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Marta había ido a buscarle al trabajo con el X5. Era viernes y estaba nerviosa. Primero porque, por indicación de Paco, iba espectacular: extremadamente llamativa. Una exigua minifalda, sandalias de tacón alto, y un top corto que dejaba al aire su ombligo. Había aparcado en doble fila y tal como le había ordenado su amo, le esperaba fuera del coche: nunca había estado en público tan ligera de ropa sin la compañía de su amo. Y segundo, iban a pasar el fin de semana a Carabaña, dónde Paco tenía una pequeña parcela de un par de hectáreas y una casita de una planta con sótano y un cobertizo. Lo que fuera a pasar allí la tenía de los nervios.

Desde el principio, Paco se dio cuenta de que de cosas de sadomasoquismo no tenía ni puta idea. Después de leer sus diarios sabía lo que Marta quería, lo que necesitaba, que deseaba un castigo extremó, y en eso no tenía práctica. Es cierto que le gustaba practicar sexo duro, pero se limitaba a unos azotes en las nalgas de su pareja de turno y algún tirón de pelo. Nada más.

Para ilustrarse, empezó a visitar por internet páginas eróticas de todo tipo en donde rebuscaba temáticas de BDSM y sumisión. Lo estuvo haciendo casi a diario cuando llegaba a casa después de trabajar, y después de haber follado a Marta y de haber cenado. Se sentaba ante el ordenador y cuando Marta terminaba de recoger la cocina, se metía bajo la mesa y se tiraba todo el tiempo chapándole la polla y restregándose la cara con ella. Le molaba esa situación, y sin duda a ella también.

Ahora estaba preparado. Había contratado a unos albañiles que aislaron el sótano para eliminar humedades y el ruido. Más que nada por precaución, aunque eso no le preocupaba porque la casa estaba alejada de las otras casas más de doscientos metros. Con el pretexto de que era para un taller de escultura, había ordenado instalar un cabrestante eléctrico que se desplazaba por un carril a lo largo del techo. También habían instalado unas argollas en las paredes. Después, compró muebles y artefactos sadomaso en un par de páginas especializadas. El suelo estaba totalmente enmoquetado: algo que Paco aborrecía era ver a Marta con las plantas de los pies sucios. En un lado había también una cama pequeña sin cabecero y un gran sillón. Por último, en una esquina, bajo la escalera, se había instalado un pequeño baño con plato de ducha. En definitiva, todo lo había preparado para proporcionar a Marta un fin de semana de tormento y dolor sin límites tal y como ella deseaba.

Paco la había ordenado que no se pusiera ropa interior y eso hacía que detuviera más nerviosa, aunque era consciente de que se la pasaría cuando su amo apareciera por las grandes puertas de cristal del edificio. Era una mañana fresca de finales de junio, y ese fresco se colaba por debajo de su exigua falda aireándola el chocho. Sentía una sensación extraña y de alguna manera eso la excitaba más. Cuándo salió y se aproximó a ella, rápidamente le lanzó los brazos al cuello y le ofreció los labios con una amplia sonrisa. Después de morrearla descaradamente a la vista de todos mientras la apretaba el trasero, se subieron al coche y partieron.

Durante el viaje, y mientras conducía se entretuvo metiendo la mano bajo la minifalda acariciándola el chocho. Se le paso por la cabeza la posibilidad de que se la chupara mientras conducía cómo había visto en algún video de Internet, pero lo desecho: le dio miedo.

Una hora después llegaron a Carabaña. Lo atravesaron y a la salida se desviaron por una pista de graba que sin mayor problema les llevo, unos quinientos metros después, a la verja de entrada de la finca. Estaba plantada de árboles, en su mayor parte olivos, y la casa, de una planta cómo ya he dicho, se levantaba a unos cincuenta de metros de la verja. En la parte de atrás, y separado de la casa estaba el cobertizo y una pequeña piscina vacía llena de hojas y ramas: estaba claro que hacía mucho tiempo que no se usaba.

Después de cerrar la verja y aparcar junto a la casa, entraron y Paco desconectó la alarma. Un salón con chimenea, una cocina, un baño grande y el dormitorio: no había más. Desde la cocina, descendía la escalera que conducía al sótano convertido en un espacio de dolor y terror.

Entraron al dormitorio, dejaron las maletas y Paco la ordenó desnudarse mientras en también lo hacía. Se sentó en el borde de la cama y la ofreció la polla. Marta no necesitó recibir la orden. Se arrodilló entre sus piernas y se la tragó entera. Empezó a chupar con las manos a la espalda, y muy despacio, cómo ella sabía que a él le gustaba.

