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Visitas a mi vecino (El primo Ariel)

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A Gustavo le parecía increíble el “savoir faire” de su jefe. En muy poco tiempo había conseguido tener la suficiente confianza con Iñaqui, como para tenerlo sentado sobre sus rodillas mientras conversaban de banalidades y le acariciaba distraídamente. A los dos se les veía muy a gusto, y su amigo charlaba muy animadamente con él, mientras las manos del viejo se desplazaban de sus rodillas a la entrepierna, lenta y disimuladamente.

D. Carlos, sin embargo, había dejado solo al Rafa en la habitación de Mario, dándole las indicaciones pertinentes, porque quería estar presente cuando Mario apareciera en el salón con la tarta.

Y dispuesto para hacer la entrada triunfal con la tarta y sus correspondientes velitas encendidas, se encontraba Mario, cuando antes de salir del office oyó unos golpes en la puerta de la calle.

D. Tomás, que estaba concentrado en sentir esas nalgas tan esponjosas y respirando profundamente, para disfrutar del olor de ese maravilloso chico también escuchó esos golpes; y miró a Gustavo, pidiéndole atención. Todos estaban pendientes de quien pudiera ser.

Dieguito, que se había metido en su habitación después de comer y se había tumbado en la cama, pensando en llamar a Agus, dudaba entre hacerlo, o bajar a casa de Justina a ver si estaba el Rafa; así que, salió a la terraza y empezó a dar paseíllos, pensando en qué hacer…

… pero, oyó a su abuelo, que ya se había levantado de la siesta, y salió al descansillo a relajarse un poco para decidir que hacía.

Dándole vueltas al tema, de pronto escuchó

¡CUMPLEAÑOS FELIZ!... ¡CUMPLEAÑOS FELIZ!… ¡TE DESEEAAMOS TOODOOOS!… ¡CUMPLEAAAÑOS FEEELIZ!

Esto, fue a modo de ensayo. Los chicos estaban pidiendo que entrara esa tarta ¡ya!; pero, ahora estaban a la expectativa de la inminente visita… ¿quién sería?...

Mario tuvo que dejar la tarta en la mesa del office otra vez, y salir a abrir…

- ¡Coño, Dieguito!… ¡que sorpresa!

- ¿Qué le pasa al timbre?… casi me dejo los dedos llamando a la puerta... ¿de quién es el cumple?

- De Gustavo, pero... ¡pasa, pasa!, no te quedes ahí...

Cuando Diego entró por la puerta del salón.

- ¡Vaya!... ¡pero quién está aquí!, dijo D. Tomás. No sabes lo acertado que has estado. Hace un rato estábamos hablando de ti ¿verdad, Gustavo?

Le miró ruborizado y solo sonrió tímidamente

- Pues... ¡aquí estoy!…

Se acercó a él para saludarle y luego se dirigió a Gustavo, al que le ofreció la mano

- ¡Felicidades!

Gustavo no pudo evitar apretársela significativamente, e incluso intentó decir algo; pero, al final, optó por callarse.

Sin darse cuenta, Diego se quedó embelesado mirando a Iñaqui, y sin saber porqué, de repente, empezó a sentirse bien; olvidándose totalmente de Agus y fundiéndose en el festejo preparado para Gustavo.

Y otra vez se oyó:

¡CUMPLEAÑOS FELIZ!... ¡CUMPLEAÑOS FELIZ!… ¡TE DESEEAAMOS TOODOOOS!… ¡CUMPLEAAAÑOS FEEELIZ!…

... pero, esta vez, si entró la tarta con las velas encendidas en manos de Mario, que la puso en medio de todos y animó a Gustavo a que soplara con fuerza.

- ¡Venga, machote!, que son solo treinta.

Por supuesto que Gustavo lo hizo muy bien. Se le veía en plena forma.

Abrieron unas botellas de cava, para acompañar a la tarta y no tardaron mucho en terminar de soltarse del todo...

D. Tomás ya se permitía ciertos lujos con Iñaqui cuando, de repente, apareció Mario, otra vez por la puerta grande, con Rafa de la mano, en calzoncillos y con los ojos vendados con un pañuelo rojo.

