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Pelirroja caliente, peca-dora en sexo anal

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En el curso de la vida se van ganando amigos, algunos siguen acompañándonos en el devenir de nuestra vida, otros van quedando a los costados. Con algunos tenemos una reciprocidad de actitudes y lealtades que nos lleva a intimar en el sentido sano de la amistad, bien supremo en la difícil tarea de vivir. Tengo una entrañable amiga, Nilda, “amiga de fierro”, que cumplió lo prometido el día anterior. Entró y dijo:

- Jefecito, tengo a la pelirroja!

- Tráela ya, -sabes que soy impaciente

- No podrá ser hasta mañana, pero prepárate, te la traigo envuelta como para regalo.

Al día siguiente llegó Linda, nombre que hacía honor a sus formas, y se presenta:

- Hola señor jefe!, soy Linda, me envió Nilda, dije que le entregue este sobre.

- A ver?, siéntate.

Decía: “para el Jefe con cariño, este bomboncito pelirrojo es para vos, según tengo entendido tiene poco uso. Que lo disfrutes!” Leía, disimulando la emoción, cruzada de piernas era más apetitosa, pero que piernas! De solo pensar que en momento podría estar trepando por ella para descubrir el matorral pelirrojo de su vello, hmmmm, se me para de solo imaginarlo.

- Me acompañas y tomamos un…?

- Vamos “jefecito”, lo sigo, tomamos lo que quiera... que tome… -gesto seductor y erótico.

Le entregué la llave de un apartamento que alquilamos con Nilda, solo para esos encuentros pecadores, cada quien lo usa con sus “asuntos” hasta ahora nunca usamos juntos la cama.

- La señora Nilda, dijo que puedo tomarme toda la tarde libre, no tengo apuro.

- Mejor, todo para nosotros.

Nos conocíamos solo de vernos durante el horario laboral, no era ajena a sentir la mirada de los hombres deseando llegar para averiguar si tiene los pendejos rojizos. Simpatizamos de inmediato, al segundo sorbo de Old Par, luego del “chin chin” nos estábamos abrazando a todo dar, sentía el camino expedito, libertad para tocar y palpar, besar y descubrir.

- Preciosa, estás muy buena!

- Lo sé, desde que me entrevistaste para el empleo te “ratoneas” (excitas) con migo, me siento halagada como mujer. Sé bien que buscas descubrir si debajo soy también rojiza.

No te voy a demorar e suspenso, mira…

Desatendí la invitación, quería hacerlo lento, desearla más, calentarme aún más, como si fuera posible. Miré sus pechos, para comérselos. Abrió la camisa, mostró la opulencia de las tetotas tremenda, salpicada de pecas, liberó del corpiño, sostuvo en sus manos, los pezones era un desafío a resistencia. – Para vos, jefecito!!!

Describir el momento amerita un relato completo, describir la sensación de sumergir la cara entre esos pechos era entrar en un abismo de placer y tratar de no morir en el intento. Se abrió la camisa y exhibió las opulentas carnes salpicadas de tentadoras pecas: - Todo para vos, papi!!!

- Hmmm… sí quieroooo

- Curiosidad por saber si…?

- Me leíste el pensamiento.

- Simple, son curiosos, tienen ese fetiche de la tentación del color rojizo.

- Todos pueden comprobarlo?

- No todos, tu sí…

La tanga no tiene la prolijidad de contenerlos, indiscretos vellos pelirrojos anticipan la revelación. Se la quita haciendo todo el juego erótico, sabe hacerse desear, vellos rojizos enmarcan la raja.

Tomar perspectiva, poder admirar el papo abultado, felpa rojiza, algo más oscura que el cabello.

Admirar esa exótica figura cargada de sexo y lujuria.

- Epa! Te gusta la “colo”. Vas a quedar así por mucho tiempo…

Como un rayo quedé en pelotas, con el miembro erguido, apuntándole a su vientre.

- Lo quiero tocar.

Bajó su mano, palpó la consistencia, sobre todo aprecia el grosor latiendo deseo, con intención de usarlo de mamadera.

- Qué choto salvaje.

Mama de manera atolondrada, salvaje, haciéndome gemir de placer. Despejo la cabellera que impide ver como entro en el fuego de su boca, es espectáculo supera todo lo conocido, sentí que podía eyacular en cualquier momento, necesité sacársela casi por la fuerza.

- ¡Déjame besarte, por favor!

La tomé de la cintura, coloqué en el sofá, comí su boca, la hice respirar dentro de la mía, sentía derretirme en ese beso tan obsceno como ardiente. El próximo, fue comerme su boca vertical, desbrozar la entrada para ahogarme en el mar salado que asoma en la vulva.

