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Nunca decidí cual de las dos estaba peor

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No se què me impulsa a poner por escrito una de las experiencias màs estrafalarias que me han sucedido en los años que llevo dedicacados a la pràctica de la medicina. Puede que simplemente el deseo de reflejarlo por escrito antes de que el paso de los años borre los detalles, o tal vez porque el escribir sobre una experiencia sirve para reflexionar sobre ella, y ayudarnos a extraer alguna conclusión. Y sinceramente, la pregunta banal de cual de aquellas dos mujeres estaba mas desequilibrada a ido cobrando mayor importancia para mi en los ùltimos tiempos. Y aun no se que contestar al respecto.

Mi nombre es Raul del Pozo, y en aquel entonces era un sobreexplotado mèdico novato al que endosaban las guardias que los veteranos del servicio preferían dejar a los panolis a los que como yo no les quedaba màs remedio que aceptar servicios de 24 horas en sàbados, festivos o periodos de puente. Precisamente esos eran los días en que había mayor movimiento de pacientes en el servicio de urgencias y màs necesaria era la experiencia de los Dinosaurios, que contaban con contrato fijo y demàs lujos a los que yo no podìa ni aspirar. La vida de un mèdico joven se parece muy poco a la vida de comodidades que muchos asocian a la profe-

siòn. Asi que ahí estaba yo una noche de perros en una noche de lunes, siendo el dia siguiente un martes festivo. Al menos el frìo y la lluvia disuadìan a los hipocondriacos de abandonar la comodidad de sus casas, decidiendo de modo unànime que sus males podìan esperar a que escampase antes de salir de casa. Y los habituales borrachos, accidentados de tràfico y demàs ya se habìan jugado el tipo durante el fin de semana, como era lo habitual. Una muy tranquila noche, que me venìa de perillas para ponerme al dìa en la lectura de una pila de revistas mèdicas y rellenar informes atrasados. Tenìa que haberme hecho vendedor de coches usados, como mi hermano. El hospital estaba en calma, y por ahorrar la plantilla era la mínima, asi que cuando una enfermera vino a paso ràpido por el pasillo hacia la sala de mèdicos, ya sabìa que algo pasaba, y estaba cerrando la revista antes de que entrase.

No es que me hiciese demasiadas ilusiones, pero reconocì con alegria a la dueña de esos pasos apresurados pero a la vez elegantes. Sarah, una chica de mi edad ( y soltera ademàs ), que lucia la màs preciosa cabellera pelirroja que uno pueda imaginarse, larga hasta media espalda y rizada de modo intrincado. No una de esas pelirrojas pàlidas de piel de leche, sino que tenìa un tono de piel ligeramente tostado, que contrastaba a la perfecciòn con su cabello. Màs bien bajita, no tenía una silueta explosiva digna de revista porno, sino màs bien un encanto que venìa de su gracia al moverse, de como ejecutaba sus tareas, de como siempre parecìa disponer de una sonrisa para quien la necesitase. La adoraba. Y jamàs le habia dicho nada, por supuesto. Apenas tenìa nada en la cuenta de ahorro, a mis 28 años ya lucìa yo algo de tripilla, no era lo que podrìa llamarse guapo sino màs bien "vulgar". No me hubiese atrevido a soltarle un piropo ni aunque mi vida hubiese dependido de ello. Y ademàs habìa oido por ahì que debìa tener un novio trabajando en los Estados Unidos, y que era de las que esperan a su hombre, pase lo que pase. Por supuesto, esos rumores hacìan que yo aun la apreciase màs. Pero mis esperanzas de llegar a algo con ella algun dia eran nulas. Siempre he sido demasiado, digamos, realista, para permitirme soñar despierto. Pero me encanto que fuese ella la que abriese la puerta de la salita, para con voz suave llamar mi atenciòn.

- Dr del Pozo, por favor, ¿podrìa audir al box numero dos?. Ha llegado lo que parece ser un caso... del tipo dos veintitres

Yo la hubiese seguido hasta las mismisimas puertas del infierno. De todos modos la mención a nuestro còdigo de clasificaciòn de casos en Urgencias hizo que me sonrojase un poco al pasar a su lado. Se referìa a un paciente que habìa ingresado debido a un problema mèdico relacionado con la pràctica de una sesiòn de sexo que habìa ido màs alla de lo deseable. A veces podìan verse casos que quitaban las ganas de comer, sobre todo si habìa drogas de por medio. No me atrevì a preguntar a mi Sarah por detalles del parte del ingreso, parecera ridiculo pero me daba un apuro terrible preguntarle sobre esas cosas.