- ¡GUAUU!... dijo Iñaqui, abrazándose a D. Tomás... ¿quién es ese?...

Gustavo y Diego, se miraron; y con los ojos como platos y se echaron a reír… ¡joder, como sois!, dijo Gustavo…

Entre Mario y D. Carlos le colocaron en el centro del salón y le acercaron una copa de cava; y mientras D. Carlos le decía al oído:

- ¡No!, no, no… no te quites el pañuelo Rafa… todavía no…

Todos pudieron contemplar ese cuerpazo imponente.

Dio un pequeño sorbo y devolvió la copa. Luego, Mario tiró de él para que se moviera un poco por el salón. Tenía unos andares espectaculares, y querían disfrutar viéndole andar un poquito de aquí para allá, mientras terminaban de comerse la tarta y beberse el cava.

- ¡Madre mía, que cosa más rica!…. ¡vaya culo se gasta el cabrón!... dijo Iñaqui

Lo de Iñaqui y D. Tomás estaba claro. El farmacéutico se lo iba a follar en cuanto se descuidara.

El Rafa sintió esos ojos clavados en él, y empezó a excitarse…

Y D. Carlos, que estaba en todo, se acercó a él y empezó a tocarle el paquete.

- ¡Guauu!… ¡que rico!... dijo Gustavo, que le dio un codazo a Diego para que mirase

Rafa, había echado la cabeza hacia atrás y abierto ligeramente las piernas, sacando un poco el culo, para que Mario, que tiraba de sus calzoncillos, pudiera descubrir su ojete; y así, gozar de su golosa lengua.

La cosa empezaba a ponerse interesante...

Por delante y por detrás, ese machote estaba empezando a sentir el placer que le proporcionaban sus admiradores. Y claro está, Dieguito no pudo quedarse quieto mirando la escena. Se acercó a ellos y empezó a manosear a Rafa…

... pero, Gustavo no estaba dispuesto a perder la oportunidad que se le brindaba hoy, y acercándose a él, le cogió por la cintura y lo separó del grupo, le besó en la boca... y se quedó colgado, saboreando sus labios...

Diego, sorprendido, decidió reaccionar correspondiendo a ese beso con agrado; porque, era evidente que ese chico le adoraba, lo notó enseguida. Se sentía halagado, y hasta le gustaba sentirse en sus manos...

Sus fuertes manos se habían apoderado de él; y empezó a sentirse atraído hasta el punto de no importarle en absoluto abandonarse a su capricho.

Acababa de descubrir a Gustavo.

Hubo un momento en que se revolvió para colocarse a su espalda y pegarle el rabo; porque, después de echarle mano al culo y sobarlo a conciencia, le encantó la sensación. Gustavo lo sacó, y dejó que se la restregara a sus anchas. Luego, se bajó todo lo necesario; y lo puso a su entera disposición. El, también, quería sentirlo dentro.

Por su parte, D. Tomás había cogido a Iñaqui, y agarrándolo por el culo se lo había subido a la cintura, para darle lo suyo; bombeando con fuerza y soltura, de pié... junto a la puerta del salón. El morenito, con los ojos cerrados, daba grititos y pedía más. Mucho más.

Gustavo movía el culo hacia atrás y empujaba, para sentir el rabo de Dieguito en sus entrañas; pero, acostumbrado a la verga de D. Tomás, que era bastante considerable, no terminaba de quedarse a gusto...

… no obstante, la quería dentro; de eso no quedaba la más mínima duda, aunque miraba a Iñaqui, con cierta envidia, y poco a poco, se le fue notando…

Diego, se dio cuenta, y aunque el ayudante estaba de “toma pan y moja”, le echó una miradita a D. Tomaś, para que supiera que él también quería follarse al chico; que no paraba de dar grititos...

Y a escasos dos metros de ellos, y tirado en el suelo, el Rafa recibía la tranca de D. Carlos con verdadera furia... ayudado por Mario, que le sujetaba las piernas en alto y le obligaba a colocarse, de forma que el culo quedara a la altura adecuada, para que el vejestorio pudiera darle fuerte, sin tener que hacer un gran esfuerzo.

