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El joven de al lado

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Parte 1

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La princesa y la señora de sesenta y tantos años

Sin duda alguna me arrepiento de lo sucedido. A consecuencia de ello he sufrido castigos tanto físicos como morales. Pero cuando recuerdo con detalle ese momento, no puedo evitar tocarme.

Mi nombre es Nancy McAllister. Tengo 28 años y vivo en Denver. Hace más de cuatro años que estoy casada con un exitoso abogado. En los últimos años nuestra economía se ha visto bastante bien remunerada, y es por ello que hace poco más de dos años nos mudamos a un hermoso barrio privado a las orillas de la ciudad. El lugar se llama Chester Hill, y es un lujoso conjunto de casas de estilos extravagantes. Aquí me he sentido como una Reyna. La casa cuenta con dos pisos de techo alto, varias recamaras y baños lujosos. El patio trasero es muy bello y cuenta con una espaciosa piscina. Por todo esto, no cabe duda que, de la vida que me da mi marido no me puedo quejar. Y para redondear el asunto, de él tampoco. Él es un tipo bastante bueno. Es guapo a su manera. Formal, alegre, educado y me parece que no tengo dudas que también me es fiel. Me trata como a una princesa. Me compra todo lo que le pido y no puedo evitar sentirme súper chiflada. Es por eso que no puedo si no mas que reprocharme el porque me comporté así, el porqué le fallé así.

No suelo tener muchas amigas. Y en estos momentos donde me he sentido tan confundida me he dado cuenta de que quizá no tenga ninguna. La única que recuerdo en los últimos años, o al menos la más cercana a serlo, fue una señora de sesenta y tantos años que fue mi vecina hace unos meses. Era una señora algo solitaria (a excepción de sus diez gatos), senil y sorda. Pero a pesar de ello, ahora estoy convencida de que extraño su compañía. Desde el momento que me mudé aquí, me recibió con un enorme pastel de fresa para mí y mi marido. Y regularmente me visitaba para asegurarse de que todo estuviera bien. Decía que aunque este fuera un barrio muy seguro, siempre existía la posibilidad de que una chica tan guapa y joven corriera peligro estando sola. Y es que a veces pasaba varias noches sola cuando mi marido salía de viaje. También he extrañado las mañanas de café con una rebanada de pastel (para variar) sentadas en la cocina platicando de todo un poco. Su compañía era la válvula de escape a mis cavilaciones, que ahora que estoy sola, muy a menudo me asaltan para tentar la razón. Y son estas las que echan a perder el trabajo que la virtud y la moral hacen en mí, hundiendo por las noches, lo que con tanto esfuerzo elevan estas en el día.

Tales pensamientos no son otros que los de poner en tela de juicio mi satisfacción marital. Si bien he dicho ya que mi marido es un hombre intachable en todos los sentidos, es en el aspecto sexual en el que el demonio siembra sus dudas.

De ninguna manera puede decirse que mi marido es malo en la cama. Él tiene todos los aspectos que pudiera otorgarse a un llamado buen amante; buen tamaño (que a mí sí que me importa), buena duración sin ser exagerada, delicadeza, condescendencia, en fin, es un caballero. Pero como todo caballero, hay ciertos tabúes que los dogmas morales que su familia implantó en él no lo dejan romper. Actos que, ahora mismo ya no sé si afortunada o desgraciadamente pude conocer antes de casarme con algunos de los novios que tuve. A mi marido cosas como el sexo oral o el sexo anal no le gustan. Vamos, imagino que como todo hombre deben de gustarle, pero está resuelto a no faltarme al respeto de esa manera bajo ninguna circunstancia. El sexo oral le parece un acto sucio hacia mi boca, Jamás fui muy insistente en realizárselo, pero aunque se lo pedí alguna vez, se negaba y cambiaba de tema. Ahora me doy cuenta que realmente es una necesidad en mi. Sentir la carne entre mi boca es una de las cosas que mas caliente puede ponerme. Con el sexo anal pasa igual, a él le parece una aberración. Dice que soy su esposa, no una cualquiera. Y en este caso, aunque en mi época de soltera llegué a disfrutarlo mucho con un novio, no fue algo que le pidiera tanto como el sexo oral, puesto que no lo sentía como una necesidad (ahora enteramente sí) y por eso la única vez que se lo mencioné y se negó rotundamente, no se volvió a tocar el tema.

Mi debacle como esposa comenzó hace 1 año y meses. Mi vecina, la señora de sesenta y tantos, tocó la puerta de mi casa, abrí y la vi en el umbral como el día en que llegue a esta casa; con un pastel en las manos y 2 gatos rodeándole los pies. Minutos más tarde estaba contándome que se mudaba de la ciudad. Una casa tan grande para una señora de sesenta y tantos años era algo tanto deprimente como peligroso, así que había llegado a la conclusión de mudarse con una sobrina. En ese momento no me sentí triste. Después de los protocolarios; que le vaya bien y los hipócritas; te voy a extrañar, la acompañé a la puerta y la despedí sacudiendo la mano mientras se alejaba cojeando por la banqueta.

La vecina terminó de mudarse en 3 días, eso fue un miércoles, y la casa estuvo ocupada de nueva cuenta el domingo. Mis nuevos vecinos eran una típica familia americana. El jefe de la familia era un obeso hombre de negocios, con anteojos y severa calvicie a sus aparentes 50 años. Su mujer era una señora de unos 40 años, con una cara de culo, y unos modos de realeza que quedaban en el piso al ver el mal gusto que tenía en vestir. Al parecer eran una familia que hace no mucho tiempo que contaban con tantos recursos. El último integrante de la familia, si no contamos a un asqueroso y pulgoso perro (no me gustan los gatos, pero los prefiero a este animal), era un chico de 17 o quizá 18 años, aún no lo sé. Era esos críos que tenían toda la pinta de ser un ratón de biblioteca. Era al igual que el padre, alto, tenía un peinado de lo más nerd, era muy delgado (contrario al papá), llevaba gafas, tenía el rostro lleno de espinillas y aunque no era un monstruo, no era muy guapo. A grandes rasgos ellos eran mis nuevos vecinos.

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Bienvenidos

Al día siguiente, haciendo honor al recuerdo de la otrora mi vecina; la señora de sesenta y tantos, me propuse cocinar un pastel para los nuevos vecinos como la mencionada anciana lo hubiera hecho. Como no estoy acostumbrada a cocinar, esta empresa me llevó más tiempo que a muchas personas, pero cerca de las once de la mañana, tenía en mi mesa un aceptable pastel de vainilla, que si sabía como se veía, mi ex vecina estaría orgullosa de mí. La verdad, aunque me gusta que los hombres me miren, no suelo salir a la calle con poca ropa, pero como se trataba de la casa de al lado, y como mientras comenzaba a cocinar, cerca de las 9 de la mañana, había visto salir al obeso de mi vecino en su coche y aún no se veía en la terraza, decidí por pereza ir como estaba vestida. Tenía una ropa bastante cómoda para poder relajarme mientras cocinaba. Llevaba una blusa de tirantes muy ajustada color blanca y no usaba sostén, y unos shorts de tela color rosa bastante cortitos y que se me metían entre las nalgas apenas daba un par de pasos después de haberlo acomodado. Mi trasero no era ninguna enormidad, pero si era bastante generoso, respingón y redondeado. Mérito más por mi afición al ejercicio que a mis genes. También gracias al ejercicio, tenía unas piernas gruesas que lucían fantásticas con ese tipo de shorts. Eran de hecho los shorts que usaba para volver loco a mi marido cuando tenía ganas de sexo y quería provocarlo. No soy chaparra pero no mido mas de 1.67, y soy y he sido delgada desde niña. Esto hizo que en mi adolescencia cuando me empezaron a crecer los senos, resaltaran mucho más. Y esto, el tener unos pechos naturalmente considerables, es de las pocas cosas que no debo al ejercicio si no únicamente al bendito A.D.N.

Me calcé unas sencillas sandalias y con pastel en mano salí al patio. Era una mañana fantástica y soleada. Era mediados de mayo pero la brisa estaba un poco fresca así que me reproche por salir tan destapada. No tengo cabello largo, mi cabello es rubio y lacio, y siempre lo he llevado corto hasta medio cuello. Aún así, el viento lo revolvía en mi rostro y por tener cargando con ambas manos el pastel, tenía que agachar el rostro para poder ver. Llegué frente a la casa de a lado que tantas veces había visitado antes. Me enfilé a la puerta y toqué el timbre. El sonido sonó dentro de la casa tres veces y 8 segundos después, escuché pasos rápidos bajando las escaleras. Esta mujer tiene condición la muy perra, pensé. Escuché correrse 3 cerrojos (ya había dicho antes que la antigua propietaria era muy temerosa), y se abrió la puerta frente a mí. Parado frente a mi estaba el miope y cacarizo hijo de los vecinos. Tras sus muy graduadas gafas pude ver sus ojos abrirse como platos de sorpresa y deslizó la mirada rápidamente a mis senos para volver a verme a la cara después. Me olvidé del estúpido mocoso, pensé.

– Buenos días, soy Nancy McAllister, su vecina.-

Le dije mientras maniobraba el pastel con una mano para con la otra tenderle la mano. Él me dio la mano y me saludó despacio al principio y después afanosamente de arriba abajo. Mire que volvía a verme los pechos y entonces me di cuenta. Tus senos están botando estúpida, por eso te sacude así. Así que le solté la mano bruscamente y seguí hablando.

-¿se encuentra en casa tu mamá?

Le dije mientras en un acto de pudor intentaba con una mano subirme el escote, pero la gravedad y la falta de sostén hacían inútil el trabajo y volvía a bajarse quizá más que antes. Él me miraba alternando entre los ojos y los pechos y empezó a hablar entre balbuceos

-nnn, nnn, nnn-o, no se encuentra, Sa, sa, salió de compras.-

– oh! Lástima. les traje este pastel, es un regalo de parte mío y de mi marido para darles la bienvenida. Espero poder conocer a tu mamá en otra ocasión.-

-gra, gra, gracias.-

Soltó mientras miraba mis senos fijamente. Cuando notó de reojo que fruncí el ceño algo molesta, volvió a mirarme los ojos algo avergonzado y con la cara roja.

-¿y bien? ¿No vas a tomar el pastel?-

Le reclamé después de como 5 segundos donde solo estaba viéndome.

-si pe, pe, perdón. Gracias!-

Tomó el pastel y me sonrió

-de nada-

Le dije en tono molesta. Di la media vuelta y me fui sin más por el camino de entrada. Que mocoso tan desagradable me parecía aquel chico, de seguro jamás tendrá novia, me dije. Seguí avanzando y al llegar a la acera volteé a la puerta y ahí estaba aún el chico ese. Estaba mirándome fijamente el trasero. Con una mano sostenía el pastel y con la otra, me pareció ver, antes de que el marco de la puerta me tapara la vista, que estaba frotándose entre las piernas donde en su pantalón, se empezaba a notar algo abultado. ¡Ja!, que chiquillo tan insolente, me dije, y apreté el paso. Cuando cerré la puerta de mi casa tras de mí, pensaba que muy a pesar de quien fuera, el hecho mismo en su más pura esencia de ser deseada por otro, no era tan desagradable.