Ante la puerta del box de urgencias me encontre a una mujer joven, de unos veinticinco años, delgada y muy bien arreglada. Estatura media, pelo negro corti con un flequillo juvenil, ropa de Gucci y Dolce&Gavanna, esperando de pie. Me pidiò permiso para pasar, con una frialdad que me sorprendiò. Yo le dije apresuradamente que la tendriamos al tanto de lo que fuese conveniente, pero que la intimidad del paciente y el funcionamiento del servicio hacìa deseable que esperase en la sala de espera. Eso pareció contrariarla mucho, pero yo estaba allì por el paciente, no por ella. Y si habìa habido algùn abuso, a la vìctima le costaba mucho confesarlo ante testigos. En ese momento no me pareciò posible creer que esa delgada muchacha fuese la agresora.

Acostada en una camilla, vestida ya con una bata de examen de color azul oscuro, se encontraba una mujer de unos 45 años, no era lo que esperaba encontrar. No parecìa la madre de la joven, pense que serìan vecinas o asì. No es la primera vez que una vecina trae a rastras a la vìctima de una sesiòn de malos tratos conyugales. Se trataba de una mujer algo rellenita, aunque no gorda como tal. Pelo rubio teñido, ojos preocupados y gesto de dolor y preocupaciòn. Se encontraba de costado, y debajo de la bata se adivinaban unas formas curvilineas bastante rotundas. Una de esas mujeres maduras que, sin ser espectaculares, podìan atraer màs de un par de miradas, y obsesionar a algùn adolescente del barrio. A mi me pasò... ejem, cosas de juventud. Procure adoptar mi tono màs amable, màs aun teniendo en cuenta que Sarah me acompañarìa durante el preceso del examen.

- Buenas noches, lamento que tengamos que conocernos en estas circunstancias, pero ya que esta usted aquì le daremos el mejor trato del mundo-. Le sonreì de modo franco y abierto. No serè guapo, pero dicen que cuando sonrio transmito confianza y aspecto de chico inocente y lleno de buena voluntad. Yo opino que esa sonrisa me hace parecer un poco bobo, pero era lo adecuado para la situaciòn. - La enfermera y yo estamos aquì para ayudarla en todo lo posible, no solo a nivel fìsico sino en todo lo que necesite. Puede hablarnos con franqueza, el secreto mèdico es como el sacerdotal, y necesitamos saber lo que le ocurre. Y por cierto, me llamo Raul, y esta preparada enfermera se llama Sarah-. Me sentè a su lado, para no hablarle desde tan alto, en una posiciòn de superioridad que muchas veces molesta.

-Doctor, necesito que entre Carmen, ¿porque no esta aquì?. Quiero que este a mi lado mientras... me examina-. Parecìa verdaderamente necesitada de ella, aterrada de que no estuviese allì. Bueno, pense, yo , si la tranquilizaba... Mire la ficha de su expediente. - Pues como usted desee... Marta. Ahora mismo le decimos que pase. ¿ Es acaso familiar suyo?.

-No, se trata de... vera es mi... amante-. Esa fue la primera sorpresa de la noche. Pero no la ùltima. En algunas cosas estoy algo chapado a la antigua, pero es el siglo XXI. No deje que mi sorpresa se mostrase demasiado, y acercandome a la puerta llamè a la tal Carmen. Ella estaba esperando a dos metros de la puerta, como si supiese perfectamente que la iba a llamar. Esa sangre frìa que mostraba me resultaba desagradable. Muy desagradable. Pasó a mi lado, dedicando una sonrisa a su compañera, que hizo que esta se derritiese del gusto y olvidase todos sus dolores. Una mujer enamorada y a su lado alguien frio que se apreovecha de ese amor... lo habìa visto ya demasiadas veces, pero no entre dos mujeres que podrìan ser madre e hija por edad. Las parejas de lesbianas son de lo màs responsable y cariñoso, casi nunca pasaban por aquì, no como los alocados homosexuales que se llenaban de droga, y buscan rollo en cualquier antro de mala muerte. También los hay serios y cariñosos... pero a esos no tengo que recomponerles la cara, rajada con un vaso roto en un ataque de celos furiosos causados por la metaanfetamina.