D. Tomás se acercó a Diego y le ofreció a Iñaqui, abierto de piernas y sujeto por las rodillas, para que le diera a placer. Lo mantenía en alto para que le resultara más cómodo y pudiera darle fuerte. Y el chico no tardó mucho en empezar a bufar…

Bufó a tope, mirando al techo y con la cara desencajada, mientras se lo follaba Diego dándole zambombazos como si estuviera loco.

- ¡Bien hecho, Diego!, dijo D. Tomás… está putita necesita caña…

Gustavo, se había quedado quieto, mirándolos, hipnotizado... pero de repente, sintió los labios de Mario en su oreja y un run run de gatita en celo, alrededor de su cuello. Se encogió un poco y procuró retirarse, sin ser grosero.

- Parece que el dueño de la casa quiere guerra… pensó.

Sutilmente, se colocó detrás Diego y se dispuso a enchufársela mientras se follaba a Iñaqui como caballo desbocado.

D. Tomás, vio la oportunidad de acercarse al Rafa y ponerse, mano a mano, con D. Carlos; y se acercó a ellos para empezar a magrear al Rafa intensamente, mordiéndole, comiéndole la boca, y pidiéndole paso a D. Carlos para clavársela.

Mario, se había sentado en el sofá y miraba a los dos tríos, indeciso.

En otro lugar

Lo primero que hizo Ana, cuando llegó a casa, fue mirar si Ariel estaba en su cuarto; pero el chico todavía no había llegado. Dejó la compra en la cocina, y luego salió para llamar en la puerta de enfrente. La vecina no sabía nada, pero hoy no había venido a comer con Pauli; así que se sentaron un ratito a comentar lo que harían para celebrar el regreso de Arturo y, sin más, siguieron cada una a lo suyo.

Ella hoy tenía guardia; y no podía entretenerse mucho. Cogió sus cosas y bajó al garaje. La enfermera jefe la tenía entre ceja y ceja, y no podía permitirse el lujo de llamar la atención de esa bruja asquerosa.

Sin embargo, justo en el edificio de enfrente, Alejandro estaba encantado mirando al chico que tanto trabajo le había costado seducir. Por fin, estaba en su casa...

Después de estar varias semanas yendo y viniendo a ese parque, había conseguido que sucumbiera a la verborrea con la que había tendido su tela de araña.

Antes de que se diera cuenta de lo que hacía subido en ese banco, para cambiarse y volver a casa, después de jugar el partidillo de los miércoles, sintió que ese señor empezaba a acariciarle entre las piernas, mientras le animaba para que fuera a comer con él a su casa.

Alex, conocía a la perfección la situación en la que estaban Ariel y su madre desde que el sinvergüenza de su padre los abandonó. El chico, casi siempre, estaba solo. Y él, que vivía justo en el edificio de enfrente, le espiaba con sus prismáticos casi todos los días.

A la hora de la siesta solía pasearse en calzoncillos por toda casa sin reparar en que las ventanas, generalmente, estaban abiertas. Su madre las había dejado abiertas para favorecer la ventilación de la casa. Una de sus manías.

Y claro, así fue como supo de su existencia. Cuando le vio, llamó poderosamente su atención.

El chico sabía que le espiaba; lo había descubierto hacía ya tiempo... y le gustaba, le excitaba mucho. Por eso, algunos días se dejaba ver con más atrevimiento.

Y él sabía que estaba encantado; era evidente…

… si no, no le daría esos espectáculos.

Últimamente, se lo encontraba todos los miércoles en el parque, sentado muy cerca del banco en el que se cambiaban para jugar; y sabía perfectamente que ese era el señor que le espiaba desde el edificio de enfrente. Pero eso, no solo no le molestaba, si no que le excitaba a tope. Disimulaba, comportándose con naturalidad, como si no supiera de él; alguien le había dicho que era entrenador de un equipo de fútbol; y quizás le propusiera algo interesante.

Cuando todos habían terminado de cambiarse, y ya se habían ido… el continuaba subido en ese banco cambiándose… como si esperara algo; y Alex aprovechó para sentarse en el mismo banco y armándose de valor, alargar la mano, mientras estaba en calzoncillos, para acariciarle entre las piernas. Jamás había sentido tanta excitación...