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Mi juego

Quizá una de las coincidencias mas fatídicas en este caso, fuera la que representó que en este tiempo, mi marido tuvo más viajes de negocios que nunca. Y las pocas veces que estaba en casa, estaba cansado. Jamás y aun ahora lo pienso así, he llegado a pensar que me era infiel, pero lo cierto es que antes nunca dejaba pasar una oportunidad para hacerme el amor, y ahora o estaba cansado o simplemente no estaba.

No busco con esto poner una excusa, pero pasar tanto tiempo sola hacia necesario sentirme una mujer atractiva. Mi marido sabía que no tenía familia ni amigas, y que comida y todo lo que necesitaba era llevado a la casa por una asistente de él. Por eso no podía salir casi nunca de la casa, porque aunque mi esposo no fuera un hombre celoso, sería sospechoso que su asistente que venia seguido sin avisar, le dijera que varias veces no me halló en casa. Además de que él podía rastrear mi teléfono celular y saber dónde me encontraba cuando él lo deseara. Así que hice de mi único admirador a mi alcance, mi juego de distracción.

Debo reconocer que el mocoso era muy inteligente al igual que insistente. Un par de semanas después de su llegada, se atravesaron las vacaciones de verano, y él pudo dedicarse día, tarde y noche a la tarea de observarme. Para estas fechas él ya había realizado un registro exacto de todos mis horarios y rutinas, así como un mapa completo de donde poder realizar todos los contactos visuales posibles conmigo. El primero de ellos era la ventana de mi habitación, ésta daba exactamente frente a la suya (además con suerte el estúpido). Sabía muy bien que todas las mañanas entre las 8 y 8 y cuarto de hora, abría las cortinas de mi ventana. Salía tal cual me despertaba, a veces con una bata muy escotada, o a veces solo con un diminuto sostén que se esforzaban en la titánica tarea de contener mis abundantes senos. Me asomaba en la ventana y dejaba que el viento me diera en el rostro.m, tomaba aire fresco y disfrutaba la vista. Todo este ritual me llevaba cerca de 5 minutos, y estos eran para mi espía, 300 segundos de oro molido. Tardé unos días en darme cuenta, 4 días después de que salieran de vacaciones para ser exactos. Ese día me deslumbró un reflejo en el rostro, traté de seguir el rastro del resplandor y lo encontré para mi poca sorpresa en la ventana de enfrente. Cuando sonreí en aquella dirección, las cortinas se movieron y cerraron más. Desde esa vez, no ha habido un solo día que el reflejo de sus gafas no me deslumbre el rostro por las mañanas.

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Mi espía

No recuerdo el momento exacto en el que todo esto empezó a parecerme divertido. Solo se que cuando descubrí que también me miraba mientras estaba en el cuarto de baño, el asunto comenzó a parecerme picante. Sucedió dos días después dé percatarme que me espiaba en la ventana por las mañanas. Mi cuarto de baño es muy amplio y lujoso. Tiene mosaicos color beiges con vivos cafés. En una orilla tenemos un hermoso jacuzzi de mármol, en el otro extremo un w/c de el mismo material y en el centro de la habitación se sitúa nuestra regadera. Ésta está elevada por un escalón, y está cerrada por un cubículo de cristal semi transparente. Cristal del tipo de visibilidad borrosa, semejante a un espejo al empañarse. La habitación tiene un balcón de unos dos metros de ancho por medio metro de saliente. Y este balcón está detrás de una puerta corrediza horizontalmente también de cristal pero limpio y transparente. Obviamente esta puerta del balcón esta siempre cubierta por unas elegantes cortinas doradas. Pero esta obviedad estaba dejando de serlo tanto.

No solía salir al balcón mencionado, desde que dejé el vicio de fumar. Ahora solo salía muy pocas veces y ya vestida, para respirar un poco cuando el vapor me sofocaba. Ese día lo hice. Llevaba puesto unas mayas deportivas blancas y un top ajustado negro. Recién me había cambiado y salí descalza a respirar un poco. Mirando la casa que me quedaba de frente, que no era otra si no la de el insistente mocoso, pensaba en que era lo que a una mujer le parecía interesante de ser deseada. Una mujer necesita sentirse bonita es verdad, pero el ego en sí mismo seguía siendo tan misterioso en las psiques humanas para mi corta capacidad filosófica. Estando entregada a estas ideas, un rayo de luz cruzó fugaz mi memoria y abrí los ojos como globos. Recordé las mañanas de café con la señora de sesenta y tantos, en aquellos días que mi marido estaba en casa. Solía estar preocupada porque mi marido se levantara y no estuviera el desayuno listo, no es que fuera a enojarse, pero tenía tantas atenciones de su parte, que no podía bajo ninguna circunstancia fallarle yo en alguna. Después de varias veces que mi vecina me vio nerviosa, me pregunto por qué salía hacia mi casa repentinamente y regresaba tantas veces. Le expliqué el caso y el porqué no podía simplemente llamarlo por temor a despertarlo. Me preguntó cuál era su rutina y le comenté que después de despertar, tomaba una ducha y bajaba a desayunar. Perfecto, me dijo; Solo tienes que ir una vez, corre la cortina que da al balcón de tu baño, y regresa aquí. Quise replicar que eso en qué ayudaría, pero insistió en que lo hiciera y regresara. Después de hacerlo y de paso constatar que seguía dormido, regresé con la vecina y le pedí que me explicara el asunto. Ella se limitó a levantarse y a pedirme que la siguiera al piso de arriba. En la primera habitación a la derecha se encontraba el cuarto de lavado, entramos y nos dirigimos a una pequeña ventana, ella corrió la cortina y quedamos de frente al balcón y a la puerta que da al baño de mi casa. Ahí está, me dijo. Puedes ver que no hay nadie en la regadera ni en la habitación, así que solo tienes que ver por aquí de vez en cuando, y así evitas dar tantas vueltas que te harán quedar exhausta.

Cómo no se me había ocurrido antes. Volteé y entrecerré los ojos para enfocar bien aquella ventana pequeña en la casa vecina. No tardé un segundo cuando pude distinguir un par de binoculares a un lado de la cortina. No quise asustarlo, así que desvíe la mirada rápido. Me parecía que ese mocoso estaba realmente enfocado en su trabajo de espionaje, así que pensé que no tenía nada de malo darle un pequeño premio por su empeño. Bajé la mirada hacia mis senos, y empecé a acomodarlos. Levanté mis dos manos y puse una en cada pecho levantándolos desde la parte de abajo. Después levante un pecho, luego lo baje y levante el otro, y repetí la operación cada vez más rápido. Sentía el peso y la carnosidad de mis pechos en mis manos. El escote de mi top era muy apretado así que no se bajaba de lugar por lo que me decidí a ayudar un poco. Bajé el escote con mi mano hasta que la sombra rosada de la aureola de mi pequeño pezón empezó a asomarse. Hasta ahí era suficiente. Quité las manos de mis pechos y me alisé las mayas. Me di la vuelta y simulé que algo se me había caído, entonces muy lentamente, de la manera más excitante posible, fui doblándome hacia abajo dejando mi trasero en lo alto. Ya estando completamente empinada, balanceé de un lado a otro mis glúteos simulando ganas de hacer del baño. Después me recompuse muy despacio y desaparecí tras las cortinas.

Parte 2

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Nuestra rutina

Después del episodio del baño con mi joven espía, empecé a caer poco a poco en su juego de manera sistematizada. En las mañanas salía con lencería de encaje de lo más sensual al balcón de mi recámara. Conjuntos de dos piezas y de colores oscuros como negro, guindo, o azules oscuros que resaltaban en mi piel extremadamente blanca, y que coronaba con una cortita bata de seda semi transparente para no parecer muy exagerada.

No quería que el mocoso se diera cuenta de que yo estaba consciente de su acoso. Ese era en resumen la parte esencial del juego, de mi juego; él debía sentirse alerta todo el tiempo, sentir la adrenalina de no ser atrapado en sus perversiones. Debía permanecer como un espía entre las sombras y nunca saber que fue descubierto. Es por eso que me divertía siendo lo más sensual que podía sin dejar de parecer natural. Pocas veces volteaba en su dirección y trataba de hacer movimientos casuales que en el fondo sabía que lo estarían volviendo loco. En esas mañanas salía con cara soñolienta y después de tomar una gran bocanada de aire matinal, en donde mis pulmones se llenaban sacando así mis abundantes senos a flote entre el escote de mi bata, procedía a realizar una serie de estiramientos que a decir verdad ya los realizaba antes de esta locura pero que ciertamente no de una manera tan provocativa como entonces, y menos en el balcón. Estos movimientos consistían primero en girar mi cuello de manera lenta en círculos, después en entrelazar mis manos y levantándolas hasta arriba, proceder a arquear mi espalda lo más posible sacando mis redondos pechos y levantando mi trasero poniéndome de puntitas; todo esto estando o bien de perfil, o bien de espaldas a la casa vecina. Otros ejercicios que tenía en esa rutina era girar mis caderas lentamente, utilizar mi elasticidad para subir ahora un pie, después el otro, sobre el barandal del balcón inclinándome hacia enfrente para tocar la punta de mi pie y dejar salir mis senos. Y hacer sentadillas lentas y sensuales, o simplemente empinarme para tocarme la punta de mis pies. Toda esta rutina no duraba más de 15 minutos pero sé que eran 15 minutos de mi tiempo que hacían arder en deseo a un joven morboso, y eso, cuanto más lo pensaba, hacía que un ligero cosquilleo empezará a nacer en mi entrepierna.

El segundo encuentro visual con él, como ya mencioné, sucedía en el cuarto de baño. Aún con el conjunto encima, aunque algunas veces, cuando me sentía algo más divertida, sin la bata de seda encima, llegaba hasta el balcón del baño y abría las cortinas para dejar entrar la luz del sol. Después emprendía el viaje de regreso hacia la regadera caminando lo más cadenciosamente posible y moviendo mi trasero, que según mi marido, lucía espectacular con esas bragas que se escondían entre mis glúteos. No me desnudaba si no hasta ya estar dentro de la regadera, que como ya lo dije antes, era un cubículo en el centro de la habitación de un cristal transparente pero de visibilidad opaca, distorsionada, y que podía verse perfectamente desde la casa de enfrente. No me desnudaba ante él porque quería que deseara mi cuerpo más y más cada vez. Que imaginara día y noche cada parte de mi y que construyera con su mente cada rincón de mi cuerpo que él no había alcanzado a ver aún.

Mi cuerpo a través del cristal dibujaba solamente mi silueta, e imaginaba mientras me bañaba que su sexo adolescente iba poniéndose más y más duro mientras me contemplaba. Casi podía verlo gotear por mí, y antes de reprocharme esos pensamientos tan absurdos, de un chico al que le llevaba más de 10 años de edad y que además no era para nada guapo; ya estaba con un par de dedos rozándome abajo y con la otra mano acariciando mis senos mientras el agua ardiendo, acaso no tanto como toda yo por dentro, se deslizaba por mi espalda y entre mis nalgas.