La tal Carmen se sento tranquilamente en una silla en un rincòn, dejandonos trabajar pero sin perder detalle. Le hizo una señal tranquilizadora a su amiga, del estilo "tranquila que aqui estoy yo". Pero su frialdad me sorprendìa. Ni preocupaciòn, ni verguenza. Quise correr un biombo entre ella y mi paciente, pero Marta se negò, con los ojos llorosos ante la posibilidad de verse separada de su amante ni siquiera por un biombo. Decidì que iba a ser de los màs profesional.. y distante.

- Muy bien, Marta, como usted se sienta màs còmoda. Si la presencia de su amiga la ayuda, puede quedarse. Usted dirà que la trae aquì exactamente.

-Verà doctor...- la verguenza le llenaba la cara, estaba poniendose tremendamente roja. -He tenido que venir porque creo que me he lastimado mi culo de guarra al meterme un bote grande de desodorante por èl.

Yo me quede sorprendido... al igual que Sarah. -Pero no hable usted así, como puede rebajarse de esa manera...

-No me rebajo doctor, eso es lo que soy, una guarra, una cerda que nunca encuentra suficientemente grande el objeto que tiene metido en el culo. Esta noche me he metido tan fuerte un bote de desodorante familiar por el ojete que creo que me he reventado el culo. He sangrado, y lo tengo en un estado lamentable. Pero ni aun así estoy saciada.

Mientras hablaba yo revisaba con manos temblorosas el analisis de sangre que le habìan hecho nada màs entrar.. negativo a drogas y alcohol, sin antecedentes psiquiatricos al menos en la red sanitaria pública. Me dì cuenta de que estaba ante la clàsica relaciòn Ama- Sumisa, y que esta pobre mujer habìa caido en manos de una mente astuta y retorcida que la usaba para su placer. Esas cosas no las aguanto. Me dirigì hacia Carmen, que nos miraba con una leve sonrisa en la boca. Le chillè de modo nada considerado.

-¡¡Salga usted inmediatamente de aquí!!. Su presencia perturba a la paciente y ademàs a mì. Ya me he encontrado a gente como usted anteriormente. ¡¡Fuera o llamo a seguridad!!.

La respuesta no fue la que imaginaba, y ademàs por partida doble. Carmen, si en verdad se llamaba asì, se limito a mirarme sin moverse, y a explicarme amablemente que si tras haber sido admitida ahora la expulsaba, era por una clara discriminaciòn por el hecho de ser lesbianas, y que si era marginada por su condición me denunciarìa ante la Dirección, la Prensa y las autoridades. Era educada, glacial, y claramente vengativa. En estos tiempos de corrección política hasta el estrangulamiento, si la Direcciòn tenìa que escoger entre afrontar a esa mujer hablando ante medio ciento de periodistas avidos de noticias escandalosas o ponerme en la calle, iba a vender coches usados con mi hermano en muy pocos dìas. Me gusta pensar que la habrìa echado de todos modos. Fue su amante quien me lo impidiò.

Marta expliucò llorosa que a menos que pudiese expresarse libremente y estar en presencia de Carmen, se irìa del hospital, que sabìa no podìa obligarla a quedarse. Pero le daba mucho miedo el riesgo de una infecciòn severa en el ano, o una hemorragia incontrolable. Por eso habìa venido. Pero estaba dispuesta a irse. Y decìa la verdad, un abuso severo como el de... Dios mio... introducirse un bote familiar de desodorante por el ano, podìa costarle perder la ùltima parte del intestino grueso ante una infección, incontinencia de por vida o cosas aun peores. Ya me habìa dado cuenta de que todo era un juego malvado y en extremo sádico de la tal Carmen, pero ante todo mi obligación estaba en ayudar a esa pobre mujer. Y me prometì a mi mismo que, como tuviese ocasiòn, la ingresaba en psiquiatria para alejarla de su torturadora.

No me hizo falta comunicarme con palabras con Sarah, podìa ser incapaz de decirle lo que la apreciaba, pero en Urgencias nos entendiamos a la perfecciòn. El paciente lo primero, aunque esa perra morena nos hiciese tragar quina. Y no podìa desear alguien màs equilibrado que ella a mi lado.

-Muy bien Marta, su amiga puede quedarse. Le ruego me disculpe si la he molestado. Por favor, coloquese con las rodillas y las manos apoyadas en la camilla, para que pueda examinarla.

