara de Isabella y mientras le enseñaba la navaja, le dijo:

-Ahora chúpala un poco, putita.

Ella puso una cara de no entender, pero el le arrancó la mordaza y le metió la picha en la boca. Isabella trató de hacer lo que mejor podía. Lo increíble es que José, después de haberse corrido en el culo de la chama, todavía tenía el guevo paradísimo. Pasaron algunos minutos y José dijo en voz baja:

-Arrodíllense todos que esta puta les va a echar una mamadita a cada uno.

Así, David fue, después de José, el primero en disfrutar de los gruesos y sensuales labios de Isabella recorriendo su herramienta. Luego fue mi turno. En el ínterin, David, ni corto ni perezoso, se puso un condón y le clavó el guevo a Isabella en la cuca, penetrándola por detrás y tomándola por sorpresa. Ella dio un respingo, pero siguió chupándome la verga. La verdad es que no era la mejor mamada que había recibido yo en la vida, pero la situación me provocaba un morbo tal que poco después me le corrí en la boca. La tipa debía estar ya muy caliente porque se lo tragó todo sin chistar y casi mecánicamente pasó su boca de mi pene al de Máximo. Mientras tanto, David le seguía enterrando la polla con furia. De pronto se intensificó la velocidad del bombeo e Isabella empezó a gemir y luego, sacándose el falo de Máximo de su boquita empezó a gritar como una verdadera ramera:

-Si, siiiiiiiii! Que ricooooooo! Ahhhhhh! Me estoy vinieendooooooo!

David se excitó frenéticamente y también se corrió ruidosamente. En ese momento pensábamos que Máximo tendría que esperar un poco antes de entrar en acción –era al único que le faltaba su "ración"-, pero lo sorprendente fue que Isabella, con carita de perra viciosa, nos dijo:

-Buenos, malditos cabrones, ahora que ya empezaron, terminen esto. Quién es el próximo?.

Máximo se acercó casi con miedo, porque el cambio de ánimo de la caraja nos tenía desconcertados. Cuando trató de ponerla en posición, ella le sugirió con movimientos que se acostara en la colchoneta. El lo hizo así e inmediatamente, aunque con cierta torpeza debida a su inexperiencia, Isabella se sentó sobre la polla de Máximo, clavándosela hasta el fondo. Inmediatamente, empezó a cabalgarlo, primero con cierta lentitud y luego con mayor frenesí. La muy puta estaba gozando horrores. Estaba ya como posesa, sin saber lo que estaba haciendo, poseída por un instinto animal. Gemía como una loca mientras la herramienta de Máxima, bastante gruesa, la perforaba insistentemente.

En ese momento, mientras todos los demás contemplaban la escena, tuve una idea. Sin que nadie se diera cuenta, embadurné mi pene con el lubricante que había llevado José y me puso detrás de Isabella, entre el espacio de las piernas semiabiertas de Máximo, quien entendió lo que yo estaba haciendo y las apartó un poco más para hacerme espacio. Flexionamos a Isabella un poco más hacia adelante. Ella no entendía mucho lo que pasaba, pero estaba demasiado concentrada en la cogida que le estaba echando como para protestar. Con cierta dificultad –pues la posición no era cómoda- le separé las nalgas riquísimas que tiene y empecé a clavarle la cabeza de mi polla en el ano, para así lograr una doble penetración.

Cuando sintió que mi glande se abría paso en su recto, ya dilatado por la salvaje incursión de José, la cual sin duda la había dejado adolorida, Isabella se tensó y dejó de moverse. Cosa inútil, porque Máximo le seguía dando desde abajo y yo la sujetaba con fuerza para terminar de meterle la picha por el culo. La pobre caraja quedó con los ojos en blanco y luego comenzó a llorar, pero Máximo seguía bombeando y yo estaba haciendo mi trabajo sin piedad. Lo que yo sentía era indescriptible, porque metérsela sin condón por aquel culito apretado no tenía comparación. Parecía que su culo me succionaba el pene. Aquello era la gloria. No tendría que moverme mucho para acabar. A Máximo tampoco le faltaba mucho. Isabella gemía de dolor y de pronto gritó:

-Ya por favor, paren, paren, que me voy a desmayar!.

Pero Máximo y yo no nos detendríamos hasta corrernos. Isabella pegó un grito y se desmayó, justo en el momento en que Máximo y yo eyaculábamos simultáneamente, como dos bestias salvajes.

Transcurrieron un par de minutos antes de que Isabella volviera en sí. Ya Máximo y yo nos habíamos salido de su interior y se encontraba acostada sobre la colchoneta. Los cuatro la contemplábamos, como si quisiéramos disfrutar por última vez de su desnudez, porque era evidente que el tiempo ya se estaba acabando y no habría oportunidad para alguna otra tontería.

Apenas hubo abierto los ojos, José nos hizo un gesto para que la sujetáramos boca abajo. Nadie entendía qué era lo que él pensaba hacer. Busco algo en el bolso y sacó un termo de esos que conservan el calor con un pequeño equipo que al principio no sabíamos qué era. Luego de hacer algunos preparativos adicionales, entendimos que su precaución para no dejar rastros era hacerle un lavado rectal a Isabella, el cual procedió a realizar sin que ella se diera mucha cuenta.

Un par de minutos después José nos ordenó a máximo y a mí que la lleváramos hasta uno de los cubículos, donde la caraja pudo cagar a sus anchas. La dejamos en paz para que pudiera limpiarse, mientras nosotros recogíamos nuestros pertrechos. Luego, cuando ella salió del cubículo, la vestimos, la volvimos a amarrar y la dejamos tirada en el piso. Acto seguido sacamos a la mamá de su encierro y la arrastramos hasta ponerla al lado de la hija. La vieja estaba en estado de shock, con los ojos abiertos sin pestañear. Acto seguido José le dijo a Doña Margarita, distorsionando la voz:

-Señora, su hija ha gozado como una verdadera puta!

La pobre mujer no contestó. Inmediatamente salimos del baño, recorrimos sigilosamente el pasillo y llegamos hasta el carro. Dejamos la universidad sin problemas, aunque estábamos un poco nerviosos por si se llegaba a descubrir algo, cosa que no sucedió.

El epílogo de esta historia es que Isabella despertó sexualmente. Dejó sus mojigaterías y se volvió, según dicen por allí, una verdadera ninfómana. Abandonó la casa de su madre y ahora vive sola. Cuando a veces me pregunto si nuestra actuación estuvo bien, me contesto a mí mismo que en todo caso le hicimos un favor.

(9,17)