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Inmigrante (06)

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El jueves, llegué pronto a mi cita con Sonia, pero no antes que ella. Ya de lejos, vi que me esperaba. Estaba nerviosa, iba de un lado a otro, parecía que se marchaba, pero volvía, hasta que llegué yo.

-Creo que esto no ha sido una buena idea.

Fue lo primero que me dijo.

-No te preocupes. No tenemos por qué hacer nada, pero si quieres podemos hablarlo. Sube un momento.

Estuvo reticente, pero insistí en que no teníamos que hacer nada, que podíamos hablar solamente y al final aceptó y subimos.

Al entrar, le enseñé la casa sin perder tiempo en detalles, mirando con curiosidad. Solamente dijo dos frases: “Se nota que es un piso de hombre” por la falta de decoración, y “¿aquí te traes a tus ligues?, cuando vimos el dormitorio. Después de la pequeña ruta turística, volvimos al salón.

Nos sentamos en los sillones y comencé hablando yo.

-¿Cómo es la relación con tu marido y por qué quieres estar conmigo?

-Es un buen hombre y lo quiero, pero está muy estresado. En el banco, a pesar del cargo de director de oficina, gana poco dinero y nos viene bastante justo para vivir, aunque no vivimos mal.

Pasa mucho tiempo con clientes de grandes cuentas, para incrementar la clientela y conseguir un puesto mejor, y se lo tienen prometido en cuanto se pueda, pero ahora que han cerrado sucursales, está muy difícil.

Todo esto hace que desde dos años atrás padezca impotencia y nuestras relaciones sean totalmente nulas.

Los comentarios de Marisa y Marta me provocan excitación, hasta el punto de tener que masturbarme varias veces. Eso me ha hecho desear probar, pero no ha sido una buena idea. Mi marido no se merece esto con lo que está sufriendo.

Cuando terminó, decidí explicarle el engaño del que era objeto.

-Te voy a contar una cosa que me pasó hace unos días. A eso de las once de la noche, vinieron unos clientes que seguro que no adivinarás quienes eran.

-Pues si no me das más datos, no tengo ni idea.

-Recibimos una visita muy interesante. Vino tu marido y los de tus amigas, acompañados de unas señoritas, profesionales del sexo, de las cuales parece ser que son clientes habituales los martes y los jueves.

-No puede ser. Mi marido no me haría eso, además es impotente.

-Será impotente y no tendréis dinero, pero se va de putas, aunque no folle ni pague, cosa que dudo. Si quieres, cuando sea la hora de salida del trabajo, vamos a la casa y esperamos para ver si acude.

Se puso a llorar muy disgustada, yo me levanté y la hice levantarse a ella para abrazarla y acariciarla, mientras le decía palabras cariñosas y amables para calmarla.

Y como era normal, ocurrió. A las palabras y caricias se añadieron besos en su pelo y frente, abrazos, besos en la cara y al final en los labios.

Eso, unido a que la intención era disfrutar del sexo, fueron llevando a caricias más profundas, a besos más sensuales, a quitarnos la ropa poco a poco hasta terminar ambos desnudos, de pie, con mis manos recorriendo su espalda desde su culo a los hombros y viceversa, mientras nuestras lenguas jugaban entre ellas, sus pezones se clavaban en mi pecho y mi polla, entre sus piernas, hacía esfuerzos por levantarla en el aire con su fuerte erección.

La hice sentarse en el borde del sillón, mientras yo me arrodillaba y colocaba entre sus piernas, con eso pude bajar hasta sus pechos para acariciarlos con las manos y bajar también con mi boca para lamerlos y chuparlos. Mi polla y los huevos rozaban y golpeaban su coño con mis movimientos, contribuyendo a incrementar sus gemidos de placer.

Poco a poco fui bajando hasta su coño, recorriendo con mi lengua su canalillo y pasando por su ombligo.

Cuando hice un recorrido con mi lengua por los labios entreabiertos ya y rozando ligeramente su clítoris, puso sus manos sobre mi cabeza para hacer presión, pero se las retiré y acompañe hasta sus pechos.

Tomé sus piernas para colocarlas sobre ambos brazos del sillón, dejándola totalmente abierta. Con dos dedos abrí más su coñito y recorrí con mi lengua su interior, hasta llegar al clítoris, que metí en mi boca.

Lo chupaba, lamía y presionaba con mis labios, mientras oía sus gemidos y frases pidiendo más.