Al terminar, el vapor terminaba por dejar sin visibilidad a través del cristal. Cogía una toalla y me secaba dentro de la regadera, después la enredaba en mi cuerpo y salía de nuevo. La toalla cubría solo lo esencial; mis pechos apenas se contenían, desbordándose en cada paso que daba. Y debajo, la tela apenas cubría la naciente marca de mis nalgas que ahora se veía y después se ocultaba ante el vaivén de mis pasos y el viento que se colaba debajo.

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El jardín

No sé absolutamente nada de jardinería. Pero después de una semana y de pensar que era muy aburrido esperar dentro de la casa sin poder mostrarme a mi vecino espía sin parecer muy obvia, pensé que debía de encontrar una excusa para salir donde pudiera verme sin parecer que ya había descubierto que me espiaba y que además me gustaba. Y después de darle vueltas al asunto, tuve la idea de salir al patio a simular que trabajaba en el jardín. Mi admirador tenía poco viviendo al lado y supuse que no sabía aún que jamás en mi vida me había ocupado de esos asuntos y que de hecho, contábamos con un jardinero que venía cada cierto tiempo a ocuparse de esa tarea. Así que no me fue difícil arreglar la cuestión. Tomé el teléfono y marque a nuestro jardinero, un hombre mexicano ya rondando los 60 años y que siempre se había portado muy decente conmigo, más allá de las miraditas discretas cuando me volteaba y él creía seguro deleitarse con mi cuerpo sin que yo me enterará. Pero las miradas pesan, y más cuando están cargadas de deseo, y eso lo he aprendido muy bien en los últimos meses. En fin, aún así sus miradas siempre las sentí con deseo, sí, pero siempre con un toque inocente por su edad y nunca me llegaron a molestar.

-Felipe, habla Nancy Mcallister de Chester Hill.

– Ooh, hola señorita, ¿cómo ha estado?- me dijo con gusto en la voz

– Muy bien, gracias por preguntar Felipe-

– No es nada señorita. Pero, creo que no me toca ir a su casa hasta el próximo miércoles. ¿Pasó algo con el jardín? A ya se, son los rosales ¿verdad? El perro de los Ramírez se metió de nuevo al jardín ¿no es así?

– No Felipe, no son los rosales. Es solo que quería pedirte un favor- le dije con un tono coqueto, ese tono que según mi marido volvía loco a cualquier hombre

– Por supuesto que sí señorita, usted sabe que estoy a sus ordenes- dijo con sincero entusiasmo

– Sucede que he estado viendo algunos manuales de jardinería y me ha entrado una curiosidad repentina por esta. Solo quería pedirle que si podía ausentarse las próximas semanas. No se preocupe por su salario, se le pagará exactamente igual como si estuviera aquí.

– Pero señorita…

– Señora, Felipe, señora.

– Sí, sí, lo siento, es que es usted tan joven y tan bonita que lo olvido y…

– … No te preocupes Felipe.

– Claro. Pero señora ¿cómo podría hacer eso? no dudo que usted pueda tener un gran talento con esto, inclusive ser mejor que yo, con esas manos tan dulces que tiene señorit… Señora, pero, si su marido se entera que estoy cobrando sin trabajar temo que me regañe incluso me despida.- dijo con tono asustado

– No Felipe, si se llegara a enterar yo te protegeré tenlo por seguro. Pero eso no va a pasar, por qué de hecho, el no se enterará. El está muy ocupado estas semanas y solo viene un par de días entre semana y solo a dormir. Y no se enterará porque él piensa que todas esas ideas que se me ocurren repentinamente son solo caprichitos míos, así que se lo ocultaré esta vez ¿me entiendes? Así que no te preocupes que él no se enterará. Y tómate el descanso sin preocupaciones que jamás seré buena en esto como tú y cuando este caprichito como dice mi marido y que seguramente tiene razón, se me pase, volverás a trabajar aquí igual que siempre.

– Está bien señorita, cualquier cosa o duda no dude en llamarme. Qué tenga buen día.

Colgué y pensé que lo que me estaba pasando estaba llegando cada vez más lejos. Ahora estba afectando a terceras personas por este demencial juego de miradas y deseo que no sabía cómo se estaba volviendo cada vez tan grande como divertido.

Salir al jardín era de hecho el momento donde podía lucir mi guardarropa. Obviamente, no saldría al patio vestida como una puta, pues sabía que en gran medida el deseo que él sentía por mi estaba basado, además de mi cuerpo claro está, en lo tan inalcanzable que le resultaba al chico. Sabía que el ser una mujer casada con un hombre guapo y exitoso además de rico, ser una mujer que lo tenía todo, elegante y con una pinta de rica, hacían que le fuera más deseable todavía. Por lo tanto, mientras más elegante, decente y con clase me vistiera, más volvería loco los instintos de mi joven vecino voyerista. Claro, el vestir elegante no quiere decir que no fuera sexy, de hecho estaba dispuesta en convertirme en la mujer con clase más provocativa que hubiera conocido en su mocosa vida.

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Acosada

Para el segundo encuentro pasaron dos semanas con la misma rutina. Las mañanas en lencería, el baño de la mañana, las tardes en que salía a tomar aire fresco, el baño de las tardes y finalmente desnudarme frente la ventana de mi cuarto para ponerme ropa de dormir con las luces encendidas y dibujando mi silueta en las cortinas blancas cerradas de la ventana del balcón. Además, claro está, de los martes y viernes de arreglar el jardín.

Era esta última la actividad que me estaba fastidiando más. Porque aquí yo no estaba segura de si él me estaba espiando o no. Al principio no tenía duda de que sí lo haría debido a su empeño. Pero conforme fueron pasando los días llegué a dudar que fuera así. ¿Y si él no me miraba ahí? ¿Si él no tenía cómo verme de una manera cómoda? ¿Y si todas las veces en que vestía con unos shorts de mezclilla cortísimos adheridos a mi respingón trasero que terminaban en la naciente de mis glúteos, y con una camisa a cuadros de botones que parecían reventar ante la presión de mis redondos pechos, y me ponía a gatas a trabajar en los Rosales, él no estuviera tras las sombras para deleitarse? Era un pensamiento cansado, pero estaba decidida a no rendirme.

Un viernes dio resultado. Estaba vestida tan sexy como ya he dicho y estaba de pie descansando un poco bajo un árbol cuando el mocoso se atrevió a volver a mostrarse ante mí. Llevaba unos shorts deportivos holgados y un jersey blanco. Lucía algo nervioso pero parecía tratar de actuar de lo más normal. Salió botando un balón de Soccer y cuando se puso a mi altura en su lado del patio, miró hacia mí.

-Cielos, qué hermosa tarde- dijo sonriéndome y enarcando una ceja.

Yo me limité a fruncir el ceño y a poner cara de molesta. No dije nada y me dirigí de nuevo hacia donde había estado trabajando en los rosales. Al llegar ahí me puse de rodillas y pude sentir cómo mis shorts se escondían entre mis nalgas. Pude imaginarme su reacción, así que sonreí donde no pudiera verme hacerlo.

Volví a oír botar el balón. Me puse a gatas y empecé escarbar en la tierra con una pequeña pala de mano. Sabía que había desabrochado los primeros 3 botones de mi camisa, por lo que mis pechos salieron de la camisa y rejuntados por un liso sostén color blanco, se bamboleaban cada vez que escarbaba con la pala. Como ya he dicho, llevo el cabello corto a medio cuello y lacio, pero lo tengo algo abundante así que las puntas de mi rubio cabello se metían en mi boca o me cubrían la vista por lo que tenía que levantar el dorso y acomodarlo tras mis orejas de vez en cuando.

Estaba pensando en que quien me tenía inmersa en esta locura estaba viéndome en ese instante sin ocultarse de mí. Había salido de entre las sombras quien me tenía pensando tanto en el deseo la última semana. No era mi marido irónicamente, era mi vecino voyerista, un mocoso de escasos 18 años que además de ser algo feo, era la segunda vez que lo veía tan claramente desde que llegó a la casa de al lado.

Pero las cosas eran como eran. Y no podía evitar excitarme tanto. Estando pensando en esto no me percaté de que el balón había dejado de escucharse, así que volteé para ver qué ocurría y entonces vi una imagen que aún tengo grabada en mi mente. Ahí estaba el chico con su celular en la mano, aparentemente grabándome o tomándome fotos, con los ojos perdidos, casi en blanco, y con la otra mano tocándose la entrepierna donde ya se marcaba un considerable bulto. En ese momento no sé cómo pasó, pero olvidé por completo el juego, me paré tan rápido como pude y avancé hacia él con cara de enfadada. No era actuación, lo juro, el chico en mi juego, el que me tenía loca de deseo, el que lograba hacer que me tocara ardiendo por dentro no era ese que estaba observándome. El que me tenía obsesionada era invisible. Era solo un par de ojos en las sombras, tras unos binoculares, era una imagen difusa, solo era un cúmulo de deseo hacia mí.

Lo que estaba en el patio de alado, era un pervertido mocoso de 18 años que era flaco, feo, y encima grosero y estaba violando mi privacidad sacando fotos de mi culo y mis tetas.

-Hey! Tú! ¿Qué crees que haces escuincle grosero? Dije mientras me acercaba a él, que estaba como en shock y con la cara roja, había dejado tocarse.

– ¿Crees que puedes sacarme fotos empinada y tocarte como un enfermo mientras me ves a plena luz del día? -Le dije mientras me paré frente al él. Yo no soy muy alta, pero él solo me llegaba hasta quizá la boca o nariz.

Seguía con la mirada perdida, aunque ahora miraba mis ojos fijamente, y el celular descansaba en su mano. Volteó a mirar su celular por unos segundos, y después lo puso en su bolsillo.

-¿Pero qué crees que haces? Dame ese celular ahora mismo mocoso, vas a borrar todas esas fotos y…

-Pe, pe, pe perdón- Se veía tan frágil, no podía creer que él, que ese niño aún, me tuviera tan, pero tan caliente las últimas semanas.

-¿Perdón? Estarás de broma, acabas de acosarme jovencito, y esto lo van a saber tus padres ¿Perdón? Y tienes suerte de que no se lo diré a mi marido, por qué no quiero hacer las cosas más grandes, pero él seguro que no se conformaría con un “perdón”. ¿Crees que lo que hiciste, estar sacando fotos del culo de tu vecina se arregla con un perdón?

-n, n, n, no, no,- Decía tartamudeando mientras bajaba su vista por mis senos que estaban en su sostén blanco con los botones de mi camisa dejándolos libres, y se seguía por el resto de mi cuerpo.

-Claro que no, ¿y cómo te atreves a seguir mirándome así? Eres un grosero.

-No, no le pido, le pido perdón por, por, por eso.

-¿Ah no? ¿Entonces por qué? ¿por existir? Le dije realmente molesta, atrás quedaban los días de deseo, ese mocoso no era mi admirador.