Elevé sus piernas para dejar expedito el acceso, coloqué el ariete de carne entre los labios de la conchita, pero la palma de su mano contiene el avance.

- Papito, primero el condón, no quiero embarazarme.

- Por favor, sin, necesito sentirte. Cuando esté por venirme me lo pongo.

- Bueno, vamos que no me aguanto, quiero tragarme esa cosota.

Entre sus piernas, entré suave pero con intensidad, tan lubricada se deslizó hasta el fondo. Moviéndome despacio, sentir la fricción, trasvasando la calentura, ofrece sus tetas, lamer y succionar los gruesos y erectos pezones me excitan a mil, prenderme de ellos mientras me lanzo hasta el fondo pasionalmente enfurecido.

- Métela, despacio, me haces doler. La siento muy gorda.

- Déjame ser un poco brusco, esto me pone muy loco, nunca estuve dentro de una colorada. No te voy a lastimar mami…

Se dejó convencer, llevar por el momento de pasión y locura. No podía detenerme, estrujaba las tetas mientras la tenía ensartada. Había alterado la postura inicial, postura de “tijera”, abrazado a su pierna derecha, la izquierda colgando del sofá, de rodillas, impulsándome hasta el fondo, los vellos rojizos enredados en los míos, los sexos tan pegados como permitía la anatomía.

Los jadeos casi no le permiten gemir, ahogos por el apremiante bombeo, sentía la verga tan rígida como pocas veces, acorralada por la salvaje penetración, se queja gustosa de sentir como si estuviera siendo desvirgada por segunda vez.

Había adoptado esta postura para extasiarme en contemplar como la penetro, me deleitaba observar que cuando se la saco la vagina era como una flor abierta, los labios aleteando como mariposa.

No paraba de cambiar posiciones, buscando todas las alternativas, igual de placenteras. En cada una le entraba un poco más que la anterior.

Me gustaba la forma de sentir el orgasmo, la intensidad del momento, la contundencia de la emoción hasta alguna lágrima furtiva, qué forma potente de sentir la sublimación de la emoción de la exaltación de ese momento tan particular de la mujer cuando alcanza el clímax en la dimensión que ella puede experimentarlo. Extenso, prolongado en vibraciones y ondulaciones del vientre agitado por las contracciones que el produce el transcurrir del orgasmo.

Permanecí dentro acompañando el devenir potente de sus emociones, asistiendo el silencio curso de las ondas de placer que la conmueven.

El relax amerita un cambio posicional, es mi tiempo de descanso, cederle la posta de ser ella quien se haga cargo del esfuerzo, que trabaje para el placer de su hombre. Tendido, ella arrodillada, ahorcajada, se acomoda hasta quedar empalada, hasta los pendejos, la danza del vientre ondulante sobre mí riega de flujos los vellos púbicos, tantos que necesitó limpiarlos para poder sentir el rigor de la fricción de los sexos.

La fricción y la intensidad de movimientos acentúan el goce, el momento de la definición se aproxima, le aviso que es tiempo del condón. Me lo colocó, apoyando la boca sobre el glande mientras desenrolla el resto sobre el miembro. Se monta y galopa hasta el destino, empalada, subiendo y dejándose caer para sentir el golpeteo contra el fondo.

Coloco mis manos en su cintura, ayudando a elevarse, jalar con fuerza en su descenso hasta dejarla incrustada en el miembro.

El jadeo constante y los gemidos se sumaron al bramido que di cuando eyaculé, la intensidad de mi venida me impidió saber si sus sollozos eran signos de otro orgasmo. Como fuera los dos sentimos que habíamos traspuesto el tiempo y el espacio para perdernos extasiados en el limbo de los sentidos.

Desmontó, retiró el condón y se robó todo el remanente de semen que coronaba la verga, degustaba y lamía deleitándose con el salado sabor.

En cueros compartimos unas cervezas, brindamos y reímos, el momento previo al reinicio de las hostilidades, la guerra de los sexos volvió a tomar entidad.

Experta en caricias bucales, se entusiasmó con lamer y mamar, sentir sus dientes es una forma de placer que sabe dosificar con maestría, para llevarme nuevamente al cenit de la excitación, ensañada con darme placer en la cabezota del miembro. Me movía, teniendo sexo en su boca, hasta el ahogo.

Cuando me liberé de su voracidad, la puse en cuatro, de perrita, y se la mandé de una, hasta el mango. Entrando con la vehemencia de la calentura que vuelve por sus fueros.