-Siiii. Házmelo asíiii. No pareeess.

No paré hasta que se corrió. Tampoco lo hice después. Metí primero un dedo en su coño y lo moví frotando su punto G, sin dejar de chupar y lamer su clítoris. Sus gritos se incrementaron pidiendo más y más. Luego cerraba la boca y eran sus roncos gemidos los que sonaban.

Añadí un segundo dedo, aprovechando la gran cantidad de flujo, y con eso volvió a soltar sus gritos y gemidos de nuevo, y poco después alcanzaba el segundo orgasmo.

Dejé que lo disfrutase un rato y, cuando se recuperó, me dijo:

-No sabes el tiempo que he soñado con tener más de un orgasmo en una relación. Ya me resultaba difícil tener uno, por lo que dos me parecía algo imposible.

-Pero todavía no hemos terminado. Aún tengo que probar todos tus agujeros.

Me sonrió sin decir nada. Me puse de pie y la ayudé a ella, haciendo que se colgase de mi cuello y me abrazase con sus piernas, en esa posición, mi polla quedaba a la altura de su coño, por lo que maniobré para metérsela, entrando sin problemas por lo mojada que estaba.

Un “OOOOhhhh” acogió la entrada de la punta, y un nuevo gemido y signos de falta de aire, cuando entró el resto, pero no se quejó. Tampoco le entró toda, pero con los movimientos mientras la llevaba empalada al dormitorio entre besos, caricias y dando tumbos por el pasillo a la vez que chocábamos contra las paredes, terminó con toda ella en su interior.

Al llegar a la cama, ni siquiera desmontamos la postura. Me subí de rodillas y fui inclinándome hasta que su espalda quedó sobre las sábanas. Metía y sacaba mi polla a buen ritmo. Sonia volvió a gritar con los ojos cerrados.

-Sii. Qué gusto. Qué maravilla…

Mi cuerpo chocaba con el suyo en cada empujón, dejando sonar el “plas plas” de los golpes. Mi excitación ya era enorme y estaba al borde del orgasmo.

-Me voy a correr. –Anuncié.- sube los pies a mis riñones.

Hizo lo que le dije y aproveché para meterla más a fondo, incrementando sus gritos y lanzándola a un nuevo orgasmo. Entonces la saqué y me corrí sobre su cuerpo, en un reguero que llegaba desde su barbilla al ombligo y salpicaba una de sus tetas.

Me hubiese gustado seguir, pero se nos había hecho la hora de marcharnos y así se lo hice saber. Nos fuimos a la casa de las putas con el coche de ella, aparcamos en una calle lateral y nos metimos en un bar, delante del portal.

Aproximadamente, un cuarto de hora después llegó el marido de Marisa, y otros diez minutos más, llegaron su marido y el de Marta. Todos entraron en la casa. Sonia volvió a llorar, por lo que la abracé de nuevo hasta que se calmó y nos volvimos a su casa. Cuando la dejé, le recomendé que no se precipitase y no dijese nada. Que primero lo pensase, hablase con un abogado y cuando lo tuviese todo bien atado, fuese a por él con todas las consecuencias.

El viernes vinieron las cuatro, las atendí como siempre, dejándolas luego solas, hasta que después de estar hablando un buen rato me llamaron para que confirmase lo que Sonia les había contado.

Yo les conté la historia de que los había visto llegar, había pedido información al camarero y los había seguido cuando se marcharon. Me fijé en qué piso se encendía la luz. Etc.

No conté nada de mi visita posterior ni nada relativo a Sonia. Asumía que todas sabían por qué se lo había dicho a Sonia y no a las demás, por lo que no di más explicaciones y argumentando el trabajo, las dejé solas de nuevo.

Esa noche Ana se quedó hasta que cerramos. En el taxi que nos llevó a casa, prácticamente no hablamos. Al llegar, fui directo a mí puerta, pero aceptó mi oferta de tomar una última copa, por lo que ambos entramos a “mi casa”. Mientras preparaba las copas, ella se sentó en el sofá y yo lo hice en el sillón después de entregarle la suya.

-¿Te importa contarme tu versión de la historia de los maridos de mis amigas?

-Por supuesto que no.

Y le volví a contar toda la historia. Al terminar me preguntó.

-¿Has ido a ese piso?

No le quise mentir.

-Sí. Había cuatro mujeres, las tres de tus amigos y otra más.

-¿Puedo preguntarte qué hiciste?