-Le, le, pido, pi, le pido, perdón por, perdón por esto.- Puse cara de confundida y, sinceramente, la verdad es que no lo vi venir: dio un par de pasos y acabó con la distancia entre nosotros, después muy rápido me abrazó y me besó como un loco a punto de explotar en deseo. Bajó una de sus manos y la deslizó hasta mi trasero, tomó uno de mis glúteos y lo apretó con tanta fuerza que me hizo daño y me dejó una marca por días que me costó ocultársela a mi marido. Después, mientras seguía besándome, puso su otra mano en mi seno izquierdo y con su mano sobre mi sostén, apretó mi pecho como si fuera cualquier cosa menos una parte sensible de una mujer. El dolor era fuerte, pero me sentía tan apresada que no sé por qué en un segundo, en tan solo un segundo, mientras me tenía apretada por atrás y por delante, abrí más mis labios y rocé un par de veces su lengua joven con la mía; pude sentir cómo nuestras salivas que estaban a punto de hervir, se mezclaban y se deslizaban en partes iguales dentro de nuestras gargantas.

Después abrí mis ojos como platos, cerré mi boca y gruñí como un animal mientras me retorcía para zafarme de sus brazos. Era más pequeño que yo, pero la fuerza de su deseo lo hacía muy difícil de quitar. Al fin pude zafarme de sus brazos y lo golpeé con una cachetada que sonó casi en toda la calle, le dije que estaba loco y que se arrepentiría de eso. Él se alejó de mí lentamente, y recobrando la mirada inocente y de niño que tenía antes de que lo poseyera la excitación, se alejó corriendo con cara de asustado y una gigantesca erección bajo el shorts donde ya se dibujaba una mancha húmeda.

Quedé en shock y me llevé la mano al seno y a la nalga que me había lastimado segundos atrás y me sobé por el dolor que empezaba a sentir. Tendré que hablar con sus padres de esto, pensé.

Dejé las herramientas donde estaban y entre a la casa convencida de que esto se tenía que terminar. Ese escuincle se estaba saliendo de control, más adelante quién sabe de qué sería capaz. Estaba totalmente obsesionado y loco por mí. Sí, definitivamente esto tenía que terminar.

Entré a la casa con la firme intención de hablar a los vecinos y acabar con esto de una vez. Pero cuando estaba sentada ante el teléfono, ya no estaba tan Segura de querer que esto terminara. De hecho, estaba empezándome a tocar entre las piernas con el teléfono, y es que la forma en la que me había apresado me parecía ahora tan caliente que en pocos segundos terminé por tener un orgasmo.

Parte 3

[[[ 8 ]]]

El shock

El shock después de lo sucedido habría de durarme casi 3 días. En cualquier actividad en la que me encontrara en la soledad de mi casa, siempre terminaba por evocar el episodio del jardín. Lo recordaba una y otra vez, con la mirada perdida y los labios entreabiertos no logrando precisar si todo había sido producto de mi cada vez más decadente cordura o si en efecto, había ocurrido. Pero no podía engañarme por más que deseara que así fuera. Las marcas en mi trasero (en mi poma izquierda para ser más certeros), y en mi seno derecho, que ya empezaban a tornarse de un preocupante tono azul verdusco, dejaban completamente claro que de hecho, lo sucedido había sido muy real. El me había tomado como un objeto y me había besado de la manera más sucia que jamás nadie me había besado. Su lengua invadió mi boca y soltó un veneno con saliva que hervía intensamente. Sus manos habían sido dos pinzas que me apresaron y me empujaron hacia casi al borde de mezclarnos en uno solo. Pero no fueron estas cosas las que lograron que estuviera tan a su merced, sino ese oscuro y corrupto deseo hacia él que en el momento del ese climax hicieron que me derritiera y quedara sin fuerzas para oponerme a él. Por eso cada vez que mis pensamientos me llevaban a esto último, sacudía mi cabeza y seguía con cualquiera que fuera mi tarea en ese momento para tratar de despejar esas desoladoras conclusiones.

Durante esos días después del incidente, y hasta la fecha en que llegó mi marido de su viaje de trabajo, no volví a mostrarme a mi vecino. Los primeros días fue fácil, pues como les he dicho, el shock por lo sucedido seguía latente, y una mezcla de coraje y repulsión con un ardiente deseo, seguían dentro de mi. Pero los días siguientes sí que me fue difícil seguir con ese plan de austeridad hacia mi espía. Me lo imaginaba en su cuarto, esperando en su ventana y con sus binoculares en las manos esperando segundo a segundo a que por fin volviera a salir y pudiera verme, desearme, saborearme, reclamarme como suya mientras sus manos recordaban, reconstruían a calca perfecta en el aire, cada uno de los centímetros de mi cuerpo que acaricio. Reviviendo vívidamente la consistencia de mi carne bajo la mezclilla de mis shorts y el algodón de mi sostén. El aroma de mi cuerpo estaría presente aún entre sus manos, y sus labios guardarían aún el sabor de miel de mis labios. Me lo imaginaba así, delirando por mí en las sombras de su morada, y poco a poco lo veía deslizando su mano hasta su sexo, rígido como aún recuerdo sentirlo contra mi vientre. como comienza a tocarse por mi, poco a poco con un ritmo que me hace sudar. Y a punto estoy de desvestirme y salir corriendo al balcón, a punto de dejar que sus miradas desenfrenadas me consuman solo con su mirada penetrante, a punto están de consumirme los deseos nuevamente cuando golpeó fuerte la mesa, el sofá, o cualquier mueble donde me encuentre y me digo que esto tiene que parar, que me estoy volviendo loca. La última vez estuve realmente cerca de salir a por él cuando el teléfono sonó estrepitosamente en el buró. Sonó tres veces y no podía reaccionar. Estaba completamente sudada. Mis pechos en mi top deportivo estaban perlados por el sudor y se inflaban y contraían al ritmo de una agitación al respirar. Al fin reaccione y me percaté de que había comenzado a tocarme la entre pierna.

Nancy, tienes que parar esto o vas a volverte completamente loca. Me dije mientras saltaba del sofá para alcanzar a contestar el teléfono que iva ya por su 6 timbrazo. Levante el teléfono.

-bueno, residencia McAllister.-

- hola amor, soy daniel. Solo para recordarte que en un par de horas estaré llegando a casa, y me encantaría que hicieras una cena especial para celebrar que estoy de regreso. Puedes sacar aquel vino que me regalaron y que tantas ganas teníamos de abrir.

- Me prece muy bien cielo. Entonces tendré todo listo para cuando esté aquí-

- Perfecto. Te amo. Te veo en un rato.-

- Chao- colgué.-

Algo de todo esto me devolvió la tranquilidad. El hecho de que mi esposo estuviera de regreso podía hacer que todos estos pensamientos terminaras por quedar de lado. Jamás lo he culpado, pero esa última vez se había ido por casi tres semanas, y la soledad estaba afectándome demasiado.

Pero no es la primera vez que estás sola, no puedes buscar excusas a tu reprobable comportamiento. Me decía mi conciencia, castigándome. Y tenía razón, pero de algo tenía que aferrarme y empezar a creer que las cosas irían mejorando. Tenían que mejorar.

[[[ 9 ]]]

Está de vuelta

-¿Y como te fue en estas 3 semanas en mi ausencia?-

Había cocinado una pasta excelente y efectivamente estábamos dando cuenta de aquel delicioso vino que le habían regalado.

- bien, nunca he terminado por acostumbrarme a la soledad, lo sabes, pero he estado leyendo una novela que creo que será la mejor que lea este año.-

Traté de sonar lo más natural posible. Pero mi conciencia me decía que no era así.

Sabe que escondes algo, me decía, tus manos, no haz dejado de retorcerlas y tú frente está sudando. Además no lo estás viendo a los ojos, tú siempre lo vez a los ojos. Es cuestión de tiempo para que te descubra.

Pero para que te descubra de que, me decía mi lado positivo, si ni siquiera puede decirse que lo haz engañado. Si sabes que el chico te mira y tú juegas un poco con eso pero, ni siquiera te muestras desnuda. Y ¿a que mujer no le gusta que la miren, ¿a cual?.

Pero es otro hombre, estas dándote a desear a otro hombre, insistía el diablito de mi conciencia.

Tal vez, pero no haz cambiado tu rutina por darte a desear, siempre haz gustado por andar en lencería y vestir ropa sexy, vamos, tú te ves sexy con traje de esquimal nena. Me seguía defendiendo.

¿A no? ¿Y que me dices de el jardín? ¿No haz salido solo por él?.

No puedes asegurar eso. Además todas tienen caprichos como intentar hacer el jardín alguna vez. Y ese incidente no fue culpa de ella, ese chico mocoso fue el que la tomó por sorpresa y la acoso a la fuerza.

Puedes tratar de engañarte querida, pero lo que no puedes negar a ninguna de nosotras tres es que te gustó, te encanto, te ha fascinado. No, no te gustó, ha sido la experiencia más intensa en tu vida, y mira que sabemos que no fuiste ninguna Santa antes de casarte.

Pum! Knockout. La perra del negativismo había vencido.

- Amor!, te hice una pregunta. ¿Que como la pasaste sin mi? Andas algo distraída ¿no te parece?

Sabia que su pregunta no ocultaba otras intenciones. Confiaba en mí como yo

Confió en que dios existe. Y era eso lo que más me afectaba, saber que de algún modo le estaba fallando a esa confianza ciega que el depositaba en mí al dejarme sola.

- no, para nada. Bien, ya te digo que no terminará por gustarme nunca la soledad.

- Eso ya me lo haz dicho jajaja. Te pregunté qué ¿como es que se llama esa novela que tanto esta gustándote?

- Ah! Jajaja. Pues la verdad que ahora mismo no recuerdo. Pero es de un tipo que puede saltar entre varios mundos a través de portales o cosas así.

- Genial. Deberías prestármela ahora que estaré aquí.

- Vale

Después de cenar él me ayudó a recoger la mesa y a fregar los platos. Vimos una película juntos en la sala y a eso de las 10 pm subimos a nuestra habitación. Un sentimiento de culpa, como grilletes de acero en mis tobillos que hacían pesado mi andar, o como una nube espesa y preñada de miedos que me seguía a todas partes ensombreciendo mi rostro, no dejaba de atormentarme durante todo momento. No podía estar 5 minutos concentrándome en la cinta cuando el rostro enloquecido de mi joven vecino al momento de besarme en el jardín, golpeaba de nuevo mis pensamientos.

Al fin termino la aplícala y ya acostados en nuestra habitación me desvestí con mucha pesadumbre y cansancio moral. Llevaba un brasero liso color negro con un pequeño moño color rosa entre las montañas redondas de mis senos. Y vestía una sexy braga color negro que solo dejaba ver un pequeño triángulo de tela antes de perderse en mis abultados glúteos.

- te ves hermosa amor, tanto tiempo he pasado pensando con estar nuevamente contigo

- Gracias. Yo también te he extrañado

Dije mientras dibujaba acaso la primera sonrisa honesta desde que él regresara.