Volcado sobre su espalda, cabalgando, mi mano accionando en el clítoris, consigo llevarla, no sin esfuerzo, nuevamente al nirvana, a saltar al abismo de un ajetreado orgasmo. En pleno goce, voy haciendo espacio en el “marrón” con mis dedos enjugados, preparando el momento para terminar este polvo.

Le hago sentir la cabeza del glande apoyándose sobre el esfínter encremado con sus propios jugos, con la mano izquierda presiono sobre el cuello, las rodillas apretadas contra sus nalgas y las pantorrillas encimadas sobre las de ella traban sus movimientos.

El bullicioso orgasmo no le impide comprender que la voy a someter, conoce el viejo precepto de “ante lo inevitable, relajarse y disfrutar”. Al primer embate, pide que le dé tiempo, que la espere a que se relaje antes de seguir entrando.

Se acomoda como puede, la diferencia de tamaños le hace sentir el rigor del miembro que horada sus entrañas, comienza a respirar profundo, acomodándose a mis tiempos. Manifiesta la molestia de la penetración, acaricio y nalgueo en la penetración, afirmando mis garras en sus hombros comienzo a bombear, entrar profundo, apretar y morder.

Volcado sobre su espalda, exprimiendo sus tetas, aprisionando los pezones. Aún dolorida, colabora en el sexo anal, liberando su espalda, me retiro para contemplar la penetración. Entiende mi deseo, ondulando su cuerpo, avanza y retrocede hasta entrárselo todo, convierte la molestia de la penetración en el placer de satisfacer el goce de su macho.

El acto se convierte en lujuria, el empuje en violencia emotiva, sus gemidos enroscados en los jadeos gritados, desafiando al macho “rompedor”.

- Vamos, macho, vamos te quiero adentro, todo adentro. Rompe el culo de tu puta, te quiero todo dentro. Lléname con tu leche. Vamos cabrón, me duele mucho, rompe y acábame ya!!!

No pude sustraerme a la vehemencia de su pedido, me mandé dentro de su culo, empujando con salvaje pasión hasta dejarme llevar por el desborde emocional.

- Ya voy, Linda. Aguanta, ya estoy cerca…

- Vamos, vamos, no aguanto, me estás matando. Vamos…

Moví dentro con ritmo y vigor, empujé bien profundo dentro del prieto estuche. El tiempo apremia, los embates fuertes me llevan a estallar en una gritada eyaculación, lanzando los chorros de semen en el maltrecho recto. Permanecí dentro del apretadísimo culito, disfrutando estar prisionero de su esfínter, me retire dejando su ano palpitando la dilatación provocada.

Me tendí, a su vera, el reposo del guerrero, contemplando como se repone del ímpetu y rigor de un polvo que la conmocionó hasta lo profundo de su ser.

Sentada en el bidé higienizándose, me exhibe los vestigios de sangre y semen que dejan el culito maltrecho.

- Esto es por tu culpa

- No te gustó ni un poquito?

- Bueh… bueno, un poquito, pero me duele. Me hiciste doler papi…

- Solo dolor?

- Me dejaste dolorida, pero… me gusto, solo un poquito. Me llevas?

- Claro princesa.

- Mucho princesa pero bien que me jodiste el culito. Me voy dolorida por tu culpa. Espero que mi marido no tenga ganas de sexo, no tengo ganas de soportar un polvo doméstico, lo único que hace bien es que termina enseguida y se duerme.

- No es creativo, como este señor maduro que te abraza.

- No, para nada, y te cuento que me hizo la cola dos veces, pero es muy suave y como la tiene larga pero fina, ni me molestó. Esta sí que me jodió bien duro (me la tocaba) y me hizo ver todas las estrellas cuando empujabas tan fuerte.

- Me gustaría repetirlo nuevamente. Prometo ser más suave…

- Hmmm… tendría que pensarlo mejor.

Me pidió que la deje una cuadra antes, que no la bese por si alguien la reconoce. Desciende y desde el lado de afuera, se asoma a la ventanilla y dice:

- Papi, te cuento un secretito… Yo le pedí a Nilda que me llevara contigo, sabía que te gustaba, y me gustó la forma que tenías de mirarme, sentía el deseo pero de un modo seductor. Yo quería tenerte… estaré esperando que me llames...

Esta fue una prueba más de que nosotros podemos elegir a todas las mujeres que nos gustan, pero son ellas las que deciden con quien. Necesito contactar con alguna pelirroja, natural o teñida para comprobar mi teoría de que son las más calientes. [email protected] gracias por escribirme.

Lobo Feroz

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