-Sí, pero no te voy a responder.

-¿Por qué?

-Porque tenemos un contrato que nos concede total libertad a ambos y no tenemos que dar explicaciones de lo que hacemos, siempre y cuando sea en privado, y esto es privado. Yo no te pregunto qué es lo que haces tú.

-Pero puedes hacerlo y yo te contestaré.

-Lo siento, pero no tengo interés en fisgonear la vida de los demás solamente por enterarme de algo que no me importa.

-Pero de los maridos de mis amigas sí que te enteraste.

-Eso tiene un interés especial. No me gusta lo que les hacen a ellas y no soporto que las engañen, porque ya las considero amigas mías.

-Sin embargo te acuestas con ellas y no te importan sus maridos.

-Sí que me importan. Son unos imbéciles que se creen superiores a los demás y se ríen de todos. Me importa mucho dejarlos en ridículo a ellos, y si es posible, en la calle, sin nada. Me gusta…

Me corté para no decir algo imprudente. Esas frases que a veces soltamos y que desearíamos habernos callado después de soltarlas.

-¿Qué te gusta?

-Son cosas que no vienen a cuento ahora.

-Te importaría llevarme a mí. – Me preguntó

-Si el abogado no tiene problemas, a mí no me importa.

-Me lo pensaré.

Dicho esto, se despidió y se fue a su casa, mientras yo me iba a dormir.

No volví a saber nada de ninguna hasta mi sábado de fiesta.

Antes de eso, quise mejorar las relaciones con la secretaria del laboratorio, porque nunca se sabe dónde te conviene tener un amigo. Saqué el papel con su teléfono y nombre (Tatiana). La llamé y quedamos al día siguiente, que yo tenía fiesta, para cenar y salir.

Reservé mesa y la llevé a cenar a un restaurante del que me habían hablado muy bien por la comida y mal por lo caro que era.

Durante el primer plato, estuvimos hablando de trabajos y vidas, resultando que estaba separada hacía ya algunos años, que no tenía hijos, ni pareja, ni ganas de tenerlos.

Yo le conté mi situación a grandes rasgos e intenté llevar la conversación al trabajo para conseguir todos los apoyos posibles.

Cuando retiraron los platos y estábamos a la espera de los segundos, sentí una mano en mi hombro, al tiempo que una voz conocida, con tintes asesinos, me decía.

-Hola, cariño, ¡qué sorpresa! No esperaba encontrarte aquí.

-Eeehhh. Aaaahhh. Hola Ana. -Le dije al tiempo que me ponía de pie.

-Permíteme que te presente: Ella es Tatiana, secretaria de uno de los laboratorios donde he presentado el currículum, a la que debía una cena. ¿Y tú?.

-Pues espero que sea solo eso. –dijo entre dientes. Y siguió ya más normal.- Hemos venido varios del departamento comercial a cenar con unos clientes importantes y luego los tenemos que llevar a emborracharlos por ahí.

-Bueno, el trabajo es el trabajo. Si son buenos clientes, tendrás buenos contratos. Que no se te escapen vivos…

Esto último lo dije con doble intención, para que se los follara antes de perder el pedido. Fue a decirme algo cabreada, pero miró a Tatiana y se calló. Se despidió y fue con su gente.

-Tendréis mucha libertad y será un matrimonio de conveniencia, pero si hubiese podido, nos mata a los dos, o a mí por lo menos. -Me dijo Tatiana cuando se fue.

-Sí. En el fondo no le gusta que vaya con otras, aunque no me lo prohíbe, y yo evito en lo posible el informarla.

-¿Y vas con muchas?

-Nooo. Qué va. Alguna, de vez en cuando.

Cuando terminamos la cena, le propuse a Tatiana ir a bailar, aceptando inmediatamente y estuvimos en ello hasta bastante tarde. Bailamos muy apretados. Sentía sus pechos clavados en mi pecho y pronto sus pezones, mientras mi polla crecía y crecía presionando el pantalón y haciéndola sentir su dureza.

Nos comimos la boca. Levanté su falda entre nosotros, me saqué la polla disimuladamente, bajé su tanga lo suficiente y la coloqué en su coño, presionada por la goma, mientras seguíamos bailando y frotándonos.

Daba igual el tipo de música que pusiesen, aunque disfrutábamos más con los movimientos del merengue y bachata. Se corrió varias veces y yo estaba que no podía más.