- ven acércate. Quiero tocarte

Me acerqué y puso su mano sobre mi mejilla. Acercó su rostro y me dio un tierno beso. Después me sentó en la cama y fue besándome más y más hasta que me empujó con su peso acostándome en la cama y quedando el sobre mi mientras seguía besándome. No tardó en recorrer sus manos limpias y pulcras sobre mi cuerpo. Acarició mi cuello con amor y fue bajando hasta mis senos, entonces bajó sus labios por mi cuello y en silencio presionó suavemente mis pechos con sus dedos. De vez en cuando paraba un poco y me decía al oído "te amo", yo trataba de cerrar los ojos y disfrutar, de amarlo, pero siempre abría los párpados y miraba fijamente al techo de la habitación, y ponía mi mente en blanco para no dejarla carburar.

Desabrocho mi sostén con cuidado sin dejar de besarme y acariciar mis senos, mi cintura, mi vientre, mi espalda, mi trasero y más allá. Siguió besándome por los pechos hasta mis pezones, suaves, rosados y firmes obedeciendo a las sensaciones de ser besados, lamidos, humedecidos, y desobedeciendo a mi mente que no hacía más que mandar señales muertas a cada terminal de mi cuerpo. Mis pechos le encantaban. Su redondez, su peso, lo terso de su piel. Pude sentir que al besarlos y acariciarlos su sexo se hinchaba más y más. No pudo aguantar más y agarrando me de mi cintura, se impulsó un poco para arriba y colocó su ya palpitante entrepierna en la entrada de mi vagina. Entonces empujó. Suavemente, con amor pero con firmeza, con deseo real. Su glande está más hinchado de lo normal (víctima de tantos días de abstinencia) y mi sexo no terminaba por lubricarse por completo (víctima de una mente tan perdida), que la penetración resultó complicada y un tanto dolorosa. Hice una mueca de dolor cuando por fin empujó por completo su pene. Apreté mis uñas en su espalda y él volvió a repetirme que me amaba. Embistió de nuevo ahora un poco más fuerte y de nuevo volvió a lastimarme un poco. Siguió haciéndolo cogiendo un ritmo lento. Su palo ardiente poco a poco hizo el trabajo que mi vagina se negaba a realizar, y sus jugos terminaron por ir lubricando mi cavidad, acabando así con la molestia al penetrarme. Sus embestidas las sentía llenas de placer, de deseo, de amor. Era todo su sexo tierno, amoroso. Todo lo que una esposa desea en su marido, todo lo que yo deseo en él. Pero no podía dejar de pensar, de divagar en todo lo que estaba sucediendo en los últimos días. Por eso estaba con la mira de nuevo en el techo, fija, mientras él me empujaba con sus caderas y hacía que mi cabello se revolviera en mi frente tapando mi vista. Yo resoplaba y resoplaba, un poco por el esfuerzo que conlleva el ser penetrada por un macho que te doblega el peso, y un poco para apartar los cabellos de mis ojos. Logro apretarlos y me doy cuenta mientras miro al vacío que ha pasado largo tiempo desde que comenzó a follarme y yo no he emitido ruido alguno. Solo lo abrazo y le clavo las uñas en las espalda cuando su penetración llega a lugares privilegiados. Intentó gemir un poco, pero me detengo poco tiempo después al dudar si lo estoy haciendo real o si por el contrario es demasiado fingido. Él ha comenzado a acelerar el ritmo. Siempre ha sido silencioso al hacerme el amor, pero esta vez el placer lo está venciendo y empieza a gemir un poco. Besa mis senos, mi cuello, mis labios. Me repite que me ama, me muerde el labio, me muerde el seno, me muerde el pezon. Mi vagina empieza a revelarse, empieza a emitir señales de orgasmo cada vez más claras y frecuentes. El ruido de su vientre chocando en mi sexo se esparce por la callada habitación. Te amo, me dice. Lo sé me digo. Su eyaculación está cerca, mi orgasmo quiere avanzar, pero mi mente la intenta detener. De pronto mis culpas empiezan a ceder, el placer quiere sacarlas de aquí, quieren tener un climax pleno, perfecto. El ha dejado de apoyarse en sus rodillas y ahora se impulsa desde la punta de sus pies, quiere penetrarme completamente, con fuerza. su semen está listo, hirviendo en sus genitales. De repente una imagen empuja la cortina blanca que he puesto ante mi para no perder los estribos, y puedo ver a el joven vecino ante mi, mi espía, el chico repulsivo y con acné que tanto me desea. besándome, oliéndome, derritiéndome con sus manos. Puedo sentir su lengua invadirme. Estamos de pie en el Jardín. Sus manos aprietan mis nalgas y mis senos. Su saliva inunda mi boca. Esta tomándome, reclamándome como

Suya. Su sexo golpea mi vientre, quiere entrar en mi Venus, conquistar lo que es suyo. Yo estoy ahí, de pie, paralizada. Completamente aprisionada. Pero obedezco, y recorro mi mano hasta mi vientre y la colocó sobre el botón de mis shorts ajustados. Él sigue besándome, ríe por dentro sabedor que me tiene. Desabrocho el botón y lentamente bajo la mezclilla. Mi trasero trata de evitarlo pero un último tirón logra zafar mis glúteos de él shorts. Lentamente los bajo hasta mitad de mis torneadas piernas. Con mi mano temblando tomó su short deportivo y su ropa interior juntos y los bajo dejando al descubierto un enorme sexo hinchado, virgen, deseoso. Separó un poco mis piernas y mientras él sigue besándome como un depravado, tomando por igual mis tetas y mi culo, aprieto su latente extremidad y la colocó lentamente en la entrada de mi vagina. Él, como un perro intentando copular con su hembra, instintivamente comienza un ciego vaivén intentando colarse hasta el fondo. Finalmente lo logra y siento cómo su carne me llena completamente, caliente, apuntó de explotar, y grito, grito como loca. El orgasmo llega como explosión. Me ciega aún con los ojos abiertos y grito más. Mi marido también grita, gime. Ha llegado al orgasmo junto conmigo, y sus últimas embestidas están bajando de ritmo. Los últimos espasmos pasan y cae rendido sobre mi, sudando, sonriendo. Yo estoy viendo el techo aún, pero ahora no hay pantalla blanca, ahora hay luces, una migraña me invade por la intensidad del momento. Estoy rendida, con una agitación notable al respirar. El está sobre mis pechos, me besa el cuello. Te amo,

Me vuelve a repetir.

Parte 4

[[[ 10 ]]]

Una necesidad

Esa noche no pude dormir, me sentía demasiado culpable para hacerlo. Todo había llegado demasiado lejos. Sentía que ahora definitivamente le había sido infiel, paradójicamente mientras él me hacía el amor. Sentía que había traicionado su confianza, su bondad. Por eso, esa misma noche me juré que todo iba a terminar. Mire el reloj y marcaban las 5 de la madrugada y termine por tomar un sueño ligero por fin.

Despertamos juntos a eso de las 10 am. Tomamos un café y durante todo ese día no tuve problemas por mantenerme estable. Y aunque en los días siguientes hubo momentos en los que parecía que volvía a evocar malos pensamientos, la verdad es que durante el mes y días que siguieron en los que mi marido estuvo en casa, me las apañé bastante bien. Hicimos cosas que me ayudaron a despejar mi mente, y varias veces más, hicimos el amor. En todas ellas, la cortina blanca pudo triunfar a diferencia de la primera vez.

Pero no hay día que no llegue, y el día en que mi marido tenía que volver a salir por unos días llegó. Lo despedí con un sincero beso de amor y cerré la puerta sabiendo que tras de mí, la soledad de mi casa me acechaba como fiera agazapada para volver a invitarme a faltar a la confianza de mi marido. Pero aunque fue difícil, logre contenerme por cerca de una semana. No abrí ni una sola vez mis cortinas y no salí de ninguna forma. Con el mes que había estado mi marido conmigo, más los días que logre estar sin salir después, habían pasado ya 1 mes una semana desde la última vez que mi espía me había besado descaradamente y que fuera la ultima vez que me había visto.

Positivamente me dije que quizá el mocoso había perdido interés, que quizás aquel beso y aquella forma en la que me había manoseado, habían sido la cúspide del deseo de aquel muchacho y que, una vez realizado, podía ahora descansar en paz en la oscuridad de su cuarto mientras recordaba aquel excitante Suceso y se tocaba para calentarse cada vez que tuviera deseos de hacerlo. Eso suponía que debería darme una tranquilidad inigualable, y lo hacía, pero Había una pequeña parte de mi, una muy diabólica, que se sentía frustrada si él ya no sintiese mas necesidad o deseo de observarme. Quería seguir siendo deseada, seguir siendo anhelada por quien más lo hacía por mi en este planeta. Por eso, aquella fatídica tarde de domingo, una semana después de despedir a mi marido, y cuando ya llevaba 5 o 6 whiskys encima, no pude resistirme más a las ganas y decidí pecar un poquito, como se dicen todos los adictos, recaer un poco solamente. Dejarme ver solo un momento no podía ser traición de ninguna manera ni hacerle daño a nadie. esta era mi casa y no podía pasarme la vida entera sin salir, y además, seguramente él había perdido todo deseo sobre mi.

Termine por sorber el último trago de mi sexto whisky, y puse el baso sobre la barra con una exclamación al sentir el alcohol quemar por mi garganta. Volví a servirme un trago y lo revolví haciendo círculos con mi mano en el aire escuchando los hielos golpear el cristal del baso. De nuevo lo coloqué en la barra y comencé a desvestirme. Llevaba una blusa sencilla de tirantes y una falda corta floreada. Pasé la blusa por encima de mi cabeza y la arroje al sofá de la sala. Continúe por bajarme la falda y con mis pies la pateé lejos lo que me hizo trastrabillar y casi caigo culpa de las bebidas que llevaba encima. Tenía puesto el mejor bikini que tenía. Era el bikini infarto, solía decir daniel. Dos piezas, el bra completamente blanco, diminuto, mis pechos parecían desbordarse, no encontraban freno y su voluptuosidad lucia esplendorosa, bella sobre él. La parte baja era muy pequeña también, blanca pero con delgadas rayas horizontales difuminadas en color azul grisáceo. El corte era precioso y hacía lucir mi trasero como un enorme corazón forrado con piel blanca y tersa. Si te pones eso en la playa vas a volver locos a chicos y grandes me decía siempre que lo usaba.

Pero me gustaba, y lo usaba por qué podía y quería, nada más por eso, ¿verdad? No quise discutir conmigo misma sobre eso así que tome mi vaso, y descalza avance a mi patio trasero con un caminar cadencioso, sonriendo, me sentía liberada, como no me había sentido en semanas.