Asì lo hizo, dando muestras de dolor e incomodidad mientras lo hacìa. A mis espaldas escuchè la voz de Carmen, que con un tono socarròn decìa que habia traido ese objeto, por si podìa servirnos para valorar su estado. Si hubiese sabido que su amiga hacìa esas cosas no se lo hubiese permitido, por supuesto. Todo mentira, mentiras descaradas, que dejaban a su sumisa a la altura de la mierda. Mientras me colocaba unos guantes de examen, giré la cabeza, y lo que vì me dejò helado.

Esa cosa media 40 o 45 cts de largo, y era grueso como un puño de mujer. No podìa creer que ni una parte de ese monstruo hubiese entrado en un ano humano. Lo sostenìa como si fuese un trofeo, didiendole con los ojos a su sumisa lo orgullosa que estaba de como la habìa obedecido. La pobre mujer estaba encantada, como un perrito al que le acarician el lomo. Solo tenìa ojos para ella..

Concentrè mi atenciòn en el area afectada. Tenìa verdaderamente mal aspecto, rojo e irritado. Al menos el intestino no se habìa salido al retirar esa bestialidad, y habìa restos de lo abundante lubricante sexual. Tenìa una compresa para contener la hemorragia, sujetada por las bragas. La enfermera retiró ambas, con mano temblorosa. Apliquè un spray anestèsico en la zona afectada, mientras Marta repetía una y otra vez que era una guarra incapaz de controlarse, que se metìa de todo por el coño u por el culo, desde zanahorias y calabacines a botellas y la pata de sillas. Yo estaba asqueado, pero era el juego de su Señora. Me limitè a decirle que no se preocupara, mientras la examinaba. Habìa temido algo peor. Sin lugar a dudas esta mujer tenìa una larga experiencia en dilatarse analmente e introducirse objetos. Habìa un par de desgarros menores, que con la aplicaciòn de antibioticos y coagulantes locales sanarìan en unos dias. La sangre es muy escandalosa. Sin lugar a dudas debìa haber sido dolorosìsimo. Cuando comenzò a explicarme que habìa pasado HORAS con ese objeto en su interior, moviendolo para darse placer, mintiendo del modo mas obvio mientras miraba a su amada, yo le puse un dedo en los labios.

-No siga, se lo ruego. No tiene nada que unos medicamentos y unos dias de reposo no puedan curar. Pero no puedo seguir escuchandola, o tendra que atenderla otro mèdico. No se porque se hace esto, o permite que se lo hagan. Pero sepa usted que si necesita ayuda siempre estaremos aquì, no solo como mèdicos, sino como amigos. Pero no se degrade así.

Tan efectivas fueron mis palabras, o el tono de horror y compasión que desprendìan, que se hizo el silencio. Comencé a indicar a ambas como debìa lavarse la zona afectada, hacer dieta blanda durante tres dìas, como aplicarse un gel en la zona... cuando Carmen hizo su segundo movimiento. Lo que me sacò de mis casillas. Se levantò y se acercò a su juguete de carne, acariciandole el cabello.

-Has aguantado muy bien, querida, espero que no sigas siendo asi de...implsiva... y que no tengamos que volver cuando este simpatico doctor este de guardia, si sigues adelante con yu idea de meterte esa botella de refresco de 2 litros en el chumino. Aunque algo me da que no serè capaz de sacarte esa idea de la cabeza.

No se que me impulsò a actuar. Si esa actitud de suficiencia, la seguridad de que la forzarìa a hacerlo, el rostro de miedo de la pobre mujer, o los cardenales antiguos que habìa visto en sus nalgas y espalda mientras la examinaba. Las marcas de anillado en los labios vaginales y en el la zona clitoriana. No lo se. Lo que si se es que, como si tuviese voluntad propia, mi brazo trazò un arco y golpeè con saña a esa sàdica hija de puta en la cara, con un tortazo que la hizo volar y topar contra la pared del fondo. Acerque mi rostro al de Marta, intentando desesperadamente convencerla.

-Por Cristo, mire lo que le esta haciendo, la va a lastimar de por vida. Hoy a tenido suerte, mañana puede que no, Y cuando se aburra de usted la dejará tirada y buscara otra mujer solitaria de mediana edad a la que martirizar. Cuando su vida y su cuerpo ya esten rotos sin remedio. Dejeme meterla enun programa de mujeres maltratadas. O incluso someterla a una revisiòn en el ala de psiaquiatrìa, pero no vuelva con esa mujer.