Por fin, me dijo al oído, porque no se podía hablar de otra forma:

-Vamos a mi casa. Necesito que me folles.

Y eso hicimos, nos fuimos a su casa y en el taxi, entre besos y caricias, ya le quité el tanga. Fuimos directos a la cama, desnudándonos mutuamente y lanzándonos sobre el colchón, bien pegados.

Tras ponerme un preservativo, se la metí inmediatamente, sin más esperas. Tenía el coño que era una catarata. No pasó mucho tiempo hasta que se corrió otra vez, llevándome a mi propio e intenso orgasmo.

Tras esto, le comí el coño, al tiempo que ella lo hacía con mi polla, para ponernos en forma otra vez y seguir clavándosela de nuevo.

Estuvimos más de una hora follando. Yo me corrí dos veces y ella no sé cuantas más. Al final, agotados, nos duchamos juntos, sin ganas de más y yo me vestí y fui a mi casa.

Acababa de acostarme, cuando oí la puerta. Me hice el dormido sintiendo cómo Ana se acercaba y comprobaba que ya estaba durmiendo, volviendo a su casa a dormir.

Al día siguiente, vino a verme, con la sana intención de averiguar qué había pasado con Tatiana. Le informé de que habíamos cenado, tomado unas copas y la había acompañado a casa antes de irme a dormir.

No sé si me creyó, pero por lo menos, no insistió. Pocos días después era mi sábado de fiesta, el que habíamos quedado.

Ese día a las doce ya estaba preparado para salir. Iba vestido de manera informal, unos vaqueros y camisa, ambas prendas nuevas. Llamé a la puerta de entrada y cuando salió Marga pregunté por Ana. Me informó de que estaba despierta pero que no se había levantado todavía y le dije que preguntase si seguía en pie la invitación a comer.

Al momento salió para decirme que en quince minutos estaba lista, que pasase para esperarla. Tardó más de hora y media. La excusa fue que toda la ropa que quería ponerse, estaba en la tintorería. Alabé lo guapa que estaba a pesar de todo y salimos.

No había reservado mesa en el restaurante al que quería llevarla porque nunca estaba lleno, pero ese día estaba a tope. Como los conocía, me dijeron que volviese sobre las dos, que tendría una mesa.

Nos fuimos a tomar algo para hacer tiempo, mientras hablábamos de nosotros, de lo que había sido nuestra vida y lo que esperábamos del futuro. Todo esto con interrupciones de amigos míos y amigas, a quienes miraba mal, presentándola a todos como mi esposa, lo que la volvía más amable.

Durante la comida, todo fueron preguntas hacia mí, sobre mi vida de estudiante y sobre todo, de mis relaciones con mis compañeras. Novias, relaciones esporádicas, Tatiana, sus amigas, las putas, etc. Todo comentado entre bromas y risas.

Yo le pregunté también sobre su vida, pero no toqué el tema sexual. A pesar de todo, me contó que sus amigas se callaban muchas cosas sobre nosotros, pero a Marisa, sobre todo, se le escapaban muchos halagos sobre mí y lo que se disfrutaba conmigo.

-Si te digo la verdad, te ensalza tanto que estoy deseando comprobarlo. –Me dijo

Yo no quise ni confirmar ni negar, solamente le dije que intentaba que todas mis parejas quedasen satisfechas.

-La semana que viene es la ceremonia de boda por la iglesia. Después comprobaré si tienen razón. –Dijo con un tono que no sabría definir si era alegría, cabreo o indiferencia.

-¿Ya has desechado la inseminación?

-Bueno… Todavía no, pero…

Entendí que quería decirme que, una vez embarazada, podría probar la veracidad de todo.

La tarde la pasamos paseando, tomando alguna copa en terrazas, visitamos una exposición y descubrí que teníamos muchas cosas en común, también vi que podíamos llegar a entendernos en cuanto a ideas.

Cuando anocheció, cenamos y le propuse ir a bailar, pero a otro sitio que no fuese mi lugar de trabajo. Aceptó y fuimos a otra sala, donde solía ir cuando estaba soltero. Nada más entrar, eché un vistazo a toda la sala, por lo que se llama deformación profesional, cayendo mis ojos sobre alguien conocido: el marido de Marta. Enseguida vi que estaba rodeado de las mismas mujeres y de los otros dos maridos. Escondiendo mi cara y tapando a Ana, nos metimos detrás de un biombo que separaba el área de camareros del resto de la sala.