—No te lo tragues: mantenlo en la boca, —la dijo cuándo estaba a punto de correrse. Sacó la polla y vio cómo el chorro entraba en la boca de su esclava de manera tan certera que le dejó asombrado. Cuándo la tuvo llena de esperma, la estuvo mirando con detenimiento mientras ella mantenía la boca abierta y un pequeño hilillo blanco caía por la comisura de los labios. Con el dedo rebañó el esperma rebelde hasta que todo estuvo en la boca—. Ya puedes tragártelo.

Marta le obedeció de inmediato: no podía ser más feliz. Paco bajó la mano hasta alcanzar la vagina de Marta y comenzó a estimularla. Reaccionó de inmediato, y abrazada al brazo de Paco se corrió en su mano. Después con los jugos en la mano, la agarró por el pelo, la echó la cabeza hacia atrás y dejó caer el líquido en la boca.

—Lávate la boca y regresa que quiero morrearte, —Marta se levantó y entró corriendo en el baño. Un par de minutos después, salió y encontró a Paco sentado en el sofá del salón. La hizo una indicación para que se sentara en su regazo. La verdad es que la estaba cogiendo cariño, aunque eso no le iba a suavizar la mano. La abrazó y empezó a morrear a su muy receptiva sumisa. Sentía un placer especial teniendo a Marta en sus brazos besándola o masturbándola. Y así lo hizo. La empezó a estimular otra vez el clítoris y un par de minutos después un orgasmo crispaba el ya casi perfecto cuerpo de Marta mientras la observaba el rostro con atención. Insistió con la estimulación y la arrancó otro más mientras la seguía morreando.

—Tráeme una copa de ginebra, —ordenó después de tenerla un rato más en su regazo. Marta salió corriendo y a los pocos segundos estaba de regreso, le dio la copa y se acurrucó a sus pies. Saboreó la copa despacito y cuándo termino la preguntó—: ¿quieres que demos un paseo por la finca? —Marta ilusionada afirmó con la cabeza—. Pues ponte las zapatillas de deporte.

Salieron al exterior: Paco con un pantalón corto y Marta desnuda con sus deportivas. Estuvieron paseando un rato largo por entre los olivos e incluso por cerca de la valla a pesar de que por la linde pasaba un camino vecinal. Mientras andaban la acariciaba el trasero y un par de dedos juguetones se aventuraban por el interior de una muy excitada Marta.

Entraron en la casa para cenar y se fueron pronto a la cama. Por supuesto la estuvo follando un buen rato antes de dormir. El día siguiente iba a ser muy intenso y quería que Marta estuviera descansada.

La dejó dormir hasta las nueve. La despertó y no la dejó desayunar. La puso un enema para que evacuara el intestino: la quería vacía. Mientras hacía efecto, y a pesar de los retortijones se la estuvo chupando hasta que se corrió. Después evacuar y asearla, entraron en el dormitorio.

—Ya sabes que este finde va a ser muy especial, —empezó a decir su amo mientras de una caja sacaba unas sandalias con un tacón de 12 cm y se las empezaba a poner—. Vas a sufrir un castigo como nunca has llegado a padecer. Te voy a marcar, te voy a hacer sangre, te voy a golpear hasta que me canse. Voy a ser muy cruel. Voy a experimentar contigo unas torturas atroces para ver cuál es tu límite. Y ten una cosa clara: por mucho que supliques no voy a parar, seguiré hasta que nos vayamos el domingo por la tarde. Después, si quieres, puedes regresar a la puta casa de dónde te saque a continuar la miserable vida de llevabas antes de conocerme.

Marta no dijo nada, pero cada vez estaba más excitada. La certeza que lo que iba a suceder la mantearía al borde del orgasmo. El amo la colocó en los pezones unas pinzas dentadas con campanitas lastradas y otros iguales en los labios vaginales. Solo con el roce de los dedos al colocarla las campanas y el punzante dolor de las pinzas al clavarse en la carne casi se corre. Después la puso unas muñequeras de cuero y las unió por detrás de la espalda. A continuación, abrazó su cuello con una correa de perro y tirando de la cadena la sacó de la habitación. La paseó por toda la casa con el tintineo constante de las campanitas. Incluso salieron al porche. Tenía que andar con las piernas un poco separadas y el movimiento de las pesadas campanas hacia que los labios del chocho se abrieran y cerraran, mientras que los pezones, tensos hacia abajo se balanceaban también dolorosamente, y de pronto, cuándo regresaron al interior, Marta se paró, se contrajo y tuvo un orgasmo que la hizo gimotear mientras sus fluidos la resbalaban por la entrepierna.