Creo que mis palabras hubiesen podido convencerla, de no ser porque esa arpìa fue muy ràpida en recuperarse. Se levantò, aferrandose a la pared. Con la mejilla roja e hinchandose. No podrìa haberla golpeado en un lugar que se viese màs, no señor. Y comenzò a hablar, y sus palabras destilaban veneno. Tal vez deberìa haberla hecho callar de otro golpe, pero tenìa algo de hipnòtico, como una Cobra lista para atacar.

-Asi que te gusta pegar, ¿eh medicucho?. Tanto como meterte en las vidas de los demàs. Pero esta me las pagas. Si señor, verè como te despiden por esto... tantos años de carrera para nada, pegando a una mujer, en un arrebato machista contra una lesbiana...-.Sarah intentò decir algo, pero se le atascaron las palabras. Marta miraba sin decir palabra, prendado de su torturadora. Puedo decir muchas cosas malas de esa sàdica de la que estaba enamorada, pero era astuta e inteligente. Viò su oportunidad de inflinguir humillaciòn y obtener placer. Se dirigiò a mi adorada Sarah

-Pero bien pensado, tu puedes evitarle ese triste destino. Si me enseñas las tetas y me contestas a cinco preguntas con la verdad, fingirè que aquì no ha pasado nada. Si me mientes solo en una de las respuestas, te denuncio tambièn a ti, Tu decide si juegas-. Al ver en acción a su Señora, la excitación volviò a la sumisa Marta. Ya habìa pasado mi oportunidad. Yo no puedo recordar bien lo que sentìa o pensaba. Habìa amenazado a mi adorada Sarah. Creo que di un paso hacia ella para destrozarla con mis manos, pasase lo que pasase despues. Fue el toque de la mano de Sarah sobre la mìa lo que me detuvo, tan sereno y dulce como el resto de ella. Se solocò ante mi, recordandome cuanto habìa trabajado, sufrido y luchado para llegar a ser mèdico. Nadie iba a tocarla, solo enseñar una parte de su cuerpo de la que no se avergonzaba, y despues unas palabras. Era mejor asì. Y yo sabìa que su familia necesitaba el dinero que ganaba en el hospital, y que el escandalo la iba a salpicar. Todo por mi culpa, por mi caracter impulsivo, y querer ir de caballero andante. Pese a tener dos años menos que yo, era mas sabia y conocìa mucho mejor la burocracia y el sistema en el que nos movìamos. Sus ojos verdes me miraron, y quede paralizado.

Sarah se giró hacia ese monstruo sàdico, al que creo que mi golpe solo habìa excitado. Comenzò a desabrocharse la bata, que dejò sobre una silla. Yo comencè a mirar al suelo, sintiendome el cerdo màs grande del mundo al desearla cada vez màs mientras escuchaba el sonido de sus ropas al caer. Marta no era tan modosa, y la miraba a la vez que a su Ama. Se soltò los botones de la blusa. Abriò el cierre del sujetador. Yo apretè los ojos con fuerza, odiandome al sentir como la sangre bajaba a mis genitales al oir el sonido del cierre. Con solo abrir los ojos y alzar la mirada podrìa ver esos pechos que tantas veces habìa deseado ver... ese cuerpo con cuya imagen idealizada me habìa masturbado en noches solitarias. Antes de abrir los ojos me los arrancaria.

- Estupendas tetas, perra, no son muy grandes, pero son adorablemente firmes. Creo que tendrìa que haberte exigido que me dejases chupartelas, pero un trato es un trato. Y yo cumplo mis tratos. Asi que ahì va mi primera pregunta... mirame a los ojos. Soy una experta en distinguir la mentira, asi que ni lo intentes. Dime... ¿ Tu primera paja?

Tenìa 13 años. Habìa estado en el recreo mirando una revista de tipo juvenil con unas amigas, en la que aparecia Don Johnson, Entonces era mi idolo, en la serie de "Corrupción en Miami". Sentì algo humedo en las bragas mientras miraba sus fotos. Le pedí prestada esa revista a mi amiga... y sola en casa explorè esa humedad, jugué conmigo misma hasta hacerme gozar.