-Pero ¿Qué haces? ¿Por qué me traes aquí?

Le señalé la mesa y le dije:

-Mira quién está allí.

-Pero si son…

-Si. Quédate aquí mirando. Les voy a meter un susto que se van a pasar la tarde en el baño. Estate atenta a lo que ocurra.

Di una vuelta para que no viesen a Ana, y aparecí por su lado:

-Hola, ¿Qué tal? Buenas noches, señoritas. He quedado aquí con Ana. ¿No la habréis visto? La estoy buscando.

Casi no les dejé hablar.

-Pueeees… NNNo, no la hemos visto… Aacabamos ddde llegar.

Debía ser cierto, porque todavía no tenían las bebidas en la mesa.

Las mujeres me saludaron muy cariñosas y amables, levantándose para darme un par de besos cada una. Cuando terminaron, les dije:

-Voy a seguir buscando. Hasta luego. Que os divirtáis.

Y me marché. Seguí dando la vuelta como si buscase y pude ver que se levantaban y uno de ellos iba a la barra para pagar las consumiciones que no se habían tomado y salieron a toda prisa.

Volví con Ana, que se estaba riendo, y me preguntó:

-¿Pero qué les has dicho, que se han ido disparados?

-Si, y pagando una cuenta que no han consumido. Les he dicho solamente que te estaba buscando.

Estuvimos riéndonos un rato y luego pedí a Ana que llamase a sus amigas para ver la excusa que les habían dado. Al parecer estaban en un seminario para grandes empresas en otra ciudad.

Hizo mención a la acogida tan cariñosa de las putas, pero conseguí escabullirme de la posible discusión.

Estuvimos bailando varias horas, unas veces algo separados y otras totalmente pegados. Su proximidad, su perfume y el sentir el roce de su cuerpo pegado al mío, hizo que mi polla alcanzase todo su esplendor, solo contenida por mis pantalones.

Ella se dio cuenta y todavía se frotaba más. En uno de esos bailes me miró sonriente, sabiendo lo mal que lo estaba pasando, y yo no lo dudé y le di un beso, al que no respondió al principio, pero ante la insistencia de mi lengua, abrió su boca y nuestras lenguas jugaron durante bastantes minutos.

Me separé de ella pidiendo perdón, y le dije que mejor nos fuésemos a la mesa hasta que se nos pasase.

Pasadas las dos de la madrugada, nos fuimos a casa a dormir. En el rellano la despedí con un casto beso en la mejilla y cada uno se fue a su casa.

Acababa de acostarme cuando oí la puerta de separación y el encendido y apagado de luces en dirección a mi dormitorio. Se encendió la luz de mi dormitorio y vi a Ana en la puerta mientras se quitaba la bata, quedaba desnuda y apagaba la luz al tiempo que encendía la de la mesita de noche, para segundos después, meterse en mi cama.

-No sé si esto es buena idea. –Le dije.

No me dijo nada. Como respuesta, retiró la ropa, se bajó hasta mi polla y se puso a lamerla desde los huevos a la punta, para meterse el glande en la boca y succionarlo y lamer los bordes, mientras con su mano sujetaba mis huevos.

Lo hacía muy bien. Era toda una experta. Tenía que hacer algo para distraerme si no quería correrme demasiado rápido, así que la cogí de las caderas y la coloqué sobre mí para hacer un 69. Ante mi boca quedó su coño perfectamente depilado y un poco más arriba su ano, sobre el que puse mi dedo pulgar, previamente mojado con saliva, y empecé a darle vueltas en círculos con una suave presión, mientras la punta de mi lengua recorría desde el perineo hasta su clítoris en sucesivos viajes.

Hasta sus gemidos con mi polla en su boca, me transmitían una excitante vibración por toda ella que me estaban acercando, cada vez más, al clímax.

La entrada de mi dedo con inusitada facilidad en su ano, me confirmó que no era la primera vez, sino todo lo contrario, la primera después de muchas más. Eso me hizo mojar más mis dedos en su coño y con mi saliva para llegar a meterle dos, luego tres y abrirlo al máximo sin prácticamente esfuerzo.

Con los dedos de una mano follando su ano, metí el dedo medio de la otra en su coño y mi boca en su clítoris, sometiéndola a movimientos pausados que la hacían retorcerse en busca de un mayor roce que incrementase su placer.