—¿Por qué te has corrido sin mi permiso? —la espetó después de darla una bofetada que casi la hizo perder el equilibrio.

—Lo siento amo, —balbuceó.

Paco tiró fuerte de la cadena para hacerla andar, pasaron a la cocina y bajaron hacia el sótano. Una vez abajo, la quito la cadena y cogiendo una fusta empezó a golpearla sin importarle dónde caía el golpe. Marta intentaba zafarse sobre sus sandalias de doce centímetros, pero los golpes seguían cayendo. Después de un rato, para evitar que se rompiera un tobillo, dejó de golpearla y la quito los zapatos. Marta lloraba a lágrima viva y el rímel manchaba de negro sus mejillas. La puso unas tobilleras, las unió y reanudo los golpes con la fusta mientras Marta se retorcía por el suelo. Estuvo mucho tiempo golpeándola. Paco se encabezonó en que le pidiera que parara, pero Marta no lo hizo. Chillaba, berreaba de dolor, pero jamás le pidió que parara. Era una prueba necesaria a la vista de lo que tenía planeado. Cuándo se cansó de pegarla, y totalmente bañado en sudor, Paco dejó el castigo y la dejó descansar unos minutos mientras gimoteaba en el suelo. Para entonces, su piel estaba totalmente marcada de cientos de líneas rojas de las que en ocasiones brotaba algo de sangre.

—Ven zorra, antes de seguir me tienes que descargar los huevos, —dijo Paco agarrándola por el pelo y llevándola a rastras hasta una butaca juntó a la cama—. Y muy despacio.

Se sentó, la coloco de rodillas entre las piernas y empezó a darla bofetadas. Cuando empezó a dolerle la mano y un poco de sangré afloró por la nariz de Marta, dejo de hacerlo y la metió la polla en la boca. Dejo que se la chupara lentamente como la había ordenado mientras se arrellanaba en el sillón. Tardo poco en correrse: las bofetadas le habían excitado mucho. La tuvo un rato todavía chupando la polla mientras con la fusta la golpeaba el trasero, los brazos y la espalda.

Cuando se cansó, se levantó, la hizo levantarse y sin previo aviso la dio un puñetazo en el estómago que la hizo doblarse y levantar los pies del suelo casi medio metro, para caer como un fardo. Mientras tosía y se retorcía de dolor, la agarró por las tobilleras y la arrastró hasta una especie de pequeña mesa de tortura de barrotes en forma curva. La colocó bocarriba y sujeto manos y pies a los lados con correas. Marta quedó dolorosamente expuesta con el vientre sobresaliendo hacia arriba y el clítoris se veía a simple vista de tan abultado y congestionado que lo tenía. La ajustó una correa en la cintura pasándolo por los barrotes de abajo para que no se pudiera mover ni un centímetro. Paco la paso la mano por el vientre arrancando muestras de dolor por el puñetazo. Después, fue bajando la mano hasta el clítoris agarrándolo con dos dedos y retorciéndolo. La respuesta de Marta fue inmediata: cómo si hubieran accionado un interruptor, se corrió mientras su cuerpo se contraía marcando sus abdominales.

—Ya veo que no haces caso y te corres sin permiso, —Marta no contestó, sólo volvió la cabeza. Empezó a golpearla el chocho con el látigo que empezó a congestionarse aún más. Los golpes la producían placer y dolor, pero en especial los que recibía en el clítoris. A pesar de que chillaba y berreaba cómo una cerda, tuvo un par de orgasmos ante el asombro de Paco que no lo esperaba. La puso un capuchón de látex que la tapaba los ojos y se abrochaba por debajo de la barbilla dejando la boca y la nariz al descubierto. Marta quedó cegada. No vio como Paco cogía una picaba eléctrica con dos electrodos, pero si notó que la ponía algo en el chocho. A continuación, recibió una descarga que la hizo chillar con todas sus fuerzas.