-Mmmmm....muy bien... ahora dime.... ¿alguna vez te han dado por el culo, y que sentiste?

Lo intente una vez, con un noviete mientras estaba en la universidad. Insistiò tanto que al final me dejè. Pero no funcionó. queria ir a lo loco, y no podìa metermela. Asi que me fuí y no volvì con èl . No me relaciono con personas a las que no les importa hacerme daño

-Eso por ahora... ¿ Te has hecho pajas pensando en mujeres ?. Hablame de ello.

Lo he hecho, no me importa reconocerlo. El cuerpo femenino es fascinante, no creo que haya muchas mujeres que no se hayan masturbado pensando en una amiga o en una fotografia artìstica, no soez. Me he masturbado pensando en mi compañera de pupitre en preuniversitario, con imagenes de artistas de cine como Andie Mcdowell o Catherinhe Z Jones. No hay nada vergonzoso en ello

Le sostenìa la mirada de un modo impresionante. No me hacìa falta mirarla para imaginarla, con el busto desnudo, pero desafiante como un caballero medieval lanzando un reto. Y me estaba salvando del mismo modo que antaño un paladìn salvaba a la Dama en apuros. En este caso yo era la Dama en apuros. Temblaba de pura rabia, de lo que estaba pasando por mi.

- Lo que no quieres reconocer es que en el fondo eres una bollera como yo, que esto te excita, que estas pensando en lo bien que podriamos pasarlo juntas.¿ No?

Te equivocas, maldita transtornada. No me irìa contigo ni por todo el dinero del mundo.Y si vuelves por aquí te saco los ojos. Te lo juro por lo mas Santìsimo.

Yo Podìa notar la decepciòn que se abrìa camino desde el interior de esa ambiciosa mujer. Habia tentado a Sarah.. y habìa fallado. Ahora solo le quedaba una pregunta, e intentaria causar el mayor daño posible, solo por el placer del mal.

- Y dime... ¿eres consciente de lo cachondo que estas poniendo al buen doctor ahi plantada con las tetitas al aire?.

No me hace falta mirarle para saber que no ha abierto los ojos en ningùn momento. Porque el es una buena persona a la que aprecio, algo que con tu escala de valores no puedes entender. Y soy muy consciente de que el saber que estoy desnuda de torso para arriba a un metro de él ha debido activar su sistema hormonal... no seria un varòn si no lo hubiese hecho. Pero al contrario que vosotras dos, èl no tiene nada de lo que avergonzarse. Y con esto se han acabado tus preguntas.

Escuche como se vestìa de nuevo, mientras la sumisa Marta bajaba de la camilla de esploración y comenzaba a vestirse trabajosamente. Al lado de Sarah parecìa una mujer fofa, vieja y carente de atractivo. Mi Sarah irradiaba luz, como una campeona. Lo que era. El rostro de Carmen estaba marcado por la derrota, no había humillado a nadie màs que a sì misma. Sarah fue quien dijo la última palabra.

-Teneis cinco minutos para abandonar MI hospital, u os saco a patadas. No se cual de las dos me da màs asco, a ojos de un hombre puede parecer que tu eres sádica cabrona con una vìctima, pero yo soy una mujer y se que las dos estais para que os encierren. Espero que sea pronto.

Me tomó de la mano, y salimos al pasillo, tiró de mì hacia la salita de mèdicos. Nunca volvimos a saber de esas dos. Al llegar a la intimidad de la salita, Sarah rompiò a llorar y se apoyò contra mi pecho. Podìa parecer una roca vista desde fuera, pero lo habìa dado todo para quitarle el placer a esa arpìa de salir victoriosa. Yo la consolè mientras pude, incapaz de decirle nada, temeroso de que me interpretase mal si la apretaba contra mi, o acariciase su cabellera. Paso un largo rato, y yo me embriagué con el aroma de su suavizante, de la colonia que usaba con un leve aroma de jazmin. Al final, esa mano que antes habìa golpeado, ahora rozò la parte de la nuca de mi adorada Sarah. No hubo rechazo, y la apretè un poco màs contra mi. Y entonces pronunciò las palabras que nunca soñè que diria.

-No quiero volver sola a casa, no despues de algo así. Salimos de turno en 30 minutos... ven conmigo.

A veces las malas acciones de los demàs tienen consecuencias inesperadas. Como descubrí en las horas que siguieron. Y en los dìas, y en las semanas...

(9,50)