- ¿Tienes hambre?...

Y miró el reloj

- ¡Claro!, que preguntas tengo. Son ya las 14:30…

... ¡te invito a comer!.

Ariel le miró, curioso

- ¿Que tienes?

- ¡Nada especial!... solo unas hamburguesas que he comprado en el mercado esta mañana…

- ¿Si?…

... ¡me encantan!… pero la mía la quiero con patatas fritas ¿vale?… ¡nada de lechuga!… solo tomate y cebolla...

Alejandro se maravilló del brillo de esos ojos cuando respondió a su invitación; y se tomó la libertad de cogerlo por la cintura

- ¡Qué lindo eres, muchacho!... ¡nada de lechuga, te lo prometo!...

No podía dejar de mirarle; y no acertaba a levantarse. Le tenía cogido por la cintura y bajó un poco las manos para sentir esa curva que conecta con las nalgas.

- ¡Oye!, ¿te puedo pedir algo?

Ariel, le miró y se temió alguna travesura

- ¿Te vienes conmigo a casa?

- ¡Claro!… me has invitado a comer ¿no?

- ¡Ya sabes cómo me gusta verte, chico…

Y Ariel, sonrió mirándole a los ojos… luego, se calló y agachó la cabeza…

- ¿Y podré ir a verte a casa cuando quiera?

- ¡Por supuesto, chico!… cuando tú quieras.

Ahora le tenía ahí... sentado en su sillón preferido; y le miraba intensamente

- ¡Bueno!, mejor preparamos las hamburguesas ¿no?

- ¡Vale!…

Alejandro entró en la cocina y Ariel empezó a curiosear...

El viudo estaba pendiente de sus movimientos, y por eso le vio cuando se decidió a entrar en la cocina. Le pidió que se acercara, porque tenía un par de hamburguesas en la plancha y no podía perderlas de vista, pero le miró y...

- No tardo mucho, ¡ya verás!… enseguida estamos comiendo

Se echó un poco a la derecha y sacó las patatas de la freidora, las volcó en un plato grande y terminó con las hamburguesas que tenía en la plancha... y después de prepararlas adecuadamente, en un bonito plato de vidrio, y poner sobre ellas unas rodajas de tomate y un par de aros de cebolla las dejó sobre la mesa de la cocina, junto a las patatas fritas y preguntó…

- ¿Te gustan los helados?

- ¡Me encantan!, dijo Ariel un tanto excitado…

Alejandro se dio la vuelta y abriendo el frigorífico, dijo

- ¡Tachin!…

Y mostró un par de Häagen-Dazs, de chocolate Belga, que sacó del congelador

- A mí también; y los dejó sobre la mesa

Luego se acercó y le dio un beso en la mejilla…

- ¡Que guapo eres, chaval!

Ariel estaba contento. Le gustaba. Era muy simpático y divertido… y también muy guapo.

Comieron tranquilamente; y Alejandro no paró de decir tonterías que sabía que le harían reír. Quería que ese día fuera muy especial.

Estaban terminando con el helado cuando Alejandro dejó la silla en la que estaba sentado y se arrodilló para meterse debajo de la mesa, se acercó a Ariel, que tenía las piernas abiertas, y le echó mano a la bragueta.

-¡Ay!, dijo Ariel... que solo se estremeció un poco...

Espero unos segundos… y como vio que el chico aceptaba, se atrevió a abrirle la bragueta. Luego, subió el culo, y Alejandro tiró con fuerza, hasta sacarle el pantalón... ya apenas le quedaba helado.

Luego acercó la cara a la entrepierna; y olfateó profundamente, le sacó la polla por la pernera, y empezó a chupársela con sumo deleite.

- ¡Mmmmm!… que bueno estás, nene. Me encantas...

Efectivamente, el sabor de la polla de Ariel, le había parecido extraordinario. Y tiró de sus calzoncillos para dejarle con el culo al aire, forzando a que Ariel tuviera que deslizarse hacia abajo, quedando apoyado en el borde de la silla. Luego le pidió que volviera a sentarse y subiera las piernas; y Ariel así lo hizo.

Alex separó esas nalgas y miró ese ojete con detenimiento; y poco a poco, fue acercándose…

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