Estuvo recorriendo el cuerpo de Marta dando descargas con la picana. Donde más se cebó fue en las tetas y en el chocho, totalmente inflamado. Marta no paraba de chillar y llorar. Forcejeaba inútilmente con las correas, pero era misión posible. Paco estaba terriblemente excitado y su enorme polla de disparaba hacia adelante ante la visión del cuerpo convulso, sudoroso e inmovilizado de su esclava. La giró la cabeza e introdujo la polla en la boca y a los pocos segundos se corrió nuevamente llenándola la boca de esperma. Se inclinó hacia un lado y cogió con un par de dedos el hinchado clítoris de Marta, retorciéndolo. Nuevamente llegó al orgasmo a pesar de los gritos de dolor, y su amo, cómo respuesta, cogió un látigo de colas y se puso a golpear su dorso desde los genitales a las tetas al tiempo que la metía un vibrador por el culo. Por supuesto se volvió a correr otra vez. La forzaba orgasmos, pero al mismo tiempo la “castigaba” por tenerlos. Era un contrasentido fruto del despotismo de que Paco estaba haciendo gala. Una idea se instaló en su mente: hacerla sufrir e intentar que no se corriera.

La quito las correas y dejo que su cuerpo resbalara hasta el suelo. La pudo a cuatro patas y arrodillándose detrás la penetro con violencia por el culo. Esta vez estuvo más tiempo follándola mientras con la mano la azotaba el trasero, surcado por cientos de líneas rojas. Cuando se fue a correr, salió de ella, la giró y se corrió en su cara.

Marta quedó en el suelo con la respiración agitada y un ligero temblor que recorría su cuerpo. Paco movió el cabestrante hasta que llegó a la vertical de su leal víctima. Cambio las tobilleras por unas especiales para colgar y la separó las piernas con una barra de acero sujetándolas a las argollas de los extremos. Después, enganchó el gancho del cable a la argolla central de barra y empezó a elevarla. Cuando quedó en el aire, con el vientre hundido y la caja torácica marcando las costillas con cientos de líneas rojas que la cruzaban en todas direcciones, Paco la miró extasiado y se dio cuenta de lo mucho que le atraía Marta. Incluso le parecía imposible no haberla tenido con él desde hace años, y no sólo en el último par de meses.

Sujetó las muñequeras al collar por detrás de la nuca, y cogiendo un látigo de puntas en cada mano empezó a azotarla alternativamente con los dos y a mucha velocidad. Llegó un momento en que Marta ya ni se quejaba, hasta que empezó a azotarla el chocho directamente: volvió a chillar, pero jamás dijo "basta". Cuando se cansó, la metió un dispositivo ohmibob y con imperdibles cosió los labios vaginales, que por la enorme congestión de los golpes comenzaron a sangrar al ser perforados. El clítoris emergía de los pliegues vaginales cómo una esfinge. Los chillidos de Marta cada vez eran menos audibles porque se estaba quedando ronca. Conectó el ohmibob con el mando a distancia a máxima potencia y automáticamente su cuerpo se arqueó y a los pocos segundos tuvo otro orgasmo. Paco sintió el irrefrenable deseo de meterla la polla en la boca y así lo hizo aunque era consciente de que era casi imposible de que se pudiera correr otra vez. Pero primero la colocó una mordaza de aro que la obligo a mantener la boca dolorosamente abierta. Conectó otra vez el ohmibob y la metió la polla a través del aro. Con una aguja estuvo pinchando toda la zona vaginal y el trasero y la sangre resbalaba por el cuerpo de Marta: parecía enteramente que la había apuñalado. Incluso Paco se asustó un poco ante el temor de que se le hubiera ido la mano. Se separó de ella y subió por las escaleras al piso de arriba, y un par de minutos después regreso con una botellita de plástico blanco: alcohol. Se mojó las manos para desinfectarse y empezó a echar un chorro en los genitales de Marta que automáticamente comenzó a berrear mientras su cuerpo se contorsionaba. Comprobó que la hemorragia era fruto de los grandes hematomas que se había formado en sus genitales por el castigo recibido. Siguió desinfectándola aplicando el alcohol por todo el resto del cuerpo hasta que Marta dejó de moverse: se había desvanecido.

Acciono el cabestrante y la bajo al suelo dónde quedó tirada. La cogió en brazos y se sentó en el sillón con ella en el regazo. La quitó la mordaza y la dio palmaditas en la cara hasta que reacciono y abrió los ojos. Sus miradas se encontraron y decidió darla un poco de descanso. La hizo ingerir un par de comprimidos de ibuprofeno y mientras la hacía beber líquido en pequeños sorbos la morreaba y la pasaba la mano por el dorso a pesar de que sabía que la causaba dolor.

Por el momento estaba satisfecho.

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