Salí al sol del medio día y baje los lentes oscuros de mi cabeza para ponérmelos. Vaso en mano avance ligera hacia la piscina. Baje dos escalones y deje que la frescura del agua me llegara hasta las pantorrillas. Respiré hondo mientras una suave brisa revolvía mis lacios cabellos alrededor de mi cuello. Salí de la piscina y me acerque a la cama de tomar el sol, me senté en ella y puse mi vaso sobre una mesita lateral. Bajo ella estaba un bote de bronceado que tome y empecé a verter sobre las palmas de mis manos. Unté la loción a lo largo de mis brazos lentamente, en mis mejillas, en mis hombros, en mi pecho y en toda la suavidad de mis senos que solo estaban ocultos en el área del pezón. Aquí volteé por primera vez a la casa de al lado, primero a la ventana de su cuarto, nada, después a su patio trasero, tampoco nada. Continúe untándome el vientre, lo que alcanzaba de mi espalda, y finalmente mis nalgas y piernas. Volví a colocarme los lentes y me recosté boca arriba.

[[[ 11 ]]]

Tomando el sol

Así pasaron cerca de 20 minutos en los cuales cada cierto tiempo volvía a hacer el mismo recorrido con la mirada sobre la casa del vecino, pero siempre era lo mismo, sin rastro de mi espía. Así que opte por voltearme boca abajo. Estaba segura que mi trasero lo volvía completamente loco, así que era posible que hiciera que apareciera de un momento a otro. Quede boca abajo y sentí el calor del sol sobre mi culo. Sonreí un poco y espere. Pasaron ahora cerca de 40 minutos, en los que casi quedaba dormida víctima seguramente de los tragos que estaban ya haciendo efecto. De nuevo me cercioré de que no me espiaban. Continuaba sin aparecer.

-ya está, no va más.- solté

Ese escuincle al fin aprendió la lección. Pensé. Creo que el miedo a que le dijera a sus padres han terminado por amedrentarlo y no volverá a espiarme más.

Creo que sentí entonces un alivio sincero. La experiencia había sido muy intensa pero había terminado ya. Ahora podré disfrutar de mi matrimonio feliz, salir al patio o al jardín sabiendo que nadie está tras bambalinas espiándome, deseándome, si, creo que es lo mejor.

Estando boca abajo, estire mi mano hacia la mesilla tratando de coger mi toalla, mi toalla!, había olvidado traer una, pero no importaba, estaba seca y no necesitaba cubrirme, estaba sola y sin nadie viendo, ¿verdad?.

-Vamonos de aquí, es hora de comer un poco- dije, mientras me levantaba de la cama de sol, apoyándome con las manos y las rodillas poniéndome a gatas.

Un ruido pareció escucharse en el patio trasero de los vecinos. Gire mi cabeza en aquella dirección y la ladeé un poco para poner atención al sonido. ¿Qué es eso? Pensé, Se escuchaba como hojas revolcarse en el suelo, o como pisadas en círculos sobre la hierba. Puse un poco más atención en el lugar donde provenía el sonido. Levanté mi mano derecha y quite los lentes de sol de mis ojos y los recorrí hasta mi cabeza para poder mirar mejor. Las ramas de un par de árboles que convergían en aquel lugar estaban agitándose. El movimiento era cada vez más intenso. Yo seguía a gatas con mi espectacular trasero en alto y mis abundantes senos colgando mientras seguía poniendo atención. Entonces lo vi, era justo a media altura en la barda de madera. Ahí estaba, era tan evidente que no sé cómo no lo había visto antes. En una de las maderas que conformaban la cerca, había un agujero del tamaño de una pelota de tenis. El oyó se apreciaba perfecto, seguramente había sido realizado con alguna herramienta.

No pude evitarlo, sonreí, tras ese agujero podía apreciar uno de sus ojos, viéndome, espiándome, deseándome.

-aquí vamos de nuevo pequeño- murmuré

Mantuve la posición, sabía que había terminado por delatarse por qué mi actual posición a gatas lo estaba haciendo reventar de deseo. Más allá que mantenerla, envalentonada por todos los tragos de alcohol, empecé a mover mi culo lentamente, en círculos lo más sensual que podía. Con mi mano me retire el pelo de el lado del cuello que daba hacia él y con una mirada provocadora y unos labios queriendo besar me arqueé como una gatita estirándose y ronroneando sacando el culo en alto lo más que pude. En esa posición movía el trasero como ofreciéndoselo. Estaba completamente desenfrenada. Todo lo que no le di en 5 semanas se lo estaba pagando con creces. Quería que me apreciará al máximo, estaba poniéndome más caliente que el sol.

-anda mocoso, mírame, se que te gusta lo que ves. Mi culo te mata, mis tetas te hacen delirar.- decía en susurros

Volví a levantar la espalda y con una mano toque uno de mis pechos, Lo levante y lo apreté suavemente. Después lo dejé caer para que la gravedad hiciera su trabajo y lo hiciera rebotar lentamente. Sabía que le gustaría eso. Estaba ardiendo por dentro. Estuve haciendo movimientos cadenciosos en esa posición por casi 5 minutos. Hasta que decidí que había sido suficiente por hoy. Así que quise darle el toque final. Estando a gatas, volví a arquearme un poco sacando el trasero, lo moví lentamente arriba y abajo y después lleve una de mis manos a una de mis pompas y le di una sonora nalgada. El golpe hizo que rebotaran entre ellas. Después tome esa misma nalga, y la abrí un poco dejando ver el hilo del bikini que había estado oculto entre mi trasero y que ocultaba ligeramente mi culo y se perdía entre los labios de mi vagina.

Listo- me dije. Estaba por componer la postura cuando el ruido tras la cerca de volvió más intenso. Volteé a aquella dirección y pude ver cómo las ramas se agitaban cada vez más. Pensé, este niño está loco. Pero aún no procesaba el pensamiento cuando por encima de la barda, donde estaba localizado el agujero, vi como una mano se sostenía de el borde de la madera y hacía esfuerzos por subir. Después subió la otra mano. Yo estaba así, petrificada, tratando de entender que estaba pasando, cuando en medio de esas dos manos, emergió la cara de ese mocoso. Tenía los ojos rojizos y la mandíbula apretada como prensa. En su cara no podía apreciar otro sentimiento más que locura, locura y deseo desenfrenado.

-Qué demo...- me oí decir cuando impulsándose con sus manos salto la barda y cayó de pie sobre mi césped tambaleándose tratando de recobrar el equilibrio. Llevaba una sencilla playera de algodón blanca, unos shorts holgados deportivos color negros, y unos tenis Nike desgastados. Avanzó con pasos firmes hacia mi, sin correr pero constante. Su mirada estaba fija en mí, que seguía en la misma posición sobre la camilla.

- pero quien rayos te crees que eres para invadir así mi propiedad niño insolente- le decía cada vez más en tono de grito y molesta mientras me levantaba de la camilla y me ponía de pie.

El seguía acortando distancia y no decía ni hacía nada más que mirarme a los ojos como serpiente a su presa.

- te lo advierto que si no te detienes y sales ahora mismo de mi casa, no sólo se van a enterar tus padres de esto, sino también mi marido y la Policia.

Era inútil. Seguía adelante, con su mirada de loco, demente, obsesionado. Yo había dado dos pasos hacia el mientras alzaba un dedo y le reclamaba, pero él seguía avanzando. Tres metros, dos, uno. En el último instante pude ver en sus ojos que esto había llegado muy lejos. No había vuelta atrás, no había un poco de cordura siquiera en aquella mirada. Tuve tiempo de gritar en el último momento.

- auxiiiii.....

Pero era demasiado tarde. Él ya me tenía entre sus brazos y ahogó mis gritos.

Parte 5

[[[ 12 ]]]

Zorra riquilla

Entonces me tomó, él, varios centímetros más bajo que yo, y muy delgado, me tomó con una fuerza increíble entre sus brazos. Me tomó y me apretó contra él, como si fuera de su propiedad. Y yo sentía esa fuerza, esa ira, ese deseo correr por sus venas. Y me sentía asustada, amedrentada, me hacía creer que realmente era suya, le pertenecía y no tenía derecho a reclamar ni a oponerme en lo absoluto.

-tú. tú pequeña zorra-

Me dijo casi entre dientes, pues su mandíbula seguía entroncada.

Yo estaba atónita, viéndolo a los ojos. Buscando un poco de cordura en su interior. Pero solo había deseo, locura, fuego, había un calor inmenso dentro de él, un calor acumulado por mucho tiempo, pensamientos y sentimientos que debían de haber sido transmitidos a mi desde hace mucho y que hasta ahora, todos juntos, estaban llegando a mi como un golpe de volcán, como una explosión.

Reaccioné un poco, trate de zafarme. no podía gritar por qué mi voz estaba sofocada con sus abrazos. Me revolví entre sus brazos pero no podía liberarme. Mis lentes cayeron al suelo. El seguía apretándome, con su rostro muy cerca del mío, oliéndome, saboreándome como cualquier cazador a su presa, a su víctima.

-por favor, dejammmmm-

Me besó. Puso una mano en mi nuca y me apretó contra sus labios. Yo abrí la boca por sorpresa y el lanzó su lengua dentro, pegajosa, ardiente. Me beso y su saliva estaba hirviendo, evaporándose junto a la mía. Su lengua recorría, hurgaba, invadía. Seguía luchando sin éxito. Bajó su otra mano hacia mi trasero, apretó mi nalga derecha con fuerza, me hizo daño. Estaba completamente siendo dominada, atacada. Era una presa, un objeto, le pertenecía y él me estaba reclamando suya. Seguía besándome, ahogando mis gritos, apresando mi nuca con su mano derecha. Su otra mano estaba recorriendo mi espalda hasta mi nalga, la apresaba con toda la Palma y la apretaba con toda sus fuerzas. Volvía a soltarla y jugaba con ella. La levantaba y la dejaba caer para volverla a tomarla con fuerza. Regresaba masajeándola y volvía a pasar a mi espalda baja y repetía el proceso. Mi brazo derecho estaba atrapado bajo su brazo tenso y duro como metal, y con mi mano izquierda, puesta en su pecho, trataba de empujarlo hacia atrás pero era imposible. Era ahora más que un hombre, más que un macho. Era un animal cegado por el deseo. Podía sentir un calor abrasador en todo su cuerpo, en el vapor de sus exhalaciones agitadas. Sabía perfectamente que si no luchaba con todas mis fuerzas, esto podía terminar de mala manera, así que seguí luchando, tratando de gritar dentro de su boca que me comía los labios y la lengua como un hambriento ante su primer alimento en meses, años, y le estaba resultando un verdadero manjar. Pero yo no lograba emitir ningún sonido que pudiera escucharse más allá de unos pasos de nosotros. El único ruido que podía escucharse era su respiración agitada y el tronar acuoso y espeso de sus besos dentro de mi boca. Besos húmedos, aceitosos, hirvientes. Forcejeaba dentro de sus brazos como una loca pero no podía moverlo ni un centímetro de su posición. Era un roble, una estatua inamovible que me estaba consumiendo. Tenía que encontrar una manera. Pensé en mis rodillas. Si podía impulsarme con suficiente fuerza, podría azotarle un duro golpe en sus genitales, eso tendría que hacerlo aflojar un poco y podría zafarme y pedir ayuda. A punto estaba de intentarlo cuando con la mano que apretaba mi nuca, tomó un mechón considerable de mi cabello y tiro de él con fuerza hacia atrás. Mi cabeza se tiró para atrás y el saco su lengua de mi boca y pasó a lamerme y succionarme la barbilla, después bajo a mi cuello y lo recorrió desesperado, besando, lamiendo, babeándome. Sin dejar de tirarme del cabello se acercó a mi oído e introdujo un amasijo ardiente de carne húmeda que me hizo estremecerme. Con voz pastosa y ronca me dijo:

- zorra. Haz colmado mi paciencia. Haz acabado con mi cordura y es totalmente tu culpa. Eres una zorra riquilla.