Llegó un momento en el que ya no pudo aguantar más y se lanzó a un orgasmo brutal, como consecuencia de la larga estimulación, y que demostró sacándose mi polla de la boca y cogiéndola con toda la mano, para lanzar un fuerte grito al tiempo que me la presionaba como si estuviese intentando sacar jugo.

Eso fue el colmo para mi excitación, y empecé a soltar mi carga, saltando por su pelo, cara, pechos y mi propio vientre, mientras ella mantenía sujeta mi polla y clavaba su coño en mi cara.

Caímos ambos uno al lado del otro, pero invertidos. Después de un momento de silencio para recuperarnos, me dijo:

-Ufff. Qué fuerte. Pero no pensaba que fueses tan rápido.

-Ni yo que fueses tan buena. De todas formas, podemos ir a por el segundo.

Me giré para ponerme a su altura y me encontré con que estaba recogiendo los restos de mi corrida y se los llevaba a la boca.

Mientras miraba cómo lo hacía, me puse a recorrer con el dedo las aureolas de sus pechos, repasando su contorno con la yema y alternando de uno a otro. Poco a poco acercaba los giros a sus pezones hasta que los rozaba en el rodeo.

Me volqué sobre su costado para llevarme el pezón a la boca, mientras mi mano cambiaba de dirección y bajaba desde su pecho hasta su coño.

Ella no se quedó corta. Llevó su mano a mi polla y empezó a pajearme para terminar de darle la dureza que le faltaba. No le costó mucho conseguirlo y enseguida se lanzó sobre mí, con intención de metérsela directamente.

-Espera. ¿Y si te quedas embarazada? ¿Tomas algo? Mejor me pongo un preservativo. No creo que sea conveniente que te quedes embarazada antes de decidir si lo quieres natural o artificial.

-No tomo nada desde que sé que tengo que quedarme embarazada y ya sé que lo quiero natural, pero no quiero quedarme antes de que nos casemos. Si nuestro hijo naciese antes de los nueve meses… No te quiero contar lo que pasaría con mi familia. Así que… Espera un momento.

Se bajó hasta mi polla, se la metió en la boca, la lamió, escupió en ella y volvió a subir para apuntarla a su ano y empalarse ella misma hasta el fondo. Lo hizo despacio. Yo notaba como se abría su ano para recibirme y cómo se iba ajustando a mi polla. No paró hasta que la tuvo toda dentro.

Fue de esas enculadas de las que no siempre podemos disfrutar. Manejaba su culo y los músculos como una auténtica profesional. Al principio, sus movimientos fueron pausados. La sacaba con suavidad, a la vez que contraía sus músculos y me hacía sentir una mayor estrechez de su conducto. Luego la metía con fuerza hasta que nuestros cuerpos chocaban y volvía a repetir el proceso.

Cuando enderezó su cuerpo para follarme mejor, llevé mi mano a su depilado coño y estuve acariciándolo, unas veces en círculos y otras deslizando mi dedo por entre sus labios.

Cuando alcanzó su primer orgasmo y siguió sin parar, coloqué mi mano entre nosotros, para poder meterle dos dedos en el coño y follarla con ellos al tiempo que se subía y bajaba.

Un buen rato después y dos orgasmos más de ella, le pedí que se apresurara porque estaba a punto, sin que me hiciese caso de momento, pero poco después empezó a moverse más rápido y a gemir y respirar más fuerte, llevándome al orgasmo y llenando su culo al tiempo que lanzaba otro gemido más fuerte y se corría conmigo.

Más tarde, en la ducha que hicimos juntos, nos estuvimos enjabonando, acariciando y besando, hasta que asumimos que estábamos totalmente limpios y tras secarnos en juego erótico, nos fuimos a dormir.

Durante esa semana, estuve citado con Marisa, Sonia y Marta en días distintos, porque quería comentarles algunas cosas. Marisa vino como un volcán. Tuve que proporcionarle una cadena de orgasmos antes de poder hablar.

A Marta, después de hablar con ella, la hice bajar a la sala con un huevo con mando a distancia metido en el coño y estuve activándolo y desactivándolo. Como era jueves, la tuve hasta las 10 de la noche sin dejarla correrse. Luego le pedí el huevo sin ir a ningún sitio y se lo tuvo que sacar lo más disimulado que pudo.

Con Sonia quedé, le propuse mi idea y la invité a follar. Dijo que no, que se iba, pero cuando se marchaba y había salido por la puerta, dando varios pasos, dio la vuelta no sé con qué intención, pero yo cerré y la ignoré.

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