Me di cuenta que tenía mi boca libre para gritar por ayuda. Era el momento. Pero cuando dijo esas últimas palabras; "zorra riquilla" algo dentro de mi bombeo sangre a cada parte de mi cuerpo. Un temblor que elevó mi temperatura a la par de la suya. Mi sexo se hinchó y contrajo repetidamente... y me gustó, realmente sentí placer. El grito que intenté quedo ahogado en mi garganta y cerré los ojos para asimilar lo que estaba sintiendo. Soltó un poco la presión con que jalaba mi cabello sin dejar de tirar de él completamente y mi cabeza volvió un poco a su posición natural. Siguió besándome bajo el oído y llego de nueva cuenta a mi cuello. Yo había bajado un poco la fuerza con la que lo empujaba hacia atrás y me revolvía un poco menos entre sus brazos.

¡Pum!, otro fuerte tirón de mi cabello, un poco más intenso que el anterior. De nueva cuenta mi cabeza se dobló hacia atrás. Volvió a meter su enferma lengua esta vez en mi oído izquierdo.

- ¿Te gusta zorra? ¿Que te deseen con tanta fuerza? he pasado meses deseando tenerte. Y tú, no hacías más que contonearte, pasearte por ahí haciéndome sufrir a distancia. Sé que te gusta. Zorra adinerada.

-

Otro golpe a mis emociones. Abrí mis ojos como platos y afloje un poco más mi lucha para zafarme. Su otra mano continuaba indagando mi espalda y glúteos a

Su antojo. Los abría un poco, los rodeaba, apresaba, palmeaba, se divertía con mi trasero en mi diminuto bikini. Yo estaba cada vez más débil, me revolvía con menos frecuencia entre sus brazos. Mi sexo, entre pierna y todo en mi estaban ya al borde de derretirse. Podía sentir su pene hinchado, palpitando contra mi vientre. De nueva cuenta me besó el cuello, los labios, me lamió las

Mejillas. Continuaba agitado y gimiendo entre murmullos. Recorría mi tersa y blanca piel con su mano por todo el vértice de mi espalda. En un último intento por escapar de este manicomio que estaba invadiendo mi cuerpo y mi ser, lancé un golpe con mi puño cerrado contra su pecho, pero mis fuerzas ya eran nulas. Mis rodillas flaqueaban y si no fuera por cómo estaba apretándome contra él, seguramente habría caído al suelo.

¡Zaz! Otro tirón de mi cabello, esta vez con más fuerza que las anteriores. Mi cabeza por tercera ocasión volvió a doblarse hacia atrás. Pero era diferente, ya no había mueca de dolor o sorpresa en mi rostro. Esta vez, en mí se dibujaba una sonrisa enferma y pérdida. Algo se acabó quebrado dentro de mí. Mi conciencia se había hecho añicos. Sonreía con los ojos abiertos mirando al cálido cielo de medio día mientras ese animal me lamía como bestia y volvía a inundar con su ponzoñosa saliva mi oído.

- zorra. Crees que lo tienes todo. No eres más que una zorra con dinero. Pero me perteneces, tú eres mía desde la primera vez que te vi. Ahora vas a ser completamente mía. Te voy hacer mía para toda la eternidad.

Su voz no coincidía con su edad. No venia de su garganta, venía de todo su ser. Era una voz ronca y penetrante.

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Suya

En ese momento deje de luchar por completo. Mis manos quedaron inertes a mis costados. El soltó mi cabello y yo seguía con la mirada perdida y mi sonrisa desquiciada, babeando por las comisuras de mi boca por el calor y el placer que me estaban poseyendo. Sin dejar de apresarme con fuerza, bajo la mano que estuviera tirándome del cabello y empezó a usarla en la misma tarea que su otra compañera. Con sus dos manos acaricio y apretó mi culo, después pasó a mi espalda, y tomaba mis senos con la misma intensidad. Mi sexo estaba al borde de incendiarse. Una energía sobrenatural recorrió todo mi cuerpo y lo abracé con toda esa fuerza. Me aferré a su espalda y le clavé las uñas como una fiera, rasgué su espalda una y otra vez. Él siguió manoseandome toda y besándome en la boca. Esta vez yo le correspondí. Metí mi lengua junto con la suya y nuestras salivas ardiendo se mezclaron en nuestras gargantas. Nuestras lenguas libraban una feroz batalla, fundiéndose entre sí. Debía de ser una escena bastante erótica desde afuera, una mujer voluptuosa, casada, con un diminuto bikini y un jovencito con ropa de adolescente besándose con una lujuria descontrolada, con una pasión y un deseo de carne inimaginada. Besándose como si sus vidas dependieran de ello.

Nuestros cuerpos estaban empapados de sudor. Era una mezcla del suyo y el mío, completamente mezclada sobre nuestros cuerpos. No podíamos parar, no existía más mundo que lo que ahí estábamos viviendo. Él pareció reaccionar a mi intensidad, a mi pasión, a mi deseo por él. Empujaba su entre pierna contra mí con un ritmo cada vez más constante. Sentía su palo chocar contra mí, reclamándome suya, exigiéndome entregarme a él. Y mi sexo palpitaba, se sabia dominado, esclavo, sabía que le pertenecía.

Seguimos besándonos como por 5

Minutos intensos. El me empujó poco a poco para atrás con sus besos, torso y entre pierna. Acabó con los pasos que me separaban de la cama de sol. Trastabille y caí sentada. Él siguió besándome inclinándose sobre mi. Yo estaba loca, perdida en placer. No me importaba nada más, solo quería ser suya, entregarme, sentirme dominada, esclava, poseída por fuerza.

Tomaba mis dos pechos con sus manos y jugaba con ellos muy brusco. Continuábamos besándonos. El ruido de nuestros besos era estrepitoso, acuoso, viscoso, húmedo.

baje mis besos por su barbilla aún con rastros de acné. Lamí su cuello lentamente. Mi lengua era una serpiente que latía y babeaba todo a su paso. Seguí bajando. Él soltó mis pechos y con torpeza se quitó la playera por encima y la arrojó a un lado de la piscina. Tomó con sus manos mi cuello y lentamente guió mis besos a través de su blanco y delgado pecho. Lamia y besaba completamente fuera de mí. Seguí bajando por su vientre haciendo un ligero zigzag con mi lengua, ligeros círculos que recolectaban su sudor ardiente en mi lengua. Topé con el elástico de sus shorts y levanté mi mirada enferma hacia su rostro. Me estaba mirando con un deseo calcinante. Tenía sus dos manos sobre mi cabeza y su lengua salía y latigueaba como la de un animal. Totalmente entregada a la locura bajé con mis dos manos el elástico de sus shorts y la cabeza de un amasijo de carne punzante asomó por él. Estaba completamente viva, latía y estaba roja y empapada. Bajé su ropa hasta sus muslos y su pene se extendió cuan largo era ante mí. Tenía un tamaño mucho más grande que el que había imaginado. Era grueso y tenía un aspecto mucho más curtido que el de mi marido a pesar de que seguramente era virgen.

Lo tomé con mi mano derecha y muy despacio realicé un vaivén con el cuero que lo cubría. Cuando estiraba para atrás, su cabeza parecía inflarse más de lo normal y un líquido semi trasparente brotaba del orificio en el centro. Cuando hacía esto él gemía un poco más fuerte y empujaba mi cabeza con sus dos manos hacia su palo. Nunca he sido muy sucia a la hora del sexo, pero en ese momento estaba en blanco por el deseo. Estaba babeando de ansias por ponerlo en mi boca, por sentirla cuan gruesa era en mi garganta, por probar el sabor dulce de los jugos que de él brotaban. Saqué la punta de mi hinchada lengua y totalmente empapada en saliva, la dirigí lentamente hacia la punta de su exquisito aparato. El precia temblar segundos antes de tocarla. La puse de lleno en todo el centro de su cabeza y probé el líquido que estaba expulsando mezclándolo con mi saliva. El gimió casi en un grito. Yo alimente mi locura con sus jugos y poco a poco fui introduciendo toda la cabeza en mi boca, sin dejar de hacer un barrido con mi lengua en la parte de abajo de su glande, iva y venía ensalivándolo todo. Cuando su cabeza estaba completa dentro de mi boca, succione poco a poco mientras seguía lamiendo por debajo. El líquido que brotaba comenzó a ser más abundante. Yo estaba loca por su sabor. Su sabor y mi saliva entraban en mi garganta y tragaba como sedienta. Empecé un ritmo rápido introduciendo cada vez más su pene en mi boca. Centímetro a centímetro iva consumiéndolo. Levante la vista y sus ojos estaban perdidos. Su pecho se agitaba velozmente y sus manos apretaban mis cabellos y trataban de empujarme hacia él metiendo toda su carne en mi garganta. Sus gemidos eran exclamaciones de placer que ahora pienso debieron de escucharse muy lejos. Pero no me importaba, solo pensaba en gozar y que él gozara de mí. Estuve constantemente introduciendo su pene en mi garganta hasta hacerme lagrimear y lo retiraba lentamente mientras mi lengua lo humedecía y babeaba todo. Continúe con este ritmo por mucho tiempo, vuelta loca por el sabor de su carne y por los gemidos de placer y deseo que gritaba el chico como un animal. Su sexo comenzó a hincharse todavía más de lo normal. No cabía duda de que estaba por explotar en una eyaculación abundante. Sabía que si terminaba en mi garganta, difícilmente podría lograr otra erección. La experiencia estaba siendo la más intensa de su vida y acabaría rendido y fulminado. Y yo no quería eso, mi sexo latía a reventar y me pedía tenerlo adentro. Sus gemidos eran ya casi un concierto de placer, sus manos estaban tensas y tiraban de mi pelo con fuerza. Así que era el momento de pasar más allá. A pesar de la fuerza con que me empujaba hacia su sexo, fui sacando poco a poco su hinchado pene de mi garganta y boca. Lucia a punto de reventar, estaba latiendo y venas estaban formándose hinchadas alrededor de su tronco. Al quedar solo la cabeza dentro, chupé y succioné una última vez y termine por sacarlo por completo con un sonoro sonido de succión que siguió de su grito de placer que me hizo temer que ya estaba eyaculando. No lo hizo. Así que me erguí de la camilla y lo bese en el cuello. Él estaba temblando, sus rodillas parecían perder piso. Pasé mis dedos por mis labios y limpié los restos de sus jugos que me escurrían por las comisuras de mi boca y terminé por chuparlos de la manera más sucia que pude. El seguía con el pene latiendo, firme. Me llevé las manos a la espalda y desabroché mi sostén. Mis pechos saltaron del bra, y húmedos y sudados dejaron ver un par de pequeños pezones rozados y duros. De inmediato el uso sus manos para acariciarlos, apretarlos, jugar con ellos. Los dos estábamos en el climax del placer. Me besó con su lengua y acaricio mi culo con sus dos manos. Después fue bajando su lengua y tomando mis dos senos, comenzó a lamerlos, chuparlos, morderlos. Ora el derecho, ora el izquierdo, lo hacía como un verdadero animal demente.

Era ya el momento de entregarme a él por completo. En ese momento todas mis acciones eran guiadas por un profundo, animal, oscuro y desenfrenado instinto dentro de mí. Me zafé de sus brazos y besos y me di la vuelta dándole la espalda. Me incliné un poco sacando el trasero y baje mi bikini lentamente. Mis nalgas lucían esplendorosas para él. Húmeda y sudada terminé por bajarlo y quedar completamente desnuda ante él. No tardó en tomarme de las caderas y como un animal a punto de montar a su hembra, aún con sus shorts enredados en sus tobillos, avanzó hacia mí trastabillándose, balanceando su pene adelante y atrás buscando introducirlo en mi vagina que lucía hinchada y punzante entre mis nalgas. Eso me calentó mucho más. Era un muchacho a punto del colapso que me deseaba con su vida y que ya no tenía conciencia, al igual que yo, solo estaba moviéndose por sus deseos profundos de hacerme suya, de allanarme, de penetrarme como me lo merecía por ser una zorra riquilla. Esos torpes movimientos de deseo me hicieron ponerme a punto de explotar, así que, levanté más mis caderas buscando que me penetrara cuanto antes. En ningún momento llegué a pensar en un preservativo, ni siquiera pensaba en su existencia, o en las consecuencias de nada. En ese momento solo quería a morir consumar el coito y verme llena de su carne en todo mi sexo. Su cabeza palpitante rozó mi vagina. Por ser yo algo más alta que él, tubo que ponerse un poco de puntillas. Mis rodillas parecieron doblarse pero mantuve la postura. Él empujó con fuerza para penetrarme, pero su pene estaba hinchado y mi vagina también, por eso estaba resultando muy difícil que se introdujera. Yo estaba con las manos en la camilla y con el culo levantado, ojos en blanco de placer, babeando y gimiendo mientras sentía como mi sexo poco a poco cedía y la inflamada cabeza de su pene se colaba dentro de mí como un hierro incandescente que fundía todo mi interior. Él tiró su cabeza para atrás, y gimiendo, tomó mis caderas con fuerza y empujó su miembro hasta el fondo. Pude sentir cómo con dificultad, finalmente se abrió paso y topó con mis nalgas que tronaron al impactarse con su vientre. Los dos gemimos como animales, a plena luz del día en mi patio trasero ocultados del mundo solo por una cerca de madera de dos metros. Dejó su pene en el fondo de mí mientras seguía empujando sus caderas hacia mi y con sus manos, mis nalgas hacia él con todas sus fuerzas. No dejábamos de bramar como animales. Sentía su pene latir dentro de mi vientre y mi sexo se contraía y relajaba rítmicamente provocando los alaridos de ambos. Comenzó así un vaivén cadencioso. Fue incrementando cada vez la velocidad y a poco tiempo estaba ya embistiéndome como un toro. Mis nalgas se impactaban con su vientre y el sonido era delicioso al sentirme penetrada a fondo por mi joven vecino. Tiraba su cabeza hacia atrás y decía cosas que no entendía. Subió una mano por mi cintura hasta mi seno y lo apretó sin dejar de embestirme. Luego con su otra mano tomo mi cabello y lo jaló con fuerza haciéndome doblar mi cabeza hacia atrás quedando de cara al sol. En esa posición me tubo varios minutos en los que nos estábamos encarnando el uno al otro.

Sabía que el fin estaba cerca por que sus embestidas eran cada vez a una velocidad más intensa y sus gemidos eran más incoherentes y ruidosos. En una de sus embestidas su pene salió por completo y se escapó entre mis piernas. Sin usar las manos jaló sus caderas para atrás y de nueva cuenta busco penetrarme como perro desesperado. Yo paré más el culo vuelta loca de placer y con mi vagina a punto de derretirse. En un segundo, su enorme palo encontró un orificio un poco más arriba y lo penetró con fuerza. Un rayo de dolor me recorrió todo el cuerpo y apenas empezaba a empujar mis caderas adelante cuando con sus dos manos tomó mis caderas y las jaló hacia él con todas sus fuerzas. Algo detrás de mi cedió y de nueva cuenta me vi completamente empalada por ese animal pero esta vez por mi culo. Muchos años sin tener sexo anal hicieron que el dolor y el placer se mezclaran por partes iguales y me hiciera retorcerme en la camilla. Él no me soltó y me embistió el estrecho agujero con fiereza. Mis nalgas se abrían por completo cuando su pene, hinchado como estaba, a punto de reventar y ardiendo, entraba cuan largo y grueso era en mi trasero. Mis gemidos eran ya alaridos. Mis ojos en blanco, mi boca abierta en un rictus de dolor, babeando como una enferma, los ojos abiertos como platos mirando al cielo con mi cabeza tirada hacia atrás como una posesa. Su pene estaba llenando mis entrañas. Estaba derritiendo mi culo y me estaba llevando al limite. Con el ritmo al máximo, sus embestidas reventaban en mis nalgas y ya no pude resistir más. Un estremecimiento me invadió y tuve un orgasmo que no había tenido nunca en mi vida. Chorros de líquido aceitoso corrieron entre mis piernas desde mi vagina. Él estaba al igual que yo al borde del colapso, y sus genitales, duros y completamente llenos, golpeaban en mis nalgas frenéticamente. Una vez más su pene salió, ahora de mi culo haciendo un sonido de vacío que me hizo sentir que se me salía el alma del cuerpo. Volvió a buscar la penetración y su miembro encontró una muy empapada vagina. Entro casi sin encontrar resistencia y siguió embistiéndome como un loco. El ruido de mis nalgas era atronador en cada penetracion. Su gritos llegaron al máximo nivel. Más de uno afuera seguro que entendían que estaba pasando. Tomo mis caderas con todas sus fuerzas y gritando comenzó a correrse como jamás he visto a nadie correrse. Su palo está incrustado en lo más profundo de mi vientre y pude sentir como chorros y chorros de semen ardiendo salían de él y me llenaban por dentro. Los dos chillábamos como cerdos mientras continuaba llenándome completa por dentro. Sus fuerzas fueron soltándome poco a poco y sin sacar su pene de dentro mío, fue cayendo sobre mí en la camilla. A pesar de no ser muy pesado terminó por tirarme y acabamos los dos rendidos. Él, sobre mis espaldas, acostados en la camilla con su todavía enorme e hinchado palo en el fondo de mi sexo. Nuestras respiraciones estaban agotadas y poco a poco buscábamos jalar aire para regularlas. Mi vagina estaba teniendo sus últimas contracciones y su pené estaba en sus últimos espasmos arrojando aún los últimos chorros de semen en mi interior.

Cuando al fin me calme, mi mundo se derrumbó. Que había pasado aquí. Aún mi cuerpo estaba ardiendo pero mi conciencia estaba regresando a mí. Él también precia recobrar cordura, poco a poco comenzó a moverse de nuevo y se impulsó con sus manos en la camilla para quitarse de encima mío. Poco a poco su pene fue saliendo dentro de mí y con un sonido viscoso pudo al fin salir y quedar colgando flácida cuán larga era soltando aún un chorro de su semen y mis jugos.

Traté de levantarme pero las fuerzas no me daban para más. Así que volteé mi cabeza para mirarlo. El pelo húmedo de sudor cubría un poco mi rostro. Lo mire y pude ver solo a un joven totalmente asustado. Dio dos pasos para atrás y después un poco más rápido caminó tropezándose con sus shorts. Yo lo seguí con la mirada perdida. En mis ojos empezaban ya a brotar lágrimas y estaban ya tornándose rojos y húmedos. Él subió sus shorts rápido y sin camisa corrió hacia la barda que daba a su casa. La brinco y callo desparramado del otro lado. Se alejó corriendo.

Llorando me levante como pude. Y avance muy despacio con un dolor en todo mi cuerpo, desnuda. Entre a mi casa y fui para la ducha. Ya ahí abrí el Agua caliente y me quedé llorando cerca de una hora. Cuando salí me acosté y dormí lo que me precio dos días enteros.

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Conclusión

Mi marido llego días después. Estaba tan feliz como siempre. Me contó sus experiencias y yo fui lo más natural posible pero creo que mi tristeza era notoria. Traté de seguir con mi vida durante un mes, no salía para nada claro está, pero era ya insostenible. Después de ese mes le dije a mi marido que no aguantaba la soledad en esa casa y que quería mudarme lo antes posible. Tras unas cuantas oposiciones de su parte, logre convencerlo y unos días después estábamos ya subiendo las últimas cosas a nuestra camioneta. Cuando salimos y subimos al carro sentía un alivio inmenso por dejar aquel maldito lugar donde mi vida había perdido tanto valor. Donde yo misma había aniquilado mi moral.

No quería voltear hacia aquella casa. Era la primera vez que salía desde aquella tarde. Pero un poder magnético me obligó a hacerlo. Y antes de subir al coche volteé. Él estaba ahí, de pie en la ventana de arriba mirándome fijamente. Sabía que todo lo ocurrido jamás se olvidaría, pero no lo culpaba, ambos teníamos responsabilidad y cada quien asumiría la suya. Subí al auto y antes de perderlo de vista pude notar, o al menos eso creí ver; una sonrisa burlona en su rostro. Una sonrisa que decía que había sido suya una vez y que habría de ser suya por siempre. Aparté mi mirada muy rápido y continue en silencio el resto del viaje. En mi nuevo hogar me sentí más tranquila, hasta que los mareos llegaron. Fueron los 9 meses más horrorosos de mi vida. Ahora todo está un poco mejor, amo a mi marido y amo a mi pequeño bebé. Aveces, por las noches tengo pesadillas y recuerdo como disfrutaba mientras él me hacía suya. Pero supongo que ese es uno de los castigos que pagaré siempre por mi falta. Cuando tengo esas pesadillas me despierto agitada, me levanto de la cama y voy a cerciorarme de que mi bebé se encuentre bien. Lo miro con ternura y le digo cuánto lo amo. Él abre sus ojitos y a su manera me dice que también me ama. Es tan parecido a tu esposo, es idéntico a él, me dicen todas las personas cuando lo ven. Pero en esas noches, justo después de las pesadillas, cuando él me ve y se ríe conmigo, no puedo evitar ver la misma sonrisa burlona en su rostro que vi aquella ultima vez en la ventana. Ese es, y será, el castigo más grande y que jamás podré perdonarme.

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